CAPITULO XVII

HISTORIA ECLESIASTICA E HISTORIA DE LOS DOGMAS

 

 

A.- HISTORIA ECLESIASTICA.

 

1.- El cristianismo, religión de la historia.

 

El interés de la Iglesia por el conocimiento histórico obedece a la naturaleza misma del cristianismo, que es la religión de la intervención de Dios en la historia. Sabemos que el Dios de Israel es esencialmente un ser personal que interviene en la historia de su pueblo con una libertad soberana; que el Dios de la revelación se compromete en la historia, y se revela en ella para realizar la salvación de su pueblo. Toda la Biblia es la historia de lo que Dios ha hecho por salvar a Israel; su contenido es la historia de la salvación, porque los designios de Dios se han manifestado y realizado por etapas sucesivas según una disposición muy sabia.

 

Las intervenciones de Dios en la historia universal constituyen algo así como brotes de lo divino en el tiempo humano: La elección de Abraham, la vocación de Moisés, el éxodo, la alianza del Sinaí, la monarquía, el profetismo y el destierro, son pasos de la historia de la salvación, en la que hay una cima que es la venida de Dios a nosotros en la persona de Cristo. Todo el Antiguo Testamento está orientado hacia él., Jesucristo es la palabra sustancial de Dios, encarnada y manifestada en la historia. Él es la epifanía de Dios en la carne y en el tiempo, es el acontecimiento por excelencia; con él, la historia de la salvación alcanza su cumplimiento.

 

Entre su venida en la carne y su venida en la gloria se intercala el tiempo de la Iglesia, el tiempo en que el misterio, revelado y cumplido en Jesucristo, alcanza a todos los hombres y a todos los tiempos. Es el tiempo en que el Evangelio es anunciado a toda criatura (Mc 16,15); es el tiempo favorable, el tiempo de la salvación (2 Cor 6,2), el hoy de Dios durante el cual todo hombre queda invitado a la conversión (He 3,20). El tiempo de la Iglesia es también el tiempo de la misión y del apostolado, el tiempo del crecimiento del cuerpo de Cristo hasta su estatura de hombre perfecto.

 

El cristianismo es hasta tal punto la religión de la historia, que incluso podemos decir que ha sido quien impuso al mundo la categoría de lo histórico. Al tiempo cíclico, que no es más que repetición, le ha sustituido el tiempo lineal de tres dimensiones; de hecho, fuera de Israel y del cristianismo, no se encuentra firmemente establecida en ningún otro sitio la idea de una sucesión continua de acontecimientos temporales que abrace el pasado, el presente y el porvenir, y que los encadene siguiendo una dirección y una finalidad.

 

El cristianismo es la religión de los eventos únicos: No se repite la Pascua ni la Alianza, estos son sucesos que contamos y celebramos; no se repite tampoco la Redención, es una acción que solamente actualizamos.

 

 

2.- Historia de la Iglesia y Teología de la Iglesia.

 

Dice el Vaticano II que: “En la enseñanza de la historia eclesiástica téngase presente el misterio de la Iglesia, según la Constitución Dogmática ´De Ecclesia´ promulgada por este sagrado Concilio”. Pues bien, la Iglesia es a la vez institución y misterio, sociedad religiosa y cuerpo místico de Cristo. Como institución, está sometida a la observancia de la historia, que puede describir las vicisitudes concretas de la Iglesia en el marco más general de los acontecimientos profanos; que puede contarnos su vida, hablar de los hombres que han influido en ella, y describir sus relaciones con el mundo y con las potencias humanas.

 

Por otra parte, la Iglesia, al ser partícipe del misterio divino-humano de Cristo, es ella también un misterio de fe. Su verdadera naturaleza y el secreto de su dinamismo nos son conocidos solamente por una revelación que es objeto de fe; por consiguiente, toda concepción de la historia de la Iglesia supone una cierta forma de Teología de la Iglesia, y según aceptemos el concepto de teología nuestras consideraciones sobre la historia de la Iglesia recibirán su respectiva modificación. Por lo tanto, la historia de la Iglesia se apoya en una Teología de la Iglesia. ¿Cuál es esta Teología, y cuáles son las repercusiones que puede tener para la comprensión de la historia de la Iglesia?

 

La Iglesia es el pueblo de Dios. Como sociedad fundada por Cristo, no es un montón de individuos, sino una comunidad sólidamente estructurada y regida por jefes responsables. Si bien es verdad que la jerarquía tiene su importancia en la Iglesia, ya que el Papa y los obispos son representantes de Dios, y por mandato divino tienen el poder de enseñar, de gobernar y de santificar, la historia de la Iglesia no puede reducirse a la historia del Papa y de los obispos, ya que entonces no nos hablaría del pueblo de Dios. La historia de la Iglesia tiene que referirse también a todos los fieles, sean clérigos o laicos; además, la misma jerarquía está al servicio del pueblo de Dios, y su papel no puede comprenderse sino en función de ese pueblo al que tiene que transmitir con fidelidad las palabras de vida y los medios de salvación.

 

La Iglesia es una sociedad visible sumergida en la ciudad temporal, pero es también el templo del Espíritu Santo, es el cuerpo de Cristo y es un ambiente de vida sobrenatural. Por tanto la historia de la Iglesia no puede reducirse a los meros aspectos político-religiosos de la vida de la Iglesia; estos aspectos no deberán descuidarse, ya que es una Iglesia encarnada que se mueve en las fronteras de lo temporal y de lo espiritual, pero este no es más que el aspecto externo de la Iglesia, lo esencial de ella, que se sitúa en la zona profunda de la vida misma, es la vida de fe y de amor de la Iglesia y el nuevo estilo de esta vida que inspira esta vida teologal. Por consiguiente, la historia de la Iglesia no tiene que contar solamente sus luchas contra la herejía ni las controversias teológicas, sino también sus progresos en el estudio y ejercicio de su fe, tal como ellos se manifiestan en las obras de caridad y de apostolado, en las formas de oración y del culto, en el florecimiento de los santos, en las fundaciones de órdenes y comunidades, etc.

 

La ley de encarnación rige para toda obra de divinización de la humanidad. Como la Iglesia de Cristo es verdaderamente humana, constituida por hombres que conservan su temperamento, su personalidad, sus cualidades y sus defectos, se sigue que también hay lugar en la Iglesia, en la jerarquía y en la vida de los fieles, para el error y para el pecado.

 

El Vaticano II lo ha declarado varias veces: “La Iglesia abraza en su propio seno a los pecadores, por lo que, necesitada de purificación constante, busca sin cesar la penitencia y la renovación”. Si esto es así, ¿cómo extrañarse de que los actos realizados por los miembros de la Iglesia presenten, como toda acción humana, ingredientes demasiado humanos? por ejemplo las faltas de información, las mezquindades, la lentitud en captar los signos de los tiempos y en adaptarse a las nuevas situaciones; y a esto hay que añadir las verdaderas infidelidades, los escándalos, las inmoralidades, etc. Estos pecados son producto no solamente de los dirigentes, sino de todo el pueblo cristiano. Una sana Teología de la Iglesia ayudará a comprender esas alternancias de luz y de sombras en la vida de la Iglesia. La historia de la Iglesia, a su vez, no tiene que temer descubrir las cualidades y los defectos de los hombres de la Iglesia; además de que hay que considerar que estas cosas existen también en las comunidades separadas.

 

La historia eclesiástica tiene como objeto a la Iglesia Católica Romana. No se trata de considerar a esta Iglesia particular como una más entre las diversas confesiones cristianas; la Iglesia es única, no hay más que un solo cuerpo místico, una sola Iglesia que es cuerpo de Cristo, una Iglesia fundada por Cristo, o sea la Iglesia que tiene por cabeza al Pontífice Romano; pero de esto no se sigue que las otras comunidades cristianas no tengan interés y que carezcan de vida; semejante actitud estaría en contradicción con las afirmaciones del decreto sobre ecumenismo; cada una de las comunidades separadas tiene su propio valor y puede darle algo a las otras, por eso la historia de la Iglesia tiene que mostrarse particularmente atenta a las siguientes consideraciones:

 

a).- En las divisiones que han desgarrado a la Iglesia, la responsabilidad es de todos los que intervinieron en ellas. b).- Aunque la tempestad de las divisiones no haya abatido nunca a la Iglesia, siempre la ha debilitado y empobrecido; a veces incluso ha comprometido su equilibrio. c).- A veces las comunidades separadas han valorado mejor que nosotros los bienes espirituales que han conservado; por tanto, la Iglesia Católica puede enriquecerse con los tesoros explotados en las Iglesias separadas, tales como el valor de la palabra de Dios, el sentido de la trascendencia de Dios, el sentido de la gratuidad de la gracia que es propio de los protestantes, el sentido del misterio y de la oración litúrgica que cultivan los orientales.

 

La historia de la Iglesia tendrá que explicar cómo han nacido las incomprensiones y las hostilidades que han llevado a la separación, y mostrar también cómo las comunidades separadas han influido en la vida y desarrollo de la Iglesia Católica. Finalmente, la Iglesia es una unidad dinámica y universal. Es la Iglesia de la misión y de la evangelización y está en fase de expansión hasta los límites del mundo. La historia de la Iglesia no puede limitarse, por tanto, a ser la historia de occidente en detrimento del oriente, o de Europa en detrimento de los otros continentes. Puesto que la Iglesia cubre toda la tierra, la historia de la Iglesia no puede limitarse a un espacio geográfico privilegiado.

 

 

3.- Objeto, método y naturaleza de la historia de la Iglesia.

 

 

El objeto de la Historia de la Iglesia es describir el crecimiento en el espacio y en el tiempo de la Iglesia fundada por Jesucristo. En cuanto que recibe su objeto de la ciencia de la fe y se apoya en la fe, es una disciplina teológica y se distingue de una simple historia de la cristiandad.

 

En la medida en que la Iglesia tiene un pasado y una historia; está sometida a las exigencias del método histórico. La Historia de la Iglesia está vinculada a sus fuentes, y las leyes de la crítica histórica se aplican a los documentos y a los hechos que descubre, lo mismo que en las demás disciplinas históricas. La relación inteligible de los hechos descubiertos, la percepción de los motivos que inspiran y dirigen a los hombres de la Iglesia, tal como aparecen en los documentos del pasado, la génesis y el desarrollo de las instituciones de la Iglesia, todo esto proviene de la observación y del método histórico.

 

La Historia eclesiástica, sin embargo, se distingue de las ciencias profanas y de una simple historia de la cristiandad; en razón de su objeto y de los principios que la iluminan, es una verdadera disciplina teológica. Como totalidad, la Historia de la Iglesia no puede ser concebida más que como la historia de la salvación, en ejercicio de aplicación y de actualización desde Pentecostés hasta la Parusía, y su sentido no puede ser percibido más que por la fe. La Historia de la Iglesia es la presencia continuada de la palabra de Dios en el mundo, por el anuncio del Evangelio y la constitución del pueblo santo adquirido por la sangre de Cristo. La Historia de la Iglesia, en cuanto compresión del misterio de salvación en su fase de realización, dimana de la inteligencia teológica.

 

Por la vida de la Iglesia, que se desarrolla en el curso de los siglos, es como progresamos en la comprensión del misterio de la Iglesia, de las riquezas del mensaje cristiano y de los caminos de Dios sobre la humanidad. Apenas si será necesario entonces insistir en la necesidad de la Historia de la Iglesia para todo cristiano, y más aún para todo ministro de Dios.

 

Por la historia de la salvación llegamos a comprender mejor el misterio de la salvación; esta sería la razón general de haberla estudiado, pero vamos a añadir a ella otras tres que han sido sugeridas por los problemas más importantes con que tiene que enfrentarse la Iglesia del siglo XX.

 

El primer problema es el de nuestro conocimiento de Cristo, de su mensaje y de los signos de su misión. ¿Será posible para el cristiano de hoy, y en qué medida, conocer al Cristo de Nazaret y escuchar su mensaje auténtico? ¿En qué grado la Iglesia primitiva no habrá sido una pantalla deformativa entre el Cristo que predicó y el Cristo que ha existido? Este problema es uno de los más tremendos en la hora actual; es sin duda un problema de hermenéutica, pero también es un problema de investigación histórica que no puede resolverse sino por un conocimiento más completo de la Iglesia primitiva, de sus actividades, de sus diversos ambientes y de la influencia que hayan ejercido sobre ella.

 

El segundo problema con que tiene que enfrentarse la Iglesia del siglo XX es el del ateísmo. Pues bien, el ateísmo en su forma más virulenta es el materialismo histórico, que se apoya en el pasado y es conocido desde hace mucho.

 

Finalmente, después del Concilio la Iglesia requiere un sentido muy vivo de la tradición y de la renovación, pero apartado de un conservadurismo obtuso y de un progresismo ingenuo. Un sólido sentido histórico y una familiaridad íntima con el pasado pueden ayudar a disipar cierta mitología del progreso, lo mismo que ciertas ilusiones sobre la pureza de los orígenes.

 

 

4.- Desarrollo de la Historia de la Iglesia.

 

Se puede decir que la redacción de la historia de la Iglesia comenzó con los Hechos de los Apóstoles, que son a la vez un relato de los acontecimientos y una interpretación teológica de los orígenes de la Iglesia. En el curso de los primeros siglos hubo tres preocupaciones que dominaron el tema de las obras de naturaleza histórica: el deseo de conservar el recuerdo de los mártires (Actas de los mártires), el deseo de conservar las tradiciones de las Iglesias locales, y la preocupación apologética (defensa de laIglesia). Las primeras empresas históricas cristianas, en el sentido de conocimiento objetivo del pasado a partir de documentos, se deben a Eusebio de Cesarea, considerado el padre de la Historia eclesiástica, y a sus continuadores Sócrates, Sozomeno, Teodoreto de Ciro, Rufino, Sulpicio Severo, Próspero de Aquitania, San Isidoro y San Beda.

 

En la Edad Media dominó la historia de la vida de los santos, fue también la época de las crónicas de los pontificados y de los anales de las iglesias locales o de los monasterios, pero debe tenerse presente que los autores de estas obras las escribieron para la edificación del pueblo cristiano y que pueden no ser históricas, porque de una manera general se puede decir que la historia no fue una dimensión del pensamiento medieval. Al final de la Edad Media, ya en los escritos de los escolásticos, las exposiciones lógicas y sistemáticas son más importantes que las exposiciones históricas.

 

En el siglo XVI fue cuando la Historia eclesiástica comenzó a encontrar su orientación científica de saber metódico y objetivo; en efecto, el Renacimiento se interesó por la antigüedad y por su rostro real; por su parte los reformadores protestantes, utilizando la aportación humanista, le pidieron a la historia un apoyo para sus posturas doctrinales. En el siglo XVI los eruditos protestantes lanzaron su más poderosa máquina de guerra, las “Centurias de Magdenburgo”, publicadas de 1560 a 1574, que ofrecieron a César Baronio la ocasión para escribir sus Anales entre 1588 y 1607.

 

En los siglos XVII y XVIII la controversia entre protestantes y católicos, como también las polémicas galicana y jansenista, estuvieron en el origen de una admirable floración de obras históricas. Se sintió entonces la necesidad de establecer sólidamente las bases del Dogma, del culto y de las instituciones. Aparecieron autores tales como Bollandus, Tetau, Du Cange, Mabillon, Baluze y Muratori, y algunas obras de conjunto tales como la “Histoire Ecclésiastique” de Claude Fleury (1690-1720) y las “Mémoires pour servir à l´histoire ecclesiastique des six premiers siècles” (1693-1712) de Sebastien le Nain de Tillemont. Fue también la época en que la Historia se hizo más erudita, con la aparición de las grandes colecciones y el desarrollo de las ciencias auxiliares; más especializadas también fueron las obras sobre Historia doctrinal, Historia de las disputas del tiempo, o Historia de las misiones.

 

La primera mitad del siglo XIX fue más bien pobre. Entre 1842 y 1849, sin embargo, apareció la “Histoire universelle de lÉglise”, de Rohrbacher, en 29 volúmenes. Hacia finales del siglo XIX, con la aportación de las ciencias filológicas y críticas, se produjo una verdadera renovación de la Historia eclesiástica, de la que louis Duchesne es seguramente el más ilustre representante con su “Histoire ancienne de l´Église”, y a partir de entonces los laicos participaron también en los trabajos de investigación. Este esfuerzo, comenzado con grandes trabajos al estilo de la Historia de los Papas de I. Pastor (1884-1925), desembocó en todas las direcciones a la vez, y la decisión tomada por León XIII de abrir los archivos vaticanos a los eruditos ha dado un potente empuje a la investigación histórica.

 

En el siglo XX, la Historia eclesiástica ha nacido de todo este esfuerzo y se manifiesta en obras sumamente variadas: En colecciones y ediciones críticas de textos, en grandes diccionarios, Historia general, Historia de los concilios, monografías de todas clases, y proliferación de revistas. La Historia eclesiástica tiende a abrazar todos los aspectos del rostro de la Iglesia.

 

 

 

B.- HISTORIA DE LOS DOGMAS.

 

 

Con la Historia Eclesiástica está relacionada la Historia de los Dogmas., que no se ha convertido en una disciplina sino hasta el nacimiento científico de la Historia en el siglo XIX. Los principales representantes de esta disciplina han sido Harnack, Schwane, Tixeront, De Groot, Loofs, Seeberg y Landgraf.

 

La Historia de los Dogmas está relacionada con el reconocimiento de un desarrollo dogmático en la Iglesia. El dogma es una afirmación, en términos humanos, del misterio revelado, pero lo que progresa en el curso de los siglos no es la revelación misma, no es el misterio en sí, sino la inteligencia que de él tenemos. Las explicaciones sucesivas que de él damos para manifestar sus riquezas inagotables, son finalmente las formulaciones que multiplicamos para traducir en términos humanos todo ese esfuerzo de asimilación; de esta forma el dogma puede progresar continuamente hacia una formulación más precisa, más detallada y más rica, de la realidad afirmada y de los nuevos aspectos descubiertos. En sentido estricto, un dogma es la afirmación de una verdad religiosa contenida en el depósito de la revelación, y propuesta como tal por el Magisterio universal de la Iglesia en fórmulas normativas, cuya aceptación se impone a la adhesión de fe del cristianismo.

 

En la práctica, sin embargo, la Historia de los Dogmas, tal como hoy se la concibe, desborda esta noción: Es una historia de las doctrinas católicas, tanto si estas doctrinas han sido objeto de una definición de la Iglesia como si no lo han sido; lo que interesa es la manera con que estos temas doctrinales se han ido desarrollando a partir de la revelación, profundizando, precisando y formulando mediante un largo trabajo de reflexión. De esta evolución se encarga la Historia de los Dogmas, de buscar sus orígenes, sus etapas, sus detenciones, sus vacilaciones, sus progresos. Se puede comprobar que el estudio de los temas doctrinales comienza por una larga exposición bíblica y prosigue con el estudio de los escritos de los Padres, con las primeras sistematizaciones teológicas, con las Sumas medievales, con las intervenciones del Magisterio, hasta llegar a las elaboraciones de la Teología contemporánea. La historia de los Dogmas así entendida, tiende a absorber varias disciplinas (Patrología e Historia de la Teología) y se confunde prácticamente con el expediente positivo de los grandes materiales de la Escritura y de la Tradición, del Magisterio y de la tradición teológica hasta nuestros días.