La reforma católica


La Reforma católica, como movimiento renovador de la Iglesia universal y promovido por el Papado, es posterior en el tiempo a la Reforma protestante. Pero el anhelo de reforma venía ya de atrás y había plasmado en algunas realizaciones de importancia, pese a ser éstas de carácter parcial. La España de los Reyes Católicos se destacó en esto. Estos monarcas consideraron la reforma eclesiástica como algo esencial de la obra general de restauración de su gobierno eligiendo para obispos a individuos eminentes por su espíritu religioso y su ciencia. La Iglesia española en el primer tercio del siglo XVI era sin duda la de mayor nivel espiritual y científico de Europa, y ello explica el papel preponderante que los teólogos españoles tuvieron en el concilio de Trento.

Las inquietudes de renovación cristiana se daban también por la misma época en Italia.

La más importante fundación religiosa del siglo XVI fue sin duda la Compañía de Jesús, fundada por San Ignacio de Loyola (1492-1556). Ignacio, junto con otros cinco compañeros, hizo en París los votos religiosos y todos se comprometieron a peregrinar a Jerusalén y consagrarse al servicio de las almas (1534). Al no poder pasar a Tierra Santa, Ignacio y sus compañeros acordaron permanecer unidos y ponerse, en virtud de un cuarto voto, a la plena disposición del papa. En 1540, Paulo III aprobó la «Compañía de Jesús» como una orden de clérigos regulares, cuya finalidad primordial era la propagación de la fe católica y la enseñanza de la doctrina. La Compañía tuvo un rápido desarrollo: contaba con un millar de miembros a la muerte de su fundador y 13.000 medio siglo más tarde. Los jesuitas prestaron servicios de gran importancia al Pontificado en su obra de Reforma católica especialmente a través de la formación del clero, la educación de la juventud y las misiones