CAPITULO V


TEOLOGIA, FE Y MAGISTERIO

 

 

 

Sin ser ella misma la fe ni el Magisterio, la Teología mantiene múltiples y vitales relaciones con la una y con el otro. No hay Teología sin Magisterio y fe, y por otra parte la fe y el Magisterio no pueden prescindir de la Teología. Vamos a aclarar a continuación estas mutuas relaciones.

 

1.- Teología y Fe.

Lo que hasta ahora se ha dicho es suficiente para demostrar cómo la fe y la Teología, aun estando íntimamente unidas, son dos realidades distintas.

 

La Teología presupone la fe por la que el hombre se confía libre y totalmente a Dios. La fe tiene por objeto aquello que ha sido atestiguado formalmente por Dios, pero el objeto de la Teología se extiende no solamente a las verdades reveladas, sino también a las conclusiones y deducciones que de ellas se obtiene. Motivo de nuestro asentimiento en la fe es la autoridad de Dios que se revela, pero en Teología cuenta también la calidad de la demostración; por consiguiente, la certeza variará según el valor de los argumentos y estará incluso sujeta a error, en la fe, por el contrario, la certeza es siempre firme, absoluta e irrevocable, porque está apoyada en la Palabra de Dios.

 

La fe y la Teología son dos actitudes distintas, porque mientras que la fe resulta de un compromiso existencial de todo el hombre ante una opción que brota de su propio ser, la Teología, como ciencia, es ante todo el entendimiento de esa fe. Creer y reflexionar sobre la fe se distinguen tanto como vivir y reflexionar sobre la vida; se trata en ambos casos de actitudes necesarias, pero distintas. Lo mismo que la vida humana es inteligencia que piensa para descubrir su propio sentido, la fe supone una reflexión sobre sí misma, por tanto la Teología no pretenderá eliminar la fe para quedarse sólo con su elemento inteligible, sino que querrá servirla intentando profundizar en el conocimiento inicial que de ella tenemos.

 

La fe alcanza a Dios por medio de la unión y comunión, pero la Teología también es conocimiento de Dios por el camino de la inteligencia y de la reflexión, y esta reflexión, aun gozando de la iluminación superior de la fe, sigue siendo un caminar de la ciencia y de la razón; por eso, según el testimonio de la Iglesia, la inteligencia teológica, aunque imperfecta, oscura y lenta en sus adquisiciones, no por ello es menos fructuosa y fecunda.

 

2.- Teología y Magisterio.

La Teología y el Magisterio se parecen entre sí; ambos, en efecto, tienen una raíz común que es la revelación confiada a la Iglesia, y ambos persiguen la misma finalidad, que es conservar, penetrar cada vez más, proponer y defender el depósito de la fe, orientando de este modo a la humanidad hacia su salvación. Por otra parte, la Teología y el Magisterio tienen funciones y dones diferentes.

 

El Magisterio, en virtud del mandato que ha recibido de Cristo y por un don peculiar del Espíritu —don de asistencia— tiene la misión de conservar el depósito de la fe en toda su integridad protegiéndolo de error y contaminación, juzgando con autoridad las diversas interpretaciones de la revelación que propone la Teología, y presentando además por sí mismo nuevas consideraciones de la fe. La Teología también recibe un carisma del Espíritu de acuerdo con su función en la Iglesia; esta función consiste en profundizar en la revelación bajo la guía del Espíritu Santo, y en llevar al conocimiento de la comunidad cristiana, en particular del Magisterio, los frutos de su investigación, a fin de que por la doctrina que enseña la Jerarquía eclesiástica sean luz de todo el pueblo. La Teología tiene además la tarea de colaborar con el Magisterio en la enseñanza y defensa de la fe.

 

En la determinación de las relaciones entre el carisma del Magisterio y el carisma de la Teología es preciso subrayar dos puntos: Por un lado, el don del Espíritu otorgado al teólogo no le dispensa de su sumisión al Magisterio; pero por el otro, la fidelidad al Magisterio no significa pasividad y falta de iniciativa del teólogo, como si todo el impulso tuviera que venir del Magisterio.

 

La Teología ejerce una función de mediación entre el Magisterio y la comunidad cristiana, sobre todo en el sentido de que procura discernir los signos de los tiempos; por eso se mantiene a la escucha de la comunidad para conocer sus postulaciones y sus problemas, y también para captar las orientaciones que genera el Espíritu Santo en el pueblo de Dios.

 

Sensible a los problemas del pueblo, la Teología se esfuerza en responder a ellos profundizando en la revelación, y a la vez presenta sus soluciones al Magisterio para ayudarle en la tarea de conducir a la Iglesia. Sin la Teología, el Magisterio podría sin duda enseñar y conservar la fe cristiana, pero difícilmente llegaría a la penetración de la fe requerida para responder a las necesidades del pueblo de Dios, porque el carisma del Magisterio no es una infusión de conocimientos nuevos, una revelación, sino una asistencia en la utilización de los medios naturales y sobrenaturales puestos a su disposición.

 

Otra función de la Teología en relación con el Magisterio consiste en trabajar por la formación de la fe y de la vida moral del pueblo cristiano. El Magisterio podrá impedir que la comunidad cristiana se deje arrastrar por cualquier viento de doctrina, pero sin la Teología no le sería posible impedir que se marchitara su fe, o que se adormeciera en cierta inmovilidad de pensamiento. Por eso la Teología tiene la misión de vivificar constantemente la fe cristiana, de iluminarla y darle profundidad; y al hacerlo, la Teología se convierte en un servicio dado a la Iglesia, a la comunidad, al Magisterio y a la fe.

 

 

3.- Fidelidad y libertad del teólogo.

 

Al ser un servicio, la Teología tiene que ejercer su tarea en comunión con el Magisterio, con el pueblo cristiano y con todos los teólogos comprometidos en ese mismo esfuerzo de enseñanza y de investigación. El teólogo, por tanto, es algo muy distinto de un hombre que trabaja en la edificación de su gloria personal, sin preocuparse de la turbación que su palabra pueda sembrar en las conciencias cristianas. El teólogo es ante todo un servidor responsable de la Palabra de Dios, que está obligado por una doble fidelidad, a Cristo y la Iglesia.

 

Si el teólogo es el profeta del porvenir, el que prepara para el Magisterio las soluciones del mañana, le es indispensable disponer de libertad. En las materias nuevas y difíciles entre las que se mueve es compatible que haya cierta diversidad de opiniones, no graves, con la unidad de la fe y la fidelidad al Magisterio, ya que la historia demuestra que siempre ha habido lugar en la Iglesia para una gran diversidad de teólogos y de teologías. La fe es una, sí, pero ¡qué diferencia existe entre las teologías de Justino, Cipriano, Orígenes, San Agustín o Santo Tomás de Aquino! Y esta diversidad también trae ventajas para la Iglesia y ha sido fuente de progreso teológico. Más todavía, en ese trabajo de investigación al servicio del Magisterio y de la comunidad cristiana, en ese continuo enfrentamiento con los problemas del mundo actual, es evidente que el teólogo también estará expuesto al error. En su trabajo de interpretación y actualización de los datos de la fe, ¿cómo concebir que no se engañe a veces? Ante nuevos acontecimientos puede verse en la necesidad de corregirse, de cambiar de postura. Puede ser también que algunas de sus opiniones, largo tiempo combatidas por la Iglesia, sean luego reconocidas como verdad, como ya ha sucedido, y esas oscilaciones del pensamiento, esos riesgos de error, son la consecuencia necesaria de una teología que desea estar en diálogo con el mundo; forman parte de una Teología sometida a las condiciones de la historia.

 

En un decreto del 21 de abril de 1954, la Comisión Bíblica ha pedido para el exégeta comprensión e indulgencia, ya que éste tiene que enfrentarse con cuestiones difíciles que incluso algunos expertos de gran renombre no han sabido resolver. ¿No tiene razón el teólogo para pedir un trato semejante, ya que los riesgos que corre no son menos considerables?

 

Es verdad que el teólogo, como hijo de la Iglesia, tiene que aceptar el juicio de esa suprema instancia que es el Magisterio instituido por Cristo como intérprete infalible de su palabra. Pero entre el teólogo y esta suprema instancia existe otra intermedia, constituida por el conjunto de teólogos comprometidos en los mismos caminos de la investigación, por eso es normal que el caso se resuelva en ese nivel, mediante el intercambio fraternal de opiniones.

 

Si el teólogo se sintiera siempre bajo la amenaza de un juicio sin apelación, ¿cómo podría trabajar con toda su alma, con todo su corazón, con todas sus fuerzas, al servicio de la Iglesia que es todo en su vida? En Teología, como en todas partes, la alegría y el amor son el clima normal de un trabajo verdaderamente fecundo; de no ser así, sucedería lo que demuestra la historia de un pasado reciente: que la Teología católica, para librarse del riesgo de la condenación, se refugiaría en el estudio de temas fútiles, dejándose superar en los puntos de importancia capital por la investigación de la Iglesia Protestante.