FAMOSÍSIMA INQUISICIÓN
¿Qué fue y qué no fue?
Pbro. Roberto Visier
cenaculost@cantv.net
Sería imposible
sintetizar en pocas líneas un problema histórico tan traído y tan llevado,
tan deformado tantas veces y utilizado como arma arrojadiza contra la Iglesia
católica, tratado superficialmente y de modo hasta ridículo y grotesco por el
cine
Sería
imposible sintetizar en pocas líneas
un problema histórico
tan traído
y tan llevado, tan deformado tantas veces y utilizado como arma arrojadiza
contra la Iglesia católica,
tratado superficialmente y de modo hasta ridículo
y grotesco por el cine. Por ello dividiremos lo que, de cualquier modo será
un sencillo bosquejo del asunto, en tres partes. Sólo
me propongo ponerle a este polémico
tema toda la objetividad histórica
que nos dan los datos concretos e innegables que los historiadores serios nos
dan, tomados de fuentes dignas de todo crédito,
como son, sobre todo, los archivos de la Inquisición
donde se narran los procesos con detenimiento. A la vez y en pro de la misma
objetividad, es necesario con sinceridad exponer lo positivo y lo negativo,
hacer un juicio correcto y equilibrado.
Empecemos
en esta primera parte por aclarar lo que fue y lo que no fue la Inquisición.
Fue un Tribunal eclesiástico
encargado de juzgar los delitos contra la fe, especialmente a los que de modo
pertinaz extendían
doctrinas contrarias a la fe tradicional de la Iglesia. Era un instrumento que
utilizaba la Iglesia para una de sus misiones principales: velar para que la fe
se mantenga pura, sin desviaciones, tal y como la transmitieron los apóstoles,
lo que S. Pablo llamó
guardar “el
depósito
de la fe”
(I Tim. 6,20) o también
las “tradiciones
recibidas”
(1 Tes. 4,2; 2 Tes. 2,15). Este celo de la Iglesia por custodiar la fe, que
todavía
conserva, es lo que ha logrado una realidad innegable a la luz de los escritos
de los antiguos y santos autores cristianos (llamados los Santos Padres); el
hecho de que después
de dos mil años
creamos lo mismo que creyeron los cristianos de los primeros siglos. La evolución
de los dogmas en la historia de la Iglesia ha hecho cambiar formas y estilos
pero lo sustancial de la fe: el credo, los sacramentos, los mandamientos y la
oración
han permanecido igual.
La
Inquisición
fue creada en el siglo XII con el fin de contrarrestar la herejía
de los albigenses. Es curioso constatar que los inquisidores tenían
fama de justos y misericordiosos. Esto era debido a que, para la mentalidad
sumamente religiosa de la época,
el hereje era considerado un enemigo de la sociedad que dañaba
la fe del pueblo. El ladrón
y el asesino ponían
en peligro los bienes materiales y la vida temporal, el hereje los bienes
espirituales y la vida eterna, mucho más
importantes. Una mayor repulsa despertaban en el pueblo las prácticas
de brujería
relacionadas con pactos satánicos,
profanación
de la eucaristía
e incluso con la violación
de jóvenes
vírgenes
o sacrificios humanos, como todavía
hoy se dan en sectas satánicas
que están
resurgiendo desgraciadamente. De ahí
que con frecuencia era la Inquisición
la que tenía
que intervenir rápidamente
para impedir el linchamiento de personas acusadas de brujería
o de herejía.
Este
tribunal de la Iglesia funcionó
con este nombre durante toda la edad media. Es bien sabido que las penas que
imponían
eran pequeñas
y no pasaban de confiscación
de bienes y encarcelamiento. La parte más
dura del tribunal se dio en los siglos XV y XVI por el nacimiento Inquisición
Española
promovida por los reyes católicos
y el resurgimiento del derecho romano, que era muy duro en las penas aplicadas
pero muy competente y justo en los procesos. Estos dos hechos tuvieron grandes
consecuencias en el modo de funcionar el tribunal, pues se endurecieron las
penas y los reyes, no sólo
en España,
comenzaron a tomar parte en el asunto. El fin que pretendían
los monarcas era más
que religioso. Sabían
que la división
religiosa del pueblo tenía
grandes consecuencias políticas.
El mejor modo de salvaguardar la unidad del Reino era que todos pensaran y
sintieran igual. Por eso el delito religioso fue duramente perseguido. De hecho
en Europa el problema de la división
de los cristianos provocó
las guerras de religión
que tuvieron consecuencias mucho más
trágicas
en pocos años,
que las que pudo producir la Inquisición
en más
de cinco siglos. En este momento era el tribunal eclesiástico
el que dictaba sentencia y el poder civil el que ejecutaba la sentencia. Nos
detendremos después
en los procesos y penas.
Digamos
algo de lo que no fue la Inquisición.
Existen en museos y exposiciones sobre la Inquisición
la pretensión
de mostrarnos instrumentos de tortura que fueron usados por la Inquisición.
Es algo totalmente fuera de lugar. La Inquisición
no inventó
la tortura, ni siquiera la propagó
o la recomendó.
La tortura es algo que ha existido siempre y por desgracia sigue existiendo. En
esas exposiciones lo que debería
decir es “instrumentos
de tortura usados por los tribunales de los siglos XV y XVI”,
ya que dichos tormentos los aplicaba la autoridad civil a todo tipo de reos. La
misma autoridad civil los aplicará
a los acusados de herejía
o brujería.
Lo mismo hay que decir de la pena de muerte que ha empezado a abolirse en la
actualidad pero que todavía
hoy existe en muchos países.
La Inquisición
no fue un tribunal formado por sacerdotes crueles y despiadados, injustos e
ignorantes que sembraban el terror, la tortura y la muerte, salvando claro está
las excepciones que siempre existen. Los sacerdotes elegidos eran los más
instruidos, con fama de prudencia y vida honesta. No era temida por el pueblo
sino respetada y querida por las razones antes expuestas.
Cárceles, torturas y muertes
Es verdad, es una página
triste de la historia de la Iglesia. Sólo nos queda repudiarlo y aprender la
lección para no volver a caer en los mismos errores. Pero entiéndanme todas
las aclaraciones, porque no es lo mismo ser condenado de robar un bolívar que
un millardo, de haber matado a uno que haber matado a mil. Es cierto que no fue
un problema de la Iglesia simplemente, fue un problema de una época en la que
estaba entremezclado lo político y lo religioso.
Hicimos
propósito
de ser honestos y objetivos. Así
que no podemos esquivar el tema de los procesos, condenas, penas y torturas
relacionados con el Tribunal de la Inquisición.
Las penas que se imponían
normalmente eran de penitencias públicas,
cárcel,
confiscación
de bienes, etc. Las más
graves eran para aquellos a los que se les demostraba claramente el delito de
herejía
o brujería,
especialmente si se habían
negado en todo momento a confesar su culpa o si se obstinaban en defender la
doctrina herética.
La tortura y la pena de muerte no fue utilizada ni por la Inquisición
medieval, ni por el posterior tribunal del Santo Oficio. Sólo
en la época
más
dura de los siglos finales de la edad media. Se han dicho verdaderos disparates
sobre las cifras, afirmando que fueron cientos de miles los que murieron. Es muy
difícil
aventurar cifras. Sin duda fueron miles los quemados, pero es difícil
que fueran tantos a no ser que afirmemos que había
brujas detrás
de cada esquina o que todos los enjuiciados eran condenados a muerte, lo cual es
totalmente falso. La tortura no era utilizaba siempre sino en los casos graves y
cuando se agotaban los otros recursos o los testimonios eran insuficientes.
“El
que no la hace, no la teme”.
Sólo
era temida por los herejes o judíos
falsamente conversos al cristianismo que eran duramente castigados si eran
descubiertos. Pero también
eran duramente castigados los testigos falsos. Bastaba el arrepentimiento o
desdecirse de la doctrina errónea
para pagar una penitencia y quedar absuelto. Los archivos de la Inquisición
muestran con toda claridad que los procesos eran limpios y se desarrollaban con
una integridad jurídica
que ya quisieran muchos tribunales actuales. Los testimonios históricos
reflejan que las cárceles
de la inquisición
eran más
humanas que las civiles e incluso consta que el tribunal sugería
con frecuencia al poder civil que fuera clemente con el reo condenado. Debemos
reconocer que en el siglo XVI, debido a las controversias religiosas en torno a
la Reforma Protestante, se sospechaba de todo escrito cristiano que tuviese
alguna apariencia de novedad peligrosa. De este modo tuvieron que pasar por
largos procesos e investigaciones personajes de la época
de gran talla espiritual y doctrinal como Fray Luis de Granada, S. Juan de Avila,
S. Ignacio de Loyola, etc. Todos fueron absueltos. De la lectura de la vida de
estos grandes maestros del siglo de oro español
se comprende el gran rigor utilizado en la época
para castigar a los frailes indisciplinados o desobedientes: azotes, reclusión,
penitencias públicas.
En fin nos muestran otra época
con una gran severidad que no se entiende hoy. Eran otros tiempos.
Pero
seamos claros. No importan las cantidades. El hecho es que un tribunal de la
Iglesia admitía
la tortura y daba sentencias de muerte. Eso repugna a cualquier mente moderna
tanto civil, como eclesiástica.
Jesús
no enseñó
la defensa violenta de la fe. Es verdad, es una página
triste de la historia de la Iglesia. Sólo
nos queda repudiarlo y aprender la lección
para no volver a caer en los mismos errores.
Pero
entiéndanme
todas las aclaraciones, porque no es lo mismo ser condenado de robar un bolívar
que un millardo, de haber matado a uno que haber matado a mil. Es cierto que no
fue un problema de la Iglesia simplemente, fue un problema de una época
en la que estaba entremezclado lo político
y lo religioso, donde la fe era el valor supremo y se defendía
con el mismo apasionamiento con el que defendemos hoy las libertades democráticas
o la salud pública.
Tenemos que meternos en los zapatos
de los hombres y mujeres de ese tiempo. Entonces no se hablaba en las calles de
deporte, de música
o de tecnología,
se hablaba de religión
y de la Iglesia. Los reyes colaboraban con la Iglesia y la Iglesia daba cierta
autoridad religiosa a los reyes. Ni siquiera se dio sólo
en la Iglesia católica,
puesto que los países
protestantes también
adoptaron prácticas
semejantes para promover sus convicciones religiosas. Lo digo porque a veces
nuestros hermanos cristianos separados (evangélicos
y demás)
intentan manchar a la Iglesia con la “famosísima
Inquisición”
sin darse cuenta de que también
pertenece a su pasado, pues la
usaron sus “abuelos”
los reformadores protestantes.
Tampoco
manchan la doctrina oficial multisecular de la Iglesia ese tipo de
comportamientos propios de un determinado tiempo. Las leyes de la Iglesia
cambian adaptándose
a las circunstancias, no pertenecen al dogma. La verdad de la Iglesia queda
intacta. No se pueden juzgar a los legisladores de hoy por los errores de los
legisladores de la antigüedad.
Finalmente,
no es justo tachar a la Edad Media como una época
oscura y terrible. Ese tipo de reduccionismos que pretenden descalificarlo todo
no es científico.
En la edad media floreció
el Arte y avanzó
la cultura y la ciencia, de manos de la Iglesia por cierto, como todo en ese
tiempo. Era un modo de vivir diferente para un mundo diferente, con sus luces y
sus sombras.
Escándalo
injustificado
Pretender descalificar
por errores personales o culturales del pasado a la Iglesia o la religión católica,
al evangelio en sí mismo o incluso al mismo Jesucristo, o llegando a sus últimas
consecuencias a Dios en su acepción más universal, no es razonable.
Generalizar siempre es peligroso e injusto
El
Papa Juan Pablo II en el comienzo de la Cuaresma del año
jubilar 2000 pidió
perdón
en nombre de la Iglesia por todos los errores que los hombres y mujeres de la
Iglesia han cometido. Entre ellos se destacan la marginación
que se ha dado en el mundo católico
de los creyentes de otras religiones (musulmanes y judíos
sobre todo), la división
de los cristianos (ortodoxos, protestantes, anglicanos, etc.), la marginación
de la mujer. Todo esto no compromete la enseñanza
de la Iglesia oficial puesto que nunca ha enseñado
la Iglesia el odio o la violencia, ni el racismo y la xenofobia en su doctrina
oficial, ni ha enseñado
que la mujer sea inferior, etc. Se trata de que los católicos
(tanto sacerdotes como laicos) se contagiaban de la mentalidad del momento
adoptando actitudes poco evangélicas.
No podían
evitar ser hombres y mujeres de su tiempo. También
se descubren en cristianos de ahora actitudes que no están
en sintonía
con el evangelio de Cristo, sino que son típicas
del pensamiento moderno.
Pretender
descalificar por errores personales o culturales del pasado a la Iglesia o la
religión
católica,
al evangelio en sí
mismo o incluso al mismo Jesucristo, o llegando a sus últimas
consecuencias a Dios en su acepción
más
universal, no es razonable. Generalizar siempre es peligroso e injusto. ¿Diremos
que el venezolano no sirve porque algunos son corruptos, o el colombiano porque
algunos son guerrilleros, o el alemán
porque o el ruso porque algunos fueron protagonistas de los mayores genocidios
del siglo XX? ¿Diremos
que no nos podemos fiar de los médicos
porque algunos se equivocan, que los curas son malos porque algunos lo parecen?
Eso es propio de gente chismosa e ignorante.
Miremos
el siglo XX, miremos nuestra nación
y el mundo moderno con todos sus adelantos científico
- técnicos.
¿No
siguen siendo crueles nuestras cárceles,
seremos tan ingenuos de defender que en nuestro mundo, que se llena la boca de
derechos humanos, no existe la tortura promocionada incluso por instancias
oficiales, por las fuerzas policiales o militares? Miremos la reciente guerra de
la ex - Yugoslavia o la de Chechenia en Rusia, llenas de crueldad hacia los
mismos civiles. No digamos las guerras marcadamente trivales de Etiopía,
Somalia que enfrentan a los de la etnia tutsi con los hutus. Qué
decir del holocausto Nazi que eliminó
en pocos años
a seis millones de judíos.
O las “purgas”
iniciadas en la antigua Unión
Soviética
por Stalin en la que desaparecieron millones de personas y fueron deportadas,
recluidas en campos de concentración
y condenadas a trabajos forzados alrededor de quince millones. ¿Tan
justos son nuestros tribunales del siglo XXI?
Sin
embargo hay quien se rasga las vestiduras porque en el siglo XVII un tribunal de
la Iglesia condenó
a arresto domiciliario a Galileo porque les pareció
imprudente que enseñara
ciertas doctrinas astronómicas
no muy seguras entonces, pero que resultaron ser intuiciones geniales del gran
astrónomo.
Sí,
fue un error ya intuido por el cardenal San Roberto Belarmino en esa misma época,
pero no creo que sea para tanto. Ya lo escribí
antes: excusas para el que necesita alguna para alejarse de Dios y de la
Iglesia.
Todos
cometemos errores, el que esté
sin pecado que tire la primera piedra (Jn. 8,7). Pero de verdad ¿podemos
acusar a la Iglesia actual de violenta o intransigente? El Papa, como máximo
representante de la Iglesia, no se ha convertido en el heraldo de la paz, del diálogo
con los cristianos no católicos
con las demás
religiones, del respeto de la dignidad de toda persona humana desde su concepción
hasta la muerte. Bien claros dejo el Concilio Vaticano II los conceptos de
libertad religiosa y de conciencia, que por otra parte no eran nuevos en la
Iglesia.
No se puede acusar a la Iglesia de intransigente porque intente preservar la pureza de su fe. Es su obligación y la de todo católico, sacerdote o no, que enseñe la fe. Somos libres de ser católicos o no serlo, pero si yo me pongo el nombre de católico, no puedo enseñar lo que a mí me parece sino lo que siempre ha enseñado la Iglesia. Actualmente el órgano de la Iglesia que intenta prevenir y contrarrestar las desviaciones doctrinales se llama Sagrada Congregación para la doctrina de la fe. No existe para cuartar la libertad de expresión de los autores católicos sino para defender a los fieles que tienen el derecho de conocer la verdad de la revelación sin error. Sólo la Iglesia tiene la autoridad recibida de Jesucristo para enseñar la fe sin error, claramente expresada en las palabras de Jesús a Pedro y a los apóstoles “lo que ates en la tierra queda atado en el cielo” (Mt. 16,19; Mt. 18,18); “vayan al mundo entero y enséñenles todo lo que yo les he enseñado” (Mt. 28).
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