TEMA VIII
LA PRETENSIÓN DE JESÚS

 

Sobre el mensaje de la venida de l Reino de Dios pende algo abierto. Jesús habla del misterio del Reino de Dios (Mc 4,11). ¿En qué consiste este misterio, a partir del cual, y únicamente así, todo lo demás resulta claro y comprensible?

Cuando se habla de misterio (en la apocalíptica, en Pablo, etc.), se está pensando en la sentencia de Dios, oculta a los ojos humanos, desvelada sólo por revelación, que se ha de realizar al fin de los tiempos. Saber sobre el misterio del Reino de Dios implica, por tanto, conocer el hecho de su irrupción. Si los discípulos conocen los misterios del Reino de Dios, quiere decir que se les ha abierto los ojos para la alborada del tiempo mesiánico (Mt 13,16s). Esta alborada acontece por la palabra y la obra de Jesús; su llegada significa la llegada del Reino de Dios. Él en persona es el misterio del Reino de Dios. Por eso puede decir a los testigos oculares: ¡Dichosos los ojos que ven lo que veis!, pues yo os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que veis y no lo vieron, quisieron oír lo que oís y no lo oyeron (Lc 10,23s).

Con la venida de Jesús está viniendo, pues, de modo oculto el Reino de Dios. Orígenes resumió esto diciendo que Jesús es la autobasileía, el Reino de Dios en persona. Con más precisión tendríamos que decir: Jesús es la llegada del Reino de Dios en la figura del ocultamiento, la humillación y la pobreza. En él se hace concretamente palpable lo que quiere decir su Reino; en él se revela lo que es el Reino de Dios. En su pobreza, obediencia y carencia de patria se ve la explicación concreta de la voluntad de Dios. En él se ve claro qué significan la divinidad de Dios y la esencia humana del hombre:

En Jesús de Nazaret son inseparables su persona y su causa; él es su causa en persona. Es la realización concreta y la figura personal de la llegada del Reino de Dios. Por eso toda la predicación de Jesús sobre el Reino de Dios que viene, su conducta y actuación contienen una cristología implícita o indirecta, que después de pascua se expresó en la profesión explícita y directa.

Hay diversos caminos para aclarar esta cristología oculta en la conducta, palabra y obra de Jesús:

 * La conducta de Jesús. Normalmente cumplió los deberes de un piadoso judío; reza y va los sábados a la sinagoga. Pero también quebranta el precepto sabático entendido al modo judío, el ayuno y las prescripciones de pureza de la ley judía. Como con publicanos y pecadores, trata con cultualmente impuros, llamados entonces impíos. Se le moteja de amigo de publicanos y pecadores. Esta postura tiene que ver sólo indirectamente con la crítica y los cambios sociales; su sentido total se ve claro sólo en relación con el mensaje de Jesús sobre la llegada del Reino de Dios en el amor. Hasta hoy en oriente el aceptar a uno a la mesa significa concederle la paz, confianza, fraternidad y perdón. La comunión de mesa es comunión de vida. En el judaísmo compartir la misma mesa significa comunión ante la presencia de Dios. Cada comensal, tomando un trozo del pan partido, participa en la alabanza pronunciada por el padre de familia sobre el pan entero. En último término, cada comida es preanuncio del banquete escatológico y de la comunión escatológica con Dios. Las comidas de Jesús con publicanos y pecadores no son simplemente expresión de su desacostumbrada humanidad, munificencia social y compasión con los despreciados, sino que su importancia va más hondo: expresan el envío y el mensaje de Jesús (Mc 2, 17), comidas escatológicas, festejos anticipados del banquete salvador del fin de los tiempos (Mt 8,11), en los que ya ahora se representa la comunidad de los santos (Mc 2, 19). La inclusión de los pecadores en la comunidad de salvación gracias a la participación en la misma mesa, constituye la prueba más clara del mensaje sobre el amor salvador de Dios. Pero también es decisivo un segundo aspecto: es Jesús el que recibe a los pecadores en la comunión con Dios, introduciéndolos en la comunión consigo mismo. Esto significa que perdona los pecados. Desde el principio se descubrió, sin duda, lo monstruoso de esta pretensión: Blasfema contra Dios (Mc 2,6). Porque el perdón de los pecados es posible sólo a Dios.

autoridad

Por tanto, la conducta de Jesús con los pecadores implica una pretensión cristológica inaudita. Jesús se comporta como uno que está en lugar de Dios; identifica su comportamiento con el trato que Dios da a los pecadores. En él y por él se realizan el amor y la misericordia de Dios. No hay mucho de esto a aquella palabra de Juan: Quien me ve, ve al Padre (Jn 14, 9).

 * La predicación de Jesús. Contiene también una cristología implícita. A primera vista Jesús actúa como un rabbí, profeta o maestro de la sabiduría. Pero mirando las cosas con más atención se descubren diferencias características entre él y los tres grupos mencionados. Esta distinción la notaron sin duda sus contemporáneos. Se preguntaban sorprendidos: ¿Pero qué es esto? Es una doctrina nueva y se anuncia con autoridad ilimitada (Mc 1, 27). Porque Jesús no enseña como un rabbí, que se limita a explicar la ley de Moisés. Es cierto que utiliza la misma fórmula que tenemos en los rabinos: Pero yo os digo. Con esta fórmula acostumbraban los rabinos a distinguir su opinión (enseñando y disputando) de la contraria de modo claro y terminante. Pero tales discusiones se mantenían dentro de la base común de la ley judía. Mas Jesús sobrepasa la ley, abandonando, en consecuencia, el suelo del judaísmo. Es verdad que no pone su palabra contra, pero sí sobre la suprema autoridad del judaísmo, sobre la palabra de Moisés. Con todo, detrás de la autoridad de Moisés está la de Dios. El pasivo se dijo a los antiguos es en realidad un velado circunloquio del nombre de Dios. Por consiguiente, con su pero yo os digo Jesús pretende decir la palabra definitiva de Dios, que cumple de modo insuperable la palabra de éste en el antiguo testamento.

Y Jesús habla también de modo distinto a un profeta. Éste lo único que hace es transmitir la palabra de Dios: Así habla el Señor, oráculo de Yahvé. Jamás se encuentra una fórmula así en Jesús. No distingue su palabra de la de Dios. Habla con plena autoridad propia. Prescindiendo de si expresamente dijo que era el mesías, la única categoría acorde con tal pretensión es la del mesías, del que el judaísmo esperaba que no anulara la antigua ley, sino que la explicara de una manera nueva. Pero Jesús cumple esa esperanza de modo tan inaudito y saltándose todos los esquemas conocidos, que el judaísmo en su totalidad rechazó la pretensión de Jesús. No se puede decir de otra manera: Jesús se consideró como la boca y la voz de Dios. Sus contemporáneos entendieron muy bien esta pretensión, aunque la rechazaron; incluso llegaron a la conclusión siguiente: éste blasfema contra Dios (Mc 2, 7).

* La llamada a decidirse y al seguimiento. Jesús llamó a su pueblo a una decisión definitiva mediante su conducta y su predicación. La decisión en pro o en contra de la aceptación del Reino de Dios la vincula concretamente a la decisión respecto de él, de su palabra y su obra. Esta relación se ve de modo especialmente claro en la palabra de Mc 8, 38, que en el fondo es originaria de Jesús: El que se avergüence de mí y mis palabras..., de él se avergonzará también el hijo del hombre.... Es decir, que a la vista de la conducta y predicación de Jesús se toma la decisión escatológica; en él se decide uno respecto de Dios. Tal llamada a la decisión implica toda una cristología.

Esta constatación se concreta asimismo atendiendo a la llamada de Jesús al seguimiento. Jesús congregó a su alrededor un grupo de discípulos y a él se debe especialmente la elección de los doce. En esto Jesús se comporta a primera vista como un rabbí judío, que junta discípulos en torno suyo. Pero es equivocado hablar de Jesús sin más como de un rabbí. A diferencia de un rabbí judío no se le puede pedir a Jesús, por ejemplo, que lo reciba entre sus discípulos. Jesús elige libre y soberanamente a los que quiso (Mc 3, 13). Su llamada sígueme (Mc 1, 17) no es pregunta, propaganda ni ofrecimiento, sino una orden; aún más, se trata de una palabra creadora que hace discípulo al individuo de que se trata (Mc 1, 17; 3, 14). De modo que ya por la entrada en el seguimiento de Jesús se ve claro algo de su poder pleno. Todavía más evidente resulta si se mira el contenido del seguimiento. A diferencia de lo que ocurre con los rabinos, jamás se habla de disputas eruditas entre Jesús y sus discípulos. La meta del discipulado no es la asimilación de tradición, sino la participación en la proclamación del Reino de Dios, participación también en el poder pleno de Jesús, anunciando con fuerza la cercanía del Reino de Dios y expulsando los espíritus inmundos. (1. - Es Jesús quien toma la iniciativa y llama soberanamente. 2. - Para estar con Jesús y compartir su vida proclamando el Reino. 3. - Exigencias radicales (como corresponde a la naturaleza del Reino y a la singularidad de Jesús). Por último, en contra de lo que pasa con los rabinos, no se trata de una relación provisional maestro-discípulo, hasta que el discípulo mismo se hace maestro. No hay más que un maestro (Mt 10, 24). Por eso la vinculación de los discípulos de Jesús a su maestro es también más profunda. Jesús llama a sus discípulos para que estén con él (Mc 3, 14); participan de su peregrinaje, de su carencia de patria y, por tanto, de su destino peligroso. Se trata de una comunión de vida total, de una comunión de destino pase lo que pase. La decisión del seguimiento significa simultáneamente romper con todas las demás ataduras, significa dejar todo; en definitiva, es jugarse el todo por el todo. Un seguimiento tal radical y total equivale a una confesión de Jesús. Por eso entre el tiempo prepascual y pospascual hay no sólo una continuidad de contenido en la confesión, sino que se da igualmente una continuidad sociológica entre el grupo de discípulos de antes y después de la pascua.

 

* Su relación única con Dios. Jesús se dirige a Dios de una forma original y única: le llama Abbá. Además distingue entre mi Padre y vuestro Padre. La expresión exclusiva mi Padre denota una relación de Jesús con Dios única e intransferible. Esto significa que, si todos somos hijos de Dios, Él lo es de un modo especial y único. Él es el Hijo que nos hace a nosotros hijos e hijas de Dios.

La cristología implícita del Jesús terreno contiene una exigencia inaudita que hace saltar todos los esquemas preexistentes. En él nos las tenemos que ver con Dios y su señorío; en él uno se encuentra la gracia y el juicio de Dios; él es el Reino de Dios, la palabra y el amor de Dios en persona. Jesús es el modo existencial del amor de Dios que se comunica y se difunde. Y lo es para nosotros. Decimos que es nuestro salvador. Dios se define en Jesús de modo definitivo.

Esta pretensión es mayor y más elevada que lo que pudieran expresar todos los títulos. Por eso, si Jesús se mostró sumamente reservado frente a ellos, se debió no a que pensara ser menos, sino a que pretendía ser más de lo que podían expresar. Quién es él sólo se puede expresar mediante fórmulas de superioridad: Aquí hay más que Jonás, aquí hay más que Salomón (Mt 12, 41 s). Pero esta pretensión resaltada hasta lo último la encontramos en Jesús sin fanfarronería ni jactancia, sin un comportamiento que recuerde poder, influencia, riqueza y consideración. Es pobre y sin patria. Está entre sus discípulos como el que sirve. Llama a Dios Abbá ... De esta forma vuelve a plantearse la pregunta ¿quién es éste?