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Gentileza de  http://www.hernandarias.edu.ar/ceiboysur/
para la BIBLIOTECA CATÓLICA DIGITAL

 

SEGUNDA PARTE

CLAVES DE LECTURA DEL CRISTIANISMO

 

1. CLAVES O ESQUEMAS MENTALES

Hemos definido el ser cristiano en América Latina hoy como un seguimiento de Jesús que prosigue su obra liberadora en un mundo estigmatizado por signos de muerte y anhelante de una vida más plena, y hemos visto que esta definición exige de nosotros un cambio no sólo de actitud sino de mentalidad, una verdadera conversión.

Para muchos este cambio en el modo de enfocar el cristianismo resulta sorprendente e incluso contradictorio con el enfoque de la fe que habían aprendido de pequeños o hace algunos años. De esta constatación surgen una serie de cuestiones: ¿Acaso el Evangelio cambia? ¿No se deberá esta forma de interpretar la fe a ideologías extrañas al cristianismo? ¿Qué garantía tenemos de que dentro de unos años no deberemos cambiar de nuevo nuestras formulaciones cristianas? ¿Por qué se habla del ser cristiano en América Latina? ¿Acaso el cristianismo no es igual en todas partes?.

Estas preguntas exigen mayor reflexión. Por eso a la primera parte más expositiva y afirmativa, hemos añadido esta segunda parte de cara a una ulterior explicación del por qué de la definición del cristianismo como seguimiento de Jesús.

Para comenzar a clarificar todas estas preguntas hemos de partir de una distinción: una cosa es la fe y otra cosa es la reflexión o formulación que hacemos sobre ella. La fe, don del Espíritu, por el cual nos adherimos personal y vitalmente al misterio de Jesús Salvador, penetra más allá de los conceptos, trasciende las formulaciones más correctas y nos hace participar de la misma vida de Dios. En cambio la reflexión que elaboramos sobre la fe revelada, está siempre marcada por la cultura, el lenguaje, la época, la situación personal, la forma de comprender la realidad. La misma Sagrada Escritura no escapa a esta ley profundamente humana. La comprensión y expresión de la revelación de Dios de parte de los autores bíblicos del tiempo de la monarquía Davídica o Salomónica, no es la misma que la de los escritores sacerdotales que escriben después del exilio de Israel. La visión sobre Jesús del Evangelio de Marcos es diversa de la de Lucas, y las dos difieren de la del Evangelio de Juan . Los escritos paulinos poseen unas características propias que los distinguen de los evangelios.

No debe pues extrañar que también después, en la historia de la Iglesia posterior, se hayan dado diversas formas de lectura y comprensión del Evangelio. El magisterio de la Iglesia vela para que estas lecturas no se desvíen de la recta tradición eclesial y se ajusten a la Escritura. Pero el mismo magisterio también está condicionado por la mentalidad de cada época, lo cual no invalida su misión, que cuenta con la asistencia especial del Espíritu.

Esta misteriosa pero real diversidad histórica y cultural en la captación de la verdad de fe, no es un fenómeno exclusivo del cristianismo o de ámbito religioso, sino una ley profundamente humana que, bien entendida, no lleva al escepticismo relativista sino a una búsqueda humilde y constante de la verdad plena. La humanidad ha de ir avanzando hacia una visión cada vez más comprensiva de la realidad. En este caminar de la humanidad existen una historia del pensamiento, de la ciencia, del arte, y también una historia de la teología o de la reflexión cristiana sobre la fe. Estas historias no son independientes unas de otras, pues la Iglesia no está fuera de la historia, está inmersa en ella y el cristiano vive con sus contemporáneos la gran aventura de la humanidad.

Por esto mismo, la historia de la teología no se puede separar de la evolución de los sistemas de pensamiento de la humanidad,. Esto ayuda a establecer el diálogo entre la fe y los humanismos de cada época y permite anunciar el Evangelio a todas las culturas.

Podemos resumir lo dicho hasta ahora afirmando que nuestra visión de la realidad y por lo tanto también de la realidad de la fe, siempre viene mediada por unas claves de lectura o esquemas mentales que ofrecen una visión unitaria y sintética de nuestra comprensión y valoración de la realidad y de toda nuestra acción concreta. Dicha clave de lectura está ligada a la cultura, a la historia a los condicionamientos económicos, a la psicología personal y a otros muchos elementos. Pero a pesar de las diferencias existentes entre individuo e individuo, se puede constatar como una cierta unidad general o matriz que unifica la forma de pensar de un determinado grupo en un momento histórico concreto.

En momentos culturales e históricos homogéneos y sin fuertes cambios ni rupturas, estas diversas formas de pensar y valorar, pueden pasar desapercibidas. Pero en momentos de transformaciones fuertes y rápidas, como el tiempo actual, estas diferencias se manifiestan, a veces de formas muy conflictivas, en todos los campos: social, político, artístico, filosófico, religioso. Los conflictos de la Iglesia del postconcilio son un ejemplo claro de estos choques de diferentes mentalidades o esquemas mentales.

Por todo ello puede ser interesante y clarificador el presentar de forma muy sintética las tres claves de lectura del cristianismo que hoy coexisten en la Iglesia y que están ligadas a diferentes esquemas mentales. Todo intento de tipificación es, por su misma simplificación, un tanto empobrecedor y necesariamente caricaturiza la realidad. Pero tiene la ventaja de ayudarnos a comprender de forma sintética lo que en la realidad de cada día se nos escapa en medio de las mil facetas variables.

Aunque la exposición de los esquemas mentales no puede ser neutra, pues siempre juzgamos desde un esquema concreto y optamos por uno de ellos, sin embargo deberíamos evitar toda forma de descalificación ética de otros esquemas. Cada esquema capta parte de la verdad y está condicionado a un momento histórico sobre el cual es difícil juzgar desde otra situación histórica.

Estas consideraciones previas, un tanto abstractas, se clarificarán con la exposición concreta de las tres claves de lectura que vamos a proponer.

2. TRES CATECISMOS

La comparación de tres conocidos catecismos puede servirnos para ejemplificar tres claves de lectura de la fe. Se trata del Catecismo de Pío X, del Nuevo Catecismo para adultos de Holanda y de Nuestro Catecismo del Brasil.

1. El Catecismo de Pío X, de principios de siglo, responde a la preocupación del Papa por anunciar la fe a los niños y prepararlos de este modo a la Primera Comunión. Se extendió rápidamente por toda la Iglesia Universal. Comienza con la enseñanza de las primeras oraciones y fórmulas que han de saberse de memoria. A continuación se presenta, con el método clásico de preguntas y repuestas, las primeras nociones de la fe cristiana: ¿Quién nos ha creado ? ¿Quién es Dios? ¿Para qué nos ha creado Dios? ¿Cómo se llaman las tres personas de la Santísima Trinidad? ¿Quién es Jesucristo?. . .

Las tres partes del Catecismo corresponden al plan de lo que hay que hacer para vivir conforme a Dios: creer las verdades reveladas por El (Credo), guardar sus mandamientos (Mandamientos de la Ley, Preceptos de la Iglesia, Virtudes principales), con los auxilios de su gracia, la cual se alcanza por medio de los sacramentos (medios que causan la gracia) y la oración (o medio que alcanza la gracia). Acaba el Catecismo con las oraciones del cristiano para el día, para la confesión y comunión, la forma de rezar el rosario y de ayudar a misa.

Lo que llama positivamente la atención de este catecismo es su claridad, concisión y sentido práctico. Pero sorprende el enfoque individualista de la fe, su noción más filosófica que bíblica de Dios ("Un Ser perfectísimo, Creador y Señor de Cielo y Tierra", el poco relieve de Jesucristo en la revelación de Dios y en toda la vida cristiana, y la visión meramente instrumental de los sacramentos, como medios para alcanzar la gracia para así cumplir los mandamientos. El mismo método de preguntas y respuestas, aun dirigido a niños, responde a un tipo de mentalidad y pedagogía religiosa muy clásica. Este Catecismo puede servir de ejemplo a la clave o mentalidad que llamaremos tradicional.

2. El Nuevo Catecismo de Adultos, llamado comúnmente Catecismo holandés, es de l966, es decir poco después del Vaticano II. Fruto de un trabajo colectivo y de una serie de intercambios realizados en la Iglesia holandesa, pretende ofrecer un enfoque nuevo de la fe para los adultos, con el fin de poder elaborar después un catecismo para jóvenes.

Sin preguntas ni respuestas, sin tecnicismos filosóficos o teológicos, es una invitación a la reflexión. No pretende dar respuestas definitivas, sino que ofrece más bien una visión histórica del dogma en el lenguaje existencial del hombre moderno.

Su punto de partida es el misterio del hombre y de la existencia humana: ¿Quién soy yo? ¿Qué es el hombre? ¿Qué sentido tiene la vida? ¿Qué sentido tiene este mundo?. Aparece claramente cómo el hombre busca a Dios a través de toda la historia y se enumeran las grandes religiones de la humanidad como caminos de búsqueda de Dios. Destaca el camino del pueblo de Israel que culminará en Cristo. El Hijo del Hombre y la Iglesia como camino de Cristo, constituyen las partes básicas de este Catecismo. Finalmente un capítulo sobre el término del camino: la vejez, la escatología, y Dios Trinidad.

No nos interesa aquí evaluar cada una de sus afirmaciones (algunas de ellas fueron objeto de reservas por parte de Roma), sino ver su modo de enfocar la visión de la fe. Llama la atención su sentido antropológico, histórico, comunitario, y bíblico de fe, su apertura al hombre moderno y a los humanismos contemporáneos, y un estilo sencillo y comprensible para el hombre de la calle. Evidentemente su trasfondo cultural, económico y religioso corresponde al de la Europa Central de los años 60, y se respira un cierto optimismo, típico del mundo neocapitalista y liberal de aquellos años, bastante alejado de los problemas del Tercer Mundo. Es un ejemplo representativo de lo que llamaremos la clave moderna de la fe.

3. "Nuestro Catecismo", obra de la Prelatura de San Félix de Araguaia y de su Obispo Pedro Casaldáliga, es de los años 80. Mantiene el esquema clásico del Catecismo de Pío X: primera parte el Credo, segunda parte la Ley, tercera parte la oración. Pero hay notables diferencias entre ambos catecismos. Aquí cada tema se realiza en cuatro momentos: explicación del tema, resumen en letra grande para ser memorizado, preguntas para la reflexión en la comunidad y un momento de oración o alabanza final. El Credo va glosando el símbolo apostólico, con breves anotaciones que lo actualizan para América Latina. Así por ejemplo. "Creemos que Dios quiere la igualdad y felicidad de todos, creemos que Dios acompaña siempre a su pueblo, creemos que la misión de Jesús es hacer presente el Reino de Dios. Creemos en Jesús que ha vencido a la muerte, creemos en el Espíritu Santo la fuerza de Dios en nosotros, creemos que la Iglesia es la continuadora de la misión de Jesús, creemos que Jesús es fuente de agua viva". En este contexto cristológico y eclesial se ubican los siete sacramentos. La segunda parte trata sobre la Ley: los diez mandamientos, la Ley del pueblo liberado por Dios de Egipto y la bienaventuranzas y maldiciones de Jesús. Finalmente la última parte sobre la oración expone el Padre Nuestro y otras oraciones del cristianismo. Acaba el Catecismo con el decálogo del hombre feliz para aprenderlo de memoria y vivirlo en la vida.

Feliz aquel que ama a Dios y vive con fe, atento a lo que Dios quiere.

Feliz aquel que descubrió que el verdadero Dios camina con el pueblo y quiere su liberación.

Feliz aquel que comprende que seguir a Jesús es vivir en comunidad en unión con el Padre y los hermanos.

Feliz aquel que confía en sus compañeros: "el mundo será mejor cuando el pobre que sufre confía en el que es también pobre como él".

Feliz aquel que piensa que la vida y el buen nombre de los compañeros valen más que todo el oro del mundo.

Feliz aquel que ama y respeta a su familia: a la esposa, al esposo, a los hijos y a los padres.

Feliz aquel que sabe que su dignidad personal es sagrada.

Feliz aquel que entiende que la verdadera religión es amar a Dios, como Padre y al prójimo como hermano.

Llama la atención de este Catecismo, junto con su sencillez y pedagogía, su profundo sentido evangélico, comunitario y liberador. Hay una constante preocupación por unir Dios y la vida del pueblo. Es un ejemplo de la clave solidaria de la fe.

Estos tres catecismos, nacidos en momentos históricos y en contextos socioculturales muy diversos, ejemplifican diversas claves de interpretación de la fe, dentro de la tradición eclesial. En realidad no sólo los textos difieren, sino el mismo concepto de catequesis, su papel dentro de la comunidad cristiana, sus agentes y su forma de ser llevado a la práctica. Cada Catecismo revela una mentalidad diferente, una visión peculiar de la fe, un esquema mental un paradigma, una óptica propia.

3. EXPOSICION DE LAS TRES CLAVES DE LECTURA DE LA FE

Mientras en Europa se ha mantenido el interés por definir la esencia del cristianismo, en América Latina ha surgido la preocupación por vincular la fe a la realidad concreta histórica y local, y por descubrir la evolución histórica de la visión de la fe. Una serie de autores de América Latina (G. Gutiérrez, J.B. Libânio, L. Boff. R. Muñoz, P. Trigo, M. Preiswerk, el equipo de teólogos de la CLAR) ha ido mostrando la pluralidad de esquemas mentales existentes y su repercusión en orden a comprender y vivir la fe.

Los tres esquemas básicos podemos llamarlos clave tradicional o clásica, clave moderna o secular y clave solidaria o liberadora. Expliquemos los elementos constitutivos de cada una de estas claves, su origen y sus implicaciones.

1. Clave tradicional. En ella predomina una visión objetiva y esencialista de la realidad, la cosa en sí misma, independientemente del sujeto. Su esquema está más ligado a la naturaleza que a la historia, a lo dogmático y estático que a lo dinámico y evolutivo, a los orígenes más que al fin. Su visión de la realidad es vertical, jerárquica, jurídica, descendente. Todo el universo mental sigue un orden preestablecido y al igual que el orden cósmico, está regido por unas leyes fijas y constantes, monolíticas y uniformes.

Este esquema está muy marcado por la sumisión a la naturaleza ante la cual el hombre se siente impotente y mira con respeto sagrado, procurando obedecer en todo el curso de la ley natural. Esta actitud se traduce también en las relaciones sociales: sumisión a la autoridad, a la tradición, a lo establecido, a las reglas de convivencia, a las costumbres. Así como no se cuestiona el orden cósmico, tampoco el orden social: ambos se consideran sagrados y queridos por Dios y vienen a ser expresiones de su Voluntad divina. El mundo está regido por la Providencia de Dios y la libertad humana se expresa en la aceptación y entrega a esta Voluntad divina, sin concebirse una postura crítica frente a la familia, la sociedad o la religión. El mundo divino y sobrenatural es el que da sentido al mundo natural o profano, el cual carece de autonomía y consistencia propia. Todo debe ser sacralizado para que adquiera sentido.

Hay pues una gran coherencia entre los aspectos culturales, sociales, filosóficos y religiosos de este esquema mental.

Este esquema mental es típico del mundo agrario, feudal y religioso que prevaleció durante la Edad Media y configuró lo que se ha llamado la Cristiandad. Esta cosmovisión se comenzó a resquebrajar de forma clara en el siglo XV, pero a nivel eclesial se prolongó todavía durante siglos. El Catecismo de Pío X refleja esta mentalidad, de la que oficialmente la Iglesia católica se distanció recién en el Concilio Vaticano II.

2. Clave moderna. Desde el Renacimiento se abre paso en forma clara un cambio de mentalidad que hacía siglos había comenzado a despuntar. Una serie de hechos enmarcan esta evolución: el progreso de las ciencias que obliga a desacralizar la naturaleza (Galileo) y a operar un giro "Copernicano" respecto a la visión clásica anterior; la aparición de una ciencia política (Maquiavelo) que intenta independizarse de la tutela eclesial y busca su propia racionalidad;la Reforma con la afirmación de la autonomía de la conciencia personal frente a la Iglesia, etc. Este amplio movimiento irá avanzando con los años: la Ilustración, la Revolución Francesa, la Independencia de Norteamérica y de América Latina y de las antiguas colonias Asiáticas y Africanas, el progreso científico, el capitalismo económico y la Revolución industrial. . ., irán configurando una nueva visión de la realidad: secular, urbana, democrática, liberal, pluralista. . .

De esta clave moderna la persona es el centro. Se ha pasado de una visión objetiva y cosista a otra subjetiva y antropológica. La naturaleza se ha desacralizado y la razón técnica ha transformado el antiguo cosmos mítico en objeto de dominio, de energía y de riqueza. De la mentalidad estática y fixista se ha pasado a una visión dinámica, histórica, evolutiva, en la que la libertad y la racionalidad instrumental dominan la materia y enseñorean la historia. El sujeto toma conciencia de su realidad personal y existencial y rechaza todo dogmatismo, autoritarismo y legalismo. El nuevo sujeto histórico de esta nueva historia es el sector de la burguesía. En este optimismo del progreso de la técnica, florece tanto el individualismo más exacerbado (privacidad, propiedad privada, liberalismo económico), como el deseo de diálogo y de comunidad humana (intersubjetividad, comunidades de relaciones primarias). También en la esfera religiosa, de la clave moderna surge tanto el ateísmo racionalista (por creer que Dios niega la autonomía humana), como una fe más personal y más comunitaria, que lejos de negar la libertad y la conciencia, la hace más cómoda y responsable en la historia y en la misma comunidad cristiana.

Dentro del cristianismo, las iglesias nacidas de la Reforma aceptaron esta mentalidad mucho antes que la Iglesia católica, que durante siglos se resistió frente a ella, por verla ligada a peligros dogmáticos y prácticos. Recién en la primera mitad del siglo XX, una serie de movimientos espirituales, pastorales y teológicos (movimiento bíblico, litúrgico, patrístico, ecuménico, social), fueron madurando el ambiente eclesial, hasta cristalizar en el Concilio Vaticano II. Este Concilio, convocado por Juan XXIII y llevado a término por Pablo VI, representa el paso de la clave tradicional a la moderna en la Iglesia católica. Sus documentos sobre ecumenismo, libertad religiosa, diálogo con el mundo moderno, etc., son significativos de este cambio de mentalidad. El Catecismo holandés expresa bien esta nueva sensibilidad humana y eclesial. La resistencia de muchos sectores eclesiales en aceptar el Vaticano II, es un reflejo de lo profundamente arraigada que estaba, y continúa estando, en muchos católicos la clave tradicional. Por otra parte el retraso de siglos por parte de la Iglesia en aceptar esta nueva clave histórica, ha sido fuente de muchos conflictos y tensión para muchos cristianos, que se sentían dilacerados entre su cosmovisión humana moderna y la visión tradicional de la fe que la Iglesia todavía mantenía.

3. Clave solidaria. Las grandes revoluciones sociales de principio de siglo y de estas últimas décadas, la irrupción de los pobres en la historia, el clamor de la mayor parte de la humanidad por una vida más justa y más humana, han hecho aflorar en la conciencia contemporánea la dimensión de lo social, como momento dialéctico de relación entre sujeto y objeto.

La naturaleza se contempla a la luz de las estructuras sociales, económicas y políticas. También la conciencia subjetiva se ve situada dentro de lo social y lo estructural. Lo económico y lo político cobra fuerza, se descubren el influjo del lugar socio-económico en la mentalidad de los grupos y los intereses de clase. Frente a las injusticias de las estructuras dominantes se busca el proyecto histórico del pueblo, en una línea más participativa y socializante. El pueblo constituye el nuevo sujeto social e histórico del momento presente. La esfera de lo religioso no escapa a esta clave de lectura. Para algunos sectores Dios aparece como adormecedor, para que el pueblo se resigne ante el fatalismo de la pobreza; para otros se redescubre la dimensión social y política de la religión de la fe y del Evangelio.

Concretamente dentro de la Iglesia católica, las conferencias del episcopado latinoamericano reunidas en Medellín (l968) y Puebla (l979) para aplicar el Vaticano II a América Latina, representan una clara toma de conciencia por parte de la Iglesia de América Latina de esta nueva clave de lectura. La fe es vista desde el ángulo de los pobres, desde la realidad e injusticia de América Latina. Desde la fe, esta situación es calificada como pecado personal y social, contraria al plan de Dios. Consiguientemente en esta situación de conflicto, la Iglesia opta prioritariamente por el sector de los pobres, como la forma actual de realizar hoy su tarea evangélica.

Esta clave de lectura halla en el Catecismo del obispo Casaldáliga una expresión concreta. Pero esta visión no se reduce a América Latina, sino que va creciendo sobre todo en el Tercer Mundo y en los sectores más explotados de los países del Norte. Esta clave, por sus implicaciones sociopolíticas, produce amplias sospechas y reticencias en sectores eclesiales y políticos de todo el mundo. La agresividad del Documento de Santa Fe del gobierno de Reagan contra la Teología de la Liberación, es un claro exponente de la conflictividad de esta clave solidaria. La misma Iglesia universal está todavía lejos de haber aceptado teórica y prácticamente esta clave.

Todo ello aparecerá con más claridad cuando veamos cómo las tres claves descritas aquí configuran en la práctica diversas concepciones de la fe en sus capítulos más significativos: Dios, Cristo, Antropología, Eclesiología, Sacramentos, Educación, Praxis social, Pastoral, etc.

4. TRES VISIONES DEL CRISTIANISMO

A partir de cada una de estas tres claves se configuran diversas lecturas de la fe. Iremos viendo, sucesivamente, cómo cada clave enfoca los puntos nucleares de la fe cristiana.

1. El misterio de Dios.

Dios es visto por la clave tradicional como Ser perfectísimo, eterno, espiritual, trascendente, providente, omnipotente creador de todo, totalmente Otro y diferente de todo lo creado, impasible, incondicionado, inconmensurable, omnipresente, infinito, Causa primera, Supremo Hacedor y Ordenador del Universo. Sus atributos están más cerca de la filosofía griega y de la Teodicea que de la Escritura y causan la impresión de gran lejanía de la humanidad. A partir de esta imagen de Dios, la religión parece guardiana del orden establecido y todo cambio parece atentar contra la Ley Divina que dirige las cosas a sus fines. Es una imagen de Dios más ligada al curso de los astros que a al historia.

Indudablemente el misterio Trinitario se proclama abiertamente, pero la visión tradicional de la Trinidad es más metafísica que bíblica, acentuando más la esencia de la divinidad que la riqueza de las Personas, y todo el misterio parece más un juego de la lógica que una revelación cálida y nuclear para la vida cristiana. Basta leer himnos y prefacios trinitarios de la liturgia latina para percatarse de que esta verdad parece en la práctica reservarse a la especulación de unos pocos iniciados.

El concepto mismo de revelación se centra en la comunicación por parte de Dios de unas verdades y normas, cuya recopilación se recoge en la Escritura y en la Tradición eclesial. La Iglesia es la depositaria de este "depósito de la fe" que el magisterio eclesial defiende y propone a los fieles para su aceptación. La fe es, lógicamente, la aceptación por parte de los fieles de estas verdades reveladas por Dios y enseñadas por la Iglesia. Hay un predominio de lo intelectual sobre lo vital, de lo autoritario sobre lo comunitario, de lo dogmático inmutable sobre lo histórico, de la doctrina recta sobre la práctica. Llama la atención en esta visión de Dios el papel tan poco relevante de Jesús para nuestra comprensión de Dios. También la Escritura se concibe como escrita por los autores bíblicos gracias a una inspiración en forma de dictado desde arriba. Estamos lejos de las modernas reflexiones sobre tradiciones bíblicas, géneros literarios, historia de las formas, etc.

La clave moderna tiene una visión profundamente bíblica de Dios: es el Padre de Nuestro Señor Jesucristo, revelado por Jesús, el Hijo encarnado. Es Jesús quien ha revelado históricamente el misterio de Dios, al hablar del Padre que le ha enviado y del Espíritu Santo que enviará a los Apóstoles. La Trinidad no es una revelación para satisfacer la curiosidad científica, sino un misterio de amor y de comunión, que se revela a la humanidad en la medida en que le hace participar de su misterio: Dios nos revela que es Padre al hacernos hijos suyos, el Espíritu se revela como don de amor al difundirse el amor de Dios en nuestros corazones. Jesús se revela como Hijo al hacernos sus hermanos. La revelación de Dios aparece como una realidad histórica: existe una historia de salvación, con diferentes momentos y etapas (Antiguo Testamento, Jesús, Nuevo Testamento) y Dios se comunica con palabras y con hechos. La Biblia recoge estos hechos salvíficos y su interpretación, y la Iglesia es la comunidad capaz de interpretar la Escritura, porque en ella reconoce su propia historia de salvación. Dios es el autor de la Escritura en cuanto es el autor de toda la historia de salvación y de la Iglesia, a cuyo bien todo se dirige. Pero Dios continúa actuando en la historia, y aunque no revela misterios nuevos diferentes de la gran revelación en Cristo, sí nos hace comprender cada vez con mayor profundidad la verdad revelada. Los signos de los tiempos nos manifiestan la voluntad y el plan de Dios en la historia, a través de acontecimientos, aspiraciones y deseos de los pueblos (GS 4; 11; 44). La fe no es sólo adhesión a verdades, sino una vida nueva, la participación de la vida de Dios, que en Jesús se nos ha comunicado.

Para la comprensión más adecuada de la revelación, la mentalidad moderna incorpora al estudio de la Biblia y del dogma, los aportes de las ciencias históricas, lingüísticas, sociales, filosóficas, etc., proporcionando así una imagen de la revelación que sin dejar de ser misteriosa es más inteligible y se adapta a la mentalidad del mundo de hoy. Este puede exclamar: ¡Ahora entiendo la Biblia!, repitiendo el título de un conocido libro de introducción a la Escritura.

La visión solidaria se sitúa en continuidad con la visión moderna, pero acentuando una serie de dimensiones poco resaltadas en la anterior clave. Dios es captado en su revelación en la historia de salvación, como el Dios de la vida (Gn), el liberador de pobres y oprimidos cuyo clamor escucha compasivo (Ex), como el Dios que desea se realice el derecho y la justicia (Profetas). Esta imagen de Dios es la que el mismo Jesús nos presenta: un Dios que desea la liberación de los cautivos (Lc 4,l8) y cuyas entrañas se enternecen ante el hijo pródigo (Lc l5). La Trinidad es un misterio de comunión y participación, un misterio de solidaridad. La revelación de Dios se ordena a la realización del plan de Dios, al Reino. Este Reino es como la prolongación hacia afuera del misterio de solidaridad y comunión de Dios: el crear una humanidad fraterna, filial, reconciliada, libre, justa, igualitaria. El Espíritu continúa actuando en nuestra historia, y a través del clamor del pueblo oprimido hace escuchar se gemido y su anhelo de liberación (Rm 8).

La Escritura es la historia del pueblo de Dios en su marcha hacia el Reino y debe leerse desde el mismo pueblo. Los pobres son los primeros destinatarios del Evangelio y aquellos a los que han sido revelados los misterios del Reino. Desde la solidaridad con ellos, la Biblia alcanza su sentido, que se oculta a los sabios y prudentes de este mundo. Dios es el Dios de los pobres y estos son los que mejor comprenden su Reino (Mt 11,25). La fe exige vivir conforme el plan de Dios, practicar la justicia: "Ya se te ha dicho, hombre lo que es bueno y lo que el Señor te exige: Tan sólo que practiques la justicia que quieras con ternura y te portes humildemente con tu Dios" (Mq 6,8). En el NT esta práctica se concretará en el seguimiento de Jesús. No basta aceptar verdades correctas, hay que vivir siguiendo a Jesús.

2. Jesucristo

En la Cristología tradicional se llamaba el tratado del Verbo Encarnado. Se partía de una noción ya conocida de Dios y se aplicaba a Jesús. Puesto que Dios es todopoderoso y omnisciente, Jesús aparece más como un Dios disfrazado de hombre que como un hombre verdadero igual en todo a nosotros, menos en el pecado. Las tentaciones de Jesús, sus sufrimientos y fracasos resultaban inexplicables: eran únicamente para darnos ejemplo, pues en realidad El se mantenía ajeno a todo este mundo limitado y oscuro que nos rodea. Más que revelarnos quién es Dios a través de su humanidad de su vaciamiento, parecía confirmar nuestra idea de un Dios lejano, poderoso demasiado parecido a los poderosos de este mundo.

En esta Cristología tradicional, los misterios de la vida de Jesús contaban poco: todo lo llenaba el problema de la unión personal del Verbo con la humanidad de Jesús, la relación entre la Persona divina de Jesús y sus dos naturalezas. Era una Cristología centrada más directamente en los Concilios de la Iglesia que en la Escritura, más metafísica que histórica, más apologética que positiva.

Por otra parte la dimensión salvadora de Jesús quedaba prácticamente reducida al sacrificio de su muerte. La cruz, expiación del pecado de Adán, es la satisfacción infinita que se ofrece a Dios para reparar la ofensa infinita del pecado. La muerte de Jesús nos abre las puertas del cielo y así cada persona puede salvarse después de su muerte.

Hay una serie de aspectos que no aparecen claramente en esta Cristología: su vida, su doctrina, su Resurrección. Todo se centra en el sacrificio de su muerte expiatoria, entendida desde una mentalidad que refleja los esquemas feudales de la época: el vasallo que ofende a su señor necesita reparar la ofensa, y en el caso de Dios, sólo una Persona de igual dignidad divina -el Hijo- puede repararlo. No aparece ninguna dimensión liberadora del Evangelio de Jesús que ayude a transformar la historia, sino que todo parece reducirse a una salvación individual para la otra vida.

La Cristología moderna está bien arraigada en la Biblia. Parte de Jesús de Nazaret, de su vida, muerte y resurrección, recupera la humanidad de Jesús con todas las limitaciones anejas a la verdadera humanidad. Es Jesús quién nos revela que Dios es ante todo Padre, y también Jesús es quien nos revela la dignidad humana: el hombre es hijo de Dios y hermano de Cristo. La encarnación de Jesús es el Si de Dios al mundo y de la historia humana. Desde entonces no hay que buscar a Dios al margen de la historia, sino en la vida humana, en el amor fraterno.

La muerte salvadora de Jesús es fruto de haber asumido la naturaleza humana con todas sus consecuencias hasta el final, y su muerte da sentido al misterio oscuro de nuestra muerte. Pero es la Resurrección de Jesús la que clarifica el sentido de nuestra vida y de nuestra muerte, y por esto es fundamento de nuestra esperanza. La Resurrección de Jesús nos ofrece el modelo de la nueva humanidad, ya que Cristo resucitado es el Señor de la historia, alfa y omega del universo (GS 22; 32; 45). Es una Cristología más positiva y cercana a la problemática moderna, pero que puede pecar de un excesivo optimismo.

La Cristología solidaria se sitúa dentro del enfoque moderno, pero resaltando una serie de aspectos que se descubren al leer el Evangelio desde un mundo de pobreza y hambre de América Latina: Jesús fue pobre, miembro de un pueblo oprimido, optó por los marginados de su tiempo y les anunció a ellos preferentemente el plan de Dios, el Reino. Exige conversión para entrar en este Reino de Dios, que es una maravillosa Utopía que subvierte el orden injusto actual y desea construir una humanidad fraterna, filial, libre y reconciliada. Nos revela a su Padre como el Dios de los pobres, los pequeños y sencillos, y promete al Espíritu que llevará a término en la historia del futuro. Su muerte no es casual sino consecuencia de los conflictos que su misión y sus opciones provocan en todos aquellos que no desean que las cosas cambien ni que venga el Reino de Dios. La Resurrección de Jesús es el Sí del Padre al camino de Jesús y una gran buena noticia para los pobres y oprimidos de este mundo: Dios quiere la vida y levanta del polvo al oprimido. Pero es una mala noticia para Pilatos, Herodes, Caifás y todos los poderosos de este mundo. La vida de Jesús, su mensaje, su muerte y resurrección tienen un profundo contenido liberador. La solidaridad de Jesús con los pobres y su identificación con ellos en el juicio final, hace de los pobres el centro del nuevo Reino, del que ellos son los jueces escatológicos en el tribunal supremo de la historia (Mt 25, 3l-45).

Esta clave solidaria, esencialmente bíblica, fundamenta una actitud cristiana de seguimiento de la vida y mensaje de Jesús, a imitación de los apóstoles. Se entendería mal esta clave si se la redujese a una liberación meramente socio-económica, fruto exclusivo del esfuerzo humano, cayendo así en fáciles y engañosos mesianismos terrenos. Esta clave no olvida las dimensiones de trascendencia, de cruz y de gratuidad de la salvación. Jesús no es un simple profeta, ni un revolucionario social, sino el Hijo de Dios que ha venido al mundo para que tengamos vida en abundancia (Jn 10,10) y para hacernos libres de toda esclavitud (Jn 8,36) con su vida, muerte y resurrección.

3. Antropología

La concepción tradicional llamaba a esta parte de la teología el tratado sobre la gracia. Parte de la creación natural y de la elevación de la humanidad al orden sobrenatural, que en el paraíso terrenal se manifiesta esplendorosamente. De este estado paradisíaco Adán y Eva, por su pecado fueron expulsados, perdiendo la gracia sobrenatural y otros dones. Este pecado de los orígenes de la humanidad constituye la raíz del llamado pecado original, que se hereda a través de la procreación del que el bautismo nos limpia por la gracia de Cristo. Pero aún después del bautismo, el cristiano está sometido a la tentación, al pecado y a la muerte. La vida es una dura batalla, el trabajo del varón y el dolor del parto de la mujer continúan siendo castigo del pecado. El recuerdo de las postrimerías del hombre, muerte, juicio, infierno y gloria, son una continua ayuda para no pecar y salvar el alma, viviendo en una perpetua conversión personal y esperando los bienes eternos del cielo.

Esta visión sostiene un profundo dualismo entre el orden natural y el sobrenatural, entre tierra y cielo, entre cuerpo y alma, entre presente y futuro. Su visión de la humanidad se orienta al más allá y posee un sello más individual que comunitario. Todo se mide en relación con la eternidad, y el compromiso con el presente es poco fuerte. Trabajo, sexo, política, cuerpo, materia, parecen conllevar una carga más bien negativa. Hay siempre una nostalgia del paraíso perdido.

La clave moderna posee una visión más positiva e integral de la realidad terrestre y humana. Su visión es más bíblica y existencial. La obra creadora de Dios, que no impide una visión evolucionista del mundo, culmina en la creación del hombre y de la mujer, llamados a dominar el mundo con su trabajo e inteligencia y a vivir el amor interpersonal. El pecado original se contempla sobre todo desde una visión personalista: son nuestros pecados personales los que lo actualizan y lo hacen presente. El paraíso es concebido más bien como la Utopía de futuro para la humanidad. La misión humana en el mundo se concreta por acercarse a este ideal escatológico, los cielos nuevos y la tierra nueva. Mientras tanto, aunque hay desproporción entre nuestro trabajo es semilla de la nueva humanidad. La gracia todo lo penetra, todo es gracia. Hay una experiencia personal de la gracia. No se niega el pecado ni la oscuridad de la muerte, pero la muerte y resurrección de Jesús son fuente de salvación y de esperanza. Se insiste en la dimensión comunitaria del pecado y de la conversión ya que se es consciente que el pecado hiere a la Iglesia, comunidad de salvación en nuestro mundo. La visión moderna es fundamentalmente optimista, evolutiva, mira al futuro con confianza y valora la responsabilidad humana en el progreso de la historia, que camina hacia su transfiguración en Cristo.

La clave solidaria no parte de un ideal abstracto de humanidad, sino de la situación inhumana y de muerte a la que se ve sometida la mayor parte de la humanidad: hambre, analfabetismo, pobreza, insalubridad, vida dura y muerte anticipada prematura e injustamente. Esta realidad, opuesta al plan de Dios se debe llamar pecado. El pecado original y personal cristaliza en estructuras de pecado, en concreto en el pecado de injusticia que es el gran pecado de nuestro mundo. Su visión del mundo no es ilusoriamente optimista. El pecado produce muerte: desde Caín a la crucifixión de Jesús, desde los profetas asesinados a los millones de seres condenados hoy a la muerte. Sin embargo, desde la fe se recupera la esperanza: Dios quiere la vida, el mundo debe ser compartido por todos, Jesús es la Vida verdadera y desea que la poseamos en abundancia. Su resurrección significa la posibilidad de que la vida triunfe sobre la muerte y la víctima sobre el verdugo, Jesús con su vida y su identificación solidaria con los pobres nos marca la ruta: trabajar por la liberación integral de toda esclavitud y de toda muerte, luchar por quitar el pecado del mundo, realizar ya aquí el Reino, anticipar ya en este mundo parcialmente los cielos nuevos y la tierra nueva de la escatología, caminar hacia la comunión y participación plena de todos entre sí y con Dios.

Esta visión es colectiva e histórica: tanto la gracia como el pecado tienen dimensión histórica. La salvación debe hacerse presente en la historia del pueblo de Dios, llegando así a una experiencia no sólo personal sino histórica de la gracia. Es una concepción muy realista de la existencia humana y del peso del pecado en la historia, pero al mismo tiempo vive la esperanza de un futuro mejor, más conforme el plan de Dios, del que el paraíso es el símbolo que debe ser anticipado ya aquí. Desde los pobres de este mundo debe comenzar a surgir la nueva humanidad: el Reino de Dios, prometido a todos los que lloran y sufren.

4. La Iglesia

La clave tradicional concibe la Iglesia en forma de pirámide que se estrecha a medida que se acerca a la cúspide y se ensancha en la base. Es una eclesiología centrada en el poder y la autoridad. Más concretamente, es una Iglesia dividida en dos clases de cristianos: el clero o jerarquía y los seglares o laicos. La jerarquía (Papa, obispos, sacerdotes) está consagrada para las cosas espirituales de Dios, mientras los laicos se ocupan de las cosas terrenas, carnales y profanas. En la cúspide de la jerarquía está el Papa que domina sobre toda la Iglesia y sobre el pueblo cristiano. Esta eclesiología clerical destaca también las dimensiones juridicistas e institucionales de la Iglesia: aparecen en esta visión clásica de la Iglesia más los aspectos visibles e históricos que su dimensión de misterio. Es también una Iglesia triunfalista y gloriosa, en la que las atribuciones del Resucitado han pasado a sus representantes jerárquicos. Esta visión de Iglesia, típica de la Cristiandad medieval, provocó cismas en el cuerpo de la Iglesia: la separación de la Iglesia de Oriente, la Reforma. . . Pero todo ello no sirvió más que para reforzar la eclesiología tradicional, que alcanzará su punto álgido en el Vaticano I y en la época de Pío XII. Los intentos más modernos de elaborar una teología del laicado, no son más que pequeños remedios para superar una situación de alejamiento del mundo, ya imposible de sostener por más tiempo. El laicado, cuya misión es consagrar el mundo y ser como una avanzadilla eclesial en el terreno social y político, continúa en esta clave, subordinado al clero, del que es como su brazo ejecutivo.

La clave moderna recupera la dimensión de Iglesia de comunión, olvidada durante algunos siglos, y se define como sacramento de salvación. Frente a la visión anterior eminentemente clerical, la Iglesia se proclama toda ella Pueblo de Dios, constituido por el bautismo y la eucaristía. Frente al juridicismo anterior, la Iglesia moderna descubre su dimensión de misterio o sacramento. Frente al triunfalismo tradicional, la Iglesia ahora se proclama peregrina hacia el Reino y dialogante con el mundo. Esta visión eclesiológica moderna desemboca en una serie de reformas y medidas que acentuarán las notas del diálogo, la corresponsabilidad, la comunidad: reforma litúrgica, ecumenismo, sínodos, conferencias episcopales, consejos pastorales, etc. Esta eclesiología, iniciada en la primera mitad del siglo XX, culminará en el Vaticano II y en la eclesiología postconciliar.

La clave solidaria completa y desarrolla la eclesiología moderna en algunos puntos. Es una eclesiología liberadora, que quiere ser sacramento histórico de liberación para los sectores populares y pobres. Quiere destacar que el Pueblo de Dios, que nació en el Exodo fue un pueblo liberado de la esclavitud y que sólo buscando la liberación del pueblo pobre, la Iglesia puede llegar a ser auténtico Pueblo de Dios. Es una Iglesia que toda ella se orienta hacia el Reino de Dios, un Reino que en un mundo dividido por la injusticia, debe ser Reino de Justicia, derecho y libertad. Es una Iglesia encarnada y presente en el mundo, pero sobre todo en el mundo de los pobres. Es la Iglesia del Crucificado y de los crucificados de este mundo por el egoísmo del pecado. Quiere ser no sólo Iglesia para los pobres, sino Iglesia de los pobres.

Este tipo de eclesiología, que va creciendo en torno a Medellín y Puebla, se concreta en las comunidades eclesiales de base, nuevos carismas, nuevos ministerios, un nuevo estilo más profético, y también sufre conflictos, persecuciones, y martirio. Desde la solidaridad con los pobres de la tierra, esta eclesiología adquiere una fuerte dimensión evangélica y popular: su opción prioritaria por los pobres es su nota más característica.

5. Sacramentos

Es importante la visión que se tenga de los sacramentos, pues a través de ellos se ofrece una imagen de cristianismo y de la Iglesia.

Para la clave tradicional los sacramentos son instrumentos de gracia, unos canales a través de los cuales, la gracia que Cristo nos mereció por su pasión, se nos comunica a cada uno de nosotros. De ahí proviene su eficacia infalible, con tal que se pongan las condiciones mínimas necesarias para su recto funcionamiento. El sacerdote es el ministro de estos sacramentos, por ser el mediador entre Dios y los hombres. El administra estas fuentes de gracia de la Iglesia. El bautismo de los niños sería el sacramento prototipo: en él aparece la dimensión objetiva de la salvación que Dios nos comunica a través de estos instrumentos de gracia.

La visión sacramental moderna recupera otros aspectos del sacramento: su dimensión simbólica, el encuentro personal con el Resucitado y sobre todo su eclesialidad. Los sacramentos son celebraciones litúrgicas de la Iglesia, momentos fuertes en los que la comunidad eclesial expresa y celebra el misterio pascual de Cristo y el triunfo definitivo de su gracia sobre el pecado. A través de ellos, no sólo las personas reciben gracia, sino que la misma comunidad eclesial, se va estructurando, como comunidad de Jesús en el mundo. El sacerdote aparece como representante cualificado de la Iglesia. La eucaristía es el sacramento principal, ya que gracias a ella la Iglesia se va constituyendo como Cuerpo de Cristo. El sacramento presupone fe y opción personal de parte del sujeto que se acerca a la Iglesia. En esta clave moderna, el bautismo de niños, o es cuestionado por algunos, o no se considera como el prototipo de los sacramentos, sino más bien como un caso límite muy peculiar. El ideal sacramental sería los sacramentos de los adultos, donde ellos corresponden a la gracia con su fe y disposición personal. Esta clave sacramental entra en diálogo con el mundo moderno secular y liberal.

La clave solidaria redescubre otros aspectos de los sacramentos: su dimensión profética, el ser símbolos de la Utopía del Reino, la exigencia de justicia y solidaridad con los pobres, su conexión con el seguimiento del Jesús histórico. Los sacramentos deben ser símbolos liberadores de una Iglesia que ha optado por los pobres y que desea que haya conexión entre el misterio pascual que celebra toda liturgia y el compromiso cristiano en la vida del pueblo. Tanto la pascua judía, como la pascua de Jesús, son acontecimientos salvíficos profundamente liberadores. En la liturgia debe resonar el clamor del pueblo y hacerlo llegar a Dios. En esta clave la preocupación principal no es por el problema de la edad de los que reciben los sacramentos (niños o adultos), sino por el compromiso que se tiene frente a las estructuras injustas de la sociedad. Esta clave se preocupa por mantener unidos el sacramento del altar y el sacramento del hermano. Evidentemente esta mentalidad se alimenta de la constante experiencia de miseria, de pobreza y de marginación de las mayorías de América Latina y del Tercer Mundo.

6. Espiritualidad

La espiritualidad tradicional parte del dualismo entre materia y espíritu, parece reducir la espiritualidad a la esfera de lo sagrado, a personas especialmente consagradas a Dios (sacerdotes y religiosos), a la vida interior y al cultivo de la belleza del alma. La división entre preceptos y consejos evangélicos separa a los cultivadores de la perfección (clero, y religiosos) de los que se contentan con cumplir los mandamientos (laicos). La espiritualidad es para las élites y grupos selectos, con capacidad intelectual y económica para dedicarse a la contemplación y a la vida espiritual.

La espiritualidad, vista desde la clave moderna, recupera las nociones de bautismo y Pueblo de Dios, se centra en el don de la caridad y en la celebración litúrgica. La vocación universal de toda la Iglesia a la santidad y la doctrina de la pluralidad de carismas en la Iglesia, abren las puertas de la espiritualidad a todo bautizado. La perfección se centra en la caridad y su cumbre es el don del martirio. La espiritualidad se debe vivir en el mundo, en el trabajo y en las realidades temporales cotidianas. Surge la espiritualidad laical y la de la propia profesión.

La espiritualidad solidaria quiere vivir según el Espíritu de Jesús y por esto mismo se inserta en el mundo de los pobres, escucha su clamor, se solidariza con sus sufrimientos y aspiraciones, encuentra al Señor en el pobre y vive la experiencia espiritual de la contemplación en la acción liberadora. El pobre evangeliza, obliga a la conversión, interpela y se convierte en lugar espiritual privilegiado. La misma religiosidad popular adquiere un sentido espiritual: el orar desde los pobres y con ellos, actualiza la inserción de Jesús en medio de su pueblo y su experiencia espiritual del bautismo, de la cruz y de su solidaridad con los pobres.

7. Pastoral

La pastoral tradicional es la liderada exclusivamente por la jerarquía eclesiástica y se centra en la instrucción religiosa y moral del pueblo. Basada en el poder, en la autoridad y en la transmisión dogmática de las verdades de la fe, busca la tutela y la defensa de la fe de los bautizados, más que la evangelización del mundo. Está ligada a un tiempo de sociedad tradicional, más bien agraria y a un mundo homogéneamente cristiano.

La pastoral moderna incluye a los laicos en su tarea misionera. Trabaja con minorías selectas que han de actuar luego, como fermento en el mundo moderno secular y descristianizado. Se orienta al testimonio en la propia profesión y en la vida familiar, pero sin cuestionar demasiado las estructuras económicas del mundo moderno. Fomenta movimientos apostólicos, bien organizados y con buena formación, sobre todo en las capas medias de la sociedad. Su espiritualidad no es la de las ascesis y renuncia, sino la valoración de las realidades terrenas y la presencia anónima del Reino allí donde hay amor y justicia.

La pastoral solidaria, unida al contexto de la pobreza e injusticia de América Latina, une a todos los miembros de la Iglesia comprometidos con la justicia en favor de los pobres, se orienta a la concientización de las situaciones de justicia y a la lucha por la liberación. Se dirige al mundo de los pobres, excluidos normalmente no sólo de la sociedad sino también de una participación activa en la Iglesia. A través de comunidades eclesiales de base, cursillos bíblicos, etc., busca evangelizar a los pobres y ser evangelizados por ellos. Es una pastoral profética y con frecuencia conflictiva, ya que no se limita a fermentar la sociedad, sino a liberarla de todas las esclavitudes.

8. Educación

La educación tradicional es con frecuencia clasista y elitista, marginando a muchos sectores de la sociedad de su influjo. Sus contenidos son objetivos, doctrinales, abstractos, muchas veces trasplantados del exterior. Su metodología es uniforme y pasiva, limitándose a transmitir contenidos muchas veces alejados de los intereses reales del pueblo. Se orienta más a mantener las estructuras vigentes que a cuestionarlas, y busca crear individuos que triunfen en el vida y tengan "más". Fomenta un cristianismo individualista y alejado del compromiso en la vida. Suele limitarse a la pedagogía sistemática y formal, con que consigue innegables buenos resultados de preparación eficaz, laboriosidad y espíritu científico y metódico, pero que se pone al servicio de los sectores más privilegiados de la sociedad.

La educación moderna busca una mayor democratización de la enseñanza, renueva sus contenidos y técnicas pedagógicas, es más pluralista y respetuosa de los valores culturales y locales, procura que el educando sea sujeto de su propia educación y que se oriente a una forma de las estructuras sociales. Pretende que cada persona "sea más" y educa para un cristianismo más consciente para vivir su fe en un mundo secular. Aprovecha todos los recursos de la educación asistemática y procura crear una comunidad educativa (profesores y padres) renovada y activa.

La educación solidaria pretende ser educación popular, dirigiéndose especialmente a los sectores marginados social y culturalmente. Intenta situar los contenidos en el contexto histórico y geográfico del pueblo, orientando al cambio permanente y orgánico de América Latina. Parte de la vida y se orienta a la praxis. Desea que el pueblo sea sujeto histórico de su desarrollo liberador, fomentando su originalidad creativa. La escuela desea anticipar ya en sus mismas estructuras un nuevo tipo de sociedad, que se acerque más a los valores evangélicos del Reino de Dios. Se orienta a un cristianismo liberador, que participe del proyecto liberador de Jesús.

9. Otros temas

Hemos elegido una serie de temas básicos dentro de la fe y vida cristiana. Pero se podrían añadir otros muchos. Así por ejemplo, María en la clave tradicional aparece llena de privilegios y la mariología se utiliza como argumento apologético contra protestantes y racionalistas; en la clave moderna es símbolo de la Iglesia; en la clave solidaria aparece como mujer del pueblo que enaltece a Dios y proclama que la salvación tiene que ver con la justicia hacia los pobres.

La eucaristía en la clave tradicional se centra en las dimensiones sobre todo de presencia real y sacrificio; en la clave moderna recupera las dimensiones de comunidad eclesial y de comunión; en la clave solidaria la eucaristía se ve relacionada con la justicia, la solidaridad y el hambre del mundo.

La moral tradicional se basa en normas y leyes que deben ser cumplidas; la moral moderna en la opción fundamental de la persona ante los valores del Evangelio; la moral solidaria acentúa que la opción fundamental debe pasar por la opción por los pobres, en seguimiento de Jesús.

La vida religiosa tradicional deja el mundo y se consagra a Dios buscando su perfección en el marco de unas reglas e instituciones propias, desde donde hace su apostolado; la vida religiosa moderna busca su presencia testimonial en el mundo urbano y secular, desde una comunidad evangélica y un trabajo profesional, muchas veces secular; la vida religiosa solidaria intenta insertarse en el mundo de los pobres acompañándolos evangélicamente desde su propio carisma religioso profético, en su marcha liberadora hacia el Reino.

La moral tradicional tiende a ser asistencialista frente a los pobres ("dar pan y peces"), la acción moderna busca el desarrollo y la promoción ("dar una caña y enseñar a pescar"), la acción solidaria pretende la liberación de las esclavitudes ("el río es de los pescadores").

Con todas estas aplicaciones concretas se puede comprender mejor la diversidad de claves para la interpretación del cristianismo, y cómo aquellos tres esquemas mentales tienen su repercusión en la visión y praxis de la fe cristiana y configuran tres rostros diferentes de la vida cristiana.

En fin, para volver a los tres ejemplos aducidos al comienzo, y que seguramente ahora se comprenden mejor, el Catecismo de Pío X corresponde a una catequesis tradicional, el Catecismo holandés a la catequesis moderna y del Brasil a la solidaria.

5. REFLEXIONES FINALES

Después de haber expuesto estos tres esquemas mentales y de haber visto su repercusión en las diferentes concepciones del cristianismo, podemos, para acabar, hacer una serie de reflexiones útiles para nuestra mejor comprensión del ser cristiano hoy en América Latina.

1. Ha aparecido con bastante claridad que tanto el surgimiento de cada clave como su desarrollo está estrechamente vinculado al proceso histórico de la humanidad y en concreto de la Iglesia.

La clave tradicional corresponde a un momento histórico definido, rural, pretécnico, sacral y se plasma en la Cristiandad medieval.

La clave moderna surge en torno al Renacimiento.

La clave solidaria nace al irrumpir los pueblos pobres y jóvenes en la historia contemporánea.

Desde el punto de vista eclesial, la clave tradicional es preconciliar, abarca el tiempo anterior al Vaticano II, la clave moderna surge en torno al Vaticano II y la solidaria en el postconcilio, concretamente en torno a Medellín y Puebla. Hay pues un condicionamiento histórico y cronológico en cada una de estas claves.

2. Sin embargo, existe también una simultaneidad sin-crónica de las claves. En el momento presente, en la Iglesia actual, coexisten las diferentes claves, creando tensiones y conflictos a todo nivel.

Ciñéndonos a América Latina existen sectores (por ejemplo: los campesinos) ubicados mayoritariamente en la clave tradicional, sectores urbanos (universitarios, profesionales) en la clave moderna y grupos populares (CEBS) en la clave solidaria. Este fenómeno es típico de los momentos de acelerado cambio histórico como el presente.

3. Más aún, existe una paradoja que merece nuestra atención. A nivel eclesial, la clave tradicional, es menos tradicional de lo que podemos pensar. Muchos elementos del catolicismo tradicional, no son los de la primitiva tradición de la Iglesia, sino que son fruto de una lenta evolución histórica: influjo del judaísmo tardío, paso de una Iglesia de mártires a una Iglesia unida al imperio en el siglo IV, creciente poder de la autoridad eclesial, progresiva pérdida de elementos simbólicos y comunitarios, desmembración del Oriente cristiano.

La clave moderna, en muchos aspectos, es más tradicional que la clave clásica ya que recupera la tradición de la Iglesia primitiva, de la Escritura y de los Padres. Muchas "innovaciones" del Vaticano II son una vuelta a la genuina tradición eclesial.

Lo mismo puede afirmarse de la clave solidaria: en el fondo vuelve a conceptos profundamente bíblicos y tradicionales, al Exodo, a la predicación profética, al Jesús histórico que nos presentan los Evangelios, a la comunidad de Jerusalén, a la preocupación patrística por la justicia, a los movimientos populares y comunitarios de la Edad Media, a las grandes figuras misioneras de la Iglesia de los siglos XVI - XVII (Las Casas, Valdivieso, Montesinos, Domingo de Santo Tomás. . . ), a los movimientos cristianos sociales utópicos del siglo XIX, a la Doctrina Social de la Iglesia. En cada época, junto a la clave oficial, ha permanecido oculta y soterrada una dimensión más profunda, el polo profético de la Iglesia.

4. Todo ello nos obliga a ser honestos al momento de valorar las claves, sobre todo las del pasado.

Seríamos injustos si no reconociéramos valores positivos en la clave que hemos llamado tradicional. En ella descubrimos valores auténticamente cristianos, que han ayudado a santificarse dentro de esta mentalidad, a muchas generaciones de la Iglesia. Descubrimos en esta mentalidad un sentido religioso profundo, sumisión a Dios y obediencia a la jerarquía, sano relativismo ante las cosas humanas, conciencia de pecado, sensibilidad hacia lo trascendente, compasión hacia los pobres. Pero también hay en esta clave elementos que, por lo menos hoy, nos parecen negativos: dualismo más griego que cristiano, poca preocupación por el compromiso histórico, individualismo, clericalismo, paternalismo, etc. Esta mentalidad influye notablemente en sectores conservadores de la sociedad y de la Iglesia, como expresa bien Medellín:

"Los tradicionales o conservadores manifiestan pocas o ninguna conciencia social, tienen mentalidad burguesa y por lo mismo no cuestionan las estructuras sociales. En general se preocupan por mantener sus privilegios que ellos identifican con el "orden establecido", su actuación en la comunidad posee un carácter paternalista y asistencial, sin ninguna preocupación por la modificación de "statu quo". (DM Pastoral de élites, 6)".

Estos sectores en América Latina tienden a defender la "civilización cristiana occidental" y a ver marxismo en todo lo que sea exigencia de justicia. Este tipo de cristianismo es el que ha posibilitado en América Latina la actual situación de injusticia y el que fomente en el pueblo actitudes de resignación pasiva.

La clave moderna posee grandes valores, ya que su inspiración es fundamentalmente bíblica y patrística. Se ha abierto también a valores irrenunciables del mundo moderno: respecto a la persona, progreso científico, diálogo, autonomía de lo secular. Sin embargo no está exenta de ambigüedades: asimilación acrítica de la modernidad, por ejemplo de la supremacía del progreso teórico y económico sobre el social y humano, visión demasiado optimista del desarrollo sin darse cuenta del costo social que ha producido a los países del Tercer Mundo, insensibilidad ante las raíces pecaminosas del capitalismo, lejanía del dolor del pueblo, racionalismo e individualismo burgués, autosuficiencia. De todo ello también advierte oportunamente Medellín (Pastoral de élites, 7).

La clave solidaria tampoco está exenta de riesgos. Tanto Medellín (Pastoral de élites, 8), como Puebla (48l-490) y documentos de la Iglesia universal (Instrucción sobre la Teología de la Liberación) aluden a ellos: reduccionismo a lo sociopolítico, utilización poco crítica de las ciencias sociales, rupturas eclesiales, etc. Sin embargo, sus valores positivos son innegables: sensibilidad profética a la justicia, vuelta a los pobres, visión más evangélica del cristianismo y de la Iglesia, preocupación por la instauración del Reino de Dios en la historia, etc.

5. Todo lo dicho hasta aquí podría conducir a un cierto relativismo. Tal vez algunos podrían sacar la conclusión de que no importa mucho qué clave se elija, puesto que cada clave tiene aspectos positivos y negativos. Esta conclusión no sería correcta.

El cristianismo no es una ideología sino una vida, un camino. Y debe vivirse en cada momento histórico, respondiendo a las interpelaciones concretas de la humanidad. El Dios de la revelación continúa manifestando sus designios salvadores en la historia, a través de los anhelos y aspiraciones de los pueblos. Esta es la doctrina de los signos de los tiempos que el Vaticano II expone y aplica (GS 4;11;44). No se puede servir a Dios al margen de la historia y de los signos de los tiempos.

En el mundo de hoy, concretamente en América Latina, el clamor de los pobres en busca de su liberación es uno de los principales signos de nuestro tiempo (Instrucción sobre la Teología de la Liberación, l). Discernirlo, comprenderlo, captarlo, asimilarlo y hacer de él una forma continua de enfocar la realidad y la fe, es una tarea ineludible hoy, y mucho más en América Latina. Esto es lo que la Iglesia de América Latina intentó hacer en Medellín y Puebla, y lo que la teología latinoamericana intenta hacer al hablar de liberación.

Optar por la clave solidaria no es una moda ni una arbitrariedad, sino una exigencia espiritual. Al hacerlo, deben incorporarse a ella los aspectos positivos de claves anteriores, pero situándolos en una óptica nueva. Es realmente un cambio de forma de pensar, valorar y actuar. Es una conversión, un renacer de nuevo. Hemos de imitar al padre de familia de la parábola evangélica, que de sus reservas va sacando cosas nuevas y cosas antiguas (Mt l3,52). Pero este vino nuevo requiere vasijas nuevas (Mc 2,22).

6. Pero ¿cómo renacer a la solidaridad? ¿cómo pasar de una clave a otra? El paso de la clave tradicional a la moderna, es un cambio sobre todo cultural e intelectual. Las rupturas producidas al emerger el mundo moderno, exigen naturalmente un cambio de mentalidad. La humanidad fue pasando lentamente del mundo premoderno al moderno. Cuando la Iglesia en el Vaticano II se adaptó al mundo moderno, muchos cristianos respiraron satisfechos: el ser cristiano ya no entraba en conflicto con su modernidad. Después del Vaticano II, los cursos de "renovación conciliar" pretendían ayudar a este cambio de mentalidad que fundamentalmente consistía en una renovación intelectual, en ver al mundo, también el mundo de la fe, con ojos "modernos", en abrirse a la cultura moderna.

El paso de la modernidad a la solidaridad es más complejo. No implica sólo una mayor ilustración intelectual, sino un cambio de lugar social. Es ver al mundo y leer el Evangelio desde los pobres, escuchando su clamor en solidaridad con las aspiraciones de la mayoría. Es ver el mundo desde abajo, morir a una posición de privilegio, de superioridad y aceptar que a los pobres ha sido revelado el misterio del Reino (Mt 11,25). Es cambiar de interlocutor, de sensibilidad, de óptica. Para muchos puede suponer una profunda ruptura. En todo caso, exige una conversión.

La evolución de Mons. Romero puede resultar ilustrativa. Educado en una mentalidad cristiana tradicional, durante el Vaticano II fue pasando a una concepción más moderna de la fe. Esto le dio una visión más abierta y científica, pero no le hizo cambiar de lugar social. Su elección episcopal para la sede de San Salvador en l977 alegró a la oligarquía, a los militares y a los sectores más tradicionales de la Iglesia. Fue el descubrimiento de la cruel realidad de muerte del pueblo salvadoreño, el asesinato de sus sacerdotes, catequistas y del pueblo sencillo por las fuerzas de seguridad del Estado y por sus poderosos aliados, lo que le hizo abrir los ojos a la realidad del mundo de los pobres, como una realidad injusta, contraria al plan de Dios. Esto provocó su conversión al Evangelio de los pobres, al Dios de la vida. De ahí brotó la maravillosa fuerza profética de sus eucaristías dominicales en la catedral, su preocupación por encarnar la Iglesia en el mundo de los pobres, su valentía ante los opresores del pueblo. De ahí brotaron sus tensiones y conflictos con sectores de la Iglesia y de la sociedad, y con el mismo departamento del Estado de EE.UU. Por esto murió mártir, mezclando su sangre con el cáliz de la eucaristía.

Por otra parte, hay sectores populares que viven en la clave tradicional, que fácilmente pueden acceder a la clave solidaria, casi sin pasar por la clave moderna. El pueblo que ha sufrido una explotación de siglos, puede comprender fácilmente los aspectos alienantes de la clave tradicional y las dimensiones liberadoras de la clave solidaria. No necesita cambiar de lugar social, sino tomar conciencia de su realidad y del secuestro a que ha sido sometido el Evangelio durante mucho tiempo.

7. Comenzábamos preguntándonos ¿Qué significa ser cristiano en América Latina? Hemos visto cómo en un continente pobre y cristiano, ser cristiano no puede ser algo meramente tradicional o ritual, sino que se debe expresar en el seguimiento de Jesús. El seguimiento de Jesús implica proseguir su camino liberador hacia el Reino.

Nos preguntábamos luego el por qué de esta opción. Después de haber explicado las diversas formas de comprender y vivir la fe, podemos ahora ya responder. Seguir a Jesús en su misión es la forma de ser cristiano en América Latina, ya que la situación de injusticia del pueblo nos interpela a vivir el cristianismo desde la clave solidaria. Esto que para el pueblo pobre y sencillo de América Latina aparece algo obvio, para otros sectores de la Iglesia tal vez resulte nuevo o incluso escandaloso. En realidad es algo simplemente evangélico: ser cristiano consiste en imitar a los Apóstoles y discípulos en el seguimiento de Jesús.

Pueden servirnos para cerrar estas reflexiones las palabras del diario del Papa Juan XXIII, escritas pocos días antes de su muerte:

"Hoy más que nunca (ciertamente más que en siglos precedentes), estamos llamados al servicio del hombre como tal, no sólo de los católicos. A defender sobre todo y en todas partes los derechos de la persona humana y no sólo los de la Iglesia católica. Las condiciones actuales, las investigaciones de los últimos 50 años, nos han llevado a realidades nuevas, tal como dije en el discurso de apertura del Concilio. No es que haya cambiado el Evangelio: somos nosotros los que hemos comenzado a comprenderlo mejor. Quien ha tenido la suerte de una vida larga se encontró al comienzo de este siglo frente a nuevas tareas sociales; y quien -como yo- ha estado 20 años en Oriente y 8 en Francia y se ha encontrado en el cruce de diversas culturas y tradiciones, sabe que ha llegado el momento de discernir los signos de los tiempos, de aferrarse a la oportunidad de mirar hacia adelante".