PENSAMIENTO Y ACCIÓN
La Iglesia y la dignidad del hombre en la Polonia comunista
 Artur Mrowczynski-Van Allen, director de Ediciones Levántate (direccion@levantate.org) 08/05/2003


A petición de E-Cristians, basándome en algunas referencias de los hechos y también en mis propios recuerdos, intentaré describir (de forma muy general, por supuesto) lo que fue un proceso que, a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, marcó tanto a la Iglesia católica en Polonia como a la sociedad polaca en general. Fue un proceso que hizo posible que una sociedad reducida a una masa desposeída de los más básicos derechos individuales fuese capaz de hacer frente a la máquina de terror totalitario de todo un imperio. Y fue capaz de ello porque alguien supo decirnos que la dignidad del hombre está por encima de todas las prerrogativas que puedan atribuirse los Estados. Alguien supo decirnos dónde está la Verdad.

El actual tejido de relaciones sociales en los países de Europa, cada vez más homogéneo, nace obviamente de los acontecimientos del siglo XX. Siglo de dictaduras, totalitarismos, guerras mundiales; acontecimientos que, en su más profunda raíz, tienen dos fenómenos: uno más antiguo, fruto envenenado del siglo ''de las luces'', que es la concepción del hombre como el centro y el dueño del mundo que le rodea; y un segundo fenómeno, coetáneo a estos acontecimientos, que es el relativismo. La fusión de ambos, aunque de forma menos ''espectacular'', aún esclaviza las sociedades y sigue destruyendo al hombre. Sigue formando un gran reto, un enorme desafío al pensamiento cristiano y sobre todo a la acción enmarcada dentro del compromiso de los cristianos.

Buscando testimonios de dignidad humana

Alrededor del 1930, un extraordinario escritor ruso, Mijail Bulgakov, escribía en su célebre novela El maestro y Margarita una frase terrible: ''...Entre los defectos del hombre, el que le parecía (a Jesús) más grande era la cobardía''. Condenado a vivir en un mundo diseñado por el marxismo-leninismo, que con diabólica eficacia destruía los más mínimos vestigios de la dignidad y libertad del hombre, el escritor parecía estar en continua actitud de búsqueda de algún testimonio que certificase que la verdad sobre su existencia era del todo diferente a la que le enseñaba la realidad del universo comunista al que estaba sometido. Bulgakov, en esta frase, lanza un desesperado llamamiento a encontrar valores fundamentales para la supervivencia de la dignidad del hombre inmerso en una sociedad depravada.

Y este llamamiento, sin duda, se dirige de forma especial a los cristianos, lo que le convierte en una trágica acusación. No se limita solamente, como por ejemplo Solzhenitsyn, a constatar la culpa de la sociedad por permitir los abusos del tirano mirando al otro lado (''...la resistencia tenía que haber empezado aquí.... Y no empezó......Y nadie nos tapa la boca, ¡y se puede, se debe GRITAR!....Pero de nuestros labios resecos no escapa ni un sonido, y la muchedumbre que pasa nos toma, despreocupadamente, a nosotros y a nuestros verdugos, por unos amigos que pasean. Archipelago Gulag), sino que pregunta por la responsabilidad con la sociedad a los que proclaman el Credo.

No sé si Bulgákov encontró antes de su muerte en 1940 el testimonio que reclamaba, pero sí sé que hubo quien lo dio, y fueron muchos. Entre ellos, contemporánea a Bulgákov, está una pensadora y buscadora de la verdad, alumna de Husserl, una judía conversa al catolicismo: Edith Stein. Ésta, atrapada en la pesadilla del terror del régimen nacional-socialista, parece dar una respuesta clara a la duda planteada por el ruso sobre la responsabilidad de los cristianos, diciendo: ''Que vivimos aquí y ahora para realizar nuestra salvación y la de aquellos que nos han sido confiados es algo sobre lo que no cabe la menor duda''. Y certificaba esta respuesta con su propia vida, que terminó en el Konzentrazionlager de Auswitchz.

Polonia y la Iglesia bajo el imperio soviético

Desde luego, la situación de Polonia en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial difería sustancialmente de las vividas en Europa durante la contienda o en la Unión Soviética misma. Sin embargo, la ocupación por parte del Ejercito Rojo y la imposición de un Gobierno de títeres adiestrados en Moscú, en los primeros años de la posguerra, daban evidencias de un intento de encaminar la situación en la misma dirección que en el resto del imperio.

Pero desde principio, se hizo patente la fuerza de la Iglesia católica y su arraigo en la sociedad polaca, sobre todo entre las clases más humildes, como los campesinos obreros, y en las provincias. Su resistencia no se debía a algún consciente ejercicio de defensa de la doctrina católica, sino más bien a un simple acto de fidelidad a los valores tradicionales y a los pastores que en tiempos difíciles han estado siempre al lado del pueblo. La Iglesia guardó para el pueblo dos tesoros: la identidad de una cultura propia y la dignidad inherente a cada individuo. Guardó la respuesta a la frase de Bulgákov y no se acobardó.

Ante esta situación, el ataque de la nueva ideología oficial, en vez de ser frontal, se convirtió en un arte de asimilación, dirigido sobre todo a los intelectuales, a la clase media. En los años 50, Czeslaw Milosz (Premio Nobel de literatura en 1980) escribía: ''He conocido algunos cristianos, muchos de cuales fueron amigos míos -polacos, franceses, españoles-, que en materia política se adherían estrictamente a la ortodoxia staliniana, haciendo tan sólo algunas reservas interiores que les permitían creer en una intervención rectificadora de Dios después de la ejecución de las sentencias sangrientas por los plenipotenciarios de la Historia'' - El pensamiento Cautivo.

El cardenal Wyszynski, una respuesta de resistencia

Tal situación exigía a la Iglesia un claro planteamiento de posiciones y definición firme de las obligaciones propios de su vocación. Llegaba el momento de reacción. El cardenal Stefan Wyszynski, hombre providencial, en cierto modo padre espiritual de Juan Pablo II, encarnó la respuesta firme y clara frente a la amenaza de la esclavitud óntica (la esclavitud del ser) que se cerraba sobre la nación entera. Durante la guerra, perseguido por los alemanes, con una segura condena de muerte, asistió como capellán en el clandestino Ejército Nacional y en su hospital de campaña. Nombrado cardenal y primado de Polonia, se convierte en uno de los mayores obstáculos que encontró el régimen comunista en su intento de someter bajo su absoluto control las mentes y almas de los polacos. Encarcelado, no cesa en su esfuerzo de cumplir con la misión de ser testigo de la Verdad.

La obligación básica de la Iglesia, en cualquier sitio y en cualquier momento, es evangelizar. Hacer llegar a los hombres la verdad sobre su existencia, la verdad sobre su razón de ser. Si aprobamos esta constatación, tenemos a la vez que reconocer la importancia de la organización eclesial como tal, y sobre todo en las circunstancias donde se presenta como único refugio y espacio de libertad. Este punto de referencia se transformó enseguida en el blanco de ataques.

El poder comunista intentó romper la unidad de la Iglesia, influir en los nombramientos de los puestos de responsabilidad, eliminar fuentes de mantenimiento y acceso a los medios de comunicación, censurar documentos pastorales, activar grupos pseudocatólicos y anticatólicos. La época de la persecución de la Iglesia y del catolicismo en general culminó en 1953 cuando, en la respuesta al documento gubernamental Decreto sobre nombramientos a los puestos eclesiales (9 de febrero de 1953), el Episcopado responde con el memorial llamado Non possumus (8 de mayo de 1953) negando a las instituciones estatales el derecho a influir sobre las decisiones internas de la Iglesia católica en Polonia. Esta negativa lleva directamente al encarcelamiento del cardenal Wyszynski (1953).

La clave de la supervivencia del catolicismo en un Estado declaradamente hostil fue la fe de su pueblo. La firme posición del cardenal, y en consecuencia un claro apoyo a su postura de parte de los católicos de todos los niveles sociales, de todos los grupos culturales e intelectuales cristianos (tan perseguidos y necesitados de un liderazgo bien definido), obligaron al Gobierno a ceder en sus intentos de eliminar a la Iglesia católica en particular y a la idea cristiana en general del panorama de la vida social del país.

La liberación del cardenal Wyszynski demostró lo acertada que ha sido la apuesta por la fidelidad a su vocación. Su actividad siempre se centró en la reclamación de los derechos del hombre a educarse y decidir en función de sus creencias y en libertad, los derechos de la familia. ''La Iglesia, tocando las cuestiones de la naturaleza publica, o también problemas de la ética popular o profesional por ejemplo, no hace política. Cumple tanto con su derecho y su obligación como con el de todos los creyentes'' (Kazania Swietokrzyskie, 18 de enero de 1976).

La clara conciencia de que el fundamento de la supervivencia de la fe es su viva práctica entre los fieles, y -por lo tanto- la imperativa necesidad de su constante formación, indujo a poner en marcha programas pastorales centrados en la exposición de la visión cristiana del hombre o de la familia (cada uno de estos programas duraba tres años). Siempre se debe subrayar que la Iglesia nunca se confrontó con el Estado como institución, pero sí con sus fundamentos ideológicos. La confrontación tenía lugar no tanto a nivel de las soluciones formales de un Estado, sino con respecto al hombre y el pueblo, sociedad -basada en la ley Divina, natural-, como predicaba la Iglesia, o imperativo histórico y materialismo como quería la dictadura. Debate entre puntos de vista sobre lugar y función del hombre, el Estado, la Iglesia, familia, educación, tradición, la ley natural y la ley establecida, la legitimación de la legislación misma..., es decir cuestiones fundamentales, no tanto para la política, sino para la comunidad social, cultural e histórica.

El futuro Papa Wojtyla

Mientras tanto, crecía en espíritu un joven sacerdote, Karol Wojtyla, quien entendía la urgente necesidad de dar una respuesta clara y coherente a la demanda de millones como Bulgákov. Una clara definición de conceptos ya aparecía en las catequesis que expuso como cardenal arzobispo de Cracovia en marzo del año 1976 ante Pablo VI y sus colaboradores, durante los ejercicios espirituales de la Cuaresma: ''Cada hombre viene al mundo, para dar el testimonio de la verdad, de acuerdo con su vocación'', ''para que las obras de los hombres sean sujetas a la verdad y dirigidas por la verdad en la libertad'', ''la verdad del conocimiento de sí mismo, del mundo y de Dios, verdad de la conciencia, verdad de la ciencia y verdad de la fe. Jesucristo claramente dijo que no puede ser escondida ante la gente, sino que tiene que ser proclamada ante ellos. Tiene dimensión social y publica'' (Karol Wojtyla, Znak Sprzeciwu, Krakow, 1976).

Las palabras del futuro Papa llevaban la clara impronta del pensamiento de su ''Maestro'', de la visión trascendental y pragmática y también de la vocación de la Iglesia Universal: ''La Iglesia no elige las condiciones en las cuales tiene que trabajar. Debe cumplir con su misión en las condiciones en que se encuentre'' (cardenal Wyszynski, Przez wode i krew do Tysiaclecia chrztu Polski, Tm III, Warszawa ). Y las condiciones no eran fáciles. Las olas de protestas populares (1956, 1970, 1976, 1980-81, 1988-89) recorrían periódicamente el país, donde siempre el Episcopado polaco intentaba tranquilizar los ánimos y minimizar las represiones.

El 27 de marzo de 1980 una huelga paralizó el país; 10 millones de trabajadores participaron en la protesta; la mayor protesta organizada contra un gobierno comunista desde la Segunda Guerra Mundial. La Conferencia Episcopal, constantemente, declaraba su ''no'' injerencia en la política, pero no obstante permitía participar en ella a muchos sacerdotes (dentro de su libertad de ejercer los derechos de un ciudadano), sobre todo los de las parroquias que se habían convertido en centros de la protesta y resistencia.

Cuando las misas eran la oposición al Gobierno

Además del apoyo espiritual directo e indirecto, la Iglesia ayudaba a la oposición facilitándole el uso de las infraestructuras eclesiales, los edificios y las aportaciones financieras o materiales. La presencia de masas en las celebraciones religiosas se convertía no sólo en la expresión de la fe, sino también en manifiesta oposición al Gobierno de Varsovia y de Moscú.

Un par de ejemplos. Durante mucho tiempo, el centro de la resistencia social y política, sobre todo en Gdansk, fue la parroquia de Santa Brígida con el padre Jankowski al frente. En el pequeño sótano de los edificios parroquiales, se instaló en los años 80 la oficina del sindicato Solidaridad, donde Edmunt Krassowski (más tarde diputado a las cortes), con la ayuda de Lilka Mrowczynska, preparaba los documentos de la organización que nosotros, los jóvenes, repartíamos en las células de la provincia. Uno de los primeros periódicos independientes con carácter local, Ziemia Pelplinska, que habíamos formado bajo la dirección de Tadeusz Serocki (actualmente gerente de la Editorial Bernardinum), y el profesor Bogdan Wisniewski (sigue enseñando literatura), se imprimía en las instalaciones diocesanas en Pelplin.

También era muy importante la función de intermediario entre la oposición y el Gobierno que asumió la Iglesia católica. El trabajo del consejero espiritual de Lech Walesa, padre Orszulik, y más tarde la función de garante de los acuerdos sociales se convirtieron en el fundamento de la solución pacifica del conflicto que tanto deseaba el ya entonces obispo de Roma, Juan Pablo II. Su encíclica Laborem Excercens (Sobre el trabajo humano), publicada al mismo tiempo que se celebraba el primer congreso de Solidarnosc, constituyó toda una base para el movimiento de los trabajadores inspirado en el cristianismo en lugar de partir del marxismo. Los colosales esfuerzos del Papa y del cardenal Wyszynski permitieron la transición, en general pacífica, de Polonia.

La culminación de estos esfuerzos tuvo su más ilustrativo episodio en primavera del año 1981, cuando el ala más radical de Solidaridad había iniciado los preparativos para una huelga general unida a una campaña violenta contra el régimen. El cardenal avisó al Santo Padre en el Vaticano y ''aplicó'' a Lech Walesa lo que luego éste llamaría ''un chantaje emocional''. Wyszynski, ya gravemente enfermo de cáncer, se arrodilló delante del líder del sindicato, lo agarró por la americana y le avisó con toda la seriedad asegurándole que se quedaría así rezando hasta que se cancelase la huelga y las acciones previstas.

Walesa aceptó suavizar la posición y renunció de nuevo al uso de la violencia. Hay que tener en cuenta que, en aquellos momentos, las divisiones acorazadas del Ejercito Rojo estaban en las fronteras con Polonia esperando el más mínimo pretexto para entrar. Cuando ese mismo año Walesa viajó por primera vez a Roma, dijo: ''El hijo ha venido a ver a su padre'', y en una entrevista concedida a la periodista italiana Oriana Fallaci, declaró: ''Sin la Iglesia, nada sería posible''.

La Verdad del hombre, hoy

Y hoy, ¿dónde está la Iglesia de Polonia? ¿En qué realidad tiene que aparecer un católico con su testimonio de la Verdad sobre el hombre? Después de tantos años, los cristianos de los países del centro y el este de Europa estamos más o menos en el mismo sitio que los cristianos en España. El mal llamado ''Estado de bienestar'' europeo cada vez recuerda más al devorador mundo de Ginsberg que ''consume las mentes de nuestra generación''. El egoísmo multiplicado por el consumismo, aunque expresado en diferentes idiomas, se manifiesta siempre con las mismas premisas y de las mismas formas; no importa el sitio.

El cristianismo descansa sobre un concepto de responsabilidad individual. El socialcomunismo reemplaza esta noción por la responsabilidad histórica. Y la sociedad de bienestar cambia estas dos por la minimización y la relativización de todas las responsabilidades posibles. ¿Qué acusación nos lanzaría hoy el señor Bulgákov? ¿Quizás la comodidad?

Recuerdo cómo en enero de 1996, en una pequeña iglesia católica de Moscú, San Luis de los Franceses, en la calle Malaya Lubianka (justo detrás del edificio gris de la antigua KGB), un recién llegado párroco, italiano, con un ruso todavía muy básico, pero con mucho fervor, exhortaba a los fieles a que no se dejasen engañar por el dinero, el dueño del mundo ''libre'' que les acababa de inundar. Que por encima de cualquier dinero está la Dignidad del Hombre. La Dignidad de los Hijos de Dios. Aquella escena reflejó la nueva línea de frente que se abría ante la Iglesia en los países del centro y este de Europa. Un nuevo reto que aparece cada vez más claro ante el pensamiento y el acto católico en el viejo continente.

Seguro que la oposición contra la cobardía exige actos heroicos, pero la resistencia a la comodidad, quizás, pida simplemente actos. Sencillos actos de reconocer nuestra responsabilidad con la Verdad sobre la condición del hombre, de la cual somos depositarios, porque el futuro de las sociedades europeas depende del concepto del hombre que vayan a promulgar.