Catequesis sobre el Credo
 
Padre Todopoderoso (III)

 

La fe en Dios como Señor Todopoderoso nos aporta, a los cristianos, la seguridad de estar en las manos de alguien que tiene capacidad para protegernos. Y también nos da el sentido de la autoridad, de la existencia de deberes que tenemos que cumplir.

La fe en la paternidad divina, típicamente cristiana, lleva a su plenitud la imagen de Dios. Cristo nos revela que Dios nos ama hasta tal punto que nos ha hecho hijos adoptivos suyos. El rostro severo del Todopoderoso se recubre así de ternura, de bondad y de misericordia.

Los hijos de Dios: Todos, incluidos los animales y las plantas, somos criaturas de Dios. Sin embargo, no todos somos hijos de Dios. La filiación divina es por adopción, no por nacimiento. Y esa adopción está reservada sólo a los hombres. Se lleva a cabo a través del Bautismo, por lo cual sólo los bautizados son “hijos adoptivos de Dios”.

La idea de un Dios Creador es, hasta cierto punto, lógica. Se desprende de manera inmediata de ese sentimiento de admiración que, tanto el hombre primitivo como todavía el actual, sienten ante la naturaleza. Lo mismo podemos decir de la idea de un Dios que es el Todopoderoso y que es el Señor de todo, con derechos sobre sus criaturas incluidos los hombres. De hecho, son muchas las religiones que, de un modo u otro, tienen creen también en un Dios con esas características. Excepto aquellas religiones que no creen en un Dios personal -como es el caso del budismo, el hinduísmo, el sintoísmo o el confucionismo-, las demás, incluidas las politeístas, tienen asumido que Dios es Señor, merecedor de respeto y de obediencia.

Jesús revela los secretos divinos

Por eso no era posible, por pura deducción lógica, dar el paso a la imagen de un Dios al que se le puede llamar Padre. Si bien hay atisbos de algo de esto en el Antiguo Testamento -fruto de la revelación ofrecida por Dios al pueblo elegido como preparación para la llegada de Cristo-, la verdadera manifestación de la paternidad divina corrió a cargo de Jesucristo. Es Jesús el que nos desvela -el que corre el velo- los secretos íntimos de la naturaleza divina. Es Jesús el que nos dice que si bien hay un solo Dios, existen también tres personas divinas iguales en naturaleza y dignidad (es el misterio de la Trinidad, al que ya hemos aludido), y es Jesús el que nos dice que una de esas tres personas es nada menos que Padre.

Se produce así un salto cualitativo en la concepción que se tiene de Dios. No sólo se enriquece el concepto de unidad divina, sino que, además, descubrimos que ese Dios al que con razón la humanidad temía y adoraba, es alguien que merece el título de Padre.

Pero ante esta sorprendente revelación, hay que preguntarse ante todo de quién es Padre ese Dios. Porque podríamos cometer el error de que la paternidad divina es universal y que todos, hombres y animales, rocas y plantas, somos hijos de Dios, de la misma naturaleza de Dios. Es decir, podríamos llegar a una conclusión similar a la que tienen los budistas, según la cual la divinidad salpica a todas las criaturas y en cada una de ellas hay una chispa de esa divinidad que pugna por liberarse de la cárcel donde está encerrada para ir a reunirse con el núcleo principal de la misma.

Esa no es, en absoluto, nuestra fe. Dios es el Señor de todo lo que existe y lo es en virtud del acto creador. Porque crea de la nada es Señor de todo. Todos somos criaturas de Dios: las flores, los animales, los astros, los peces, los hombres. Como Creador tiene derechos sobre sus criaturas y también ejerce sus deberes cuidando de ellas. No es un Creador tirano, sino un Creador responsable.

Sólo hay un Hijo

La paternidad, en cambio, no es universal. Dios es, ante todo, Padre del Hijo, del único Hijo, segunda persona de la Santísima Trinidad, que tomó carne en el seno de la Virgen María y se hizo hombre, pero que existía desde siempre antes de la encarnación. La paternidad divina hace referencia, ante todo, a Jesucristo. Él es el Hijo y además el Hijo único. Cualquier otra cosa significaría que nosotros participamos de la naturaleza divina, que nosotros somos dioses.

Nuestra filiación divina es, pues, mediante la adopción. Dios es nuestro Padre y nosotros somos en verdad sus hijos, pero lo somos por adopción y no por creación -caso de los hombres- o engendración -caso del Hijo-. Nosotros, como hijos adoptivos, mantenemos nuestra propia naturaleza humana sin participar de la naturaleza divina, por más que la filiación adoptiva nos eleva de categoría, pasando de ser criaturas a ser hijos, de ser siervos a ser herederos como dice San Pablo.

Pero, ¿cómo se realiza esa adopción? ¿Está abierta a todas las criaturas, incluidos animales y plantas? ¿Está abierta a todos los hombres? ¿Son todos los hombres, por pertenecer a la especie humana, hijos adoptivos de Dios?

La adopción, como acto jurídico, requiere un rito, un procedimiento. O se es hijo por naturaleza o se es hijo adoptivo previo el trámite legal de la adopción. Pues bien, esto sucede también en la adopción divina. El único Hijo por naturaleza es Jesucristo, mientras que nosotros necesitamos pasar por el trámite de la adopción. Ese trámite tiene la categoría de sacramento y es el Bautismo

Los hijos de Dios

Sólo los bautizados, pues, son propiamente “hijos adoptivos de Dios”, por más que nos hayamos acostumbrado a la idea de creer que todo ser humano es hijo de Dios. Todo hombre, como todo animal o planta, es “criatura” de Dios, lo cual le hace sujeto de derechos y deberes. Pero la adopción divina no ha sido concedida a todos. Los animales y las plantas quedan excluidos de ella -no se bautiza a un perro o a una maceta-.

¿Y qué decir acerca de los hombres? Si bien es cierto que está abierta a todos y que el deseo de Cristo es que afecte a todo ser humano, también es verdad que no todos los hombres están dispuestos a recibir esa gracia, ese gigantesco regalo. Todos pueden bautizarse y la Iglesia no excluye a nadie en razón de la raza, el color, la clase social, el sexo o la nación. Todos pueden ser, pues, “hijos adoptivos de Dios”.

Sin embargo, no todos, por motivos diversos, eligen ese camino. Unos lo rechazan porque no creen en el Dios de Jesucristo, sino en otros dioses. Otros, en cambio, que han nacido en el seno de familias cristianas, no reciben el bautismo porque lo creen inútil o porque piensan que sólo de adultos se debe acceder a él. Unos y otros pierden, voluntariamente, el don de la filiación divina.

Las consecuencias de esa paternidad divina, el rostro misericorde de Dios que se nos revela a través de ella, será objeto de la siguiente lección de esta catequesis. El “hijo de Dios” ya no tiene miedo, sino que vive en el amor.


Catequesis sobre el Credo

Cuestionario sobre la fe en Dios Padre (III)

20.- ¿Somos los cristianos los únicos que creemos en un Dios Señor, Creador y Todopoderoso?. 21.- ¿Quién nos enseña a llamar a Dios Padre?. 22.- ¿De quién es Padre Dios, de todas las criaturas incluidas las inanimadas?. 23.- ¿En qué consiste la fe cristiana sobre la paternidad divina?. 24.- ¿Cómo es nuestra filiación con Dios, en qué sentido podemos decir que también nosotros somos sus hijos?. 25.- ¿Cómo se realiza nuestra adopción como hijos de Dios?. 26.- ¿Quiénes son y quiénes pueden ser hijos adoptivos de Dios?. 27.- ¿Si está abierta a todos, por qué no todos son hijos de Dios?.

20.- ¿Somos los cristianos los únicos que creemos en un Dios Señor, Creador y Todopoderoso?
“La idea de un Dios Creador es, hasta cierto punto, lógica. Se desprende de manera inmediata de ese sentimiento de admiración que, tanto el hombre primitivo como todavía el actual, sienten ante la naturaleza. Lo mismo podemos decir de la idea de un Dios que es el Todopoderoso y que es el Señor de todo, con derechos sobre sus criaturas incluidos los hombres. De hecho, son muchas las religiones que, de un modo u otro, tienen creen también en un Dios con esas características. Excepto aquellas religiones que no creen en un Dios personal -como es el caso del budismo, el hinduismo, el sintoísmo o el confucionismo-, las demás, incluidas las politeístas, tienen asumido que Dios es Señor, merecedor de respeto y de obediencia”.

Jesús nos revela al Padre

21.-¿Quién nos enseña a llamar a Dios Padre?
“Si bien hay atisbos de algo de esto en el Antiguo Testamento -fruto de la revelación ofrecida por Dios al pueblo elegido como preparación para la llegada de Cristo-, la verdadera manifestación de la paternidad divina corrió a cargo de Jesucristo. Es Jesús el que nos desvela -el que corre el velo- los secretos íntimos de la naturaleza divina. Es Jesús el que nos dice que si bien hay un solo Dios, existen también tres personas divinas iguales en naturaleza y dignidad (es el misterio de la Trinidad, al que ya hemos aludido), y es Jesús el que nos dice que una de esas tres personas es nada menos que Padre”.

22.- ¿De quién es Padre Dios, de todas las criaturas incluidas las inanimadas?
“Ante esta sorprendente revelación, hay que preguntarse ante todo de quién es Padre ese Dios. Porque podríamos cometer el error de que la paternidad divina es universal y que todos, hombres y animales, rocas y plantas, somos hijos de Dios, de la misma naturaleza de Dios. Es decir, podríamos llegar a una conclusión similar a la que tienen los budistas, según la cual la divinidad salpica a todas las criaturas y en cada una de ellas hay una chispa de esa divinidad que pugna por liberarse de la cárcel donde está encerrada para ir a reunirse con el núcleo principal de la misma.”.

Sólo hay un Hijo

23.- ¿En qué consiste la fe cristiana sobre la paternidad divina?
“Dios es el Señor de todo lo que existe y lo es en virtud del acto creador. Porque crea de la nada es Señor de todo. Todos somos criaturas de Dios: las flores, los animales, los astros, los peces, los hombres. Como Creador tiene derechos sobre sus criaturas y también ejerce sus deberes cuidando de ellas. No es un Creador tirano, sino un Creador responsable. La paternidad, en cambio, no es universal. Dios es, ante todo, Padre del Hijo, del único Hijo, segunda persona de la Santísima Trinidad, que tomó carne en el seno de la Virgen María y se hizo hombre, pero que existía desde siempre antes de la encarnación. La paternidad divina hace referencia, ante todo, a Jesucristo. Él es el Hijo y además el Hijo único. Cualquier otra cosa significaría que nosotros participamos de la naturaleza divina, que nosotros somos dioses”.

24.- ¿Cómo es nuestra filiación con Dios, en qué sentido podemos decir que también nosotros somos sus hijos?
“Nuestra filiación divina es, pues, mediante la adopción. Dios es nuestro Padre y nosotros somos en verdad sus hijos, pero lo somos por adopción y no por creación -caso de los hombres- o engendración -caso del Hijo, de Cristo-. Nosotros, como hijos adoptivos, mantenemos nuestra propia naturaleza humana sin participar de la naturaleza divina, por más que la filiación adoptiva nos eleva de categoría, pasando de ser criaturas a ser hijos, de ser siervos a ser herederos como dice San Pablo”.

25.- ¿Cómo se realiza nuestra adopción como hijos de Dios?
“La adopción, como acto jurídico, requiere un rito, un procedimiento. O se es hijo por naturaleza o se es hijo adoptivo después de llevar a cabo el trámite legal de la adopción. Pues bien, esto sucede también en la adopción divina. El único Hijo por naturaleza es Jesucristo, mientras que nosotros necesitamos pasar por el trámite de la adopción. Ese trámite tiene la categoría de sacramento y es el Bautismo”.

La gracia del bautismo

26.- ¿Quiénes son y quiénes pueden ser hijos adoptivos de Dios?
“Sólo los bautizados, pues, son propiamente "hijos adoptivos de Dios", por más que nos hayamos acostumbrado a la idea de creer que todo ser humano es hijo de Dios. Todo hombre, como todo animal o planta, es "criatura" de Dios, lo cual le hace sujeto de derechos y deberes. Pero la adopción divina no ha sido concedida a todos. Los animales y las plantas quedan excluidos de ella -no se bautiza a un perro o a un geranio-. ¿Y qué decir acerca de los hombres? Si bien es cierto que está abierta a todos y que el deseo de Cristo es que afecte a todo ser humano, también es verdad que no todos los hombres están dispuestos a recibir esa gracia, ese gigantesco regalo. Todos pueden bautizarse y la Iglesia no excluye a nadie en razón de la raza, el color, la clase social, el sexo o la nación. Todos pueden ser, pues, "hijos adoptivos de Dios".

27.- ¿Si está abierta a todos, por qué no todos son hijos de Dios?
“A pesar de ser para todos, sin embargo, no todos, por motivos diversos, eligen ese camino. Unos lo rechazan porque no creen en el Dios de Jesucristo, sino en otros dioses; de estos, algunos -incluso en nuestros días- no han oído hablar nunca de Cristo o no se les ha presentado el mensaje cristiano de modo convincente, por lo que son poco o nada responsables de su rechazo. Otros, en cambio, que han nacido en el seno de familias cristianas, no reciben el bautismo porque lo creen inútil o porque piensan que sólo de adultos se debe acceder a él. Unos y otros pierden, voluntariamente, el don de la filiación divina, la cual está abierta a todos”.