“Dar razón de nuestra esperanza”

(1Pe 3, 15)

 

 

II – LA ESPERANZA EN EL NUEVO TESTAMENTO:

JESUCRISTO NUESTRA ESPERANZA

   

120-    Los escritos del Nuevo Testamento han retomado las líneas que se venían trazando desde el Antiguo para mostrar que la esperanza ha encontrado su cumplimiento en Jesucristo, pero que la vida de los creyentes también sigue siendo una vida que se caracteriza por la esperanza.

 

Vocabulario y campo semántico

 

121-    Los términos usados en el Nuevo Testamento han aparecido antes en LXX. Se debe tener precaución, contra una costumbre muy generalizada, de asumirlos en el Nuevo Testamento con el mismo sentido que estos términos tenían en la versión griega del Antiguo Testamento. Existe siempre la posibilidad de que el uso y la influencia de las culturas hayan modificado su significado.

 

122-    Los términos más usados en el Nuevo Testamento son:

 

el verbo èlpizein (esperar) con el correspondiente sustantivo èlpís (esperanza). El verbo, en LXX traduce principalmente los verbos hebreos baţah*, h*as*ah y yah*al. El sustantivo, en LXX, traduce los nombres baţah* y tiqwah.

 

El verbo prosdéjomai (recibir - esperar). En LXX se usa preferentemente con el sentido de “recibir”. En algunos casos excepcionales tiene el sentido profano de “esperar”, en lugares donde no traduce el hebreo.

 

El verbo prosdokáō (esperar). Este verbo, en LXX, es muy poco usado y traduce los verbos qwh (una vez) y śabar (dos veces).

 

 

La esperanza en la  obra de Lucas

 

123-    Entre los evangelios, el de Lucas es el que contiene mayor cantidad de referencias a la esperanza. En los otros dos sinópticos y en Juan, se podría decir que el vocabulario referente a la esperanza es excepcional, porque está representado en muy pocas ocasiones.[1] Se habría esperado que este tema estuviera más desarrollado en Mateo, que es el que desarrolla más ampliamente el tema del Reino, pero desde el momento que este evangelista da mayor relieve a la venida gloriosa de Cristo en su resurrección, el tema de la esperanza ha quedado opacado. Por esa razón, aquí se tratará solamente de la obra de Lucas.

 

124-    En su primera parte (“Evangelio de la infancia”, caps. 1-2), cuando presenta a los personajes que representan al antiguo Israel, los caracteriza con la nota de la esperanza: “Simeón, hombre justo y piadoso, que esperaba (prosdejómenos) el consuelo de Israel” (2, 25); “(Ana) hablaba... a todos los que esperaban (prosdejómenois) la redención de Jerusalén” (2, 38). De la misma forma presenta a José de Arimatea, “un hombre bueno y justo... que esperaba (prosdéjeto) el Reino de Dios” (23, 50-51).

 

125-    De esta forma muestra la continuidad del Antiguo Testamento con el Nuevo a través de la esperanza. Se ve el interés por variar los conceptos que indican el objeto de la esperanza: el consuelo de Israel (2, 25), la redención de Jerusalén (2, 38), el Reino de Dios (23, 51).

 

126-    El consuelo de Israel que espera Simeón es un eco del Déutero-Isaías (“Libro de la consolación de Israel”: Is 40, 1; 49, 13; 51, 3; ver 57, 18; 61, 2; 66, 13). Los pobres esperan este consuelo (Is 49, 13; ver 41, 17) que consiste en la liberación de los opresores. El Espíritu del Señor estaba sobre Simeón (2, 25), así como sobre el Mensajero de la Buena Noticia dirigida a los pobres (Is 61, 1), que vendría a consolar a los que lloran (v. 2). Simeón se identifica con el Servidor del libro de Isaías (“Ahora, Señor dejas ir a tu servidor...”: 2, 29) y ve cumplida su esperanza con la visión del Mesías: “Mis ojos han visto la salvación (ver Is 40, 5) que preparaste delante de todos los pueblos (ver Is 52, 10): luz para iluminar a las naciones paganas (ver Is 42, 6; 49, 6) y gloria de tu pueblo Israel (ver Is 45, 25; 46, 13)” (Lc 2, 30-32).

 

127-    Con esta palabra profética, anunciada por inspiración del Espíritu Santo, Simeón anuncia que ha llegado la salvación esperada. En la línea del Déutero-Isaías, esta salvación está dirigida a todas las naciones pero teniendo como centro a Israel que se glorifica al irradiarla a todos los paganos. La continuación de la obra de Lucas, evangelio y libro de los Hechos, mostrará progresivamente cuál es el sentido de esta salvación.

 

128-    Ana habló a los que esperaban la redención (lýtrōsis) de Jerusalén (Lc 2, 38). Ella “servía a Dios  noche y día con ayunos y oraciones” (v. 37). Se entiende que ella también era una persona que esperaba esta redención, y la pedía constantemente de esta forma. El término ‘redención’ alude también al Déutero-Isaías: “¡Prorrumpan en gritos de alegría, ruinas de Jerusalén, porque el Señor consuela a su pueblo, Él redime a Jerusalén!” (Is 52, 9). Junto al tema del consuelo, aparece en paralelo la redención. El término ‘redención’ es característico del lenguaje del Déutero-Isaías, y traduce la palabra hebrea derivada de la raíz ga’al que indica la acción de liberar a un preso o a un esclavo en razón de una obligación que se origina en un parentesco cercano (Lev 25, 25. 47-49).[2] De ahí que YHWH es llamado “Redentor de Israel” cuando libera a su pueblo de la esclavitud babilónica (Is 41, 14; 43,14; 44, 6.24; 47, 4; 48, 17; 49, 7.26; 54, 5).

 

129-    No se reproducen aquí, como se hizo en el caso de Simeón, las palabras de la profetisa, de modo que éstas quedan sobreentendidas: Jesús es el que viene a redimir a Jerusalén. La ‘redención’ alude más directamente a la condición de esclavitud en que se encuentra Jerusalén bajo los opresores romanos. La profetisa que habla en el recinto del Templo tiene como auditorio a los pobres oprimidos que esperan una intervención de Dios que los redima de su condición de esclavos. En el canto de Zacarías, de marcado tono nacionalista, se alaba al Dios de Israel porque ha obrado la redención (lýtrōsis) para su pueblo (1, 68), que consiste en la liberación de la mano de todos los enemigos (v. 71).

 

130-            Separada de este contexto de la presentación de Jesús en el templo se encuentra la actuación de José de Arimatea. Él interviene solamente en el momento de la sepultura de Jesús. El evangelista lo presenta diciendo que “era un hombre bueno y justo... que esperaba el Reino de Dios” (23, 50-51).

 

131-    El anuncio del Reino de Dios, que esperaba José de Arimatea, constituye la misión para la que Jesús ha sido enviado: “También a otras ciudades debo anunciar la Buena noticia del Reino de Dios, porque para eso he sido enviado” (Lc 4, 43). El anuncio del Reino de Dios es la proclamación de la inminente manifestación del amor de Dios en este mundo. Responde a una expectativa que se fue abriendo paso lentamente en el Antiguo Testamento. A partir de la convicción de que YHWH reinaba sobre el territorio de Israel de una manera semejante a la de los reyes humanos, los profetas purificaron esta concepción y mostraron que YHWH era un Rey justo y santo, que juzgaba el cumplimiento de la justicia entre los hombres y aplicaba el castigo a los que la violaban. De esa forma era el Rey que garantizaba la justicia al pobre, al huérfano y a la viuda: “Él mantiene su fidelidad para siempre, hace justicia a los oprimidos y da pan a los hambrientos. YHWH libera a los cautivos, abre los ojos de los ciegos y endereza a los que están encorvados. YHWH protege a los extranjeros y sustenta al huérfano y a la viuda; YHWH ama a los justos y entorpece el camino de los malvados. ¡YHWH reina eternamente, reina tu Dios, Sión, a lo largo de las generaciones!” (Sal 146, 6-10).

 

132-    El monoteísmo exigió que se viera a YHWH como el único Rey sobre todo el mundo. En textos como Am 1-2 se anuncia el juicio de Dios no sólo sobre Judá e Israel sino también sobre todos los demás pueblos. En el Déutero-Isaías YHWH se muestra como un Rey absoluto que puede poner a su servicio tanto a la naturaleza como a todos los demás pueblos y reyes para cumplir las promesas que ha hecho a su pueblo Israel. Pero los mismos profetas constatan que el reinado de Dios todavía no se manifiesta en este mundo. Ellos anuncian la llegada de  un “Día de YHWH” en el que se hará el juicio, se eliminarán los pecadores y Dios hará plenamente su voluntad (Is 2, 1-4; Miq 4, 6-8; Sof 3, 9ss; etc.). Este tema fue posteriormente desarrollado en la apocalíptica, sobre todo en la extra-bíblica. En el Antiguo Testamento tiene especial interés el libro de Daniel, en el que el Reino futuro está representado por una figura “como de un hijo de hombre” (Dan 7, 13-14. 27). El judaísmo esperó ansiosamente la instauración del Reino de Dios en este mundo, en el que esperaba que fueran reprimidos todos los opresores de Israel y se hicieran realidad todas las promesas de Dios para su pueblo. Debido a las circunstancias históricas que se vivía en Judea en la época de la predicación de Jesús, estaba muy generalizada la idea de que con la llegada del Reino serían eliminados los paganos y los pecadores.[3]

 

133-    El Reino tiene un lugar central en la predicación de Jesús, y siempre será objeto de esperanza para los discípulos, que continuamente deben rezar para que se produzca su venida: “Que venga tu Reino” (Lc 11, 2). Con sus gestos y palabras Jesús hace presente el Reino de Dios. Los milagros, el perdón de los pecados y los exorcismos muestran el triunfo sobre el mal y la muerte: “Si expulso a los demonios con el dedo de Dios, es porque el Reino de Dios ya ha llegado a ustedes” (Lc 11, 20). De una manera inquietante para sus contemporáneos, Jesús no excluye a los pecadores y tiene, además, gestos de salvación para los paganos.

 

134-    Los temas de la esperanza y de la redención reaparecen en la escena de los discípulos que van hacia Emaús. Cuando Jesús les pregunta por la causa de su pesadumbre, uno de ellos responde: “Lo referente a Jesús nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo [...] Nosotros esperábamos (ēlpízomen) que fuera Él quien redimiera (lytrousthai) a Israel...” (Lc 24, 19. 21). Lucas que en el evangelio ha utilizado el verbo prosdéjomai para expresar la esperanza, tanto de los justos que estaban en el templo de Jerusalén como de José de Arimatea, en esta escena recurre al verbo ‘elpizein, que en este evangelio aparece dos veces más (6, 34 y 23, 8), y ambas veces con sentido profano.[4]

 

135-    Las palabras con las que el discípulo describe a Jesús tienen muy poco alcance: lo presenta nada más que como un profeta, y el término elegido para hablar de su esperanza parece aludir a una esperanza que no va más allá de sus inquietudes terrenales. La ‘redención de Israel’ que él espera parece referirse a una liberación de carácter político,[5] como la que inquieta a los apóstoles en Hech 1, 6. Será necesaria la explicación de Jesús, “a partir de Moisés y los profetas” (v. 27) y la experiencia eucarística (vv. 30-31) para que comprendieran quién era Jesús y cuál era la verdadera naturaleza de la esperanza.

 

136-    En una parábola la vida cristiana es presentada con los rasgos de una espera. “Sean como hombres que esperan (prosdéjontai) el regreso de su señor...” (Lc 12, 36). De esta forma se adelanta en el libro del evangelio el anuncio de que la primera venida de Jesucristo abre un nuevo período de espera. Cuando se produzcan los signos precursores del regreso glorioso del Señor, entonces estará cerca la redención (21, 26-28).

 

137-             Finalmente se advierte que en el evangelio de Lucas se conserva un texto ‘Q’ donde ‘esperar’ se expresa por medio del verbo prosdokáō. Este verbo que Lucas usa generalmente con sentido profano, se encuentra en boca de los discípulos de Juan Bautista, que preguntan: “¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar (prosdokōmen) a otro?” (7, 19-20). En este caso se refleja indudablemente la espera mesiánica de algunos grupos del judaísmo contemporáneo de Jesús. No se puede decidir si Lucas ha conservado este verbo por fidelidad a su fuente (Q) (ver Mt 11, 3),[6] o si lo ha hecho para distanciarse de esas esperanzas. Esta última opción parece preferible, porque Lucas utiliza el mismo verbo para describir la errónea actitud[7] del pueblo ante Juan Bautista: “Como el pueblo estaba esperando y todos se preguntaban si Juan no sería el Mesías...” (Lc 3, 15).

 

138-    En la segunda parte de su obra, san Lucas menciona cuatro veces la esperanza de Israel durante los juicios a que fue sometido san Pablo. Se nota un especial interés en relacionar la fe cristiana con la esperanza del pueblo judío. En el primer caso, Pablo es llevado ante el Sanhedrín y confiesa que comparte la esperanza (èlpís) de la resurrección que caracteriza al grupo de los fariseos (Hech 23, 6). Más adelante, cuando se encuentra ante el gobernador romano Félix, Pablo explica: “Tengo la misma esperanza (‘elpís) en Dios que ellos (sus compatriotas) esperan (prosdéjontai), que habrá una resurrección de justos y pecadores. Por eso trato de conservar siempre una conciencia irreprochable delante de Dios y de los hombres” (Hech 24, 15-16). El tercer texto está incluido en el relato del juicio ante Festo y Agripa. Pablo dice a sus jueces: “Si ahora soy sometido a juicio, es por mi esperanza (èlpís) en la promesa hecha por Dios a nuestros padres, la promesa que nuestras doce tribus esperan (èlpizei) ver cumplida, sirviendo a Dios fervientemente día y noche. A causa de esta esperanza (èlpís), rey Agripa, soy acusado por los judíos. ¿Por qué les parece increíble que Dios resucite a los muertos?” (Hech 26, 6-8). Finalmente, cuando llega a Roma, sin mencionar la resurrección, les dice a los judíos que él está encadenado por causa de la esperanza (‘elpís) de Israel (Hech 28, 20).

 

139-    Según el primer texto (24, 15-16), la esperanza de Pablo se identifica con la de los judíos fariseos y se expresa de acuerdo con Dan 12, 1-2. El hecho de que haya una suerte desigual para justos y pecadores implica que Pablo lleve una vida irreprochable para poder participar de la resurrección de los justos. En el segundo texto (26, 6-8), Pablo propone su esperanza en la resurrección de los muertos como causa de la persecución que se promueve contra él. Afirma que esta esperanza se apoya en una promesa de Dios. En los libros del Antiguo Testamento no se encuentra esta promesa sino sólo una afirmación (Dan 12, 1-2), pero Pablo interpreta que la sola mención en la Escritura ya es una promesa de Dios a todo el pueblo de Israel. Como en el caso precedente (24, 16), dice que con la esperanza de ver cumplida la resurrección el pueblo de Israel “sirve fielmente a Dios día y noche” (26, 7). Nuevamente aparece el aspecto ético de la esperanza.

 

140-    Es digno de ser notado que Lucas, en la primera parte de su obra resume la esperanza de Israel en los términos consolación – redención – Reino de Dios. Tres términos que pueden recibir una interpretación limitada a lo político. Como aparece en la escena de Emaús, Jesús debió intervenir para corregir la concreción que los discípulos habían dado a estos términos. En la segunda parte de su obra, la esperanza de Israel aparece expresada en boca de Pablo, quien se identifica con los autores de los últimos libros del Antiguo Testamento y precisa que esa esperanza se refiere al triunfo definitivo sobre la muerte y todas sus consecuencias. En este contexto, Lucas no deja de señalar que esa esperanza exige también actitudes éticas (Hech 24, 16; 26, 7).

 

141-    El Libro de los Hechos puntualiza que la resurrección de los muertos esperada en el Antiguo Testamento se ha cumplido en la persona de Jesús. Lucas pone en boca de Pablo: “La promesa que Dios hizo a nuestros padres fue cumplida por Él a favor de sus hijos, que somos nosotros, resucitando a Jesús...” (Hech 13, 32-33). Pero la promesa aludida en este caso es la que Pablo mencionó antes en su discurso, y que se refiere al Salvador de Israel que Dios iba a suscitar en la descendencia de David (Hech 13, 23; ver 2, 30-32). Dios había prometido a David que su descendencia permanecería para siempre en el trono de Jerusalén (2Sam 7, 12. 16). En la lectura de Salmo 16, 9 que se hace en Hech 2, 25-31 se muestra que ya David había previsto la resurrección de su descendiente: “habló de la resurrección de Cristo” (2, 31). El cumplimiento de esta promesa le fue anunciado a María (Lc 1, 32-33), pero la forma en que se realizó es muy diferente a la expectativa mesiánica de corte político que podía existir en esos momentos en algunos círculos del judaísmo y entre los mismos discípulos de Jesús, o por lo menos entre algunos de ellos. No se cumplió por el acceso de un descendiente de David al trono de Jerusalén, sino por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, así como estaba prometido en las Escrituras (ver 2, 31). La salvación que Él ha traído no se refiere sólo al pueblo de Israel, sino a todas las naciones (13, 46-47).

 

142-    En la obra de Lucas, la salvación traída por Jesucristo se refiere en primer lugar al perdón de los pecados. Se anuncia desde el comienzo del evangelio (Lc 1, 77; 3,  3), el Señor manda a sus discípulos que la prediquen a todas las naciones (Lc 24, 47), y ellos lo ponen en práctica por medio del bautismo (Hech 2, 38). La Buena Noticia anunciada a judíos y gentiles es la del perdón de los pecados (Hech 10, 43; 13, 38; 26, 18). Este perdón, que era esperanza de los orantes de los salmos, se hace realidad en la comunidad que comienza a formarse a partir de la resurrección de Jesucristo.

 

143-    Pero la resurrección de los muertos, ya cumplida en Jesucristo, sigue siendo una esperanza para los creyentes. En los discursos ante las autoridades romanas Pablo dice que espera la resurrección de los justos y pecadores (Hech 24, 15).

 

 

La esperanza en los escritos de san Pablo

 

144-    En los escritos auténticos de san Pablo no se encuentra el verbo prosdéjomai con sentido teológico.[8] Igualmente, está totalmente ausente el verbo prosdokaō. En los textos referentes a la esperanza se expresa con los verbos àpekdéjomai[9] y èlpízein (y el sustantivo correspondiente èlpís), y con el sustantivo àpokaradokía.

 

145-    En las palabras iniciales de su primera carta aparece la tríada Fe – Caridad – Esperanza, las virtudes con las que “el cristiano muestra que lo es”[10] (1Tes 1, 3; ver 5, 8), y se indica que lo que caracteriza a la esperanza es la ýpomonē, que significa “perseverancia paciente” (ver Rom 8, 25). La esperanza se muestra entonces como una tendencia hacia un bien futuro en medio de ambiente hostil que hace necesaria la perseverancia paciente.[11] Lejos de ser una espera pasiva, la esperanza exige el esfuerzo constante para perseverar en medio de la dificultad. La ýpomonē se asocia a veces con thlipsis (tribulación) (Rom 5, 3-4; 2Cor 6, 4) y con paráklēsis (consuelo) (Rom 15, 4. 5; 2Cor 1, 6). La vida cristiana se caracteriza por la fe viva, la caridad fructífera y por una espera paciente y perseverante. En el transcurso de esta vida, el cristiano se debe enfrentar con las tribulaciones al mismo tiempo que recibe el consuelo de Dios. 

 

146-    El objeto de esta esperanza es la venida futura del Señor: “esperar (ànamenō)[12] a su Hijo Jesús que ha de venir de los cielos, a quien resucitó de entre los muertos y que nos salva de la cólera venidera” (1Tes 1, 10; ver 1Cor 1, 7; Fil 3, 20). La “ira venidera” es el juicio condenatorio sobre los pecadores en el “Día del Señor”, pero los cristianos no miran ese día con temor sino, por el contrario, lo esperan pacientemente porque en él se hará presente nuevamente Jesús Resucitado como salvador. “Cuando venga el Señor... primero resucitarán los que murieron en Cristo. Después nosotros, los que aún vivamos, los que quedemos, seremos llevados con ellos al cielo, sobre las nubes, al encuentro de Cristo, y así permaneceremos con el Señor para siempre” (1Tes 4, 15-17). Hasta que llegue ese día, los cristianos deben “consolarse con estas palabras” (v. 18), mientras que “los que no tienen esperanza” (v. 13) viven en la tristeza. La esperanza se refiere a la resurrección final, a la salvación del juicio condenatorio y a la vida eterna bienaventurada en compañía del Señor, “porque Dios no nos destinó para la ira, sino para adquirir la salvación por nuestro Señor Jesucristo, que murió por nosotros, a fin de que, velando o durmiendo, vivamos unidos a Él” (1Tes 5, 9-10).

 

147-    En medio de sus pruebas, san Pablo se alegra porque sabe que por la oración de los cristianos y por la acción del Espíritu Santo todas ellas servirán para su salvación. Él tiene una gran esperanza (katà tēn àpokaradokían kaì èlpída mou), y no se verá avergonzado... de que Cristo será glorificado en su cuerpo (Fil 1, 18-20). Cuando se encontró frente a la muerte, aprendió a no poner su seguridad en sí mismo sino en Dios que resucita los muertos. Así como experimentó que Dios lo libró y lo libra de la muerte, tiene firme esperanza (‘ēlpíkamen) de que lo librará en el futuro (2Cor 1, 9-10).

 

148-    San Pablo propone a Abraham como ejemplo de esperanza, porque vivió su fe esperando (“creyó con esperanza contra toda esperanza” Rom 4, 18), convencido de que Dios tiene poder para cumplir lo que promete, no dudó de la promesa de Dios a pesar de su realidad presente. Su cuerpo estaba “muerto” y creyó en Dios que le prometió descendencia (Rom 4, 18-21), por eso es modelo de los que creen en la resurrección (vv. 23-24). En este ejemplo que propone san Pablo parecen fundirse las fronteras entre la fe y la esperanza: la fe de Abraham se vivió esperando.

 

149-    La Carta a los Romanos presenta en otra perspectiva lo que se afirmó en la Primera carta a los Tesalonicenses. Después de haber afirmado que por la filiación adoptiva los creyentes quedan unidos a Cristo hasta el punto de que padecen con Él para ser glorificados con Él (Rom 8, 17), Pablo se detiene a explicar cómo se llegará a la plena manifestación de esa condición de “hijos de Dios”. Esta gloria es algo que todavía no se ve, y por lo tanto es objeto de esperanza (èlpízomen), se lo espera con paciente perseverancia (di' ýpomonēs àpekdejómetha) (vv. 24-25). Mientras no se realice, se “gime esperando (àpekdejómenoi) la redención del cuerpo” (v. 23). En su venida, Cristo transformará el cuerpo mortal de los cristianos haciéndolos semejante a su cuerpo glorioso (Fil 3, 21). La condición mortal es lo que provoca los “gemidos”, semejantes a los de la creación que “gime y sufre dolores de parto” porque ha sido sometida a la corrupción (Rom 8, 21-22). La esperanza en Cristo que tienen los cristianos no se refiere solamente a esta vida, sino a que todos resucitarán en Cristo (1Cor 15, 19).

 

150-    Los creyentes no pueden tener idea de lo que será la gloria de los hijos de Dios, lo que “Dios ha preparado para nuestra gloria antes que existiera el mundo” (1Cor 2, 7), “lo que nadie vio ni oyó y ni siquiera pudo pensar” (1Cor 2, 9 =  Is 64, 3). Las promesas de Dios superan lo que los hombres pueden imaginar, por eso no saben pedirla como conviene (Rom 8, 26). Pero el Espíritu se ha hecho cargo de la debilidad humana, e intercede “gimiendo” (v. 26). Por tratarse de la oración del Espíritu, queda garantizado que esta oración será escuchada (v. 27), y los cristianos alcanzarán el objeto de su esperanza. Llegará la hora de en que los hijos de Dios participen en la resurrección de Jesucristo (Rom 8, 11) y se manifiesten en gloria. 

 

151-    La gloria de los hijos de Dios no es sólo una esperanza para los hombres. Pablo dice audazmente que “la expectación (àpokaradokía) de la creación espera (‘apekdéjetai) la manifestación de los hijos de Dios. La creación fue sometida a la vanidad, no voluntariamente, sino por causa de quien la sometió, pero con una esperanza (èph èlpídi) de que la creación será liberada de la esclavitud de la corrupción para la gloria de los hijos de Dios” (Rom 8, 19-21). De esta forma deja planteado varios interrogantes: ¿qué significa que “la creación espera”? ¿cómo será su participación en la gloria esperada?

 

152-    El ministerio de la Nueva Alianza es glorioso, y no se trata de una gloria transitoria como la que tenía el ministerio de la Antigua: “Lo que fue glorioso en cierta parte, no lo es comparado con esta gloria extraordinaria” (2Cor 3, 10). Aquella fue una gloria transitoria, pero ésta es permanente (v. 11). Pablo espera alcanzar esta gloria, y esta esperanza ya lo capacita para hablar con libertad (v. 12).

 

153-    San Pablo se gloría de la esperanza de esa gloria de Dios inimaginable, y encuentra motivos para gloriarse aun en medio de las tribulaciones, porque tiene certeza de que “la esperanza no quedará defraudada” (Rom 5, 2-5). La razón de esa certeza está en que un elemento de esa gloria futura ya se ha adelantado al presente: “la esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (v. 5). Y el mismo Espíritu es el que produce la esperanza (Gal 5, 5). Queda planteada de esta forma una nueva situación: el objeto de la esperanza ya se ha hecho parcialmente presente, y es la garantía de su realización total. Por esa razón puede hablar de la salvación futura como de un bien ya recibido: “En la esperanza hemos sido salvados (èsōthēmen)” (Rom 8, 24).

 

 

La esperanza en las cartas de la tradición paulina

 

a) Efesios – Colosenses

 

154-    En el desarrollo del pensamiento paulino se aprecia una tendencia a identificar la esperanza con el objeto de la misma, y no con la actitud del creyente que espera.[13] De esta forma se puede hablar de “la esperanza a la que fueron llamados, los tesoros de gloria que encierra su herencia entre los santos” (Ef 1, 18), de “una es la esperanza a las que ustedes han sido llamados” (Ef 4, 4), de “la esperanza que está reservada en el cielo” (Col 1, 5), de “Cristo, la esperanza de la gloria” (Col 1, 27). La esperanza de los cristianos se encuentra en continuidad con la del pueblo judío, que ya antes esperaba (proelpízein) en Cristo (Ef 1, 12)

 

155-    De esta forma se enfatiza y absolutiza el aspecto trascendente de la esperanza. El ser humano no puede llegar a conocerla si no es mediante una revelación, como ya se ha expuesto en la Introducción de este trabajo. Los paganos no podían alcanzarla, y por eso son definidos como aquellos que “no tenían esperanza” (Ef 2, 12). Los creyentes la poseen porque es “la esperanza de la Buena Noticia” (Col 1, 23), es decir, la Buena Noticia de que la verdadera vida de los cristianos está “reservada en el cielo” (Col 1, 5), oculta con Cristo, y cuando Cristo se revele glorioso, también los cristianos aparecerán llenos de gloria (Col 3, 3-4).

 

156-            Resumiendo estas ideas, se puede decir que la vocación cristiana consiste en vivir en la gloria. Por esa razón los autores de estas cartas ponen especial empeño en exhortar a los creyentes “para que vivan de una manera digna de la vocación que han recibido” (Ef 4, 1). Tanto en la vida personal, como en las relaciones familiares y comunitarias se debe manifestar la nueva condición cristiana, en un constante crecimiento hasta llegar a la unidad con Cristo glorioso (Ef 4, 13).

 

 

b) Las cartas pastorales

 

157-    De la misma manera que en la Carta a los Colosenses, la Primera Carta a Timoteo llama a Cristo “nuestra esperanza” (1Tim 1, 1). Los cristianos esperan la bienaventurada esperanza que consiste en “la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo” (Tit 2, 13). Los que hayan amado (ēgapēkosi) esta manifestación recibirán una corona de justicia (2Tim 4, 8). Por esa razón se debe poner la esperanza (ēlpikénai) sólo en Dios y no en el dinero (1Tim 6, 17).

 

158-    El objeto de la esperanza es la vida eterna, prometida por Dios antes de todos los siglos (Tit 1, 2), de la que los cristianos fueron constituidos herederos por la justificación que les otorgó el Espíritu Santo recibido en el bautismo (Tit 3, 4-7). 

 

159-    En continuidad con la línea comenzada en las otras cartas de la tradición paulina, también en estas se pone la esperanza en relación con el actual comportamiento de los cristianos. El Autor de la Primera Carta a Timoteo trabaja intensamente en el apostolado, se fatiga y lucha, porque ha puesto su esperanza en Dios (1Tim 4, 10). Si la esperanza es el objeto a alcanzar, en los creyentes la esperanza lleva el nombre de ýpomonē (“perseverancia paciente, constancia”). En estas Cartas la tríada Fe – Amor – Esperanza, se enuncia Fe – Amor – ýpomonē  (1Tim 6, 11; 2Tim 3, 10; Tit 2, 2).

 

 

La esperanza en la Primera carta de Pedro

 

160-    En este escrito que tiene sorprendentes puntos en común con la teología paulina, se da un lugar prominente a la esperanza de los cristianos. El Autor se propone animar a los cristianos que se encuentran ante el comienzo de una persecución (4, 12-16). Por medio de este texto en el que resuenan los temas bautismales, les propone lo que Dios ha prometido y tiene reservado en el cielo para aquellos que perseveran hasta el fin.

 

161-    En el mismo comienzo de la obra, da gracias a Dios porque en su gran misericordia, por la fuerza de la resurrección de Cristo, ha reengendrado (ànagennaō)[14] a los creyentes en orden a una “esperanza viva” (1, 3). El Autor establece ciertas precisiones que es importante tener en cuenta: cuando el lector esperaría que por la resurrección de Cristo los creyentes alcanzan la participación en la resurrección, él dice que por la resurrección han sido reengendrados. Igualmente, cuando dice esto último, el lector esperaría encontrar que han sido reengendrados para la vida, pero él dice que ha sido para una esperanza. De esta forma pone cierta distancia entre la situación actual de los cristianos y la resurrección futura.[15]

 

162-    Más adelante dirá que fueron reengendrados por el semen (spora) incorruptible que es la Palabra del Dios viviente (1, 23). Los seres humanos son engendrados para que participen de esta vida terrenal, pero los que nacen de nuevo por la fuerza del misterio pascual de Cristo ingresan en una vida que está en esperanza. La esperanza se explica con otras palabras: “es una herencia incorruptible, inmaculada y que no se marchita, que está custodiada en el cielo”  (1, 4), está en Dios (1, 21). Los adjetivos que le aplica el Autor pertenecen al vocabulario del libro de la Sabiduría,[16] que los aplica a las cosas divinas. Al proponer una promesa de tanto valor para los hombres, concluye diciendo que está “custodiada en el cielo”, indicando de esta manera que se trata de un depósito seguro que no se puede perder porque su custodio es el mismo Dios, y la reserva para los que han tenido el nuevo nacimiento.

 

163-            Finalmente el Autor dice que lo que se espera para el futuro es participar de la vida gloriosa de Cristo (5, 10). En consonancia con la tradición paulina dice que los creyentes “han sido llamados” a esa gloria (ibid.).

 

164-    Los creyentes tienen seguridad de alcanzar esta herencia porque el poder de Dios los protege para que puedan llegar a la salvación que se revelará en el último día (1, 5). Teniendo una esperanza tan firmemente asentada, los cristianos están llenos de alegría aun en medio de las dificultades y tribulaciones propias del tiempo de persecución (1, 6; 4, 13; ver 3, 14). Para mantener esta alegría, el Autor les trae a la memoria el ejemplo de Cristo, que padeció para entrar luego en la gloria (1, 11).

 

165-    La esperanza se alcanzará plenamente en el futuro, pero los cristianos adoptan desde el presente una nueva forma de vivir. No deben adoptar las formas de vida que caracterizan a este mundo, sino deben sentirse como “gente de paso y extranjeros” (2, 11) que van orientados hacia la vida gloriosa.

 

166-    Los que fueron reengendrados para una esperanza viva (1, 3), han quedado “purificados para un sincero amor fraternal” (1, 22). El que los llamó a la gloria “es Santo”, por esa razón ellos también deben ser santos en toda la conducta (1, 15-16). Al ser ‘reengendrados’, los cristianos tienen ahora a Dios como Padre (1, 17), por eso deben ‘honrar a este Padre’ conduciéndose de una manera digna (ibid.).

 

167-    La vida futura esperada configura ya la vida presente. Tiene su consumación en el cielo, pero comienza en la tierra. La moral cristiana llamaba la atención de los paganos (2, 12; 3, 1), que se admiraban porque los creyentes ya no participaban en la vida corrupta y disipada que caracterizaba la moral decadente de esa época del imperio (4, 3-4; ver 1, 14). Por eso se preguntaban cuál era la razón de ese cambio. También las autoridades interrogaban a los cristianos en los tribunales sobre la razón por la que introducían nuevas formas de vida en la sociedad. Este era el momento en el que los creyentes debían dar “razón de su esperanza” (3, 15).[17] Los paganos preguntarían por la forma de vida de los cristianos, pero el Autor va a la raíz de la cuestión: esa forma de vida se explica por la esperanza que ellos tienen. Es necesario que los cristianos expliquen cuál era la motivación que tienen para obrar de una manera diferente a los que sólo tienen motivaciones terrenales. Son dos formas de existencia que sólo se explican por la esperanza que tienen como perspectiva.

 

 

La Segunda Carta de Pedro

 

168-    Este texto, muy posterior a la Primera Carta y completamente independiente de esta, refleja una situación de crisis de la esperanza en ciertos sectores de la comunidad cristiana. El Autor se encuentra ante un grupo que se sentía defraudado por la tardanza de la parusía y optaba por negarla: “... hombres burlones y llenos de sarcasmo, que viven de acuerdo con sus pasiones, y que dirán «¿Dónde está la promesa de su venida? Nuestros padres han muerto y todo sigue como al principio de la creación»” (2Pe 3, 3-4).

 

169-    A la euforia del pensamiento de un próximo retorno del Señor que caracterizó a los primeros días de las jóvenes comunidades cristianas[18] le sigue ahora un total rechazo de tal expectativa. Estos negadores de la parusía se distinguen también por la inmoralidad. El Autor dice de ellos que “viven de acuerdo con sus pasiones” (3, 3). Desde el momento que no habrá parusía, el juicio los tiene sin cuidado.

 

170-    Ante esta situación de crisis, el Autor reafirma la esperanza cristiana. Para expresarla, utiliza el verbo prosdokaō, que aparece tres veces en la exhortación de la última parte de la carta. Después de reiterar la enseñanza tradicional, en la que describe con lenguaje apocalíptico el final de todas las cosas, se dirige a los lectores para hacerles tomar conciencia de la vida santa y piadosa con la que se debe vivir esta esperanza: “¡Que santa y piadosa debe ser la conducta de ustedes, esperando y acelerando la venida del Día del Señor!” (2Pe 3, 11-12). La tardanza de la parusía no se debe a que Dios ha faltado a sus promesas, como dirían los falsos maestros aludidos por el Autor, sino a la paciencia de Dios, que prolonga el tiempo para dar oportunidad a los pecadores para que hagan penitencia. Si la vida de los hombres es tal que ya no sea necesario un tiempo para la penitencia, sin duda que llegará inmediatamente el Día del Señor.[19]

 

171-    El objeto de la esperanza será un mundo nuevo que se caracterizará por la justicia: “De acuerdo con la promesa del Señor, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva donde habitará la justicia” (v. 13). Los que negaban la parusía pensaban, como los que no tienen esperanza, que el mundo terminará en una destrucción total. El Autor de la Carta muestra un panorama diferente: los cielos nuevos y la tierra nueva de los que habló Isaías (65, 17; 66, 22). Termina diciendo que en la nueva creación “habitará la justicia”. La justicia era lo que Dios exigía de Israel, “observar y poner en práctica todos los mandamientos” (Dt 6, 25). En la futura situación ya no habrá lugar para el pecado porque allí “todos serán justos” (Is 60, 21), por eso insiste: “Mientras esperan esto, procuren vivir de tal manera que Él los encuentre en paz, sin manchas ni reproches” (v. 14). Los negadores de la esperanza, acusados de vivir disolutamente porque negaban el juicio futuro, quedaban descalificados.

 

172-    La Segunda Carta de Pedro destaca el aspecto ético que acompaña la esperanza. La situación planteada por los que negaban la esperanza cristiana exigía que se acentuaran los aspectos del juicio y de la renovación cósmica. Una palabra usada por el Autor merece ser tenida en cuenta: los cristianos deben esperar y “acelerar” la venida del Día del Señor (3, 12). Si la venida del Señor parece retardarse, los cristianos deben mostrar de alguna forma la presencia de los signos que anuncian los cielos nuevos y la tierra nueva.

 

 

El Apocalipsis

 

173-    En el Apocalipsis no aparece ninguno de los términos asociados con la palabra “esperanza”. Pero se repite frecuentemente ýpomonē (perseverancia paciente, constancia),[20] un término que - como ya se ha visto – reemplaza a la “esperanza” en las cartas pastorales (1Tim 6, 11; 2Tim 3, 10; Tit 2, 2).

 

174-    El autor de la obra se presenta como hermano de los lectores, con quienes comparte “las tribulaciones, el Reino y la ýpomonē en Jesús” (1, 9). Las tribulaciones y el Reino parecen indicar los dos momentos entre los cuales el cristiano se encuentra en tensión: el sufrimiento presente y la bienaventuranza futura. La ýpomonē se ejercita hacia el mundo agresor, soportando hasta la muerte y manteniendo la fe que es puesta a prueba. Pero también se ejercita hacia el Reino cuando no se desfallece en la espera de Jesús a pesar de las contrariedades presentes.

 

175-            Colocada ante la persecución, la comunidad debe vivir la esperanza de la venida de Cristo ejercitando la paciencia en el sufrimiento y la constancia en la fe. A esta actitud aluden las cartas a las iglesias de Éfeso (2, 2-3), Tiatira (2, 19) y Filadelfia (3, 10). En la lucha que se desarrolla en el último período de la historia, se exige a los cristianos que vivan en la ýpomonē: “El que tenga que ir a la cárcel, irá a la cárcel; y el que tenga que morir por la espada, morirá por la espada. En esto se pondrá a prueba la ýpomonē y la fe de los santos” (13, 10; ver 14, 12). La salvación futura sólo es asegurada a los que hayan permanecido en esta actitud de “perseverancia paciente”. Los que no perseveran de esta forma son caracterizados como “cobardes” (deilós), y quedarán excluidos de la Jerusalén celestial (21, 8).

 

 

 

Conclusión

 

176-        Esta recorrida por los libros de las dos Alianzas muestra con suficiente claridad que el concepto de esperanza es uno de los puntos fundamentales en el pensamiento bíblico. Desde este examen restringido casi exclusivamente al uso del vocabulario se puede concluir que aun cuando éste no esté presente, toda la dinámica de la Biblia está orientada hacia una esperanza.

 

177-        Para los pensadores griegos la vida del hombre se desarrollaba entre recuerdos del pasado, contemplación del presente y esperanzas del futuro. Pero estas esperanzas siempre eran inciertas, y podían ser buenas o malas. Para los trágicos, la esperanza era algo propio de los dioses que no debía ser comunicado a los hombres. Prometeo, en su tormento, se lamenta: “Tuve piedad de los hombres, y ahora no soy tenido por digno de ella. Por el contrario, soy tratado sin misericordia... Por mí los mortales han dejado de mirar con terror a la muerte”. El coro le pregunta: “¿Qué remedio encontraste contra ese mal?”, y Prometeo responde: “Hice habitar entre ellos las ciegas esperanzas”. El coro responde con admiración: “¡Qué bien tan grande has otorgado a los mortales!”[21]

 

178-        En las más antiguas formulaciones se ve que el hombre de Israel esperaba de Dios los bienes terrenales más inmediatos, porque tenía conciencia de que se encontraba ante una promesa de YHWH que se refería a su futuro. En vista de ese futuro Israel había sido separado y había recibido una identidad: YHWH era su Dios y él era el pueblo de YHWH. Ante las incertidumbres de la vida o las contrariedades de los acontecimientos siempre encontraba su seguridad en Dios y a Él se dirigía para pedirle su intervención en la historia. En esos momentos invocaba a YHWH como a “su” Dios, y con la confianza que le otorgaba su identidad como pueblo de YHWH. La fe en la Palabra del Señor implicaba una esperanza, y vivir en esta esperanza era la forma de vivir la fe. Y era tan grande la unión entre ambas, que quien carecía de una de ellas, estaba privado de las dos.

 

179-        La actuación de Dios cuando salvaba a su pueblo ponía ante la luz la inutilidad de la fuerza humana, de los príncipes o de los ídolos que no podían salvar. Los profetas debían proclamar una y otra vez que no se debía poner la esperanza en los dioses ni en las fuerzas de las naciones. Esas falsas esperanzas llevaron a Israel al desastre. A pesar de todo, Israel no desapareció porque los profetas le hicieron mantener la esperanza en la promesa de YHWH. Era la esperanza que se refería a una posibilidad de vivir: la promesa apuntaba a un futuro.

 

180-        La promesa de Dios siempre ha quedado más allá de lo que los hombres podían imaginar o desear. Por eso fueron necesarias las crisis en las que la esperanza se purificaba de aquellas limitaciones erróneas que le imponía la óptica humana. Si las generaciones más antiguas podían circunscribir su esperanza a una descendencia o a la posesión de una tierra, se debió comprender más tarde que la gran descendencia no se limitaba a los hijos de Abraham nacidos según la naturaleza, y que la tierra no era la limitada por las fronteras terrenales del territorio de Israel. De la misma forma sirvieron los desencantos de la monarquía y del reino terrenal de David para comprender que el Reino prometido se encontraba en otro nivel. Las súplicas muestran con claridad cómo se esperaba de YHWH la liberación de los males de cada día, pero los Salmos dejan vislumbrar que finalmente se esperaba la liberación de todos los males, y principalmente la liberación de la muerte, que es el mal que los contiene a todos.

 

181-        Las adquisiciones terrenales, aunque provisorias, no carecían de valor, porque a través de ellas se descubría la permanente fidelidad de YHWH a las promesas e iban conduciendo al pueblo, con una admirable pedagogía, hacia lo que era definitivo y permanecía siempre más allá de lo que él podía comprender.

 

182-        Hay una constante a lo largo del desarrollo de la idea de la esperanza en el Antiguo Testamento, y que luego se continuará en el Nuevo: la confianza en YHWH debe ir acompañada de una sumisión a su Ley. Los que se orientan hacia el mundo nuevo que les promete el Señor, reconocen su condición de pecadores y se esfuerzan por purificarse.

 

183-        En la época más cercana a la manifestación del Nuevo Testamento se fue abriendo paso lentamente la revelación de que el fin prometido estaba más allá de las fronteras de esta vida y que había que pensar en otros términos, que en esos momentos se expresaron como ‘inmortalidad’ y ‘resurrección’, aunque entrevistos todavía de manera muy oscura. Esto no impidió que durante la época de la predicación de Jesús, y aun después, en muchas ocasiones los discípulos manifestaran esperanzas de carácter terrenal.[22] Siempre ha existido el peligro de confundir la esperanza con las realizaciones temporales. Éstas están marcadas siempre con el rasgo de lo provisorio e imperfecto, deben ser sometidas a una constante purificación. Están en el camino hacia la esperanza, pero no la realizan plenamente. Como en la etapa del Antiguo Testamento, también ahora es necesario reconocer que el objeto de la esperanza no se limita a las realizaciones temporales, pero tampoco está desligado de éstas.

 

184-    La predicación      de Jesús, centrada en el anuncio de la llegada del Reino, mostró mediante hechos del presente que estaban a punto de realizarse todas las promesas de Dios: “los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres” (Mt 11, 5-6). “Si expulso a los demonios con el dedo de Dios, es porque el Reino de Dios ya ha llegado a ustedes” (Lc 11, 20). La salvación esperada comienza a cumplirse principalmente en el perdón de los pecados, y esa es la Buena Noticia que los discípulos deben llevar a todas las naciones. Dios es fiel a sus promesas, y las realizaciones presentes muestran que se avanza hacia la consumación.

 

185-    Pero Jesús abrió una nueva perspectiva: antes de la llegada del fin último debía haber un espacio para la misión, porque la salvación estaba destinada a todas las naciones. La esperanza ha visto el comienzo de su cumplimiento, pero todavía hay un espacio de tiempo para aguardar el final. Todavía queda por esperar una segunda venida del Señor. Mientras tanto, ya se debe vivir el comienzo del Reino. Las enseñanzas morales de Jesús proponen una forma de vida que sólo puede ser comprendida y vivida por quienes viven en la esperanza de que el Reino ya ha comenzado y está encaminado hacia su consumación final.

 

186-    La predicación apostólica ha mostrado que la salvación esperada – el Reino – ya se da en Jesucristo resucitado, y que todos los hombres están llamados a participar de esa resurrección gloriosa. La Primera Carta de Juan dice que esta participación implica un llegar a “ser como Él es” y “verlo tal cual es” (1Jn 3, 2). Por esa razón, la esperanza es el mismo Jesucristo glorioso.

 

187-    Se acentúa el aspecto trascendente de la esperanza, y por eso mismo se destaca el hecho de que sólo puede ser conocida por una intervención especial del Espíritu Santo. Por eso se produce un desplazamiento: se habla de esperanza para referirse a lo que se espera, mucho más que al hecho de esperar. Simultáneamente se destaca que vivir en la esperanza no significa una actitud meramente pasiva, un cruzarse de brazos hasta que llegue lo esperado, sino que implica una forma de comportarse en la comunidad y en la sociedad: ya se está viviendo en aquello que se espera.

 

188-    Desde el comienzo, pero sobre todo en los escritos más tardíos, que se publican cuando comienzan las crisis de esperanza en la comunidad cristiana, el acento se pone sobre el hecho de que los cristianos deben vivir de tal forma que hagan evidentes los rasgos del Reino en su etapa ya presente mientras aguardan su consumación definitiva. Se los exhorta a vivir como “extranjeros y gente de paso” en este mundo (1Pe 2, 11) que tienen su mirada en el término del viaje y no se quedan con lo que encuentran en el camino.

 

189-    Cuando se habla de cielos nuevos y tierra nueva,[23] se quiere decir que la renovación esperada no afectará solamente al individuo. Se espera una sociedad diferente en la que habitará la justicia. Esta perspectiva ilumina todo el proceder de los cristianos en el camino hacia esa nueva Jerusalén. La santidad futura tiene exigencias para el presente, y la vida glorificada ya se adelanta en la forma en que se organizan las comunidades cristianas. Así lo deja entrever san Lucas en la descripción paradigmática de la vida de la primera comunidad de Jerusalén (Hech 2, 42-47; 4, 32-35; 5, 12-16). La esperanza de lo trascendente no hace olvidar las realidades temporales, sino que exige que se las tome en cuenta y se las oriente hacia la consumación definitiva. Finalmente, se amplía el campo de la mirada cuando se dice que esa transformación que se espera no afectará sólo al individuo y a la sociedad, sino también a todo el universo. Vivir en la esperanza exige mirar de una manera nueva todo lo existente.

 

190-    La esperanza se debe vivir en medio de contrariedades que la ponen a prueba. Por esa razón algunos libros del Nuevo Testamento (Cartas pastorales, Apocalipsis) prefieren hablar de la “perseverancia paciente, constancia”, como de un nuevo nombre de la esperanza ejercitada en los tiempos difíciles. En estos casos la esperanza no desfallece ni aun en los casos en que se deba derramar la sangre.

 

191-    Esta forma de vivir suscitará la curiosidad de los no-creyentes, que querrán saber la razón de este comportamiento tan diferente al del resto de la sociedad. En este momento los cristianos deberán “dar razón de la esperanza” (1Pe 3, 15). Deberán explicar a los demás cuáles son esos cielos nuevos y tierra nueva hacia la que se dirigen y que de alguna manera ya están mostrando presentes en este mundo.



[1] En Mt aparece una sola vez èlpízein (12, 21, en una cita de Isaías), y dos veces prosdokáo (11, 3 y 24, 50, en dos textos Q.). En Mc aparece una sola vez prosdéjomai (15, 43). En Jn, el verbo èlpízein aparece una vez en el Evangelio (5, 45). En las Cartas aparece dos veces (2Jn 1, 12 y 3Jn v. 14), con sentido vulgar.

[2] El que debe liberar al pariente cercano es el “go´el”: H. Ringgren, s.v. Go´el; en: Theological Dictionary of the Old Testament (Botterweck-Ringgren, edits.) ; Eerdmans - Grand Rapids, Mi. - 1988; II, 350-355.

[3] “Señor, tú eres nuestro Rey por siempre jamás... Nosotros esperamos en Dios nuestro Salvador... Tú, Señor, escogiste a David como rey sobre Israel; Tú le hiciste juramento sobre su posteridad, de que nunca dejaría de existir ante Ti su casa real... Mira, Señor, y suscítales un rey, un hijo de David... para que reine en Israel tu siervo. Rodéale de fuerza, para quebrantar a los príncipes injustos, para purificar a Jerusalén de los gentiles que la pisotean, destruyéndola, para expulsar con tu justa sabiduría a los pecadores de tu heredad, para quebrar el orgullo del pecador como vaso de alfarero, para machacar con vara de hierro todo su ser, para aniquilar a las naciones impías con la palabra de su boca, para que ante su amenaza huyan los gentiles de su presencia...” (Salmos de Salomón, XVII, 1. 3-4. 21-25).

[4] En el libro de los Hechos aparece una vez con sentido profano (24, 26) y otra vez con sentido teológico (26, 7).

[5] La ‘redención de Israel’ es mencionada con sentido militar y nacionalista en 1Mac 4, 11.

[6] Las únicas veces que Mt utiliza el verbo prosdokaō es en textos dependientes de Q: 11, 3 y 24, 50 (corresp. Lc 7, 19 y 12, 46).

[7] “Hope is present but ill defined” (J.B. Green, The Gospel of Luke, The New International Commentary on the New Testament, Eerdmans – Grand Rapids, Mi. – 1997; 180.

[8] Se encuentra dos veces con el sentido de ‘recibir a una persona’ (Fil 2, 29 y Rom 16, 2).

[9] El verbo àpekdéjomai no aparece en LXX.

[10] H. Schlier, El Apóstol y su comunidad – I Tesalonicenses. Fax – Madrid – 1974; 25.

[11] “En la comunidad hay también, por último perseverancia paciente en la esperanza, confianza plena en medio de las múltiples amenazas y asechanzas que el cristiano ha de soportar continuamente. Lo que nos capacita para tener paciencia y aguantar es la esperanza viva en la venida del Señor.” (H. Schürmann, Primera Carta a los Tesalonicenses, Herder – Barcelona- 1975; 31.

[12] Este verbo es un ápax en el Nuevo Testamento, pero en LXX es uno de los verbos que traducen el hebreo qwh. Su presencia en este texto paulino indicaría que aquí Pablo está repitiendo una fórmula recibida del kérygma primitivo.

[13] Con una sola excepción en Ef  1, 12, en el resto de estas cartas están ausente los verbos que indican ‘esperar’.

[14] El verbo ànagennao no aparece en LXX ni en el resto del NT. Está sólo en 1Pe 1, 3. 23.

[15] En esto muestra menos audacia que otros textos de la tradición paulina: “Nos resucitó y no hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús” (Ef 2, 6); “Si han resucitado con Cristo...” (Col 3, 1).

[16] Ver Sab 3, 13; 4, 2; 6, 12; 8, 20; 12, 1; 18, 4.

[17] El texto de 1Pe no explicita si esta “razón” se debe dar en el ambiente de los tribunales durante los interrogatorios judiciales, o si se exigía en medio de las polémicas de carácter privado con los paganos. Los comentaristas disienten en este punto. La solución de este problema no es de importancia para este trabajo. Ver: N. Brox, La Primera Carta de Pedro, Sígueme – Salamanca – 1994; 214-216. 

[18] “...los que vivamos, los que quedemos cuando venga el Señor” (1Tes 4, 15); “Alégrense siempre en el Señor. Vuelvo a insistir, alégrense... El Señor está cerca” (Fil 4, 4-5); etc.

[19] Esta es una enseñanza común en el judaísmo: “Respondí y dije: «Oh, Soberano Señor, ¡pero también todos nosotros estamos llenos de impiedad! Seguramente por nuestra resistencia y a causa de los pecados de los habitantes de la tierra, la cosecha de los justos será impedida»” (IV Esdras, 4, 38-39; trad. G. Nápole). “Si Israel hubiera cumplido dos sábados de acuerdo con la Ley, habría sido inmediatamente redimido” (TB. Shab 118b). “El Hijo de David, dijo Rabí Iohanan, sólo vendrá cuando haya una generación totalmente virtuosa o totalmente perversa” (TB, Sanh 98a). “El Hijo de David vendrá cuando Israel cumpla un solo sábado como está mandado” (TJ, Ta’an 64a).

[20] Sorprendentemente, el libro del Apocalipsis no tiene ninguna de las palabras que se traducen por ‘esperar – esperanza’, pero tiene siete veces el término ýpomone (1, 9; 2, 2. 3. 19; 3, 10; 13, 10; 14, 12).

[21] Esquilo, Prometheus Vinctus, Ep. I, Antist. II.

[22] Ver la aclamación de la multitud durante la entrada de Jesús en Jerusalén según la redacción de Marcos: “¡Bendito el Reino de nuestro padre David que viene!” (Mc 11, 10); “Nosotros esperábamos que Él redimiera a Israel...” (Lc 24, 21); “Señor ¿ahora vas a restablecer el reino de Israel?” (Hech 1, 6). 

[23] 2Pe 3, 13;  Apc 21, 1;  ver Rom 8, 18-23.