Fidelidad
y cambio
Fuente:
Escuela
de padres
Hace
años se publicaba una entrevista al pianista Artur Rubinstein, en la
que la periodista buscaba el secreto para vencer la monotonía de
interpretar miles de veces la misma partitura. El músico relataba una
conversación con Picasso en la que se atrevió a preguntarle que cómo
era capaz de repetir tantas veces un mismo motivo: una guitarra, una
reja, una silla. La contestación no se hizo esperar: "Nunca es
lo mismo, la luz es distinta, el colorido cambia, la pincelada es
diferente, y no soy el mismo todos los días, mi humor varía... y
cada vez veo un motivo diferente".
Puede ser esta contestación una
introducción oportuna al tema de la fidelidad. La fidelidad es algo
vivo.
Somos fieles a una persona que cada día es distinta a la vez que
nuestra respuesta también es diferente cada vez. Fidelidad es
renovación, renacimiento, ritmo, armonía; es inventar cada día una
nueva existencia ante las imprevisibles reacciones del otro.
La fidelidad no es algo mecánico,
inerte e inhumano. La fidelidad no consiste en rechazar el cambio sino
más bien impregnar de eterno ese devenir cambiante.
Alguien ha dicho que sólo las fuentes pueden aguantar el desgaste del
tiempo y cabe añadir que o bien somos capaces de descubrir el
manantial sin enfangarlo o sucumbiremos en el proyecto, porque en
definitiva toda fidelidad verdadera implica un elemento de orden supra-racional
y místico; está hecha de fe.
Una fe que es siempre necesaria porque a lo largo de la vida nos empeñamos
inútilmente en pedirle a un ser humano aquello que por su propia
naturaleza no nos puede dar.
El ansia de felicidad de cada
hombre es tan infinito que con urgencia se lo reclama a aquel que esta
más próximo y un abatimiento puede llegar, sin remedio, al comprobar
la pequeñez de la respuesta. Hay necesidades que sólo Dios puede
satisfacer y por tanto o amamos a Dios en el otro o damos un sentido
divino a nuestra fidelidad o se nos deshará como arcilla entre las
manos.
Un marido y una mujer, si no se
vuelven a Dios, se dirigirán el uno al otro para satisfacer sus
necesidades, se reclamarán más sexo, más dinero, más confort, pero
en definitiva se dejarán decepcionados.
Ahora sí, ahora tenemos una razón para la lucha. Ya no azotamos al
viento, nuestro esfuerzo tiene una dirección y un sentido: Dios; y
Dios, que es Amor, impulsa desde dentro nuestra conquista.
Tenéis que poner las dos manos a la obra. Si el uno no se esfuerza,
el otro deberá poner doble empeño.
Es cierto que a esto ayuda el amor pero no hay derecho a cargar todo
el peso en un platillo.
Señales
de alarma
Ya tenemos las ideas. Vamos a
descender un momento al terreno práctico.
Los arquitectos aseguran que cualquier edificio -sean cualesquiera sus
años- tiende a mantenerse en pie.
Parece un poco optimista el dictamen, pero es posible constatar un
hecho: una casa no se derrumba de la noche a la mañana sin haber dado
antes pruebas suficientes de su amenaza de ruina.
Algo parecido ocurre con el
matrimonio.
La gran infidelidad de hoy viene
precedida de un ceder repetido en cuestiones aparentemente menores
pero que poco a poco van cuarteando el edificio hasta su total
desplome.
- Hay una señal de alarma cuando el trato con la secretaria traspasa
los límites de la relación profesional para situarse en el primer
tramo de la intimidad: cuida nuestras medicinas, nuestra ropa; hace
compras personales; conoce con detalle nuestra vida familiar con sus
baches y sus alegrías; se prolongan las conversaciones a puerta
cerrada... En definitiva se está abriendo un cerrojo del corazón que
poco a poco queda indefenso. Yo sé que hay mucha literatura barata
sobre el tema, pero la realidad supera con creces la fantasía
literaria.
- Llevar a una mujer en un coche todos los días porque su domicilio
nos cae de paso, es hacer claras oposiciones a tener un accidente.
- Salir dos o tres matrimonios todos los fines de semana, vacaciones,
etc., en una célula cerrada, puede convertir el aire en irrespirable.
Necesariamente al pasar el tiempo se crean lazos de intimidad entre
todos, y esa intimidad también fomenta en su ámbito el trato
estrecho entre maridos y mujeres de unos y otros.
- El
trabajo fomenta la unidad de esfuerzos, la compenetración de
caracteres, la lucha por el éxito. Cuando un hombre y una mujer se
someten a un esfuerzo estresante compartido codo a codo, se comparten
tantos afanes que se le ha puesto cerco al corazón. Es necesaria una
vigilancia constante para no traspasar los límites de lo que ha de
reservarse.
- Un hombre y una mujer pueden pasarse años soñando locas fantasías
en las que su pareja no sea su marido.
- Los viajes profesionales dejan muchas horas en blanco sin otra
ocupación que dejar dormir el alma y despertar los sentidos. Se busca
compañía, entretenimiento, pasar el rato mientras se toma una copa
en el bar de un hotel.
- El viejo refrán "por la caridad entra la peste" tiene una
especial incidencia en este terreno. Asumir el papel de consolador
puede llevar a dejar a alguien desconsolado para siempre.
- Por último déjame que te ponga en guardia contra "las
buenas". Ya sé que estás siempre alerta frente a esa típica
mujer que, como diría un castizo, va pidiendo guerra, pero tampoco te
confíes en esa "buenecita", porque ella tiene su
corazoncito y tú tienes el tuyo. Con la sabiduría cazurra de los
refranes tendría que recordarte que "el hombre es fuego, la
mujer estopa... y viene el diablo y sopla".
- Y un epílogo: El diablo existe, y como dice un autor, uno de sus más
sutiles malicias es persuadir a los hombres de que el orden es la
muerte y el desorden la vida. En realidad no hay nada más aburrido
que el vicio.