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Gentileza
de http://www.hernandarias.edu.ar/ceiboysur/
para la BIBLIOTECA CATÓLICA DIGITAL
SEGUNDA PARTE
CLAVES DE LECTURA DEL CRISTIANISMO
1. CLAVES O ESQUEMAS MENTALES
Hemos definido el ser cristiano en América Latina
hoy como un seguimiento de Jesús que prosigue su obra liberadora en un mundo
estigmatizado por signos de muerte y anhelante de una vida más plena, y hemos
visto que esta definición exige de nosotros un cambio no sólo de actitud sino
de mentalidad, una verdadera conversión.
Para muchos este cambio en el modo de enfocar el
cristianismo resulta sorprendente e incluso contradictorio con el enfoque de la
fe que habían aprendido de pequeños o hace algunos años. De esta constatación
surgen una serie de cuestiones: ¿Acaso el Evangelio cambia? ¿No se deberá
esta forma de interpretar la fe a ideologías extrañas al cristianismo? ¿Qué
garantía tenemos de que dentro de unos años no deberemos cambiar de nuevo
nuestras formulaciones cristianas? ¿Por qué se habla del ser cristiano en América
Latina? ¿Acaso el cristianismo no es igual en todas partes?.
Estas preguntas exigen mayor reflexión. Por eso a
la primera parte más expositiva y afirmativa, hemos añadido esta segunda parte
de cara a una ulterior explicación del por qué de la definición del
cristianismo como seguimiento de Jesús.
Para comenzar a clarificar todas estas preguntas
hemos de partir de una distinción: una cosa es la fe y otra cosa es la reflexión
o formulación que hacemos sobre ella. La fe, don del Espíritu, por el cual nos
adherimos personal y vitalmente al misterio de Jesús Salvador, penetra más allá
de los conceptos, trasciende las formulaciones más correctas y nos hace
participar de la misma vida de Dios. En cambio la reflexión que elaboramos
sobre la fe revelada, está siempre marcada por la cultura, el lenguaje, la época,
la situación personal, la forma de comprender la realidad. La misma Sagrada
Escritura no escapa a esta ley profundamente humana. La comprensión y expresión
de la revelación de Dios de parte de los autores bíblicos del tiempo de la
monarquía Davídica o Salomónica, no es la misma que la de los escritores
sacerdotales que escriben después del exilio de Israel. La visión sobre Jesús
del Evangelio de Marcos es diversa de la de Lucas, y las dos difieren de la del
Evangelio de Juan . Los escritos paulinos poseen unas características propias
que los distinguen de los evangelios.
No debe pues extrañar que también después, en la
historia de la Iglesia posterior, se hayan dado diversas formas de lectura y
comprensión del Evangelio. El magisterio de la Iglesia vela para que estas
lecturas no se desvíen de la recta tradición eclesial y se ajusten a la
Escritura. Pero el mismo magisterio también está condicionado por la
mentalidad de cada época, lo cual no invalida su misión, que cuenta con la
asistencia especial del Espíritu.
Esta misteriosa pero real diversidad histórica y
cultural en la captación de la verdad de fe, no es un fenómeno exclusivo del
cristianismo o de ámbito religioso, sino una ley profundamente humana que, bien
entendida, no lleva al escepticismo relativista sino a una búsqueda humilde y
constante de la verdad plena. La humanidad ha de ir avanzando hacia una visión
cada vez más comprensiva de la realidad. En este caminar de la humanidad
existen una historia del pensamiento, de la ciencia, del arte, y también una
historia de la teología o de la reflexión cristiana sobre la fe. Estas
historias no son independientes unas de otras, pues la Iglesia no está fuera de
la historia, está inmersa en ella y el cristiano vive con sus contemporáneos
la gran aventura de la humanidad.
Por esto mismo, la historia de la teología no se
puede separar de la evolución de los sistemas de pensamiento de la humanidad,.
Esto ayuda a establecer el diálogo entre la fe y los humanismos de cada época
y permite anunciar el Evangelio a todas las culturas.
Podemos resumir lo dicho hasta ahora afirmando que
nuestra visión de la realidad y por lo tanto también de la realidad de la fe,
siempre viene mediada por unas claves de lectura o esquemas mentales que ofrecen
una visión unitaria y sintética de nuestra comprensión y valoración de la
realidad y de toda nuestra acción concreta. Dicha clave de lectura está ligada
a la cultura, a la historia a los condicionamientos económicos, a la psicología
personal y a otros muchos elementos. Pero a pesar de las diferencias existentes
entre individuo e individuo, se puede constatar como una cierta unidad general o
matriz que unifica la forma de pensar de un determinado grupo en un momento histórico
concreto.
En momentos culturales e históricos homogéneos y
sin fuertes cambios ni rupturas, estas diversas formas de pensar y valorar,
pueden pasar desapercibidas. Pero en momentos de transformaciones fuertes y rápidas,
como el tiempo actual, estas diferencias se manifiestan, a veces de formas muy
conflictivas, en todos los campos: social, político, artístico, filosófico,
religioso. Los conflictos de la Iglesia del postconcilio son un ejemplo claro de
estos choques de diferentes mentalidades o esquemas mentales.
Por todo ello puede ser interesante y clarificador
el presentar de forma muy sintética las tres claves de lectura del cristianismo
que hoy coexisten en la Iglesia y que están ligadas a diferentes esquemas
mentales. Todo intento de tipificación es, por su misma simplificación, un
tanto empobrecedor y necesariamente caricaturiza la realidad. Pero tiene la
ventaja de ayudarnos a comprender de forma sintética lo que en la realidad de
cada día se nos escapa en medio de las mil facetas variables.
Aunque la exposición de los esquemas mentales no
puede ser neutra, pues siempre juzgamos desde un esquema concreto y optamos por
uno de ellos, sin embargo deberíamos evitar toda forma de descalificación ética
de otros esquemas. Cada esquema capta parte de la verdad y está condicionado a
un momento histórico sobre el cual es difícil juzgar desde otra situación
histórica.
Estas consideraciones previas, un tanto abstractas,
se clarificarán con la exposición concreta de las tres claves de lectura que
vamos a proponer.
2. TRES
CATECISMOS
La comparación de tres conocidos catecismos puede
servirnos para ejemplificar tres claves de lectura de la fe. Se trata del
Catecismo de Pío X, del Nuevo Catecismo para adultos de Holanda y de Nuestro
Catecismo del Brasil.
1. El
Catecismo de Pío X, de principios de siglo, responde a la preocupación del
Papa por anunciar la fe a los niños y prepararlos de este modo a la Primera
Comunión. Se extendió rápidamente por toda la Iglesia Universal. Comienza con
la enseñanza de las primeras oraciones y fórmulas que han de saberse de
memoria. A continuación se presenta, con el método clásico de preguntas y
repuestas, las primeras nociones de la fe cristiana: ¿Quién nos ha creado ? ¿Quién
es Dios? ¿Para qué nos ha creado Dios? ¿Cómo se llaman las tres personas de
la Santísima Trinidad? ¿Quién es Jesucristo?. . .
Las tres partes del Catecismo corresponden al plan
de lo que hay que hacer para vivir conforme a Dios: creer las verdades reveladas
por El (Credo), guardar sus mandamientos (Mandamientos de la Ley, Preceptos de
la Iglesia, Virtudes principales), con los auxilios de su gracia, la cual se
alcanza por medio de los sacramentos (medios que causan la gracia) y la oración
(o medio que alcanza la gracia). Acaba el Catecismo con las oraciones del
cristiano para el día, para la confesión y comunión, la forma de rezar el
rosario y de ayudar a misa.
Lo que llama positivamente la atención de este
catecismo es su claridad, concisión y sentido práctico. Pero sorprende el
enfoque individualista de la fe, su noción más filosófica que bíblica de
Dios ("Un Ser perfectísimo, Creador y Señor de Cielo y Tierra", el
poco relieve de Jesucristo en la revelación de Dios y en toda la vida
cristiana, y la visión meramente instrumental de los sacramentos, como medios
para alcanzar la gracia para así cumplir los mandamientos. El mismo método de
preguntas y respuestas, aun dirigido a niños, responde a un tipo de mentalidad
y pedagogía religiosa muy clásica. Este Catecismo puede servir de ejemplo a la
clave o mentalidad que llamaremos tradicional.
2. El
Nuevo Catecismo de Adultos, llamado comúnmente Catecismo holandés, es de l966,
es decir poco después del Vaticano II. Fruto de un trabajo colectivo y de una
serie de intercambios realizados en la Iglesia holandesa, pretende ofrecer un
enfoque nuevo de la fe para los adultos, con el fin de poder elaborar después
un catecismo para jóvenes.
Sin preguntas ni respuestas, sin tecnicismos filosóficos
o teológicos, es una invitación a la reflexión. No pretende dar respuestas
definitivas, sino que ofrece más bien una visión histórica del dogma en el
lenguaje existencial del hombre moderno.
Su punto de partida es el misterio del hombre y de
la existencia humana: ¿Quién soy yo? ¿Qué es el hombre? ¿Qué sentido tiene
la vida? ¿Qué sentido tiene este mundo?. Aparece claramente cómo el hombre
busca a Dios a través de toda la historia y se enumeran las grandes religiones
de la humanidad como caminos de búsqueda de Dios. Destaca el camino del pueblo
de Israel que culminará en Cristo. El Hijo del Hombre y la Iglesia como camino
de Cristo, constituyen las partes básicas de este Catecismo. Finalmente un capítulo
sobre el término del camino: la vejez, la escatología, y Dios Trinidad.
No nos interesa aquí evaluar cada una de sus
afirmaciones (algunas de ellas fueron objeto de reservas por parte de Roma),
sino ver su modo de enfocar la visión de la fe. Llama la atención su sentido
antropológico, histórico, comunitario, y bíblico de fe, su apertura al hombre
moderno y a los humanismos contemporáneos, y un estilo sencillo y comprensible
para el hombre de la calle. Evidentemente su trasfondo cultural, económico y
religioso corresponde al de la Europa Central de los años 60, y se respira un
cierto optimismo, típico del mundo neocapitalista y liberal de aquellos años,
bastante alejado de los problemas del Tercer Mundo. Es un ejemplo representativo
de lo que llamaremos la clave moderna de la fe.
3.
"Nuestro Catecismo", obra de la Prelatura de San Félix de Araguaia y
de su Obispo Pedro Casaldáliga, es de los años 80. Mantiene el esquema clásico
del Catecismo de Pío X: primera parte el Credo, segunda parte la Ley, tercera
parte la oración. Pero hay notables diferencias entre ambos catecismos. Aquí
cada tema se realiza en cuatro momentos: explicación del tema, resumen en letra
grande para ser memorizado, preguntas para la reflexión en la comunidad y un
momento de oración o alabanza final. El Credo va glosando el símbolo apostólico,
con breves anotaciones que lo actualizan para América Latina. Así por ejemplo.
"Creemos que Dios quiere la igualdad y felicidad de todos, creemos que Dios
acompaña siempre a su pueblo, creemos que la misión de Jesús es hacer
presente el Reino de Dios. Creemos en Jesús que ha vencido a la muerte, creemos
en el Espíritu Santo la fuerza de Dios en nosotros, creemos que la Iglesia es
la continuadora de la misión de Jesús, creemos que Jesús es fuente de agua
viva". En este contexto cristológico y eclesial se ubican los siete
sacramentos. La segunda parte trata sobre la Ley: los diez mandamientos, la Ley
del pueblo liberado por Dios de Egipto y la bienaventuranzas y maldiciones de
Jesús. Finalmente la última parte sobre la oración expone el Padre Nuestro y
otras oraciones del cristianismo. Acaba el Catecismo con el decálogo del hombre
feliz para aprenderlo de memoria y vivirlo en la vida.
Feliz aquel que ama a Dios y vive con fe, atento a
lo que Dios quiere.
Feliz aquel que descubrió que el verdadero Dios
camina con el pueblo y quiere su liberación.
Feliz aquel que comprende que seguir a Jesús es
vivir en comunidad en unión con el Padre y los hermanos.
Feliz aquel que confía en sus compañeros: "el
mundo será mejor cuando el pobre que sufre confía en el que es también pobre
como él".
Feliz aquel que piensa que la vida y el buen nombre
de los compañeros valen más que todo el oro del mundo.
Feliz aquel que ama y respeta a su familia: a la
esposa, al esposo, a los hijos y a los padres.
Feliz aquel que sabe que su dignidad personal es
sagrada.
Feliz aquel que entiende que la verdadera religión
es amar a Dios, como Padre y al prójimo como hermano.
Llama la atención de este Catecismo, junto con su
sencillez y pedagogía, su profundo sentido evangélico, comunitario y
liberador. Hay una constante preocupación por unir Dios y la vida del pueblo.
Es un ejemplo de la clave solidaria de la fe.
Estos tres catecismos, nacidos en momentos históricos
y en contextos socioculturales muy diversos, ejemplifican diversas claves de
interpretación de la fe, dentro de la tradición eclesial. En realidad no sólo
los textos difieren, sino el mismo concepto de catequesis, su papel dentro de la
comunidad cristiana, sus agentes y su forma de ser llevado a la práctica. Cada
Catecismo revela una mentalidad diferente, una visión peculiar de la fe, un
esquema mental un paradigma, una óptica propia.
3. EXPOSICION DE LAS TRES
CLAVES DE LECTURA DE LA FE
Mientras en Europa se ha mantenido el interés por
definir la esencia del cristianismo, en América Latina ha surgido la preocupación
por vincular la fe a la realidad concreta histórica y local, y por descubrir la
evolución histórica de la visión de la fe. Una serie de autores de América
Latina (G. Gutiérrez, J.B. Libânio, L. Boff. R. Muñoz, P. Trigo, M. Preiswerk,
el equipo de teólogos de la CLAR) ha ido mostrando la pluralidad de esquemas
mentales existentes y su repercusión en orden a comprender y vivir la fe.
Los tres esquemas básicos podemos llamarlos clave
tradicional o clásica, clave moderna o secular y clave solidaria o liberadora.
Expliquemos los elementos constitutivos de cada una de estas claves, su origen y
sus implicaciones.
1. Clave tradicional. En ella predomina una visión objetiva y
esencialista de la realidad, la cosa en sí misma, independientemente del
sujeto. Su esquema está más ligado a la naturaleza que a la historia, a lo
dogmático y estático que a lo dinámico y evolutivo, a los orígenes más que
al fin. Su visión de la realidad es vertical, jerárquica, jurídica,
descendente. Todo el universo mental sigue un orden preestablecido y al igual
que el orden cósmico, está regido por unas leyes fijas y constantes, monolíticas
y uniformes.
Este esquema está muy marcado por la sumisión a la
naturaleza ante la cual el hombre se siente impotente y mira con respeto
sagrado, procurando obedecer en todo el curso de la ley natural. Esta actitud se
traduce también en las relaciones sociales: sumisión a la autoridad, a la
tradición, a lo establecido, a las reglas de convivencia, a las costumbres. Así
como no se cuestiona el orden cósmico, tampoco el orden social: ambos se
consideran sagrados y queridos por Dios y vienen a ser expresiones de su
Voluntad divina. El mundo está regido por la Providencia de Dios y la libertad
humana se expresa en la aceptación y entrega a esta Voluntad divina, sin
concebirse una postura crítica frente a la familia, la sociedad o la religión.
El mundo divino y sobrenatural es el que da sentido al mundo natural o profano,
el cual carece de autonomía y consistencia propia. Todo debe ser sacralizado
para que adquiera sentido.
Hay pues una gran coherencia entre los aspectos
culturales, sociales, filosóficos y religiosos de este esquema mental.
Este esquema mental es típico del mundo agrario,
feudal y religioso que prevaleció durante la Edad Media y configuró lo que se
ha llamado la Cristiandad. Esta cosmovisión se comenzó a resquebrajar de forma
clara en el siglo XV, pero a nivel eclesial se prolongó todavía durante
siglos. El Catecismo de Pío X refleja esta mentalidad, de la que oficialmente
la Iglesia católica se distanció recién en el Concilio Vaticano II.
2. Clave moderna. Desde el Renacimiento se abre paso en forma clara
un cambio de mentalidad que hacía siglos había comenzado a despuntar. Una
serie de hechos enmarcan esta evolución: el progreso de las ciencias que obliga
a desacralizar la naturaleza (Galileo) y a operar un giro
"Copernicano" respecto a la visión clásica anterior; la aparición
de una ciencia política (Maquiavelo) que intenta independizarse de la tutela
eclesial y busca su propia racionalidad;la Reforma con la afirmación de la
autonomía de la conciencia personal frente a la Iglesia, etc. Este amplio
movimiento irá avanzando con los años: la Ilustración, la Revolución
Francesa, la Independencia de Norteamérica y de América Latina y de las
antiguas colonias Asiáticas y Africanas, el progreso científico, el
capitalismo económico y la Revolución industrial. . ., irán configurando una
nueva visión de la realidad: secular, urbana, democrática, liberal,
pluralista. . .
De esta clave moderna la persona es el centro. Se ha
pasado de una visión objetiva y cosista a otra subjetiva y antropológica. La
naturaleza se ha desacralizado y la razón técnica ha transformado el antiguo
cosmos mítico en objeto de dominio, de energía y de riqueza. De la mentalidad
estática y fixista se ha pasado a una visión dinámica, histórica, evolutiva,
en la que la libertad y la racionalidad instrumental dominan la materia y enseñorean
la historia. El sujeto toma conciencia de su realidad personal y existencial y
rechaza todo dogmatismo, autoritarismo y legalismo. El nuevo sujeto histórico
de esta nueva historia es el sector de la burguesía. En este optimismo del
progreso de la técnica, florece tanto el individualismo más exacerbado
(privacidad, propiedad privada, liberalismo económico), como el deseo de diálogo
y de comunidad humana (intersubjetividad, comunidades de relaciones primarias).
También en la esfera religiosa, de la clave moderna surge tanto el ateísmo
racionalista (por creer que Dios niega la autonomía humana), como una fe más
personal y más comunitaria, que lejos de negar la libertad y la conciencia, la
hace más cómoda y responsable en la historia y en la misma comunidad
cristiana.
Dentro del cristianismo, las iglesias nacidas de la
Reforma aceptaron esta mentalidad mucho antes que la Iglesia católica, que
durante siglos se resistió frente a ella, por verla ligada a peligros dogmáticos
y prácticos. Recién en la primera mitad del siglo XX, una serie de movimientos
espirituales, pastorales y teológicos (movimiento bíblico, litúrgico, patrístico,
ecuménico, social), fueron madurando el ambiente eclesial, hasta cristalizar en
el Concilio Vaticano II. Este Concilio, convocado por Juan XXIII y llevado a término
por Pablo VI, representa el paso de la clave tradicional a la moderna en la
Iglesia católica. Sus documentos sobre ecumenismo, libertad religiosa, diálogo
con el mundo moderno, etc., son significativos de este cambio de mentalidad. El
Catecismo holandés expresa bien esta nueva sensibilidad humana y eclesial. La
resistencia de muchos sectores eclesiales en aceptar el Vaticano II, es un
reflejo de lo profundamente arraigada que estaba, y continúa estando, en muchos
católicos la clave tradicional. Por otra parte el retraso de siglos por parte
de la Iglesia en aceptar esta nueva clave histórica, ha sido fuente de muchos
conflictos y tensión para muchos cristianos, que se sentían dilacerados entre
su cosmovisión humana moderna y la visión tradicional de la fe que la Iglesia
todavía mantenía.
3. Clave solidaria. Las grandes revoluciones sociales de principio de
siglo y de estas últimas décadas, la irrupción de los pobres en la historia,
el clamor de la mayor parte de la humanidad por una vida más justa y más
humana, han hecho aflorar en la conciencia contemporánea la dimensión de lo
social, como momento dialéctico de relación entre sujeto y objeto.
La naturaleza se contempla a la luz de las
estructuras sociales, económicas y políticas. También la conciencia subjetiva
se ve situada dentro de lo social y lo estructural. Lo económico y lo político
cobra fuerza, se descubren el influjo del lugar socio-económico en la
mentalidad de los grupos y los intereses de clase. Frente a las injusticias de
las estructuras dominantes se busca el proyecto histórico del pueblo, en una línea
más participativa y socializante. El pueblo constituye el nuevo sujeto social e
histórico del momento presente. La esfera de lo religioso no escapa a esta
clave de lectura. Para algunos sectores Dios aparece como adormecedor, para que
el pueblo se resigne ante el fatalismo de la pobreza; para otros se redescubre
la dimensión social y política de la religión de la fe y del Evangelio.
Concretamente dentro de la Iglesia católica, las
conferencias del episcopado latinoamericano reunidas en Medellín (l968) y
Puebla (l979) para aplicar el Vaticano II a América Latina, representan una
clara toma de conciencia por parte de la Iglesia de América Latina de esta
nueva clave de lectura. La fe es vista desde el ángulo de los pobres, desde la
realidad e injusticia de América Latina. Desde la fe, esta situación es
calificada como pecado personal y social, contraria al plan de Dios.
Consiguientemente en esta situación de conflicto, la Iglesia opta
prioritariamente por el sector de los pobres, como la forma actual de realizar
hoy su tarea evangélica.
Esta clave de lectura halla en el Catecismo del
obispo Casaldáliga una expresión concreta. Pero esta visión no se reduce a América
Latina, sino que va creciendo sobre todo en el Tercer Mundo y en los sectores más
explotados de los países del Norte. Esta clave, por sus implicaciones sociopolíticas,
produce amplias sospechas y reticencias en sectores eclesiales y políticos de
todo el mundo. La agresividad del Documento de Santa Fe del gobierno de Reagan
contra la Teología de la Liberación, es un claro exponente de la
conflictividad de esta clave solidaria. La misma Iglesia universal está todavía
lejos de haber aceptado teórica y prácticamente esta clave.
Todo ello aparecerá con más claridad cuando veamos
cómo las tres claves descritas aquí configuran en la práctica diversas
concepciones de la fe en sus capítulos más significativos: Dios, Cristo,
Antropología, Eclesiología, Sacramentos, Educación, Praxis social, Pastoral,
etc.
4. TRES
VISIONES DEL CRISTIANISMO
A partir de cada una de estas tres claves se
configuran diversas lecturas de la fe. Iremos viendo, sucesivamente, cómo cada
clave enfoca los puntos nucleares de la fe cristiana.
1. El misterio de Dios.
Dios es visto por la clave tradicional como Ser
perfectísimo, eterno, espiritual, trascendente, providente, omnipotente creador
de todo, totalmente Otro y diferente de todo lo creado, impasible,
incondicionado, inconmensurable, omnipresente, infinito, Causa primera, Supremo
Hacedor y Ordenador del Universo. Sus atributos están más cerca de la filosofía
griega y de la Teodicea que de la Escritura y causan la impresión de gran lejanía
de la humanidad. A partir de esta imagen de Dios, la religión parece guardiana
del orden establecido y todo cambio parece atentar contra la Ley Divina que
dirige las cosas a sus fines. Es una imagen de Dios más ligada al curso de los
astros que a al historia.
Indudablemente el misterio Trinitario se proclama
abiertamente, pero la visión tradicional de la Trinidad es más metafísica que
bíblica, acentuando más la esencia de la divinidad que la riqueza de las
Personas, y todo el misterio parece más un juego de la lógica que una revelación
cálida y nuclear para la vida cristiana. Basta leer himnos y prefacios
trinitarios de la liturgia latina para percatarse de que esta verdad parece en
la práctica reservarse a la especulación de unos pocos iniciados.
El concepto mismo de revelación se centra en la
comunicación por parte de Dios de unas verdades y normas, cuya recopilación se
recoge en la Escritura y en la Tradición eclesial. La Iglesia es la depositaria
de este "depósito de la fe" que el magisterio eclesial defiende y
propone a los fieles para su aceptación. La fe es, lógicamente, la aceptación
por parte de los fieles de estas verdades reveladas por Dios y enseñadas por la
Iglesia. Hay un predominio de lo intelectual sobre lo vital, de lo autoritario
sobre lo comunitario, de lo dogmático inmutable sobre lo histórico, de la
doctrina recta sobre la práctica. Llama la atención en esta visión de Dios el
papel tan poco relevante de Jesús para nuestra comprensión de Dios. También
la Escritura se concibe como escrita por los autores bíblicos gracias a una
inspiración en forma de dictado desde arriba. Estamos lejos de las modernas
reflexiones sobre tradiciones bíblicas, géneros literarios, historia de las
formas, etc.
La clave moderna tiene una visión profundamente bíblica
de Dios: es el Padre de Nuestro Señor Jesucristo, revelado por Jesús, el Hijo
encarnado. Es Jesús quien ha revelado históricamente el misterio de Dios, al
hablar del Padre que le ha enviado y del Espíritu Santo que enviará a los Apóstoles.
La Trinidad no es una revelación para satisfacer la curiosidad científica,
sino un misterio de amor y de comunión, que se revela a la humanidad en la
medida en que le hace participar de su misterio: Dios nos revela que es Padre al
hacernos hijos suyos, el Espíritu se revela como don de amor al difundirse el
amor de Dios en nuestros corazones. Jesús se revela como Hijo al hacernos sus
hermanos. La revelación de Dios aparece como una realidad histórica: existe
una historia de salvación, con diferentes momentos y etapas (Antiguo
Testamento, Jesús, Nuevo Testamento) y Dios se comunica con palabras y con
hechos. La Biblia recoge estos hechos salvíficos y su interpretación, y la
Iglesia es la comunidad capaz de interpretar la Escritura, porque en ella
reconoce su propia historia de salvación. Dios es el autor de la Escritura en
cuanto es el autor de toda la historia de salvación y de la Iglesia, a cuyo
bien todo se dirige. Pero Dios continúa actuando en la historia, y aunque no
revela misterios nuevos diferentes de la gran revelación en Cristo, sí nos
hace comprender cada vez con mayor profundidad la verdad revelada. Los signos de
los tiempos nos manifiestan la voluntad y el plan de Dios en la historia, a través
de acontecimientos, aspiraciones y deseos de los pueblos (GS 4; 11; 44). La fe
no es sólo adhesión a verdades, sino una vida nueva, la participación de la
vida de Dios, que en Jesús se nos ha comunicado.
Para la comprensión más adecuada de la revelación,
la mentalidad moderna incorpora al estudio de la Biblia y del dogma, los aportes
de las ciencias históricas, lingüísticas, sociales, filosóficas, etc.,
proporcionando así una imagen de la revelación que sin dejar de ser misteriosa
es más inteligible y se adapta a la mentalidad del mundo de hoy. Este puede
exclamar: ¡Ahora entiendo la Biblia!, repitiendo el título de un conocido
libro de introducción a la Escritura.
La visión solidaria se sitúa en continuidad con la
visión moderna, pero acentuando una serie de dimensiones poco resaltadas en la
anterior clave. Dios es captado en su revelación en la historia de salvación,
como el Dios de la vida (Gn), el liberador de pobres y oprimidos cuyo clamor
escucha compasivo (Ex), como el Dios que desea se realice el derecho y la
justicia (Profetas). Esta imagen de Dios es la que el mismo Jesús nos presenta:
un Dios que desea la liberación de los cautivos (Lc 4,l8) y cuyas entrañas se
enternecen ante el hijo pródigo (Lc l5). La Trinidad es un misterio de comunión
y participación, un misterio de solidaridad. La revelación de Dios se ordena a
la realización del plan de Dios, al Reino. Este Reino es como la prolongación
hacia afuera del misterio de solidaridad y comunión de Dios: el crear una
humanidad fraterna, filial, reconciliada, libre, justa, igualitaria. El Espíritu
continúa actuando en nuestra historia, y a través del clamor del pueblo
oprimido hace escuchar se gemido y su anhelo de liberación (Rm 8).
La Escritura es la historia del pueblo de Dios en su
marcha hacia el Reino y debe leerse desde el mismo pueblo. Los pobres son los
primeros destinatarios del Evangelio y aquellos a los que han sido revelados los
misterios del Reino. Desde la solidaridad con ellos, la Biblia alcanza su
sentido, que se oculta a los sabios y prudentes de este mundo. Dios es el Dios
de los pobres y estos son los que mejor comprenden su Reino (Mt 11,25). La fe
exige vivir conforme el plan de Dios, practicar la justicia: "Ya se te ha
dicho, hombre lo que es bueno y lo que el Señor te exige: Tan sólo que
practiques la justicia que quieras con ternura y te portes humildemente con tu
Dios" (Mq 6,8). En el NT esta práctica se concretará en el seguimiento de
Jesús. No basta aceptar verdades correctas, hay que vivir siguiendo a Jesús.
2. Jesucristo
En la Cristología tradicional se llamaba el tratado
del Verbo Encarnado. Se partía de una noción ya conocida de Dios y se aplicaba
a Jesús. Puesto que Dios es todopoderoso y omnisciente, Jesús aparece más
como un Dios disfrazado de hombre que como un hombre verdadero igual en todo a
nosotros, menos en el pecado. Las tentaciones de Jesús, sus sufrimientos y
fracasos resultaban inexplicables: eran únicamente para darnos ejemplo, pues en
realidad El se mantenía ajeno a todo este mundo limitado y oscuro que nos
rodea. Más que revelarnos quién es Dios a través de su humanidad de su
vaciamiento, parecía confirmar nuestra idea de un Dios lejano, poderoso
demasiado parecido a los poderosos de este mundo.
En esta Cristología tradicional, los misterios de
la vida de Jesús contaban poco: todo lo llenaba el problema de la unión
personal del Verbo con la humanidad de Jesús, la relación entre la Persona
divina de Jesús y sus dos naturalezas. Era una Cristología centrada más
directamente en los Concilios de la Iglesia que en la Escritura, más metafísica
que histórica, más apologética que positiva.
Por otra parte la dimensión salvadora de Jesús
quedaba prácticamente reducida al sacrificio de su muerte. La cruz, expiación
del pecado de Adán, es la satisfacción infinita que se ofrece a Dios para
reparar la ofensa infinita del pecado. La muerte de Jesús nos abre las puertas
del cielo y así cada persona puede salvarse después de su muerte.
Hay una serie de aspectos que no aparecen claramente
en esta Cristología: su vida, su doctrina, su Resurrección. Todo se centra en
el sacrificio de su muerte expiatoria, entendida desde una mentalidad que
refleja los esquemas feudales de la época: el vasallo que ofende a su señor
necesita reparar la ofensa, y en el caso de Dios, sólo una Persona de igual
dignidad divina -el Hijo- puede repararlo. No aparece ninguna dimensión
liberadora del Evangelio de Jesús que ayude a transformar la historia, sino que
todo parece reducirse a una salvación individual para la otra vida.
La Cristología moderna está bien arraigada en la
Biblia. Parte de Jesús de Nazaret, de su vida, muerte y resurrección, recupera
la humanidad de Jesús con todas las limitaciones anejas a la verdadera
humanidad. Es Jesús quién nos revela que Dios es ante todo Padre, y también
Jesús es quien nos revela la dignidad humana: el hombre es hijo de Dios y
hermano de Cristo. La encarnación de Jesús es el Si de Dios al mundo y de la
historia humana. Desde entonces no hay que buscar a Dios al margen de la
historia, sino en la vida humana, en el amor fraterno.
La muerte salvadora de Jesús es fruto de haber
asumido la naturaleza humana con todas sus consecuencias hasta el final, y su
muerte da sentido al misterio oscuro de nuestra muerte. Pero es la Resurrección
de Jesús la que clarifica el sentido de nuestra vida y de nuestra muerte, y por
esto es fundamento de nuestra esperanza. La Resurrección de Jesús nos ofrece
el modelo de la nueva humanidad, ya que Cristo resucitado es el Señor de la
historia, alfa y omega del universo (GS 22; 32; 45). Es una Cristología más
positiva y cercana a la problemática moderna, pero que puede pecar de un
excesivo optimismo.
La Cristología solidaria se sitúa dentro del
enfoque moderno, pero resaltando una serie de aspectos que se descubren al leer
el Evangelio desde un mundo de pobreza y hambre de América Latina: Jesús fue
pobre, miembro de un pueblo oprimido, optó por los marginados de su tiempo y
les anunció a ellos preferentemente el plan de Dios, el Reino. Exige conversión
para entrar en este Reino de Dios, que es una maravillosa Utopía que subvierte
el orden injusto actual y desea construir una humanidad fraterna, filial, libre
y reconciliada. Nos revela a su Padre como el Dios de los pobres, los pequeños
y sencillos, y promete al Espíritu que llevará a término en la historia del
futuro. Su muerte no es casual sino consecuencia de los conflictos que su misión
y sus opciones provocan en todos aquellos que no desean que las cosas cambien ni
que venga el Reino de Dios. La Resurrección de Jesús es el Sí del Padre al
camino de Jesús y una gran buena noticia para los pobres y oprimidos de este
mundo: Dios quiere la vida y levanta del polvo al oprimido. Pero es una mala
noticia para Pilatos, Herodes, Caifás y todos los poderosos de este mundo. La
vida de Jesús, su mensaje, su muerte y resurrección tienen un profundo
contenido liberador. La solidaridad de Jesús con los pobres y su identificación
con ellos en el juicio final, hace de los pobres el centro del nuevo Reino, del
que ellos son los jueces escatológicos en el tribunal supremo de la historia (Mt
25, 3l-45).
Esta clave solidaria, esencialmente bíblica,
fundamenta una actitud cristiana de seguimiento de la vida y mensaje de Jesús,
a imitación de los apóstoles. Se entendería mal esta clave si se la redujese
a una liberación meramente socio-económica, fruto exclusivo del esfuerzo
humano, cayendo así en fáciles y engañosos mesianismos terrenos. Esta clave
no olvida las dimensiones de trascendencia, de cruz y de gratuidad de la salvación.
Jesús no es un simple profeta, ni un revolucionario social, sino el Hijo de
Dios que ha venido al mundo para que tengamos vida en abundancia (Jn 10,10) y
para hacernos libres de toda esclavitud (Jn 8,36) con su vida, muerte y
resurrección.
3. Antropología
La concepción tradicional llamaba a esta parte de
la teología el tratado sobre la gracia. Parte de la creación natural y de la
elevación de la humanidad al orden sobrenatural, que en el paraíso terrenal se
manifiesta esplendorosamente. De este estado paradisíaco Adán y Eva, por su
pecado fueron expulsados, perdiendo la gracia sobrenatural y otros dones. Este
pecado de los orígenes de la humanidad constituye la raíz del llamado pecado
original, que se hereda a través de la procreación del que el bautismo nos
limpia por la gracia de Cristo. Pero aún después del bautismo, el cristiano
está sometido a la tentación, al pecado y a la muerte. La vida es una dura
batalla, el trabajo del varón y el dolor del parto de la mujer continúan
siendo castigo del pecado. El recuerdo de las postrimerías del hombre, muerte,
juicio, infierno y gloria, son una continua ayuda para no pecar y salvar el
alma, viviendo en una perpetua conversión personal y esperando los bienes
eternos del cielo.
Esta visión sostiene un profundo dualismo entre el
orden natural y el sobrenatural, entre tierra y cielo, entre cuerpo y alma,
entre presente y futuro. Su visión de la humanidad se orienta al más allá y
posee un sello más individual que comunitario. Todo se mide en relación con la
eternidad, y el compromiso con el presente es poco fuerte. Trabajo, sexo, política,
cuerpo, materia, parecen conllevar una carga más bien negativa. Hay siempre una
nostalgia del paraíso perdido.
La clave moderna posee una visión más positiva e
integral de la realidad terrestre y humana. Su visión es más bíblica y
existencial. La obra creadora de Dios, que no impide una visión evolucionista
del mundo, culmina en la creación del hombre y de la mujer, llamados a dominar
el mundo con su trabajo e inteligencia y a vivir el amor interpersonal. El
pecado original se contempla sobre todo desde una visión personalista: son
nuestros pecados personales los que lo actualizan y lo hacen presente. El paraíso
es concebido más bien como la Utopía de futuro para la humanidad. La misión
humana en el mundo se concreta por acercarse a este ideal escatológico, los
cielos nuevos y la tierra nueva. Mientras tanto, aunque hay desproporción entre
nuestro trabajo es semilla de la nueva humanidad. La gracia todo lo penetra,
todo es gracia. Hay una experiencia personal de la gracia. No se niega el pecado
ni la oscuridad de la muerte, pero la muerte y resurrección de Jesús son
fuente de salvación y de esperanza. Se insiste en la dimensión comunitaria del
pecado y de la conversión ya que se es consciente que el pecado hiere a la
Iglesia, comunidad de salvación en nuestro mundo. La visión moderna es
fundamentalmente optimista, evolutiva, mira al futuro con confianza y valora la
responsabilidad humana en el progreso de la historia, que camina hacia su
transfiguración en Cristo.
La clave solidaria no parte de un ideal abstracto de
humanidad, sino de la situación inhumana y de muerte a la que se ve sometida la
mayor parte de la humanidad: hambre, analfabetismo, pobreza, insalubridad, vida
dura y muerte anticipada prematura e injustamente. Esta realidad, opuesta al
plan de Dios se debe llamar pecado. El pecado original y personal cristaliza en
estructuras de pecado, en concreto en el pecado de injusticia que es el gran
pecado de nuestro mundo. Su visión del mundo no es ilusoriamente optimista. El
pecado produce muerte: desde Caín a la crucifixión de Jesús, desde los
profetas asesinados a los millones de seres condenados hoy a la muerte. Sin
embargo, desde la fe se recupera la esperanza: Dios quiere la vida, el mundo
debe ser compartido por todos, Jesús es la Vida verdadera y desea que la
poseamos en abundancia. Su resurrección significa la posibilidad de que la vida
triunfe sobre la muerte y la víctima sobre el verdugo, Jesús con su vida y su
identificación solidaria con los pobres nos marca la ruta: trabajar por la
liberación integral de toda esclavitud y de toda muerte, luchar por quitar el
pecado del mundo, realizar ya aquí el Reino, anticipar ya en este mundo
parcialmente los cielos nuevos y la tierra nueva de la escatología, caminar
hacia la comunión y participación plena de todos entre sí y con Dios.
Esta visión es colectiva e histórica: tanto la
gracia como el pecado tienen dimensión histórica. La salvación debe hacerse
presente en la historia del pueblo de Dios, llegando así a una experiencia no sólo
personal sino histórica de la gracia. Es una concepción muy realista de la
existencia humana y del peso del pecado en la historia, pero al mismo tiempo
vive la esperanza de un futuro mejor, más conforme el plan de Dios, del que el
paraíso es el símbolo que debe ser anticipado ya aquí. Desde los pobres de
este mundo debe comenzar a surgir la nueva humanidad: el Reino de Dios,
prometido a todos los que lloran y sufren.
4. La Iglesia
La clave tradicional concibe la Iglesia en forma de
pirámide que se estrecha a medida que se acerca a la cúspide y se ensancha en
la base. Es una eclesiología centrada en el poder y la autoridad. Más
concretamente, es una Iglesia dividida en dos clases de cristianos: el clero o
jerarquía y los seglares o laicos. La jerarquía (Papa, obispos, sacerdotes)
está consagrada para las cosas espirituales de Dios, mientras los laicos se
ocupan de las cosas terrenas, carnales y profanas. En la cúspide de la jerarquía
está el Papa que domina sobre toda la Iglesia y sobre el pueblo cristiano. Esta
eclesiología clerical destaca también las dimensiones juridicistas e
institucionales de la Iglesia: aparecen en esta visión clásica de la Iglesia más
los aspectos visibles e históricos que su dimensión de misterio. Es también
una Iglesia triunfalista y gloriosa, en la que las atribuciones del Resucitado
han pasado a sus representantes jerárquicos. Esta visión de Iglesia, típica
de la Cristiandad medieval, provocó cismas en el cuerpo de la Iglesia: la
separación de la Iglesia de Oriente, la Reforma. . . Pero todo ello no sirvió
más que para reforzar la eclesiología tradicional, que alcanzará su punto álgido
en el Vaticano I y en la época de Pío XII. Los intentos más modernos de
elaborar una teología del laicado, no son más que pequeños remedios para
superar una situación de alejamiento del mundo, ya imposible de sostener por más
tiempo. El laicado, cuya misión es consagrar el mundo y ser como una
avanzadilla eclesial en el terreno social y político, continúa en esta clave,
subordinado al clero, del que es como su brazo ejecutivo.
La clave moderna recupera la dimensión de Iglesia
de comunión, olvidada durante algunos siglos, y se define como sacramento de
salvación. Frente a la visión anterior eminentemente clerical, la Iglesia se
proclama toda ella Pueblo de Dios, constituido por el bautismo y la eucaristía.
Frente al juridicismo anterior, la Iglesia moderna descubre su dimensión de
misterio o sacramento. Frente al triunfalismo tradicional, la Iglesia ahora se
proclama peregrina hacia el Reino y dialogante con el mundo. Esta visión
eclesiológica moderna desemboca en una serie de reformas y medidas que acentuarán
las notas del diálogo, la corresponsabilidad, la comunidad: reforma litúrgica,
ecumenismo, sínodos, conferencias episcopales, consejos pastorales, etc. Esta
eclesiología, iniciada en la primera mitad del siglo XX, culminará en el
Vaticano II y en la eclesiología postconciliar.
La clave solidaria completa y desarrolla la
eclesiología moderna en algunos puntos. Es una eclesiología liberadora, que
quiere ser sacramento histórico de liberación para los sectores populares y
pobres. Quiere destacar que el Pueblo de Dios, que nació en el Exodo fue un
pueblo liberado de la esclavitud y que sólo buscando la liberación del pueblo
pobre, la Iglesia puede llegar a ser auténtico Pueblo de Dios. Es una Iglesia
que toda ella se orienta hacia el Reino de Dios, un Reino que en un mundo
dividido por la injusticia, debe ser Reino de Justicia, derecho y libertad. Es
una Iglesia encarnada y presente en el mundo, pero sobre todo en el mundo de los
pobres. Es la Iglesia del Crucificado y de los crucificados de este mundo por el
egoísmo del pecado. Quiere ser no sólo Iglesia para los pobres, sino Iglesia
de los pobres.
Este tipo de eclesiología, que va creciendo en
torno a Medellín y Puebla, se concreta en las comunidades eclesiales de base,
nuevos carismas, nuevos ministerios, un nuevo estilo más profético, y también
sufre conflictos, persecuciones, y martirio. Desde la solidaridad con los pobres
de la tierra, esta eclesiología adquiere una fuerte dimensión evangélica y
popular: su opción prioritaria por los pobres es su nota más característica.
5. Sacramentos
Es importante la visión que se tenga de los
sacramentos, pues a través de ellos se ofrece una imagen de cristianismo y de
la Iglesia.
Para la clave tradicional los sacramentos son
instrumentos de gracia, unos canales a través de los cuales, la gracia que
Cristo nos mereció por su pasión, se nos comunica a cada uno de nosotros. De
ahí proviene su eficacia infalible, con tal que se pongan las condiciones mínimas
necesarias para su recto funcionamiento. El sacerdote es el ministro de estos
sacramentos, por ser el mediador entre Dios y los hombres. El administra estas
fuentes de gracia de la Iglesia. El bautismo de los niños sería el sacramento
prototipo: en él aparece la dimensión objetiva de la salvación que Dios nos
comunica a través de estos instrumentos de gracia.
La visión sacramental moderna recupera otros
aspectos del sacramento: su dimensión simbólica, el encuentro personal con el
Resucitado y sobre todo su eclesialidad. Los sacramentos son celebraciones litúrgicas
de la Iglesia, momentos fuertes en los que la comunidad eclesial expresa y
celebra el misterio pascual de Cristo y el triunfo definitivo de su gracia sobre
el pecado. A través de ellos, no sólo las personas reciben gracia, sino que la
misma comunidad eclesial, se va estructurando, como comunidad de Jesús en el
mundo. El sacerdote aparece como representante cualificado de la Iglesia. La
eucaristía es el sacramento principal, ya que gracias a ella la Iglesia se va
constituyendo como Cuerpo de Cristo. El sacramento presupone fe y opción
personal de parte del sujeto que se acerca a la Iglesia. En esta clave moderna,
el bautismo de niños, o es cuestionado por algunos, o no se considera como el
prototipo de los sacramentos, sino más bien como un caso límite muy peculiar.
El ideal sacramental sería los sacramentos de los adultos, donde ellos
corresponden a la gracia con su fe y disposición personal. Esta clave
sacramental entra en diálogo con el mundo moderno secular y liberal.
La clave solidaria redescubre otros aspectos de los
sacramentos: su dimensión profética, el ser símbolos de la Utopía del Reino,
la exigencia de justicia y solidaridad con los pobres, su conexión con el
seguimiento del Jesús histórico. Los sacramentos deben ser símbolos
liberadores de una Iglesia que ha optado por los pobres y que desea que haya
conexión entre el misterio pascual que celebra toda liturgia y el compromiso
cristiano en la vida del pueblo. Tanto la pascua judía, como la pascua de Jesús,
son acontecimientos salvíficos profundamente liberadores. En la liturgia debe
resonar el clamor del pueblo y hacerlo llegar a Dios. En esta clave la
preocupación principal no es por el problema de la edad de los que reciben los
sacramentos (niños o adultos), sino por el compromiso que se tiene frente a las
estructuras injustas de la sociedad. Esta clave se preocupa por mantener unidos
el sacramento del altar y el sacramento del hermano. Evidentemente esta
mentalidad se alimenta de la constante experiencia de miseria, de pobreza y de
marginación de las mayorías de América Latina y del Tercer Mundo.
6. Espiritualidad
La espiritualidad tradicional parte del dualismo
entre materia y espíritu, parece reducir la espiritualidad a la esfera de lo
sagrado, a personas especialmente consagradas a Dios (sacerdotes y religiosos),
a la vida interior y al cultivo de la belleza del alma. La división entre
preceptos y consejos evangélicos separa a los cultivadores de la perfección
(clero, y religiosos) de los que se contentan con cumplir los mandamientos
(laicos). La espiritualidad es para las élites y grupos selectos, con capacidad
intelectual y económica para dedicarse a la contemplación y a la vida
espiritual.
La espiritualidad, vista desde la clave moderna,
recupera las nociones de bautismo y Pueblo de Dios, se centra en el don de la
caridad y en la celebración litúrgica. La vocación universal de toda la
Iglesia a la santidad y la doctrina de la pluralidad de carismas en la Iglesia,
abren las puertas de la espiritualidad a todo bautizado. La perfección se
centra en la caridad y su cumbre es el don del martirio. La espiritualidad se
debe vivir en el mundo, en el trabajo y en las realidades temporales cotidianas.
Surge la espiritualidad laical y la de la propia profesión.
La espiritualidad solidaria quiere vivir según el
Espíritu de Jesús y por esto mismo se inserta en el mundo de los pobres,
escucha su clamor, se solidariza con sus sufrimientos y aspiraciones, encuentra
al Señor en el pobre y vive la experiencia espiritual de la contemplación en
la acción liberadora. El pobre evangeliza, obliga a la conversión, interpela y
se convierte en lugar espiritual privilegiado. La misma religiosidad popular
adquiere un sentido espiritual: el orar desde los pobres y con ellos, actualiza
la inserción de Jesús en medio de su pueblo y su experiencia espiritual del
bautismo, de la cruz y de su solidaridad con los pobres.
7. Pastoral
La pastoral tradicional es la liderada
exclusivamente por la jerarquía eclesiástica y se centra en la instrucción
religiosa y moral del pueblo. Basada en el poder, en la autoridad y en la
transmisión dogmática de las verdades de la fe, busca la tutela y la defensa
de la fe de los bautizados, más que la evangelización del mundo. Está ligada
a un tiempo de sociedad tradicional, más bien agraria y a un mundo homogéneamente
cristiano.
La pastoral moderna incluye a los laicos en su tarea
misionera. Trabaja con minorías selectas que han de actuar luego, como fermento
en el mundo moderno secular y descristianizado. Se orienta al testimonio en la
propia profesión y en la vida familiar, pero sin cuestionar demasiado las
estructuras económicas del mundo moderno. Fomenta movimientos apostólicos,
bien organizados y con buena formación, sobre todo en las capas medias de la
sociedad. Su espiritualidad no es la de las ascesis y renuncia, sino la valoración
de las realidades terrenas y la presencia anónima del Reino allí donde hay
amor y justicia.
La pastoral solidaria, unida al contexto de la
pobreza e injusticia de América Latina, une a todos los miembros de la Iglesia
comprometidos con la justicia en favor de los pobres, se orienta a la
concientización de las situaciones de justicia y a la lucha por la liberación.
Se dirige al mundo de los pobres, excluidos normalmente no sólo de la sociedad
sino también de una participación activa en la Iglesia. A través de
comunidades eclesiales de base, cursillos bíblicos, etc., busca evangelizar a
los pobres y ser evangelizados por ellos. Es una pastoral profética y con
frecuencia conflictiva, ya que no se limita a fermentar la sociedad, sino a
liberarla de todas las esclavitudes.
8. Educación
La educación tradicional es con frecuencia clasista
y elitista, marginando a muchos sectores de la sociedad de su influjo. Sus
contenidos son objetivos, doctrinales, abstractos, muchas veces trasplantados
del exterior. Su metodología es uniforme y pasiva, limitándose a transmitir
contenidos muchas veces alejados de los intereses reales del pueblo. Se orienta
más a mantener las estructuras vigentes que a cuestionarlas, y busca crear
individuos que triunfen en el vida y tengan "más". Fomenta un
cristianismo individualista y alejado del compromiso en la vida. Suele limitarse
a la pedagogía sistemática y formal, con que consigue innegables buenos
resultados de preparación eficaz, laboriosidad y espíritu científico y metódico,
pero que se pone al servicio de los sectores más privilegiados de la sociedad.
La educación moderna busca una mayor democratización
de la enseñanza, renueva sus contenidos y técnicas pedagógicas, es más
pluralista y respetuosa de los valores culturales y locales, procura que el
educando sea sujeto de su propia educación y que se oriente a una forma de las
estructuras sociales. Pretende que cada persona "sea más" y educa
para un cristianismo más consciente para vivir su fe en un mundo secular.
Aprovecha todos los recursos de la educación asistemática y procura crear una
comunidad educativa (profesores y padres) renovada y activa.
La educación solidaria pretende ser educación
popular, dirigiéndose especialmente a los sectores marginados social y
culturalmente. Intenta situar los contenidos en el contexto histórico y geográfico
del pueblo, orientando al cambio permanente y orgánico de América Latina.
Parte de la vida y se orienta a la praxis. Desea que el pueblo sea sujeto histórico
de su desarrollo liberador, fomentando su originalidad creativa. La escuela
desea anticipar ya en sus mismas estructuras un nuevo tipo de sociedad, que se
acerque más a los valores evangélicos del Reino de Dios. Se orienta a un
cristianismo liberador, que participe del proyecto liberador de Jesús.
9. Otros temas
Hemos elegido una serie de temas básicos dentro de
la fe y vida cristiana. Pero se podrían añadir otros muchos. Así por ejemplo,
María en la clave tradicional aparece llena de privilegios y la mariología se
utiliza como argumento apologético contra protestantes y racionalistas; en la
clave moderna es símbolo de la Iglesia; en la clave solidaria aparece como
mujer del pueblo que enaltece a Dios y proclama que la salvación tiene que ver
con la justicia hacia los pobres.
La eucaristía en la clave tradicional se centra en
las dimensiones sobre todo de presencia real y sacrificio; en la clave moderna
recupera las dimensiones de comunidad eclesial y de comunión; en la clave
solidaria la eucaristía se ve relacionada con la justicia, la solidaridad y el
hambre del mundo.
La moral tradicional se basa en normas y leyes que
deben ser cumplidas; la moral moderna en la opción fundamental de la persona
ante los valores del Evangelio; la moral solidaria acentúa que la opción
fundamental debe pasar por la opción por los pobres, en seguimiento de Jesús.
La vida religiosa tradicional deja el mundo y se
consagra a Dios buscando su perfección en el marco de unas reglas e
instituciones propias, desde donde hace su apostolado; la vida religiosa moderna
busca su presencia testimonial en el mundo urbano y secular, desde una comunidad
evangélica y un trabajo profesional, muchas veces secular; la vida religiosa
solidaria intenta insertarse en el mundo de los pobres acompañándolos evangélicamente
desde su propio carisma religioso profético, en su marcha liberadora hacia el
Reino.
La moral tradicional tiende a ser asistencialista
frente a los pobres ("dar pan y peces"), la acción moderna busca el
desarrollo y la promoción ("dar una caña y enseñar a pescar"), la
acción solidaria pretende la liberación de las esclavitudes ("el río es
de los pescadores").
Con todas estas aplicaciones concretas se puede
comprender mejor la diversidad de claves para la interpretación del
cristianismo, y cómo aquellos tres esquemas mentales tienen su repercusión en
la visión y praxis de la fe cristiana y configuran tres rostros diferentes de
la vida cristiana.
En fin, para volver a los tres ejemplos aducidos al
comienzo, y que seguramente ahora se comprenden mejor, el Catecismo de Pío X
corresponde a una catequesis tradicional, el Catecismo holandés a la catequesis
moderna y del Brasil a la solidaria.
5. REFLEXIONES FINALES
Después de haber expuesto estos tres esquemas
mentales y de haber visto su repercusión en las diferentes concepciones del
cristianismo, podemos, para acabar, hacer una serie de reflexiones útiles para
nuestra mejor comprensión del ser cristiano hoy en América Latina.
1. Ha
aparecido con bastante claridad que tanto el surgimiento de cada clave como su
desarrollo está estrechamente vinculado al proceso histórico de la humanidad y
en concreto de la Iglesia.
La clave tradicional corresponde a un momento histórico
definido, rural, pretécnico, sacral y se plasma en la Cristiandad medieval.
La clave moderna surge en torno al Renacimiento.
La clave solidaria nace al irrumpir los pueblos
pobres y jóvenes en la historia contemporánea.
Desde el punto de vista eclesial, la clave
tradicional es preconciliar, abarca el tiempo anterior al Vaticano II, la clave
moderna surge en torno al Vaticano II y la solidaria en el postconcilio,
concretamente en torno a Medellín y Puebla. Hay pues un condicionamiento histórico
y cronológico en cada una de estas claves.
2. Sin
embargo, existe también una simultaneidad sin-crónica de las claves. En el
momento presente, en la Iglesia actual, coexisten las diferentes claves, creando
tensiones y conflictos a todo nivel.
Ciñéndonos a América Latina existen sectores (por
ejemplo: los campesinos) ubicados mayoritariamente en la clave tradicional,
sectores urbanos (universitarios, profesionales) en la clave moderna y grupos
populares (CEBS) en la clave solidaria. Este fenómeno es típico de los
momentos de acelerado cambio histórico como el presente.
3. Más aún,
existe una paradoja que merece nuestra atención. A nivel eclesial, la clave
tradicional, es menos tradicional de lo que podemos pensar. Muchos elementos del
catolicismo tradicional, no son los de la primitiva tradición de la Iglesia,
sino que son fruto de una lenta evolución histórica: influjo del judaísmo
tardío, paso de una Iglesia de mártires a una Iglesia unida al imperio en el
siglo IV, creciente poder de la autoridad eclesial, progresiva pérdida de
elementos simbólicos y comunitarios, desmembración del Oriente cristiano.
La clave moderna, en muchos aspectos, es más
tradicional que la clave clásica ya que recupera la tradición de la Iglesia
primitiva, de la Escritura y de los Padres. Muchas "innovaciones" del
Vaticano II son una vuelta a la genuina tradición eclesial.
Lo mismo puede afirmarse de la clave solidaria: en
el fondo vuelve a conceptos profundamente bíblicos y tradicionales, al Exodo, a
la predicación profética, al Jesús histórico que nos presentan los
Evangelios, a la comunidad de Jerusalén, a la preocupación patrística por la
justicia, a los movimientos populares y comunitarios de la Edad Media, a las
grandes figuras misioneras de la Iglesia de los siglos XVI - XVII (Las Casas,
Valdivieso, Montesinos, Domingo de Santo Tomás. . . ), a los movimientos
cristianos sociales utópicos del siglo XIX, a la Doctrina Social de la Iglesia.
En cada época, junto a la clave oficial, ha permanecido oculta y soterrada una
dimensión más profunda, el polo profético de la Iglesia.
4. Todo
ello nos obliga a ser honestos al momento de valorar las claves, sobre todo las
del pasado.
Seríamos injustos si no reconociéramos valores
positivos en la clave que hemos llamado tradicional. En ella descubrimos valores
auténticamente cristianos, que han ayudado a santificarse dentro de esta
mentalidad, a muchas generaciones de la Iglesia. Descubrimos en esta mentalidad
un sentido religioso profundo, sumisión a Dios y obediencia a la jerarquía,
sano relativismo ante las cosas humanas, conciencia de pecado, sensibilidad
hacia lo trascendente, compasión hacia los pobres. Pero también hay en esta
clave elementos que, por lo menos hoy, nos parecen negativos: dualismo más
griego que cristiano, poca preocupación por el compromiso histórico,
individualismo, clericalismo, paternalismo, etc. Esta mentalidad influye
notablemente en sectores conservadores de la sociedad y de la Iglesia, como
expresa bien Medellín:
"Los tradicionales o conservadores
manifiestan pocas o ninguna conciencia social, tienen mentalidad burguesa y por
lo mismo no cuestionan las estructuras sociales. En general se preocupan por
mantener sus privilegios que ellos identifican con el "orden
establecido", su actuación en la comunidad posee un carácter paternalista
y asistencial, sin ninguna preocupación por la modificación de "statu
quo". (DM Pastoral de élites, 6)".
Estos sectores en América Latina tienden a defender
la "civilización cristiana occidental" y a ver marxismo en todo lo
que sea exigencia de justicia. Este tipo de cristianismo es el que ha
posibilitado en América Latina la actual situación de injusticia y el que
fomente en el pueblo actitudes de resignación pasiva.
La clave moderna posee grandes valores, ya que su
inspiración es fundamentalmente bíblica y patrística. Se ha abierto también
a valores irrenunciables del mundo moderno: respecto a la persona, progreso
científico, diálogo, autonomía de lo secular. Sin embargo no está exenta de
ambigüedades: asimilación acrítica de la modernidad, por ejemplo de la
supremacía del progreso teórico y económico sobre el social y humano, visión
demasiado optimista del desarrollo sin darse cuenta del costo social que ha
producido a los países del Tercer Mundo, insensibilidad ante las raíces
pecaminosas del capitalismo, lejanía del dolor del pueblo, racionalismo e
individualismo burgués, autosuficiencia. De todo ello también advierte
oportunamente Medellín (Pastoral de élites, 7).
La clave solidaria tampoco está exenta de riesgos.
Tanto Medellín (Pastoral de élites, 8), como Puebla (48l-490) y documentos de
la Iglesia universal (Instrucción sobre la Teología de la Liberación) aluden
a ellos: reduccionismo a lo sociopolítico, utilización poco crítica de las
ciencias sociales, rupturas eclesiales, etc. Sin embargo, sus valores positivos
son innegables: sensibilidad profética a la justicia, vuelta a los pobres, visión
más evangélica del cristianismo y de la Iglesia, preocupación por la
instauración del Reino de Dios en la historia, etc.
5. Todo
lo dicho hasta aquí podría conducir a un cierto relativismo. Tal vez algunos
podrían sacar la conclusión de que no importa mucho qué clave se elija,
puesto que cada clave tiene aspectos positivos y negativos. Esta conclusión no
sería correcta.
El cristianismo no es una ideología sino una vida,
un camino. Y debe vivirse en cada momento histórico, respondiendo a las
interpelaciones concretas de la humanidad. El Dios de la revelación continúa
manifestando sus designios salvadores en la historia, a través de los anhelos y
aspiraciones de los pueblos. Esta es la doctrina de los signos de los tiempos
que el Vaticano II expone y aplica (GS 4;11;44). No se puede servir a Dios al
margen de la historia y de los signos de los tiempos.
En el mundo de hoy, concretamente en América
Latina, el clamor de los pobres en busca de su liberación es uno de los
principales signos de nuestro tiempo (Instrucción sobre la Teología de la
Liberación, l). Discernirlo, comprenderlo, captarlo, asimilarlo y hacer de él
una forma continua de enfocar la realidad y la fe, es una tarea ineludible hoy,
y mucho más en América Latina. Esto es lo que la Iglesia de América Latina
intentó hacer en Medellín y Puebla, y lo que la teología latinoamericana
intenta hacer al hablar de liberación.
Optar por la clave solidaria no es una moda ni una
arbitrariedad, sino una exigencia espiritual. Al hacerlo, deben incorporarse a
ella los aspectos positivos de claves anteriores, pero situándolos en una óptica
nueva. Es realmente un cambio de forma de pensar, valorar y actuar. Es una
conversión, un renacer de nuevo. Hemos de imitar al padre de familia de la parábola
evangélica, que de sus reservas va sacando cosas nuevas y cosas antiguas (Mt
l3,52). Pero este vino nuevo requiere vasijas nuevas (Mc 2,22).
6. Pero
¿cómo renacer a la solidaridad? ¿cómo pasar de una clave a otra? El paso de
la clave tradicional a la moderna, es un cambio sobre todo cultural e
intelectual. Las rupturas producidas al emerger el mundo moderno, exigen
naturalmente un cambio de mentalidad. La humanidad fue pasando lentamente del
mundo premoderno al moderno. Cuando la Iglesia en el Vaticano II se adaptó al
mundo moderno, muchos cristianos respiraron satisfechos: el ser cristiano ya no
entraba en conflicto con su modernidad. Después del Vaticano II, los cursos de
"renovación conciliar" pretendían ayudar a este cambio de mentalidad
que fundamentalmente consistía en una renovación intelectual, en ver al mundo,
también el mundo de la fe, con ojos "modernos", en abrirse a la
cultura moderna.
El paso de la modernidad a la solidaridad es más
complejo. No implica sólo una mayor ilustración intelectual, sino un cambio de
lugar social. Es ver al mundo y leer el Evangelio desde los pobres, escuchando
su clamor en solidaridad con las aspiraciones de la mayoría. Es ver el mundo
desde abajo, morir a una posición de privilegio, de superioridad y aceptar que
a los pobres ha sido revelado el misterio del Reino (Mt 11,25). Es cambiar de
interlocutor, de sensibilidad, de óptica. Para muchos puede suponer una
profunda ruptura. En todo caso, exige una conversión.
La evolución de Mons. Romero puede resultar
ilustrativa. Educado en una mentalidad cristiana tradicional, durante el
Vaticano II fue pasando a una concepción más moderna de la fe. Esto le dio una
visión más abierta y científica, pero no le hizo cambiar de lugar social. Su
elección episcopal para la sede de San Salvador en l977 alegró a la oligarquía,
a los militares y a los sectores más tradicionales de la Iglesia. Fue el
descubrimiento de la cruel realidad de muerte del pueblo salvadoreño, el
asesinato de sus sacerdotes, catequistas y del pueblo sencillo por las fuerzas
de seguridad del Estado y por sus poderosos aliados, lo que le hizo abrir los
ojos a la realidad del mundo de los pobres, como una realidad injusta, contraria
al plan de Dios. Esto provocó su conversión al Evangelio de los pobres, al
Dios de la vida. De ahí brotó la maravillosa fuerza profética de sus eucaristías
dominicales en la catedral, su preocupación por encarnar la Iglesia en el mundo
de los pobres, su valentía ante los opresores del pueblo. De ahí brotaron sus
tensiones y conflictos con sectores de la Iglesia y de la sociedad, y con el
mismo departamento del Estado de EE.UU. Por esto murió mártir, mezclando su
sangre con el cáliz de la eucaristía.
Por otra parte, hay sectores populares que viven en
la clave tradicional, que fácilmente pueden acceder a la clave solidaria, casi
sin pasar por la clave moderna. El pueblo que ha sufrido una explotación de
siglos, puede comprender fácilmente los aspectos alienantes de la clave
tradicional y las dimensiones liberadoras de la clave solidaria. No necesita
cambiar de lugar social, sino tomar conciencia de su realidad y del secuestro a
que ha sido sometido el Evangelio durante mucho tiempo.
7. Comenzábamos
preguntándonos ¿Qué significa ser cristiano en América Latina? Hemos visto cómo
en un continente pobre y cristiano, ser cristiano no puede ser algo meramente
tradicional o ritual, sino que se debe expresar en el seguimiento de Jesús. El
seguimiento de Jesús implica proseguir su camino liberador hacia el Reino.
Nos preguntábamos luego el por qué de esta opción.
Después de haber explicado las diversas formas de comprender y vivir la fe,
podemos ahora ya responder. Seguir a Jesús en su misión es la forma de ser
cristiano en América Latina, ya que la situación de injusticia del pueblo nos
interpela a vivir el cristianismo desde la clave solidaria. Esto que para el
pueblo pobre y sencillo de América Latina aparece algo obvio, para otros
sectores de la Iglesia tal vez resulte nuevo o incluso escandaloso. En realidad
es algo simplemente evangélico: ser cristiano consiste en imitar a los Apóstoles
y discípulos en el seguimiento de Jesús.
Pueden servirnos para cerrar estas reflexiones las
palabras del diario del Papa Juan XXIII, escritas pocos días antes de su
muerte:
"Hoy más que nunca (ciertamente más que en siglos precedentes), estamos llamados al servicio del hombre como tal, no sólo de los católicos. A defender sobre todo y en todas partes los derechos de la persona humana y no sólo los de la Iglesia católica. Las condiciones actuales, las investigaciones de los últimos 50 años, nos han llevado a realidades nuevas, tal como dije en el discurso de apertura del Concilio. No es que haya cambiado el Evangelio: somos nosotros los que hemos comenzado a comprenderlo mejor. Quien ha tenido la suerte de una vida larga se encontró al comienzo de este siglo frente a nuevas tareas sociales; y quien -como yo- ha estado 20 años en Oriente y 8 en Francia y se ha encontrado en el cruce de diversas culturas y tradiciones, sabe que ha llegado el momento de discernir los signos de los tiempos, de aferrarse a la oportunidad de mirar hacia adelante".