SAN MATÍAS 05-14

VER SANTORAL

Jn 15, 9-17

1. CLARETIANOS 2003  

En la serie “Yo soy”, (EV de la 4ª semana de Pascua) hoy le tocaría el turno a una de las variantes del “Yo soy la luz”: Yo he venido al mundo como luz, y así el que cree en mí no quedará en tinieblas. Pero, como celebramos la fiesta de San Matías, las lecturas no siguen el itinerario de la “lectio continua” sino que son propias de la fiesta. Con todo, el texto evangélico que se nos propone, podría ser incluido en la serie “Yo soy”. En él aparece Jesús, a diferencia de los maestros de su tiempo, como aquel que toma la iniciativa en la elección de sus discípulos: Soy yo quien os ha elegido. En el texto aparecen varios elementos que pueden iluminarnos:

La liturgia nos propone este mensaje porque en el caso de la vocación apostólica de Matías se pone descaradamente de relieve. Para ocupar el puesto de Judas, echaron suerte, y le tocó a Matías; y quedó asociado al grupo de los once apóstoles. Para la teología de Lucas, era urgente recomponer el número de doce, porque ellos constituyen las doce columnas de la Iglesia, en claro paralelismo con las doce tribus de Israel. ¿Qué exigen al candidato?

Estos dos criterios del principio se reducirán posteriormente a uno solo: ser testigos de la resurrección. Por eso Pablo, que no conoció al Jesús histórico, puede ser llamado “apóstol”. Y, en definitiva, por esa misma razón, por habernos encontrado con el Jesús Viviente, podemos ser llamados apóstoles cada uno de nosotros. En cualquier caso, ni Matías, ni Pablo, ni ninguno de nosotros, es seguidor por propia iniciativa. Nadie se matricula espontáneamente en la escuela del seguimiento. Todos somos invitados.

Gonzalo (gonzalo@claret.org)


2. 2002

COMENTARIO 1

v. 9: Igual que el Padre me demostró su amor, os he de­mostrado yo el mío. Manteneos en ese amor mío.

El Padre de­mostró su amor a Jesús comunicándole la plenitud de su Espíritu (1,32s), que era la comunicación de su gloria o amor fiel (1,14). Jesús demuestra su amor a los discípulos de la misma manera, comunicán­doles el Espíritu que está en él (1,16; 7,39); la unión a Jesús-vid (15,1ss) se expresa ahora en términos de amor. Los discípulos deben vivir en el ámbito de ese amor (cf. 15,4).

v. 10: Si cumplís mis mandamientos, os mantendréis en mi amor, como yo vengo cumpliendo los mandamientos de mi Pa­dre y me mantengo en su amor.

Jesús pone en paralelo la relación de los discípulos con él y la suya con el Padre (10,15); la fidelidad del amor se expresa en ambos casos por la respuesta a las necesidades de los hombres (cumplir los mandamientos del Padre/de Jesús). La praxis asegura la unión con él. No existe amor a Jesús sin compromiso con los demás. Los mandamientos o encargos del Padre a Jesús se identifican con su misión de salvar a la humanidad. El criterio objetivo de la relación con él y con el Padre es el amor de obra (cf. 1 Jn 3,14); éste demuestra la autenticidad de la experiencia interior.

v. 11: Os dejo dicho esto para que llevéis dentro mi propia alegría y así vuestra alegría llegue a su colmo.

La alegría es «objetiva», por el fruto que nace (15,8), y «subje­tiva», porque el amor practicado produce la experiencia del amor; los discípulos viven circundados del amor de Jesús. Pero además, Jesús comparte con ellos su propia alegría, la que procede del fruto de su muerte y de su experiencia del Padre.

vv. 12-14: Éste es el mandamiento mío: que os améis unos a otros igual que yo os he amado. 13Nadie tiene amor más grande por los amigos que uno que entrega su vida por ellos. 14Vosotros sois amigos míos si hacéis lo que os mando.

El mandamiento que constituye la comunidad y le da su identidad (13,34) es, al mismo tiempo, el fundamento de la misión. Donde no existe comunidad de amor mutuo como alternativa a la sociedad in­justa, no puede haber misión. Jesús señala cuál es la cima del amor: igual que yo os he amado (13,34).

v. 15: No, no os llamo siervos, porque un siervo no está al corriente de lo que hace su señor; a vosotros os vengo llamando amigos, porque todo lo que le oí a mi Padre os lo ha comunicado.

Jesús explica la adhesión en términos de amistad, que nace de la comunidad de espíritu y de la común vivencia de entrega. Ha pasado de la metáfora local (15,4: seguir inser­tados en la vid) a la relación personal (amigos). Requiere que la relación con él sea de amistad. Siendo el centro del grupo, no se coloca por en­cima de él; quiere ser compañero de los suyos en la tarea común. En contexto de misión, la amistad significa la colaboración en un trabajo que se considera común a todos y responsabilidad de todos. La igual­dad y el afecto crean la libertad. La diferencia entre el siervo y el amigo se basa en la confianza. Esta es total: á sus discípulos Jesús se lo ha co­municado todo.

v. 16: No me elegisteis vosotros a mí, os elegí yo a vosotros y os destiné a que os pongáis en camino, produzcáis fruto y vuestro fruto dure; así, cualquier cosa que le pidáis al Padre en unión conmigo, os la dará.

La elección es la de todo discípulo. En cierto modo, Jesús ha elegido a la humanidad entera, pues ha venido a salvar al mundo (3,17; 12,47); al acercarse el hombre, esa elección queda concretada y realizada por la acogida de Jesús. La frase expresa la experiencia de cada cris­tiano, pues éste, aunque consciente de su opción libre, sabe que no puede atribuir sólo a su iniciativa la condición de miembro de la comu­nidad de Jesús. La elección se hace para la misión; los discípulos son colaboradores de Jesús. Él espera que la labor de los suyos tenga un efecto duradero que vaya cambiando la sociedad (que vuestro fruto dure). La dedicación a realizar las obras de Dios (9,4), que es la sustan­cia de la misión, pone a disposición de los discípulos la fuerza del Pa­dre. A través de ellos se vierte el torrente de su amor.

v. 17: Esto os mando: que os améis unos a otros.

Para terminar la sección sobre el amor, repite Jesús su mandamiento (cf. 12), condición para estar vinculados a él y producir fruto. La repetición es, al mismo tiempo, un aviso: si no existe esta calidad de amor, falta lo esencial.


COMENTARIO 2

El número de creyentes, ciento veinte, simboliza la totalidad de la comunidad de discípulos de Jesús. Ellos son el nuevo pueblo de Dios, constituido para dar testimonio del resucitado. El grupo apostólico estaba preocupado por representar adecuadamente a la comunidad de discípulos y busca reemplazar al traidor. Con esto se intentaba reavivar el ideal de Israel. Lo cierto es que tanto el ideal de las doce tribus como el de los doce enviados fracasaron. Las tribus terminaron en un irremediable conflicto entre el grupo de Israel y el grupo de Judá; el ideal de los doce tropezó con la traición de Judas y, luego, con la disensión entre simpatizantes de los paganos (helenistas) y simpatizantes de Israel (judaizantes).

La intervención de Pedro, que no da espera a la venida del Espíritu, trata de restablecer una situación que precedió a la muerte de Jesús. Después de la oración echan suertes, y como la suerte siempre es ambigua, favorece a Matías, uno de los discípulos de Jesús. El Espíritu mostrará luego la relativa importancia que tiene el grupo para la expansión del Evangelio. De igual modo, el escaso significado de Matías, comparado con José Barsabas, el Justo, y otros creyentes destacados.

En el Evangelio, Juan nos recuerda cómo Jesús nos llama personalmente a su seguimiento: “Ustedes no me eligieron a mi, sino que yo los he escogido a ustedes”.

El llamado de Jesús no es un asunto exclusivo de religiosos o religiosas, presbíteros, diáconos o personas excesivamente piadosas. Su llamado es una oportunidad para entablar amistad con él. Una amistad exigente y comprometida con la causa de Dios: el Reino. De este modo, ninguno que se sienta interpelado por Jesús, ya sea en la intimidad de su corazón o en el rostro de la gente miserable, tiene excusa para no seguirle. Jesús llama a todo ser humano capaz de comprometerse por hacer de este mundo un lugar digno para vivir.

La fiesta de Matías nos recuerda cómo el llamado de Jesús lo puede hacer la comunidad de creyentes. Por eso después de la venida del Espíritu Santo los evangelizadores ya no serían exclusivamente los apóstoles. Muchos hombres y mujeres de las más diversas nacionalidades y culturas fueron constituidos como mensajeros de la buena nueva.

1. Juan Mateos, El evangelio de Juan. Texto y comentario. Ediciones El almendro, Córdoba 2002 (en prensa).

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica).


3. ACI DIGITAL 2003

9. No se puede pasar en silencio una declaración tan asombrosa como ésta. Jesús vino a revelarnos ante todo el amor del Padre, haciéndonos saber que nos amó hasta entregar por nosotros a su Hijo, Dios como El (3, 16). Y ahora, al declararnos su propio amor, usa Jesús un término de comparación absolutamente insuperable, y casi diríamos increíble, si no fuera dicho por El. Sabíamos que nadie ama más que el que da su vida (v. 13), y que El la dio por nosotros (10, 11), y nos amó hasta el fin (13, 1), y la dio libremente (10, 18), y que el Padre lo amó especialmente por haberla dado (10, 17); y he aquí que ahora nos dice que el amor que El nos tiene es como el que el Padre le tiene a El, o sea que El, el Verbo eterno, nos ama con todo su Ser divino, infinito, sin límites, cuya esencia es el mismo amor (cf. 6, 57; 10, 14 s.). No podrá el hombre escuchar jamás una noticia más alta que esta "buena nueva", ni meditar en nada más santificante; pues, como lo hacía notar el Beato Eymard, lo que nos hace amar a Dios es el creer en el amor que Él nos tiene. Permaneced en mi amor significa, pues, una invitación a permanecer en esa privilegiada dicha del que se siente amado, para enseñarnos a no apoyar nuestra vida espiritual sobre la base deleznable del amor que pretendemos tenerle a El (véase como ejemplo 13, 36 - 38), sino sobre la roca eterna de ese amor con que somos amados por Él. Cf. I Juan 4, 16 y nota.

11. Porque no puede existir para el hombre mayor gozo que el de saberse amado así. En 16, 24; 17, 13; I Juan 1, 4, etc., vemos que todo el Evangelio es un mensaje de gozo fundado en el amor.

14. Si hacéis esto que os mando, es decir, si os amáis mutuamente como acaba de decir en el v. 12 y repite en el v. 17, porque el mandamiento del amor es el fundamento de todos los demás (Mat. 7, 12; 22, 40; Rom. 13, 10; Col. 3, 14).

15. Notemos esta preciosa revelación: lo que nos transforma de siervos en amigos, elevándonos de la vía purgativa a la unión del amor, es el conocimiento del mensaje que Jesús nos ha dejado de parte del Padre. Y El mismo nos agrega cuán grande es la riqueza de este mensaje, que contiene todos los secretos que Dios comunicó a su propio Hijo.

16. Hay en estas palabras de Jesús un inefable matiz de ternura. En ellas descubrimos, no solamente que de El parte la iniciativa de nuestra elección; descubrimos también que su Corazón nos elige aunque nosotros no lo hubiéramos elegido a Él. Infinita suavidad de un Maestro que no repara en humillaciones porque es "manso y humilde de corazón" (Mat. 11, 29). Infinita fuerza de un amor que no repara en ingratitudes, porque no busca su propia conveniencia (I Cor. 13, 5). Vuestro fruto permanezca: Es la característica de los verdaderos discípulos; no el brillo exterior de su apostolado (Mat. 12, 19 y nota: "), pero sí la transformación interior de las almas. De igual modo a los falsos profetas, dice Jesús, se les conoce por sus frutos (Mat. 7, 16), que consisten, según S. Agustín, en la adhesión de las gentes a ellos mismos y no a Jesucristo. Cf. 5, 43; 7, 18; 21, 15; Mat. 26, 56.


4. DOMINICOS 2004

San Matías apóstol

En la primitiva comunidad eclesial echaron suertes y Matías fue elegido para formar parte del ‘apostolado’

En los Hechos de los apóstoles, capítulo primero, se narra una ‘elección’ inolvidable en la historia de la Iglesia. A ella debemos recurrir con frecuencia incluso en el siglo XXI. Nos referimos al hecho y al modo en que uno de los discípulos de Jesús, de nombre Matías, fue elegido por la comunidad para que ocupara el puesto número doce del colegio apostólico. Judas, elegido del Señor, abandonó al Maestro, entregándolo para ser apresado y condenado; y desde ese momento, en el número simbólico de Doce apóstoles quedó una vacante que convenía ocupar. La comunidad de Jerusalén, y Pedro con ella, decidieron cubrir esa ausencia eligiendo entre todos a un nuevo apóstol tomándolo de entre los discípulos que habían compartido la experiencia de vida con Jesús. Y la suerte recayó en Matías.

Es esta una buena ocasión para que cada uno de los participantes en la celebración litúrgica nos sintamos, por una parte, aludidos por la infidelidad de Judas, y, por lotra, hermanos y solidarios en la vida y servicio a la comunidad eclesial.


La luz de Dios y su mensaje en la Biblia
Hechos de los apóstoles 1, 15-17.20-26: .
“En aquellos días, Pedro se puso en pie en medio de la asamblea de hermanos y dijo: Hermanos, tenía que cumplirse lo que el Espíritu Santo... había predicho en la Escritura acerca de Judas, que hizo de guía a los que arrestaron a Jesús.

Era uno de nuestro grupo y compartía nuestro servicio... Ahora hace falta que {en sustitución de él} otro se asocie a nosotros como testigo de la resurrección de Jesús, uno de los que nos acompañaron mientras vivió con nosotros el Señor Jesús, desde que Juan bautizaba, hasta el día de su ascensión.

Propusieron dos nombres: José, el justo, y Matías. Luego rezaron, diciendo: Señor, tú que penetras el corazón de todos, muéstranos a cuál de los dos has elegido... Echaron suertes, y le tocó a Matías, y lo asociaron a los once apóstoles”.

Evangelio según san Juan 15, 9-17:
“Un día Jesús habló así a sus discípulos: Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.

Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud. Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos... Ya no os llamo siervos...; a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido; soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure...”


Reflexión para este día
Todos somos amados, elegidos de Dios.
En el Reino de Dios, en la Alianza sellada con la sangre de Cristo, todos estamos convocados. Estamos convocados para gozar de la vida que esa Sangre nos otorga; para ser hijos en el Hijo, y amigos de Dios, no siervos; para ser sabios en el conocimiento del misterio que nos envuelve, y no ignorantes de la verdad salvadora... Pero nadie puede atribuirse a sí mismo el haber tenido acceso a la filiación y amistad. Esto es don de Dios, que reparte su gracia con generosidad.

Acojamos esos dones o gracias abriéndonos al misterio de la vida en Dios y correspondiendo a tanta generosidad. Y aprendamos en Matías a sentirnos como testigos fieles del amor y elección, siguiendo a Jesús desde el bautismo en el Jordán (primer gesto de la vida pública de Jesús) hasta su ascensión a los cielos.

No preguntemos por qué fuimos elegidos. No tenemos ‘razones’ del don. Vivámoslo con generosa responsabilidad.


5. CLARETIANOS 2004

Queridos amigos y amigas:

La Palabra de hoy nos sitúa ante el misterio de la llamada de Dios que siempre escapa a nuestros cálculos humanos demasiado razonables. Queda bien claro: “Soy yo quien os he elegido… no sois vosotros, SOY YO”.

En el apóstol santo que hoy recordamos, San Matías, (www.churchforum.org) queda patente esta verdad. Basta con releer la primera lectura en la que se nos narra la elección de Matías para sustituir al que entregó a Jesús. Una vocación de “sustituto” o de “tapa-agujeros” en lenguaje coloquial. ¡Hermosa vocación!

Es deliciosa la frescura y simplicidad del texto; toda ella impregnada del Espíritu que penetra los corazones de todos y está siempre pronto a mostrarnos la Voluntad del Padre.
¿Y cuál es la Voluntad del Padre para todos los cristianos de ayer, de hoy y de siempre sea cual sea su vocación específica? Jesús también nos lo vuelve a manifestar en ese mandamiento tan especial que Él llama nuevo y mío: “amaos unos a otros como yo os he amado” ¿Y cómo nos ha amado Jesucristo? Muy fácil: como el Padre le ha amado a Él.

En las lecturas de este viernes V de Pascua se pone también de manifiesto la estrecha relación de AMISTAD que había entre los doce y el Señor. Se sentían un grupo que compartía el mismo ministerio; eran los amigos del Señor, eran aquellos que hicieron camino juntos mientras el Señor Jesús convivió con ellos, desde que Juan bautizaba, hasta el día de su ascensión. Una amistad que no tenía otro fundamento que al AMIGO por excelencia. Él mismo así los llamó: “…Vosotros sois mis amigos… Ya nos os llamo siervos… a vosotros os llamo amigos” Y… ¿por qué? “… porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer”

Y esto de forma totalmente GRATUITA. Todo es don en nuestra vida. El nombre de Matías que significa don, regalo de Dios, nos lo recuerda.

Y, ahora, viene la parte más comprometida: ¿cómo es el amor de estos amigos? El Señor, como siempre, es clarísimo: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”

Creo que no necesitamos más comentarios. Dejemos que esta Palabra nos configure y nos transforme haciéndonos capaces, de VERDAD, de dar la vida por los hermanos. No hay amor a Dios sin amor a los hermanos. Son dos caras de única realidad indisoluble. ¿Es auténtico esto en nuestras vidas o sufrimos dolorosos desdobles de personalidad? Aquí creo que está la clave de que “vayamos y demos fruto, y nuestro fruto dure”

Vuestra hermana en la fe,

Carolina Sánchez, Filiación Cordimariana
(carolinasasami@yahoo.es)


6.

Comentario: Rev. D. Josep Vall i Mundó (Barcelona, España)

«Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado»

Hoy, la Iglesia recuerda el día en el que los Apóstoles escogieron a aquel discípulo de Jesús que tenía que substituir a Judas Iscariote. Como nos dice acertadamente san Juan Crisóstomo en una de sus homilías, a la hora de elegir personas que gozarán de una cierta responsabilidad se pueden dar ciertas rivalidades o discusiones. Por esto, san Pedro «se desentiende de la envidia que habría podido surgir», lo deja a la suerte, a la inspiración divina y evita así tal posibilidad. Continúa diciendo este Padre de la Iglesia: «Y es que las decisiones importantes muchas veces suelen engendrar disgustos».

En el Evangelio del día, el Señor habla a los Apóstoles acerca de la alegría que han de tener: «Que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado» (Jn 15,11). En efecto, el cristiano, como Matías, vivirá feliz y con una serena alegría si asume los diversos acontecimientos de la vida desde la gracia de la filiación divina. De otro modo, acabaría dejándose llevar por falsos disgustos, por necias envidias o por prejuicios de cualquier tipo. La alegría y la paz son siempre frutos de la exuberancia de la entrega apostólica y de la lucha para llegar a ser santos. Es el resultado lógico y sobrenatural del amor a Dios y del espíritu de servicio al prójimo.

Romano Guardini escribía: «La fuente de la alegría se encuentra en lo más profundo del interior de la persona (...). Ahí reside Dios. Entonces, la alegría se dilata y nos hace luminosos. Y todo aquello que es bello es percibido con todo su resplandor». Cuando no estemos contentos hemos de saber rezar como santo Tomás Moro: «Dios mío, concédeme el sentido del humor para que saboree felicidad en la vida y pueda transmitirla a los otros». No olvidemos aquello que santa Teresa de Jesús también pedía: «Dios, líbrame de los santos con cara triste, ya que un santo triste es un triste santo».


7. FLUVIUM 2004

Dios nos ama

El breve pasaje del evangelio según san Juan, que la Liturgia nos presenta en la festividad de san Matías, ofrece unas palabras de Nuestro Señor durante la Última Cena con sus Discípulos, cargadas de riqueza, que se podrían comentar largamente. Fijémonos, en esta ocasión, en la idea inicial del breve discurso que hoy consideramos: Dios nos ama. Con toda razón hemos de decir que somos objeto del cariño divino. Nuestro Creador y Señor –sin dejar de serlo– nos ama con un amor personal, con un amor a la manera del amor que el Padre eterno tiene a su Hijo unigénito, Segunda persona de la Trinidad Beatísima.

Es de justicia mostrar a Dios, desde lo más profundo de nuestro ser, una gratitud rendida. Ciertamente no hay palabras que pueden expresar como conviene la bondad de Dios con su criatura humana; como tampoco nuestros sentimientos son capaces de vibrar adecuadamente en consonancia con el inapreciable tesoro recibido. Querríamos, sin embargo, saber corresponder; y, bien consientes de la pequeñez nuestra, se lo decimos sencillamente a nuestro Padre Dios, con las torpes palabras que nos broten del corazón al intentarlo; con nuestros pobres sentimientos –toscos, sin duda–, aunque, a veces, nos llenen el alma.

Es necesario pensarlo muchas veces, volver una y otra vez con la imaginación a esas escenas que nos cuentan los evangelios, cuando Jesús insiste en que Dios ha querido hacernos objeto de su amor. En ocasiones las palabras de Jesús muestran una particular ternura –reflejo de los sentimientos de su corazón–, que, en cierta medida, nos ayuda a entender algo de ese amor de Dios inmenso por sus hijos los hombres: no estéis preocupados por vuestra vida: qué vais a comer; o por vuestro cuerpo: con qué os vais a vestir. (...) No temáis, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el Reino. Fomentemos la fe; pidamos a Dios esa visión sobrenatural de nuestra vida, que nos haga reconocernos contemplados, protegidos, permanentemente estimulados por un Amor tierno y omnipotente.

—¡Dios es mi Padre! —Si lo meditas, no saldrás de esta consoladora consideración.
—¡Jesús es mi Amigo entrañable! (otro Mediterráneo), que me quiere con toda la divina locura de su Corazón.
—¡El Espíritu Santo es mi Consolador!, que me guía en el andar de todo mi camino.
Piénsalo bien. —Tú eres de Dios..., y Dios es tuyo.

De esta manera se expresaba san Josemaría, ejemplo de confianza y abandono feliz en Nuestro Señor. "Sin miedo a la vida y sin miedo a la muerte", solía afirmar que vivía, sabiéndose entrañablemente querido por el Señor del mundo y de la historia. Tampoco queremos nosotros abandonar nunca estas consideraciones. Deseemos, por la fe y la esperanza, vivir de ellas. Permaneced en mi amor, aconseja el Señor a los suyos. Claro, que ha de ser un amor con obras, si queremos que sea verdadero amor. Pero antes, posiblemente debemos contemplar a Dios queriéndonos; fijarnos en Él y recrearnos con el pensamiento de que somos objeto de las delicias de un cariño imposible de expresar con palabras, aunque, como auténticos infantes, no tengamos aún capacidad de apreciarlo.

Mirad qué amor tan grande nos ha mostrado el Padre: que nos llamemos hijos de Dios, ¡y lo somos! San Juan, el discípulo amado, animaba así a un grupo de los primeros cristianos. Por sí mismo había tenido buena experiencia del amor de Jesús durante los tres años de su vida pública. Parecía persuadido de que la caridad entre los hombres –signo inequívoco de los buenos discípulos– sería una consecuencia inmediata en la vida de los que valorasen el amor que nos tiene Dios. En efecto, el cariño nos "arrastra" a los hombres. Sentimos el deseo de corresponder al amor recibido y, en la medida en que lo valoramos, nos sentimos también dispuestos a amar cada vez más generosamente, olvidados de nosotros mismos.

El consejo de san Juan: mirad qué amor..., parece bueno y gratificante, pero es necesario –imprescindible– poner atención, detenerse con la pausa necesaria, hasta apreciar adecuadamente, como dice este apóstol, el amor tan grande que nos han mostrado el Padre. Nos hace falta un momento de sosegada contemplación. Si no, por lamentable y triste que resulte, todo lo que Dios nos quiere, puede ser tan infecundo para nosotros, como la lluvia generosa para una roca dura e impenetrable y, por ello, incapaz de fructificar. Necesitamos cada día unos momentos de oración.

Santa María se admira. Atiende sin perder detalle las palabras de Gabriel y comprende muy bien la singular predilección de que ha sido objeto. Luego, agradecida, exulta de gozo: Mi alma alaba al Señor...


8. Fiesta de Matías Apóstol: 1, 15-26

Constitución de los 12 Apóstoles:

Este día se celebra la fiesta de Matías Apóstol. La elección de este Apóstol aparece en Hch., por eso hacemos un comentario a los textos.

El relato comienza con una composición de lugar: tiempo y actores (v.15). Tiempo: "uno de aquellos días", es decir, después de la ascención/exaltación de Jesús y antes de la venida del Espíritu en Pentecostés. Pedro se levanta en medio de una asamblea constituida por 120 miembros, reunida allí "con un mismo propósito" (epi to autó). El número legal para elegir un consejo o sanedrín que representara a Israel era justamente 120 (cf Rius-Camps, 1989, p. 49). Todos los discursos en Hch son normalmente compuestos por Lucas mismo, pero usa tradiciones con las cuales reconstruye el discurso tal como debió haber sido. El argumento de Pedro es el cumplimiento de dos citas bíblicas, que Lucas reconstruye para interpretar la realidad de la elección de un sucesor de Judas. La primera cita está tomada del Salmo 69, 26 donde una maldición contra los enemigos del justo pide que la habitación de ellos quede desierta y que en sus tiendas no haya quien habite. Lucas cambia el plural en singular, para referirlo a Judas. El sentido del texto exige más bien que el puesto de Judas, que abandonó por traición (no por muerte), quede desierto, lo que estaría en contra de la elección de un sustituto. Por eso Lucas cita otro texto, el Salmo 109, 8 donde la maldición contra el impío consiste en que sus días sean pocos y otro ocupe su cargo (cargo traduce el griego "episcopé", quizás aludiendo a la realidad posterior de los epíscopos=obispos). Los textos que cita Pedro (Lucas) no hacen alusión a la traición y muerte de Judas, sino a la necesidad de elegir a alguien que lo sustituya. La información que transmite Pedro sobre la muerte de Judas difiere de la de Mateo (27, 3-10). Aquí Judas no muere ahorcado, sino cayendo de cabeza (como la caída del impío: Sab. 4, 19: "...el Señor los quebrará lanzándolos de cabeza"). Judas compra un campo con el precio de su iniquidad y se estrella contra él; es ahí donde revienta cuando cae de cabeza, y por eso se llama "campo de sangre".

En la segunda parte del discurso (vv. 21-22) Pedro pone las condiciones que debe tener el candidato para sustituir a Judas. Pedro llama al puesto que debe ser ocupado: "porción en este ministerio" (kleros tes diakonías tautes: v.17) o "lugar en este ministerio y apostolado" (topos tes diakonías tautes kaì apostolés: v. 25). El ser apóstol es por lo tanto tomar parte en un servicio (una diakonía), un ministerio, un apostolado. Las condiciones que pone Pedro son dos:

(1) Debe ser un varón. Pedro dice literalmente: "uno de los varones que anduvieron con nosotros (usa "aner" y no "antropos" que podría ser inclusivo). Pedro así excluye a las mujeres, que estaban presente en la asamblea.

(2) Debe ser uno de los discípulos que estuvieron con Jesús desde el bautismo de Juan hasta el día de la ascensión. Con esto Pedro también excluye, hacia atrás, a los hermanos de Jesús (y entre ellos a Santiago), que también estaban presente en la asamblea. Estos no fueron discípulos de la primera hora, todo lo contrario, al comienzo no creyeron en él. Pero también excluye, hacia adelante, a todos los que después tendrán una experiencia de Jesús resucitado (como Esteban, Pablo y tantos otros).

Sólo el que cumpla estas dos condiciones puede ser agregado al número de los 12 apóstoles y ser constituido "testigo con nosotros de su resurrección". La asamblea presentó a dos que cumplían con las condiciones estipuladas: José, llamado Barsabás, por sobrenombre Justo y Matías. El modo de elección fue la oración en común y mecánicamente "echando suertes", la cual recayó sobre Matías .

Hagamos ahora una lectura crítica de Hch.1, 15-26. En primer lugar llama la atención el momento que Pedro eligió para completar el número de los 12 Apóstoles ¿Por qué no esperó la venida del Espíritu? La orden de Jesús antes de su ascensión fue "permanezcan quietos (literalmente: sentados) hasta que sean revestidos del poder de lo alto" (Lc.24, 49; semejante en Hch1,4). Pedro aquí actúa al margen de la agenda marcada por Jesús de no hacer otra cosa que esperar y aguardar. ¿Porqué el apuro de Pedro de elegir al sustituto de Judas ya antes de Pentecostés? Los autores normalmente explican esta elección, argumentando que son 12 los que representan legítimamente a Israel y que son ellos los que, como nuevo Israel, recibirán el Espíritu Santo. Era necesario completar el grupo de 12 ya antes de Pentecostés. Pero ¿porqué no lo hizo Jesús directamente después de su resurrección o por lo menos ordenó dicha elección?. Como ya dijimos, y volveremos sobre el punto, los que reciben el Espíritu Santo no son sólo los 12, sino todos los reunidos en la casa (los 120 hermanos: María, las mujeres, los hermanos de Jesús y otros). Algunos piensan que la elección fue para reconstruir la autoridad de los Apóstoles, dañada seriamente por la traición de uno de ellos (Judas). Es motivo de crítica la definición excluyente que se hace del Apóstol en 1, 21-22. Especialmente llamativo es la exclusión de las discípulas de Jesús, que estuvieron con él desde Galilea y fueron las primeras testigos de la resurrección, como también la exclusión de los discípulos futuros y también testigos de la resurrección como Pablo de Tarso. Lucas no considera a Pablo como apóstol, lo que Pablo en sus cartas defiende con insistencia y fuerza. Además Pablo incluye explícitamente a una mujer en el rango de apóstol: "Saluden a Andrónico y Junia (nombre de mujer)...ilustres entre los apóstoles, que llegaron a Cristo antes que yo" (Rom 16, 7). La definición restrictiva de apóstol hecha por Pedro (y quizás por Lucas) mira fundamentalmente el pasado y restringe el apostolado a un tiempo determinado: la vida de Jesús y el primer momento de testimonio en Jerusalén. Los 12 apóstoles aseguran la continuidad con Israel y el proyecto de Jesús de restaurar Israel, así como la continuidad con la primera comunidad de Jerusalén. En los Hch los 12 cumplen un rol sólo en la comunidad de Jerusalén de los primeros tiempos. Otra cosa que llama la atención es la forma como fue elegido Matías: no hay un discernimiento de la asamblea, como será en Hch. 6, 1-6 o en 15, 22. Tampoco es un elección guiada directamente por el Espíritu, como en 13, 1-3. La elección es simplemente echando suertes, forma arcaica de discernimiento de la voluntad de Dios (cf Ex 33, 7 / 1 Sam 14, 41 / Lc 1, 9).


9. Los discípulos amigos de Jesús

Fuente: Catholic.net
Autor: Estanislao García

Reflexión:

Hace exactamente un mes que hemos celebrado la fiesta del amor, el acto más amoroso que se ha podido dar en la tierra, el hecho más heroico que jamás aconteció: Dios que por amor a los hombres dio su propia vida en rescate por nuestros pecados, como nos dice san Pablo.

“Amaos los unos a los otros como yo os he amado”; es el nuevo mandamiento que sale del Corazón de Dios; no sale de la ley, ni de una prohibición. Sale de un reclamo de Cristo que quiere que le imitemos hasta dar nuestra vida por nuestros hermanos, porque así lo ha hecho Cristo muriendo en la cruz.

Muy cerca de nosotros está la Virgen María; nadie mejor que ella ha amado a Dios y a todos los hombres, pues por su amor en la Anunciación se convirtió en Madre de Dios, y por su amor en la cruz en Madre de todos los hombres; su amor ha sido tan grande que ni siquiera el pecado, se ha atrevido a tocarla. La clave de todo está en el amor, donde se encuentra la paz, donde se encuentra la fortaleza en el seguimiento de la voluntad de Dios.

Como dice san Juan: “Dios es amor”. Por lo tanto si llevamos en nuestro corazón a Dios tendremos el verdadero amor, y la medida del amor a Dios está en el amor a nuestros hermanos, porque si no somos unos mentirosos, como dice la carta de Santiago.


10.Tertuliano (hacia 220) teólogo

De praescriptione, 20-21; CCL 1, 201-203)

“...os he dado a conocer todo lo que he oído del Padre.” (Jn 15,15)

Cristo escogió entre sus discípulos a aquellos que acercó más estrechamente a sí mismo para enviarlos a todos los pueblos. Uno de ellos se excluyó de su número. Por esto, encomendó a los otros once, en el momento de su retorno al Padre después de su resurrección, de ir a predicar a todos los pueblos y bautizarlos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Al instante, los apóstoles –cuyo nombre significa ‘enviados’—escogieron a Matías en el lugar de Judas, según la profecía contenida en un salmo de David. (Sal 108,8) Recibieron, por la fuerza del Espíritu prometido, el don de obrar prodigios y el don de lenguas. Primero en Judea dieron testimonio de la fe en Cristo Jesús y constituyeron las comunidades. De ahí partieron hacia el mundo entero para anunciar entre las naciones la misma doctrina y la misma fe...

¿Cuál fue la predicación de los apóstoles? ¿Qué les reveló Cristo? Yo diría que no hay que intentar saberlo por otro camino que por el de las mismas comunidades que los apóstoles fundaron personalmente, anunciándoles tanto de viva voz como por escrito la fe en Jesucristo. Si esto es verdad, no hay que dudar que toda doctrina que concuerda con las comunidades apostólicas, madres y fuentes de la fe, se debe considerar como verdadera porque contiene lo que las comunidades recibieron de los apóstoles, los apóstoles de Cristo y Cristo de Dios.


11. 2004

LECTURAS: HECH 1, 15-17. 20-26; SAL 112; JN 15, 9-17

Hech. 1, 15-17. 20-26. Cuando Jesús define lo que es el testigo le dice a Nicodemo: Yo te aseguro que hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto. Si nosotros queremos dar testimonio de Jesús ciertamente el estudio sobre su persona nos ayudará mucho para cumplir con esa misión; pero no podemos quedarnos en el sólo estudio; debemos experimentar a Jesús en nuestra vida; sólo entonces podremos dar testimonio de lo que hayamos visto. Los apóstoles son testigos de la resurrección de ese Jesús con quien caminaron desde que Juan Bautizaba en el Jordán, hasta que ascendió a los cielos. Por eso su testimonio sobre el Señor no es consecuencia de una fábula, o de inventos o imaginaciones humanas, sino consecuencia de haberlo oído y haber convivido con Él personalmente. Este es el mismo camino que ha de seguir la Iglesia para que el anuncio del Señor no se quede sólo en un bello discurso, magistralmente preparado y expuesto. El Señor nos envía como testigos suyos, porque debemos ser los primeros en habernos dejado encontrar, perdonar y salvar por Él. Debemos ser los primeros comprometidos en hacer vida en nosotros su Evangelio que nos salva. Sólo a partir de entonces viviremos, no como predicadores, sino como testigos del Señor, de su Resurrección, pues nuestra existencia, a la par que nuestras palabras, estarán indicando que en verdad ha llegado a nosotros esa vida nueva que Dios ofrece a todos, para levantarnos de la muerte a que nos había sometido el pecado y para ponernos en camino, vivos, con una vida renovada en Cristo, para proclamar el Evangelio desde nuestro propio ser, desde nuestro comportamiento, desde nuestras actitudes y desde la congruencia de una vida que respalda las palabras con la que anunciamos que el Señor, que vive para siempre, es el Redentor y el Salvador de la humanidad.

Sal. 112. Bendito sea el Señor, Dios nuestro, pues siendo el dueño de todo, que está por encima de todo, no se comporta con nosotros como un dominador que nos aplaste, como lo hacen muchos señores de este mundo. En cambio, el Señor, nuestro Dios, se digna bajar su mirada hacia nosotros para contemplarnos con gran amor, ternura y misericordia. Ese amor lo llevó incluso a ponerse en camino con nosotros para conducirnos a la posesión definitiva de su Vida en nosotros, lográndolo con la entrega de su propia vida. Así, quienes muchas veces incluso vivimos sin voz, o hemos vivido manchados por el estiércol de la maldad, hemos sido amados por Él, y Él nos ha devuelto la dignidad que tenemos como personas, elevándonos incluso a la dignidad de hijos de Dios por nuestra unión a Él; Él ha dado su vida para purificarnos de nuestras culpas. Y todo esto porque quiere elevarnos junto con Cristo para convertirnos en coherederos de la Gloria que a Él le corresponde como a Hijo unigénito del Padre. Dios sea bendito y alabado por su gran misericordia para con nosotros.

Jn. 15, 9-17. Dios nos ama; su amor ha llegado hasta el extremo de entregar a su propio Hijo para el perdón de nuestros pecados y para que en Él recibamos la misma vida de Dios. Jesucristo, su vida, su ministerio, sus palabras, sus obras, su persona misma, es el lenguaje mediante el cual Dios nos ha dicho cuánto nos ama. Pero de nada nos serviría esta oferta del amor que Dios nos hace si nosotros nos cerramos y no nos dejamos amar. Nuestra felicidad no consiste sólo en ser amados; ni tampoco en amar a los demás como Cristo nos ha amado a nosotros. Para que la felicidad sea nuestra y llegue a su plenitud en nosotros debemos dejarnos amar, debemos aceptar conscientemente ese amor, debemos caminar alegres, seguros, y dispuestos a todo en un compromiso de totalidad con Aquel que nos ama. Ya el Señor se quejaba, en la Antigua Alianza, de su pueblo a quien había amado de una y mil formas, pero que ese pueblo tal vez se aprovechaba malamente del amor de Dios no se dejaba amar por Él de tal forma que su vida se transformara en algo cada día más perfecto. El amor, por tanto, nos lleva a dar frutos, frutos de amor que permanezcan como una señal de que, incluso con nuestra propia entrega, glorificamos a nuestro Dios y Padre, pues no sólo lo tenemos con nosotros, sino que lo damos a conocer como Cristo nos lo ha manifestado a nosotros.

El amor que Dios nos tiene nos reúne, como hijos suyos, para participar de la Mesa en la que su Hijo no sólo se hace presente entre nosotros mediante el Memorial de su Misterio Pascual, sino que se convierte en alimento de Vida eterna para nosotros. Jesús, habiéndonos amado, nos ha amado hasta el extremo. Ojalá y nosotros abramos nuestro ser completo para que el amor de Dios, que nos ha manifestado en su Hijo Jesús, sea nuestro. Entrar en comunión de vida con Cristo, por tanto, nos lleva a aceptar ser perdonados y renovados en Cristo. En la Eucaristía no sólo celebramos el amor de Dios por nosotros, sino que lo hacemos nuestro, de tal forma que, renovados en Él, en adelante ya no caminaremos bajo el impulso de nuestros caprichos, ni de nuestras pasiones desordenadas; ya no será la concupiscencia la que guíe nuestros pensamientos, palabras y obras, sino el Espíritu de Dios y la Vida nueva que de Dios hemos recibido en Cristo Jesús, Pan de Vida eterna para nosotros.

El Señor nos ha elegido para que proclamemos el acontecimiento de su Pascua: Su encarnación, su ministerio entre nosotros, su muerte, su resurrección y su ascensión a la gloria del Padre. Él ha sido elevado por encima de todo lo creado para atraer a todos hacia sí. Quienes creemos en Él debemos tener los pies en la tierra, pero la mirada fijamente puesta en Aquel que nos ha precedido en la entrada en la Gloria del Padre. Hacia Él se encamina toda nuestra Vida. Jesús de Nazaret, Hijo de Dios e Hijo del Hombre, es el motivo y la razón de nuestra fe y de nuestra esperanza; el amor que le tenemos nos lleva a dar testimonio de su salvación en medio de un mundo que necesita testigos de la Resurrección, con una vida que se convierta en un amor sin fingimiento para renovar los corazones deteriorados por el pecado. Proclamamos a Cristo no como predicadores o disertadores sobre la vida y obras de Cristo, sino como testigos de Él. Y nuestro testimonio debe nacer del amor recibido y entregado. Sólo a partir de ese amor podremos ser constructores de paz y de felicidad en nuestro mundo. Quien ha perdido la capacidad de amar y de dejarse amar se convertirá en una persona desequilibrada, que en lugar de buscar la paz y el bien de los demás terminará destruyéndolos, como un signo externo de la destrucción que se ha generado en su propio interior.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de saber dar testimonio del Señor en el mundo; testimonio nacido de nuestra experiencia personal de Él, para que no sólo lo demos a conocer con las palabras, sino desde una vida que, habiéndose dejado amar por Dios, se ha dejado transformar por Él en un vivo reflejo de su amor y de su misericordia, y que Él ofrece a la humanidad entera. Amén.

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