SAN JOSÉ OBRERO 05-01

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1. CLARETIANOS 2003

El mes de mayo en el hemisferio Norte es el corazón de la primavera. Parece que la naturaleza quisiera compartir la alegría de la Pascua. Tradicionalmente, la Iglesia vive el mes de mayo con María. Tendríamos que hacer un esfuerzo por renovar esta tradición, por redescubrir el “lado mariano de la vida”, por aprender una forma profunda y entregada de seguir a Jesús, conducidos por su Madre. La película “Jesús” (1999), de Roger Young, acentúa la presencia de María en el itinerario vital de Jesús. De esta manera, se comprende mucho mejor al Maestro.

La “cristianización” de la fiesta del trabajo colocó también la memoria de José de Nazaret en este primer día del mes. Hace poco (19 de marzo) que celebramos su fiesta. Hoy volvemos sobre su figura acentuando su condición de hombre trabajador. Es una buena ocasión para leer (o releer) la encíclica Redemptoris Custos, que el Papa Juan Pablo II escribió en 1989.

Del evangelio de hoy quiero destacar una sentencia: El que cree en el Hijo tiene la vida eterna. La “vida eterna”, para el Jesús del evangelio de Juan, es que te conozcan a ti, Padre. A Dios llegamos a través de Jesús. Sé que en el diálogo interreligioso actual esta afirmación es muy discutida. Para muchos, Jesús es sólo uno de tantos accesos al Padre. Es, si se me permite hablar así, el acceso típico de la cultura cristiana, como Mahoma es el acceso típico de la cultura musulmana. Detrás de estas afirmaciones hay una honrada voluntad de acercamiento, pero me parece que el “diálogo de vida” naufraga en el mar de la indeterminación. Si así fuera, tendría que rebelarme contra los que trajeron el evangelio a mi país y me impidieron llegar al Padre a través de las primitivas religiones celtibéricas, tan respetables como el hinduísmo o el islam.

No, Jesús no es un acceso más. Jesús es el Hijo enviado en la plenitud de los tiempos. Naturalmente, yo no soy nadie para imponer a Jesús, entre otras razones porque sólo es posible decir Jesús es Señor por el Espíritu Santo, pero él, con su resurrección, ha desbordado el espacio palestino, ha traspasado el siglo I, y se ha convertido en “patrimonio de la humanidad”.

Jesús no es un icono de la cultural judeo-cristiana. Jesús es tan árabe como Mahoma, tan chino como Confucio ... Ningún ser humano le es extraño y para ningún ser humano puede ser extraño Jesús.

Siento que la misión tiene muchas cosas que profundizar.

Gonzalo (gonzalo@claret.org)


2. 2002

COMENTARIO 1  Mt 13, 54-58

v. 54: Fue a su tierra y se puso a enseñar en la sinagoga de ellos.

Mateo, como Marcos (6,lb-6) no nombra a Nazaret, dice «su tierra» (literalmente: su patria). A diferencia de Marcos, Mateo no llama a Jesús «el carpin­tero», sino «el hijo del carpintero» (v. 55); también suaviza la frase de Marcos: «no pudo hacer allí ningún prodigio» sustituyéndola por "no hizo allí muchas obras potentes por su falta de fe" (v. 50); Mateo, tampoco dice como Marcos que lo siguieran los discípulos, ni que la escena tuviese lugar en día de sábado.

Esta escena de Mateo pone el punto final a la enseñanza de Jesús «en las sinagogas» (4,23; 9,35) y resume la actitud de Israel (v.54: «su tierra / su patria») frente a Jesús al término de su acti­vidad en Galilea. La escena resume la crisis de fe planteada a partir del cap. 11 («dichoso el que no se escandalice de mí», y 13,55). Sus paisanos se escandalizan de él, pero no serán los únicos en hacerlo a lo largo del evangelio.



v. 54b-56: La gente decía impresionada: -¿De dónde le vienen a éste ese saber y esos prodi­gios? ¿No es éste el hijo del carpintero? ¡Si su madre es María y sus hermanos, Santiago, José, Simón y Judas! ¡Si sus hermanas están todas con nosotros! Entonces, ¿de dónde le viene todo eso?

El tono despectivo («éste») de las preguntas que se hacen los compatriotas de Jesús hace que equivalgan a una negación del sentido profundo de su actividad por parte de sus compatriotas. El hecho de que sea el hijo del carpintero hace dudar de su saber y de sus obras. Al no poderlas atribuir a Dios, sospechan o acusan a Jesús de magia. La gran equivocación es que consideran hijo del carpintero al que es el "hijo de Dios". No descubren en Jesús más de lo que sabían. Viendo no entienden. Israel, juguete de los círculos fariseos, no capta el secreto del reino.


COMENTARIO 2

El texto evangélico de la fiesta de San José obrero nos coloca ante la incomprensión de la naturaleza de Jesús por parte de sus compatriotas, debido a la humildad de su origen. Imposibilitados de descubrir al “Dios con nosotros” en la oscuridad de su procedencia familiar, rechazan la Palabra profética.

El pasaje está centrado sobre el sentido que se deben atribuir a los poderes, “milagros” de Jesús que aparecen mencionados dos veces (vv. 54 y 58) y que reaparecen en el episodio siguiente en las palabras de Herodes a sus ayudantes (Mt 14, 2).

Dichos poderes están ligados al “enseñar” de Jesús en la Galilea. Esta es la última vez que se señala con este término el ministerio en aquella región y en adelante sólo se hará mención de esa enseñanza describiendo la actividad de Jesús en Jerusalén (21, 23; 22, 16). Se trata por tanto de la conclusión del “enseñar” de Jesús en la Galilea, que había sido mencionado frecuentemente hasta este momento en los sumarios (4, 23; 5, 2; 7, 29; 9, 35; 11, 1).

Se trata entonces de la actividad de Jesús en su pueblo, tierra o “patria”, mencionada en los vv. 54 y 57. Sus “compatriotas” son colocados ante la elección entre el reconocimiento del origen divino de los poderes que Jesús realiza y su pretendido conocimiento sobre Jesús y su origen familiar. “Asombrados” (v. 54) no pueden conciliar estos dos orígenes que a sus ojos son contradictorios y, por ello, están imposibilitados de dar una respuesta satisfactoria a sus dudas ya que sus prejuicios sobre lo que conocen respecto a Jesús se lo impiden. Dichos prejuicios les llevan a plantear despectivamente la pregunta refiriéndose a Jesús con un triple “éste” : “¿De dónde saca éste”(v. 54)... “¿No es éste el hijo del carpintero?”(v. 55)...”¿De dónde saca éste?” (v. 56b)...

Este tono despectivo que adoptan revela que tienen ya una respuesta negativa sobre el origen divino de Jesús. Ven las credenciales divinas de los “milagros” pero no los entienden, “escandalizados” por la humildad de su núcleo familiar. Sus ideas sobre la grandeza de Dios no se concilian con la dura ley del trabajo a la que está sujeto el padre de Jesús y con la irrelevancia de sus restantes vínculos familiares. El resultado es el “escándalo” que reproduce la historia de la semilla caída en terreno rocoso (Mt 13, 20-21).

Por consiguiente, se revela su ofuscamiento que les impide la aceptación de la Palabra de Dios en la actividad profética de Jesús. La suerte de los profetas del Antiguo Testamento se prolonga en la acogida dispensada del profeta de Nazaret. Los compatriotas se caracterizan por la incredulidad (v. 58) y por el desprecio del profetismo propio de su núcleo más cercano: “Sólo en su tierra y en su casa desprecian a un profeta” (v. 57).

También hoy las propias convicciones y prejuicios pueden impedirnos la aceptación de los enviados de Dios. Exigiendo de ellos orígenes encumbrados podemos cerrarnos a la comunicación divina que se prefiere actuar en la pequeñez y en la insignificancia.

Ante la conexión de Dios con personas sujetas a trabajos, a veces deshumanizadores, podemos cerrarnos a la comprensión de la acción de Dios y , de esa forma, oponernos a la palabra profética. El texto nos invita a descubrir en dichas personas la presencia del Dios con nosotros, “hijo del carpintero” y cuyos hermanos y hermanas “viven aquí”, a nuestro lado.

El “primero de mayo” tiene una entidad propia, como jornada internacional mundial de la lucha de los trabajadores, del mundo obrero, por la defensa de sus intereses, los intereses de los pobres. La jornada tiene su origen en las huelgas de Chicago a principios del siglo XX en la lucha por la jornada de las ocho horas. Paradójica y significativamente, en Chicago, una pequeña placa rememora el lugar de los hechos, y en EEUU el primero de mayo no es fiesta del mundo obrero. Pero la generosidad de aquellos anónimos obreros que lucharon por la consecución de una legislación acorde a la dignidad de la persona humana y a los derechos de los trabajadores, es hoy conmemorada en el mundo entero.

La Iglesia puso la fiesta litúrgica de san José obrero en esta fecha una vez que el mundo obrero ya la había consagrado con sus luchas, con su sangre y con su unidad, como “día de los trabajadores”. No sería bueno que la fecha se nos quedara encerrada en el fanal de las consideraciones sobre san José. Cierto que José, obrero, es un recordatorio de que Jesús era miembro de la capa social humilde, de la clase trabajadora, de los pobres más exactamente. Pero las preocupaciones sociales y la comunión con la lucha de los trabajadores no se justifica por nuestras reflexiones religiosas sobre san José, sino por sí mismas. Para nosotros, la dignidad de los pobres, la solidaridad con su causa, las luchas del mundo obrero por los derechos humanos y los derechos laborales, tienen una entidad teológica y espiritual. No son “política” o “preocupaciones humanas”, simplemente, sino un problema espiritual, un desafío permanente de Aquel que se identificó con los pobres y nos desafió diciendo: “lo que hicieron ustedes con cualquiera de mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron”.

Buen día para recordarnos que el cristianismo es amor, y que el amor es solidaridad concreta, solidaridad con los pequeños, los humildes, los trabajadores (hoy tantas veces en desempleo, paro, cesantía), los obreros… Y que esta solidaridad es amor cristiano, caridad, fe.

1. J. Mateos-F. Camacho, El evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ediciones Cristiandad, Madrid

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


3. ACI DIGITAL 2003

54. Su patria: Nazaret. Sus hermanos: cf. 12, 46.

57. He aquí el gran misterio de la ceguera, obra del príncipe de este mundo que es el padre de la mentira (Juan 8, 44) y cuyo poder es "de la tiniebla" (Luc. 22, 53). Veían lo admirable de su sabiduría y la realidad de sus milagros (v. 54) y en vez de alegrarse y seguirlo o al menos estudiarlo... se escandalizaban. Y claro está, como tenían que justificarse a sí mismos, sus parientes decían que era loco, y los grandes maestros enseñaban que estaba endemoniado (Marc. 3, 21 - 22). Por esto es que El hablaba en parábolas (vv. 10 - 17), para que no entendieran sino los simples que se convertirían (cf. 11, 25 ss.). Los otros no habrían podido oír la verdad sin enfurecerse, como sucedió cuando entendieron la parábola de los viñadores (Marc. 12, 12 ss.) Por eso es Jesús "signo de contradicción" (Luc. 2, 34) y lo seremos también sus discípulos (Juan 15, 20 ss): a causa del "misterio de la iniquidad" o sea del poder diabólico (II Tes. 2, 7 y 9) cuyo dominio sobre el hombre conocemos perfectamente por la tragedia edénica (véase Sab. 2, 24 y nota) y cuyo origen se nos ha revelado también, aunque muy "arcanamente", en la rebelión de los ángeles, que algunos suponen sucedió en el momento situado entre Gén. 1, 1 y 2. Cf. nuestro estudio sobre Job y el misterio del mal, del dolor y de la muerte.


4. Meditación sobre el trabajo


5.

FIESTA DE SAN JOSE OBRERO 

1 de mayo de 2000

EL TEKTON. EL ARTESANO AL SERVICIO DE TODOS.

1. A finales del siglo XIX y principio de XX, el 1 de mayo se convirtió en una fecha reivindicativa y revolucionaria a favor de la clase obrera. El Papa Pío XII, en 1955, quiso darle una dimensión cristiana, e instituyó la fiesta de San José Obrero, que no sólo fue trabajador artesano humilde, sino el modelo de todo trabajador cristiano, que se afanó durante años, como servidor de la Sagrada Familia, sumergido en una gran intimidad con Dios. De esta manera el Papa proyectaba una luz nueva sobre la dignidad del trabajo, que ofrece el medio de perfeccionar la creación, sirviendo a Dios y a los hombres, imitando a Dios Creador y al Hijo de Dios también artesano como su padre José, y uniendo los sufrimientos y contrariedades del propio trabajo a la cruz de Cristo.

2. Aunque los evangelios nos dicen muy poco de San José, le califican con cinco títulos, importantes y significativos, que son como cinco pilares que permiten construir una sólida teología josefina: le designan "hijo de David" (Mt 1,20), "esposo de María" (Mt 1,16), "padre de Jesús" (Lc 2,48), "hombre justo" (Mt 1,19), y "el carpintero" (Mt 13,55) que enseñó su mismo oficio a Jesús (Mc 6,3). Hoy sólo cebramos su oficio de carpintero de Nazaret: el sencillo trabajador que tiene que trabajar cada día, para sostener a su familia, con el sudor de su frente en un trabajo bien humilde, y en una vida oculta y laboriosa.

3. El evangelio no recoge ni una sola palabra suya. San José, más que con sus palabras, habla con sus actitudes y gestos. Con su silencio, su obediencia, su trabajo. Fue un obrero auténtico que trabajaba de sol a sol en su modesto taller de carpintería. La palabra griega tékton con que le designa el evangelio, tiene un sentido genérico de "artesano", que puede incluir los oficios de carpintero, herrero, albañil, curtidor, tejedor, alfarero, etc. Sin embargo, ya en Homero y en Jenofonte, tékton se usa en el sentido específico de artesano en carpintería. Y así lo ha entendido la tradición cristiana desde san Justino (siglo II), que nos dice que construía yugos y arados, y en la misma línea escriben Origenes, san Efrén y san Juan Damasceno. Hasta la edad media no aparecen los autores que le dicen herrero (san Isidoro de Sevilla). Pero ninguna prueba decisiva señala con precisión el oficio de José. Algo puede aclararnos el hecho de que en la época de Cristo, en Palestina escaseaba la madera. No había sino los famosos cedros, que eran pocos y propiedad de ricos, palmeras, higueras y otros frutales. En consecuencia muy pocas cosas eran entonces de madera. Concretamente, en Nazaret las casas o eran simples cuevas excavadas en la roca, o edificaciones construidas con cubos de la piedra. En los edificios sólo las puertas eran de madera y muchas casas ni siquiera tenían otra puerta que una gruesa cortina. No debía, pues, ser mucho el trabajo para un carpintero en un pueblo de no más de cincuenta familias. Preparar o reparar aperos de labranza o construir rústicos carros. Los muebles apenas existían en una civilización en que el suelo era la silla más corriente y cualquier piedra redonda la única mesa. La carpintería pues, no era un gran negocio en el Nazaret de entonces. Sólo se le hacían encargos eventuales que consistían en reparar un tejado, en arreglar un carro, o recomponer un yugo o un arado. San José trabajaba humildemente para ganarse la vida y se la ganaba modestamente.

4. Su casa tiene, como todas las de la gente pobre de Palestina, una sola habitación que es cocina, comedor y dormitorio. Tiene un molino de mano, un hornillo de barro para cocer el pan, un arcón para guardar los vestidos, una mesa, una lámpara de aceite, unas esteras para dormir, y pocas cosas más. Todo pobre, pero limpio y ordenado, que por algo son las manos de María las que cuidan del hogar. Een el exterior, una escalera adosada a la pared que conduce a la azotea. Este es el lugar de descanso de la Sagrada Familia al anochecer, donde en verano goza de la fresca brisa del Mediterráneo, y rezan vueltos hacia Jerusalén (Dn 6,11). El taller de José está en un pequeño patio con su "parra y su higuera" tradicionales (l Re 5,5). José va vestido con una túnica ceñida con un cinturón; calza unas sencillas sandalias, y cubre su cabeza con el kuffiyéh, un velo sujeto con dos vueltas de un cordón negro. Se casó joven, con algún año más que Maria, que tendría unos dieciséis. Maneja con vigor la sierra y la garlopa. Por todas parte hay tablones de sicómoro, arcas, yugos y arados recién terminados. Mientras José trabaja, canta y reza, feliz de ganar con el sudor de su frente el pan para sus dos grandes amores: Jesús y María.

5. El es un trabajador que cumple el mandato de Dios: "Tomó Dios al hombre y lo puso en el jardín del Edén, para que lo cultivara y guardara" (Gn 2,15). Para que trabajara, a imagen de Dios trabajador, "creador del cielo y de la tierra". "Mi Padre trabaja siempre".

6. Inmenso Dios creando como un torbellino inmóvil y amoroso, afanándose en su obra para su gloria en el hombre. Y cuando al principio, pasó revista a todo, estrellas, mares, calandrias y elefantes, aves del paraíso y águilas reales, altísimas montañas, palomas raudas, palmeras y cipreses, colibrís y elefantes... el hombre y la mujer..., dijo: ¡Bien!. ¡Todo está bien!. ¡Me ha quedado todo estupendo!... 

Y vio Dios que lo había hecho bien.
 
 

El amor de Dios ya se nos manifiesta

en la creación.

Maravillas de amor del trigo verde.

Maravillas de amor de los ríos caudalosos.

De los hondos mares bravíos.

De las altas montañas escarpadas.

Del ondular de las colchas de sangre de amapolas.

De los rosarios rosados del maíz.

Del néctar de los melones deliciosos.

De los crujientes cacahuetes.

De los prados de verduras

De los racimos de los plátanos.

Y vio Dios que lo había hecho bien.

Riquezas de amor del oro pálido.

De los diáfanos diamantes.

De los zafiros y de los topacios.

De las aguas marinas románticas.

De los rojos corales.

De las amatistas y rubíes de sangre.

De la plata rutilante.

Y vio Dios que lo había hecho bien.

El regalo de amor de la vida animal.

De los ágiles caballos.

De las gacelas tímidas.

De los jilgueros y de los gorriones cantarines.

De los locuaces periquitos.

De los toros solemnes y orgullosos.

De las ballenas como casas.

De los leones regios.

De los pavos reales de ensueño.

De las altísimas jirafas.

De los canarios melodiosos.

Y vio Dios que lo había hecho bien.

Y el lujo de los jardines.

Las rosaledas lujuriantes, jaspeadas.

Los jazmines embriagadores.

Las madreselvas de embrujo.

Los claveles rojos, naranja, blancos, amarillos.

Los tulipanes de nácar.

Y vio Dios que lo había hecho bien.

Maravillas de amor.

Y el hombre. Y la mujer.

Y el paraíso sin dolor.

La chispa primera de la inteligencia.

El latido de la primera emoción, del primer amor.

Y vio Dios que lo había hecho bien.

Misterio de amor. 

Y la Redención. 

Hijos en el Hijo.

Vida de Dios. Como si a las hormigas

las eleváramos a la vida humana, 

inteligente y voluntaria.

Como si les pudiéramos decir:

¡Hormigas, qué alegría, 

sois hombres, siendo a la vez hormigas! 

Hombres - dioses.

Y vio Dios que lo había hecho bien.

Al animal con suplemento

de inteligencia: hombre.

Al hombre con la gracia = dios.

Divinizado.

Pero comprado con Sangre divina.

La Sangre del Cordero.

Y ese hombre, ya liberado en general,

tiene que ser liberado en concreto.

Tú, yo, él, todos.

La Iglesia.

La humanidad.

La humanidad en el crisol.

Y vio Dios que lo había hecho bien.

7. Y le dijo a Adán: Prolonga tú ahora mi obra creadora, toma mis fuerzas y sigue creando, yo estaré contigo y descansaré. Trabaja conmigo, que es tu oficio. Trabajar para Adán era hermoso, era «coser y cantar», siempre con el corazón henchido de alegría, porque crear deleita.

8. El sudor vino después; la amargura y el cansancio y la fatiga fueron posteriores al pecado. «Con el sudor de tu frente», la tierra se te resistirá, y las ideas se te irán escurridizas, y se bloqueará el ordenador, y los cardos y las espinas, son, pueden ser, expiación y penitencia. "Existe, dice Juan Pablo II en la "Laborem exercens", una dimensión esencial del trabajo humano,en la que la espiritualidad fundada sobre el evangelio, penetra profundamente. Todo trabajo —tanto manual como intelectual— está unido inevitablemente a la fatiga El libro del Génesis lo expresa de manera verdaderamente penetrante, contraponiendo a aquella originaria bendición del trabajo, contenida en el misterio mismo de la creación, y unida a la elevación del hombre como imagen de Dios, la maldición, que el pecado ha llevado consigo: «Por ti será maldita la tierra. Con trabajo comerás de ella todo el tiempo de tu vida» (Gén 3,17). Este dolor unido al trabajo señala el camino de la vida humana sobre la tierra y constituye el anuncio de la muerte: «Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra; pues de ella has sido hecho...» (Gén 3,19). Casi como un eco de estas palabras, se expresa el autor de uno de los libros sapienciales: «Entonces miré todo cuanto habían hecho mis manos y todos los afanes que al hacerlo tuve...» (Ecl 2,11). No existe un hombre en la tierra que no pueda hacer suyas estas palabras. El Evangelio pronuncia, en cierto modo, su última palabra, en el misterio pascual de Jesucristo. Y aquí también es necesario buscar la respuesta a estos problemas tan importantes para la espiritualidad del trabajo humano. En el misterio pascual está contenida la cruz de Cristo, su obediencia hasta la muerte, que el Apóstol contrapone a aquella desobediencia, que ha pesado desde el comienzo a lo largo de la historia del hombre en la tierra (Rm 5,19). Está contenida en él también la elevación de Cristo, el cual mediante la muerte de cruz vuelve a sus discípulos con la fuerza del Espíritu Santo en la resurrección.

9. El sudor y la fatiga, que el trabajo necesariamente lleva en la condición actual de la humanidad, ofrecen al cristiano y a cada hombre, que ha sido llamado a seguir a Cristo, la posibilidad de participar en el amor en la obra que Cristo ha venido a realizar (Jn 17,4). Esta obra de salvación se ha realizado a través del sufrimiento y de la muerte de cruz. Soportando la fatiga del trabajo en unión con Cristo crucificado por nosotros, el hombre colabora en cierto modo con el Hijo de Dios en la redención de la humanidad. Se muestra verdadero discípulo de Jesús llevando a su vez la cruz de cada día en la actividad que ha sido llamado a realizar.

10. Cristo, sufriendo la muerte por todos nosotros, pecadores, nos enseña con su ejemplo a llevar la cruz que la carne y el mundo echan sobre los hombros que buscan la paz y la justicia»; pero, al mismo tiempo, «constituido Señor por su resurrección, Cristo, al que le ha sido dada toda potestad en la tierra, obra ya por la virtud de su Espíritu en el corazón del hombre purificando y robusteciendo también, con ese deseo, aquellos generosos propósitos con los que la familia humana intenta hacer más llevadera su propia vida y someter la tierra a este fin»

11. En el trabajo cristiano descubre una pequeña parte de la cruz de Cristo y la acepta con el mismo espíritu de redención, con el cual Cristo ha aceptado su cruz por nosotros. En el trabajo, merced a la luz que penetra dentro de nosotros por la resurrección de Cristo, encontramos siempre un tenue resplandor de la vida nueva, del nuevo bien, casi como un anuncio de los «nuevos cielos y otra tierra nueva», los cuales precisamente mediante la fatiga del trabajo, son participados por el hombre y por el mundo. A través del cansancio y jamás sin él. Esto confirma, por una parte, lo indispensable de la cruz en la espiritualidad del trabajo humano; pero, por otra parte, se descubre en esta cruz y fatiga un bien nuevo que comienza con el mismo trabajo: con el trabajo entendido en profundidad y bajo todos sus aspectos, y jamás sin él.

13. ¿No es ya este nuevo bien —fruto del trabajo humano— una pequeña parte de la «tierra nueva», en la que mora la justicia? ¿En qué relación está ese nuevo bien con la resurrección de Cristo, si es verdad que la múltiple fatiga del trabajo del hombre es una pequeña parte de la cruz de Cristo? También a esta pregunta intenta responder el Concilio, tomando las mismas fuentes de la Palabra revelada: «Se nos advierte que de nada le sirve al hombre ganar todo el mundo, si se pierde a sí mismo (Lc 9,25). (Vat. II, Const. sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et Spes, 38). 

14. No obstante, la espera de una tierra nueva no debe amortiguar, sino más bien avivar, la preocupación de perfeccionar esta tierra, donde crece el cuerpo de la nueva familia humana, el cual puede de alguna manera anticipar un vislumbre del siglo nuevo. Por ello, aunque hay que distinguir cuidadosamente progreso temporal y crecimiento del reino de Cristo, sin embargo, el primero, en cuanto puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa en gran medida al reino de Dios». El cristiano que está en actitud de escucha de la palabra del Dios vivo, uniendo el trabajo a la oración, sepa el puesto que ocupa su trabajo no sólo en el progreso terreno, sino también en el desarrollo del Reino de Dios, al que todos somos llamados con la fuerza del Espíritu Santo y con la palabra del Evangelio".

15. Y así, trabajando, es como el hombre se convierte en dominador de la materia y concreador del mundo, que le estará sometido en la medida de su trabajo; y pondrá a su servicio todas las criaturas, inferiores a él. Y así se dignifica y crece.

16. «El que no quiera trabajar que no coma», dice san Pablo; quien ha de comer tiene que trabajar. El deber de trabajar arranca de la misma naturaleza. «Mira, perezoso, mira la hormiga...», y mira la abeja, y aprende de ellas a trabajar, a ejercitar tus cualidades desarrollando y haciendo crecer y perfeccionando la misma creación. Que por eso naciste desnudo y con dos manos para que cubras tu desnudez con el trabajo de tus manos y te procures la comida con tu inventiva eficaz.

17. El trabajo será también tu baluarte, será tu defensa, contra el mundo porque te humilla, cuando la materia o el pensamiento se resisten a ser dominados y sientes que no avanzas. Te defenderá del demonio, que no ataca al hombre trabajador y ocupado en su tarea con laboriosidad. Absorbido y tenaz. Te defenderá del ataque de la carne, porque el trabajo sojuzga y amortigua las pasiones, y con él expías tu pecado y los pecados del mundo con Cristo trabajador, creando gracia con El y siendo redentor uniendo tu esfuerzo al suyo, de carpintero y de predicador entregado a la multitud y comido vorazmente por ella.

Así es cómo el trabajo cristiano, se convierte en fuente de gracia y manantial de santidad.

18. Pero si el hombre debe continuar creando con Dios, su trabajo debe ser entregado a la Iglesia y a la comunidad humana, llamada toda al Reino. El que trabaja, cumple un deber social. Ahora bien, si el trabajo es un deber, si el hombre debe trabajar, el hombre tiene el derecho ineludible de poder trabajar, de tener la posibilidad de ejercer el deber que le viene impuesto por la propia naturaleza, por el mismo Dios Creador, Trabajador, Redentor y Santificador. El derecho social al trabajo es consecuencia del deber del trabajo. Pío XII en la Sponsa Christi recuerda incluso a las monjas de clausura, el deber de trabajar con eficacia.

19. Pero la realidad es que, así como hay en el mundo una injusticia social en el reparto de la riqueza, la hay también en el reparto del trabajo. Mientras haya parados, no puede haber hombres pluriempleados; por dos razones: primera, porque sus varios empleos quitan, roban, puestos de trabajo a los que de él carecen; segunda, porque los que tienen varios empleos difícilmente los cumplirán bien y a tope. El "enchufismo" no es sinónimo de perfección, sino todo lo contrario. Se habla de estructuras injustas en órdenes diversos; pero la estructura injusta, y había que revisarla si es injusta, se da también en la distribución del trabajo.

20. Que un sacerdote, y son muchos, no tengan nada que hacer en todo el día, salvo celebrar la misa, cuando hay también muchos que no pueden abarcar todas las misiones que se les encomiendan, puede ser consecuencia de unas estructuras, o de una interpretación de las mismas, que en todo caso, deberán ser, en justicia, revisadas.

La sociedad no puede desperdiciar energías, pero la Iglesia tiene que aprovechar todas las piedras vivas, para edificar el Cuerpo de Cristo.

21. "Dios todopoderoso, creador del universo, que has impuesto la ley del trabajo a todos los hombres; concédenos que siguiendo los ejemplos de San José, y bajo su protección, realicemos las obras que nos encomiendas y consigamos los premios que nos prometes".

22. "Todo lo que de palabra o de obra realicéis, hacedlo con toda el alma, sabiendo bien que recibiréis del Señor en recompensa la herencia" Colosenses 3,14.

23. Pidamos con el salmo 89: "Haz prósperas, Señor, las obras de nuestras manos".

JESÚS MARTÍ BALLESTER


6. CLARETIANOS 2004

Queridos amigos y amigas:

Acabamos la semana celebrando la fiesta de San José Obrero, instituida por Pío XII en 1955 para resaltar cristianamente el trabajo humano. A los que rezamos laudes, hoy se nos invita a comenzar la oración con la siguiente frase: “Venid, adoremos a Cristo, el Señor, que quiso ser tenido como el hijo del carpintero. Aleluya”. Que quiso ser tenido como el hijo del carpintero. No sé a vosotros, pero a mí me resulta muy sugerente esta frase. Jesús fue muchas otras cosas más importantes y, sin embargo, de nada alardeó, al contrario, quiso ser tenido como el hijo del carpintero, aunque eso le restara méritos o dignidad ante los ojos de la gente de su tierra para ser considerado profeta, como vemos en el evangelio de hoy. Esto me lleva a preguntarme: ¿como qué quiero ser tenida yo por los demás?

Es fácil en este día del año plantearse solidariamente que hay que seguir luchando para que todo el mundo tenga acceso a un trabajo, para que las condiciones laborales sean justas, dignas, para que se acabe con todo el tema de la esclavitud laboral infantil, de la subcontratación, etc. Todo esto es fundamental. Pero, al mismo tiempo, creo que también es hoy un buen día para reflexionar sobre nuestra experiencia personal respecto al trabajo. Me refiero a plantearnos de qué manera el trabajo que cada uno de nosotros lleva a cabo cada día nos realiza como personas y nos dignifica. Y con trabajo me refiero a las diferentes actividades a las que nos dedicamos, sean remuneradas o no, por cuenta propia o ajena, estudios, labores del hogar, trabajo en oficina, en tienda, en parroquia, cuidado de personas, etc. Ojalá seamos capaces de profundizar en el sentido de todo lo que hacemos, de convencernos que cualquier actividad, por pequeña que sea, puede ser buena, útil para algo o alguien, generadora de vida, si se hace desde las actitudes que nos presenta la lectura de Colosenses: desde el amor, desde la paz de Cristo, desde la actitud agradecida, haciendo todo de corazón, como para el Señor y no para los hombres.
Vuestra hermana en la fe,

Lidia Alcántara Ivars, misionera claretiana (lidiamst@hotmail.com)


7.

Día 1 sábado San José Obrero

        Evangelio: Mt 13, 54-58 Y al llegar a su ciudad se puso a enseñarles en su sinagoga, de manera que se quedaban admirados y decían:
         —¿De dónde le viene a éste esa sabiduría y esos poderes? ¿No es éste el hijo del artesano? ¿No se llama su madre María y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? Y sus hermanas ¿no viven todas entre nosotros? ¿Pues de dónde le viene todo esto?
         Y se escandalizaban de él. Pero Jesús les dijo:
         —No hay profeta que no sea menospreciado en su tierra y en su casa.
         Y no hizo allí muchos milagros por su incredulidad.

El valor del trabajo

        Celebramos hoy con toda la Iglesia a San José, esposo de la Santísima Virgen y, según la ley judía, padre de Jesús, aunque no lo fuera por la generación habitual de la carne. No era, sin embargo, Jesús menos hijo de su corazón que los hijos comunes lo son de sus padres. Sin temor a exagerar, podemos afirmar que José es padre de Jesús, el hijo de María siempre Virgen, con una paternidad excelsa y muy superior a la de los padres que engendran según la carne. Como afirma san Agustín, a José no sólo se le debe el nombre de padre, sino que se le debe más que a otro alguno (...), ¿cómo era padre? Tanto más profundamente padre, cuanto más casta fue su paternidad. Algunos pensaban que era padre de Nuestro Señor Jesucristo, de la misma forma que son padres los demás, que engendran según la carne, y no sólo reciben a sus hijos como fruto de su afecto espiritual. Por eso dice San Lucas: se pensaba que era padre de Jesús. ¿Por qué dice sólo se pensaba? Porque el pensamiento y el juicio humanos se refieren a lo que suele suceder entre los hombres. Y el Señor no nació del germen de José. Sin embargo, a la piedad y a la caridad de José, le nació un hijo de la Virgen María, que era Hijo de Dios.

        José amaba a Jesús como no somos capaces de amar los demás hombres. Entregó al Hijo de Dios encarnado lo mejor de sí mismo, incluyendo el trabajo que llenaba su vida y sustentaba a la Familia que quiso Dios para nacer, crecer y alcanzar su madurez entre los hombres. Por eso Nuestro Señor que era conocido como artesano: el hijo del artesano. Y nos lo imaginamos durante muchos años –tenía Jesús al comenzar unos treinta años, cuando comenzó su vida pública, según nos cuenta san Lucas– en el taller de su padre, José, y más tarde posiblemente al frente del mismo. Jesús pasó la mayor parte de sus días sobre la tierra trabajando, como todos los hombres y mujeres de bien. Se ocupaba en una tarea corriente, sin más relieve la mayoría de las veces que el sobrenatural, por el amor y la perfección que ponía en cada detalle.

        El trabajo ocupa la mayor parte de nuestro tiempo. Trabajo no es exclusivamente la ocupación profesional en sentido estricto. Trabajo es asimismo cualquier otra actividad productiva en sentido amplio, que, por lo general, requiere un cierto esfuerzo por parte de quien la realiza: desde responder el correo a leer un artículo cultural que contribuye a la propia formación o charlar con un hijo o con un amigo, tratando de ayudarle.

        El esfuerzo: he aquí la dificultad. Dificultad añadida al trabajo como consecuencia del pecado. Ganarás el pan con el sudor de tu frente, advirtió Dios en nuestros Primeros Padres en el Paraíso Terrenal, después de la desobediencia. Habiendo perdido al desobedecer la inocencia original, el trabajo, desde entonces, es en cierto sentido una pena, un castigo a la rebeldía humana. Ahora trabajar cuesta. Cualquier actividad –hasta la más pequeña– que emprende el hombre en beneficio propio le supone esfuerzo: es trabajosa, decimos, para indicar que de algún modo nos pesa.

        De modo espontáneo el trabajo no se realiza con gusto y constancia. Es preciso casi siempre un empeño por mantener la decisión –que cuesta– del orden, de la puntualidad, del cuidado del detalle... Sucede, por el contrario, que lo fácil es generalmente de poco valor y no cubre las expectativas y requerimientos personales. Todo lo que vale es trabajososo, decimos: ningún ideal se hace realidad sin sacrificio..., leemos en Camino. Se trata, en todo caso, de un esfuerzo, de un sacrificio, de una renuncia incluso –si queremos llamarlo así–, aunque sea llevadera. De ordinario, en efecto, lo que se espera de cada persona en el terreno profesional y en sus deberes familiares y sociales es algo posible, razonable.

        Sin embargo, el hombre trabajaba antes de pecar. Como dice el libro del Génesis, tomó, pues, Yahveh Dios al hombre y le dejó en al jardín de Edén, para que lo labrase y cuidase. Sólo después del pecado sintió el hombre la dificultad del esfuerzo. El trabajo de la tierra no sería en adelante una tarea confortable: espinas y abrojos te producirá, aseguró Dios a Adán. Lo cual, en modo alguno privó al trabajo de su grandeza original, por la que el hombre había sido constituido Señor de la naturaleza: llenad la tierra y sometedla, dijo Dios al hombre haciéndolo señor de toda la creación terrena. El trabajo aparece, pues, como un designio y don de Dios a los hombres, por el que los constituye en señores del mundo que había creado para ellos.

        La actividad humana, por tanto, ya que puede ser trabajo casi siempre, es una permanente ocasión de configurar nuestra existencia según el querer divino, de amar a Dios agradecidamente y del más pleno desarrollo personal: aquel querido desde el principio por nuestro Creador.

        Pedimos a Santa María que contemplemos en cada instante esa ocasión irrepetible de vivir según Dios. Con su ayuda maternal no nos faltará la fuerza necesaria y sabremos superar la debilidad y falta de constancia que son consecuencia del pecado.


8. Comentarios “Misal-Meditación”,

San Mateo 13, 54-58
Viniendo a su patria, les enseñaba en su sinagoga, de tal manera que decían maravillados: «¿De dónde le viene a éste esa sabiduría y esos milagros?¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? Y sus hermanas, ¿no están todas entre nosotros? Entonces, ¿de dónde le viene todo esto?» Y se escandalizaban a causa de él. Mas Jesús les dijo: «Un profeta sólo en su patria y en su casa carece de prestigio». Y no hizo allí muchos milagros, a causa de su falta de fe.

Lectura
Comienza el mes de María en sábado, día dedicado a Ella. Y María nos introduce en su mes de la mano de su esposo, San José. Hoy la iglesia contempla al santo carpintero de Nazareth como modelo de hombre trabajador. San José nos enseña que el trabajo no es un fin en sí mismo sino que es un medio para entregar al mundo y a nuestra sociedad lo mejor de nosotros mismos. Una manera de crecer y desarrollarse como persona y de realizarse por el don de sí mismo a los demás.

San José realizó un oficio sencillo, callado, no llamó demasiado la atención. Sin embargo la Iglesia le otorga un lugar privilegiado entre los santos por haber sido fiel, desde el silencio, a la misión que Dios le encargó: ser el custodio de Jesús en la tierra. Esto nos muestra como Dios valora al hombre no por lo que tiene ni por lo que hace sino por lo que es.

Meditación
San José no hizo carrera. Pasaron sus días iguales a sí mismos en el taller de Nazareth. El mismo espacio, las mismas herramientas, el mismo olor a madera. Poca novedad. Y San José fue un hombre realizado. Vivió sus días en plenitud. Sereno, con una gran paz interior, satisfecho, agradecido. ¿Por qué pudo ser así? San José encontró el secreto de la felicidad en el trabajo: no poner la seguridad en el éxito, en el progreso material, ni siquiera en el desarrollo personal.

Más bien, como dice San Pablo: hacer las cosas con toda el alma, como para servir al Señor y no a los hombres. Cuántas veces te levantas inquieto por la mañana, te lanzas en avalancha por el día como por una montaña rusa, de actividad en actividad, sin parar. Y esas preocupaciones en el alma: en el fondo es que quieres controlar las cosas, que te salgan bien, tener más, haber hecho más. Pero por más que hagas en esta vida ¿te lo vas a llevar a la vida eterna? Y si tienes a Dios que te ama, te cuida, está a tu lado ¿para qué pedirle al éxito profesional que sea la fuente de tu felicidad? Vosotros buscad su Reino y todo lo demás se os dará por añadidura.

Oración
Señor, ayúdame a descubrirte con sencillez en lo que Tú permites en mi vida sin anhelar otros caminos más fáciles o diferentes. Permíteme amarte desde mi pequeñez sin importar la materialidad de lo que haga sino el amor con que lo realice.

Actuar:
Buscaré realizar mis tareas más cotidianas con alegría y amor.

Meditaciones publicadas por cortesía del “Misal-Meditación”, publicación mensual española que contiene la liturgia de la misa de cada día y una meditación sobre la misma.


9. CLARETIANOS 2004

Queridos amigos y amigas:

Acabamos la semana celebrando la fiesta de San José Obrero, instituida por Pío XII en 1955 para resaltar cristianamente el trabajo humano. A los que rezamos laudes, hoy se nos invita a comenzar la oración con la siguiente frase: “Venid, adoremos a Cristo, el Señor, que quiso ser tenido como el hijo del carpintero. Aleluya”. Que quiso ser tenido como el hijo del carpintero. No sé a vosotros, pero a mí me resulta muy sugerente esta frase. Jesús fue muchas otras cosas más importantes y, sin embargo, de nada alardeó, al contrario, quiso ser tenido como el hijo del carpintero, aunque eso le restara méritos o dignidad ante los ojos de la gente de su tierra para ser considerado profeta, como vemos en el evangelio de hoy. Esto me lleva a preguntarme: ¿como qué quiero ser tenida yo por los demás?

Es fácil en este día del año plantearse solidariamente que hay que seguir luchando para que todo el mundo tenga acceso a un trabajo, para que las condiciones laborales sean justas, dignas, para que se acabe con todo el tema de la esclavitud laboral infantil, de la subcontratación, etc. Todo esto es fundamental. Pero, al mismo tiempo, creo que también es hoy un buen día para reflexionar sobre nuestra experiencia personal respecto al trabajo. Me refiero a plantearnos de qué manera el trabajo que cada uno de nosotros lleva a cabo cada día nos realiza como personas y nos dignifica. Y con trabajo me refiero a las diferentes actividades a las que nos dedicamos, sean remuneradas o no, por cuenta propia o ajena, estudios, labores del hogar, trabajo en oficina, en tienda, en parroquia, cuidado de personas, etc. Ojalá seamos capaces de profundizar en el sentido de todo lo que hacemos, de convencernos que cualquier actividad, por pequeña que sea, puede ser buena, útil para algo o alguien, generadora de vida, si se hace desde las actitudes que nos presenta la lectura de Colosenses: desde el amor, desde la paz de Cristo, desde la actitud agradecida, haciendo todo de corazón, como para el Señor y no para los hombres.
Vuestra hermana en la fe,

Lidia Alcántara Ivars, misionera claretiana (lidiamst@hotmail.com)


10.

Mt. 13, 54-58. El Hijo de Dios es considerado por los judíos como el Hijo del carpintero. Jesús no vino a quitarnos la carga del trabajo, sino a santificarlo, especialmente cuando Él cumple con la obra que el Padre Dios le confió.

Cada uno de nosotros tiene también su propia labor en el mundo. Quienes creemos en Cristo Jesús realizamos nuestros quehaceres diarios con la máxima responsabilidad colaborando en la realización de la ciudad terrena, no como el lugar de nuestra felicidad definitiva, sino como el lugar desde el que se inicia el Reino de Dios entre nosotros por propiciar una vida basada en relaciones realmente nacidas del amor fraterno.

Por eso debemos trabajar constantemente porque en verdad caminemos en una auténtica justicia social. Quien se confiesa cristiano y se dedica a explotar o a causar injusticias a su prójimo no puede, por ningún motivo, llamarse hijo de Dios.

El trabajo de cada día debe ayudarnos a santificarnos por no convertirlo en nuestro dios, sino en una de la formas como nosotros servimos a nuestro prójimo para su propio bien.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María y de Señor San José, la gracia de saber colaborar con nuestro esfuerzo a que se viva cada día con mayor dignidad, esforzándonos no sólo de los bienes temporales, sino también colaborando para que la salvación llegue a todos. Amén.

www.homiliacatolica.com


11.