SEGUNDA PARTE
La celebración de la Liturgia de las Horas
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La
actual Liturgia de las Horas
«El Sumo Sacerdote de la nueva y eterna
Alianza, Cristo Jesús, al tomar la naturaleza humana, introdujo en este exilio
terrestre aquel himno que se canta perpetuamente en las moradas celestiales» (SC
83).
Después de exponer las líneas principales de
la historia, de la teología y de la espiritualidad del Oficio Divino, vamos a
describir en cuatro capítulos la actual Liturgia de las Horas, y los diversos
elementos que la componen. Y en otro capítulo, el último, trataremos de la
pastoral requerida para asociar al pueblo a la Oración común de la Iglesia.
1. Del Breviario a la Liturgia de
las Horas:
Desde la promulgación hecha por San Pío V en
1568, la edición típica del Rito Romano para la Liturgia de las Horas ha
llevado siempre por título Breviarium Romanum ex decreto Sacrosancti
Concilii Tridentini restitutum... A partir de 1971, la nueva edición trae
un título significativamente renovado: Officium Divinum ex decreto
Sacrosancti Oecumenici concilii Vaticani II instauratum auctoritate Pauli PP. VI
promulgatum: Liturgia Horarum iuxta Ritum Romanum. Ya no se habla, pues, de
un Breviario, libro abreviado y portátil, pensado para el rezo privado, sino de
un Oficio Divino, de una Liturgia de las Horas, de un rito que ha sido instaurado
-no sólamente renovado o restituído- en orden a su celebración litúrgica.
Officium Divinum
es una expresión que designa la celebración de la plegaria eclesial distribuída
según las horas del día. Officium significa celebración, es decir,
acción cultual y litúrgica. Y divinum indica en honor de quién se
realiza ese servicio religioso. Esta expresión, por tanto, viene a ser
equivalente al Opus Dei de que hablaba San Benito: «Nada se anteponga a
la Obra de Dios» (Regla 43,3). Una y otra expresión tienen mucha
tradición en la Iglesia.
Liturgia Horarum
es un término muy exacto y bello. Nos hace entender, en primer lugar, que el
Oficio es una verdadera liturgia, y que por tanto posee una eficacia
cierta de gracia salvífica, precisamente la que brota de la presencia de Cristo
orante, prometida expresamente a cuantos se reúnen para orar en su nombre (Mt
18,20; Jn 14,23). El Oficio Divino es, pues, liturgia en el sentido más
estricto, como lo son la eucaristía o los sacramentos; y su característica
propia es que se trata de una liturgia constituída esencialmente por la oración.
En segundo lugar, esta liturgia oracional es de Horas, y está
consiguientemente ordenada a la santificación continua del tiempo humano.
De todo lo cual se deduce que la Liturgia de
las Horas es una acción litúrgica sujeta a la ordenación de la autoridad
apostólica de la Iglesia, que es la única que puede dar forma y norma
a la oración común del pueblo cristiano (SC 22), y que es la única también
que puede establecer una obligación jurídica respecta a su celebración.
Y recordemos aquí, por lo que se refiere a la
obligación jurídica de celebrar la Liturgia de las Horas, que en la
Iglesia, lo mismo antes que ahora, toda ley pretende estimular actos
internos, y no sólo externos. La mera ejecución material de la obra prescrita
daría lugar a una obediencia puramente material, que no es virtud, y que
incluso puede tener motivaciones insanas. Por el contrario, la ley eclesial
pretende siempre suscitar una obediencia formal, que implica atención e
intención, y que, siendo virtud, es a un tiempo acto de fe y de caridad. En
este sentido, cuando la Iglesia manda participar en la eucaristía o celebrar
las Horas, pretende una participación consciente y activa, libre, atenta e
intencional, sin la cual el mero ir a Misa o rezar el Oficio se
reducirían a un cumplimiento vacío (cumplo-y-miento) (+SC 11,14-20,30,48,49,
etc.).
Pues bien, la Liturgia de las Horas no es
meramente una recitación privada y una obligación también privada; es una
liturgia que se ha de celebrar. Y convendrá acostumbrarse a hablar de la
celebración del Oficio Divino; no porque se haya puesto de moda el término,
sino para vivir con más verdad la realidad de las Horas. Celebrar los Laudes,
por ejemplo, es algo más que hacer oración por la mañana, o celebrar las Vísperas,
no significa lo mismo que hacer un rato de oración por la tarde. Merece la pena
que nos detengamos un poco a analizar la verdadera significación de estas
palabras.
2. La celebración, un concepto clave
Celebrar viene del latín celebrare, palabra que significa frecuentar un
lugar, reunirse, acudir en grupo. Celebre, es decir, concurrido,
frecuentado, pasará a designar el lugar de reunión, y celebratio
expresará el acto y el momento de reunirse. Después estos mismos términos
aludirán también a la fiesta misma, es decir, el objeto de la concentración,
y también la manifestación externa o solemnidad realizada con ocasión de esa
fiesta. En el latín litúrgico tendrán estos términos un uso muy frecuente y
matizado.
Liturgia y celebración no se identifican.
En efecto, liturgia es el ejercicio del sacerdocio de Cristo en la
Iglesia, mediante la eucaristía, la oración, los sacramentos y la ofrenda de
la propia vida en la caridad, para culto del Padre y salvación de los hombres. Celebración,
en cambio, es el momento expresivo, simbólico y ritual de la liturgia; hay
celebración cuando la liturgia se convierte en acto, en realidad y en
presencia. Pero analicemos más detenidamente los elementos que integran en la
liturgia de la Iglesia lo que llamamos una celebración.
1. Un acontecimiento histórico y salvífico
constituye en toda celebración el núcleo originario. La celebración, de este
modo, actualiza, expresa, hace suyo y recibe los efectos de gracia de un
hecho que, por el misterio de la sagrada liturgia, no quedó encerrado en
unas coordenadas históricas de espacio y tiempo, sino que se hace presente,
actual y santificante. Se trata, como decimos, de la actualización de un hecho,
no de un mito o de una leyenda. Y este hecho, que es toda la historia salutis,
es sobre todo la muerte y resurrección del Señor. Por eso la proclamación de
la Palabra, que expresa y realiza en su modo propio los hechos celebrados, tiene
en la celebración litúrgica tanta importancia.
2. Una asamblea, una comunidad de
fieles congregada, es también dato fundamental de toda celebración. Por eso la
celebración es, por su propia naturaleza, comunitaria (+SC 26-27). Ahora bien,
esta asamblea no es una agrupación casual o amorfa o meramente numérica; es
una comunidad convocada y presidida, orgánicamente estructurada en sí misma,
según diversos carismas y ministerios. De aquí se deduce que la acción
celebrativa no será una acción privada, sino una acción de la Iglesia.
En este sentido, no toda acción comunitaria es una acción eclesial, sino sólo
aquélla que, ateniéndose a unas normas y condiciones, expresa realmente el ser
total de la Iglesia.
3. Una acción celebrativa hará actual
el acontecimiento salvífico celebrado. Habrá que procurar, lógicamente, que
esta acción celebrativa sea bien expresiva y simbólica, sea también sinfónicamente
participada y manifestada, para que así resulte educativa, estimulante, y también
creadora de compromisos reales, individuales y comunitarios, con Dios y con los
hombres.
4. Un clima festivo, en fin, será como
la atmósfera vital en la que se desarrolle la celebración. Y al decir fiesta,
-que podrá tener tonalidades diversas, navideña, cuaresmal o la que sea-, nos
referimos a esa situación anímica comunitaria que, partiendo del
acontecimiento salvífico celebrado, debe producirse y expresarse con ocasión
de las palabras, cantos y gestos que componen la celebración. El resultado no
habrá de medirse sólo en términos de participación activa y consciente, sino
también en términos de comunicación, experiencia y vida.
3. El Oficio Divino es una celebración
Algunos factores hacen difícil captar con
profundidad el carácter celebrativo de la Liturgia de las Horas. La
reducción del Oficio al clero y a los religiosos, así como la generalización
de su celebración privada, constituyen una primera dificultad de
naturaleza histórica. Pero también hay otras dificultades que proceden de la
misma naturaleza del Oficio Divino, el cual, a diferencia de la eucaristía o de
los sacramentos, apenas comprende ritos, acciones y gestos, pues se compone casi
exclusivamente de palabras, cantos y silencios.
En todo caso, el pensamiento de la Iglesia es
en este punto muy explícito: «Como las demás acciones litúrgicas, la
Liturgia de las Horas no es una acción privada, sino que pertenece a todo
el cuerpo de la Iglesia, lo manifiesta e influye en él (+SC 26). Su celebración
eclesial alcanza mayor esplendor, y por lo mismo es recomendable en grado
sumo, cuando la realiza una Iglesia particular con su obispo, rodeado de
su presbiterio y ministros... y, en lo posible, con participación del pueblo»
(OGLH 20). Así como la celebración más eclesial y litúrgica de la
eucaristía es aquella en la que, participando la comunidad cristiana, preside
el obispo con su presbiterio (SC 41; LG 26), lo mismo ha de decirse de la
celebración de la Liturgia de las Horas.
Por otra parte, conviene distinguir dos
elementos fundamentales en la celebración del Oficio Divino:
1. La presencia sacerdotal de Cristo orante
en medio de los suyos es el primer elemento, misterioso e invisible, de la
celebración del Oficio Divino. En efecto, «Cristo está presente cuando
la Iglesia suplica y canta salmos, el mismo que prometió "Donde hay dos o
tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt 18,20)»
(SC 7). Y esta presencia del Señor, no como en la eucaristía y los
sacramentos, es afirmada no tanto en cuanto que el ministro actúa in persona
Christi, sino en cuanto dos o más se reúnen a orar en su nombre; por eso
se cita Mt 18,20 (+SC 84). Sin embargo, esta presencia orante de Cristo en la
Liturgia de las Horas se da también en la recitación individual del Oficio,
cuando ésta se hace en nombre de la Iglesia. Pero esta forma, según el
Vaticano II y la OGLH, no es la regla general de lo que debe ser la celebración
de la Liturgia de las Horas, sino una excepción; y seguiría siendo una
excepción aunque la recitación privada continuara siendo durante muchos años
el modo de celebración más frecuente.
2. El componente simbólico, visible y
humano, representativo de la realidad invisible, es el segundo
elemento fundamental del Oficio Divino, considerado en cuanto celebración. Lo
analizaremos ateniéndonos a los aspectos señalados en el apartado anterior:
a) La actualización del acontecimiento
salvífico se realizará siempre en la Liturgia de las Horas en torno al
Misterio Pascual de Jesucristo, núcleo permanente de toda la liturgia
cristiana, y hará visible y audible continuamente en la Iglesia la oración del
Cristo glorioso en el santuario celeste. Ahora bien, la referencia a ese
acontecimiento de la historia salutis, que motiva la celebración del
mismo en el Oficio Divino, tendrá en la Palabra de Dios su base constante. De
ahí la importancia decisiva de la Biblia en la Liturgia de las Horas.
b) La asamblea cristiana, congregada
para orar en el nombre del Señor, y constituída en signo visible de la
presencia invisible de Cristo Cabeza (Mt 18,20; Jn 14,13; 15,16; 16,23s), es
también en la celebración de las Horas un elemento de singular importancia. En
la asamblea orante, el yo y el tú privados se convierten en el nosotros
eclesial, en el que nos atrevemos a decir Padre nuestro. Y advirtamos que
este plural no corresponde sólo a la comunidad o grupo que está orando, sino a
la Iglesia entera, incluso a toda la humanidad. Por eso la Iglesia quiere que
las parroquias, como verdaderas células vivas de la Iglesia particular (LG 26,
SC 42) las comunidades religiosas, e incluso las familias cristianas, celebren
las Horas principales, las legitimae de siempre, Laudes y Vísperas (SC
89, 100; OGLH 21-27, 31-32, 37, 40). Así mismo quiere la Iglesia que, en cuanto
sea posible, la Liturgia de las Horas sea celebrada con la participación
peculiar de todos y cada uno de los miembros de la comunidad: ministros
ordenados, obispo, presbítero, diácono, que presiden revestidos de ornamentos
(OGLH 254-257), lector, solista, cantores, organista (259-260). Cada uno, como
miembro de la asamblea, «realiza todo y sólo aquello que le corresponde por su
orden o grado» (SC 28). El que preside, por ejemplo, si no es ministro
ordenado, sino uno entre iguales, no sube al presbiterio, y no saluda ni bendice
al pueblo, pero desempeña una función litúrgica (OGLH 258).
c) La acción común celebrativa es el
tercer componente de la celebración, y en el Oficio Divino consiste
esencialmente en la plegaria. Pero es una plegaria llena de variantes y de
ritmo, con una cadencia de formas diversas, cantos y silencios, que, de acuerdo
a la fiesta y al tiempo litúrgico, despliega un dinamismo armonioso y
estimulante.
El movimiento interno de las Horas litúrgicas
ordena sus elementos de este modo: se comienza con una introducción, que
comprende la invocación inicial, el invitatorio, el himno: es el rito de
entrada. Sigue la salmodia, el elemento peculiar del Oficio Divino («siempre
en salmos», Ef 5,19). Después la lectura, más o menos larga, cuyo eco
espiritual viene dado en el responsorio. Y al final, la oración
del que preside y la despedida de la asamblea.
El canto del Oficio Divino
no constituirá en todo esto un mero elemento de adorno y solemnidad, sino que
pertenece a la naturaleza misma de las Horas, en cuanto oración común y
eclesial, es decir, en cuanto participación festiva en la liturgia del cielo.
La Iglesia siempre ha experimentado y enseñado que el canto es gran ayuda para
los orantes (Instrucción Musicam Sacram 5-III-1967, 37-41; OGLH 268).
Por eso todas las partes del Oficio Divino, especialmente himnos, salmos y
responsorios, han sido ordenados de modo que puedan cantarse (269). Sobre todo
en domingos y fiestas (270-272), el canto de las Horas es un objetivo pastoral
sumamente precioso (273-278). Y con el canto, también los gestos, movimientos y
actitudes corporales, deben ser cuidados como elementos expresivos de la
celebración (263-266).
d) El clima festivo, por último, será
en realidad el fruto de una celebración litúrgica cumplida según las normas y
orientaciones ya señaladas. El invitatorio y el himno, las antífonas que
orientan la significación del salmo, las aclamaciones y respuestas, todos los
elementos que contribuyen más a formar la comunidad y el espíritu de oración
deben ser solícitamente cuidados. Y los salmos, si no son cantados, que están
compuestos para serlo, habrán de ser recitados con ritmo, viveza y variedad
(OGLH 279). La belleza visual y sonora de este mundo visible ha de ponerse al
servicio del culto de Dios, creando en la comunidad orante las mejores
condiciones mentales y afectivas.
4. Superación de algunas antinomias en la
celebración del Oficio
«La Liturgia de las Horas se rige por sus
propias leyes, estructurando de un modo peculiar los diversos elementos que se
dan en las demás celebraciones cristianas» (OGLH 33). Esto hace que en el
Oficio Divino se superen algunas antinomias no fáciles de integrar en la
unidad.
a) Palabra y rito.
En la Liturgia de las Horas la acción ritual
es mínima. No hay primero Palabra y después acción ritual, sino que aquí
signo y Palabra son una misma cosa. En el Oficio divino la Palabra es orada,
proclamada, escuchada, respondida y meditada. Mientras que en otras
celebraciones el esquema es Palabra - Canto - Oración (Sacramento), en las
Horas es diverso: Salmodia - Palabra - Oración. Y la Palabra misma es orada,
concretamente en los salmos, que son Palabra de Dios.
b) Persona y comunidad.
Como ya vimos, la Iglesia, atendiendo a la
naturaleza del Oficio Divino, recomienda su celebración comunitaria, siempre
que sea posible (SC 26; 28-30; OGLH 33). No significa esto que la Iglesia ignore
o desprecie la recitación solitaria del Oficio o que propugne un asambleísmo
a ultranza. Simplemente, intenta corregir una tendencia individualista que ha
hecho mucho daño a la liturgia de la Iglesia, y sobre todo a la Liturgia de las
Horas.
Por lo demás, toda liturgia, y concretamente
la de las Horas, si ha de ser verdadero encuentro con Dios, exige una actitud
intensamente personal de fe, de escucha y conversión, de respuesta
consciente y libre. La misma liturgia pone esto de manifiesto, por ejemplo,
cuando dispone que se diga en singular «Yo confieso», «Yo creo». Se trata de
actos estrictamente personales, realizados comunitariamente,
potenciados por el mismo marco vital de la comunidad eclesial, pues en ella
Cristo glorioso se hace presente de un modo particularmente cierto, intenso y
manifiesto. La Liturgia de las Horas es una celebración en la que cada uno
ora y todos oran en el nombre de Cristo y de la Iglesia.
c) Objetivo y subjetivo.
La objetividad eclesial de la oración
litúrgica en modo alguno pretende agotar toda la piedad subjetiva y la
vida espiritual de las personas y comunidades; ni pretende tampoco acabar con
las devociones populares y otros ejercicios piadosos, sino que más bien ha de
servir de inspiración y modelo para todos (SC 12). Y esto es así porque la
liturgia es el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo, posee una eficacia
santificante superior a toda otra acción (7), y es por eso fuente y culmen de
toda la vida cristiana (10). Como ya Pío XII señalaba en la encíclica Mediator
Dei, en 1947, no hay oposición entre ambas formas de piedad, sino ayuda
mutua y complemento.
Por lo demás, la misma ordenación de la
Liturgia de las Horas, señalando lo normativo y abriendo también
espacio a la creatividad personal (OGLH 244-252), estimula la unidad de
lo objetivo y lo subjetivo en la Oración de la Iglesia. Es evidente que «el
Oficio Divino, en cuanto oración pública de la Iglesia, es fuente de
piedad y alimento de la oración personal. Por eso se exhorta a "que
la mente concuerde con la voz"» (19). ¿Qué mejor alimento podemos hallar
para la piedad subjetiva de cada persona, con su modo de ser y sus
circunstancias peculiares, que este canon objetivo de la piedad eclesial,
ofrecido en la oración litúrgica? El rezo de las Horas, cuando es realizado digne,
attente ac devote, es decir, cuando la mente concuerda con la voz (San
Benito, Regla 19; SC 90), es ciertamente la mejor escuela para la oración
privada. Así lo entendió Pablo VI:
«Puesto que la vida de Cristo en su Cuerpo Místico
perfecciona y eleva también la vida propia y personal de todo fiel, debe
rechazarse cualquier oposición entre la oración de la Iglesia y la
oración personal; y más bien deben ser reforzadas e incrementadas sus
mutuas relaciones. La meditación debe encontrar un alimento continuo en
las lecturas, en los salmos y en las demás partes de la Liturgia de las Horas.
El mismo rezo del Oficio debe adaptarse, en la medida de lo posible, a
las necesidades de una oración viva y personal, por el hecho, previsto en la
OGLH, de que deben escogerse tiempos, modos y formas de celebración que
respondan mejor a las situaciones espirituales de los que oran. Cuando la oración
del Oficio se convierte en verdadera oración personal, entonces se manifiestan
mejor los lazos que unen entre sí la liturgia y la vida cristiana» (Laudis
canticum).
Ficha de trabajo
1. Textos para meditar:
-1 Cor 14,1-5.26-33: Los dones de cada uno, al
servicio de la edificación de la Iglesia.
-Ef 4,1-16.17-21: Unidad y diversidad en la
Iglesia.
2. Textos para ampliar:
Catecismo de la Iglesia católica,
nn. 1136, 1140, 1141, 1145, 1153, 1156-1158, 1163, 1174-1175.
3. Para la reflexión y el diálogo:
1. ¿Cómo decimos, cuando hablamos de la
Liturgia de las Horas: seguimos llamándola "el Breviario"? 2. ¿Qué
actitudes internas debemos desarrollar cuando celebramos? 3. Qué exigencias
lleva consigo la participación activa en la liturgia: en las respuestas, los
cantos, los movimientos, etc.? 4. ¿Hasta dónde llega nuestra convicción de
que la Liturgia de las Horas pertenece a toda la Iglesia?