Gentileza
de http://www.hernandarias.edu.ar/ceiboysur/
para la BIBLIOTECA CATÓLICA DIGITAL
Albert
Gélin
Los
pobres de Yavé
CAPITULO IV
LA IGLESIA DE LOS "POBRES"
EN
LOS ÚLTIMOS
SIGLOS
DEL JUDAÍSMO
Los
salmos sirvieron constantemente de guía a la piedad judaica y le infundieron
una orientación mística, esencialmente basada en la idea de la
"pobreza". Su traducción al griego, como ya hemos tratado de
explicar, hizo necesario el uso de palabras inadecuadas para expresar una idea
nueva. El problema es todavía más palpable en la traducción de otros textos bíblicos.
Podemos, pues, afirmar que penes, ptojos
y tapeinos, juntamente con práis,
adquieren en la versión de los Setenta la capacidad de expresar el
comportamiento del "hombre bíblico" ante el Señor y preparan de esta
manera la expresión cristiana de la fe.
Esta
conclusión se reafirma al examinar las traducciones griegas del Antiguo
Testamento, posteriores a los Setenta y emprendidas por los mismos judíos, en
las que se ratifica la sublimación espiritual del vocabulario de la pobreza. Lo
mismo puede decirse con respecto a las traducciones griegas de diversos libros
apócrifos, a los que nos referimos en el presente capítulo: en éstos, aun
cuando en la mayoría de los casos han desaparecido los originales hebreos y sólo
podemos intuir los términos semíticos que se ocultan tras las expresiones
griegas, no cabe duda de que, tanto en el original como en la traducción, éstos
tenían un sentido indiscutiblemente religioso.
No
se extrañe nadie de que citemos documentos bíblicos juntamente con parabíblicos.
En el estudio de un tema, es importante atar bien todos los cabos: el pueblo de
Dios es un pueblo dinámico, en catecumenado, cuya tradición es un desarrollo
constante, y todo lo que nos puede ayudar a reconstruir su historia lo aceptamos
de buen grado: el texto inspirado que la relata, las enmiendas posteriores, las
influencias que ejerce y las formas de vida religiosa que engendra. Es una tarea
de vital importancia para la teología católica determinar con la mayor precisión
posible y, me atrevería a decir, con mucho más interés del que hasta hoy ha
despertado, esta nebulosa de la tradición judía más reciente, en la que nace
el universo cristiano y la misma persona de Cristo.
Esta
tradición judía la encontramos ya expresada en lengua griega. La fundación de
Alejandría, en el año 332, abrió al judaísmo unas posibilidades
extraordinarias. Apoyados por la simpatía de Alejandro y de los Tolomeos, los
judíos establecieron sólidamente en la nueva Atenas una comunidad lealista,
con sus especialidades propias -las finanzas- y su altivez a veces provocativa
-que los historiadores paganos calificaron de "orgullo de raza"-.
Estos
judíos asimilaron fácilmente la cultura helenista, se abrieron a la filosofía,
y no dudaron en adaptar el Exodo al teatro, ni en trucar con fines apologéticos
los oráculos de la Sibila. El Libro de la Sabiduría probablemente no es más
que una explicación y defensa de la tradición de Israel, escrito en forma que
su lectura no hiriera a los lectores paganos. Al haber olvidado la lengua
original de las Escrituras, se emprendió la traducción de las mismas,
probablemente durante el reinado de Tolomeo II Filadelfo (285-246), y si, como
consecuencia de ello, algún rabino descontento llegó a afirmar que, en aquella
ocasión, "las tinieblas cubrieron el mundo durante tres años", su
mal entendido conservadurismo y sus anatemas no tuvieron trascendencia. La
inspiración iluminaba a aquel grupo de judíos helénicos y la lengua de Platón
iba a expresar la palabra de Dios.
*
* *
En
nuestra Biblia griega encontramos a veces verdaderos cantos de los
"pobres". Por ejemplo, en Isaías 25, 1-5, el traductor acaba por
abandonar casi totalmente el original hebreo, brotando así un poema nuevo que
nos descubre la permanencia viva del ideal de los "pobres" en la Diáspora.
Yavé,
tú eres mi Dios;
yo
te ensalzaré y alabaré tu nombre,
porque
has cumplido designios maravillosos,
que
fueron meditados durante mucho tiempo
y
que son auténticos y verdaderos.
Porque
hiciste de la ciudad un montón de piedras,
de
la ciudad fortificada un montón de ruinas.
La
ciudadela de los impíos ya no existe
ni
será jamás reconstruida.
Por
eso el pueblo, los pobres (ptojoi), te
bendecirán
y
las ciudades oprimidas te alabarán:
porque
eres tú el refugio y el defensor de los humildes (tapeinos),
el
refugio de cuantos se sienten agobiados
por
el peso de su propia miseria.
¡Tú
les librarás de los hombres impíos,
refugio
de los desdichados
y
aliento de los oprimidos!
Y
ellos te bendecirán, como lo hacen los humildes
de
espíritu (oligopsijos), los
sedientos,
en
Sión, lejos de los opresores
en
cuyas manos nos habías abandonado.
En
este apocalipsis (Is 24-27), que describe los acontecimientos del fin del mundo
y el triunfo de Israel, el tema de las dos Ciudades, tantas veces repetido en
los textos de esa índole (puede verse Ap 11, 2.7; 17, 21), aparece en primerísimo
plano. ¿Cuál es esa ciudad soberbia (26,5) y esa ciudad aniquilada? (24 10).
Lindblom cree que Babilonia. Esta opinión es demasiado concreta. En la época
tardía en que se escribió este apocalipsis, esa ciudad anónima no puede ser
sino la Ciudad simbólica del mal, lo mismo que Sión simboliza la del bien. La
reunión final del pueblo de Dios en Jerusalén será la revancha de los
"pobres". La Diáspora representa para ellos una situación violenta,
aunque humanamente hablando, su situación no sea infortunada -como ocurrió
durante la dominación persa- y siguen empleando para referirse a ella la misma
terminología del Exilio, pero el sentido es muy distinto: la sed de que sufren
no es material sino espiritual:
Si
yo me olvidare de ti, Jerusalén,
sea
echada en olvido mi diestra (Sal 137, 5).
Estos
"pobres" se saben predilectos de Dios. El libro de Baruc, obra de la
Diáspora alejandrina, que muy bien podría ser contemporáneo de Ben Sirá, ha
perpetuado una plegaria de arrepentimiento y de esperanza que, sin duda, se
recitaría en las sinagogas (Bar 1, 6) y que dice así:
Señor,
mira desde tu santa casa y piensa en nosotros; inclina, Señor, tu oído, y
escucha. Abre tus ojos y mira que no proclaman tu gloria y la justicia del Señor
los muertos que están en el sepulcro, cuyo espíritu abandonó sus entrañas. Sólo
el alma entristecida por la grandeza de los males que padece, que camina
encorvada y débil, apagados los ojos, y el alma hambrienta, pueden, Señor,
proclamar tu gloria y tu justicia (Bar 2, 16-18).
Nos
hallamos en un ambiente conocido, de lenguaje familiar, sin tecnicismos: el de
Isaías (66, 1-2) y el de Ezequiel (34,16), en el que Yavé proclama su unión
con las débiles y confiadas ovejas de su redil.
Los
cánticos griegos incluidos en el Libro de Daniel tienen el mismo tono. El de
los tres jóvenes del horno (Dan 3, 51-90) contiene esta invitación:
"Bendigan al Señor, santos y humildes de corazón (tapeinoi kardia)" (v. 87). El canto de Azarías (3, 25-45), en
un pasaje inspirado evidentemente en el salmo 51,19, tiene la siguiente
plegaria:
"Señor,
hallemos acogida por nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humillado (tetapeinómenos)"
(v. 39). Teodoción dice: "Nuestro espíritu de humildad (tapeinoseos)".
Y no hay que olvidar este empleo absoluto de la palabra tapeinosis con este sentido concreto, cuando oigamos el Magnificat.
*
* *
En
la misma Palestina podemos seguir perfectamente la evolución del tema de la
pobreza. Sabida es la revolución que se produjo hace algunos años con el
conocimiento del judaísmo del siglo II antes de Cristo al I después de Cristo,
con los descubrimientos sensacionales de Qumran. Las excavaciones de 1947, 1949,
1951 y 1952 fueron descubriendo poco a poco, no lejos de la orilla occidental
del mar Muerto, el convento, la regla y la biblioteca de una secta judía, cuya
identificación con los Esenios se ha ido haciendo cada vez más patente. Esa
comunidad, bajo la amenaza de algún peligro óposiblemente la guerra romana de
los años 66 al 70 después de Cristo-, evacuó el convento depositando antes
todos sus libros y documentos en infinidad de cuevas, hoy día localizadas. Los
textos descubiertos plantearon bastantes más problemas de los que resolvieron.
Pero, por lo menos, estos descubrimientos han simplificado nuestra idea sobre
las corrientes literarias precristianas. El P. Lagrange atribuye un origen
esenio al Libro de los Jubileos, a Testamentos
de los Doce Patriarcas y a toda la literatura henoquiana: esta teoría va
abriéndose camino. Asimismo, es seguro que el misterioso Escrito sadoquila de Damasco pertenece también a la secta de Qumran,
donde fue encontrado parte del documento original. De todas formas, esta
reagrupación no afecta a todas las obras de esta época compleja: por ejemplo,
los Salmos de Salomón siguen atribuyéndose
a los fariseos.
Recordamos
solamente -pues será suficiente para nuestros propósitos- que, a partir del
siglo II aC., los peligros que amenazaban a la fe tradicional debido a las
influencias del helenismo, provocaron una vasta reacción sectaria que, según
la coyuntura histórica y la iniciativa de las personas que la promovían, tuvo
muy diversas manifestaciones. El motor de las reformas de Esdras y Nehemías no
era otro que esta idea de "separar" lo puro de lo impuro; por eso,
para conservar íntegramente puro a Israel, apartado de la influencia semipagana,
se excluía de la comunidad a los samaritanos y a los judíos acusados de
matrimonios mixtos. El Salterio es un testimonio del odio de estos dos bloques
irreductibles. Bastará con que estos dos bloques se endurezcan un poco más,
para que aparezca ante nosotros la secta, con su fuerte estructura sociológica
y su marcado instinto de defensa.
Es
muy probable que los Hasidim
existieran ya en tiempos de Matatías, padre de los Macabeos, cuando emprendió
la lucha contra el edicto de Antíoco IV Epifanes (175-164) y se le unieron en
grupo compacto (sinagogue) los "voluntarios de la Ley (Torah)" que el
P. Abel compara a las órdenes militares de la Edad Media (1 Mac 2, 42) y cuyo
nombre significa "los piadosos".
De
ellos, sin duda, nacieron los Fariseos, cuyo nombre -que quiere decir
"separatistas"- conserva el recuerdo de su ruptura con el poder
asmoneo durante el reinado de Juan Hircano (135-104) y no volverían a disfrutar
del favor real hasta Alejandra (76-67). No cabe duda que un día llegarían a
vanagloriarse de no mezclarse en absoluto -ellos, el verdadero Israel- con los `am
ja'ares. Encontrando que la ley mosaica era insuficiente para preservarles
de todo contacto impuro, le añadieron numerosas prescripciones destinadas a
hacer más profunda la separación entre el judío y el incircunciso; de ahí su
nombre de Fariseos, que implica un cuidado meticuloso de separar su vida del
modo de vivir fácil adoptado por el vulgo, ya que en su afán de separarse de
los demás, habían llegado a distinguirse no sólo de los ajenos a la Ley
mosaica sino hasta formar una asociación al margen de los cumplidores de la
Ley, considerándose entre ellos como verdaderos "cofrades" (haberim).
Los
Esenios son también probablemente una derivación de los Hasidim. Pero, con
ellos, la disciplina de la secta alcanza una especie de plenitud: su Manual
de disciplina es la regla del "Partido de Dios", compuesto
exclusivamente de "voluntarios"; había un postulantado y noviciado
que precedían a la ceremonia de iniciación; una serie de castigos mantenían
el orden, el trabajo manual, el silencio, las comidas en común, la lectura de
la Biblia, el baño diario, la comunidad de bienes, el celibato -al menos para
algunos de ellos-, son algunas de las notas características de la secta. En la
soledad de Qumram, junto a la "casa-madre", aquellos monjes primitivos
vivían la espiritualidad del desierto.
La
enumeración de las tres sectas no es más que un resumen superficial y
simplificado. El contenido de algunas denominaciones sociológico-religiosas, ha
sufrido sin duda una notable evolución y la fisonomía de las sectas sólo
queda clara al final de esta evolución. A los Fariseos los conocemos sobre todo
a través del Evangelio, de Pablo y de Josefo: naturalmente que ya no eran los
"separatistas" del principio. Filón y Josefo nos describen a los
Esenios en una época ya tardía. Podría añadirse que el "Partido de
Dios" conserva también el nombre de "Hijos de Sadoc"; pero estos
saduceos ya no eran aquellos que encontramos en los Evangelios. Y es que, entre
las sectas judías, antes del neto perfil que de ellas trazó el historiador
Josefo, sólo se ven fronteras imprecisas, envueltas en una especie de
parentesco y de atmósfera común a cuya expresión tuvo que contribuir el
vocabulario de la pobreza.
En
los libros de Henoc y en los Salmos
de Salomón es evidente el tradicional enfrentamiento de los anauim
con los impíos. A. Chausse, en su hábil estudio sobre Los "pobres" de Israel, reúne una antología de textos
que se puede enriquecer fácilmente. Ha desaparecido el original hebreo de los
poemas que un autor fariseo compuso bajo el nombre de Salomón en la época en
que Pompeyo invadió Palestina. En ellos se descubren fácilmente los viejos
esquemas de los salmistas: los anauim-ebionim
son, en dichos poemas, mucho menos los pobres materiales que los pobres de espíritu,
siervos del Padre Celestial:
Yo
alabaré tu nombre, oh Señor, con alegría,
porque
tú eres bueno y misericordioso,
y
eres el refugio de los pobres (ptojos).
Cuando
te imploro, Señor, tú me escuchas...
En
la tribulación te llamamos en nuestro auxilio
y
tú no desoirás nuestro clamor,
porque
tú eres nuestro Dios.
Si
tengo hambre, hacia ti me volveré, Señor,
y
tú me alimentarás.
Tú
nutres a los peces y a las aves,
envías
la lluvia para que la hierba crezca,
a
fin de preparar el alimento en el desierto
para
todos los vivientes.
Y
cuando los animales tienen hambre,
alzan
hacia ti su cabeza y su mirada.
¿Dónde
está la esperanza del pobre (ptojos)
y
del necesitado (penes), si no en ti,
Señor?
Tú
acogerás, Señor, sus plegarias,
porque
¿quién es bueno y misericordioso, sino tú?
Tú
reconfortarás el alma del humilde (tapeinos)
(Salmos
de Salomón 5, 1.2.7.10-14).
En
la literatura henoquiana hallamos siempre esos mismos acentos y matices; ahí
están los moldes del Magnificat que, más que una reivindicación social, son
una crítica religiosa contra los "satisfechos", abocados siempre al
agua fresca de las fuentes terrenales; sin aspirar nunca al único Manantial
verdadero, sus riquezas les ciegan y las espinas, a las que un día aludirá Jesús,
ahogan la semilla de la "palabra".
¡Ay
de vosotros, pecadores, que devoráis la simiente del trigo, que bebéis el agua
de la mejor fuente y que, con vuestro poder, pisoteáis a los humildes! ¡Ay de
vosotros, los que podéis regalaros en el agua fresca en todo tiempo, porque de
repente recibiréis vuestro merecido y seréis consumidos y estrujados hasta la
última gota, porque habéis rechazado la Fuente de la vida! ¡Ay de vosotros,
ricos. porque habéis confiado en vuestras riquezas...! (Libro de Henoc XCVI,
4-6).
Los
miembros de la secta de Qumran reivindican el título de "pobres", tan
grato a la piedad de Israel. Los salmos que compusieron dan fe de esa preocupación
siempre viva, entreverada con un ambiente de persecución, que la hace más
vigorosa:
Tú
rescataste el alma de tus pobres... Tú eres mi Dios. Tú has defendido el alma
del humilde y del pobre contra las acechanzas de los más fuertes...
En
el Comentario de Habacuc, obra de un
exegeta de este ambiente, que da una nueva interpretación a las palabras del
profeta, adaptándolas a la historia de la secta, se alude a una persecución de
que fueron objeto los "pobres" por parte de un sacerdote impío. Poco
importa el hecho concreto que los doctos todavía no han conseguido descifrar.
Pero ello nos permite descubrir que la secta -en un momento dado de su historia-
tiende a adjudicarse el calificativo tradicional. Y los "pobres"
aparecen extendidos por todo Judá, y no sólo en torno a una
"casa-madre". Se les llama los simples, apelativo que, en los
Testamentos de los Doce Patriarcas, aparece como atributo fundamental del hombre
religioso, clásico también en los Setenta, y que aparecerá otra vez en el
Nuevo Testamento. He aquí, pues, el comentario elaborado sobre el texto de
Habacuc:
Porque
las violencias contra el Líbano recaerán sobre ti y la opresión ejercida
contra las bestias atizará el fuego, por causa de la sangre vertida, por el
asolamiento de la tierra, de las ciudades y de cuantos las habitan (11, 17).
La
interpretación de este pasaje se refiere al sacerdote impío, al cual se le
exigirá justicia por lo hecho a los pobres (ebionim),
pues "el Líbano" significa la congregación de la comunidad y
"los animales" representan a los simples (petim) de Judá que practican la Ley. Porque Dios le condenará al
exterminio, por cuanto él intentó también exterminar a los pobres (ebionim).
Y
cuando habla del "asolamiento de las ciudades", se refiere a Jerusalén,
en la cual el sacerdote impío ha cometido acciones abominables, mancillando el
santuario de Dios. Y "el asolamiento de la tierra" se refiere a las
ciudades de Judá, en las que se apoderó de los bienes de los pobres (ebionim).
Hasta ahora en nada nos hemos apartado del terreno tradicional: a lo
sumo, el fenómeno de las sectas habrá acentuado las posiciones tomadas ya en
la época de los anauim del Salterio.
Pero hay algo más; porque en el seno de las sectas se llega casi a la concepción
del "voto de pobreza" y encontramos "personas consagradas a la
Pobreza, a la humildad y a la vida piadosa, por principio y profesión".
Estas palabras de Loeb no son válidas para el período de los salmistas, pero sí
lo son para la época que ahora nos ocupa. Desde luego que algunas observaciones
de Loeb sobre la complacencia casi romántica o sobre la aceptación voluntaria
de la pobreza resultan anacrónicas en una época más antigua en que el
horizonte del yaveísmo no había rebasado los lindes de la vida terrena. Israel
no empieza a sentir el gusto de la pobreza, lo mismo que el de la virginidad,
hasta que se le descubre la forma de retribución concedida en la otra vida: por
lo tanto, no es un hecho fortuito el que este doble culto se profese en la secta
de los esenios, entre los cuales se profesaba la fe en el más allá.
Plinio el Viejo nos describe esta "nación solitaria, singular como
ninguna, sin mujeres, sin amor, sin dinero". "Ciudad feliz",
comentará más tarde Juan Crisóstomo. Filón y Josefo nos introducen en ella.
El testimonio de Josefo es de gran importancia, pues había vivido con ellos,
llamándole poderosamente la atención su práctica de comunidad de bienes:
Despreciando la riqueza, rinden culto a la vida común y no se encuentra
entre ellos a nadie que sea más rico que otro; porque tienen una ley que, al
entrar en la secta, se entrega a la comunidad la propia fortuna, de modo que
ninguno se encuentre ni en un estado miserable de pobreza ni en posesión de una
riqueza excesiva; todo lo que poseen lo tienen en común y, como hermanos, no
tienen más que un solo patrimonio.
Entre ellos, ni se compra ni se vende, sino que cada uno da al otro
aquello de que precisa y recibe, a su vez, lo que él necesita y, sin dar nada a
cambio, pueden también recibir la asistencia de los demás (Guerra judía II,
8, 3-4).
Esta institución la atestigua igualmente el Manual
de Disciplina. La secta se define a sí misma con el nombre de
"Comunidad": El sustantivo hebreo que lo expresa, yahard,
es prácticamente típico de la secta; etimológicamente evoca la idea de
"unidad", "unión": es el equivalente de la expresión
griega koinonia. La misma palabra yahard,
empleada como adverbio "en común, comúnmente" se repite también con
una frecuencia característica. Para los adeptos de la Alianza, la idea de
"unidad", de "comunión" impregna la vida entera.
Porque
todas las cosas sería puestas en común (beyahad):
la
verdad y el espíritu de humildad (anauah),
el
amor, la piedad y el cuidado de la justicia;
todos
en el Partido santo serán el uno para el otro,
como
hijos de la Asamblea eterna.
Y
en común (yahad) comerán,
y
en común (yahad) bendecirán,
y
en común (yahad) deliberarán.
Y
todos aquellos que se someten voluntariamente a su verdad,
pondrán
su inteligencia, su fuerza y sus bienes
al
servicio de la comunidad de Dios,
a
fin de purificar su inteligencia
en
la verdad de los preceptos de Dios
y
de regular su fuerza según la perfección de sus caminos
y
todos sus bienes según su justo consejo (Manual II, 24-25; VI, 2-3).
Casi es obligado evocar aquí los textos idílicos que celebran la
constitución de la primera comunidad cristiana de Jerusalén:
Todos
los que creían vivían unidos, teniendo todos sus bienes en común; pues vendían
sus posesiones y haciendas y las distribuían entre todos según la necesidad de
cada uno... La asamblea de los creyentes tenía un corazón y una alma sola, y
ninguno tenía por propia cosa alguna, antes todo lo tenían en común... No había
entre ellos indigentes, pues cuantos eran dueños de haciendas o casas las vendían
y aportaban a la comunidad el precio de lo vendido, depositándolo a los pies de
los apóstoles y a cada uno se le repartía según su necesidad (Hch 2, 44-45;
4, 32, 34-35).
Ese
clima de fraternidad y de alegría iba vinculado a la vida de pobreza. Pensemos
ahora en las primeras experiencias franciscanas o en las palabras de Proudhon
sobre "la pobreza como principio de nuestra alegría". El viejo sueño
pitagórico y platónico había sido asimilado y como fecundado religiosamente
por una comunidad de anauim-ebionim en
terreno auténticamente judío. Era "la Comunidad de Dios". La Iglesia
de Dios, en Jerusalén, no haría sino imitar esta fórmula de vida comunitaria.
Se
ha hecho notar que el Manual de Disciplina
nunca da a los componentes de la secta el nombre de "pobres". Pero de
todos modos es cierto que la palabra anauah,
tan cargada de contenido a través de una historia de varias centurias, les era
muy grata y muchos documentos de Qumran emplean con predilección el apelativo
de ebión . En estas condiciones, permítasenos
aventurar una hipótesis.
Cuando
la Iglesia cristiana nació en Jerusalén, con la certeza de ser el verdadero
Israel, hizo suyo con toda naturalidad un vocabulario sagrado ya existente, el
de la Alianza, que los pietistas de los salmos y los sectarios del judaísmo habían
pretendido monopolizar. La Iglesia de Cristo no hizo sino continuar este
movimiento o, mejor dicho, reemplazarlo. Conocemos las páginas sugestivas que
el canónigo Cerfaux dedica a ese importante viraje de la historia del pueblo de
Dios: en Jerusalén recibieron carta de naturaleza cristiana las expresiones de
"los santos" y "los elegidos". Nosotros proponemos que se añada
la de "los pobres", aureolada con su sentido sagrado. Cuando San Pablo
habla de la colecta emprendida en las Iglesias pagano-cristianas a favor de la
Iglesia-madre, se refiere a "un servicio prestado a los santos" (2 Cor.
9, 1). Si seguimos la costumbre de establecer paralelismos, a la que nos hemos
habituado en el Antiguo Testamento, quizá nos sugiera alguna idea importante el
hecho de que San Pablo en su epístola a los Gálatas (2,10) menciona como
beneficiarios de la misma a los pobres (oi
ptojoi). ¿Será, acaso, temerario ver también en esta palabra una expresión
de la Iglesia de Jerusalén?
*
* *
Vamos
a dar por terminada esta larga encuesta sobre la Iglesia de los
"pobres", que nos ha llevado desde Sofonías hasta San Pablo. El
vocabulario de la pobreza, si bien nacido en el campo de lo sociológico, ha
acabado conteniendo un sentido espiritual de una enorme intensidad. Pero, para
mantener este sentido ha sido necesario, en último término, volver a
reconstruir las condiciones materiales de la pobreza: éste es el sentido de ese
"voto", que hemos visto tomar cuerpo en el desierto de Judá. No
existe pobreza espiritual sin pobreza real. ¿Acaso no es ésta la lección que
nos han legado los sectarios de Qumran, en los umbrales del Nuevo Testamento?
Hemos
visto también cómo el ideal de la anauah
se iba transmitiendo por ambientes cada vez más restringidos, como si Dios
actuara a través de las minorías y elites encargadas de conservar un mensaje
religioso esencial. Los salmistas y las sectas son el preludio de los
"pobres" que encontraremos en Lucas (1-2) y en los Hechos de los Apóstoles.
Es, en realidad, toda la dialéctica del Antiguo Testamento la que revive a este
propósito, o mejor diríamos, toda la pedagogía de Dios, infinitamente
paciente en la realización de sus designios. Y cuando Cristo proclame la
bienaventuranza de los anauim,
entonces comprenderemos toda la fuerza de este mensaje extendido ya hasta los últimos
confines de la tierra.