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EL JESÚS HISTÓRICO                                                                                   Tema 3

Las fuentes para reconstruir la vida de Jesús > Documento 1

 

 

 

 

DE JESÚS A LOS EVANGELIOS

Santiago Guijarro Oporto

 

Los evangelios despiertan un gran interés, porque hablan de Jesús. Se leen para conocer quién era Jesús, qué hizo, qué dijo, cómo fue su vida... Pero ¿quién nos garantiza que lo que leemos en los evangelios es lo dijo e hizo Jesús? ¿Cómo han llegado hasta nosotros los evangelios? ¿Son los evangelios un buen camino para acceder a Jesús?

 

 

1. El camino hacia Jesús

 

De los veinte siglos que nos separan de Jesús, diecinueve pueden recorrerse con seguridad y rapidez con la ayuda la crítica textual, que se encarga de reconstruir el texto más antiguo de los evangelios, a través de una comparación minuciosa de las diversas familias de papiros y códices. Esta reconstrucción del texto original es la que sirve de base para las traducciones a las lenguas modernas. Así pues, las traducciones modernas de los evangelios reproducen con bastante seguridad el texto de los evangelios compuestos en el último tercio del siglo primero.

 

El problema está en reconstruir lo que sucedió en los años que pasaron entre la muerte de Jesús y la redacción final de los evangelios. Jesús comenzó su actividad pública en torno al año 27 de nuestra era, pero los evangelios se escribieron entre los años 70 y 90 d. C. Entre la predicación de Jesús y la redacción de los evangelios pasaron al menos cuarenta años. ¿Qué ocurrió en estos cuarenta años? ¿Cómo se transmitieron las palabras y los recuerdos sobre Jesús durante aquel tiempo? ¿Podemos fiarnos de lo que nos cuentan los evangelios? Para responder a estas preguntas es necesario conocer cómo nacieron y se transmitieron los recuerdos sobre Jesús en el grupo de sus discípulos y en las comunidades cristianas.

 

En la historia de los orígenes del cristianismo pueden distinguirse tres claramente tres fases: a) la vida de Jesús (6 a. C.-30 d. C.); b) la generación apostólica (30-70 d. C.); y c) la segunda generación cristiana (70-110 d. C.). La muerte y resurrección de Jesús marca el paso de la primera a la segunda; con ella termina el ministerio público de Jesús y comienza la andadura de las primeras comunidades cristianas. El paso de la segunda a la tercera viene determinado por dos acontecimientos que afectaron mucho a la vida de las comunidades cristianas: la muerte de los que habían conocido a Jesús, y la destrucción de Jerusalén. Al morir los testigos oculares de los signos y palabras de Jesús, comienza una nueva generación, que tiene gran interés en conservar fielmente la tradición recibida. Por otro lado, la destrucción de Jerusalén produjo unos cambios muy notables dentro del judaísmo, que afectaron también a la vida de las primeras comunidades cristianas.

 

Estas tres fases corresponden a tres etapas en la formación de los evangelios. En los últimos años de la vida de Jesús fue naciendo la tradición evangélica; durante la generación apostólica, esta tradición se fue conservando y transmitiendo de forma oral primero, y por escrito después; finalmente, la redacción de los evangelios tuvo lugar durante la segunda generación, debido en gran medida a las nuevas circunstancias que vivían las comunidades cristianas.

 

 

2. Primera etapa: El origen de la tradición evangélica

 

"La santa madre Iglesia ha defendido siempre la historicidad de los evangelios; es decir, que narran fielmente lo que Jesús, el Hijo de Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó realmente hasta el día de la ascensión (véase Hch 1 1-2)." (Constitución Dei Verbum nº 19).

 

Jesús y sus discípulos (27-30 d. C.)

 

Jesús no escribió sus enseñanzas. Tampoco sus discípulos fueron tomando nota de sus palabras o de los signos que realizaba. Sin embargo, el origen de los evangelios se encuentra en Jesús y en el grupo de los discípulos que le acompañaban, porque la tradición evangélica hunde sus raíces en las palabras y signos de Jesús, de las que fueron testigos los discípulos, a los que Jesús llamó para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar (Mc 3,14).

 

Las palabras y los signos de Jesús despertaban la admiración de la gente (Mt 4,24; Mc 1,28). Sus enseñanzas eran fáciles de recordar, porque hablaban de realidades concretas y de situaciones de la vida cotidiana, y además Jesús las repetía utilizando esquemas muy sencillos. Lo mismo ocurría con sus signos; eran parecidos a los que realizaban los profetas y casi siempre tenían una intencionalidad concreta.

 

Estos signos y enseñanzas de Jesús, que eran conocidos por muchos contemporáneos de Jesús, quedaron especialmente grabados la mente y el corazón del pequeño grupo de sus discípulos. Con ellos Jesús estableció una relación muy especial. La llamada de Jesús supuso un cambio radical en sus vidas: lo dejaron todo para seguirle y compartir su estilo de vida y hasta su destino (Mc 1,16-20; 10,28-30). Jesús les enseñaba con sus palabras y con su forma de actuar, y les dedicó una atención especial, explicándoles el sentido de sus palabras y ayudándolos a profundizar en su mensaje (Mc 4,34; 9,30-31), con la intención de enviarlos después a predicar la buena noticia que él anunciaba (Mc 6,7-13; Lc 10,1-12).

 

Los comienzos de la tradición sobre Jesús

 

La estrecha vinculación entre Jesús y sus discípulos, y el envío de los mismos antes de la pascua, son los pilares más firmes de la tradición evangélica.

 

Cuando se habla de la relación de Jesús con sus discípulos hay que tener en cuenta la importancia que tenía la memoria en la antigüedad, sobre todo entre los judíos. Nosotros vivimos en una sociedad en la que los medios para almacenar información se han desarrollado enormemente, y en la que la inmensa mayoría de la gente es capaz de acceder a dicha información, porque sabe leer. Sin embargo, las sociedades en las que la escritura era muy cara (los papiros y pergaminos eran casi un lujo), y además eran muy pocos los que sabían leer y escribir, desarrollaron prodigiosamente la memoria.

Es proverbial la importancia que la tradición bíblica da a la memoria, sobre todo la tradición sapiencial, en la que el maestro enseñaba a sus discípulos máximas y advertencias para que las aprendiera de memoria. En tiempos de Jesús, la instrucción tenía tres ámbitos: la casa, la sinagoga y la escuela, y en los tres el medio de transmisión de la enseñanza era la memoria. El padre enseñaba a sus hijos las tradiciones familiares y religiosas; en la sinagoga se aprendían de memoria las principales oraciones y algunos textos importantes de las escrituras; finalmente, aunque no todos tenían acceso a la escuela, esta institución estaba muy extendida, y estaba basada en la memorización. En este contexto es fácil entender que la relación que Jesús establece con sus discípulos implica la memorización de sus palabras y enseñanzas.

 

A veces se ha pensado que los discípulos de Jesús eran incultos pescadores y campesinos, pero lo que los evangelios dicen sobre ellos es muy distinto. Leví era un recaudador de impuestos (Mc 2,14), que tenía que llevar cuenta de las deudas; Zebedeo, el padre de Santiago y Juan, tenía barca propia y jornaleros contratados (Mc 1,19-20), y por tanto tenía que relacionarse con los recaudadores de impuestos que le alquilaban los derechos de pesca y con los comerciantes que le compraban el pescado, y tenía que pagar el salario a sus trabajadores, y sus hijos le ayudarían en estas tareas. Estas actividades requieren un cultivo de la memoria y hasta un conocimiento básico de la escritura.

 

Otro elemento importante a tener en cuenta es el hecho de que Jesús no sólo llamara a sus discípulos para seguirle, sino que además los enviara a anunciar el mismo mensaje que él anunciaba. Este envío supone un aprendizaje previo del mensaje que debían transmitir, lo cual refuerza la importancia que la memorización tuvo en el grupo de los discípulos de Jesús.

 

Así pues, el origen de la tradición evangélica se encuentra en los discípulos, que habían escuchado muchas veces las enseñanzas de Jesús y habían sido testigos de sus signos, y además habían sido enviados anunciar el mismo mensaje de Jesús.

 

La tradición más antigua

 

Lo dicho hasta ahora muestra que las raíces de la tradición evangélica están en Jesús y en el grupo de sus discípulos. Hubo una tradición prepascual, aunque dicha tradición no contenía todo lo que hoy podemos encontrar en los evangelios.

 

El núcleo más antiguo de la tradición lo constituyen los dichos de Jesús, que al principio se transmitieron desprovistos de una ambientación narrativa. Piénsese, por ejemplo en las parábolas, que tienen claramente una ambientación artificial en los evangelios. Los discípulos de Jesús aprendieron de memoria sus parábolas, sus sentencias rítmicas, sus refranes y proverbios, pero no tuvieron tanto cuidado en recordar las circunstancias exactas en que Jesús las pronunció, probablemente porque Jesús las pronunció en varias circunstancias.

 

Los dichos de Jesús tenían varias formas. Muchos de ellos eran breves y agudos, como los de los maestros de sabiduría; son los dichos sapienciales. Otros se parecen más a los dichos de los profetas, porque anuncian y denuncian. Las parábolas, por su aparte, son una de las formas más características y geniales del modo de hablar de Jesús, cuya intención era provocar la reflexión y la reacción de los oyentes.

 

 

3. Segunda etapa: La transmisión de los recuerdos sobre Jesús en las comunidades cristianas

 

"Después de este día, los apóstoles comunicaron a sus oyentes esos dichos y hechos con la mayor comprensión que les daban la resurrección gloriosa de Cristo y la enseñanza del Espíritu de la verdad." (Constitución Dei Verbum nº 19).

 

La generación apostólica (30-70 d. C.)

 

La vida de Jesús terminó trágicamente. La cruz parecía el final, pero no fue así. Sus discípulos lo vieron después de morir. Había resucitado. Fue una experiencia que les hizo recordar con una luz nueva todo el camino que habían hecho junto a él. Sus palabras y sus signos fueron adquiriendo poco a poco un sentido más profundo, más auténtico. Eran las palabras y los signos del Hijo de Dios.

Esta etapa de la historia del cristianismo se caracteriza por la rápida expansión del mensaje cristiano, que dio lugar al nacimiento de las comunidades cristianas. El libro de los Hechos describe las principales etapas de este proceso de expansión: Samaría (Hch 8,4-28), la región costera de Palestina (Hch 11,19-30), Asia Menor y Grecia (Hch,13-20), y Roma (Hch 28,11-31). En el año 50 d. C., a sólo veinte años de la muerte de Jesús, el cristianismo se había extendido por toda la parte oriental del imperio.

 

La difusión del evangelio fue obra de diversos grupos cristianos que tenían talantes y acentos distintos. La comunidad de Jerusalén, presidida por el grupo de los apóstoles, estaba más ligada a sus raíces judías. En Galilea y en Siria las comunidades cristianas no se sentían tan vinculadas a Jerusalén y sus tradiciones, sino a las enseñanzas de Jesús, que conservaron muy cuidadosamente. Por su parte, el grupo de los helenistas, compuesto por judíos procedentes de fuera de Judea, proclamaba que la novedad cristiana había roto las fronteras del judaísmo. Este grupo fue el que apoyó la misión de Pablo a los paganos desde Antioquía. El diálogo entre estas diversas formas de entender el cristianismo no fue siempre fácil (véase Hch 15; Gal 2,11-16), pero contribuyó a ir dibujando los contornos propios de la iglesia cristiana.

 

Los recuerdos sobre Jesús se fueron transmitiendo y conservando en los diversos ámbitos de la vida de las comunidades: la predicación, la catequesis y la celebración. Los misioneros cristianos que iban anunciando la buena noticia, ilustraban su predicación contando los signos que Jesús había realizado; repetían sus parábolas y enseñanzas, y trataban de mostrar que en Jesús se habían cumplido las promesas del Antiguo Testamento. En las comunidades todos deseaban saber más sobre Jesús; querían conocer con detalle lo que había hecho y dicho, cómo habían sido los últimos días de su vida... Reunidos en torno a la mesa de la eucaristía, recordaban sin cesar aquellas enseñanzas y aquellos signos. Las palabras y los signos de Jesús, confrontados con nuevas situaciones y nuevos ambientes, fueron manifestando toda su riqueza.

 

Las tradiciones evangélicas

 

En el periodo apostólico se fue consolidando la tradición de los dichos de Jesús nacida antes de la pascua. Algunos de estos dichos se fueron agrupando por su semejanza en la forma (p.e. Lc 6,20-22.24-26) o el contenido. A otros se les añadió un escueto marco narrativo y adquirieron la forma de anécdotas ejemplares (p.e. Lc 9,57-62). Estas palabras de Jesús eran ya para las comunidades cristianas una tradición sagrada, y por eso las comentaron y las adaptaron a las situaciones que ellos vivían, utilizando técnicas que en el judaísmo se usaban para comentar las escrituras. Así, por ejemplo, el anuncio con que comienza la predicación de Jesús en Marcos y en Mateo (Mc 1,15; Mt 4,17) se ha convertido en Lucas en un relato mucho más amplio (Lc 4,16-30), en el que dicho anuncio se encuentra situado en un relato, que explica su sentido para la comunidad de Lucas.

 

En esta época comenzó también la tradición de los hechos de Jesús. Los que le habían conocido y habían sido testigos de ellos, se los contaban a los que no le habían conocido. Así nacieron los relatos de vocación, los relatos de milagros, el núcleo de los relatos de la pasión. Las diversas circunstancias en que vivían las comunidades cristianas hacían que algunos ambientes fueran más propicios para recordar uno y otro tipo de relatos. Así, por ejemplo, en las comunidades helenísticas se recordaron más los relatos de milagros, porque estos signos eran muy valorados en el ambiente en que ellos vivían.

 

Otro elemento importantísimo de la tradición evangélica en esta época fue el recurso al Antiguo Testamento. No debemos olvidar que la mayor parte de los primero destinatarios del evangelio conocían las escrituras, y que la expansión y consolidación del cristianismo se desarrolló en un clima polémico con el judaísmo. La mayor parte de las cartas de Pablo reflejan este ambiente. Los misioneros cristianos y las comunidades fundadas por ellos se vieron en la necesidad de mostrar que en las escrituras estaba anunciada la muerte y resurrección de Jesús (1Cor 15,3-5), y trataron de relacionar los acontecimientos de su pasión y de su vida con las escrituras, utilizando las mismas técnicas que utilizaban los judíos.

 

Finalmente, hay que situar en esta época la creación de las primeras colecciones de dichos, milagros, controversias... de Jesús. Se empiezan a formar pequeñas colecciones de parábolas (Mc 4), controversias (Mc 2,1-3,6), o milagros (Mc 5). Y también comienzan a crearse pequeñas unidades narrativas, como el relato de la pasión. Estas colecciones eran más difíciles de memorizar, y por esta razón empezaron a ponerse por escrito.

 

De todas estas colecciones la más importante es la colección de dichos de Jesús conocida como "Fuente Q" (del alemán Quelle = fuente). Aunque dicha fuente no se ha encontrado en ningún manuscrito, las coincidencias verbales entre Mateo y Lucas en textos que no se encuentran en Marcos, hace pensar que ambos tuvieron delante una fuente común, que contenía dichos y parábolas de Jesús. Sería un documento muy parecido a los evangelios apócrifos de dichos en su estadio más antiguo (p.e. el Evangelio de Tomás; véase más arriba). Este documento servía como punto de referencia a algunas comunidades cristianas de Galilea en torno al año 50 d. C., y tal vez no era la única colección de este tipo que circulaba por las comunidades.

 

Una transmisión fiel

 

Durante la época apostólica la autoridad que garantiza la fidelidad de las tradiciones era "el Señor" (1Cor 7,10; 11,23). La autenticidad de las palabras de Jesús y de sus signos era algo que preocupaba a los primeros cristianos, porque eran conscientes de transmitir una tradición sagrada, que no podía alterarse a capricho.

 

Un ejemplo de esta preocupación se encuentra en la forma en que Pablo transmite la tradición de la última cena: "Yo recibí del Señor la tradición que os he transmitido" (1Cor 11,23). Pablo utiliza aquí dos verbos ("recibir" y "transmitir"), que se usaban en las escuelas rabínicas para referirse a una tradición fiel y contrastada. Este hecho revela dos cosas: que los primeros cristianos consideraban los recuerdos sobre Jesús una tradición sagrada, y que se esforzaban en transmitirla con fidelidad. Esta misma terminología se encuentra en 1Cor 15,2, introduciendo la tradición sobre la muerte y resurrección de Jesús.

 

 

4. Tercera etapa: La redacción de los evangelios

 

"Los autores sagrados compusieron los cuatro evangelios escogiendo datos de la tradición oral o escrita, reduciéndolos a síntesis, adaptándolos a la situación de las diversas iglesias, conservando siempre el estilo de la proclamación; así nos transmitieron datos auténticos y genuinos acerca de Jesús" (Constitución Dei Verbum nº 19)

 

La segunda generación cristiana (70-110 d. C.)

 

Con la destrucción del templo de Jerusalén se produjo una situación nueva dentro del judaísmo, que afectó a las comunidades cristianas. Al desaparecer el templo y la clase sacerdotal, el judaísmo se replegó en torno a la ley, y nació una nueva ortodoxia vigilada por los fariseos y los maestros de la ley, cuya intolerancia acrecentó las tensiones entre la iglesia cristiana y la sinagoga judía, hasta llegar a una abierta ruptura y al enfrentamiento, que se percibe claramente en algunos escritos del Nuevo Testamento de esta época (Mateo y Juan).

 

Este hecho favoreció la identificación de la iglesia como algo distinto del judaísmo. Al mismo tiempo, la actitud de las comunidades cristianas hacia la cultura helenística y hacia el imperio romano era en esta época de diálogo e integración (Lucas y Hechos).

Hacia dentro, las comunidades cristianas se enfrentaban en esta época a una crisis de maduración. Habían desaparecido ya los ímpetus iniciales y resultaba difícil vivir la radicalidad del evangelio. La tentación de acomodarse al mundo era grande y la perseverancia difícil. Por eso se hacía necesario recuperar la radicalidad de vida de Jesús contenida en las tradiciones evangélicas.

 

La desaparición de los apóstoles que habían conocido a Jesús es otra característica de esta nueva situación. Ya nadie podía decir: ìYo lo viî y por eso se hacía más urgente conservar de forma fidedigna las tradiciones recibidas. Nacen así diversas tradiciones vinculadas a los principales apóstoles de la primera generación (Pedro, Santiago, Juan y Pablo), y relacionadas con las diversas áreas de implantación del cristianismo. La tradición petrina tenía su centro en Antioquía, la de Santiago en Jerusalén, la de Juan en las zonas rurales de Transjordania, y la de Pablo, que era la más extendida, en las regiones de Asia Menor, Grecia y Roma. En esta época el cristianismo había llegado también a Egipto y a otros lugares, donde florecieron otras tradiciones vinculadas a otros apóstoles o personajes importantes (Tomás, María Magdalena). Estos datos dan una idea de la complejidad y diversidad del cristianismo en esta época. Sin embargo, durante esta segunda generación se inició un proceso de unificación de las diversas tradiciones en torno a las dos más importantes: la petrina y la paulina, que se convirtieron en norma y medida de las demás.

 

El papel de los evangelistas

 

Los evangelios son el último eslabón de este proceso de unificación de las diversas tradiciones que se habían transmitido en diversos grupos cristianos, en diversos ámbitos de la vida de las comunidades y en diversos géneros literarios.

 

El papel de los evangelistas consistió en integrar estas tradiciones, algunas de las cuales constaban ya por escrito, e integrarlas dentro de un marco narrativo. Su labor no consistió sólo en juntar estas tradiciones, sino que llevaron a cabo una importante labor redaccional, que consistió en seleccionar los materiales recibidos y situarlos dentro del marco narrativo de sus obras, abreviándolos o ampliándolos, para iluminar las nuevas circunstancias que vivían sus comunidades. Estos procedimientos se perciben muy bien estudiando el uso que Mateo y Lucas hacen de Marcos.

 

Los evangelistas contaron ciertamente con fuentes, pero la mayoría de ellas no se conocen. El único hecho demostrable es que Mateo y Lucas utilizaron el evangelio de Marcos. Es también muy probable que ambos evangelistas utilizaran la Fuente de dichos (Q). Además de estas dos fuentes, ambos evangelistas contaron con tradiciones propias (M = material propio de Mateo; L = material propio de Lucas), orales o escritas, que incluyeron en sus evangelios. Estos datos han dado lugar a la hipótesis de las dos fuentes (Mc y Q) que trata de explicar las relaciones entre los evangelios sinópticos.

 

Marcos es, pues, el evangelio más antiguo. En la composición de su relato utilizó seguramente tradiciones y colecciones anteriores (parábolas, controversias, milagros, relato de la pasión). Su tarea no consistió simplemente en reunir todas estas tradiciones, sino que las actualizó y las organizó siguiendo un esquema que los misioneros cristianos utilizaban para contar los principales acontecimientos de la vida de Jesús (véase Hch 10 37-41).

 

Mateo y Lucas no sólo siguieron el trazado básico de Marcos, sino que incluyeron en sus relatos la mayor parte de dicho evangelio, aunque con importantes modificaciones, que tratan de aplicar los diversos pasajes a las situaciones de sus respectivas comunidades. En el trazado de Marcos incluyeron las tradiciones procedentes de la Fuente de dichos (Q) y otras tradiciones propias, en un claro intento de completar la obra de Marcos, que había descuidado importantes tradiciones conservadas en las comunidades. Ambos evangelios suponen, pues, un paso más en el proceso de integración de las tradiciones cristianas iniciado por Marcos.

 

El evangelio de Juan tiene su propia historia. Sus coincidencias con los sinópticos son muy pocas, porque sus fuentes fueron distintas, y sólo en contadas ocasiones (p. e. en el relato de la pasión) se encuentran relatos procedentes de una tradición común (véase la introducción al evangelio de Juan).

 

Fidelidad a la tradición recibida

 

La preocupación por mantener la fidelidad a las tradiciones recibidas se acrecentó durante la segunda generación cristiana. Hay, sin embargo, un cambio importante con respecto a la generación apostólica: el garante de las tradiciones no es ya "el Señor" (1Cor 7,10; 11,23-26), sino los apóstoles, cuyos recuerdos adquieren un carácter de tradición sagrada.

 

En el prólogo de su evangelio. Lucas habla de una cadena de transmisión formada por los testigos oculares, los ministros de la palabra y los redactores de los evangelios, entre los que se incluye él mismo (Lc 1,1-3). Nótese que quienes forman esta cadena de transmisión son siempre personas que pueden dar testimonio por su propia experiencia (los testigos oculares), o porque han recibido el encargo de conservar fielmente esta tradición (ministros de la palabra).

 

La tarea de estos ministros de la palabra se describe en un pasaje de las cartas pastorales así: "lo que has oído de mí en presencia de muchos testigos, confíalo a hombres fieles, que a su vez sepan enseñar a otros" (2Tim 2,2). Lo cual indica que durante el proceso de la formación de los evangelios hubo una preocupación explícita por ser fieles a las tradiciones recibidas, y que dicha transmisión fue confiadas a personas encargadas conservarlas y de transmitírselas a otros.

 

¿Por qué se escribieron los evangelios?

 

Durante cuarenta años las comunidades cristianas vivieron sin los evangelios. Sin embargo, en los primeros anos de la segunda generación cristiana, y en un corto espacio de tiempo se escribieron, al menos, los cuatro evangelios canónicos. ¿Cuáles fueron las circunstancias y las motivaciones que motivaron la redacción de los evangelios?

 

Un acontecimiento determinante fue la muerte de los que habían acompañado a Jesús. Antes de que su testimonio se olvidara era necesario ponerlo por escrito. La desaparición de los testigos oculares hacía más difícil distinguir entre las diversas interpretaciones que empezaban a circular acerca de Jesús y su mensaje. Algunos sostenían que lo único importante eran sus enseñanzas, no su vida. Los evangelios se escribieron, en parte, para contrarrestar esta opinión y dejar claro que la historia de Jesús, su encarnación, pertenece a la esencia de la fe cristiana.

 

Al comienzo de la segunda generación cristiana la iglesia adquirió una fisonomía propia frente a la sinagoga judía. algunas comunidades (Mateo, Juan) necesitaban orientaciones para contrarestar las objeciones de sus vecinos judíos y un manual de vida cristiana para independizarse del magisterio de la sinagoga.

 

Otros grupos cristianos necesitaban tener un relato seguido de las acciones y enseñanzas de Jesús, como carta de presentación en el mundo culto de la época. Esta es una motivación que se percibe sobre todo en Lucas, que dedica su obra al "ilustre Teófilo" (Lc 1,3).

 

Finalmente, todos los evangelios tienen detrás una motivación pastoral. Las comunidades de la segunda generación cristiana tenían necesidad de escuchar el mensaje de Jesús en toda su radicalidad, porque el paso del tiempo había hecho mucho más real el peligro de acomodarse al mundo. Los evangelios les ofrecían la oportunidad de recuperar esta radicalidad.

 

 

Tomado de:

Guijarro Oporto, S., ìEvangeliosî, en: S. Guijarro - M. Salvador (ed.), Comentario al Nuevo Testamento (Madrid 1995) Ed. Atenas - PPC - Ed. Sígueme - Verbo Divino, pp. 13-25.

 

 

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