Catequesis sobre el Credo |
Cristo, hombre verdadero, hijo de María (I)
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La encarnación del Hijo de Dios tuvo lugar ante todo para salvar al hombre. El amor de Dios al hombre fue lo que llevó a ese mismo Dios a hacerse hombre. Si esto es así, no deberíamos dudar nunca del amor de Dios, ni de que lo que el Señor quiere para nosotros es siempre lo que más nos conviene. A la vez, ese amor de Dios, totalmene inmerecido por el hombre, es gratuito. Dios nos ama siempre. Nos ama incluso cuando somos pecadores. Siendo pecadores envió a su Hijo único para salvarnos. Causa de la encarnación: El amor de Dios al hombre. Dios se hizo hombre para salvar al hombre de sus pecados. Consecuencias: La fe en que lo que Dios quiere para nosotros siempre es lo que más nos conviene. La fe en que Dios nos sigue queriendo aunque nosotros seamos pecadores. Aclarada la “ontología” (naturaleza o esencia) de Cristo, como vimos en el capítulo anterior, y que podemos resumir afirmando que el hijo de María es verdadero Dios y que el Hijo de Dios se hizo verdadero hombre, que la persona divina tomó carne humana y que esa persona divina desde entonces tuvo la plenitud de la naturaleza divina y la plenitud de la naturaleza humana, debmos preguntarnos por qué tuvo lugar todo eso. ¿Qué motivos tenía Dios para hacerse hombre? ¿Cuál fue la causa de la encarnación? Por nuestra salvación A esta pregunta, el Credo contesta así: “Por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen y se hizo hombre”. (nº 456). Y también: “El Verbo se encarnó para salvarnos reconciliándonos con Dios: Dios nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados” (nº457) La salvación, por lo tanto, es el motivo principal y primero de la encarnación. ésta no tiene lugar buscando ningún interés egoísta por parte de quien la lleva a cabo, como si Dios fuera un hacendado al que los arrendatarios de sus tierras no le pagan y hubiera decidido poner fin a esa situación anómala yendo él mismo a cobrar. Incluso cuando el mismo Jesús expone una parábola que podría entenderse en ese sentido, lo hace no para indicar que esa sea la causa de su venida a la tierra en carne mortal, sino para expresar que Dios tiene derechos sobre los hombres y que éstos tienen deberes para con Dios. Dios es amor y sólo actúa por amor. Por lo tanto, el motivo de la encarnación es el amor que Dios es y que Dios tiene a los hombres. No hay ningún interés en la actuación divina excepto el de salvar a los hombres de las consecuencias de los errores y pecados de ellos mismos. En la encarnación, en el gesto de hacerse hombre para salvar al hombre, Dios se muestra, por tanto, como amor y como plenitud de amor. San Juan lo expresa magníficamente, tanto en su primera Carta (“En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de Él”. 1 Jn 4,9), como en su Evangelio (“Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna”. Jn 3,16). Y si esto es así, si así lo grita la cueva de Belén o la angostura humilde de la casa de Nazaret, ¿por qué no sacar las consecuencias?. Dios nos quiere La primera de ellas es que, efectivamente, Dios no quiere otra cosa más que nuestro bien. Dios no busca en nosotros nada que le falte, por más que todo lo que tenemos se lo debemos a Él y a Él debe ser restituido. El amor de Dios al hombre, probado de manera inimaginable con la encarnación, nos debería convencer de que lo más sensato que podemos hacer es ponernos en manos de Dios. “Dios me quiere”, deberíamos decirnos cada día, tanto en lo bueno como en lo malo, tanto en el éxito como en el fracaso. Y después de dicho y creído, deberíamos recobrar la paz si la hemos perdido. La encarnación, pues, debería ser prueba suficiente para creer sin ninguna duda en el amor de Dios. No fue la única ni la última, como veremos más adelante al tratar el tema de la muerte y resurrección de Jesús. Pero en realidad debería habernos bastado con verle niño en Belén u hombre que comparte la suerte del resto de los hombres, para estar seguros del amor de Dios. ¿Qué habríamos dicho si, por ejemplo, el Verbo se hubiera hecho hormiga para salvar a las hormigas, tan frágiles como ellas son? Naturalmente, sólo el hombre era susceptible de ser amado por Dios hasta ese punto, pues sólo él había sido creado a su imagen y semejanza. Pero, al fin y al cabo, toda la grandeza del hombre no justifica el abajamiento y la humillación que supuso la encarnación del Hijo de Dios. Ninguna criatura, ni siquiera el hombre, tenía derecho a esperar ese sacrificio, esa generosidad. Sólo un amor de Dios que fuera más allá de los méritos del ser amado, justifica la encarnación. Y si eso es así, si ese amor existe y es tan grande, sólo se puede responder a él con un abandono pleno en la providencia divina, con una aceptación completa de la voluntad de Dios, sabiendo que lo que Dios desee para nosotros será lo mejor que podamos esperar de la vida. Un amor pleno La segunda consecuencia, ligada a la primera, es la de saber que, hagamos lo que hagamos, el amor de Dios no va a disminuir. Con frecuencia pensamos que Dios nos quiere sólo si somos buenos y nos deja de querer si somos malos. El amor de Dios no depende de nosotros, de lo buenos o malos que seamos. Ni siquiera el Dios que tiene que ejercer de juez y condenar a un hijo que se ha obstinado en su perdición, deja de amarle. Necesitamos meditar con frecuencia sobre esto, tanto si estamos en el camino de la santidad como si estamos en pecado. Si somos buenos, corremos el riesgo de enorgullecernos y creer que el amor de Dios se debe a nuestra bondad y que, en realidad, la salvación procede de nuestras buenas obras. Si Dios nos ama es porque nos lo merecemos, podemos llegar a pensar. Habremos acabado así con el sentimiento de gratitud hacia de Dios, con la alegría que se siente al sentirse salvados. Concluiremos que nosotros somos nuestros propios salvadores y que Dios ha tenido mucha suerte en conocer e incluso querer a personajes tan importantes y santos como creemos que somos nosotros. En cambio, si somos malos, corremos el riesgo de creer que Dios ha dejado de querernos y que, por lo tanto, no vamos a encontrar amor si algún día decidimos volver a la casa del Padre. Dios te quiere. Ámale tú por agradecimiento y nunca le amarás lo suficiente. Amále, aunque estés lejos, y vuelve a su lado, a casa. Catequesis sobre el Credo
Cuestionario sobre la humanidad de Cristo (IV)
21.- ¿Quién intervino en la encarnación de Jesús además de la Virgen?. 22 .- ¿Qué otra relación hay entre Cristo y el Espíritu Santo?. 23.- ¿Podemos entenderlo todo sobre Cristo?. 24.- ¿Por qué dice la Iglesia que toda la vida de Cristo es un misterio?. 25.- ¿Qué características tienen los misterios que rodean la vida de Cristo?. 26.- ¿Qué lección se desprende de la infancia y vida oculta de Cristo?. 27.- ¿Qué hubiera ocurrido si esa vida oculta no hubiera tenido lugar?. 28.- ¿Cuándo empieza la vida pública de Cristo? 21.- ¿Quién intervino en la encarnación
de Jesús además de la Virgen? El Espíritu Santo 22.- ¿Qué otra relación hay entre
Cristo y el Espíritu Santo? 23.- ¿Podemos entenderlo todo sobre
Cristo? 24.- ¿Por qué dice la Iglesia que toda
la vida de Cristo es un misterio? Notas del Misterio 25.- ¿Qué características tienen los
misterios que rodean la vida de Cristo? 26.- ¿Qué lección se desprende de la
infancia y vida oculta de Cristo? El ejemplo de la vida oculta 27.- ¿Qué hubiera ocurrido si esa vida
oculta no hubiera tenido lugar? 28.- ¿Cuándo empieza la vida pública de
Cristo?
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