CAPITULO VIII

LA FUNCION ESPECULATIVA

DE LA TEOLOGIA

 

1.- La comprensión del misterio.

 

La función positiva de la Teología recoge y sistematiza los datos de la revelación contenidos en la Tradición y en la Sagrada Escritura e interpretados según el Magisterio de la Iglesia. Esta apropiación del dato de fe constituye en sí mismo un estudio, sin embargo la Teología en su función especulativa desea proseguir y profundizar esta primera captación. Al ser una obra de creyentes, la Teología sabe que el misterio en su esencia seguirá siendo impenetrable mientras dure nuestro peregrinar por la tierra, pero sabe también que su estudio arrojará sobre el misterio del hombre más luz que la que el hombre podría producir por sí mismo, porque el misterio más que tinieblas es superabundancia de luz.

 

En este estudio, a un primer movimiento de escuchar a la fe, que realiza la función positiva de la Teología cuando determina lo que Dios ha revelado y lo que la Iglesia propone, le sigue la acción de entender la fe, que es propiamente el discurso metódico del espíritu humano para iluminar el misterio.

 

Este entendimiento de la fe existía ya en la Iglesia primitiva, y durante la época Patrística estuvo presente en Ireneo, Clemente, Orígenes, Agustín y otros teólogos, pero no se ejercía más que de una manera ocasional y según lo iban requiriendo sus enfrentamientos contra las herejías. Posteriormente, en la Edad Media, los teólogos de la época emprendieron de manera sistemática ese trabajo de comprensión y lo ubicaron como una tarea permanente de la Iglesia.

 

2.- Noción medieval de la teología.

 

Heredera de la noción aristotélica de la ciencia como conocimiento cierto y deductivo, la Edad Media definía a la Teología por su función especulativa, siendo su misión la de deducir conclusiones ciertas a partir de las verdades reveladas. De esta definición se concluía que, dado que la función Positiva no es deductiva, no era posible asignarle mas que un papel subsidiario en el terreno de la Teología. Hablar de Teología como ciencia en la Edad Media significaba hablar de Teología Especulativa, y a consecuencia de ello todavía hoy muchos autores y manuales hablan de la Teología Especulativa como de Teología Escolástica, ya que la Escolástica fue la máxima aportación filosófica de la alta Edad Media.

 

No es extraño que los teólogos de aquella época basaran la definición de Teología en sus funciones especulativa y deductiva, ya que su guía e inspirador era Aristóteles; además en ellos la actividad especulativa estaba muy desarrollada y se le considerada como una verdadera aportación científica, mientras que al método histórico, por el contrario, solamente se le daba el mérito de una lectura fiel; por ello el recurso a la historia, cuando existía, iba acompañada de una falta tan grande de sentido crítico que difícilmente se le podría aplicar el término de ciencia. Sea lo que sea, era de temer que al definir a la Teología por su función especulativa se llegase a subestimar el trabajo de la Teología Positiva y se perdiesen así los preciosos frutos de su investigación. Hoy en día una ampliación de la noción de ciencia nos permite comprender mejor que las funciones positiva y especulativa son igualmente necesarias, y que pertenecen ambas a la esencia de la Teología.

 

Afortunadamente hay bastante más materia en la práctica de la Teología medieval que en su definición, por eso podemos concebir de tres maneras el trabajo de deducción que los doctores de la Edad Media asignaban a la Teología como tarea primordial a partir de los primeros principios:

 

a).- Se puede decir que la Teología es deductiva en el sentido de que saca una nueva conclusión partiendo de premisas reveladas, o partiendo de una premisa de fe y una premisa de razón. Es verdad que nadie podría discutir que el trabajo deductivo sea legítimo en la Teología, pero convertirla por ello en la ciencia de las conclusiones sería quedarse en la periferia de la actividad teológica propiamente dicha. Esta concepción de Teología como pura deducción es la que tenían durante los primeros años de la Escolástica algunos de sus miembros, pero no se puede decir que haya sido la que tuvieron también los grandes doctores del siglo XIII, como San Buenaventura y Santo Tomás.

 

b).- Se puede decir que la Teología es deductiva en el sentido más amplio de la palabra, porque ilumina una verdad de fe por medio de otra. La verdad de fe que ilumina a otra se llama principio, y la verdad que es iluminada se llama conclusión; un ejemplo de estas dos verdades es el misterio de la resurrección de Cristo, que sirve para iluminar el misterio de nuestra propia resurrección. Desde esta perspectiva, el trabajo deductivo de la Teología consiste en buscar los vínculos de dependencia que existen entre un misterio y otro, o en explicar las verdades de la salvación mostrando su coherencia interna.

 

c).- Finalmente, se puede decir que la Teología es deductiva porque intenta sacar del dato revelado todas sus riquezas de inteligibilidad, yendo de una comprensión general del misterio a una comprensión cada vez más profunda, utilizando para ello todos los recursos del pensamiento reflexivo.

 

En definitiva, el fin de la Teología en su función especulativa consiste en penetrar cada vez más en el corazón del misterio.

 

 

3.- Las tareas de la función especulativa.

 

Podemos decir que son tres las tareas esenciales de la función especulativa: a).-comprender, apelando a todas las formas de entendimiento que ha puesto en obra el espíritu humano; b).- sistematizar, u ordenar en una síntesis coherente, los frutos de esta reflexión; c).- juzgar o apreciar el valor de la reflexión realizada y de la síntesis obtenida.

 

a).- Comprender.

 

Existen diferentes formas de reflexión teológica; he aquí algunas de ellas:

 

La definición. La Teología se esfuerza en precisar técnicamente unas nociones que la Tradición y la Escritura suelen expresar en categorías pre-científicas por medio de imágenes, de metáforas o de símbolos, permitiendo así que se capte mejor el sentido y el alcance exacto de la verdad revelada. Este trabajo de análisis sirve para preparar las definiciones dogmáticas y previene en contra de las falsas interpretaciones; por ejemplo, ¿qué significan las expresiones “Reino de los cielos”, “Hijo del hombre”, “Cuerpo místico”. Otro ejemplo: para comprender el misterio de la Trinidad resulta importante definir los términos de “naturaleza”, “procesión”, “misión”, “relación”, etc; así, en el siglo IV la introducción de la palabra omoousios (consustancial) provocó bastante inconformidad (Cristo consustancial con el Padre), sin embargo gracias a esta terminología más precisa se realizó un importante progreso en la Cristología.

 

La deducción por medio del silogismo. Este recurso deductivo puede revestir a su vez varias formas, y por consiguiente llevar a distintos tipos de conclusiones. La conclusión puede apoyarse en dos premisas reveladas, o en una revelada y otra no revelada.

La conveniencia, o el argumento de conveniencia. Cuando se trata de los misterios de la vida íntima de Dios y de sus designios de salvación, la inteligencia humana es incapaz de aportar razones necesarias y demostrables; sin embargo puede, conocido ya el misterio por la fe, mostrar la soberana conveniencia de la acción divina y manifestar así su profunda inteligibilidad. Por ejemplo, si no es posible demostrar la necesidad de la Encarnación para la revelación de Dios, comprenderemos al menos que era conveniente que Dios captase al hombre en su mismo nivel, y que se dirigiese a él por medio de signos humanos.

 

La explicación genética consiste en seguir la evolución de un tema a través de toda la historia de la revelación. Esta forma de reflexión no consiste solamente en recoger el dato revelado disperso en el curso de los siglos, sino en explicarlo por la consideración de las circunstancias del ambiente en que nos ha sido comunicado. Por ejemplo, la explicación genética de los títulos mesiánicos de Cristo como Profeta, Rey, Hijo del hombre, Siervo doliente, etc., enriquece indudablemente nuestra comprensión de la misión y de la persona de Cristo.

 

La analogía de los misterios con las realidades humanas. La revelación de los misterios divinos es posible precisamente porque Dios ha hecho todas las cosas, y particularmente al hombre, como un reflejo de su propia perfección, y también porque todas las cosas tienen su fuente en Dios. Si estas realidades no tuviesen ninguna relación con el misterio del ser divino, el diálogo entre Dios y el hombre sería sencillamente imposible; si, por otra parte, Cristo puede utilizar todos los recursos del universo creado para darnos a conocer a Dios y su designio de salvación, es porque la palabra creada ha precedido a la palabra reveladora, y porque la una y la otra tienen como principio a la misma Palabra interior de Dios.

 

Paternidad y filiación son analogías reveladas escogidas por Cristo, que tienen por consiguiente el carácter normativo de una analogía propuesta por el mismo Dios; estas analogías reveladas suscitan la reflexión humana que se aplica a purificarlas y a transfigurarlas para entrever algo de las profundidades de la vida divina.

 

El teólogo puede también descubrir y proponer él mismo nuevas analogías, como por ejemplo alguna relacionada con las operaciones del entendimiento y la voluntad del alma humana, pero estas reflexiones por los caminos de la analogía tienen que realizarse evidentemente con discreción y bajo la dirección de la Iglesia, sobre todo cuando se trata de analogías no reveladas.

 

El análisis fenomenológico. Como método, la fenomenología es un esfuerzo de lectura y descripción fiel de la realidad. Es un esfuerzo por asegurar, a partir de situaciones existenciales particulares analizadas de una manera concreta y rigurosa, a las realidades superiores manifestadas en esas situaciones. El análisis fenomenológico es útil para profundizar en nuestro conocimiento de las analogías de la fe, o para comprender mejor esas experiencias que son el fruto conjugado de la acción divina y de la libertad humana.

 

La vinculación de los misterios entre sí. Este tipo de reflexión teológica, esbozada por el Vaticano I, consiste en descubrir y poner de realce los múltiples vínculos que existen entre los datos de la fe, a fin de encontrar la armonía del misterio total como existe en la sabiduría divina; porque Dios nos ha revelado sus misterios no como elementos sueltos, sino como piezas de una maravillosa planeación ordenada a la salvación de los hombres. Los misterios se llaman entre sí, se responden, se subordinan unos a otros, se organizan en una síntesis que es el reflejo de la unidad del misterio de Dios. La Iglesia ha considerado siempre a la investigación de los múltiples vínculos que unen a los misterios entre sí como una de las tareas más importantes y fecundas de la Teología: “Aprendan además los alumnos a aclarar en cuanto sea posible los misterios de la salvación y captar sus mutuas relaciones” (Optatam totius 16).

 

Por ejemplo, para iluminar el misterio de la Trinidad, podemos subrayar que en la economía de la salvación el Padre es el primero en manifestarse en la obra de la creación y de la elevación del hombre; luego el Hijo en la obra de la restauración por medio de la Encarnación, la redención y la fundación de la Iglesia; y finalmente el Espíritu, en la obra de santificación de las almas y en la formación del cuerpo místico.

 

b).- Sintetizar.

 

No se puede hablar de ciencia teológica sin hablar inmediatamente de sistematización, esto es, de la estructuración orgánica de los resultados de la reflexión teológica y de su reducción a la unidad. La sistematización variará según el principio de unidad que se ha escogido; variará también con las opciones fundamentales, filosóficas o de otra clase, que presidían el trabajo teológico. Así por ejemplo, la Teología Tomista es teocéntrica, mientras que la Teología Kerigmática es netamente cristocéntrica; de ahí también el pluralismo de sistemas teológicos. Este pluralismo obedece a diversos factores: por ejemplo a la utilización de filosofías diversas (aristotélica, platónica, existencial), o a preocupaciones iniciales diferentes, o bien a mentalidades y ambientes culturales distintos.

 

Cada sistema representa un acercamiento al misterio, un esfuerzo de interpretación de la realidad; ninguno de ellos puede reducirse a otro, a no ser en el plano de la realidad que todos intentan comprender y en el plano de la Iglesia que los reconoce como válidos, pero igual como las diversas fotografías de una misma catedral, tomadas individualmente, serían incapaces de reflejar la totalidad de lo real, así tampoco los sistemas son capaces de agotar la realidad del misterio. Cada uno por su misma naturaleza es imperfecto y susceptible de progreso, pero no todos los sistemas tienen el mismo valor. Un sistema será considerado superior a los demás, si además de no descuidar ninguno de los aspecto esenciales de la realidad, se muestra capaz de asimilar nuevos aspectos den-tro de una síntesis orgánica y armoniosa.

 

 

c).- Juzgar.

 

En el curso de su investigación, el teólogo tiene que emitir continuamente juicios personales porque la Teología no es una obra de mera repetición del pasado, sino que va creciendo al ritmo en que va siendo comprendido el dato revelado. Por eso el teólogo tiene que ser un iniciador, un creador, y cada nueva comprensión del dato revelado lo pondrá frente a la responsabilidad de un juicio crítico que le será preciso emitir sobre el valor de sus propias proposiciones.

 

La situación de teólogo como hombre de ciencia, sin embargo, es particular. En las ciencias humanas la verdad es un ideal que es menester descubrir; en Teología por el contrario, la verdad en cierto sentido ha sido ya dada desde el punto de partida, además, la interpretación auténtica de esa verdad ha sido confiada al Magisterio de la Iglesia.

 

De esta forma, por un lado, el teólogo tiene que asumir la responsabilidad de juzgar sus propias intuiciones, y por el otro tiene que trabajar en la fe y bajo la dirección constante del Magisterio eclesiástico. Acepta el teólogo que su juicio personal se vea sometido en último análisis al juicio superior del Magisterio, de ahí la necesidad de una actitud de humildad profunda.