CONVERSIÓN DE SAN PABLO 01-25

1. CLARETIANOS 2002

Una conversión única celebra la Iglesia. Es la conversión de san Pablo. Este acontecimiento suscitó un estremecimiento tal en aquellas primitivas comunidades que no pudieron menos de recordarlo y celebrarlo. Celebraran en última instancia a Dios nuestro Padre que seguía ahora como en los tiempos antiguos haciendo maravillas.

Cómo sería de sorprendente este acontecimiento que lo narran tres veces los Hechos de los Apóstoles y san Pablo mismo hace alusión varias veces al mismo en sus epístolas. ¿Qué había ocurrido?

Que Dios, por medio de Jesucristo, había irrumpido de una manera clamorosa en la vida de san Pablo, yendo éste hacia Damasco, y aquello cambió completamente su vida. La ley, el templo, los sacrificios, el ayuno, el sábado, en suma, todas las instituciones judías, que para Pablo habían sido sumamente importantes, desde este momento pierden relieve. Sólo Dios es absoluto. Sólo Dios Padre manifestado en Cristo Jesús es una realidad a adorar. Después de todo se había manifestado a los hombres, a través de Cristo Jesús, para comunicarles que les quería entrañablemente, y que viviendo en su compañía los humanos, todos, podían vivir más serenamente, aguantar las dificultades más apaciblemente, entregarse a los demás más generosamente, llevar la vida más esperanzadamente, y un día llegar a la patria gloriosamente. Y todo esto conmovidamente se lo dice a los judíos y a los gentiles, predica, escribe, consolida iglesias viejas y funda otras nuevas, se detiene en las comunidades y viaja, comunica este mensaje a la gente sencilla y a los sabios, sufre mil persecuciones y al final es decapitado por Cristo.

San Pablo significa hoy algo para nuestras vidas. Llevó la vida intensamente. Luchó incansablemente por una causa. Para él Cristo era lo más importante. Si nosotros nos pareciéramos a él un poco al menos... de verdad.

Patricio García Barriuso cmf. (cmfcscolmenar@ctv.es)


2.Misión de tiempo completo Festividad de S. Pablo

Finaliza oficialmente la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. Tardamos los humanos en darnos cuenta de que el camino real hacia la plenitud de la unidad pasa por el entendimiento, la convivencia pacífica, la concordia y la conversión de los corazones. Nos sobran dentro de la iglesia fronteras, separatismos, divisiones, reglamentaciones y nos faltan audacias, providencias, carismas, hechos, “vida en abundancia” ¿Acaso puede un padre desoír el grito de sus hijos? Dios nos escucha.

Hoy nos fijamos en Pablo. A lo primero que el Señor llevó a Saulo fue a un desprendimiento radical de lo que antes valoraba como muy importante (Flp 3,7-8) Le condujo a una percepción absolutamente nueva de las cosas y de la realidad, a una iluminación. Ya todo le parece distinto. Todo carece de significado cuando se ha encontrado la perla, el tesoro escondido. Lo que ocurrió a Pablo, fue una revelación del ser de Jesús, que le hizo cambiar de juicio y de actitud sobre lo que él era y hacía: le volvió del revés

Miremos nuestra vida. La conversión llama a tu puerta ¿quieres abrir? ¿Tienes interés o desinterés por la unidad? ¿Cómo lo manifiestas? Pablo puso toda su vida en manos de Dios ¿Lo haces también tú?

Salvador León (ciudadredonda@ciudadredonda.org)


3. COMENTARIO

El anuncio gozoso de la Vida Nueva surgida de la Pascua es la finalidad de la existencia del seguidor y discípulo de Jesús. No existe ningún límite espacial para dicho anuncio al que está ligado la suerte de la humanidad y de toda la creación.

Este horizonte exige que dejemos de lado nuestras preocupaciones particularistas que impiden la realización de dicho anuncio. La suerte de la humanidad y del universo amenazado por la destrucción producida por los egoísmos humanos (hambre, guerra, explotación irracional de la naturaleza, etc.) está ligada a la actuación de los seguidores de Jesús que deben tomar conciencia de la magnitud de su tarea.

Sin embargo, esta lucidez de la comprensión de los problemas que afectan al "mundo" y a la "creación" no debe en ellos convertirse en angustia paralizante que impida llevar a cabo esta misión. La presencia confortante del Resucitado junto a ellos es garantía de la posibilidad de realización de esta misión de la que depende; junto al destino del enviado, el destino de "todo el mundo" y el de "toda la creación".

Esta presencia de Jesús es fuente de coraje frente a los obstáculos humanos y sobrehumanos que puedan surgir en el ánimo del enviado. Ni la resistencia de fuerzas que trascienden la realidad humana ("espíritus malos") ni las amenazas que ponen en peligro la propia integridad física ("serpientes", "veneno") o la de los demás ("enfermos") pueden superar la fuerza y el poder que desde de la Resurrección la Jesús tiende a expandirse sobre toda la realidad.

Juan Mateos, Nuevo Testamento, Ediciones Cristiandad 2ª Ed., Madrid, 1987 (Adaptado por Jesús Peláez)


4. Este proceso de conversión de Pablo se describe en el libro de los Hechos a partir del capítulo 9. Pablo, nacido en Tarso de Cilicia, educado en el rigor de la ley, tardaría tiempo en convencerse de que Dios no hace acepción de personas y acepta a todos por igual. Su actitud de anunciar el evangelio a los judíos en primer lugar, para convertirlos al Evangelio del naza­reno, y de aducir su condición de ciudadano romano, apelar al César para no ser juzgado, son señales evi­dentes del trabajo que le costó a él, que había sido fariseo y estaba convencido del privilegio de Israel, aceptar que, como Jesús, debía acoger a todos por igual y no utilizar privilegio alguno en defensa pro­pia. Solamente cuando llega a Roma y se convence de que «la salvación de Dios se ha destinado también a los paganos», se puede decir que está ya plenamente convertido al mensaje de Jesús.

Mientras no se acepta que Dios es Dios de judíos paganos, que Dios es padre de todos, que no ha preferidos y postergados, sino que todos somos iguales, no se está capacitado para «echar demonios, hablar lenguas nuevas, coger serpientes en la mano sanar a los enfermos», o lo que es igual, para liberar los seres humanos del mal que los aflige, y preservarse a uno mismo de ese mismo mal que nos amenaza. No sólo un pueblo es de Dios: todos los pueblos son de Dios. Él se ha comunicado con todos.

Las Iglesias cristianas concluyen hoy el octavario de oración por la Unidad de las Iglesias. A todos nos tiene que doler, como una vergüenza de familia, la división de los que creemos en Aquel que dijo suspi­rando: «¡Que sean uno!». Y esta unión de los cristia­nos debemos proyectarla hoy día más allá: la unión religiosa de toda la Humanidad, de todas las religiones: «¡Que siendo distintas, estén unidas!»

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


5.

Reflexión:

Hech. 22, 3-16. Cristo siempre sale a nuestro encuentro; y lo hace no sólo para salvarnos, sino para convertirnos en testigos suyos. Efectivamente nuestra fe en Él no puede ser guardada cobardemente en nuestro interior. El Señor nos quiere como testigos suyos en el mundo, hasta el último rincón de la tierra, para que proclamemos a todos lo misericordioso que ha sido el Señor para con nosotros, y les ayudemos a encontrarse con Él. Muchas veces tal vez hemos quedado deslumbrados y enceguecidos por las cosas mundanas; sin embargo sólo el Señor puede devolverle el auténtico sentido a nuestra existencia. No podemos conformarnos con el conocimiento que tengamos del Señor por nuestros estudios, pues la ciencia hincha y podríamos anunciar al Señor más con el orgullo de nuestros conocimientos y buscando nuestra propia gloria, que con la sencillez de quien ha vivido y caminado en la presencia del Señor y le anuncia como el único camino de salvación, con la humildad de quien sólo busca glorificarlo para que todos encuentren en Él la salvación, con la cual todos hemos sido beneficiados.

Sal. 117 (116). Alabemos al Señor, nuestro Dios, pues no sólo ha llamado a la santidad al Pueblo de Israel, sino que ha hecho una llamada universal a la salvación por medio de la fe en Cristo Jesús. Por eso todos estamos llamados a convertirnos en una continua alabanza de nuestro Dios y Padre. Nadie puede decir que no ha sido amado por el Señor, pues Él quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad. Efectivamente Dios no creó a alguien para que se condene; Él nos creó porque grande es su amor hacia nosotros, y nos quiere con Él eternamente libres de odios, de divisiones, de maldad, de pecado; Él nos quiere santos en su presencia como Él es santo. Por eso nuestra vida debe convertirse en una continua alabanza de su Santo Nombre. Y seremos una alabanza del Nombre del Señor cuando ya desde ahora vivamos en paz, como hermanos, reconociéndonos hijos de un mismo Dios y Padre, y preocupándonos de pasar haciendo el bien a todos, especialmente a los más pobres, necesitados, desprotegidos, marginados y desvalidos. Entonces, siendo un signo del amor de Dios para los demás, estaremos colaborando para que, desde nosotros, también ellos experimenten el amor y la misericordia del Señor.

Mc. 16, 15-20. Antes de subir al cielo, después de resucitar de entre los muertos, el Señor envió a los suyos a predicar el Evangelio por todo el mundo a toda creatura. Nada ni nadie puede quedar fuera de la obra salvadora que el Señor ha realizado en favor nuestro. Aquel que quiera encasillar la salvación en un grupo estará equivocado, pues la Iglesia debe acoger en su seno a todo hombre de buena voluntad que se decida a creer en Cristo Jesús. Por eso, los que ya hemos hecho nuestra esta fe debemos ser los primeros en experimentar el amor de Dios, pues Él nos ha llamado para que estemos con Él y para que seamos testigos suyos hasta el último confín del mundo. El Señor nos envía como aquellos que han de continuar su obra liberadora en el mundo. Pero no podemos quedarnos en una lucha por la libertad meramente externa; no podemos conformarnos con liberar a nuestros hermanos de la pobreza, o con darle voz a los desvalidos e injustamente tratados. Mientras no colaboremos para que se den a luz nuevos hijos de Dios, libres de la esclavitud al autor del pecado y de la muerte, habremos fallado en el cumplimiento de la Misión salvadora que el Señor nos ha confiado.

Hoy venimos a esta Celebración Eucarística para encontrarnos personalmente con el Señor, que se acerca a nosotros por medio de signos demasiado frágiles y sencillos. Él preside esta celebración por medio del Ministro; Él está en todos y cada uno de nosotros, que creemos en Él y, unidos a Cristo, Cabeza de la Iglesia, formamos su Cuerpo. Él nos dirige su Palabra salvadora, para que no sólo la escuchemos, sino para que la pongamos en práctica; y así, por obra del Espíritu Santo, esa Palabra vaya tomando cuerpo en nosotros para que seamos realmente testigos del Señor. Él se convierte en nuestro Pan de vida para que, entrando en comunión de vida con Él, sean nuestros su Espíritu y su Vida. Así el Señor abre nuestros ojos para que sepamos contemplarlo no sólo bajo los signos sacramentales, sino también en nuestro hermano, en el cual amamos y servimos al mismo Cristo. Aprovechemos, pues, este momento de Gracia del Señor.

Si nos amamos los unos a los otros entonces permanecemos en el amor de Dios. No sólo hemos de proclamar el Evangelio del Señor con los labios. Toda nuestra vida debe convertirse en un anuncio de la Buena Nueva, pues desde nuestra propia existencia los demás no sólo han de escuchar el Evangelio, sino que han de experimentar el amor salvador del Señor. Jesucristo está presente entre nosotros por medio de todos aquellos que creen en Él. Lo que les hagamos a ellos a Cristo mismo se lo hacemos. Al final el Señor nos dará la vida eterna poniendo como condición el amor que le hayamos manifestado en nuestros hermanos. Seamos, pues, portadores de Cristo. Que nadie quede excluido de recibir el anuncio del Evangelio. Que todos escuchen el mensaje de salvación y todos, sin excepción, experimenten el amor de Dios desde aquellos que nos gloriamos en tenerlo como Señor y Salvador nuestro. No hagamos de la Iglesia un grupo cerrado e inútil. Dios nos quiere a todos unidos como hermanos, formando un sólo cuerpo en torno a Cristo, Cabeza de la misma Iglesia. El que se cierre en un grupo, por muy santo que lo parezcan sus miembros, jamás podrá decir que es la Iglesia del Señor, pues ni siquiera será un miembro de la misma en razón de vivir separado de todos aquellos que han sido llamados a participar de la vida divina.

Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de trabajar constantemente, tanto con nuestras palabras, como con nuestras obras y nuestro testimonio personal y comunitario, en atraer a todos hacia Cristo, para que el mundo entero pueda encontrar en Él el camino que nos una como hermanos, y nos conduzca a la Gloria eterna a la diestra de Dios Padre. Amén.

Homiliacatolica.com


 6. Fray Nelson Martes 25 de Enero de 2005
Temas de las lecturas: Levántate, recibe el bautismo que por la invocación del nombre de Jesús lavará tus pecados * Vayan al mundo y proclamen el Evangelio.

1. "Yo soy judío"
1.1 Lo primero que afirma Pablo al narrar su experiencia en Damasco es: "yo soy judío". Su drama interior, antes y después de Damasco, está resumido en esa expresión, y conviene entender por qué.

1.2 No imaginemos la conversión de Pablo con un cambio moral, al modo de aquellos hombres que dicen: "yo antes era alcohólico y mujeriego, pero encontré a Jesús, y ahora soy sobrio y no tengo ojos sino para mi esposa". No fue así ni parecido en el caso de la conversión que hoy celebramos con toda la Iglesia. Pablo no se convirtió de los vicios a una vida sana. He aquí su relato: "aprendí hasta el último detalle de la ley de nuestros padres; he servido a Dios con tanto fervor como ustedes muestran ahora" (Hch 22,3). No son las palabras de un vicioso, sino de un hombre altamente piadoso que vivió con singular ardor su convicción religiosa.

1.3 Y no nos cabe duda de cuál era su convicción religiosa: "yo soy judío" (Hch 22,3). Por convencimiento de judío persiguió a los seguidores de Jesucristo. Pensaba él, en esa época, que el cristianismo desfiguraba el sentido de las promesas, destruía las instituciones, quitaba valor a la Ley, traicionaba a Dios. Estaba equivocado pero, en medio de su ignorancia, obraba con plena convicción y con un deseo inaudito de coherencia.

1.4 Sobre esto nos escribe él mismo en su Primera Carta a Timoteo: "Doy gracias a Cristo Jesús nuestro Señor, que me ha fortalecido, porque me tuvo por fiel, poniéndome en el ministerio; aun habiendo sido yo antes blasfemo, perseguidor y agresor. Sin embargo, se me mostró misericordia porque lo hice por ignorancia en mi incredulidad" (1 Tim 1,12-13). Se arrepiente de sus blasfemias, y de haber lastimado con odio al Cuerpo de Cristo, pero reconoce con honestidad la causa de este comportamiento perverso: "lo hice por ignorancia".

1.5 En resumen: Pablo quería, como lo más precioso de su vida, a su religión judía. Cuando pensaba que esta fe quedaba destruida por una "secta", el cristianismo naciente, trató de purificar de ese supuesto mal a su pueblo; pero Dios lo llenó de luz y descubrió que Jesucristo no era la gran traición sino la gran respuesta a las antiguas promesas. Entonces orientó toda su energía a mostrar que la fe judía alcanza su plenitud en Jesús, así los mismos judíos le hicieran sufrir lo indecible tanto en su cuerpo como en su alma. Por eso decimos que esa expresión del comienzo de la primera lectura de hoy, "yo soy judío" resume bien la búsqueda y el horizonte fascinante de la vida del apóstol más conocido: san Pablo.

2. Un perseguidor perseguido
2.1 Pablo perseguía a los seguidores de Cristo y Cristo le dice: "Yo soy Jesús Nazareno, a quien tú persigues" (Hch 22,8). De aquí aprendemos o repasamos dos cosas. Primero: lo que se hace a uno de los humildes hermanos de Cristo, a Cristo mismo se le hace (cf. Mt 25,40.45). Segundo: nadie persigue a Cristo sin que Cristo le persiga.

2.2 En efecto, comenta Pablo en su Carta a los Filipenses: "sigo adelante, a fin de poder alcanzar aquello para lo cual también fui alcanzado por Cristo Jesús" (Flp 3,12). Es posible que hubiera odio, soberbia o vanidad en la manera como Pablo perseguía a Jesús; de lo que si estamos seguros es de cuánto amor, cuánta paciencia y cuánta mansedumbre abundaron en el modo como Jesús persiguió y conquistó a Pablo.

2.3 Ahora bien, Jesús está en sus seguidores y no se puede perseguirlos sin perseguirlo a él. Mas también está en ellos para guiar. Son uno con él en el padecer, pero también en el reinar (cf. Rom 8,17). Y por eso el Señor no da todas las instrucciones sino que envía a Pablo a que sea discípulo de los mismos a los que iba a encadenar y a que aprenda de aquellos a quienes hasta ahora ha despreciado. ¿No es magnífica la pedagogía de Dios?

3. "Vas a ser testigo"
3.1 Ananías esclarece no sólo los ojos del cuerpo sino sobre todo los de la mente de Pablo: el sentido de aquel resplandor, de camino a Damasco, es colmar de luz a este hombre que así es ya un testigo de la luz. Y por eso le dice: "vas a ser testigo" (Hch 22,15): porque has visto, harás ver; porque has oído, vas a hablar.

3.2 Ananías invita al converso a darse prisa. Lo mejor que se le puede decir a un alma de fuego y un carácter ardiente como el de este Pablo. ¡Y qué bien cumplió ese sencillo encargo! "No pierdas tiempo; no te detengas" le dijo Ananías aquella vez, y eso hizo nuestro amado apóstol: ya nunca se detuvo. Fervoroso, como antes era en propagar el error y sembrar el terror, ahora propaga el Evangelio y siembra amor divino, sin darse nunca por satisfecho, pues bien escribió: " Hermanos, yo mismo no considero haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando lo que queda atrás y extendiéndome a lo que está delante, prosigo hacia la meta para obtener el premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús" (Flp 3,13-14).


7.

 Comentario: Rev. D. Josep Gassó i Lécera (Corró d'Avall-Barcelona, España)

«Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva»

Hoy, la Iglesia celebra la fiesta de la Conversión de san Pablo, apóstol. El breve fragmento del Evangelio según san Marcos recoge una parte del discurso acerca de la misión que confiere el Señor resucitado. Con la exhortación a predicar por todo el mundo va unida la tesis de que la fe y el bautismo son requisitos necesarios para la salvación: «El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará» (Mc 16,16). Además, Cristo garantiza que a los predicadores se les dará la facultad de hacer prodigios o milagros que habrán de apoyar y confirmar su predicación misionera (cf. Mc 17,18). La misión es grande —«Id por todo el mundo»—, pero no faltará el acompañamiento del Señor: «Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20).

La oración colecta de hoy, propia de la fiesta, nos dice: «Oh Dios, que con la predicación del Apóstol san Pablo llevaste a todos lo pueblos al conocimiento de la verdad, concédenos, al celebrar hoy su conversión, que, siguiendo su ejemplo, caminemos hacia Ti como testigos de tu verdad». Una verdad que Dios nos ha concedido conocer y que tantas y tantas almas desearían poseer: tenemos la responsabilidad de transmitir hasta donde podamos este maravilloso patrimonio.

La Conversión de san Pablo es un gran acontecimiento: él pasa de perseguidor a convertido, es decir, a servidor y defensor de la causa de Cristo. Muchas veces, quizá, también nosotros mismos hacemos de “perseguidores”: como a san Pablo, tenemos que convertirnos de “perseguidores” a servidores y defensores de Jesucristo.

Con Santa María, reconozcamos que el Altísimo también se ha fijado en nosotros y nos ha escogido para participar de la misión sacerdotal y redentora de su Hijo divino: Regina apostolorum, Reina de los apóstoles, ¡ruega por nosotros!; haznos valientes para dar testimonio de nuestra fe cristiana en el mundo que nos toca vivir.


8.

Reflexión

La fiesta de la “Conversión de san Pablo”, nos recuerda el gran mandamiento de Jesús de evangelizar, pero al mismo tiempo, el hecho de que no se pude dar lo que no se tiene. Si hoy en el mundo se vive un paganismo práctico, que lleva a la violencia, al robo, al atropello de los valores humanos, a la corrupción, etc., es porque falta en muchos de los cristianos una conversión profunda. Sin embargo, usando las palabras del apóstol, nos ponemos a pensar: ¿pero, cómo creerán, si no hay quien les anuncie? Y cuando se les anuncia, ¿cómo creerán si la vida de los que predican no es conforme a lo que predican? Un sólo hombre comprometido y tocado profundamente por el amor de Dios, recorrió todo el mundo conocido, hablando de Aquel que había cambiado su vida… Fue así como el mundo pagano se convirtió a la luz y al amor de Cristo. Déjate tocar por el amor de Dios, y responde con generosidad siendo portador del amor de Dios en tu casa, tu empresa, o tu escuela… Recuerda que Dios te necesita.

Pbro. Ernesto María Caro


9. Id por todo el mundo y proclamad el Evangelio

Fuente: CAtholic.net
Autor: Noé Patiño

Reflexión:

Nos encontramos en el Monte de los Olivos, en el mismo lugar donde cuarenta días antes, Jesús era entregado por uno de sus discípulos y donde todos los demás le abandonaron. Pero las cosas han cambiado y ya no son los mismos apóstoles de antes, la Resurrección los ha cambiado. Y Jesús se da cuenta de esto, por eso, les da una nueva misión: predicar el evangelio a todos los hombres, suscitar la fe, transmitir la salvación mediante el bautismo: he aquí la misión de los apóstoles después de la Resurrección. Y nosotros católicos somos hoy en día esos apóstoles resucitados.

Es verdad que en nuestras vidas hemos abandonado a Cristo muchas veces, pero eso a Jesús no le importa. Él nos llama a predicar el evangelio como volvió a llamar a los apóstoles y como un día llamó a san Pablo, cuya conversión celebramos hoy. San Pablo persiguió a los apóstoles y quería borrar el nombre de Jesús de Nazareth de la faz de Israel. Pero Jesús resucitado le convierte de un perseguidor a un precursor de la Buena Nueva y en un apóstol apasionado de este Cristo a quien perseguía. Jesús nos manda a predicar el Evangelio y es el primero que nos da ejemplo convirtiendo al más “temido” de todos los judíos.

La conversión infundió en Saulo una fe que lo hace ser misionero incansable; enciende en su alma un ardor de caridad que le obliga a transmitir a los demás la verdad que ha encontrado; le da la fuerza para ser tanto de palabra como de obra un ferviente testimonio del evangelio. Ahora bien, ¿qué nos diferencia a nosotros de San Pablo? Tenemos la misma fe, la misma caridad, la misma doctrina, el mismo Dios... Pero nos falta su amor apasionado a Cristo, que le llevó a considerar todo basura y estiércol comparado con Cristo.

Hoy es un día de conversión. No esperemos más, convirtámonos en esos apóstoles resucitados y pidamos esa fe y ese amor que convirtió a San Pablo para que nos convierta también a nosotros en luz y fuego en medio de la oscuridad del mundo.