Libertad, virtudes y felicidad
Actividades:
1. Texto: "Libertad y verdad", Rafael Termes, ABC, 18.IX.95
LIBERTAD Y VERDAD
"Gregorio Peces Barba ha escrito en estas páginas artículos muy sensatos
sobre el camino a seguir por el partido actualmente en el poder para recuperar,
tal vez en el crisol de la oposición, el prestigio perdido durante la última
etapa de gobierno, presidida por el arbitrismo y la corrupción. Completamente
convencido, tanto del error antropológico del socialismo como la necesidad de
un partido socialista honrado, no puedo sino felicitarle por el servicio que una
crítica autorizada como la suya, salida de las mismas filas del socialismo,
puede prestar al país. Pero si en el terreno dicho coincido plenamente con
Peces Barbe, no sucede lo mismo en relación con su concepción de la ética;
concepción que puede estar en la base de los comportamientos políticos que le
repugnan. Es por esta razón que quiero replicar al artículo con el que, bajo
el título "Fundamentalismo y tolerencia", ha dado respuesta a todos
aquellos que habíamos discrepado de su anterior Tercera sobre "Ética pública
y ética privada".
En este artículo, Peces Barba insiste en su línea argumental, cuya raíz última
se halla en el vuelco a la subjetividad, que dio su primer paso con Descartes.
Simplificando, el subjetivismo es aquella oposición intelectual que, más allá
de lo empírico, sólo ve una construcción de la razón. Si se considera que la
razón no conoce el ser interno de las cosas, desaparece el principio de
finalidad; y las artes y las ciencias –entre ellas la política- no se miden
por su fin sino por su técnica. "Ipsa ciencia est potestas", la misma
ciencia es poder, dijo Bacon, y, en consecuencia, todo lo que puede hacer el
hombre tiene derecho a hacerlo (Spinoza), Si las cosas no son como son sino como
las pensamos, si no hay verdad objetiva, si todo son opiniones igualmente válidas
porque ninguna es verdadera, la convivencia se basará en la fuerza para imponer
una opinión u otra. A esta conclusión parece haber llegado Peces Barba cuando
en el debate del artículo 15 de la Constitución decía: "Desengáñense
sus Señorías. Todo el mundo sabe que el problema del derecho es el problema de
la fuerza que está detrás del poder político (...). Si hay (...) una mayoría
pro-abortista, "todos" permitirá una ley de aborto; y si hay (...)
una mayoría anti-abortista, "persona" impide una ley de aborto".
Es decir, no importa investigar en la realidad del aborto, lo que importa es la
fuerza de la opinión mayoritaria.
Las consecuencias del subjetivismo son tan brutales que frente al
"puedo" técnico, hay que colocar un "no puedo" ético. Sin
embargo, si el límite ha de ser dictado por la ética procedimental que nos
sugiere Peces Barba, conviene no olvidar que esa ética prescinde cualquier
punto seguro de referencia moral y desprecia el reconocimiento de la verdad.
Esta corriente, fruto de la alianza entre la democracia y el relativismo ético,
pretende que el hombre, como "ser de lenguaje" (Habermas), elabore en
el diálogo las reglas de la convivencia. Cuando se juzga que el debate ha sido
suficiente, se pasa a la votación. La proposición ganadora se convierte en una
norma ética que no expresa ya una exigencia del bien, como en las morales
tradicionales, sino lo que "conviene" a la sociedad. Se trata de un
acuerdo relativo y provisional; algunos años más tarde, el cuerpo social,
llamado a determinarse sobre las mismas cuestiones, podría hacerlo de modo
completamente diferente. ¿Es razonable proceder de esta forma que nadie, en su
sano juicio aplicaría para averiguar si dos y dos son cinco o si la parte es
mayor que el todo?¿Por qué una decisión tomada por la mayoría expresaría el
bien y el mal? La historia nos proporciona muchos ejemplos en contra. Entre
ellos, el consenso universal sobre la esclavitud de los africano a inicios de la
era moderna. Es evidente que la mayoría no puede ser un criterio suficiente
para definir un valor moral.
Sin embargo, a pesar de que el sentido común denuncia su falta de solidez,
estas éticas del consenso, relativistas, subjetivistas, no dejan de ser
difundidas por ciertos intelectuales, como es el caso del profesor Peces Barba,
con el riesgo de que, por la falta de exigencia que comportan, sean asumidas por
la gente común. Ésta es precisamente la razón que me impide callar ante sus
artículos periodísticos. Dice Peces Barba que todo lo que se opone al
subjetivismo que el predica es fundamentalismo. No es cierto. Lo que se opone al
subjetivismo es el realismo: las cosas son como son no como las pensamos. Existe
la verdad y el hombre es capaz de conocerla, o por lo menos de buscarla
incansablemente, como nos enseñó Popper, cuya vida fue una búsqueda
esperanzada de la verdad. Popper, al que cita Peces Barba en su artículo, nunca
aceptó el consenso sobre sus propias convicciones.
Para sus alegatos, Peces Barba se ampara en la tolerancia. Pero la tolerancia,
hay que decirlo, no se relaciona con la diversidad de opiniones legítimas,
porque éstas no han de ser toleradas, sino respetadas. La tolerancia es la
tolerancia del mal. No se tolera que me toque la lotería; se tolera el dolor de
muelas. Sin embargo, la tolerancia del mal, en determinados supuestos, no puede
servir para tachar de fundamentalistas a aquellos que defienden sin violencia
que existen unos límites en esa tolerancia que no permiten su aplicación
teniendo como único punto de referencia el consenso de la mayoría.
Naturalmente que estos aguafiestas del consenso no son del agrado de los que,
como Peces Barba, quieren que los principios queden relegados al área privada,
y, por ello, se les acusa de dificultar la solución consensuada de los
conflictos. Lo cierto es que la ética que, postulando el "deber ser"
de la persona humana, reflexiona sobre las condiciones de la vida lograda (Aristóteles),
ayuda a resolver los conflictos personales y sociales, porque partiendo de la
verdad sobre el hombre es como se alcanzan soluciones prácticas acertadas. Se
cumple también aquí el viejo axioma: la mejor praxis es una buena teoría.
Esto es lo que guía el Magisterio de Juan Pablo II, a quien Peces Barba
reiteradamente acusa de fundamentalista, a causa, principalmente, de su Encíclica
"Veritatis Splendor".
Me hubiera gustado acabar mi réplica en clave meramente civil porque la defensa
de la ética realista, basada en la existencia de principios universales e
inmutables, no requiere de ningún apoyo religioso y menos cristiano. Aristóteles,
que vivió cinco siglos antes de Cristo, adoptó y expuso esta clase de ética,
y muchos agnósticos se han sentido vinculados a la misma. Por lo tanto, no es
correcto acusar de invadir eel campo civil con la religión a los que
simplemente abogan por el realismo frente al subjetivismo. Pero no tengo más
remedio que cambiar de terreno para decir que es injusto calificar de
fundamentalista al actual Pontífice Romano. Aunque la "Veritatis Splendor",
por tratar de cuestiones morales, incide profundamente en cada hombre es decir,
implica a todos, Juan Pablo II, en la Encíclica, reconociendo que hoy los
problemas más debatidos se relacionan con la libertad y admitiendo que los
hombres de nuestro tiempo tienen un sentido cada vez más profundo de la
dignidad humana y su unicidad, dice que este hecho, "así como el respeto
debido al camino de la conciencia, es ciertamente una adquisición positiva de
la cultura moderna". Lo cual no parece una manifestación ni
fundamentalista ni retrógrada.
Por otra parte, al analizar el contenido de la libertad humana, el Papa recuerda
un postulado filosófico, y es que sin verdad no hay verdadera libertad. Y es en
ese contexto que Juan Pablo II cita la frase evangélica "Conoceréis la
verdad y la verdad os hará libres", como confirmación de un principio muy
anterior al cristianismo. Es cierto que la Iglesia Católica cree conocer la
verdad del hombre gracias a su Fundador, pero el propio Papa, en diversos párrafos
de la Encíclica y en diversos lugares de su Magisterio dice claramente que la
Iglesia no pretende imponer a nadie esta concepción de la verdad y expresamente
defiende la dignidad de la conciencia de aquellos que, llegados a otra concepción
de la verdad sobre el hombre, se comportan de acuerdo con la misma. No hay,
pues, ni un ápice de fundamentalismo en la Encíclica criticada.
En cuanto a las recomendaciones de la actuación política de los cristianos con
que Peces Barba acaba su artículo, es verdad que los políticos, sean
cristianos o no, sean subjetivistas o realistas, no tienen más remedio que
aceptar la regla de la mayoría. Pero el hecho de que sus propuestas no resulten
vencedoras en la votación, no les impide que sigan defendiendo la verdad que
sinceramente creen haber hallado. Hacerles callar porque están en minoría, o
para "no reabrir heridas", sería ignorar –cosa inimaginable en el
rector de la Carlos III- la famosa frase ("si toda la especie humana
tuviera una sola opinión y solamente una persona fuese de la opinión
contraria, no sería justo...") que John Stuart Mill estampó en su "On
Liberty", en defensa de la libertad de expresión."
Cuestiones:
¿En qué consiste el subjetivismo?
¿En qué consiste el realismo?
¿Es la mayoría el único criterio de verdad?
¿Qué diferencia hay entre realismo y fundamentalismo?
2. Texto: "La personalidad sana", Enrique Rojas, ABC, 26.III.89
LA PERSONALIDAD SANA
"Y terminamos nuestro análisis psicológico subrayando las últimas notas
que nos describen la sinfonía de una personalidad sana.
Uno de los temas psicológicos más difíciles es la capacidad para establecer
una convivencia adecuada. Suelo hablar del drama de la convivencia. Cuántas
veces, en la vida de pareja, tras éxitos profesionales claros por parte de uno
de sus miembros o de los dos, la convivencia se va tornando difícil hasta
alcanzar cotas imposibles. Y es que la vida diaria sigue siendo la gran cuestión.
Una buena convivencia no es fácil, implica un esfuerzo importante de la
voluntad, la aceptación de los propios fallos y la necesidad de conocerse a si
mismo en lo que es la vida compartida. Texto y contexto. La convivencia debe ser
argumental: que exista vida, ideas, ilusiones, pluralismo. También, es
esencial, el respeto y la estimación recíproca: en definitiva, tolerancia.
La convivencia debe ser una escuela donde uno se forma y es formado. Allí se
cultivan las principales virtudes humanas: la naturalidad, la sencillez, el espíritu
de servicio, la generosidad, la alegría, la fortaleza, el orden, el
aprovechamiento del tiempo y tantas otras. Son un sinfín de elementos psicológicos
entramados, cruzados unos con otros.
La capacidad diaria para convivir es como un termómetro que registra la altura,
la anchura, la profundidad y la categoría del perfil de la personalidad de cada
uno.
Creo que un tema del que se habla y escribe poco es la necesidad de aprender a
difrutar de la vida. Aprender, quiere decir que se necesita una tarea de tiempo
para adquirir esa habilidad que lleva a saber tomarle el pulso a la vida con sus
luces y sombras. El psiquiatra sabe bastante de esto, pues es habitual observar
personas psicológicamente sanas, que no padecen ningún trastorno psíquico,
pero son incapaces de descubrir tantas cosas positivas como tiene la vida
habitual, aquella que experimenta un hombre metido en medio de sus afanes y sus
luchas.
¿Cómo se puede conseguir esto? Está claro que la facultad no se consigue de
la noche a la mañana. Lo primero que hay que hacer es educar la mirada para
sorprenderse ante las cosas buenas que vemos a nuestro alrededor: así se sortea
esa mentalidad negativa, que sólo es capaz de analizar y registrar lo negativo,
lo que va mal, lo que no funciona.
Un indicador muy eficaz es tener sentido del humor. No es fácil definirlo, pues
así como todos sabemos por experiencia propia lo que es, cuando tratamos de
apresarlo conceptualmente da la impresión de que es algo escurridizo, volátil,
que se esfuma: es capaz de romper la seriedad y hacer que entre un torrente
divertido, simpático, como una sacudida de hilaridad. El que está habituado a
echarle a la vida sentido del humor se toma las dificultades de modo deportivo,
pone gracia, desparpajo, ingenio, alegría. Llega a ser un talante que se
alcanza tras ejercicios repetidos y gracias al cual es capaz de observar la
realidad de un ángulo distinto, desde una ladera curiosa, notable, extraña, a
contramarcha. Produce un cierto relax psicológico que lleva a desdramatizar, a
no tomarse las cosas demasiado en serio, a reírse un poco de uno mismo y del
entorno. Se olvidan, al menos momentáneamente, la penas, tristezas y
preocupaciones, para bañarse en las aguas fluidas, donde la broma, el regocijo
y la chispa saltan, se mueven, ascienden, circulan.
Tener sentido del humor significa poseer un cierto señorío sobre los
acontecimientos, un dominio de la situación que impide venirse abajo ante las
adversidades. Es saber descubrir el lado bueno y positivo de las situaciones. Un
hombre así se cimbrea elegantemente por la vida, adquiere una perspectiva más
amplia y llega a ser dueño de una filosofía con minúscula que hace ligera la
vida cotidiana. De esta manera se superan, muchas veces, situaciones de tensión.
Aplicar unas gotas de ironía constructiva combaten el desánimo. Hay que hacer
una distinción entre la sonrisa y la risa. La primera es más suave, es un
gesto de agrado de menos intensidad que la risa, que requiere una cierta
actividad comprensiva por parte del que la escucha. La risa es más explosiva y
el hecho es más divertido, gracioso e inesperado, uno se sale de sí mismo
sorprendido por el relato, la anécdota o el hecho real que se presencia.
Cuando no se tiene sentido del humor todo se convierte en algo dramático,
terrible, difícil, estando a la vuelta de la esquina el desaliento:
derrumbarse, venirse abajo, sentir como un alud de infortunios.
No es cierta esa corriente de pensamiento que acepta que el humor es típicamente
inglés. Es verdad que fue en Inglaterra donde se formuló inicialmente este
concepto, exportándose después a Francia, Alemania e Italia. Diderot en La
enciclopedia ofrece ya un concepto bastante preciso. El tema ha sido estudiado
por muchos autores. En nuestra literatura hay ejemplos excelentes: Cervantes,
Gracián, Góngora y Quevedo con sus ataques irónicos recíprocos, los
fabulistas del siglo XVIII, el humor grotesco del Romanticismo, hasta llegar a
nuestros días. Desde Bernard Shaw a G. K. Chesterton, pasando por Andre Maurois,
Jules Romains, Girodoux hasta nuestro Jardiel Poncela, Paso, Arniches, Mihura,
Neville y un largo etcétera.
El sentido del humor es una postura ante la vida, una actitud, una disposición
interior, gracias a la cual existen recursos para sobreponerse a los errores,
los fallos, problemas, sinsabores y adversidades.
Y, finalmente, un indicador relativo es la salud física. Pero con matizaciones.
Me explico: un sujeto sometido a una enfermedad grave pero pasajera puede perder
su equilibrio personal transitoriamente por el impacto de una sintomatología
aguda; una enfermedad grave encronizada, aquella que cursa lenta e
insidiosamente, con difícil salida, con mal pronóstico, puede provocar una
vuelta atrás de la personalidad: aniñamiento, mecanismos psicológicos
presididos por la inseguridad o la dependencia excesiva, etcétera, en tales
casos, hay que ser cauto en el análisis psicológico, ya que pueden ser
normales o casi normales algunas de estas reacciones.
Expresado esto de otro modo, cuando existe una correcta y armónica fisiología
es más fácil que la personalidad se asiente y adquiera unas raíces más
profundas y sólidas que si esta se ve sometida a los vaivenes de los trastornos
y alteraciones somáticas. No obstante, caben aquí muchas excepciones.
Hemos terminado este catálogo de signos positivos de madurez. El lector me podrá
decir que si seguimos este recorrido al pie de la letra estamos todos inmaduros.
No estoy de acuerdo. Vuelvo al punto de partida: se trata de ir consiguiendo
grados de madurez, pero teniendo presente que toda trayectoria biográfica es
siempre incompleta, con huecos y saltos en el vacío, en los cuales la
personalidad se percibe mal, desdibujada, con unos perfiles borrosos, como sin
hacer.
Y es que estamos siempre haciéndonos. Por esos es bueno de vez en cuando echar
una mirada hacia atrás y observarnos a nosotros mismos, en panorámica.
Descubriremos como nuestra vida tiene sentido, lo que comporta tres
circunstancias concretas. Primero, contenido: la vida no es sólo movimiento, ir
y venir, trasiego y ajetreo, sino que implica el estar llena, surcada de
ingredientes que pesan y valen: son su fuerza, su consistencia. Segundo, dirección:
voy de aquí hacia allá, me encamino hacia una meta, tengo un punto de
referencia, un norte. Atravieso las distintas etapas de mi devenir porque tengo
unos objetivos, apunta hacia una finalidad que me resume y abarca. Tercero: el
sentido de la vida tiene que tener una unidad por dentro, en medio de sus
cambios, oscilaciones y vaivenes. Eso significa que hay un despliegue, una
concordancia, un común denominador que se mantiene por debajo de sus cambios y
movimientos. Hay una secuencia de conexiones entrelazadas que terminan formando
una estructura.
Una apostilla final tras este recorrido. Cada uno de estos arbotantes tiene su
contrapartida en el elemento contrario. De modo que puede desfigurarse,
siguiendo ese esquema, el perfil de la personalidad poco madura.
La crisis del humanismo occidental es grave. Y tiene un termómetro bastante
certero: una cierta socialización de la inmadurez. Cada vez observamos más
gente que no sabe adonde va, que vive trasegando tópicos, sin objetivos que
merezcan la pena y llevados por esos nuevos aires que soplan hoy hacia acá mañana
para allá. Siempre es tiempo de rectificar el rumbo, corregir la dirección,
desandar el camino.
Los montes escarpados bajan a refrescarse en la vaguada. Mientras, el hombre
madura habita en el castillo amurallado de su personalidad."
Cuestiones:
¿Qué valor tiene la convivencia diaria?
¿Qué función tiene el sentido del humor?
¿En qué consiste -educar la mirada-?
¿Qué aspectos supone tener un sentido en la vida?
¿Dónde habita el hombre maduro?
3. Texto: "La felicidad inalcanzable", E.Gilson ("En torno al
hombre", J. R. Ayllón, pp.247-248)
"A simple vista no se ve por qué seres tales como los hombres, colocados
en el universo cuyos recursos están a su disposición gracias a su
inteligencia, no habrán de llegar a satisfacer sus deseos. Por lo demás, no se
necesita tanto para satisfacerlos. Epicuro tenía razón al decir que con un
poco de pan y agua es el sabio igual que Júpiter mismo. Digamos más bien que
debería serlo, y puesto que la receta de la felicidad es tan sencilla, podemos
preguntarnos por que tratan de utilizarla tan pocos hombres. Quizá porque con
un poco de pan y agua el hombre debiera ser dichoso, pero no lo es. Y si no lo
es, no es necesariamente porque no sea cuerdo, sino sencillamente porque es
hombre y lo que tiene de más recóndito niega a cada instante la cordura que se
le ofrece. Todo ocurre como si cada uno de nosotros no pudiera perseguir otro
fin sino su felicidad, pero también como si fuese incapaz de alcanzarla, porque
todo le gusta, pero nada le conforma. si posee una finca, querrá agrandarla; si
es rico, quiere ser algo más rico; si la mujer a quien ama es hermosa, quiere
una más hermosa, y aun menos hermosa, con tal que sea otra. La experiencia es
demasiado común para que valga la pena describirla, pero es conveniente
recordarla por lo menos, porque el hecho sobre el cual descansa toda la concepción
cristiana del amor es que todo placer humano es deseable, pero ninguno basta.
La impresión que engendra en el hombre esa persecución de una satisfacción
que siempre huye, es primero un profundo trastorno: la inquietud silenciosa,
pero punzante, del que busca la felicidad y a quien se le rehusa hasta la paz.
Con un poco de pan y agua, amigos, y la paz tal como este mundo la da, tampoco
hay paz todavía, porque el deseo de lo demás subsiste, y no hay nada para
aplacarlo: dicentes: pax, et non est pax. En este sentido toda la ascética de
la moral epicúrea y estoica es una ascética puramente negativa; pide el
abandono de todo sin ofrecer ninguna compensación. La ascética de la moral
cristiana, por el contrario, es una ascética positiva; en lugar de mutilar el
deseo negando su objeto, colma el deseo revelándole el sentido. Pues si nada de
lo que le es dado es capaz de satisfacerlo, quizás sea porque es más vasto que
el mundo. De modo que, o habrá de conformarse con bienes que le dejen
insatisfecho, y lo que entonces se le propone es una resignación cercana a la
desesperación, o bien tendrá que renunciar al deseo mismo, pues sería locura
extenuarse queriendo aplacar un hambre que renace de los mismos alimentos que se
le ofrecen. Pero, ¿qué daremos al hombre para compensar ese renunciamiento?
Todo.
Primero hay que comprender que la insaciabilidad del deseo humano tiene un
sentido positivo, y he aquí la explicación: un bien infinito nos atrae. El
disgusto del hombre por cada bien particular no es sino el envés de la sed de
bien total que lo agita, su cansancio no es más que el presentimiento de la
infinita distancia que separa lo que él ama de lo que se siente capaz de amar-.
Cuestiones:
¿Por qué el hombre está insatisfecho?
¿Qué diferencias hay entre la moral epicúrea, estoica y cristiana?.
¿Qué significa que el cansancio del hombre no es sino el presentimiento de la
distancia que separa lo que ama de lo que se siente capaz de amar?
4. Noción y clases de libertad
Libertad es la capacidad de elegir. Podemos distinguir tres sentidos distintos
de una misma propiedad: la libertad.
Libertad trascendental o esencial: en cuanto tiene voluntad y por tanto
capacidad de dirigir sus propios actos.
Libre arbitrio: en cuanto la voluntad no está determinada y por tanto puede
elegir.
Libertad moral: en cuanto que debe estar finalizada y por tanto tener sentido, o
sea debe dirigirse a su fin que es el bien.
Por otra parte podemos distinguir entre libertad de y libertad para: la
-libertad de- es la de reivindicar derechos; la -libertad para- es la libertad
para adquirir compromisos; siendo ambas necesarias, la segunda es más perfecta
y más humana.
5. Los límites de la libertad
La libertad interesa porque hay algo más allá de ésta, que la supera y marca
su sentido: el bien. Ser libre no es, por tanto, ser independiente (Por Ej.: la
escalada).
La ley no se opone a la libertad.
Existen unas leyes físicas, y también unas leyes morales. Cuando se ignoran
estas leyes las consecuencias pueden ser graves. Cualquier psiquiatra sabe que
en esto está la raíz de muchos desequilibrios.
Espontaneidad y autodominio.
La libertad en, ocasiones, se opone a la espontaneidad. La libertad moral debe
encauzar la espontaneidad, que es irreflexiva de suyo, al igual que la voluntad
realiza los sentimientos.
Libertad humana y elección animal ante el bien.
Los animales captan el bien como objeto de su satisfacción sensible. Pero el
hombre es capaz de considerar un bien en sí mismo, y por eso puede ponerlo en
relación con otros bienes superiores o inferiores.
6. Libertad y responsabilidad
Del mismo modo que la libertad es el poder de elegir con vistas a un fin, la
responsabilidad es la actitud para dar cuenta de esas elecciones. Libre y
responsable son dos conceptos paralelos e inseparables. La responsabilidad es
como la firma personal de nuestras acciones. ¿Ante quién debemos responder?
Sobre todo, ante el Autor de la ley moral (ante Alguien externo de la conciencia
que la orienta), ante nuestra propia conciencia, ante los demás y la sociedad.
7. La elección del mal
Libertad y mal: El hombre siempre busca el bien (La libertad humana está
finalizada por el bien). Incluso cuando se escoge un mal se hace por la parte de
bien que se considera que existe dentro de ese mal. Con frecuencia la elección
del mal tiende a ser autojustificada deformando la realidad (si no vives como
piensas, acabas pensando como vives).
¿Qué es el mal? La idea es de Tomás de Aquino. El mal es la carencia de
sentido recto; el mal -hablando con rigor- no es una contrariedad de cualquier
tipo porque esta nos puede llevar a un bien superior. Todo lo que es tiene un
sentido. El bien es algo que tiene sentido. Al identificarse el ser con el bien,
el mal no tiene consistencia ontológica. Propiamente hablando el mal no es; su
realidad palpable obedece a que el mal es una falta de bien debido. Es algo así
como un agujero en un queso. Deben intentarse solucionar todos los males
existentes pero el verdadero mal real es el que aparta al hombre de la finalidad
de su naturaleza. Hemos visto que la finalidad de la naturaleza humana consiste
en el Bien absoluto, porque sólo este Bien satisface al hombre. Por esto tan sólo
lo que me aparte de esta finalidad será un mal. El mal absoluto es el absurdo y
el absurdo absoluto no existe.
8. Las virtudes fundamentales
La palabra ética viene de ethos que significa carácter. La palabra virtud
viene de vis que significa fuerza. Los pensadores antiguos, especialmente los
griegos, buscaron las relaciones entre ethos y vis, llegando a la conclusión de
que el camino que lleva a la felicidad es el de las virtudes. Una ética fuerte
(la que da unidad al hombre; la que le hace estar a bien consigo mismo -eudaimonía-
y por tanto feliz) necesita de una acción virtuosa. La virtud se plantea así
como un medio necesario, pero no es un fin.
Por ser la felicidad la máxima aspiración de todo hombre, las acciones éticas
son las más propiamente humanas. La conducta ética se desarrolla en 4 grandes
direcciones:
Ser capaz de aplicar el conocimiento teórico del bien a cada caso concreto:
prudencia
Como el hombre es naturalmente social, obrar será respetar el derecho ajeno,
dar a cada uno lo suyo: justicia
Dado que el bien es a veces costoso, estar dispuesto a sufrir por conquistar o
defender el bien: fortaleza
Como el hombre es animal racional, controlar los deseos orgánicos y el
temperamento para que lo animal no anule lo racional: templanza.
La prudencia es la más importante de estas 4 virtudes, porque es la que más se
acerca por su propia definición al núcleo de la virtud misma. Aristóteles da
esta definición de virtud: -es un máximo de perfección entre dos extremos
viciosos: el exceso y el defecto-.
9. Del dicho al hecho
Para obrar bien no basta conocer la verdad, ni simplemente querer. Se requiere
además algo que podríamos llamar el arte de poner en práctica lo bueno,
convertir la verdad en norma de conducta. Eso es la prudencia. La prudencia es
condición de las de las demás virtudes, pues todo acto virtuoso es en primer
lugar prudente. La prudencia empieza conociendo y acaba actuando. La prudencia
no se basa tanto en una autocoherencia como en un actuar de modo inteligente de
cara a la realidad exterior.
La prudencia supone un conocimiento directo: reflexiona, enjuicia, ejecuta o se
abstiene; así lo pone de manifiesto su etimología: prudencia viene de procul
videre (ver desde lejos o prever). Mediante la prudencia, el hombre es capaz de
atraer el futuro al presente. Por eso, la verdadera prudencia no tiene nada que
ver con el salto egoísta ni con la lentitud de decisión o cualquier otro tipo
de cobardía. Una acción no puede ser prudente ni buena si va en contra de la
ley natural; es decir: de la naturaleza humana.
A la hora de obrar con prudencia, son muchos los obstáculos que pueden
presentarse (precipitación, desgana, rutina, peso de las costumbres o de las
modas, despertar violento de la sensibilidad, experiencia de antiguos
fracasos...). Por eso es necesario que la prudencia vaya acompañada de la
fortaleza (película Viven; chico que va a por ayuda). Sólo así se puede obrar
rectamente cuando no es fácil o rectificar cuando sea oportuno, porque no es
prudente el que no se equivoca nunca, sino el que está dispuesto a corregir sus
errores. La imprudencia puede surgir por ignorancia de la verdad, precipitación
en el juicio o inconstancia en la ejecución. Por otra parte, se favorece el hábito
de la prudencia cuando se busca la experiencia ajena por medio de la petición
de consejo.
10. Descartes (1596-1650) en la moral
Descartes afirma que el hombre está compuesto por dos sustancias: una
espiritual y otra corporal. Plantea la moral como un control casi mecánico de
lo espiritual sobre lo corporal. La experiencia de la vida nos dice -contra lo
que afirma Descartes- que lo físico está íntimamente unido a lo espiritual y
que el puro autodominio no es en muchas ocasiones eficaz.
Una de las repercusiones del sistema de Descartes quizás sea, en la actualidad,
violentar lo corporal en favor de las exigencias del propio capricho de la
voluntad.
11. Hume (1711-1776) y el naturalismo
Hume dice que la moralidad viene determinada exclusivamente por la intención
del sujeto. Además considera que todo lo espontáneo, siempre que contribuya a
la felicidad del género humano, es bueno. ¿Qué tiene de positivo este
planteamiento? Quizás tenga una visión positiva del hombre. Pero la virtud en
Hume está situada tan sólo en la intención del sujeto: no hay ley natural. El
lema de Hume podría ser -donde el corazón (la intención) te lleve-; y este
planteamiento olvida que la intención puede cambiar según las circunstancias.
La virtud en Hume no trasciende al sujeto: es una impresión para él. Esto
niega toda objetividad moral, que solo se podrá apoyar en un consenso de
opiniones. La pega de esta postura es que legitima cualquier mayoría, y la
mayoría puede ser a veces tiránica como la sociedad deshumanizada que plantea
Huxley en su obra: -Un mundo feliz-.
El naturalismo ético tiene estas insuficiencias: Le falta darse cuenta que la
intención tiene que ajustarse a una moralidad objetiva de los actos y a unas
circunstancias que sean conformes con la moral, ya que las circunstancias pueden
influir en la moralidad. La moral objetiva cada uno la vive de un modo libre y
personal pero lo espontáneo no siempre es positivo.
12. Kant (1724-1804) y la libertad
Kant habla de una ética de ejemplaridad donde lo importante no es tanto lo que
hagas sino cómo lo hagas siempre que trates a toda persona como un fin en sí
misma. A esto se le llama ética formal. Kant quiere que su ética tenga una
validez universal y por esto no quiere condicionarla a experiencias concretas.
Esto obedece a su filosofía que niega la posibilidad de llegar al ser mismo de
las cosas y a sus leyes universales partiendo de experiencias de los fenómenos.
La intención es más importante que el objeto de la acción siempre que el
objeto sea honrado y para serlo no basta la ejemplaridad autocoherente. Además
Kant olvida el refrán de que -del dicho al hecho hay mucho trecho-; es decir:
olvida el papel fundamental de los hábitos como hilos conductores de la
libertad moral. Y esos hábitos se configuran a partir de experiencias muy
concretas.
13. Nietzsche (1844-1900) y la amoralidad
Nietzsche considera que la moral mata la vida. Afirma que no podemos saber si la
vida merece la pena ser vivida o no; pero en cualquier caso se ha de procurar
que la vida sea -lo más lujuriosa y tropical posible-. La vida es destino
ciego, pura impulsividad que no puede ser comprendida por esquemas mentales ni
constreñida por esquemas morales. Es el hombre quien crea los valores y en esto
radica su grandeza: en no someterse a nada establecido, sino en establecerlo él.
Para Nietzsche la moral cristiana es la moral de los mediocres y las obras de
misericordia un síntoma lamentable de debilidad mental contraria a la nueva
civilización del superhombre: personaje que se relaciona con la bestia rubia
aria; una especie de -Terminator- que será el hombre del futuro.
Fue una suerte para Nietzsche que su madre y su hermana no pensaran como él
durante el largo periodo que duraron sus enfermedades que culminaron en 1889 en
un colapso mental que terminó con su fallecimiento en 1900.
¿Puede ser su hipótesis cierta?... El ser se identifica con la verdad, la
unidad, la belleza y el bien. Por tanto los seres de la realidad -también el
hombre- tienen una bondad objetiva con limitaciones y, a veces, con carencias.
Por tanto el bien y el mal son algo objetivo que el hombre puede captar para
llevar una vida verdaderamente moral.
14. Ideas liberal y marxista de la libertad
El liberalismo apuesta por una libre competencia sin frenos: radicaliza la
libertad. Se concreta en un activismo e puede llegar a sostener posturas
contradictorias en función de los compromisos. Adolece de responsabilidad.
El materialismo es un materialismo de signo contrario que surge por oposición
al materialismo. Radicaliza la igualdad y anula la libertad. Para el marxismo,
la razón y la libertad están en el estado, y no en el individuo. Por eso, para
ellos, -todo lo no obligatorio está prohibido-.
Para el marxismo, el hombre no es esencialmente distinto de la materia. Es una
parte del todo material. Políticamente esta idea dice que el ciudadano es parte
del todo estatal. Por eso, sólo vale la libertad del partido de proyecto
revolucionario.
El liberalismo y el marxismo son reduccionismos opuestos que no pueden hacer
felices a las personas. La libertad y la igualdad se necesitan mutuamente. La
persona es un ser que elige sus fines propios teniendo en cuenta el bien común.