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EL JESÚS HISTÓRICO                                                                                   Tema 5

Las relaciones de Jesús > Documento 3

 

 

 

 

LAS INSTRUCCIONES SOBRE LA MISIÓN

Santiago Guijarro Oporto

 

Jesús encomendó a sus discípulos durante su ministerio público la tarea de difundir con signos y palabras el mensaje que él anunciaba. La naturaleza de esta misión explicaría las exigencias tan radicales de su llamada y seguimiento. Los discípulos debían renunciar a ciertas ataduras y obligaciones para poder dedicarse enteramente, como Jesús lo hacía, a esta tarea. La antigüedad y coherencia de los dichos relacionados con el encargo misionero avalan esta afirmación.

 

Para comprender adecuadamente el sentido y el alcance de la misión encomendada por Jesús a sus discípulos hemos de distinguir entre la misión anterior a la muerte de Jesús y la que tuvo lugar después de su resurrección. La primera es la que tiene en los evangelios una presencia mayor, y también la que está atestiguada en las fuentes más antiguas. En ella centramos ahora nuestra atención, con el objeto de aclarar tres cuestiones básicas: cómo entendió Jesús esta misión; qué es lo que encargó a sus discípulos; y qué es lo que nos dicen acerca de esta misión las instrucciones puntuales sobre el camino, o la acogida y el rechazo del mensaje.

 

 

Cómo entendió Jesús la misión encomendada a sus discípulos

 

La idea que Jesús tenía de la misión encomendada a los discípulos sólo nos es accesible a través de referencias indirectas. Aquí vamos a considerar tres de ellas: los términos con que designó a los enviados, las imágenes con las que describió la misión, y los destinatarios de dicha misión.

 

Los términos que Jesús utilizó para referirse a sus enviados no proceden de los oficios religiosos o civiles de la época, sino de oficios comunes. Los discípulos son llamados para ser pescadores, jornaleros o pastores. Algunos de estos oficios tenían, incluso, connotaciones negativas en la cultura de Jesús. Los jornaleros, por ejemplo, pertenecían al estrato más bajo de los campesinos; no tenían tierras y tenían que ofrecer su trabajo como temporeros a los propietarios del latifundio (Mt 20,1-16). Es muy significativo que dos de estos términos (pescadores y jornaleros) dejaran de usarse en las comunidades cristianas de la primera y segunda generación, y que el término pastor pasara a designar un oficio estable dentro de las comunidades, y no un ministerio itinerante (Hch 20,28; 1Pe 5,1-4). Si los evangelios han conservado esta forma de designar a los misioneros, no ha sido para justificar un uso posterior, sino porque fue así como Jesús los llamó. Este primer dato indica que Jesús no concibió la misión de sus discípulos como un quehacer organizado y estable, sino en términos de un trabajo temporal, que se realiza al servicio de otro.

 

Esta misma provisionalidad aparece en las imágenes que describen la misión en los dichos de Jesús. Se trata, como hemos visto ya, de imágenes con intensas connotaciones escatológicas. La imagen de la siega es, tal vez, la más clara de todas (Mt 9,37s = Lc 10,2). En los profetas del Antiguo Testamento, y con mucha frecuencia en el Nuevo Testamento, esta imagen evoca la intervención definitiva de Dios al final de la historia para juzgar las acciones de los hombres (Mt 13,24-70; Ap 14,15). La imagen de la pesca (Mc 1,17) tiene también connotaciones de juicio en el AT y en los escritos de Qumran (Jer 16,16; 1QH 3,26; 5,8). Y lo mismo puede decirse de la promesa de un pastor que Dios suscitará para guiar a su pueblo (Ez 34,23; 37,24), aunque esta imagen puede aplicarse mejor a Jesús que a los discípulos (Mt 9,36; Mc 6,34). Todas estas imágenes nos hablan de una misión urgente, que tiene como horizonte la intervención definitiva de Dios en la historia. Jesús anunció el inicio de dicha intervención cuando proclamaba: ìha comenzado a llegar el Reinado de Diosî (Mc 1,15). Las imágenes utilizadas para referirse a la misión son, por tanto, coherentes con el contenido central del mensaje de Jesús. No se trata de una tarea a largo plazo, para la que hace falta una organización estable, sino de una tarea urgente para la que apenas hay tiempo.

 

Otro aspecto importante para entender cómo concebía Jesús esta misión es saber a quién iba dirigida. Al enviar a sus discípulos, Jesús no pensó en una misión de carácter universal, sino en hacer llegar a Israel la buena noticia de que las promesas de Dios se habían empezado a cumplir. El evangelio de Mateo es el que más claramente limita la misión prepascual a los confines de Israel (Mt 10,5-6. 23), pero esta misma perspectiva está implícita en la importancia que tuvo el grupo de los Doce entre los discípulos de Jesús. Este grupo representaba germinalmente la restauración de Israel (véase la voz Discipulado III,1), y no es casual que en la tradición de Marcos los enviados de Jesús sean precisamente los Doce. Podemos decir, por tanto, que la misión encargada por Jesús a sus discípulos tuvo como destinatarios a los miembros del pueblo de Israel. Pero a continuación hemos de precisar, que dentro de Israel, los destinatarios preferenciales de dicha misión fueron los sectores más marginados de la sociedad israelita, como indica el encargo de realizar exorcismos y curaciones, cuyos destinatarios eran, obviamente, los más necesitados. Esta forma de entender la misión suponía, en realidad, una ruptura de las fronteras sociales más arraigadas. En su contenido y en su forma, la misión encargada por Jesús a sus discípulos tenía un carácter inclusivo, que facilitó a los primeros cristianos la acogida de los no judíos en sus comunidades.

 

El elemento que da unidad a todos estos rasgos de la misión prepascual es su relación con la inminente llegada del Reinado de Dios. La urgencia de hacer llegar este mensaje con signos y palabras a todo Israel explicaría el hecho de que Jesús recurriera a la colaboración de los discípulos; también explicaría las imágenes utilizadas por él para hablar de la misión. Por otro lado, la naturaleza inclusiva de este Reinado explicaría el hecho de que los destinatarios preferenciales fueran los marginados. Todos estos elementos aparecen con nuevos matices en las diversas instrucciones para la misión que analizamos a continuación.

 

 

El contenido del encargo misionero

 

Una parte importante de estas instrucciones se refiere al contenido mismo de la misión, es decir, a aquello que Jesús encargó a sus discípulos. Lo más llamativo de esta parte de las instrucciones es el escaso lugar que ocupa la proclamación del mensaje. En contra de lo que pudiera parecer a primera vista, la acción prevalece sobre la palabra en el envío de los discípulos.

 

El encargo de proclamar la inminente llegada del Reinado de Dios se encuentra sólo en la tradición de Q, de donde lo toman Lucas y Mateo (Lc 10,9; Mt 10,7). Lo único que encontramos en el envío misionero de Marcos, es una información del redactor sobre la actividad de los enviados, según la cual éstos predicaron la conversión (Mc 6,12), una expresión que en Marcos está relacionada con el anuncio de la llegada del Reinado de Dios (Mc 1,15). Sin embargo, las referencias más claras en Marcos acerca del envío para anunciar un mensaje se encuentran en el marco narrativo que el evangelista ha puesto a las palabras de Jesús (Mc 6,12), lo mismo que la noticia del regreso de los enviados, en la que se dice que los discípulos se reunieron con Jesús y le contaron ìlo que habían hecho y enseñadoî (Mc 6,30). Estas dos noticias no cuadran con el núcleo más antiguo de las instrucciones para el envío (Mc 6,7-11), en las que nada se dice sobre dicho anuncio. Podemos concluir, por tanto, que el anuncio de un mensaje con palabras no fue el principal objetivo del envío misionero.

 

El principal encargo de Jesús a sus discípulos fue, más bien, anunciar un mensaje a través de acciones concretas. Tanto la tradición de Marcos como la de Q, coinciden en esto, y señalan el exorcismo y la curación como el contenido básico de la misión. En Mc 6,7b se dice que Jesús dio a sus discípulos ìautoridad sobre los espíritus inmundosî. El evangelista comenta más tarde que ìexpulsaban a muchos demoniosî, y añade que ìungían con aceite a muchos enfermos y los curabanî (Mc 6,13). El redactor ha añadido el segundo elemento, lo mismo que Mateo y Lucas, tal vez por influjo de la tradición de Q, donde la curación sí ocupa un lugar central, junto con el anuncio (Lc 10,9). Sin embargo, en el episodio del regreso de los Setenta y dos, vemos de nuevo que el elemento central es el exorcismo. Lo único que los discípulos le dicen a Jesús es: ìSeñor, incluso los demonios se nos someten en tu nombreî (Lc 10,17), a lo que él responde con un enigmático dicho, que tal vez refleja la experiencia vocacional que determinó su propia misión: ìHe visto a Satanás como un rayo cayendo del cieloî (Lc 10,18). Si como hemos afirmado más arriba estos dichos proceden de Q, entonces ambas tradiciones (Mc y Q) estarían de acuerdo en que el mandato de expulsar demonios fue el principal encargo de Jesús a sus discípulos.

 

Esta conclusión es coherente con la importancia que los exorcismos tuvieron en la actuación de Jesús. La acusación de estar poseído y de expulsar los demonios con el poder de Belcebú aparece con frecuencia en los evangelios en tradiciones independientes (Mc 3,22. 30; Jn 7,20; 8,48-52; 10,20-21; 10,25), lo cual es un indicio de que esta actividad de Jesús fue importante. Jesús tuvo que defenderse de esta acusación, y explicar el sentido de su actividad como exorcista. El hecho de expulsar demonios es un signo de que ha comenzado la victoria sobre Satanás, y que el Reinado de Dios ha comenzado a llegar (Mt 9,32‑34; 12,22‑30; Mc 3,22‑27; Lc 11,14‑15. 17‑23). Este es también el sentido que tiene el encargo de expulsar demonios, porque en la cultura en que vivían Jesús y sus primeros discípulos este era el signo más elocuente de la actuación de Dios. Los exorcismos eran, por tanto, un mensaje en acto, un anuncio que realizaba lo que anuncia, y por eso ocupan un lugar tan importante en la actuación de Jesús y en el envío misionero de los discípulos.

 

 

La acogida y el rechazo de los misioneros

 

Otro grupo de dichos recogidos en el llamado discurso de envío contiene instrucciones sobre cómo actuar en el camino, y sobre cómo comportarse ante la acogida y el rechazo. Este es, sorprendentemente, el aspecto en el que más coinciden la versión de Marcos y la de Q.

 

En las instrucciones para el camino (Mc 6,8-9 par.; Lc 10,4 par.) se pide a los misioneros que renuncien a los preparativos del viaje. Según Marcos, no han de llevar nada para el camino, ni pan, ni alforja, ni dinero; tan sólo un bastón para defenderse de las fieras o de los salteadores, unas sandalias y una sola túnica. Las instrucciones de Q son más escuetas: no llevar bolsa, ni alforja ni sandalias; pero añaden un dato interesante: no deben pararse a saludar a nadie por el camino. Estas recomendaciones tan detalladas reflejan el ethos de la misión, y el estilo de vida de los misioneros. El ethos de la misión viene determinado por su urgencia. No hay tiempo que perder, y por eso no hay tiempo para largos preparativos, ni para los prolongados saludos orientales. Pero, al mismo tiempo, estas recomendaciones reflejan un estilo de vida que es característico de los discípulos de Jesús: no andar preocupados por las necesidades, pues el Padre se ocupa de ellos.

 

Las instrucciones sobre cómo reaccionar ante la acogida y el rechazo son las más extensas. En la versión de Marcos (Mc 6,10-11 par.) se consideran dos situaciones posibles: acogida o rechazo en un lugar (posiblemente un pueblo o una pequeña ciudad). Si los misioneros son bien acogidos, deben quedarse en la misma casa hasta que se vayan; pero si son rechazados, deben sacudirse el polvo de los pies como testimonio contra ese pueblo o ciudad.

 

La versión de Q es más detallada (Lc 10,5-12). En ella aparecen claramente diferenciados dos escenarios de la misión: la casa y la ciudad, que eran las dos instituciones básicas del mundo antiguo. Los misioneros han de llevar a las casas el mensaje de la paz, y allí donde sean acogidos han de practicar una comensalidad abierta, al estilo de Jesús. A esto se refiere la recomendación ìcomed lo que tenganî (Lc 10,7), es decir, comed sin deteneros a pensar si la comida cumple o no las leyes de la pureza ritual. Como en Marcos, se pide a los misioneros que no anden cambiando de casa. En caso de rechazo, la paz se volverá de nuevo sobre los misioneros. A estas recomendaciones sobre la misión por las casas, siguen otras sobre la misión en las ciudades. En aquellas ciudades que acojan a los misioneros, la comensalidad abierta, que se menciona de nuevo en con la expresión ìcomed lo que os ponganî (Lc 10,8), ha de ir acompañada de curaciones y de un anuncio, que explicita el sentido de la comensalidad abierta y de las curaciones: está comenzando a llegar el Reinado de Dios. Cuando sean rechazados, lo mismo que en las recomendaciones de Marcos, los misioneros deben sacudirse el polvo de sus pies como testimonio contra aquellos pueblos o ciudades.

 

En este contexto podemos mencionar otra serie de dichos sobre el alcance de la acogida de los enviados (Mt 10,40; Lc 10,16; Jn 13,20). En todos ellos acoger a los misioneros equivale a acoger a Jesús. Es un aspecto que no aparece en las instrucciones sobre la misión, pero que refleja bien la mentalidad judía, según la cual el enviado representaba a todos los efectos a quien le enviaba.

 

Resulta muy difícil precisar cuál es el origen de cada una de estas instrucciones sobre la acogida y el rechazo de los misioneros. Es posible que algunos detalles se hayan subrayado más para responder a situaciones concretas de la misión pospascual. Tal podría ser el caso de la insistencia en la comensalidad abierta en las instrucciones de Q, pues el tema de la comunión de mesa con los no judíos fue muy importante en ciertos ambientes cristianos durante la primera generación (Gál 2,11-14; Hch 15,1-35). Sin embargo, estas instrucciones reflejan en conjunto el contexto palestinense de la misión de Jesús. Gracias a ellas podemos acceder a la experiencia de los primeros enviados de Jesús: la acogida y el rechazo en las casas y en la ciudad, las formas concretas en que hacían presente el Reinado de Dios. Los misioneros de todas las épocas han podido reconocerse en estas experiencias, y por esta razón la Iglesia vuelve constantemente sobre ellas para seguir siendo fiel al mandato de su Señor.

 

 

Tomado de:

Guijarro Oporto, S., "Vocación" en el  Diccionario de Jesús de Nazaret, que publicará  próximamente la editorial Monte Carmelo de León.

 

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