VISITACION 05-31

VER SANTORAL

 

1. CLARETIANOS 2002

Queridos amigos:

Terminamos el mes de mayo con la fiesta de la Visitación de la Virgen. Sobre este episodio, relatado con sobriedad en el evangelio de Lucas, se han hecho todo tipo de consideraciones. Yo quisiera fijarme sólo en dos palabras, que en el original griego suenan así: "metà spoudés". Las Biblias suelen traducir: "de prisa", "con prontitud". La palabra griega "spoudé" tiene muchos otros significados: celo, diligencia, empeño, cuidado, seriedad, dignidad. Ya sé que, desde un punto de vista exegético, éste no es el vértice del relato lucano, pero quisiera contemplar hoy a María como la mujer que se pone en camino con dignidad, con cuidado, con prontitud. No lo hace por satisfacer una necesidad personal (la de sentirse útil, la de quedar bien, la de ser alabada) sino por responder a una necesidad que, en cierto modo, rompe sus planes. Y lo hace con dignidad (no como una esclava sino como una hermana), con cuidado (no de cualquier manera sino poniendo atención en los detalles), con prontitud (no de mala gana sino con espíritu alegre y bien dispuesto).

¿No es un poco pobre reducir la fiesta de hoy a una silueta que nos enseña cómo ser mejores? ¡No! Es que contemplando a María de este modo, entendemos hasta dónde puede fructificar en los seres humanos la gracia de Dios, qué tipo de humanidad surge cuando Dios "agracia" a una persona dispuesta a acoger su don.

"Señor, a veces hago algunas cosas por los demás, pero no siempre con "spoudé". Me parezco poco a tu Madre. Y, sin embargo, ¡deseo tanto ser como ella! Gracias por ayudarme a mantener vivo mi deseo".
 

Vuestro amigo.

Gonzalo Fernández, cmf (gonzalo@claret.org)


2. CLARETIANOS 2003

Cerramos el mes de mayo y también la semana litúrgica con la fiesta de la Visitación de la Virgen María. Permitidme dar al comentario de hoy el tono de una sencilla meditación.

Ella, María, tenía razones poderosas para cuidarse, para permanecer tranquila en Nazaret. Necesitaba tiempo para asimilar su inesperada maternidad. Nadie podía exigirle que, después del susto, no pensara durante un tiempo en sí misma.

Tú tienes también tus problemas. Quizá no son enormes, pero en más de una ocasión te han servido de excusa para no complicarte la vida. Tienes derecho a disfrutar del fin de semana después de cinco días de trabajo intenso. Andas ajustado económicamente como para dar una cuota fija a Cáritas. El médico te ha dicho que tienes que descansar más, que ya no tienes años para andar visitando ancianos solitarios en sus casas. Tus padres insisten en que lo primero es el estudio y luego, si sobra tiempo, puedes empezar a pensar en otras cosas. Lo oyes a menudo por la calle: “Nadie va a resolver mis problemas”.

Ella, no obstante, dejó la aldea de Nazaret y, sin pensarlo dos veces (“con prontitud” dice Lucas), se puso en camino hacia Ain Karim, el pueblo de su pariente Isabel. No se había recuperado del asombro producido por el anuncio del ángel y ya estaba pensando en la manera concreta de echar una mano. Los 160 kilómetros que separan Nazaret de Ain Karim fueron testigos del paso decidido de una muchacha solidaria.

Tú, en más de una ocasión, has sentido algo semejante. No eres tan insensible como para no darte cuenta de que tus hijos necesitan que les dediques más tiempo. Quieren comentarte cómo les va en el colegio y lo bien que lo han pasado con los amigos el fin de semana. Tú sabes que tus padres son algo más que trabajadores a tu servicio y que sería bueno decírselo alguna vez. Alguien te ha dicho que en el tercero hay una pareja de ancianos que apenas reciben visitas. El otro día en la parroquia pidieron voluntarios para repartir los sobres de la campaña contra el hambre. Has descubierto que en el colegio hay una chica a la que nadie invita nunca a dar una vuelta. De acuerdo, tú también tienes tus problemas, andas con el tiempo tasado, se te ha echado encima una semana a tope. Dice Lucas que ella lo hizo “con prontitud”. ¿Cuánto tardas tú en recorrer los tres metros que te separan de tus padres, los dos pisos que hay entre el tuyo y el de los ancianos solitarios?

Ella no entró en casa de Isabel haciéndose la importante, quejándose de la cantidad de cosas que había tenido que dejar en Nazaret para venir a servirle, poniendo cara de sufridora, exigiendo sutilmente reconocimiento. Ella entró saludando; es decir, regalando a manos llenas la gracia y la paz. Desbordó tanta alegría que hasta el pequeño Juan se vio afectado por esas ondas misteriosas de entusiasmo.

Tú, cuando te pones en camino, siempre estás tentado de que tu mano izquierda se entere bien de lo que hace la derecha. A veces -es verdad- no te importa hacer un favor, pero tampoco está de más que te lo agradezcan. Te has sorprendido en más de una ocasión haciendo una lista de los esfuerzos que has tenido que hacer “para estar un ratito contigo, chica”. Cuando piensas en ella sientes que tu entrega tiene que ser gratuita. Si no, ¿qué gracia tiene? ¡Ya hay mucha gente que hace muchas cosas, y a veces duras, para recibir algo a cambio! Comprendes que la tarjeta de visita de una entrega gratuita es siempre la alegría y la sencillez.

Ella se vio inmediatamente correspondida por Isabel. No rechazó la alabanza. Simplemente, con el espíritu alegre, la dirigió al que es la fuente de todo amor, prorrumpió en un canto de agradecimiento a Dios, su salvador.

Tú sabes muy bien que si brota de ti un pequeño gesto de entrega es porque Alguien se te entrega todos los días sin reservas. ¿Has pensado ya en cantar tu Magnificat? ¿Has pensado en orar con María?

Gonzalo (gonzalo@claret.org)


3. 2002  Lc 1, 39-56

COMENTARIO 1

EL SERVICIO SOLICITO DEJA UNA ESTELA DE ALEGRIA

«Por estos mismos días María se puso en camino y fue a toda prisa a la sierra, en dirección a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel» (1,39-40). El nexo temporal que une esta nueva escena con la anterior es de los más estrecho, imbricándolas íntimamente. María se olvida de sí misma y acude con presteza en ayuda de su pariente, tomando el camino más breve, el que atravesaba los montes de Samaría. Lucas subraya su prontitud para el servicio: el Israel fiel que vive fuera del influjo de la capital (Nazaret de Galilea) va en ayuda del judaísmo oficial (Isabel; «Judá», nombre de la tribu en cuyo territorio estaba Jerusalén). Al igual que el ángel «entró» en su casa y la «saludó» con el saludo divino, María «entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel». De mujer a mujer, de mujer embarazada a mujer embarazada, de la que va a ser Madre de Dios a la que será madre del Precursor.

«Al oír Isabel el saludo de María, la criatura dio un salto en su vientre e Isabel se llenó de Espíritu Santo» (1,41). El saludo de María comunica el Espíritu a Isabel y al niño. La presencia del Espíritu Santo en Isabel se traduce en un grito poderoso y profético: «¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! Y ¿quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Mira, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. ¡Dichosa la que ha creído que llegará a cumplirse lo que le han dicho de parte del Señor!» (1,42-45).

Isabel habla como profetisa: se siente pequeña e indigna ante la visita de la que lleva en su seno el Señor del universo. Sobran las palabras y explicaciones cuando uno ha entrado en la sintonía del Espíritu. La que lleva en su seno al que va a ser el más grande de los nacidos de mujer declara bendita entre todas las mujeres a la que va a ser Madre del Hombre nuevo, nacido de Dios. La expresión «Mira» concentra, como siempre, la atención en el suceso principal: el saludo de María ha servido de vehículo para que Isabel se llenase de Espíritu Santo y saltase de alegría el niño que llevaba en su seno. La sintonía que se ha establecido entre las dos mujeres ha puesto en comunicación al Precursor con el Mesías. La alegría del niño, fruto del Espíritu, señala el momento en que éste se ha llenado de Espíritu Santo, como había profetizado el ángel. A diferencia de Zacarías, María ha creído en el mensaje del Señor y ha pasado a encabezar la amplia lista de los que serán objeto de bienaventuranza.



LA EXPERIENCIA DE LIBERACION

DE LOS HUMILLADOS Y OPRIMIDOS

En el cántico de María resuena el clamor de los humillados y oprimidos de todos los tiempos, de los sometidos y deshereda­dos de la tierra, pero al mismo tiempo se hace eco del cambio profundo que va a producirse en el seno de la sociedad opresora y arrogante: Dios ha intervenido ya personalmente en la historia del hombre y ha apostado a favor de los pobres. En boca de María pone Lucas los grandes temas de la teología liberadora que Dios ha llevado a cabo en Israel y que se propone extender a toda la humanidad oprimida. En la primera estrofa del cántico María proclama el cambio personal que ha experimentado en su persona:

«Proclama mi alma la grandeza del Señor
y se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador,
porque se ha fijado en la humillación de su sierva.
Pues mira, desde ahora me llamarán dichosa
todas las generaciones,
porque el Potente ha hecho grandes cosas a mi favor
-Santo es su nombre-
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación» (1,46-50).

Por boca de María pronuncia su cántico el Israel fiel a Dios y a su alianza, el resto de Israel que ha creído en las promesas. Alaba a Dios por su cumplimiento, que ve inminente por el hecho de la concepción del Mesías y experimenta ya realizado en su persona. «Dios mi Salvador» (cf. Sal 24,1; 25,5; Miq 7,7, etc.) es el título clave del cántico, cuyo tema dominante va ser la salvación que Dios realiza en Israel. Dios ha puesto su mirada en la opresión que se abate sobre su pueblo y lo ha liberado en la persona de su representante, su «sierva» (cf. Dt 26,7; Sal 136,23; Neh 9,9).

Los grandes hitos de la liberación de Israel están compendia­dos en las «grandes cosas» que Dios ha hecho en favor de María: esta expresión se decía en particular de la salida de Egipto (Dt 10,21, primer éxodo). En el compromiso activo de Dios a favor de su pueblo, éste reconoce que su nombre es Santo; en el compromiso de los cristianos a favor de los pobres y marginados, éstos reconocerán que el nombre de Dios es Santo y dejarán de blasfemar contra un sistema religioso que, a sus ojos, se ha pres­tado con demasiada frecuencia a lo largo de la historia a defender los intereses de los poderosos o por lo menos se ha inhibido de sostener la causa de los pobres con el pretexto de que alcanzarán la salvación del alma en la otra vida.

En la segunda estrofa se contempla proféticamente el futuro de la humanidad desheredada -tema de las bienaventuranza- como realización efectuada e infalible de una decisión divina ya tomada de antemano:

«Su brazo ha intervenido con fuerza,
ha desbaratado los planes de los arrogantes:
derriba del trono a los poderosos
y encumbra a los humillados;
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide de vacío» (1,51-53).

Dios no ha dado el brazo a torcer frente al orden injusto que, con la arrogancia que le es proverbial, ha pretendido con sus planes mezquinos e interesados borrar del mapa el plan del Dios Creador. Dios «ha intervenido» ya (aoristo profético) para defender los intereses de los pobres desbaratando los planes de los ricos y poderosos. La acción liberadora va a consistir en una subversión del orden social: exaltación de los humillados y caída de los opresores; sacia a los hambrientos y se desentiende de los ricos. El cántico de María es el de los débiles, de los marginados y desheredados, de las madres que lloran a sus hijos desapareci­dos, de los sin voz, de los niños de la «intifada», de los muchachos que sirven de carnaza en las trincheras, en una palabra: de la escoria de la sociedad de consumo, que dilapida los bienes de la creación dejando una estela de hambre que abraza dos terceras partes de la humanidad.



Finalmente, en la tercera estrofa pone como ejemplo concreto de la salvación, cuyo destinatario será un día no lejano la entera humanidad, la realización de su compromiso para con Israel:



«Ha auxiliado a Israel, su servidor,

acordándose -como lo había prometido a nuestros padres- de la misericordia en favor de Abrahán y su descendencia, por siempre» (1,54-55).

Dios no ha olvidado su misericordia/amor (Sal 98,3), como podía haber sospechado Israel ante los numerosos desastres que han jalonado su historia. La fidelidad de Dios hecha a los «pa­dres», los patriarcas de Israel, queda confinada de momento, en el horizonte concreto de María, el Israel fiel, a su pueblo. Sólo en la estrofa central hay atisbos de una futura ampliación de la promesa a toda la humanidad.



«María permaneció con ella como tres meses y regresó a su casa» (1,56). Lucas hace hincapié en la prolongada permanencia de María al servicio de su pariente, aludiendo al último período de su gestación. Silencia, en cambio, intencionadamente su pre­sencia activa en el momento del parto, cuando lo más lógico es que la asistiera en esta difícil situación. No tiene interés en los datos de crónica, sino en el valor teológico del servicio prestado. La vuelta «a su casa» sirve para recordar que en la gestación de su hijo, José no ha tenido arte ni parte. La mención de las dos «casas», la de Zacarías al principio y la de María al final, establece un neto contraste entre las respectivas situaciones familiares.



COMENTARIO 2

El acontecimiento debió pasar totalmente ignorado para los medios de comunicación de la época. Nada anormal el que una muchacha visitase a su prima embarazada y la acompañase en aquellos difíciles momentos. Pero María sabía que bajo aquella capa de normalidad algo realmente extraordinario estaba sucediendo. O, si se quiere, estaba empezando a suceder. Algo de Dios había en aquel hecho de encontrarse las dos primas embarazadas.

María y su prima Isabel, ojos de mujer, supieron ver lo que tantos otros no llegaron ni a barruntar. Dios estaba viniendo. Dios estaba preparando su tienda para hacerse uno de nosotros. Eso significaba una verdadera revolución. No como las que hacemos los hombres en la historia de nuestras naciones, en las que unos tiranos suceden a otros.

Esta es una revolución de las de verdad. De las que ponen todo patas arriba. De las que rompen los esquemas establecidos. De las que nos obligan a tomar partido. De las que dan lugar a un futuro nuevo y diferente. Es el tiempo de los pobres, de los que no tienen nada, de los débiles, de los hambrientos. Para ellos el poder y la misericordia de Dios son esperanza cierta de vida plena. Todo eso lo entendieron perfectamente María e Isabel al encontrarse y mirarse a los ojos. Por eso se pusieron a cantar juntas. Y anunciaron lo que sigue siendo fuente de ánimo y coraje para innumerables cristianos en su vida diaria.

Hoy, con María e Isabel, renovamos nuestra esperanza y entonamos el Magnificat: Dios está de parte de los pobres y está viniendo para hacer justicia.

1. Josep Rius-Camps, El Éxodo del Hombre libre. Catequesis sobre el Evangelio de Lucas, Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


4. Juan Pablo II. Audiencia General del miércoles 3 de julio de 1996

LA FE DE LA VIRGEN MARÍA

Queridos hermanos y hermanas:

1. En la narración evangélica de la Visitación, Isabel, «llena de Espíritu Santo», acogiendo a María en su casa, exclama: «¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» (Lc 1, 45). Esta bienaventuranza, la primera que refiere el evangelio de san Lucas, presenta a María como la mujer que con su fe precede a la Iglesia en la realización del espíritu de las bienaventuranzas.

El elogio que Isabel hace de la fe de María se refuerza comparándolo con el anuncio del ángel a Zacarías. Una lectura superficial de las dos anunciaciones podría considerar semejantes las respuestas de Zacarías y de María al mensajero divino: «¿En qué lo conoceré? Porque yo soy viejo y mi mujer avanzada en edad», dice Zacarías; y María: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?» (Lc 1, 18.34). Pero la profunda diferencia entre las disposiciones íntimas de los protagonistas de los dos relatos se manifiesta en las palabras del ángel, que reprocha a Zacarías su incredulidad, mientras que da inmediatamente una respuesta a la pregunta de María. A diferencia del esposo de Isabel, María se adhiere plenamente al proyecto divino, sin subordinar su consentimiento a la concesión de un signo visible.

Al ángel que le propone ser madre, María le hace presente su propósito de virginidad. Ella, creyendo en la posibilidad del cumplimiento del anuncio, interpela al mensajero divino sólo sobre la modalidad de su realización, para corresponder mejor a la voluntad de Dios, a la que quiere adherirse y entregarse con total disponibilidad. «Buscó el modo; no dudó de la omnipotencia de Dios», comenta san Agustín (Sermo 291).

Movida por su gran amor

2. También el contexto en el que se realizan las dos anunciaciones contribuye a exaltar la excelencia de la fe de María. En la narración de san Lucas captamos la situación más favorable de Zacarías y lo inadecuado de su respuesta. Recibe el anuncio del ángel en el templo de Jerusalén, en el altar delante del «Santo de los Santos» (cf. Ex 30, 6-8); el ángel se dirige a él mientras ofrece el incienso; por tanto, durante el cumplimiento de su función sacerdotal, en un momento importante de su vida; se le comunica la decisión divina durante una visión. Estas circunstancias particulares favorecen una comprensión más fácil de la autenticidad divina del mensaje y son un motivo de aliento para aceptarlo prontamente.

Por el contrario, el anuncio a María tiene lugar en un contexto más simple y ordinario, sin los elementos externos de carácter sagrado que están presentes en el anuncio a Zacarías. San Lucas no indica el lugar preciso en el que se realiza la anunciación del nacimiento del Señor; refiere, solamente, que María se hallaba en Nazaret, aldea poco importante, que no parece predestinada a ese acontecimiento. Además, el evangelista no atribuye especial importancia al momento en que el ángel se presenta, dado que no precisa las circunstancias históricas. En el contacto con el mensajero celestial, la atención se centra en el contenido de sus palabras, que exigen a María una escucha intensa y una fe pura.

Esta última consideración nos permite apreciar la grandeza de la fe de María, sobre todo si la comparamos con la tendencia a pedir con insistencia, tanto ayer como hoy, signos sensibles para creer. Al contrario, la aceptación de la voluntad divina por parte de la Virgen está motivada sólo por su amor a Dios.

Su pregunta manifiesta su fe

3. A María se le propone que acepte una verdad mucho más alta que la anunciada a Zacarías. Éste fue invitado a creer en un nacimiento maravilloso que se iba a realizar dentro de una unión matrimonial estéril, que Dios quería fecundar. Se trata de una intervención divina análoga a otras que habían recibido algunas mujeres del Antiguo Testamento: Sara (Gn 17, 15-21; 18, 10-14), Raquel (Gn 30, 22), la madre de Sansón (Jc 13, 1-7) y Ana, la madre de Samuel (1 S 1, 11-20). En estos episodios se subraya, sobre todo, la gratuidad del don de Dios.

María es invitada a creer en una maternidad virginal, de la que el Antiguo Testamento no recuerda ningún precedente. En realidad, el conocido oráculo de Isaías: «He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel» (Is 7, 14), aunque no excluye esta perspectiva, ha sido interpretado explícitamente en este sentido sólo después de la venida de Cristo, y a la luz de la revelación evangélica.

A María se le pide que acepte una verdad jamás enunciada antes. Ella la acoge con sencillez y audacia. Con la pregunta: «¿Cómo será esto?», expresa su fe en el poder divino de conciliar la virginidad con su maternidad única y excepcional.

Respondiendo: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra» (Lc 1, 35), el Ángel da la inefable solución de Dios a la pregunta formulada por María. La virginidad, que parecía un obstáculo, resulta ser el contexto concreto en que el Espíritu Santo realizará en ella la concepción del Hijo de Dios encarnado. La respuesta del ángel abre el camino a la cooperación de la Virgen con el Espíritu Santo en la generación de Jesús.

Siempre fe para la salvación

4. En la realización del designio divino se da la libre colaboración de la persona humana. María, creyendo en la palabra del Señor, coopera en el cumplimiento de la maternidad anunciada.

Los Padres de la Iglesia subrayan a menudo este aspecto de la concepción virginal de Jesús. Sobre todo san Agustín, comentando el evangelio de la Anunciación, afirma: «El ángel anuncia, la Virgen escucha, cree y concibe» (Sermo 13 in Nat. Dom.). Y añade: «Cree la Virgen en el Cristo que se le anuncia, y la fe le trae a su seno; desciende la fe a su corazón virginal antes que a sus entrañas la fecundidad maternal» (Sermo 293).

El acto de fe de María nos recuerda la fe de Abraham, que al comienzo de la antigua alianza creyó en Dios, y se convirtió así en padre de una descendencia numerosa (cf. Gn 15, 6; Redemptoris Mater, 14) (*) . Al comienzo de la nueva alianza también María, con su fe, ejerce un influjo decisivo en la realización del misterio de la Encarnación, inicio y síntesis de toda la misión redentora de Jesús.

La estrecha relación entre fe y salvación, que Jesús puso de relieve durante su vida pública (cf. Mc 5, 34; 10, 52; etc.), nos ayuda a comprender también el papel fundamental que la fe de María ha desempeñado y sigue desempeñando en la salvación del género humano.


(*) Sin embargo las palabras de Isabel «Feliz la que ha creído» (Lc 1,45) no se aplican únicamente a aquel momento concreto de la anunciación. Ciertamente la Anunciación representa el momento culminante de la fe de María a la espera de Cristo, pero es además el punto de partida, de donde inicia todo su «camino hacia Dios», todo su camino de fe. Y sobre esta vía, de modo eminente y realmente heroico —es mas, con un heroísmo de fe cada vez mayor— se efectuará la «obediencia» profesada por ella a la palabra de la divina revelación. Y esta «obediencia de la fe» por parte de María a lo largo de todo su camino tendrá analogías sorprendentes con la fe de Abraham. Como el patriarca del Pueblo de Dios, así también María, a través del camino de su fiat filial y maternal, «esperando contra esperanza, creyó». De modo especial a lo largo de algunas etapas de este camino la bendición concedida a «la que ha creído» se revelará con particular evidencia. Creer quiere decir «abandonarse» en la verdad misma de la palabra del Dios viviente, sabiendo y reconociendo humildemente «¡cuan insondables son sus designios e inescrutables sus caminos!» (Rom 11, 33). María, que por la eterna voluntad del Altísimo se ha encontrado, puede decirse, en el centro mismo de aquellos «inescrutables caminos» y de los «insondables designios» de Dios, se conforma a ellos en la penumbra de la fe, aceptando plenamente y con corazón abierto todo lo que está dispuesto en el designio divino. (Redemptoris Mater, 14)


5.

Comentario: Mons. Francesc Xavier Ciuraneta i Aymí, Obispo de Lleida (España)

«Saltó de gozo el niño de mi seno»

Hoy contemplamos el hecho de la Visitación de la Virgen María a su prima Isabel. Tan pronto como le ha sido comunicado que ha sido escogida por Dios Padre para ser la Madre del Hijo de Dios y que su prima Isabel ha recibido también el don de la maternidad, marcha decididamente hacia la montaña para felicitar a su prima, para compartir con ella el gozo de haber sido agraciadas con el don de la maternidad y para servirla.

El saludo de la Madre de Dios provoca que el niño, que Isabel lleva en su seno, salte de entusiasmo dentro de las entrañas de su madre. La Madre de Dios, que lleva a Jesús en su seno, es causa de alegría. La maternidad es un don de Dios que genera alegría. Las familias se alegran cuando hay un anuncio de una nueva vida. El nacimiento de Cristo produce ciertamente «una gran alegría» (Lc 2,10).

A pesar de todo, hoy día, la maternidad no es valorada debidamente. Frecuentemente se le anteponen otros intereses superficiales, que son manifestación de comodidad y de egoísmo. Las posibles renuncias que comporta el amor paternal y maternal, asustan a muchos matrimonios que, quizá por los medios que han recibido de Dios, debieran ser más generosos y decir “sí” más responsablemente a nuevas vidas. Muchas familias dejan de ser “santuarios de la vida”. El Papa Juan Pablo II constata que la anticoncepción y el aborto «tienen sus raíces en una mentalidad hedonista e irresponsable respecto a la sexualidad y presuponen un concepto egoísta de la libertad, que ve en la procreación un obstáculo al desarrollo de la propia personalidad».

Isabel, durante cinco meses, no salía de casa, y pensaba: «Esto es lo que ha hecho por mí el Señor» (Lc 1,25). Y María decía: «Engrandece mi alma al Señor (...) porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava» (Lc 1,46.48). La Virgen María e Isabel valoran y agradecen la obra de Dios en ellas: ¡la maternidad! Es necesario que los católicos reencuentren el significado de la vida como un don sagrado de Dios a los seres humanos.


6. MARÍA EN EL CULTO Y LA LITURGIA: Visitación de la Virgen

Fue instituida para toda la Iglesia universal por Urbano VI en 1389, con el fin de obtener de M. que se concluyera el llamado cisma de Occidente (v. CISMA III). Antes la celebraban en su calendario particular los franciscanos, que en 1623 determinaron acentuar aún más la devoción a M. en la naciente orden. Algunas iglesias particulares los imitaron, pero no coincidían en la fecha de su celebración: en Praga y en Ratisbona se celebraba el 28 abr., en York el 2 abr., en París el 27 jun., en Reims el 8 jul. El 2 jul. fue el más general y así pasó al calendario universal de la Iglesia, sin que se pueda conocer hoy el motivo por el que la elección cayó en ese día. Algunos han supuesto que por relación con la fiesta oriental de las Blanquernas relacionada con una túnica de M.; otros que por ser aniversario de la partida de M. de la casa de Santa Isabel. Son opiniones sin sólido fundamento.

En el calendario promulgado por Paulo VI en 1969 se ha colocado en 31 mayo por las siguientes razones: estar situada así entre la fiesta de la Anunciación del Señor y la de S. Juan Bautista y, por lo mismo, en un lugar muy en armonía con el relato evangélico; culminar con ese día el mes dedicado de modo especial al culto de M., al menos en Europa.

En los libros litúrgicos promulgados por Paulo VI (Misal y Liturgia de las Horas) ha sido muy enriquecida esta celebración litúrgica en honor de la Virgen. Para la Misa se han escogido oraciones propias tomadas, con algunas modificaciones, del Misal de Braga y del de París de 1736. En el Oficio anterior se prescriben tres himnos propios, que son muy valiosos por su composición literaria, por su sentido litúrgico y pastoral, por su profundidad teológica y su expresión eucológica: se pide la visita constante de M. a la Iglesia.

BIBL.: A. MOLIEN, La Liturgie de la Vierge Marie et Saint Joseph, Avignon 1935; VARIOS, La Virgen María en el culto de la Iglesia, Salamanca 1968

M. GARRIDO BONAÑO

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991


7. DISCURSO Al final del rezo del rosario en los jardines vaticanos, en la fiesta de la Visitación de la Virgen, 31 de mayo 2001

Donde está María, allí está Cristo


Como todos los años, el día 31 de mayo, fiesta de la Visitación de la Virgen a su prima santa Isabel, al atardecer, hubo en el Vaticano una procesión de antorchas por los jardines, durante la cual se rezó el rosario. El acto comenzó a las 20.00. La procesión partió de la iglesia de San Esteban de los Abisinios, situada detrás de la basílica de San Pedro, y se concluyó en la gruta de la Virgen de Lourdes, en la cima de los jardines vaticanos. La presidió el cardenal Virgilio Noè, vicario del Papa para la Ciudad del Vaticano, acompañado de los padres Giovanni Ferrotti, f.a.m., párroco de la archibasílica vaticana, y Gioele Schiavella, o.s.a., párroco de la parroquia de Santa Ana; en primera fila iban los cantores de la Ciudad del Vaticano, así como la banda musical; seguían los estudiantes del pre-seminario "San Pío X", catorce cardenales, diez arzobispos y obispos, varios prelados de la Curia romana, y numerosos sacerdotes, religiosos, religiosas, así como algunos cientos de fieles, entre los que se hallaban laicos que trabajan en el Vaticano, con sus familiares, alumnos del Pontificio Colegio Etiópico, y muchos romanos y peregrinos. Cuando la procesión llegó a la gruta de Lourdes, se celebró una liturgia de la Palabra. Poco después de las nueve de la noche, llegó Juan Pablo II, saludó a los enfermos, oró ante la imagen de la Virgen y dirigió a los presentes la siguiente alocución.


"María se puso en camino y fue aprisa a la montaña..." (Lc 1, 39).

Concluimos delante de esta gruta, que nos trae a la memoria el santuario de Lourdes, el camino mariano realizado durante el mes de mayo. Revivimos juntos el misterio de la Visitación de María santísima, en esta peregrinación por los jardines vaticanos, en la que todos los años participan cardenales y obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, seminaristas y numerosos fieles. Doy las gracias al querido cardenal Virgilio Noè y a todos los que han organizado con esmero esta cita de oración ante la Virgen.

Resuenan en nuestro corazón las palabras del evangelista san Lucas: "En cuanto oyó Isabel el saludo de María, (...) quedó llena de Espíritu Santo" (Lc 1, 41). El encuentro entre la Virgen y su prima Isabel es una especie de "pequeño Pentecostés". Quisiera subrayarlo esta noche, prácticamente en la víspera de la gran solemnidad del Espíritu Santo. En la narración evangélica, la Visitación sigue inmediatamente a la Anunciación: la Virgen santísima, que lleva en su seno al Hijo concebido por obra del Espíritu Santo, irradia en torno a sí gracia y gozo espiritual. La presencia del Espíritu en ella hace saltar de gozo al hijo de Isabel, Juan, destinado a preparar el camino del Hijo de Dios hecho hombre.

Donde está María, allí está Cristo; y donde está Cristo, allí está su Espíritu Santo, que procede del Padre y de él en el misterio sacrosanto de la vida trinitaria. Los Hechos de los Apóstoles subrayan con razón la presencia orante de María en el Cenáculo, junto con los Apóstoles reunidos en espera de recibir el "poder desde lo alto". El "sí" de la Virgen, "fiat", atrae sobre la humanidad el don de Dios: como en la Anunciación, también en Pentecostés. Así sigue sucediendo en el camino de la Iglesia.

Reunidos en oración con María, invoquemos una abundante efusión del Espíritu Santo sobre la Iglesia entera, para que, con velas desplegadas, reme mar adentro en el nuevo milenio. De modo particular, invoquémoslo sobre cuantos trabajan diariamente al servicio de la Sede apostólica, para que el trabajo de cada uno esté siempre animado por un espíritu de fe y de celo apostólico.

Es muy significativo que en el último día de mayo se celebre la fiesta de la Visitación. Con esta conclusión es como si quisiéramos decir que cada día de este mes ha sido para nosotros una especie de visitación. Hemos vivido durante el mes de mayo una continua visitación, como la vivieron María e Isabel. Damos gracias a Dios porque la liturgia nos propone de nuevo hoy este acontecimiento bíblico .

A todos vosotros, aquí reunidos en tan gran número, deseo que la gracia de la visitación mariana, vivida durante el mes de mayo y especialmente en esta última tarde, se prolongue en los días venideros.


8.HISTORIA E INTERPRETACIÓN DE LA FIESTA

Fuente: DICC-DE-MARIOLOGIA. Págs. 2040-2046
Autor: D. SARTOR


De acuerdo con la descripción de la MC, podemos decir que con el término "Visitación de
la santísima virgen María" se remite a "una celebración que conmemora un acontecimiento
salvífico, en el que la Virgen estuvo estrechamente vinculada al Hijo"; y más concretamente
se indica la fiesta "en que la liturgia recuerda a la santísima Virgen que lleva en su seno al
Hijo, que se acerca a Isabel para ofrecerle la ayuda de su caridad y proclamar la
misericordia de Dios salvador" (n. 7).

I. Historia de la fiesta
Por extraño que pueda parecer, la visita que la virgen María hizo a santa Isabel (cf Lc
1,39-56), verdadero "acontecimiento de gracia" en el sentido más literal del término, sólo en tiempos relativamente recientes ha tenido su fiesta litúrgica, y no de modo uniforme en toda la iglesia de Cristo.

En efecto, es verdad que en el oriente bizantino se celebra el 2 de julio una fiesta
mariana, pero ha perdido su título: "Deposición del venerable vestido de nuestra santísima
señora y madre de Dios en Las Blaquernas". Se trata, pues, de la memoria de una reliquia
en un santuario mariano, y no de una fiesta relativa al episodio lucano. Pues bien esa
reliquia habría sido llevada a Constantinopla desde Jerusalén en 472 por los dos patricios
Galbios y Cundidos. El emperador León I y su esposa Verina hicieron construir una capilla
para acoger el relicario que contenía el precioso vestido; la ceremonia de dedicación de
este santuario en Las Blaquernas tuvo lugar en 473. Se recuerda, además, que durante la
incursión de los ávaros, el 5 de junio de 619, la reliquia fue colocada a toda prisa en el lugar
seguro de la parte interna de la ciudad, y el 2 de julio siguiente fue solemnemente devuelta
al santuario de Las Blaquernas; de ahí el nacimiento y la perduración de la celebración
festiva en tal fecha.

Por otra parte, es ciertamente un hecho histórico que el relato de la visitación entró por
primera vez en la liturgia romana cuando se desarrolló la celebración del acontecimiento (a
finales del s. VI) y que la perícopa de Lucas se asignó al viernes de las Témporas, o sea, de
la tercera domínica de adviento; sin embargo, no se trata de una fiesta independiente, sino
de un mero recuerdo litúrgico en orden sobre todo a la preparación de la Navidad del Señor.
Por lo demás, hoy parece que carece de todo fundamento la noticia según la cual, bajo el
mandato de san Buenaventura, el capítulo general de los hermanos menores celebrado en
Pisa en 1263 habría hecho introducir en toda la orden franciscana el 2 de julio también la
fiesta de la Visitación además de las fiestas de la Inmaculada Concepción de María, de
santa Ana y de santa Marta.

1. ORIGEN DE LA FIESTA.
Así pues, hay que llegar al poderoso arzobispo de Praga Juan Jenstein (1348-1400), en
tiempos del gran cisma de occidente, dividido entre el papa Urbano Vl (Roma) y el antipapa
Clemente Vll (Aviñón), para encontrar noticias seguras sobre la aparición de la fiesta
mariana de la Visitación. El, en efecto, convertido a la vez en arzobispo de Praga y canciller
del emperador en 1378, después de haber preparado personalmente los textos de la misa y
del oficio para la nueva fiesta y de haber ordenado a sus peritos buscar los fundamentos
bíblicos y canónicos de su plausible institución, en el sínodo diocesano del 16 de junio de
1386 promulgó para su diócesis la introducción de la fiesta de la Visitación de la Virgen, que
debía celebrarse cada año el 28 de abril. Pues bien, este intrépido obispo no sólo defendió
doctrinalmente en los años siguientes el valor teológico de la celebración sobre todo por el
hecho de tener sus raíces en el evangelio de Lucas, sino que también trabajó grandemente
por su difusión fuera de la diócesis de Praga. Para ello escribió a obispos y a superiores
generales, enviándoles también copia de los oficios divinos por él compuestos, y dirigió
varias peticiones al mismo papa Urbano Vl pidiéndole que instituyese esa festividad en toda
la iglesia con el fin expreso de poner término al cisma que la desgarraba.

En efecto, el arzobispo de Praga al verse impotente ante tantas intrigas de la corte
imperial en la cuestión de los dos papas, comprendió —como hombre piadoso y culto que
era— que el cisma no se extinguiría con esfuerzos únicamente humanos. Por eso, después
de haber invitado ya al papa en 1385 a demostrar su gratitud a la Virgen por la liberación
del asedio de Nocera, en el verano de 1386 (o sea, después de haber instituido la nueva
fiesta de la Visitación de María en su diócesis), hace explícita su petición al papa y le invita
a seguir su ejemplo en toda la iglesia. El papa acogió favorablemente la idea, pero se limitó
sólo a prometer la institución de esa fiesta, dado que entonces se encontraba con su curia
casi en el exilio en Génova.

Urbano Vl volvió a Roma sólo en los primeros días de septiembre de 1388. Entonces,
finalmente, pudo dedicarse con seriedad al trabajo de la comisión de teólogos a la cual
había confiado el examen de la posibilidad de instituir la nueva fiesta mariana. Además, él
mismo discutió varias veces el tema con los cardenales. Se llegó así al consistorio público
del 8 de abril de 1389: en presencia de los cardenales y de numerosos prelados, el maestro
del palacio apostólico dirigió una petición formal al papa para que promulgase la fiesta de la
Visitación a fin de obtener, entre otras cosas, la unión de la iglesia. El papa promulgó
solemnemente tal fiesta, subrayando también él que el móvil era la esperanza de que
cesara el cisma de occidente. Además, a fin de honrar convenientemente la nueva
festividad, instituyó un jubileo para el año siguiente de 1390 y, por la misma razón, añadió a
las tres basílicas jubilares también la de Santa María la Mayor.

Así la curia romana comenzó a preparar todo lo necesario tanto para la legislación sobre
la nueva fiesta como para la celebración del año jubilar; en el mes de mayo o junio de 1389,
en un segundo consistorio público, el papa Urbano Vl determinó que la fiesta de la
Visitación se fijase en el calendario litúrgico el 2 de julio; que entre los muchos oficios
litúrgicos preparados para su celebración se volviese al rimado de Jenstein, y que la nueva
fiesta tuviese vigilia y octava como la del "Corpus Domini", a la cual se equiparaba en
cuanto a las indulgencias. No obstante, a pesar de haber celebrado solemnemente la
festividad aquel año en Santa María la Mayor "ut magis autenticaretur", el papa no
consiguió publicar la bula oficial de promulgación de la fiesta de la Visitación, ya sea porque
estaba demasiado ocupado en la preparación del año santo, ya porque algunos teólogos
curiales eran contrarios al oficio litúrgico del arzobispo de Praga y estaban preparando otro.
Fue sorprendido por la muerte el 15 de octubre de 1389.

En marzo de 1390, entre los numerosos peregrinos llegados a Roma para el jubileo se
encontraba también el obispo Juan Jenstein, el cual pasó en la ciudad eterna algunas
semanas para solicitar del nuevo papa Bonifacio IX la publicación de la bula de introducción
de la fiesta de la Visitación de María. Después de haber encargado a cuatro cardenales que
examinaran la cuestión, finalmente el año 1390 Bonifacio IX promulgó la bula Superni
benignitas Conditoris, con la cual extendía a toda la iglesia occidental la nueva festividad
mariana; el documento lleva la fecha oficial del día de la coronación del mismo Bonifacio IX,
es decir, el 9 de noviembre de 1389. Adquiría así vigor de ley todo lo que ya Urbano Vl
había establecido, a saber: que la fiesta de la Visitación se celebrara el 2 de julio con rito
doble y que tuviese vigilia y octava. En cambio, en el texto de la bula papal no se hacía
mención de qué oficio litúrgico se había de usar. Esa incertidumbre dará pie para que
pululen diversos textos de la celebración, si bien los más difundidos entre todos fueron las
horas canónicas compuestas rítmicamente, según el gusto de la época, por el cardenal de
curia Adán Easton.

2. DIFUSIÓN DE LA FIESTA.
Publicada la bula papal, no hemos de pensar que todos en seguida introdujeron en su
calendario la celebración mariana de la Visitación. Sólo lenta y progresivamente se fue
imponiendo. En particular, como era natural, fue acogida sólo por aquellos fieles que se
sentían en comunión con el pontífice de Roma, mientras que los defensores de Clemente
Vll la ignoraron o incluso la rechazaron. Por eso, después del cisma, el concilio de Basilea,
en la sesión del I de julio de 1441, hubo de confirmar la bula de Bonifacio IX ordenando que
Tomás de Corcellis compusiese un oficio nuevo, que alcanzó una cierta difusión. Sólo
entonces puede decirse que la celebración del 2 de julio se convirtió jurídicamente en una
realidad para toda la iglesia occidental.

En el concilio ecuménico de Florencia (1438-1445), bajo la presidencia de Eugenio IV,
aceptaron la fiesta los patriarcas sirio, maronita y copto, que todavía la celebran en la fecha
romana. Nicolás V, con la bula Romanorum gesta Pontificum (26 de marzo de 1451), publicó
de nuevo por entero la bula de Bonifacio IX con la intención de inducir a todas las iglesias
particulares a aceptar unánimemente la fiesta. Sixto IV, en 1475, hizo introducir en los libros
litúrgicos franciscanos un nuevo oficio propio, dedicando su iglesia de Santa María de la
Paz al misterio de la Visitación.

Pío V, en la reforma general postridentina de los libros litúrgicos romanos, abolió los
diversos oficios y misas en uso para dicha fiesta, y adoptó los oficios de la Natividad de
María con unas pocas modificaciones necesarias para su adaptación. Clemente VIII, en su
revisión de los libros litúrgicos de 1602, después de elevar la fiesta de la Visitación al nuevo
rito por él introducido de doble mayor, hizo componer de nuevo el oficio por el mínimo p.
Ruiz, añadiendo las antífonas y responsorios propios y excluyendo e introduciendo lecturas;
la misa quedó como la de la Natividad de María, con la única diferencia —además del
evangelio de Lucas— de la epístola (Cant 2,814), elegido sin lugar a dudas por el versículo
inicial: "Ecce iste veniet saliens in montibus, transiliens colles...", que corresponde al
"Exurgens Maria abiit in montana cum festinatione..." del relato de Lucas. Tales formularios
para el oficio y la misa de la Visitación persistieron hasta la reforma del Vat II. En cambio por lo que se refiere al grado de celebración, hay que recordar también que Pío IX, después del período de la república romana, que cesó justamente el 2 de julio de 1849, elevó la fiesta al rito doble de II clase (31 de mayo de 1850), rango que conservó hasta 1969.

3. FECHA DE LA FIESTA.
Mas ¿por qué la iglesia latina fijó la fiesta de la Visitación de la Virgen el 2 de julio? ¿No
habría sido mejor colocarla más cerca de la fiesta de la Anunciación, de la cual fue una
consecuencia inmediata el acontecimiento celebrado?

Campana explica así la elección de la fecha: "La iglesia quiere en este día honrar no
solamente el viaje de María a casa de Isabel, sino también su permanencia con ella.
Permanencia de casi tres meses, dice el evangelio. Seria irracional suponer que no
permaneció al lado de su anciana parienta cuando nació el precursor y que no permaneció
hasta que fue circuncidado y se le impuso el nombre. Esto ocurrió, suponiendo que el
Bautista naciera el 24 de junio, justamente el 2 de julio. María no partiría aquel día; pero
indudablemente comenzó entonces a hacer los preparativos para un pronto retorno a
Nazaret. Aquél, pues, era el día que señalaba el período de la partida. Y no pudiéndose
conocer otro más exacto, se eligió éste. La iglesia quiso así festejar no el principio, sino el
término de la estancia de María en casa de Zacarías. [...] De esta manera se evitaba
también acumular las fiestas en un tiempo en el que con frecuencia cae la semana santa o
también pascua, que no dejan puesto para tributar honras litúrgicas a los santos" (p. 240).
Así pues, la fecha elegido para la fiesta de la Visitación se explicaría por la proximidad a la
fiesta del nacimiento de san Juan Bautista, cuya octava marcaría. Sin embargo, es preciso
decir que ningún documento apoya esta suposición.

Por lo demás, parece igualmente carente de fundamento la opinión de la cual se quiere
hacer depender la elección de la fecha oriental, como p. ej., Low: "En la misma fecha
romana del 2 de julio celebra la iglesia griega una fiesta mariana. [...] En tiempo de las
cruzadas los occidentales encontraron en oriente esta fiesta mariana y trajeron la noticia a
occidente" (col. 1500). Tampoco esta suposición encuentra documentación alguna que la
apoye.

En realidad, el obispo Juan Jenstein, en su carta a Urbano Vl, en la cual suplicaba al
papa que extendiera la fiesta de la Visitación a toda la iglesia, indicaba como fecha de la
celebración la escogida por él, a saber: el 28 de abril. Incluso motivaba su conveniencia así:
la fiesta se refiere a lo ocurrido después de la anunciación; pues bien, no teniendo la fiesta
de la Anunciación una octava propia, conviene que la fiesta de la Visitación haga las veces
de ella pero no en seguida, para no caer en el tiempo cuaresmal, sino durante el tiempo
pascual, cuando se puede celebrar de modo festivo. Es sabido que en las discusiones
mantenidas en Roma, los pareceres eran muy divergentes, y parece que prevaleció la
opinión según la cual, si se tiene en cuenta que el evangelio dice expresamente que María
permaneció en casa de Isabel tres meses, también la fiesta de la Visitación puede colocarse
en el espacio de tres meses a partir de la fiesta de la Anunciación. Por qué luego se salió
de ese espacio de tres meses (25 de marzo-25 de junio) y se eligió una fecha (2 de julio) sin
referencia alguna a la fiesta de la Anunciación, es imposible saberlo en el estado actual de
los estudios. Dice acertadamente Polc en su investigación básica sobre esta fiesta: "Cur
haec dies pro festo celebrando eligatur, non constat: silent acta, silent et alia documenta!"
(p. 123).

La reforma actual del Calendariam Romanum (decretada por Pablo Vl el 14 de febrero de
1969), además de atribuir a la celebración de la Visitación el grado litúrgico de "festum", ha
creído oportuno abandonar la fecha tradicional del 2 de julio, trasladando la fiesta al 31 de
mayo; de este modo la festividad de la Visitación de María viene a situarse entre las
solemnidades de la Anunciación del Señor (25 de marzo) y de la Natividad de san Juan
Bautista (24 de junio), y —dicen los redactores del nuevo calendario— así "se adapta mejor
a la narración evangélica". Nosotros —con palabras de la MC— podríamos añadir que este
cambio "ha permitido incluir de manera mas orgánica y con más estrecha cohesión la
memoria de la Madre dentro del ciclo de los misterios del Hijo" (n. 2) sin oscurecer los que
se denominan los "tiempos fuertes" del año litúrgico; e, incluso, haciéndola caer en el
tiempo pascual, en el que florece con un gozo muy especial el canto de aquellos por los
cuales el Señor ha hecho maravillas.

II. Interpretación litúrgico-pastoral de la fiesta
Evidentemente, el tema de la celebración de la fiesta de la Visitación de María lo da el
relato del evangelista Lucas (1,39-56); en torno a este núcleo evangélico se desarrollan las
restantes partes de la liturgia del día.

Se podría valorar ese relato como un idilio familiar o a modo de una instantánea de la
vida cotidiana de María; pero con ello no se captaría su valor profundo, puesto que la
Escritura inserta este episodio en un amplio marco histórico-salvífico bien reconocido por la
exégesis moderna: en el encuentro entre María e Isabel -en el cual se engasta el pasaje
profundamente simbólico entre Jesús y Juan- se da la tensión y el paso entre los dos
tiempos salvíficos, concretados en el encuentro vivo de dos representantes de cada una de
las épocas respectivas ("La ley y los profetas llegan hasta Juan; desde entonces se
evangeliza el reino de Dios...": Lc 16,16). Pues bien, comprender este importante
"acontecimiento salvífico", en el que la Virgen ejerce un papel excepcional junto al Hijo, es
realmente entrar de lleno en el corazón de la fiesta. En esto nos sirven de guía válida los
textos litúrgicos del nuevo misal romano.

1. FONDO BÍBLICO.
Una primera ayuda para seguir el ritmo del misterio celebrado nos la ofrece la doble
primera lectura prevista en el propio del día. En efecto, es sabido que el relato lucano de la
visita de María a Isabel explota con suma finura la tipología del arca de la alianza. Pues
bien, al dar la posibilidad de elegir para la primera lectura entre /So/03/14-18a y Rom
12,9-16b, el nuevo Ordo Lectionum da a entender que no pretende ligar la escucha y la
reflexión de la comunidad cristiana sobre el papel de María —arca de la alianza—
contemplada sólo en sí misma. De lo contrario, habría indicado como primera lectura la
eulogia de Judit: "Bendita tú... entre todas las mujeres... y bendito el Señor Dios"
(13,18-19), que Lucas pone en labios de Isabel. Más bien parece clara la intención de
evidenciar y celebrar los maravillosos efectos salvíficos que se realizan no sólo en María,
sino también alrededor de ella, y que nos atañen no poco también a nosotros. Por tanto, si
se escoge como primera lectura el pasaje de Sofonías, del evangelio se acentúa el tema de
la exultación y del gozo por la presencia del Señor, que ha visitado a su pueblo en
cumplimiento de su promesa de salvación; si, en cambio, se escoge como primera lectura la
perícopa de Romanos, en el evangelio se pone de relieve el tema de la solicitud plena de
caridad de María para con su parienta Isabel, necesitada de ayuda. Así pues, del episodio
lucano la liturgia de la palabra evidencia (a través de la doble primera lectura) dos
elementos fundamentales: a) por una parte, el gozoso fervor suscitado por el Espíritu en el
que obedece a Dios con perfecta adhesión de fe; b) por otra, el generoso impulso de amor
al servicio solícito del prójimo, provocado por la inhabitación de la presencia divina.

2. FONDO EUCOLÓGICO. Pero también la eucología de la misa del día, del todo nueva,
subraya —y quizá pastoralmente de modo más inmediato— algunas dimensiones del gesto
singular realizado por María con Isabel. Más aún, se puede decir que las tres oraciones del
nuevo formulario tienen el mérito de intentar una relectura en forma existencial del
acontecimiento celebrado.

La colecta, ante todo, pone de relieve que cuanto hizo María es obediencia a la moción
del Espíritu divino: "Dios todopoderoso, tú que inspiraste a la virgen María, cuando llevaba
en su seno a tu Hijo, el deseo de visitar a su prima Isabel, concédenos, te rogamos, que,
dóciles al soplo del Espíritu..." EI bien es fruto de la obediencia a la voluntad del Padre, que
se ha manifestado en los preceptos del Hijo y que nos es recordada por el Espíritu,
inspirador de toda obra buena. Pues bien, la perícopa lucana subraya que María está
siempre disponible a la voz del Espíritu; no se contentó con pronunciar el fiat más decisivo
de la historia de una vez por todas, sino que ahora la vemos prolongarlo en un continuo sí a
la acción interior de aquel Espíritu que la cubrió con su sombra. En esto nos sirve de
modelo; también nosotros —es la petición de la colecta— debemos ser siempre "dóciles al
soplo del Espíritu", el artífice de la realización del plan salvífico de Dios en la historia de los
hombres.

La oración sobre las ofrendas, por su parte, focaliza la acción de la Virgen como un gran
acto de amor hacia el prójimo: "Señor, complácete... como te has complacido en el gesto de
amor de la virgen María al visitar a su prima Isabel". Ella no teme ir a servir, literalmente, y
por eso se molesta "poniéndose en viaje", "hacia la montaña", "apresuradamente"; en una
palabra, con una caridad exquisita. Su ejemplo nos debe impulsar a darnos generosamente
a los hermanos, pues no hay dignidad más alta, después de haber venido el maestro "no
para ser servido, sino para servir dando su vida" (Mt 20,28).

La oración después de la comunión, finalmente, pone de relieve la alabanza y acción de
gracias de la Virgen santa: "Que tu iglesia te glorifique, Señor, por todas las maravillas que
has hecho con tus hijos; y así como Juan Bautista exultó de alegría al presentir a Cristo en
el seno de la Virgen, haz que tu iglesia lo perciba siempre vivo en este sacramento..." La
referencia al Magnificat es evidente. Por lo demás, también la colecta se cierra pidiendo
que aprendamos a "cantar con María tus maravillas..." La Virgen sabe elevar su alabanza y
su acción de gracias a Dios haciendo un centón de múltiples pasajes del AT, es decir,
inspirándose en la Escritura, que debía conocer bien. De ella debemos aprender a superar
la oración de meras peticiones, dando rienda suelta a nuestro gozo y a nuestro
reconocimiento al Señor por los beneficios de la salvación, de los cuales la Escritura es el
testimonio más fiel.

En este aspecto, se podría subrayar también la actualización del acontecimiento bíblico
de ayer en la celebración mistérica de hoy, echando un puente entre la palabra y la
eucaristía, según la sugerencia de la oración después de la comunión (aunque, ¿no era
mejor esta alusión en la oración sobre las ofrendas?): "Así como Juan Bautista exultó de
alegría al presentir a Cristo en el seno de la Virgen, haz que tu iglesia lo perciba siempre
vivo en este sacramento". Pero las líneas de reflexión indicadas son suficientes para
prepararse a una celebración de la fiesta en sintonía con los textos de la liturgia.

(·SARTOR-D. _DICC-DE-MARIOLOGIA. Págs. 2040-2046)


9.

Sof 3, 14-17: Que tus manos no desfallezcan
Interleccional: Is 12, 2-6
Lc 1, 39-56: Mi alma engrandece al Señor

El acontecimiento debió pasar totalmente desapercibido para los medios de comunicación
de la época. Nada anormal el que una muchacha visitase a su prima embarazada y la
acompañase en aquellos difíciles momentos. Pero María sabía que bajo aquella capa de
normalidad algo realmente extraordinario estaba sucediendo. O, si se quiere, estaba
empezando a suceder. Algo de Dios había en aquel hecho de encontrarse las dos primas
embarazadas.

María y su prima Isabel, ojos de mujer, supieron ver lo que tantos otros no llegaron ni a
barruntar. Dios estaba viniendo. Dios estaba preparando su tienda para hacerse uno de
nosotros. Eso significaba una verdadera revolución. No como las que hacemos los hombres
en la historia de nuestras naciones, en las que unos tiranos suceden a otros.

Esta es una revolución de las de verdad. De las que ponen todo patas arriba. De las que
rompen los esquemas establecidos. De las que nos obligan a tomar partido. De las que dan
lugar a un futuro nuevo y diferente. Es el tiempo de los pobres, de los que no tienen nada,
de los débiles, de los hambrientos. Para ellos el poder y la misericordia de Dios son
esperanza cierta de vida plena. Todo eso lo entendieron perfectamente María e Isabel al
encontrarse y mirarse a los ojos. Por eso se pusieron a cantar juntas. Y anunciaron lo que
sigue siendo fuente de ánimo y coraje para innumerables cristianos en su vida diaria.

Hoy, con María e Isabel renovamos nuestra esperanza y entonamos el Magnificat: Dios
está de parte de los pobres y está viniendo para hacer justicia.

SERVICIO BIBLICO _LATINOAMERICANO


10.

El evangelio de la Visitación es, en primer lugar, una reflexión sobre la Iglesia. La Iglesia, indudablemente, no está aún fundada; no lo será sino más tarde. Pero aquí está representada, "simbolizada", en cierto modo, por María. La situación de María, que lleva en su seno al Señor, dice la de la comunidad cristiana que lleva también en sí misma a su Señor. El gesto de María yendo a comunicar la maravillosa noticia que ha recibido, define perfectamente el comportamiento que debe ser propio de la Iglesia: una comunidad ansiosa por comunicar la Buena Noticia de la que ella es la primera beneficiaria.

Frente a María-Iglesia, está el pueblo del Antiguo Testamento, representado por Zacarías e Isabel. María es joven, ágil -se ha dirigido aprisa a la región de su prima, con un ardor juvenil comparable al entusiasmo de que da prueba; en tiempos de Lucas, la joven comunidad cristiana que se apresura hacia los confines del mundo para llevar hasta allí la buena noticia del misterio que porta en sí misma-; Isabel y Zacarías son ancianos, María es quien va a visitarlos; ellos no pueden -y eso es ya maravilloso- más que acogerla; ellos no saben -más maravilloso todavía- sino decir quién es María y quién es el niño que aún oculta.

Zacarías e Isabel formaban un matrimonio estéril; desde hacía mucho, vivían con un deseo que parecía no poder llegar a cumplirse. ¿No es un esclarecimiento de lo sucedido en el Antiguo Testamento? Esa larga y patética historia de una espera apasionadamente mantenida habría de parecer a muchos una expectativa próxima al fracaso. Pero he aquí que el deseo de los padres va a verse cumplido; el niño que tan largamente habían esperado está para llegar. Es ciertamente el signo de que la Antigua Alianza toca a su fin; el que va a renovarla está ya cerca. Pero lo mismo que Isabel se interesa más de momento por el niño que está en María que por el que lleva en sí misma, así la comunidad de la Antigua Alianza ya no debe interesarse sino por el que va a venir que sobrepuja cuanto ella hubiera podido imaginar o concebir: ¿no es "el Señor"? No es que el Antiguo Testamento haya perdido todo significado. El hijo de Isabel tiene una misión; será, es ya, aquel de quien el Espíritu hace un profeta encargado de mostrar a Jesucristo ante los hombres. Esa era y esa continúa siendo la misión del antiguo tiempo bíblico y de su esfuerzo religioso: llevar a los hombres a Jesucristo.

Ante una intervención de Dios tan maravillosa como inesperada, el Antiguo Testamento enmudece. Enmudece... a la manera de Zacarías, testigo de un acontecimiento que supera sus facultades de acogida, de confianza, de fe, y a quien su incapacidad para creer, para entender, ha dejado mudo.

Pero si el antiguo Israel debe permanecer silencioso ante las maravillas que le desconciertan y que no se atreve a creer, debe también dar cumplimiento a su misión de hablar. En nuestro relato de la Visitación, el Antiguo Testamento habla; habla con las palabras de Isabel y a través de los saltos de alegría significativos de Juan, reanudación de aquella febril agitación de los profetas antiguos. Lo que madre e hijo dicen a todo Israel es la presencia de Aquel que era el objeto de su más lejana esperanza, "su Señor".

Junto a esta mujer que grita una formula de alegría, junto al niño que profetiza silenciosamente, junto a Zacarías encerrado o en su mutismo, María tiene otra actitud. Ella canta ampliamente las maravillas de Dios. Lo que Israel percibía débilmente, la Iglesia lo conoce con mayor amplitud; por eso puede componer el salmo que canta como es debido "las maravillas" que Dios ha hecho.

LOUIS MONLOUBOU
LEER Y PREDICAR EL EVANGELIO DE LUCAS
EDIT. SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág 68


11. MEDITACIÓN SOBRE LA VISITACIÓN

PRIMER MISTERIO

Hemos colocado nuestra peregrinación "bajo el signo de la Alianza" y nos encontramos en la contemplación de este misterio de la Alianza en un momento decisivo. Del mismo modo que el arca de la Alianza va desde Beth-Shemesh (en Galilea) hasta Jerusalén, así la Virgen María -la que porta y acoge a Dios en su seno, para manifestar su presencia y su gloria al mundo- la nueva arca de la Alianza, se pone en camino de Galilea hasta Jerusalén en donde se sellará de un modo definitivo y superabundante por la Sangre del Cordero la alianza de Dios con los hombres. Este camino realizado por la nueva arca de la Alianza es el que vamos a contemplar y más especialmente de las disposiciones que rebosan en el corazón de María.

M/SERVICIO SERVICIO/M En primer lugar la disponibilidad de su corazón. Han bastado unas palabras del ángel tras el anuncio de la extraordinaria noticia: "Mira también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y éste es ya el sexto mes de aquella a quien llamaban estéril, porque nada hay imposible para Dios" (Lc 1, 36-37). La indicación de la situación de Isabel basta para provocar el movimiento de la Virgen María. En vez de encerrarse exclusivamente en sí misma, en el caso único que representa, en los problemas que se van a suscitar o incluso en el carácter excepcional y milagroso de su relación con Dios, permanece totalmente disponible para las alegrías y las preocupaciones de los demás. Comprende pronto que su prima, de edad ya avanzada, va a necesitar ayuda. María, que sabe leer los signos de los tiempos y que posee un sentido concreto de la llamada de Dios, comprende rápidamente el sentido de la llamada particular que se le dirige: lleva tu ayuda a tu prima.

María, madre siempre disponible, haz que a semejanza tuya, sepamos reconocer en nuestra vida, en los signos concretos, las llamadas de Dios y que respondamos, como tú hiciste, de manera concreta. Tú bien sabes que cuando nos ponemos a rezar, tendemos a quedar tan absortos en nuestros impulsos pseudomísticos que corremos el riesgo de desviarnos de la realidad cotidiana. Ninguna relación de un ser humano con Dios ha llegado tan lejos como la tuya, sin embargo tú permaneces atenta a los hechos menudos que constituyen la vida de los hombres. Ruega a tu Hijo para que me conceda ver esos signos: una parroquia sin sacerdote, un enfermo que necesita ser visitado, un colaborador en apuros, un joven en crisis, y comprender la llamada que Dios puede dirigirme a través de una circunstancia particular. Ruega a tu Hijo para que me otorgue el discernimiento necesario a fin de que sepa distinguir entre lo que es realmente llamada y lo que sería una abnegación intempestiva por mi parte. Porque lo importante no es ser abnegado sino responder a la llamada. La abnegación que sólo es una búsqueda de la valoración de uno mismo hace cometer muchos errores, envenena nuestras relaciones con los demás, falsea lo que realizamos. Basta con que miremos en torno de nosotros: ¡Cuántas personas abnegadas e insoportables en nuestras parroquias, cuántos lugares ocupados en detrimento del amor verdadero!

Que al mirarte, María, sabiéndome llamado y queriendo responder de manera concreta, comprometiendo algo de mi vida y de mi tiempo, vaya yo contigo hacia la tarea que Dios me confía tratando de poner allí mi fidelidad.

Dios te salve, María...

SEGUNDO MISTERIO

María se pone pues en camino y quiero imaginar que va en compañía de José. Las mujeres de Oriente no hacían nunca solas desplazamientos de importancia: eran unos cuatro días de marcha. Veo, pues, a María y a José, poniendo la albarda sobre su pequeño asno, reuniéndose de etapa en etapa con grupos de viajeros, porque los caminos son poco seguros. Consideremos este camino que harán juntos como el icono del camino que tenemos que hacer para reunirnos con los demás. Porque es cierto que existe una distancia entre nuestros hermanos y nosotros. Desde los más alejados por la raza, el ambiente, las ideas o la fe, hasta los más próximos. Distancia que crean la timidez, el respeto humano, el orgullo, la negativa a dar el primer paso, la dificultad de comunicarse. O muro de silencios acumulados, de desconfianzas irrazonadas, de golpes bajos de unos contra otros. Estamos llamados a franquear esta distancia...

Para franquearla, María, caminas pobremente. Tu medio de transporte es pobre; tu equipaje es pobre; tu competencia es pobre. Porque bien está eso de ir a ayudar a una prima pero tú no tienes experiencia alguna en la que puedas apoyarte. Vas con lo poco que eres y tienes. Cuántas ocasiones he perdido porque quería franquear la distancia que me separa de mi hermano, pero con la condición de aportarle algo, de hacer algo sonado. Tú aceptas lo poco que eres capaz de dar; te acercas a tu prima con tus pobres medios. El símbolo de la pobreza de este acto es el pequeño asno que te acompaña. Que todos los asnos de Tierra Santa nos recuerden esta esencial disposición interior de pobreza que debe caracterizar nuestro camino hacia los demás: al contemplarte, María, comprendo que debo ir hacia los otros con los pequeños medios de que dispongo. "Nuestra Señora de los pequeños medios, ruega por nosotros".

Dios te salve, María...

TERCER MISTERIO.

María camina no sólo en pobreza sino también en humildad. No es que sufra humillaciones o que trate de infligirse humillaciones. Nadie se burla de su acento galileo ni de su escaso equipaje; pasa desapercibida y eso le parece muy natural. Nadie la presta atención especial en el curso de estas marchas colectivas a ella, que lleva el Mesías esperado del pueblo judío, y que lo sabe, al menos por la naturaleza milagrosa de la concepción virginal, aunque esté lejos de haber comprendido lo que su corazón acoge ya en plenitud.

Mientras, nosotros observamos sin cesar el efecto que causamos. Si tengo un puesto importante, ¿tienen los demás plena conciencia de la importancia de mi misión? Si tengo un puesto modesto, ¿nadie se da cuenta de que valgo para más? Analizo sin cesar y experimento el choque del efecto producido. Tú, María, eres la que soñarían ser todas las mujeres de Israel, eres la Madre del Mesías de una manera simple y gratuita. Eres la Virgen pura y limpia. Consientes en paz al designio de Dios sobre ti y el lugar que ocupas. Que tu oración del Espíritu Santo purifique, María, mi corazón a fin de que me abandone en la paz, confiando en sus manos mis actividades y los trabajos que estoy llamado a desempeñar. Todo está en tus manos y no en las mías. Si me encuentro en tu compañía, María, ¿no me contagiaré sin darme cuenta de tu simplicidad, de tu pureza? ¿Y no es eso el rosario, oración que los hombres de hoy -más aún que las mujeres- preocupados por la eficacia y el rendimiento hasta en la acción apostólica, relegarían de buena gana al almacén de lo accesorio? Ojalá guardemos la fidelidad a esta oración del pobre; estar contigo, en presencia de Dios, sin grandes ideas, sin estremecimientos pseudomísticos, sin otras palabras que las tan perfecta- mente conocidas de la salutación evangélica.

Dios te salve, María...

CUARTO MISTERIO.

María camina silenciosamente. Esto no quiere decir que esté encerrada en sí misma. Hay silencios que están replegados sobre sí y son una negativa a exponerse a los hermanos o simple actitud exterior. No, María no es la promotora de una regla de vida tediosa. Es una mujer radiante, simpática, alegre. Es una mujer enamorada. ¿Quién se atrevería a dudar de su amor a José? Su amor no es un simulacro, aunque generaciones de cristianos hayan querido hacer de San José un hombre sin virilidad, un anciano compasivo. ¡Como si con eso los engrandecieran y agrandaran la decisión de virginidad que los dos tomaron! Esta pareja enamorada se comunica con facilidad y los dos se comunican fácilmente con los demás. Constituyen la alegría de su pequeña caravana pues, al obstáculo que la naturaleza humana aporta desde Adán y Eva para la comunicación fraternal no añaden ese otro que es el pecado personal.

Sin embargo María y José se muestran silenciosos. Tú tienes, María, una larga costumbre de escuchar a Dios; llevas en tu seno el Verbo de Dios y le escuchas en tu corazón; es él quien te dice que vayas a tu prima y hacia los demás. Esa será siempre tu actitud primera: "Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón" (Lc 2, 51). Tú nos invitas a hacer lo mismo, porque tenemos la tentación de pensar que el silencio es bueno para los monjes. Sin embargo advertimos muy bien que en nuestro caminar hacia los demás en la vida social, en la vida familiar o apostólica, se oye el ruido de nuestra vanidad, nuestros rencores y nuestra voluntad de poder. Tenemos problemas o nos los creamos.

Ojalá podamos imitándote, adquirir el silencio del corazón y comprendamos lo que antes no comprendíamos... "Sí, es cierto, me equivoqué, juzgué con harta precipitación, no comprendí que tenía que hacer esto o aquello. Pero ahora, en el silencio, encuentro el verdadero camino de la comunicación con los demás". Comunícame, María, tu pasión por tener un corazón silencioso para poder amar mejor a mis hermanos.

Dios te salve, María...

QUINTO MISTERIO.

Estamos en Ain Karem donde residían Isabel y Zacarías cuando no estaba al servicio del templo. Isabel (y Juan el Precursor en su seno) y María (y Jesús en su seno) constituyen la primera iglesia y hacen posible la efusión del Espíritu Santo en esta Iglesia naciente. No se veían a menudo pero se querían. Esta escena ha inspirado a muchos escultores de nuestras catedrales: María en los brazos de Isabel, Isabel en los brazos de María. Dos mujeres habitadas por el Espíritu Santo comparten la obra de Dios en un impulso de ternura de donde brota un fuego: Isabel, que practica la virtud del asombro, ejerce el don de la profecía -¿Cómo sabe que María es la madre de su Salvador?- y María que recoge en el Magnificat la riqueza del Antiguo Testamento para proclamar el amor de Dios y revelar su designio sobre los pobres y la liberación de los hombres. Finalmente, Juan el Bautista, que baila en el seno de su madre ante la nueva arca de la Alianza, como bailó David ante el arca de la alianza al entrar en Jerusalén.

¿Cuál es el punto de origen de esta manifestación del Espíritu Santo, de este esplendor divino que estalla? Un acto de amor verdadero, un gesto fraternal verdadero. Verdadero por pobre, humilde, por hecho en el silencio ¡Qué más simple que una ayuda a las madres! Podría creerse que no existe medida entre este acto simple y la gloria de Dios manifestada al mundo. Y sin embargo... Nos sucede lo mismo cada vez que somos capaces de franquear la distancia que nos separa de nuestros hermanos en la pobreza, la humildad y el silencio. Dios se manifiesta cada vez que hacemos un acto de amor verdadero al servicio de nuestros hermanos. Sin duda porque no somos ni María ni Isabel, no se produce la misma manifestación resplandeciente que la Visitación. Al observar a María y a Isabel, sabemos en la fe que Dios se comunica en este acto fraternal, en este camino realizado, en esta distancia franqueada. Dios se comunica con los hombres cada vez que los hombres hacen un verdadero gesto fraternal y por consiguiente, pobre, humilde y silencioso.

Esto es lo que nos confirma San ·Ambrosio-SAN en su Tratado sobre el Evangelio de San Lucas: "Feliz, le dice, tú que has creído" (Lc 1, 45). Felices vosotros también que habéis oído y creído; pues toda alma que posee la fe, concibe y da a luz la palabra de Dios y reconoce su obra. ¡Que resida en cada uno el alma de María para glorificar al Señor, en cada uno el espíritu de María para estremecerse en Dios! Aunque Cristo no tiene más que una madre según la carne, es el fruto de todos según la fe... El Señor es exaltado no porque la voz humana le añada algo, sino porque es exaltado en nosotros... Por eso, si alguien actúa con piedad y justicia, engrandece esta imagen de Dios, a cuya semejanza fue creado y al exaltarla se eleva hasta una especie de participación en su grandeza".

Que resida en cada uno de nosotros el alma de María. Que por la oración de María se nos otorgue esa pobreza, esa humildad, ese corazón silencioso a fin de que se manifieste en nosotros y en torno de nosotros la gloria de Dios.

ALAIN GRZYBOWSKI
BAJO EL SIGNO DE LA ALIANZA
NARCEA/MADRID 1988.Pág. 64ss


12. DOMINICOS 2004

La visitación de Nuestra Señora


Todos conocemos a los personajes que entran hoy en la escena litúrgica:

María, la doncella elegida para ser madre de Dios. Ella, enterada de la situación de su prima Isabel, se comporta como joven familiar y amiga, y acude a cuidarla y servirla como a próxima madre; El Hijo que María llevaba en su seno, misterio escondido a los ojos de todos; José, el esposo del que no se habla, al que echamos en falta, se quedó en casa mientras la Virgen iba a la montaña; Isabel, la prima de María, mayorcita ya, que estaba encinta con embarazo de seis meses; Zacarías, sacerdote y esposo de Isabel, ya anciano y un poco incrédulo ante los milagros; El hijo de Isabel y Zacarías, todavía en el seno de su madre, que se llamará Juan. Y sobre todos ellos, Dios padre misericordioso.

La fiesta consiste en celebrar que María se comporta como mujer, como familiar, como amiga y servidora, al estilo de otras muchas mujeres israelitas, y que se ve sorprendida por la acción del Espíritu que mueve los hilos de la historia de salvación.


La luz de Dios y su mensaje en la Biblia
Carta de san Pablo a los romanos 12, 9-16:
“Hermanos: que vuestra caridad no sea una farsa... Como buenos hermanos, sed cariñosos unos con otros, estimando a los demás más que a uno mismo.

En la actividad no seáis descuidados; en el espíritu, manteneos ardientes. Servid constantemente al Señor.

Que la esperanza os tenga alegres: estad firmes en la tribulación; sed asiduos en la oración..; practicad la hospitalidad; bendecid a los que os persiguen; bendecid, sí, no maldigáis. Con los que ríen, estad alegres; con los que lloran, llorad...”

Evangelio según san Lucas 1, 39-56:
“María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.

En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura que llevaba en su vientre, se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: ¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?... ¡Dichosa tú que has creído…!

Y María dijo: Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador, porque ha mirado la humildad de su sierva... María se quedó con Isabel unos tres meses y después volvió a su casa”


Reflexión para este día
¿Por qué va María a Ain Karim, a la montaña? Un pietista diría tal vez que va “por la urgencia que tiene en comunicar el misterio que lleva en su seno”. Y una persona más realista, conocedora del trato familiar entre mujeres, diría que va “porque Isabel le ha avisado que la necesita”: el embarazo está avanzado, a la próxima madre le van mal las tareas de la casa y como tiene confianza en María, quiere que le asista en el parto...

¿Cómo trata María a Isabel? Con la delicadeza, ternura, amabilidad propia de quien se siente solidaria con una prima mayor que ella y que pasa por un trance difícil, como es la maternidad a edad avanzada. El texto del evangelio nos da dos datos o referencias: embarazo de seis meses, y estancia de María durante tres más, es decir, hasta el nacimiento de Juan. María realiza una obra de caridad ejemplar.

¿De qué hablarían Isabel y María, una mayor, y otra todavía joven? Hablarían de lo que llevaban en su seno, de su maternidad, de las incidencias ocurridas, de las oraciones hechas implorando bendición de Dios, de las esperanzas propias y del pueblo elegido... Y en el intercambio de experiencias de amor, oración, esperanzas, gracias recibidas del Altísimo, surgirían los cantos con que hoy hablamos muchos a nuestro Dios, en espíritu de gratitud.

Dichosa tú, María. Dichosa tú, Isabel. Dichosos nosotros, los creyentes, porque con todos está el Espíritu del Padre que nos convoca a vivir en solicitud, amor, entrega, servicio...


13. CLARETIANOS 2004

Queridos amigos:

Uno de los más antiguos nombres del santoral cristiano es el de Ignacio, obispo de Antioquía y martirizado en Roma hacia el año 110. De él se conservan siete cartas, en las que se firma siempre “Ignacio el Teóforo”, es decir, el portador de Dios. Era su gran título, su gran motivo de gozo. Pues bien, esa misma firma, con un derecho muy particular, podría haberla utilizado María. La conmemoración de la visita que -ya encinta- hace a su pariente Isabel nos la presenta como el arca de la alianza, en la que Dios se pasea regalando alegría al mundo.

No sabemos si Sofonías, cuando habla de la Hija de Sión, piensa en el pueblo elegido o en una persona individual que lo simboliza; quizá se le superponen ambas imágenes. Lo importante para él es la expresión “en medio de ti” (dos veces en nuestra breve primera lectura de hoy); Yahvé en medio de su pueblo, no oculto en la estratosfera. Y, cuando Yahvé se acerca a los suyos, ahuyenta el temor y el desfallecimiento, y en su lugar coloca la fiesta, el júbilo, el regocijo.

Lucas contempla a María desde los antiguos símbolos judíos: la Hija de Sión, el arca de la Alianza, el santuario cerrado al cual ni Moisés tiene acceso,... todo lo que significa presencia o cercanía del Dios entrañable. María, como el Arca de la Alianza, sube a la montaña de Judá llevando consigo al Dios del gozo. Isabel prorrumpe en una expresión de alabanza, su hijo aún no nacido “baila” en el seno materno, como bailaba David ante el Arca del Señor. Como más tarde Ignacio de Antioquía, María se siente dichosa de ser “Teófora”, de pasar por el mundo haciendo presente al Dios salvador; se felicita por el papel que Dios le ha asignado, y se considera digna -por la obra de Dios, no de sí misma- de que todas las generaciones la feliciten.

Pero ese Dios del gozo, tan del gusto de Lucas, es al mismo tiempo el Dios del poder, de las manos a la obra, hasta el punto de revertir la historia. La pequeña María ha sido engrandecida por el Señor, y los humildes miembros de la iglesia lucana pasan por una experiencia análoga: él enaltece a los humildes y hunde a los autosuficientes. No podemos decir mucho acerca de la perspectiva sociopolítica de Lucas; corremos el riesgo de retroproyectar sobre él nuestras inquietudes y esperanzas de hombres del siglo XXI; pero no cabe duda de que el texto del “Magníficat” es inquietante. Unos militares argentinos, en la última dictadura de aquel país, oyeron cantarlo al final de una misa y se presentaron inmediatamente en la sacristía exigiendo al sacerdote que les revelase quién era el autor del texto. Dios quiere que se abajen nuestros orgullos personales, pero seguramente también tiene proyectado un mundo en el que no haya poderosos que exploten a los indefensos. La alegría de la presencia de Dios en medio de su pueblo está condicionada a que el proyecto de Dios se vaya convirtiendo en realidad palpable; y cada creyente, cada “teóforo”, tendrá que trabajar, lleno de gozo en esa dirección.

Severiano Blanco cmf
(severianoblanco@yahoo.es)


14. Comentarios Servicio Bíblico Latinoamericano

Sof 3,14-18: ¡Alégrate hija de Sión!

Cant 2,8.10-14: !La voz de mi amado!

Lc 1,39-56: ¿De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?

La fiesta litúrgica de la Visitación evoca la visita de María a Isabel. El encuentro de las dos madres no sólo celebra la dignidad y el gozo de la maternidad de dos mujeres bendecidas particularmente por Dios, sino que sirve de telón de fondo para el encuentro de los dos niños que lleva cada una en su seno. El hijo de María, verdadero “Hijo del Altísimo” concebido gracias a la potencia del Espíritu (Lc 1,32.35), es la fuente del gozo que experimenta Isabel al oír el saludo de María y la causa por la cual el otro niño, Juan, salta de alegría en el vientre de su madre. El hijo de Isabel, Juan el Bautista, recibe el Espíritu desde el seno de su madre según le fue anunciado a Zacarías (Lc 1,15) e inaugura su misión indicando al Mesías a través de las palabras que su madre le dirige a María: ¿De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? (Lc 1,43).

La reacción de Isabel (Lc 1,42-43) evoca el estupor de la comunidad creyente delante del misterio de María, madre del Mesías. Las palabras de Isabel nos hacen pensar en María como verdadera arca de Dios en medio de su pueblo. En 2 Sam 6,9 leemos que David, mientras avanzaba el arca del Señor hacia Jerusalén, exclamó: “¿Cómo podrá venir a mí el arca del Señor?”. Es la misma frase de Isabel, sólo que la expresión “arca del Señor” ha sido sustituida por “madre del Señor”: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!. Pero, ¿cómo es posible que venga a visitarme la madre de mi Señor?” (Lc 1,42-43).

Isabel llama a María “la madre de mi Señor”, pues ha descubierto que María pertenece a la nueva realidad del reino. María, en efecto, ha creído, y por medio de la fe, lleva la misma vida divina en sus entrañas. Por eso Isabel añade: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito en fruto de tu vientre! En la Biblia la bendición de Dios es sinónimo vida, de fecundidad, de paz y de salvación. Por eso Jesús es la bendición plena y definitiva que Dios ha donado a los seres humanos. Jesús, a quien María lleva en su seno, es el Bendito. Por eso ella, su madre, también es bendita, porque es portadora de la vida definitiva para el mundo. Ella es bendita entre las mujeres, es decir, entre las que generan y donan la vida en la historia.

Al final Isabel proclama la gran bienaventuranza de María: “¡Bienaventurada tú que has creído (en griego: hē pisteúsasa,”la creyente)!” (Lc 1,45). Ella es la primera de los bienaventurados (cf Lc 6,20-21), la primera de los pobres de este mundo que, en medio de su misma pobreza y de su llanto, han recibido la gracia de Dios y han respondido con fe y con espíritu abierto a los planes de Dios. María es de Dios. Por eso es grande y dichosa: ha recibido el don de Dios, ha creído, y apoyada en esa fe puede presentarse como portadora de Dios entre los seres humanos.

María es mujer de nuestra historia, abierta a Dios y a los seres humanos. Ha vivido siempre en actitud de gratuidad y de donación. Por eso su cántico de alabanza, el Magníficat, es la oración de los pobres del Señor, una alabanza agradecida por la presencia de Dios que salva a su pueblo. En el cántico de María se celebra el acto de misericordia supremo y definitivo realizado por Dios en favor de los seres humanos a través del nacimiento, la muerte y la resurrección–exaltación del Mesías Señor.

María recibe con humildad las palabras de saludo y de bendición de parte de Isabel. No niega el misterio, no rechaza la fuerza y la alegría de la gracia. No oculta lo que Dios ha ido realizando en su vida. María ora: se abre a Dios, se deja sorprender por el gozo y la presencia de la gracia divina. Y responde devolviendo a Dios la gloria y la alabanza que Isabel le ha ofrecido: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador, porque ha mirado la humildad de su sierva” (Lc 1,47-48). Toda la existencia de María es un canto de alabanza a Dios que ha obrado grandemente en su vida: “Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones. Porque el Poderoso ha hecho en mí obras grandes, su nombre es santo y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación” (Lc 1,48-50). La Virgen se reconoce amada de Dios que es su Señor, y canta agradecida.

Pero luego da un paso más en su alabanza. Como auténtica orante, se descubre también vinculada a los hombres y mujeres de la historia. En su oración su vida se expande solidaria y fraterna hacia toda la humanidad: “El Señor despliega el poder de su brazo, dispersa a los soberbios de corazón. Derriba del trono a los poderosos y eleva a los oprimidos; colma de bienes a los hambrientos y despide vacíos a los ricos” (Lc 1,51-53). María proclama no sólo lo que Dios ha hecho en su vida, sino que alza su voz para cantar la acción de Dios en la humanidad.

Se descubre inmersa en la historia de pobreza y sufrimiento de los seres humanos, descubriendo, al mismo tiempo, la fuerza creadora de Dios que transforma, por medio de Jesús, las viejas condiciones de la historia. María alaba al Señor por esa misteriosa forma en que actúa en favor de los pequeños de este mundo (los pobres, los humillados, los últimos, los oprimidos), acabando con la prepotencia y la soberbia de los grandes (los ricos, los poderosos, los saciados).Es el nuevo orden de cosas que surge con la venida de su Hijo, el Mesías Jesús.

La palabra más profunda y gozosa del misterio de Dios, la oración más íntima, se convierte en María en proclamación gozosa de la gran transformación social y política de la humanidad que supone la llegada del reino. El Magníficat denuncia la mentira y la ilusión de los que se creen señores de la historia y árbitros de su destino, y alienta la esperanza de los que, como María, poseen un corazón lleno de amor, abierto a Dios y a los seres humanos, un corazón libre y liberado.


15.

Reflexión

En este pasaje nos encontramos con una predicación fuerte de Jesús en la que nos invita a darnos cuenta de la ceguera que puede haber en nuestros ojos cuando no nos abrimos a la acción poderosa del Espíritu. Pero más aun, lo aferrados que podemos estar a pesar de haber visto tantas maravillas que Dios nos ha mostrado a lo largo nuestra vida (si somos honestos con nosotros mismos y con Dios podremos reconocer en nuestra vida el paso de Dios en ella y el cúmulo de bendiciones que a lo largo de ella hemos recibido sin siquiera merecerlas). La envidia y el egoísmo son muy malos compañeros del hombre pues lo ciegan y entorpecen su entendimiento haciendo imposible para él, el acceso a la verdad. Y esto no solo referido a la palabra de Dios, sino a tantas situación de nuestra vida diaria. No permitas que la envidia o el egoísmo, dominen tu vida. Ejercítate en la humildad reconociendo siempre a los demás como mejores que tú y permite que la luz del Espíritu ilumine siempre tu actuar y pensar.

Que pases un día lleno del amor de Dios.

Como María, todo por Jesús y para Jesús

Pbro. Ernesto María Caro


16.

Fuente: Catholic.net
Autor: Carlos Alcántara

La persona de María siempre tiene algo de atrayente, algo que resuena en nuestras almas por ser ella el modelo más perfecto de la Creación. Nos encontramos frente a una mujer como ninguna. ¿Por qué? Pues porque su ejemplo de humildad, caridad y prontitud para servir es un fuerte llamado a convertir nuestro corazón, a prepararlo para recibir a ese Niño tan esperado. Él sólo espera encontrarnos listos para darnos todo lo que Él puede dar: la vida eterna.

Contemplemos la escena. María, una joven de unos 15 años, como muchas de su época. Una joven que lleva en su seno la Vida apenas concebida. Camina, peregrina en los montes para llegar a donde está su prima. No se enorgullece al ser nombrada como Madre de Dios. Al contrario, su humildad le hacen abandonar cualquier tipo de comodidad para ir a esos lugares donde se necesite un apoyo, alguien cercano que asista al prójimo sin esperar ninguna clase de recompensa.
El arcángel le ha confesado que quien espera en el Señor nunca será despreciado. Ese fue el caso de Isabel. Y es también la situación de muchas personas que en necesidad o prosperidad, en la alegría o la tristeza saben dirigir su pensamiento a Dios para buscar sólo lo que a él le agrade.

A quien prepare su corazón, como María o Isabel, Dios entre otros tantas gracias espirituales o incluso humanas, no deja de darle el don del Espíritu Santo. Gracias a él podemos estar siempre alegres aun en medio de la adversidad, ser generosos con los demás, caritativos con cualquier persona porque sólo quien tiene a Dios puede darlo a los demás. Cristo viene, ¿estamos listos para recibirlo?


17.

Dos mujeres excepcionales

Fuente:
Autor: Pedro García, Misionero Claretiano



La fiesta de La Visitación está llena de encantos, de un idilio, de una ternura inigualables. Dos mujeres encinta que se encuentran, que se saludan, que se llenan de Dios y de alegría. Las dos primas, María e Isabel, convertidas en mamás las dos milagrosamente, se nos llevan también a nosotros todos los cariños.

Sólo María, después de la Ascensión del Señor en la Iglesia primitiva, pudo ser la fuente de esta información que hoy no sería capaz de presentar el reportero más avispado. Sin grabadoras ni cámaras de televisión, Lucas recogió los datos suministrados anteriormente por María, y en la visitación de María a Isabel nos ofrece una de las escenas más sublimes de toda la Biblia.

- ¡Isabel! ¡Isabel! ¿Cómo estás, cómo te encuentro?...

- Pero, María, ¿cómo vienes hasta aquí?...

María se ha enterado del estado de Isabel por el Angel:

- Tu pariente Isabel, en su ancianidad, ha concebido un hijo, y ya está en su sexto mes la que siempre ha sido estéril, porque para Dios no hay nada imposible.

Más de ciento veinte kilómetros separan Nazaret de Ain Karim. Pero María, audaz, valiente, sin complejos ni miedos ¡qué muchachita ésta, y vaya mujer liberada!, emprende el camino desde Galilea hasta la montaña de Judea.

Isabel, nada más oír el saludo de su jovencita prima y antes de que ésta le comunique nada, se da cuenta de la maternidad de María, por iluminación del Espíritu Santo:

- ¿Pero, cómo es esto? ¿Llevas en tu seno a mi Señor, y vienes hasta mí? ¡Si noto que hasta el niño que se encierra en mis entrañas está dando saltos de gozo con solo oír tu voz!

María recibe la primera bienaventuranza del Evangelio:

- ¡Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá en ti todo lo que te ha dicho el Señor!

¡Hay que ver qué encuentro el de estas dos mujeres madres! La Liturgia de la Iglesia nos lo presenta hoy para que veamos lo que nos espera a nosotros en la próxima Navidad, que ya la tocamos con la mano.

María nos trae al Hijo de Dios, hecho hombre en su seno bendito.

Jesús se encuentra con nosotros para llenarnos de su Espíritu Santo, como a Isabel, como a Juan.

El Espíritu Santo nos llena de su alegría y de sus dones, porque donde entra el Espíritu de Dios no hay más que gozo, paz y vida divina y eterna.

Si nos ponemos a analizar este hecho de la visitación de María a Isabel, no sabemos por dónde empezar ni por donde acabar de tantas cosas como podemos decir, ya que se trata de una escena de riquezas inmensas. Igual nos habla de las dos naturalezas de Jesús, divina y humana, que de la mediación de María. Como nos dice también de la diligencia del apóstol, dispuesto a dar siempre ese Jesús que lleva dentro.

¿Quién es el Jesús que María lleva en su seno? Dios, ciertamente. Isabel lo reconoce: - ¿Cómo viene a visitarme la madre de mi Señor?... Y El Señor, para un judío, era solamente Dios.

¿Quién es el Jesús, hijo de María? Es hombre perfecto. Nacido de mujer, dirá San Pablo. Un Jesús hombre que tomará el pecho de la mamá como cualquier bebé.

Un Jesús que jugará y enredará y será educado como cualquier otro niño. Un Jesús que se desarrollará joven bello y de prendas singulares, como nos dice el Evangelio, e irá creciendo en estatura, en conocimientos y en gracia y atractivos ante los hombres lo mismo que ante Dios. Un Jesús que amará como nosotros; que trabajará y se cansará y padecerá hambre y sed; que gozará y sufrirá como sus hermanos los hombres, y que llegará a morir verdaderamente como cualquiera de nosotros.

¿Por medio de quién viene a nosotros este Jesús? Es la cosa tan evidente, que no necesita comentarios. Dios ha querido servirse de María, que ha dado su consentimiento consciente, libre y amorosamente al plan de Dios.

Y María sigue realizando hoy su misión de darnos a Jesús lo mismo que hizo con Isabel y el Bautista o lo veremos pronto con los Magos.

No va a ninguna parte María sin su Jesús. No se mete María con su amor y devoción en ningún alma sin meter bien dentro de ella al mismo Jesús. Venir a nosotros María o ir nosotros a María y no encontrarse con Jesús resulta un imposible. María, como Madre, es una Medianera natural entre Jesucristo y nosotros. De María aprendemos también una lección importante para nuestra vida cristiana.

¿Podemos quedarnos para nosotros ese Jesús que llevamos dentro? ¿No tenemos obligación de darlo a los demás?...

Por la fe de Abraham empezó la Historia de la Salvación. Por la fe de María –¡Sí, que se cumpla en mí tu palabra!– se realizó definitivamente el plan de salvación trazado y prometido por Dios. María nos enseña a ser creyentes, a aceptar la Palabra, a decir siempre SÍ a Dios.

¡María! ¡Gracias por tu fe! ¡Gracias, porque tu generosidad arrancó del seno de Dios a Nuestro Salvador el Señor Jesucristo! ¡Gracias, porque visitas nuestras almas! ¡Gracias porque nos traes a Jesús, como se lo llevaste a Isabel! ¡Gracias, porque con tu Jesús vives también en nuestros corazones!....


18. 2004

LECTURAS: ROM 12, 9-16; IS 12; LC 1, 39-56

Rom. 12, 9-16. Dios nos ha creado y nos conserva en la existencia por puro amor, amor gratuito y libre. Jesús es para nosotros la manifestación más grande del amor que Dios nos tiene, y de la excelsa vocación que hemos recibido. Corresponde a la Iglesia manifestar y al mismo tiempo realizar el misterio del amor de Dios al hombre. Por eso nuestro amor fraterno debe ser sin fingimiento. Jesús nos ha dado el mandamiento nuevo del amor, indicándonos que nos amemos los unos a los otros, como Él nos ha amado a nosotros. Sólo cuando en verdad ayudemos a los hermanos en sus necesidades y nos esmeremos en la hospitalidad, no sólo recibiendo a los peregrinos en nuestra casa, sino recibiendo a todos en nuestro corazón con un gran amor, podremos decir que la Iglesia es una Iglesia que ama y que se convierte en una verdadera bendición para todos. Quien se comporte de un modo altivo, quien desprecie a su prójimo, quien conculque los derechos fundamentales de los demás, quien acabe con sus esperanzas e ilusiones no puede llamarse hijo de Dios, pues no irá tras las huellas de Cristo, sino tras las huellas del espíritu del mal. Que Dios nos conceda amarnos cordialmente los unos a los otros, como buenos hermanos.

Is. 12, 2-6. Dios, nuestro Dios y Padre, se ha convertido para nosotros en nuestro Salvador, y en nuestro poderoso Protector. Él está siempre junto a nosotros para que ningún mal nos domine ni nos dañe. Teniéndolo a Él nos sentimos amados, protegidos y seguros. Por ese amor tan grande que nos tiene le elevamos un canto de gratitud y de alabanza. Pero no podemos quedarnos sólo en alabar su santísimo Nombre. Si en verdad lo amamos y nos sentimos agradecidos con Él; si hemos conocido el amor salvador de Dios no podemos más que proclamar sus hazañas, sus proezas y su santo Nombre a los demás, para que también ellos se beneficien del amor que el Señor ofrece a todos. Llevando una vida recta; viviendo en paz y alegres entre nosotros, los demás conocerán, no sólo desde nuestras palabras, sino desde nuestro testimonio personal dado con la vida, las obras y las actitudes, que en verdad Dios puede salvar a todos como lo ha hecho con nosotros. Entonces ellos también podrán encontrar en Dios la fuente de la vida y de la salvación, que anhelamos todos los hombres.

Lc. 1, 39-56. Quien tenga a Dios consigo no podrá sino encaminarse, de un modo presuroso, para comunicarlo a los demás. Ante el amor hecho servicio tal vez los demás eleven cantos de alabanzas hacia nosotros y nos llamen dichosos, pues nos habremos convertido en una bendición para ellos. Mas no podemos convertirnos en ídolos de los demás. Nosotros sólo somos siervos inútiles, que no hacen si sólo aquello que debían hacer. Por eso nuestro canto de Victoria y de alabanza será siempre reportado hacia Dios. Él, sólo Él es el que realiza la obra de salvación en nosotros. Nosotros sólo somos sus humildes esclavos, instrumentos a través de los cuales Dios hace grandes cosas en favor de los suyos. Dejémonos conducir por el Espíritu de Dios, de tal forma que la Iglesia de Cristo sea un instrumento eficaz de la misericordia que Dios quiere que llegue a todos. Sólo entonces la Victoria de Cristo será nuestra Victoria, pues vencido el pecado y la muerte, Dios reinará en nuestros corazones, y desde nosotros será ocasión de que se levanten las esperanzas de los decaídos, y de que todos brinquen de gozo porque Dios nos ha visitado y redimido, y se ha convertido en peregrino junto a nosotros, para conducirnos a la Patria eterna.

Dios, en Cristo, ha salido a nuestro encuentro. La iniciativa es de Dios. Él mismo es el que nos reúne en esta celebración Eucarística. Esta Obra de salvación de Dios es una de las grandes cosas que el Todopoderoso ha hecho en nosotros, pues entramos en Comunión de Vida con Él. Su Muerte y su gloriosa Resurrección no son acontecimientos lejanos para nosotros, beneficiándonos de algo que históricamente sucedió hace ya mucho tiempo, sino que se realizan hoy para nosotros en un auténtico Memorial de la Pascua de Cristo, realizada de un modo concreto para nosotros, que en este tiempo peregrinamos hacia la Patria eterna. El Padre Dios quiere que nos revistamos de su propio Hijo, que Él tome carne en nosotros, de tal forma que unidos al Cristo glorioso, peregrinemos por este mundo como un signo visible de Él con toda su fuerza y eficacia salvadora. Por eso la participación en la Eucaristía no es un juego, ni una celebración realizada por costumbre o tradición, sino que es todo un compromiso de amar como nosotros hemos sido amados por Dios, pues Él ha convertido a su Iglesia en el único instrumento de salvación para todos los hombres.

Participando de la Eucaristía y haciendo nuestra la misma vida de Cristo, el Señor, por obra del Espíritu Santo, nos hace ser la Palabra Encarnada, no al margen de Cristo, sino unidos a Él como se unen los miembros a la cabeza. Así en Cristo participamos, ya desde ahora, de su gloria, de su dignidad que le corresponde como a Hijo unigénito del Padre, y de su poder salvador. Toda esta gracia recibida es para que nos encaminemos presurosos a comunicarla a los demás, a ser motivo de paz y de alegría para ellos por vivir con lealtad nuestro servicio nacido del amor fraterno. La Iglesia de Cristo no puede provocar divisiones entre las personas, sino que debe ser instrumento de unidad y de paz para todos. Puestos al servicio de la salvación a favor de los demás debemos buscar sólo la gloria de Dios y no la nuestra, ya que si procedemos conforme a los criterios de este mundo, buscando nuestra gloria y utilizando mal el poder para oprimir o explotar a los demás, o para hacerles más pesada su vida, en lugar de gloria seremos destronados y humillados para siempre.

Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de sabernos amar como hermanos de tal forma que la Iglesia se convierta en un auténtico signo del Señor, de su paz, de su alegría y de su amor en el mundo. Amén.

www.homiliacatolica.com


19. ARCHIMADRID 2004

LA ESCUELA DE NAZARET

“Alégrate y gózate de todo corazón”. Siempre me he imaginado a la Virgen con una alegría serena. En cada una de las tareas del hogar, en la relación con la vecindad de Nazaret, en el cuidado de José, y, especialmente, en el trato con su hijo Jesús, María, que es la llena de gracia (sin necesidad de hacer “milagros”), pondría en cada una de sus acciones o palabras una generosa visión sobrenatural. Todos tenemos la “testaruda” experiencia de que mantener constantemente el ánimo alegre, con una sonrisa, y relativizar lo que es accidental, es verdaderamente difícil. No hace falta que “nos pisen el callo”, simplemente con que nos lleven la contraria en una nimiedad, ya es suficiente para mostrar nuestro enfado y desacuerdo ante quien se comporta con nosotros tal “vilmente”.

Creo que hablar de la “Escuela de Nazaret” es algo muy serio. A veces hemos podido caer en la tentación de pensar que la Trinidad de la tierra (Jesús, María y José), al ser personas “especiales”, Dios les evitaría todo tipo de sacrificios o sudores. Sin embargo, lo que nos llama la atención, una vez más, es la “poderosa” normalidad con que estos seres tan queridos actuarían. Jesús con sus cosas de niño, José empleándose a fondo en su trabajo, y la Virgen en cada una de sus tareas de ama de casa. Seguro que los vecinos del pueblo no advertirían nada extraño en su comportamiento. Incluso podemos imaginarnos a José hablando con sus contemporáneos acerca de cosas tan normales como la cosecha, la situación en Jerusalén, o el tiempo que hará mañana. María intercambiando recetas con otras vecinas, o yendo con otras mujeres, con la ropa sucia de casa, al lavadero del río. Jesús jugando con su primos, y molestándose porque fue el primero en llegar a la meta, después de una carrera, y otro niño diciendo que fue él…

Isabel, prima de la Virgen, sí sabía del gran “secreto” de Dios. Ella llevaba en su seno al Precursor, Juan el Bautista, y sabía lo que se operaba en el interior de María. Es curioso observar cómo, almas gemelas en el Espíritu, pueden intercambiarse sentimientos con sólo cruzarse una mirada. Y así debió ocurrir cuando Isabel oyó el saludo de María. La Virgen sabía que su prima necesitaba ayuda, y acudió sin pensárselo dos veces. Estar atentos a lo que otros puedan necesitar de mí, no es una virtud, es fruto de esa alegría interior que llevo en el interior, y que necesito compartir sin esperar absolutamente nada a cambio… de lo contrario, dejaría de ser amor para convertirse en un objeto de mercancía.

“Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava”. La “Escuela de Nazaret” es donde aprendemos a vivir con alegría lo que somos, sin necesidad de envidiar lo que no tenemos. Vivir la humildad no es algo denigrante ni bochornoso, es saber que Dios, al encarnarse, abrazó nuestra condición sin vergüenza alguna, porque el amor rompe las barreras de lo que a otros puede parecer ridículo. La humildad es hermana de lo sublime, y es entonces cuando Dios actúa “a sus anchas”.

“María se quedó con Isabel unos tres meses y después volvió a su casa”. Es importante saber estar en el momento oportuno y en el lugar conveniente, pero también es necesario entender cuál es nuestro sitio. La Virgen, una vez terminada su tarea de ayudar a Isabel, conoce cuáles son sus obligaciones en Nazaret. ¡Sí!, ya sé que te gustaría estar un poco más de tiempo viendo ese programa de televisión tan interesante, o no dejar esa conversación tan “apostólica” con tu vecino del quinto… pero mañana hay que madrugar, y hay que dar, de nuevo, gloria a Dios, en el cumplimiento de lo más ordinario de nuestras obligaciones, que es la mejor forma de identificarnos con la voluntad divina.

Ahora entiendo por qué la “Escuela de Nazaret” nunca da títulos académicos… sólo dejan inscribirse en ella a los sencillos y humildes de corazón. ¡Felicidades, Madre!


20. Fray Nelson Martes 31 de Mayo de 2005

Temas de las lecturas: El Señor será el rey de Israel dentro de ti * ¿Quién soy yo para que la madre de mi Señor venga a verme?.

1. Feliz la que ha creído
1.1 En este día de la visita de Nuestra Señora a su prima Isabel, escuchemos hoy con particular amor una meditación que nos ofrece el Papa Juan Pablo II en su Encíclica “Redemptoris Mater”, en los números 12 y 19, aunque la numeración aquí propuesta es nuestra.

1.2 Poco después de la narración de la anunciación, el evangelista Lucas nos guía tras los pasos de la Virgen de Nazaret hacia “una ciudad de Judá” (Lc 1, 39). Según los estudiosos esta ciudad debería ser la actual Ain-Karim, situada entre las montañas, no distante de Jerusalén. María llegó allí “con prontitud” para visitar a Isabel su pariente. El motivo de la visita se halla también en el hecho de que, durante la anunciación, Gabriel había nombrado de modo significativo a Isabel, que en edad avanzada había concebido de su marido Zacarías un hijo, por el poder de Dios: “Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible a Dios” (Lc 1, 36-37). El mensajero divino se había referido a cuanto había acontecido en Isabel, para responder a la pregunta de María: “¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?” (Lc 1, 34). Esto sucederá precisamente por el “poder del Altísimo”, com o y más aún que en el caso de Isabel.

1.3 Así pues María, movida por la caridad, se dirige a la casa de su pariente. Cuando entra, Isabel, al responder a su saludo y sintiendo saltar de gozo al niño en su seno, “llena de Espíritu Santo”, a su vez saluda a María en alta voz: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno” (cf. Lc 1, 40-42). Esta exclamación o aclamación de Isabel entraría posteriormente en el Ave María, como una continuación del saludo del ángel, convirtiéndose así en una de las plegarias más frecuentes de la Iglesia. Pero más significativas son todavía las palabras de Isabel en la pregunta que sigue: “¿de donde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?” (Lc 1, 43). Isabel da testimonio de María: reconoce y proclama que ante ella está la Madre del Señor, la Madre del Mesías. De este testimonio participa también el hijo que Isabel lleva en su seno: “saltó de gozo el niño en su seno” (Lc 1, 44). El niño es el futuro Juan el Bautista, que en el Jordán señalará en Jesús al Mesías.

1.4 En el saludo de Isabel cada palabra está llena de sentido y, sin embargo, parece ser de importancia fundamental lo que dice al final: “¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!” (Lc 1, 45). Estas palabras se pueden poner junto al apelativo “llena de gracia” del saludo del ángel. En ambos textos se revela un contenido mariológico esencial, o sea, la verdad sobre María, que ha llegado a estar realmente presente en el misterio de Cristo precisamente porque “ha creído”. La plenitud de gracia, anunciada por el ángel, significa el don de Dios mismo; la fe de María, proclamada por Isabel en la visitación, indica como la Virgen de Nazaret ha respondido a este don.

2. Venciendo la desobediencia de Adán
2.1 ¡Sí, verdaderamente “feliz la que ha creído”! Estas palabras, pronunciadas por Isabel después de la anunciación, [luego] a los pies de la Cruz, parecen resonar con una elocuencia suprema y se hace penetrante la fuerza contenida en ellas. Desde la Cruz, es decir, desde el interior mismo del misterio de la redención, se extiende el radio de acción y se dilata la perspectiva de aquella bendición de fe. Se remonta “hasta el comienzo” y, como participación en el sacrificio de Cristo, nuevo Adán, en cierto sentido, se convierte en el contrapeso de la desobediencia y de la incredulidad contenidas en el pecado de los primeros padres. Así enseñan los Padres de la Iglesia y, de modo especial, San Ireneo, citado por la Constitución Lumen gentium: “El nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María; lo que ató la virgen Eva por la incredulidad, la Virgen María lo desató por la fe”.

2.2 A la luz de esta comparación con Eva los Padres -como recuerda todavía el Concilio- llaman a María “Madre de los vivientes” y afirman a menudo: “la muerte vino por Eva, por María la vida”.

2.3 Con razón, pues, en la expresión “feliz la que ha creído” podemos encontrar como una clave que nos abre a la realidad íntima de María, a la que el ángel ha saludado como “llena de gracia”. Si como a llena de gracia” ha estado presente eternamente en el misterio de Cristo, por la fe se convertía en partícipe en toda la extensión de su itinerario terreno: “avanzó en la peregrinación de la fe” y al mismo tiempo, de modo discreto pero directo y eficaz, hacía presente a los hombres el misterio de Cristo. Y sigue haciéndolo todavía. Y por el misterio de Cristo está presente entre los hombres. Así, mediante el misterio del Hijo, se aclara también el misterio de la Madre.