INTRODUCCIÓN
Ha sido un siglo de grandes avances científicos y tecnológicos, un siglo que
ha visto un desarrollo económico sin igual, un siglo en que la democracia ha
ido ganando terreno en todos los continentes.
Pero también esta centuria ha sufrido convulsiones terribles. Baste recordar
las dos guerras mundiales que han dejado millones de muertos; el comunismo que
triunfó y cayó, pero sólo después de haber hundido en la miseria a países
enteros; la situación de miseria en que viven millones de personas no sólo por
el mal gobierno, sino también por causa de una economía de mercado que olvida
la centralidad del hombre y de la familia.
Ha sido el siglo en que la ONU ha publicado la Declaración Universal de
Derechos Humanos (1948), y sin embargo muchas naciones en su legislación no
respetan el derecho fundamental de todo hombre a la vida.
En este siglo la iglesia ha tenido que afrontar numerosos retos en su acción
evangelizadora: seguir clarificando su doctrina en materia social, puntualizar
la dimensión ética de los avances técnicos y científicos; encauzar
correctamente la interpretación de la Escritura sin las exageraciones del
modernismo; iluminar la actividad de los católicos en la política; cuidar la
recta interpretación y aplicación de los documentos emanados por el Concilio
Vaticano II; afrontar el reto de predicar a Cristo en un mundo secularizado,
que relativiza toda verdad religiosa y moral, y hunde al hombre en el vacío
existencial; contrarrestar el empuje de las sectas, etc.
I.SUCESOS
Problemas sociales
La industrialización de los países capitalistas produjo graves
desequilibrios sociales desde el siglo XIX. Aumentó el número de habitantes
de las ciudades a donde los campesinos iban en busca de trabajo. Las urbes
no pudieron cubrir todas las necesidades que representaba el aumento de la
población.
El trabajador no estaba protegido por las leyes. Ganaba un salario
insuficiente y carecía de seguridad y prestaciones. La explotación que las
industrias hicieron del trabajo de mujeres y niños fue inhumano. Lentamente
fue apareciendo la solidaridad entre el proletariado y éste fue obteniendo
el reconocimiento de sus derechos individuales y sociales por medio de
huelgas y otros mecanismos de defensa.
Estalló la primera guerra mundial (1914-1918)
a)Causas:
·Asesinato del archiduque Francisco Fernando: La chispa que encendió
la hoguera fue el asesinato del príncipe heredero del trono austriaco en
Sarajevo. Austria culpó a Servia y le declaró la guerra. A Austria se
unieron Alemania, Turquía y Bulgaria. Y en el bando opuesto se alinearon
Francia, Inglaterra, Rusia, Japón, Italia, Rumania, Portugal y, hacia el
final, Estados Unidos.
·Rivalidad económica entre los países: Pero ya antes el ambiente se
había ido volviendo tenso por diversos conflictos, ligados casi siempre a
intereses económicos. Cabe mencionar la crisis marroquina entre Alemania y
Francia que terminó con el acuerdo de Algeciras; o la anexión de Bosnia-Erzegovina
por parte de Austria-Hungría; o la guerra ítalo-turca por el territorio de
Trípoli.
·La carrera de armamentos: La tensión antes descrita hizo que los
ejércitos estuviesen siempre en alerta e incrementase la producción de
armamentos. De una manera especial los diversos países impulsaron sus
marinas de guerra.
·Por último, los nacionalismos serán la gota que colme el vaso.
Especialmente en los Balcanes –checos, croatas, bosnios, eslovenos-, pero
también en Francia, que todavía se resiente de la derrota de 1871 y en
Alemania, en la que la idea del pangermanismo ha adquirido carácter
agresivo.
b)Consecuencias:
·Económicamente la guerra causará un gran desastre en Europa. El
déficit, la sangría demográfica, la recesión industrial hacen que Europa
ceda definitivamente a Estados Unidos la hegemonía. Además la apretada
situación para las potencias occidentales se pretende salvar con una cargas
absolutamente arbitrarias para los vencidos.
·Políticamente, los nuevos estados surgidos del orden de Versalles
son extremadamente débiles; las potencias se disputan los últimos jirones
del imperio alemán y turco con las consiguientes rivalidades; comienza a
abandonarse el liberalismo político en busca de una más decidida
intervención del estado para hacer frente a la crisis política y económica;
grupos nacionalistas y derechistas harán surgir más adelante los fascismos
que protagonizarán la segunda guerra mundial.
·Socialmente se desprestigia el sistema capitalista. Los sindicatos,
alentados por la experiencia rusa (1917), se vuelven más agresivos, exigen y
consiguen más reivindicaciones. Los estados temen.
·Otra consecuencia, es el surgimiento, cada vez con más decisión, de los
movimientos feministas que exigen una igualdad de derechos frente al
hombre. Especialmente se dan en los países que debieron usar mano de obra
femenina para hacer frente a la guerra.
c)Tratado de Versalles: en enero de 1919 se reúnen en
Versalles las potencias en guerra para negociar la paz. Los catorce puntos
de Wilson no son respetados; toda Europa quiere el desquite y Alemania está
inerme. A Alemania le imponen unas condiciones humillantes: remodelación de
las fronteras, reparto de sus colonias, entrega de prisioneros y de su
ejército, enormes indemnizaciones de guerra, restricciones en su flota
mercante, transportes, ganado y además el reconocimiento de Hungría,
Checoslovaquia, Polonia, Yugoslavia. Turquía entregó territorios a Grecia, y
Francia e Inglaterra se reparten el Oriente Medio. Estados Unidos no se
aviene a firmar este expolio que a la larga generará la segunda guerra
mundial. Por último se discute la situación de Rusia, que vive su revolución
bolchevique. Occidente busca intervenir contra los comunistas, pero el mundo
ya está cansado de guerras. Sólo se conforman con formar un cordón de
nacionalidades anticomunistas alrededor de la Unión Soviética: Finlandia,
Repúblicas Bálticas, Polonia y Rumania.
d)Conclusión: la primera guerra mundial fue una guerra
típicamente imperialista y europea.
El yunque y el martillo de la revolución rusa
El suceso de mayor trascendencia, destinado a condicionar decisivamente la
historia del mundo en el siglo XX, fue la revolución rusa de 1917.
Terminados los años de guerra civil con la victoria bolchevique, Rusia
irrumpía en el escenario mundial como el primer estado marxista de la
historia, oficialmente ateo, doctrinalmente anticristiano y fundado en una
concepción materialista del hombre y de la vida.
Contemos un poco el desarrollo.
La situación rusa era muy difícil. Los esclavos estaban abrumados por
impuestos imposibles de pagar y había un gran atraso técnico. La precipitada
concentración obrera provocada por la rápida industrialización había hecho
surgir un proletariado joven, combativo y muy consciente de sus derechos. La
dinastía zarista Romanov comienza a tambalearse cuando el movimiento de
masas erige sus propias instituciones; eran los soviets o consejos de
obreros. Incluso, la misma burguesía se mostraba muy crítica ante la
tremenda y costosa burocracia que regía el país, y ante el ejército que
había dado pruebas de ineficacia en la guerra contra el Japón. Ante el
malestar social el zar cede y permite la creación de un parlamento, pero
inicia una violenta represión. Finalmente, cuando introduce a su país en la
primera guerra mundial, firma su propia sentencia de muerte.
Por la falta de libertad no había sindicatos. En cambio surgen los partidos
políticos. Desde el inicio el partido socialdemócrata, de tendencia
marxista, protagonizará la escena política de Rusia. Posteriormente se
escindirá en dos partidos: los mencheviques –minoritarios-: apertura al
parlamentarismo; y los bolcheviques –mayoritaros-: centralización,
disciplina y actividad clandestina. Los primeros esperaban una revolución
burguesa, para conseguir, luego de un desarrollo capitalista más profundo,
el posterior advenimiento de la revolución definitiva del proletariado. Los
bolcheviques, por su parte, sostenían que éste era el momento del
proletariado.
El pensamiento de Lenin –líder indiscutido de los bolcheviques y partidario
de la revolución armada- era que el capitalismo había entrado en crisis.
Este momento crítico debía ser aprovechado a toda costa. Por otra parte, las
derrotas en el frente, los campos y las industrias desorganizadas, las
rebeliones en el ejército, la corrupción en la corte, los precios y los
racionamientos...todo invitaba a la revolución.
En 1916 surgen los primeros movimientos muy desorganizados. Son inicialmente
controlados por la burguesía liberal. Logran su propósito con la formación
de un gobierno provisional constitucionalista. El hombre fuerte de este
gobierno será Kerensky –un liberal burgués, demócrata y parlamentario-.
La dinastía zarista ha caído. Sin embargo, surge un poder paralelo: son los
soviets, que dominan la calle –formados por obreros y soldados-. Estos
soviets oscilan peligrosamente entre los mencheviques –apoyan al gobierno
constitucional-, y los bolcheviques. El 25 de octubre de 1917 viene la
insurrección bolchevique, que triunfa fácilmente en san Petersburgo y en
Moscú. Se establece la abolición de la gran propiedad, control obrero de las
fábricas, leyes laborales y la firma de la paz con Alemania a cualquier
precio. La base de poder del nuevo gobierno la constituían los soviets,
enteramente controlados por los bolcheviques. Se proclama la República
Federal Socialista Soviética. Comienza la guerra civil.
¿Consecuencias? Un caos en la Unión Soviética. Políticamente se endureció:
concentración absoluta del poder en los bolcheviques, partido único.
Económicamente: colectivizaciones, nacionalizaciones, desempleo, inflación.
Posteriormente, sin embargo, Lenin condujo a Rusia a formas algo
occidentalizadas de producción. Poco después muere Lenin y comienza el largo
pulso entre Stalin y Trotsky. Este último será desterrado de la Unión
Soviética en 1929. Fue Stalin quien dio forma a la primera nación comunista.
Movimientos fascistas
El período entre guerra es el de los fascismos o “estados capitalistas de
excepción”.
Fascismo italiano: Mussolini surge como el gran salvador de la
patria, llamado por el rey para formar gobierno en un momento crítico de su
reinado . Comienza el estado totalitario, propaganda, nuevas leyes,
violencia... Todo es válido para regenerar y engrandecer la patria y
acaparar el poder, centrado en el Duce, responsable sólo ante el rey.
Anexiona Etiopía. Adoctrina a la juventud. Combate el paro y la excesiva
importación. Conjuga la propiedad privada y estatal.
Nazismo alemán: La humillación de Versalles va a crear en Alemania un
nacionalismo a ultranza, especialmente agresivo frente a la vecina Francia.
En este ambiente de caos surge el Partido Obrero Nacional, con un marcado
carácter antisemita, nacionalista y militar. Fue dirigido desde 1920 por
Adolf Hitler, inspirado en el superhombre de Nietzsche. Poco a poco se
incorporan Himler, Göering, Hess, Göebbels, sus máximos dirigentes. Se
declaran revolucionarios y antiparlamentarios. En 1923 intentan un golpe en
Munich. Fracasan y Hitler va a la cárcel en donde escribe su libro “Mi
lucha”: la necesidad de un espacio vital para Alemania, la teoría de las
razas, el peligro comunista. Con la crisis de 1929 comienza su apoteosis;
llega a ser canciller. Formó un estado totalitario: partido único,
centralización de gobierno, Gestapo, campos de concentración, purgas y las
SS. Autarquía y desarrollo de la industria bélica.
“¡Viva Cristo Rey!” ¿Cómo fue la guerra cristera en México?
¿Qué antecedentes tuvo?
México ya había conocido las persecuciones religiosas en el siglo XIX.
Benito Juárez (1855-1872) impuso, obligado por la logia norteamericana de
Nueva Orleáns, la constitución de 1857, de orientación
liberal, y las Leyes de Reforma de 1859, una y otras
abiertamente hostiles a la Iglesia.
Por ellas, contra todo derecho natural, se establecía la nacionalización de
los bienes eclesiásticos, la supresión de las órdenes religiosas, la
secularización de cementerios, hospitales y centros benéficos. Su gobierno
dio también apoyo a la creación de una iglesia mexicana, que no prosperó.
La reforma liberal de Juárez no se caracterizó solamente por su sectarismo
antirreligioso, sino también porque junto a la desamortización de los bienes
de la iglesia, eliminó los ejidos comunales de los indígenas. Estas medidas
no evitaron al estado un grave colapso financiero, pero enriquecieron a la
clase privilegiada, aumentando el latifundismo.
El período de Juárez se vio interrumpido por un breve período, en el que
Maximiliano de Austria fue nombrado emperador de México con el apoyo de
Napoleón III de Francia (1864-1867). Fue fusilado en Querétaro. También en
estos años la Iglesia fue sujeta a leyes vejatorias, y los masones le
ofrecieron al emperador las presidencia del supremo consejo de las logias,
que él declinó, pero aceptó el título de protector de la orden, y nombró
representantes suyos a dos individuos que inmediatamente recibieron el grado
33.
A Juárez le sucedió en el poder Sebastián Lerdo de Tejada (1872-1876), que
acentuó la persecución religiosa, llegando a expulsar incluso a las Hermanas
de la Caridad. Prohibió cualquier manifestación religiosa fuera de los
templos. Todo esto provocó la guerra llamada de los religioneros
(1873-1876), un alzamiento armado católico.
Vino después Porfirio Díaz, que fue reelegido ocho veces en una farsa de
elecciones (1877 y 1910). En ese largo tiempo ejerció una dictadura de orden
y progreso, muy favorable para los inversores extranjeros –petróleo, redes
ferroviarias-, sobre todo norteamericanos, y para los estratos nacionales
más privilegiados. También en su tiempo aumentó el latifundismo, y se
mantuvieron injusticias sociales muy graves. Porfirio fue más tolerante con
la iglesia, sin embargo, dejó vigentes las leyes persecutorias de la
reforma, aunque él no las aplicaba. No obstante mantuvo en su gobierno,
especialmente en la educación preparatoria y universitaria, el espíritu
laicista antirreligioso.
Más tarde vinieron las persecuciones de Carranza y Obregón (1916-1920;
1920-1924). ¡Fueron durísimas! Incendios de templos, robos y violaciones,
atropellos a sacerdotes y religiosas, leyes tiránicas y absurdas. En 1917 se
promulgó la constitución de orientación anticristiana .
La persecución del general Plutarco Elías Calles (1924-1929) fue terrible:
expulsa a los sacerdotes extranjeros, sanciona con multas y prisiones a
quienes den enseñanza religiosa o establezcan escuelas primarias o vistan
como clérigo o religioso, o se reúnan de nuevo habiendo sido exclaustrados,
o induzcan a la vida religiosa o realicen actos de culto fuera de los
templos.
Los obispos mexicanos, en una enérgica carta pastoral del 27 de julio de
1926 protestan unánimes, manifestando su decisión de trabajar para que los
decretos y los artículos antirreligiosos de la constitución sean reformados.
Plutarco no hace caso. A los pocos días, el 31 de julio y previa consulta a
la Santa Sede, el episcopado ordena la suspensión del culto público en toda
la República. Inmediatamente, una docena de obispos, entre ellos el
arzobispo de México, son sacados bruscamente de sus sedes, y sin juicio
previo expulsados del país.
Hasta aquí los antecedentes.
¿Cómo reaccionó el pueblo cristiano mexicano, privado de la eucaristía y de
los demás sacramentos, y al ver los altares sin manteles y los sagrarios
vacíos?
Y es aquí cuando realmente comienza la guerra cristera.
A mediados de agosto de 1926, con ocasión del asesinato del cura de
Chalchihuites y de tres seglares católicos con él, se alza en Zacatecas el
primer foco de movimiento armado. Y en seguida en Jalisco, en Huejuquilla,
donde el 29 de agosto el pueblo alzado da el grito de la fidelidad:
¡Viva Cristo Rey!... Entre agosto y diciembre de 1926 se produjeron
64 levantamientos armados, espontáneos, aislados, la mayor parte en Jalisco,
Guanajuato, Guerrero, Michoacán y Zacatecas.
Estos cristianos valientes, a quienes el gobierno por burla llamaba
cristeros, no tenían armas a los comienzos, como no fuese machetes o en el
mejor caso una escopeta. Pronto fueron consiguiendo armas de los soldados
federales, en las guerrillas y ataques por sorpresa. El aprovisionamiento de
armas y municiones fue siempre el problema de los cristeros; en realidad,
“no tenían otra fuente de municiones que el ejército, al cual se las tomaban
o se las compraban” –dice Jean Meyer.
Al frente del movimiento, para darle unidad de plan y de acción, se puso la
Liga Nacional defensora de la libertad religiosa, fundada en marzo de 1925,
con el fin que su nombre expresa y que se había extendido en poco tiempo por
toda la república.
¡Pueblo valiente, pueblo con enorme fe! Este pueblo cristiano mexicano no
vio que el gobierno tenía muchísimos soldados y armamento y dinero para
hacerle guerra. Lo único que vio fue defender a su Dios, a su religión, a su
madre que es la Santa Iglesia; eso es lo que vio este pueblo. A estos
hombres no les importó dejar sus casas, sus padres, sus hijos, sus esposas y
lo que tenían; se fueron a los campos de batalla a buscar a Dios nuestro
Señor.
He aquí el testimonio de un cristero, Francisco Campos, de Santiago de
Bayacora, en Durango: “Los arroyos, las montañas, los montes, las
colinas, son testigos de que aquellos hombres le hablaron a Dios nuestro
Señor con el Santo Nombre de VIVA CRISTO REY, VIVA LA SANTÍSIMA VIRGEN DE
GUADALUPE, VIVA MÉXICO. Los mismos lugares son testigos de que aquellos
hombres regaron el suelo con su sangre y, no contentos con eso, dieron sus
mismas vidas por que Dios nuestro Señor volviera otra vez. Y viendo Dios
nuestro Señor que aquellos hombres de veras lo buscaban, se dignó venir otra
vez a sus templos, a sus altares, a los hogares de los católicos, como lo
estamos viendo ahorita, y encargó a los jóvenes de ahora que si en lo futuro
se llega a ofrecer otra vez que no olviden el ejemplo que nos dejaron
nuestros antepasados” (Jean Meyer, I, 93).
¿Cuál fue la actitud de la jerarquía eclesiástica ante este movimiento
cristero?
El Papa Pío XI publica su encíclica Iniquis afflictisque, en la que
denuncia los atropellos sufridos por la iglesia en México y alaba el
heroísmo de los católicos mexicanos.
Los dirigentes de la Liga Nacional, antes de asumir a fondo la dirección del
movimiento cristero, quisieron asegurarse del apoyo del episcopado, y para
ello dirigieron a los obispos un memorial en el que solicitaban que no
condenaran el movimiento, que sostuvieran la unidad de acción por la
conformidad de un mismo plan y un mismo caudillo, que formaran la conciencia
colectiva, en el sentido de que se trata de una acción lícita, laudable,
meritoria, de legítima defensa armada, que habilitaran canónicamente
vicarios castrenses y que contribuyeran en esta acción suministrando fondos
de los ricos católicos para destinarlos a esta lucha. Los obispos aprobaron
todo menos las dos últimas propuestas.
El gobierno protestó contra los obispos. Y éstos dijeron que hay
circunstancias en la vida de los pueblos en que es lícito a los ciudadanos
defender por las armas los derechos legítimos que en vano han procurado
poner a salvo por medios pacíficos. La defensa armada era el único camino
que les quedaba a los católicos mexicanos para no tener que sujetarse a la
tiranía antirreligiosa.
Por tanto, la misma comisión de obispos mexicanos apoya este movimiento,
considerándolo como un derecho y un deber natural e inalienable de legítima
defensa.
Con el pasar de los meses, comenzaron las reservas de la iglesia sobre el
movimiento cristero, incluso de Roma. Recordemos que la doctrina tradicional
de la iglesia reconoce la licitud de la rebelión armada contra las
autoridades civiles con ciertas condiciones: (1) causa gravísima; (2)
agotamiento de todos los medios pacíficos; (3) que la violencia empleada no
produzca mayores males que los que pretende remediar; (4) que haya
probabilidad de éxito.
En esta persecución de Plutarco Elías Calles se daban claramente las dos
primeras condiciones. Pero algunos obispos tenían dudas sobre si se daba la
tercera, pues pasaba largo tiempo en el que el pueblo se veía sin
sacramentos ni sacerdotes, y la guerra producía más y más muertes y
violencias. Y aún eran más numerosos los que creían muy improbable la
victoria de los cristeros. No faltaron incluso algunos pocos obispos que
llegaron a amenazar con la excomunión a quienes se fueran con los cristeros
o los ayudaran .
El Papa, finalmente, mandó a los obispos no sólo abstenerse de apoyar la
acción armada, sino también debían permanecer fuera de todo partido. Esta
disposición fue dada el 18 de enero de 1928.
El valor de las mujeres también fue heroico. Repartían propaganda, llevaban
avisos, acogían prófugos, cuidaban heridos, ayudaban clandestinamente al
aprovisionamiento de alimentos y armas.
Tratemos de resumir el curso de la guerra cristera siguiendo a Jean Meyer:
·Incubación, de julio a diciembre de 1926.
·Explosión del alzamiento armado, desde enero de 1927.
·Consolidación de las posiciones, de julio 1927 a julio de 1928; es decir,
desde que el general Gorostieta asume la guía de los cristeros hasta la
muerte de Obregón.
·Prolongación del conflicto, de agosto 1928 a febrero de 1929, tiempo en que
el gobierno comienza a entender que no podrá vencer militarmente a los
cristeros.
·Apogeo del movimiento cristero, de marzo a junio de 1929.
·Licenciamiento de los cristeros, en junio de 1929, cuando se producen los
mal llamados arreglos entre la iglesia y el estado.
Hagamos un balance de la guerra cristera.
A mediados de 1928 los cristeros, unos 25.000 hombres en armas, “no podían
ya ser vencidos, dice Meyer, lo cual constituía una gran victoria; pero el
gobierno, sostenido por la fuerza norteamericana, no parecía a punto de
caer” . En realidad, la posición de los cristeros era a mediados de 1929
mejor que la de los federales, pues, combatiendo por una causa absoluta,
tenían mejor moral y disciplina, y operando en pequeños grupos que golpeaban
y huían, sufrían muchas menos bajas que los soldados de Calles. Después de
tres años de guerra, se calcula que en ella murieron 25.000 ó 30.000
cristeros y uno 60.000 soldados federales.
A mediados de 1929 se veía ya claramente que, al menos a corto plazo, ni
unos ni otros podían vencer. Sin embargo, en este empate había una gran
diferencia: en tanto que los cristeros estaban dispuestos a seguir luchando
el tiempo que fuera necesario hasta obtener la derogación de las leyes que
perseguían a la iglesia, el gobierno, por el contrario, viéndose en
bancarrota tanto en economía como en prestigio ante las naciones, tenía
extremada urgencia de terminar el conflicto cuanto antes. Eran, pues, éstas
unas favorables condiciones para negociar el reconocimiento de los derechos
de la iglesia.
¿Qué pasó con los “mal llamados Arreglos”?
La historia de los Arreglos alcanzados en junio de 1929 es triste. Llegaron
desde los Estados Unidos, acompañados por el embajador norteamericano Dwight
Whitney Morrow que era masón, Monseñor Ruiz y Flores, delegado apostólico, y
Monseñor Pascual Díaz y Barreto. Y los mantuvieron incomunicados. Por eso,
puede afirmarse que estos dos obispos, al negociar con Portes Gil, no
siguieron las indicaciones de Pío XI, ya que no tuvieron en cuenta el juicio
de los demás obispos mexicanos ni el de los cristeros. Tampoco consiguieron,
ni de lejos, la derogación de las leyes persecutorias de la iglesia; y menos
aún obtuvieron garantías escritas que protegieran la suerte de los
cristeros, una vez depuestas las armas.
Solamente consiguieron del presidente unas palabras de conciliación y buena
voluntad, y unas declaraciones escritas en las que, sin derogar ley alguna,
se afirmaba el propósito de aplicarlas sin tendencia sectaria y sin
perjuicio alguno.
Así las cosas, los dos obispos, convencidos por el embajador norteamericano
Morrow de que no era posible conseguir del presidente más que tales
declaraciones, y aconsejados por Cruchaga y el padre Walsh, que las creían
suficientes, aceptaron este documento redactado personalmente en inglés por
el mismo Morrow: “El Obispo Díaz y yo hemos tenido varias conferencias con
el Presidente de la República...Me satisface manifestar que todas las
conversaciones se han significado por un espíritu de mutua buena voluntad y
respeto. Como consecuencia de dichas Declaraciones hechas por el Presidente,
el clero mexicano reanudará los servicios religiosos de acuerdo con las
leyes vigentes. Yo abrigo la esperanza de que la reanudación de los
servicios religiosos pueda conducir al Pueblo mexicano, animado por el
espíritu de buena voluntad, a cooperar en todos los esfuerzos morales que se
hagan para beneficio de todos los de la tierra de nuestros mayores. México,
D.F. junio 21 de 1929.- Leopoldo Ruiz, Arzobispo de Morelia y Delegado
Apostólico”.
¿Qué frutos podemos enumerar de la Cristiada?
Quiero citar aquí el prólogo de E. Mendoza, en su Testimonio: “Los cristeros
demostraron al gobierno con sus sacrificios, sus esfuerzos y sus vidas, que
en México no se puede atacar impunemente a la religión católica ni a la
Iglesia...Y todo esto se demostró en forma tan convincente a los tiranos,
que los obligó no sólo a desistir de la persecución religiosa, sino los ha
obligado también a respetar la religión y la práctica y el desarrollo de la
misma, a pesar de todas las disposiciones de la Constitución de 1917, que se
oponen a ello, y que no se cumplen, porque no se pueden cumplir, porque el
pueblo las rechaza. Los frutos de la Cristiada se han recogido y se siguen
recogiendo sesenta años después de su lucha y seguramente culminarán a su
tiempo en la realización plena por la que lucharon quienes dieron ese
testimonio”.
Los frutos más espléndidos de la Cristiada son, sin duda, el ejemplo heroico
de obediencia y de fe de esos cristeros, que por Cristo Rey y por la Virgen
de Guadalupe hicieron todo lo indecible para proteger y defender la fe del
pueblo mexicano, obedeciendo al Papa y a los obispos. Esa sangre derramada
por los cristeros no ha sido inútil; al contrario, ha fortalecido la fe
mexicana.
El gobierno no fue fiel a esos arreglos, pues comenzó a través de siniestros
agentes “el asesinato sistemático y premeditado” de los cristeros que habían
depuesto sus armas, “con el fin de impedir cualquier reanudación del
movimiento...La caza del hombre fue eficaz y seria, ya que se puede
aventurar, apoyándose en pruebas, la cifra de 1.500 víctimas, de las cuales
500 jefes, desde el grado de teniente al de general” (Meyer I, 344-346).
Esto supuso una larga y durísima prueba para la fe de los cristeros, que sin
embargo se mantuvieron fieles a la Iglesia con la ayuda sobre todo de los
mismos sacerdotes que durante la guerra les habían asistido.
Los dos obispos de los arreglos fueron burlados y engañados, y sufrieron
mucho en los años posteriores, y por parte de algunos sectores, padecieron
un verdadero linchamiento moral.
El fruto más suculento de la Cristiada fueron, pues, los mártires. La fe les
daba la fuerza para ser valientes .
¿Qué mártires sobresalieron en la Cristiada?
Uno de ellos se llamaba Anacleto González Flores, que organizó la Unión
Popular en Jalisco, impulsó la Asociación Católica de la Juventud Mexicana,
y se distinguió como profesor, orador y escritor católico.
El Maestro Cleto, como solían decirle con respeto y afecto, era un
cristiano muy piadoso . El 1 de abril de 1927 fue apresado con tres
muchachos colaboradores suyos, los hermanos Vargas, Ramón, Jorge y
Florentino. “Si me buscan, dijo, aquí estoy; pero dejen en paz a los
demás”.
Fue inútil su petición, y los cuatro, con Luis Padilla Gómez, presidente
local de la A.C.J.M, fueron internados en un cuartel de Guadalajara. Allá
interrogaron sobre todo al Maestro Cleto, pidiéndole nombres y datos de la
liga y de los cristeros, así como el lugar donde se escondía el valiente
arzobispo de Guadalajara, Francisco Orozco y Jiménez. Como nada obtenían de
él, lo desnudaron, lo suspendieron de los dedos pulgares, lo flagelaron y le
sangraron los pies y el cuerpo con hojas de afeitar. Él les dijo: “Una sola
cosa diré y es que he trabajado con todo desinterés por defender la causa de
Jesucristo y de su Iglesia. Ustedes me matarán, pero sepan que conmigo no
morirá la causa. Muchos están detrás de mí dispuestos a defenderla hasta el
martirio. Me voy, pero con la seguridad de que veré pronto, desde el Cielo,
el triunfo de la Religión y de mi Patria”.
Atormentaron entonces frente a él a los hermanos Vargas, y el protestó: “¡No
se ensañen con niños; si quieren sangre de hombre aquí estoy yo!”. Y a Luis
Padilla, que pedía confesión, le dijo: “No, hermano, ya no es tiempo de
confesarse, sino de pedir perdón y perdonar. Es un Padre, no un juez, el que
nos espera. Tu misma sangre te purificará”. Le atravesaron entonces el
costado de un bayonetazo, y como sangraba mucho, el general que mandaba
dispuso la ejecución, pero los soldados elegidos se negaban a disparar, y
hubo que formar otro pelotón. Antes de recibir catorce balas, aún alcanzó
don Anacleto a decir: “¡Yo muero, pero Dios no muere! ¡Viva Cristo Rey!”. Y
en seguida fusilaron a Padilla y los hermanos Vargas.
Varios sacerdotes murieron también martirizados . El 22 de noviembre de
1992, Juan Pablo II beatificó a veintidós de estos sacerdotes diocesanos,
destacando que “su entrega al Señor y a la Iglesia era tan firme que, aun
teniendo la posibilidad de ausentarse de sus comunidades durante el
conflicto armado, decidieron, a ejemplo del Buen Pastor, permanecer entre
los suyos para no privarles de la Eucaristía, de la Palabra de Dios y del
cuidado pastoral. Lejos de todos ellos encender o vivar sentimientos que
enfrentaron a hermanos contra hermanos. Al contrario, en la medida de sus
posibilidades procuraron ser agentes de perdón y reconciliación”.
Pongo fin a la guerra cristera con otro pensamiento.
Los cristeros tenían de esta guerra y de la persecución que la causó, una
idea mucho más teológica que política. Conocían bien, en primer lugar, el
deber moral de obedecer a las autoridades civiles, pues “toda autoridad
procede de Dios”, pero también sabían que “hay que obedecer a Dios antes que
a los hombres”, cuando éstos hacen la guerra a Dios.
Veían claramente en la persecución del gobierno una acción poderosa del
Maligno. En este sentido, los cristeros estaban indeciblemente más cerca del
Apocalipsis del apóstol Juan que de la teología de la liberación moderna. La
espiritualidad de los cristeros es bíblica, mientras que la de algunos de
los teólogos de la liberación es de inspiración marxista. El pueblo mexicano
estaba bien instruido en la fe y en la doctrina católica. No eran gente
inculta. Tenían bien asimilados el catecismo y la Biblia. Cristo era el
centro de la fe de los cristeros. Y María, el camino más rápido para llegar
a Cristo, y el consuelo en los momentos de dolor. Y los sacramentos, la
fuerza para luchar por Cristo y por la Iglesia. Y la iglesia católica, su
madre, por la que luchaban hasta el martirio. Y el cielo, el deseo más
profundo y ardiente de sus corazones.
Esta espiritualidad bíblica hacía que el martirio lo asumiesen incluso con
humor. Espiguemos algunas frases de mártires: “¡Qué facil está el cielo
ahorita, mamá!”, decía el joven Honorio Lamas que fue ejecutado con su
padre. “Hay que ganar el cielo ahora que está barato”, decía otro. Norberto
López, que rechazó el perdón que le ofrecían si se alistaba con los
federales, antes de ser fusilado, dijo: “Desde que tomé las armas hice el
propósito de dar la vida por Cristo. No voy a perder el ayuno al cuarto para
las doce”.
Así fue probada la fe de este pueblo mexicano. Pero nunca decayó. Al
contrario, se hizo más fuerte. Por eso, el Papa desde que pisó tierra
mexicana en enero de 1979 exclamó con gozo: “¡México, siempre fiel!”.
Segunda guerra mundial (1939-1945)
El hombre no aprende nunca del pasado. Había habido una primera guerra
mundial, y no ganó nada. ¿Por qué una segunda? Es el misterio de la
iniquidad que todo hombre lleva dentro de su corazón.
¿Quiénes lucharon y qué bando hubo? Por una parte, el Eje Berlín-Roma-Tokio;
y por otra, Francia, Inglaterra, Rusia. Más tarde los Estados unidos
entraron en el conflicto.
¿Cómo estaba la situación por ese entonces?
·Alemania era la primera potencia industrial europea y poseía el mejor
ejército, poderosísimo y muy disciplinado, pero sin gran flota. Derrotó a
Polonia en quince días.
·Inglaterra y Francia apenas igualaban unidas la potencia industrial
germana. Sin embargo, tenían una flota que les aseguraba sus relaciones
comerciales. Sus ejércitos estaban muy poco preparados para una guerra
mundial.
·Alemania prefiere una guerra rápida, de conquista, para conseguir materias
primas que la abastezcan. Las otras naciones prefieren la lucha larga y de
bloqueo, pues poseen amplios imperios coloniales.
·Estados Unidos, neutral, no posee un gran ejército, pero sí una economía
vigorosa. Además, por sus intervenciones en Sudamérica, dispone de las
materias primas bélicas y ejerce un bloqueo a Alemania.
·Rusia posee un gran desarrollo industrial, materias primas abundantes y un
buen ejército.
·Italia posee un buen armamento, pero su industria depende de los Estados
Unidos.
·Más poderoso es el Japón, pero igualmente dependiente de los Estados
Unidos.
¿Cómo se desarrolló la guerra?
Comienza siendo europea y termina siendo mundial. Alemania invade Polonia,
Noruega, Dinamarca, Francia. Invade Rusia y llega hasta Leningrado y Moscú.
Japón se anexiona Indochina y ataca Pearl Harbor, por la ayuda que Estados
Unidos daba a China. El ingreso de estos dos países de enormes recursos
desequilibran el escenario de la guerra.
Todo el año 1942 será para el eje. Inglaterra con Montgomery vence a Rommel
en el norte de Africa y penetra en Italia. Desde el 1943 Rusia comienza a
avanzar, Estados Unidos vence a Japón. En 1943 se reúnen en Teherán los tres
grandes: Stalin, Roosevelt y Churchill, para planear el desembarco de
Normandía y así aliviar a los rusos en el frente oriental. El 1944 viene
Normandía y la liberación francesa. La Unión Soviética invade Polonia,
Rumania, Bulgaria, Albania y Yugoslavia.
En 1945 atacan a Berlín y Alemania ha sido arrollada. En Yalta se reúnen
Roosevelt, Churchill y Stalin: la Unión Soviética entra en guerra contra
Japón y se delimitan las influencias. En 1946 se reúnen en Postdam para
proponer la desnazificación, establecer fronteras, desmantelar la industria
pesada y resolver las deudas. Finalmente la guerra con el Japón llega a su
fin con la explosión de las bombas atómicas en agosto de 1945. Todo esto
conducirá a la formación de dos bloques antagónicos: Estados Unidos como
primera potencia económica y militar en occidente, la Unión Soviética como
centro del mundo socialista.
Vino la guerra fría, política de bloques y la carrera de armamentos.
Quieren conseguir la supremacía en el campo de las armas, como elemento
disuasorio. Ingentes sumas de dinero se gastan para alcanzar este equilibrio
de terror. El resultado será un poder destructor inimaginable. Desde 1949 la
Unión Soviética posee la bomba atómica y cada vez son más los países capaces
de fabricarla.
En el bloque socialista se producen cambios cuando Kruschev llega al poder,
pues inicia una cierta liberalización económica y una política exterior más
flexible. Se acuña por primera vez el término de “coexistencia pacífica”.
Comienza la emulación económica, técnica y armamentística. Al mismo tiempo
surgen los descontentos dentro del bloque, Hungría y Polonia. Yugoslavia se
distancia y al mismo tiempo comienza la ruptura chino-soviética. China
inicia un acercamiento a los Estados Unidos y lucha por liderar el mundo
comunista. Ambos bloques se esfuerzan por extenderse a los demás
continentes.
¿Qué consecuencias tuvo esta segunda guerra? Devastación, muertes, odios,
crisis económica y moral.
En la segunda guerra mundial fueron vencidos los totalitarismos de signo
fascista; pero no ocurrió así con el totalitarismo comunista, que por una
curiosa inversión de los planteamientos iniciales de la contienda, militó
desde 1941 en el bando vencedor, del brazo de las democracias occidentales.
La partición del mundo acordada en Yalta por los jefes de las potencias
aliadas determinó que la mitad oriental de Europa fuese entregada al dominio
de la Unión Soviética.
Consecuencia de esa entrega fue que, en breve plazo, regímenes comunistas
fueron impuestos por la fuerza a buen número de pueblos europeos, mientras
que otros países como los bálticos perdieron incluso su existencia nacional,
siendo integrados, como una república más, en la Unión de Repúblicas
Socialistas Soviéticas.
La Europa del este surgida de la segunda guerra mundial ha sido una tierra
sin libertad donde el cristianismo y la iglesia han vivido en estado de
opresión .
La persecución religiosa en los países de régimen comunista ha tenido
diversas manifestaciones. Si sólo en ciertos momentos la persecución ha sido
violenta y sanguinaria, se puede decir que siempre la persecución ha sido
solapada, camuflada bajo medidas administrativas, destinada a conseguir, a
medio o largo plazo, la extinción del cristianismo y de la Iglesia. Los
católicos del este de Europa, fieles a su fe, han sido considerados como
enemigos del régimen comunista, o cuando menos como ciudadanos de rango
inferior que tuvieron que renunciar a cualquier aspiración de mejora en la
escala social o política.
La expansión del comunismo afectó también a los continentes asiático y
africano. En China comunista, donde el cristianismo tenía una vida
floreciente, se prohibió a los católicos toda comunicación con la Santa Sede
y se les impuso una iglesia cismática, separada de Roma. Otros estados de
ideología marxista han levantado igualmente obstáculos a la libre acción de
la iglesia católica.
El cristianismo, en cambio, ha experimentado un gran auge en los países del
Tercer Mundo, libres del dominio marxista.
Ciencia, técnica y cultura del siglo XX
En medio de tantas convulsiones ¿había tiempo para el progreso científico,
técnico y cultural?
Sí, hubo hombres que en el campo de la ciencia se destacaron por su
genialidad y por su capacidad investigativa. Baste recordar a Einstein,
Plank y Madame Curie. Las ciencias físicas y químicas han hecho avances
extraordinarios. Tal es el caso de la medicina y de la bioquímica, de las
aplicaciones industriales, de las comunicaciones, etc.
Los mismos transportes han conocido una evolución extraordinaria, tal que
los viajes que antes eran posibles para unos pocos hoy están al alcance de
las grandes masas. Este desarrollo del transporte ha incrementado
exponencialmente el tráfico de materias primas y elaboradas, con lo cual el
comercio se ha vuelto global.
También las ciencias humanas han progresado en este periodo. Podemos
recordar cómo ha evolucionado el arte a través de los diversos estilos:
fauvismo, cubismo, naíf, futurismo, surrealismo, expresionismo. La educación
se ha racionalizado y se ha extendido tanto, que el analfabetismo ha
desaparecido en grandes regiones del planeta.
Algunos inventos que salieron a la luz durante este siglo: La insulina de
Banting y Best en 1922; la penicilina de Fleming en 1928; la vitamina B-12
de Smith en 1948; la vacuna antipolio de Salk y Lépine en 1954. En 1900
Zeppelin hizo volar el primer dirigible; en 1927 Lindbergh atravesó por vez
primera el Atlántico en un pequeño avión; en 1957 los rusos lanzaron al
Sputnik al espacio, y en 1969 alunizó el Apolo XI americano.
Actualmente podemos usar aparatos que nuestros antepasados ni soñaron: la
televisión, las videocámaras, computadoras, microscopios electrónicos,
radares, etc.
¿Qué nos está pasando?
Las ciudades han crecido hasta convertirse en megalópolis habitadas por
millones de hombres desconocidos entre sí, instintivamente enemigos de los
demás, neuróticos, poseídos por el afán de poseer bienes materiales,
frustrados por no conseguirlos. Esto ha creado en muchos un “vacío
existencial” que tratan de llenar recurriendo al consumo de la droga y del
alcohol, al desenfreno sexual e incluso a la violencia. Estas desviaciones
frecuentemente se ven incentivadas por los mismos medios de comunicación
social, que no pocas veces son manipulados por los grupos que gobiernan los
mercados y el mundo.
En Latinoamérica la brecha entre ricos y pobres es mayor día a día. El
pecado social, que es fruto del pecado personal y ha cuajado en estructuras
económicas, sociales y políticas injustas, es contrario a los planes de
Dios. Se manifiesta en niños que nacen destinados a morir; en jóvenes
frustrados por falta de trabajo; en indígenas marginados, en campesinos
explotados, en obreros mal retribuidos, en personas subempleadas o
desempleadas, en ancianos olvidados por sus familias y por la sociedad.
Por ello, la asamblea episcopal latinoamericana declaró: “Países como los
nuestros, en donde con frecuencia no se respetan derechos humanos
fundamentales –vida, educación, vivienda, trabajo- están en situación de
permanente violación de la dignidad de la persona”.
El mismo avance de la ciencia y de la técnica, del cual hablamos antes, no
está inmune de peligros. Y no porque la ciencia y la técnica sean malas en
sí, sino porque con frecuencia los científicos las desarrollan y las aplican
sin guiarse por los principios morales. Y el resultado es que lo que debería
contribuir al bienestar y al desarrollo del hombre y de la sociedad, tantas
veces se vuelve en su contra. La medicina es seguramente un bien, pero
cuando los conocimientos médicos son usados para destruir la vida concebida
o para acortar deliberadamente la vida de los ancianos y enfermos, se vuelve
antihumana.
El desarrollo del mercado ciertamente produce y hace circular productos y
servicios que pueden redundar en bienestar para los individuos y las
familias. Pero cuando el mercado se desarrolla sin referencia a valores
éticos elementales, se convierte en instrumento de prepotencia en manos de
unos cuantos.
Cuando cayó el muro de Berlín (1989) y con él los regímenes comunistas de
Europa, terminó ciertamente la guerra fría. Pero esto no ha traído la paz a
nuestro mundo, pues asistimos a continuos enfrentamientos. El mundo se ha
dividido en naciones ricas y naciones cada vez más pobres. Y tal
desigualdad, además de ser injusta, genera múltiples ocasiones de violencia.
Por otro lado en la segunda mitad del siglo ha crecido la plaga del
narcotráfico que siembra muerte no sólo en los países productores de drogas,
sino también en los países que mayormente las consumen.
Añadamos a esto el surgimiento del fanatismo musulmán y del terrorismo en
todas sus formas. El mundo en este siglo XX evidentemente no ha logrado la
paz.
Tal es el mundo en el que el mensaje redentor de Cristo debe ser predicado
por la iglesia. Este mensaje, si lo vivimos y predicamos con coherencia,
salvará a la cultura urbano-industrial, que desarrolla tantos adelantos
científicos y técnicos, y genera tanta miseria y opresión. Cristianos y
hombres de buena voluntad debemos trabajar juntos para lograr que todos
volvamos a ser hermanos y alabemos todos al único Dios verdadero y a su Hijo
Jesucristo.
II.RESPUESTA DE LA IGLESIA
Enumeremos los grandes Papas de este siglo y su aportación:
1.San Pío X (1903-1914)
Su lema es “restaurarlo todo en Cristo”. Se consagró a conservar la fe y
la disciplina, pues se habían filtrado en la Iglesia teorías que carcomían
la doctrina católica. Fautores de tales doctrinas fueron algunos
sacerdotes e intelectuales modernistas: Alfredo Loisy, Rómulo Murri,
Buonaiuti y Tyrrel. En el modernismo vio san Pío X la síntesis de todos
los errores modernos y por ello lo combatió con tanta severidad.
Ordenó la revisión de la Vulgata, fundó el Instituto Bíblico, fomentó la
comunión frecuente, reorganizó la curia romana, inició la redacción del
derecho canónico. Condenó la hostilidad con que el estado francés trató a
la Iglesia, tras violar el concordato sin previo acuerdo y confiscando los
bienes eclesiásticos.
Condenó también, como lo hizo ya antes Pío IX, el modernismo que negaba la
intervención trascendente de Dios en la historia y daba a los dogmas una
interpretación cambiante, según los tiempos y circunstancias
(relativismo). Tres fueron, sobre todo, los principios “modernos” puestos
en la base de la nueva concepción de la teología y del dogma:
·El primado de la actividad del sujeto frente al objeto.
·El primado de la función del sentimiento, en general de los factores
inconscientes.
·La concepción relativista de la historia de la conciencia religiosa.
El modernismo llegó, por consiguiente, a sostener una nueva concepción del
dogma:
·El sentido divino es el único criterio de verdad religiosa.
·Jesucristo fue privilegiado precisamente en esta experiencia religiosa,
en cuanto que tuvo un originalísimo sentido de la paternidad de Dios.
·La Iglesia no es otra cosa que la organización de los seguidores de
Cristo en aquella fundamental experiencia y es creación espontánea de la
conciencia colectiva de las primeras comunidades dominada por la espera
del fin del mundo (escatología).
·Los dogmas son fórmulas simbólicas, variables hasta la contradicción, de
la misma experiencia religiosa inexpresable.
El modernismo pretendía modernizar la Iglesia, cambiar mentalidades y
métodos de trabajo científico y pastoral.
¿Qué decir del modernismo?
El modernismo provenía del interior de la propia iglesia, impulsado por
algunos sacerdotes y católicos que querían modernizarla. Al inicio quizás
estuvo animado por una buena inquietud apologética de ciertos católicos,
ansiosos de remediar el retraso que, a su juicio, llevaba la Iglesia en el
campo de la historia, de la filosofía y de la exégesis bíblica.
Pero el modernismo sufrió el influjo del protestantismo liberal alemán que
trataba de “racionalizar” la fe cristiana con el fin de hacerla aceptable
a la mentalidad “moderna”, vaciándola de los dogmas y de todo contenido
sobrenatural. Los modernistas no trataban de abandonar la Iglesia. Sólo
pretendían “reformarla” desde dentro, y sus posturas tenían un deliberado
acento de ambigüedad.
Las doctrinas modernistas nunca se expusieron de modo orgánico, sino en
forma de retazos parciales. Para abarcarlas en todos los aspectos fue
preciso que la encíclica Pascendi (1907) de Pío X, que
definió al modernismo como “encrucijada de todas las herejías”, ofreciera
una exposición sistematizada.
El modernismo se extendió por Francia, Italia e Inglaterra. El decreto
Lamentabili del mismo año y la encíclica Pascendi
denunciaron y condenaron estas doctrinas. La exigencia del “juramento
antimodernista” a los profesores eclesiásticos y a otros muchos clérigos
fue una medida disciplinar de indudable eficacia. La crisis modernista
quedó así cortada por la decidida intervención pontificia.
No puede decirse, sin embargo, que quedara resuelta, como pondría luego de
manifiesto el rebrote modernista que habría de aparecer con sorprendente
fuerza a mediados del siglo XX.
¿Qué otras cosas hizo el Papa Pío X? Intentó impedir la Primera guerra
mundial, pero falleció antes de lograrlo, en 1914 de una afección
bronquial. Pío X fue canonizado por Pío XII (1954).
1.Benedicto XV: (1914-1922)
Puso empeño en que finalizara la guerra, aunque sus esfuerzos resultaron
vanos y los dos bandos lo acusaron de favorecer al respectivo enemigo.
Mitigó cuanto pudo los dolores causados por el conflicto.
En 1914 publicó “Ad Beatissimi Apostolorum Principis”, acerca de
los horrores de la guerra. En 1918, “Quod iam diu”, en que ordenaba
orar por las conferencias de paz. En 1919, “Paterno iam diu” acerca
de los niños hambrientos en Europa central. En 1920, “Pacem Dei”, sobre la
restauración de la paz, y en ese mismo año, “Annus iam plenus”, en
que pidió ayuda para los niños de las naciones ensangrentadas.
En 1917 promulgó el Código de Derecho Canónico, cuya redacción había
comenzado en en 1904. Canonizó a santa Juana de Arco.
2.Pío XI (1922-1939)
Su lema fue: “La paz de Cristo en el reino de Cristo”. Promovió la
actividad de los laicos en la vida social, dando impulso a la Acción
Católica.
Entre 1922 y 1933 firmó numerosos concordatos : con Italia, con Alemania ,
con Letonia, con Polonia, con Lituania, con Rumania y con Portugal.
Pío XI renunció a las antiguas posesiones pontificias. Canonizó a santa
Teresa del Niño Jesús.
Escribió importantes documentos: “Rerum Ecclesiae”, sobre el
desarrollo de las misiones; “Casti connubi”, acerca del matrimonio;
“Quadragesimo anno”, en torno al problema social, siguiendo la
“Rerum novarum” de León XIII. Publicó también tres documentos sobre la
persecución religiosa en México: “Iniquis afflictisque, Acerba Animi,
Firmissimam Constantiam”. Escribió un documento contra la Alemania
nazi: “Mit Brennender Sorge” y uno contra el comunismo, “Divini
Redemptoris”, en 1937. En él hacía referencia a Rusia, México y
España, pues en esos países se había levantado una oleada de sangrientas
persecuciones contra la Iglesia, provocadas por el comunismo ateo.
Fue Pío XI el que arregló la Cuestión Romana, nacida a raíz
de la usurpación de los estados pontificios (1870). La iglesia cede a
Italia todo lo que le correspondía e Italia reconoce el nuevo estado que
se llamará “Estado Ciudad del Vaticano”, totalmente independiente.
Estos arreglos toman el nombre de Pactos de Letrán y constan de Tratado ,
Concordato y Convenio de hacienda (10 de febrero de 1929). Estos pactos
fueron acogidos con aplauso general, aunque no faltaron críticas y
conflictos, que comenzaron muy pronto, en mayo de 1929, cuando Mussolini
reivindicó el carácter “fascista” no católico del estado italiano y Pío XI
quería que fuera católico, mientras la oposición católica veía justamente
dañino el compromiso de la iglesia con el fascismo, los privilegios
buscados por la iglesia y el peligro de instrumentalización de la iglesia
por parte del fascismo.
Aunque la historiografía ha polemizado sobre estos Pactos, sin embargo,
fueron la solución para la compleja Cuestión Romana. En 1947 los pactos
fueron incorporados a la Constitución de la República italiana, gracias al
voto de democristianos y comunistas. Veinte años más tarde comenzó a
hablarse de una revisión del concordato, que concluyó en 1984 con un
acuerdo de modificación, en virtud del cual Italia dejó de ser
oficialmente católica.
A partir de los Pactos de Letrán la iglesia católica y el Estado Ciudad
del Vaticano son dos sujetos de derecho internacional, entre los cuales
existe una unión real, que deriva del hecho de que el papa es el jefe de
uno y de otro. La Santa Sede, órgano supremo de la Iglesia universal,
representa a los dos sujetos, aunque actúa fundamentalmente en nombre de
la Iglesia en sus relaciones con la comunidad internacional.
Otra cosa que hizo el Papa Pío XI fue restaurar los edificios vaticanos
que clamaban por la restauración, creó la pinacoteca y la radio Vaticana
con la colaboración de Guillermo Marconi.
En cuanto a la educación cristiana de la juventud, nos ha dejado un
documento cumbre en la encíclica “Divini illius magistri” (1929).
Moría cuando la paz de Europa agonizaba (9 de febrero de 1929).
Pío XI se las tuvo que ver con Adolfo Hitler y el nazismo. Hitler intentó
un aparente acercamiento a los católicos por mediación de su
vicecanciller, el conservador católico Von Papen, y solicitó la
estipulación de un concordato con la Santa Sede. Y lo pidió al cardenal
Pacelli, secretario de estado, que conocía bien los asuntos de Alemania
pues había sido durante diez años nuncio apostólico en Baviera.
Esta petición planteó inmediatamente el problema de la oportunidad de
dicho concordato, pues la Santa Sede debería firmar un acuerdo con un
régimen que violaba gravemente los derechos de la persona humana y
manifestaba en su programa principios evidentemente anticristianos y
antirreligiosos. Un concordato hubiera significado un acercamiento entre
la iglesia y el régimen nazi, precisamente cuando crecían cada día más las
hostilidades contra la Iglesia y contra los católicos, a la vez que se
intensificaba la legislación antihumana con la ley del 14 de julio de 1933
relativa a la esterilización de las personas taradas y de los enfermos
mentales.
Un eventual rechazo hubiera supuesto un ulterior endurecimiento de los
nazis en sus relaciones con la iglesia, mientras eran muchos los católicos
que esperaban en la eficacia de un instrumento jurídico para defender a la
iglesia y al hombre de las violencias, por lo menos en algunos ámbitos.
Por otra parte, la Santa Sede no podía rechazar un concordato en cuanto el
III Reich se había convertido en un estado unitario. Berlín tenía mucho
interés de firmarlo y por ello las negociaciones fueron rápidas y las
presiones numerosas. Pero deberían resolverse algunas cuestiones
fundamentales como el futuro de las asociaciones católicas profesionales y
la prohibición a los sacerdotes de inscribirse en los partidos.
Von Papen insistió en limitar las asociaciones a las que eran de tipo
puramente religioso y con finalidad exclusivamente religiosa, cultural y
caritativa. Pío XI mostró resistencia porque temía que la iglesia quedara
relegada a las sacristías, pero consiguió proteger a las asociaciones
católicas que tenían finalidades sociales y profesionales y éste fue el
mayor logro del concordato.
En cuanto a la prohibición a los sacerdotes de adherir a partidos
políticos, se convirtió en un arma contra los mismos nazis, que quisieron
destruir el Zentrum, ya que el clero, apoyándose en el artículo que les
prohibía militar en los partidos, evitaron inscribirse en el partido nazi.
El concordato entre el Reich y el Vaticano se firmó el 20 de julio de
1933. La iglesia quería salvar lo salvable. En este concordato el Reich
garantizó la libertad de la profesión y del ejercicio público de la
religión católica y el derecho de la Iglesia de regular libremente sus
propios asuntos. A la Santa Sede le fue reconocida plena libertad para
comunicarse con los obispos. En el ejercicio de su ministerio los
eclesiásticos gozaban de la protección del estado, lo mismo que los
funcionarios civiles. Los obispos prestarían juramento de fidelidad con la
fómula: “Juro y prometo, como conviene a un obispo, fidelidad al Reich
germánico y al Estado y trataré de impedir cualquier daño que pueda
amenazarlo”.
La enseñanza de la religión católica sería materia ordinaria en los planes
docentes y las escuelas confesionales católicas tendrían garantizada su
libertad. Se harían oraciones especiales por el Reich germánico. Gozarían
de protección civil las asociaciones católicas que tuvieran finalidades
exclusivamente religiosas, culturales y caritativas; lo mismo que las
asociaciones que tuvieran finalidades sociales, siempre que dieran
garantías de no desarrollar actividades de partido. A los eclesiásticos se
les prohibió militar en los partidos políticos o desarrollar actividades a
su favor.
El concordato con Alemania por parte de la Santa Sede fue ante todo un
concordato defensivo, pues el papa Pío XI quería ahorrar a los católicos
“en la medida humanamente posible las situaciones violentas y las
tribulaciones que, en caso contrario, se podían prever con toda seguridad
según las circunstancias de los tiempos”, como diría la encíclica Mit
brennender Sorge, número 4.
Desgraciadamente no pasó mucho tiempo para que Hitler demostrara lo que
pensaba de esas garantías que dio a la iglesia y cuál sería su actitud
ante el catolicismo. La ejecución de dirigentes de las juventudes
católicas durante la “Noche de los cuchillos largos” y el asesinato del
canciller austriaco Dollfuss en el verano de 1934 fueron una señal más que
suficiente. A partir de 1935, después del plebiscito sobre la cuenca del
Saar, se desencadenó la campaña contra el clero y contra las asociaciones
católicas.
La iglesia protestó por el no cumplimiento del concordato. El régimen de
Hitler atropelló la libertad de asociaciones, se hizo con el monopolio de
la educación , paró la prensa católica, destituyó a profesores católicos,
tuvo ingerencias en los seminarios y difundió en las escuelas tesis
anticristianas inspiradas en la doctrina de Rosenberg, racista exaltado y
anticristiano que resucitó mitos nórdicos y los expuso en su obra Mito del
siglo XX. Hitler quería una raza aria, por tanto, mandó matar a hebreos y
otras razas.
Los obispos alemanes protestaron ante todo esto. Sobresalió el cardenal
Faulhaber (1869-1952), arzobispo de Munich. Y como no se veía
conciliación, el papa Pío XI intervino solemnemente, después de haber
apoyado todas las protestas y denuncias de los obispos y de los católicos
alemanes contra las persecuciones. El domingo de Ramos de 1937 denunció
los males intrínsecos del nazismo y las consecuencias del totalitarismo en
la encíclica “Mit brennender Sorge” .
El nacionalsocialismo reaccionó terriblemente ante esta encíclica papal.
En el arco de tres semanas fueron condenados 103 católicos; 1.100
personas, entre sacerdotes y religiosos, fueron llevados a prisión en mayo
de 1937; en 1938, 304 sacerdotes fueron deportados a Dachau. Las
organizaciones católicas que aún quedaban en pie fueron disueltas y la
escuela confesional fue suprimida en 1939.
Con motivo de la invasión de Austria, en marzo de 1938, la congregación
romana para los seminarios envió a las facultades teológicas una lista de
tesis nazis inaceptables y confutables. Fue una reacción fuerte de la
iglesia contra el nacionalsocialismo de Hitler.
En mayo de 1938, durante la visita de Hitler a Roma, Pío XI se ausentó
ostensiblemente de la Urbe recluyéndose en Castelgandolfo para protestar
porque en Roma se levantaba una cruz que no era la de Cristo, con alusión
evidente a la cruz gamada de los nazis.
Y el 6 de septiembre de 1938, ante el antisemitismo creciente del régimen
nazi, el papa pronunció la célebre frase: “En Cristo somos todos
descendientes de Abraham. El antisemitismo para un cristiano es
inadmisible: espiritualmente todos somos semitas”.
Los actos de violencia contra los hebreos se intensificaron a raíz del
asesinato de un diplomático alemán en París por parte de un hebreo. Las
protestas católicas en Alemania fueron innumerables y el papa llegó a
pensar en una nueva encíclica contra el racismo y el antisemitismo y
comenzó a trabajar en este sentido, pero le sobrevino la muerte el 10 de
febrero de 1939.
La actitud del episcopado alemán fue de condena firme de los principios
nazis, pero con dos estrategias diversas: por una parte, con
la prudencia lucharon apoyándose en el concordato y fue la mayoría
del episcopado, capitaneados por el presidente de la conferencia episcopal
alemana, el cardenal Bertram, arzobispo de Breslavia, convencidos de que
sucedería con el nazismo lo mismo que sucedió con el Kulturkampf en
tiempos de León XIII; es decir, un fracaso. Por otra parte,
el grupo minoritario de obispos, dirigido por los obispos de Berlín, Von
Preysing, y de Münster, Von Galen, lanzaron una política ofensiva y
profética apoyándose en el pueblo, ya que la Iglesia debía defender a
todos los oprimidos.
La iglesia no apoyó ninguna de estas dos líneas, si bien premió a los dos
citados obispos, que en el 1946 fueron elevados a la púrpura cardenalicia
por Pío XII, como reconocimiento a su valentía frente al nazismo.
Concluyendo: Pío XI no cayó en la trampa de Hitler y, precisamente porque
asumió frente a este personaje, tan feroz como violento, una actitud
crítica, esperó –vinculándolo a un compromiso formal- poder obligarlo, por
lo menos, a la moderación. Es más, fue la iglesia católica y las otras
iglesias y comunidades cristianas las únicas en oponerse al nazismo. Por
este motivo, Hitler consideró siempre a los cristianos como los enemigos
más peligrosos del Reich.
3.Pío XII (1939-1958)
Evitó el bombardeo de la Ciudad Eterna, durante la segunda guerra mundial,
y ayudó a las minorías raciales perseguidas durante la conflagración.
Después de la guerra quedaron bajo el imperio de la URSS los Balcanes,
Polonia, Hungría, Checoslovaquia. La socialista Yugoslavia de Tito se
mantuvo independiente.
El papa Pío XII hizo su condena moral de la guerra e intentó la mediación
entre los Estados beligerantes para llegar a una solución pacífica. Ya
desde los días de la crisis de Danzig, con el radiomensaje del 24 de
agosto de 1939, el Pontífice volvió a llamar a los valores de la justicia,
de la moral y de la razón, recordando a los poderosos que nada se perdía
con la paz y todo podía quedar perdido con la guerra. No le hicieron caso.
Condenó también el nazismo y el comunismo, como lo había hecho su
predecesor, Pío XI. Propuso un “nuevo orden internacional” basado no sobre
cuanto dictaron las potencias del Eje, sino en los principios de la
coexistencia y de la colaboración entre los estados.
Los cardenales Mindszenti (Hungría), Wyszynski (Polonia), Stepinac
(Yugoslavia) fueron guías de la resistencia de la Iglesia del silencio.
Pío XII fomentó la democracia cristiana en Italia, Alemania, Bélgica,
Holanda, América del Sur.
Promulgó el dogma de la Asunción de María en 1950 en la constitución
apostólica “Munificentissimus Deus”. Inició la internacionalización
del colegio cardenalicio. Escribió numerosas encíclicas: Mystici
Corporis, sobre el Cuerpo Místico de Cristo; Divino Afflante,
acerca de los estudios bíblicos; Vacantis Apostolicae Sedis, para
normar la elección papal; Mediator Dei, en relación con la
renovación litúrgica, In Multiplicibus Crucis, que trata de la paz
en Palestina; Humani Generis, en donde estudió el evolucionismo y
la interpretación de la Sagrada Escritura; Sacra Virginitas, a
favor del celibato.
Levantó la condena de la Acción Francesa, que hizo en otro tiempo el papa
Pío XI; apoyó los sermones antinazis del arzobispo de Munster, Von Galen,
puso las obras de Sartre en el Índice de libros prohibidos, firmó el
concordato con España, suspendió el movimiento de los sacerdotes obreros
en Francia (1954).
Fue defensor de los hebreos. Y sobre el silencio de Pío XII acerca del
holocausto, ponemos al final de la lección un apéndice muy interesante. El
“silencio” de Pío XII salvó a muchos judíos de morir en el holocausto. Fue
la forma más inteligente de evitar daños mayores. No fue nunca cómplice de
Hitler.
Aunque había una apariencia de silencio en público, la Secretaría de
Estado del Vaticano incitaba a los nuncios y delegados apostólicos en
Eslovaquia y Croacia, en Rumanía y en Hungría, especialmente, a intervenir
para suscitar una acción de socorro, cuya eficacia fue reconocida por las
organizaciones judías y cuyo fruto, un historiador israelita de tanto
prestigio como Pinchas E. Lapide, en su obra “Three Popes and Jews”
(Londres 1967), no duda en valorar en torno a 850.000 las vidas salvadas
de una muerte segura gracias a la intervención personal de Pío XII, de la
Santa Sede, de los nuncios y de toda la Iglesia católica.
Este historiador hebreo, que había sido cónsul general en Milán, se sintió
en el deber de protestar contra las gravísimas y calumniosas acusaciones
de Hochhuth -¡Pío XII habría sido un cobarde y un fautor del nazismo!-;
para él fue un deber de conciencia y de gratitud contradecir las
falsedades escritas por Hochhuth. Y cuando el drama de este autor fue
representado en Gran Bretaña, el embajador británico ante la Santa Sede,
Sir G. F. Osborne d´Arcy, protestó públicamente contra las afirmaciones de
Hochhuth.
Los hechos que convencieron a Pío XII a no protestar públicamente fueron
muchos y muy tristes. El primero fue el fracaso total de la encíclica de
Pío XI “Mit brennender Sorge”, la condena más dura que se pueda
pensar del nacionalsocialismo y del racismo . El segundo hecho que le
convenció a Pío XII de que no debía hacer una protesta pública fue cuanto
ocurrió en 1942 en Holanda . Fueron muchos los hebreos que aconsejaron a
Pío XII que se abstuviera de una denuncia pública. También los obispos
alemanes y de otras nacionalidades se lo aconsejaron . Y el papa no sabía
realmente qué hacer, si callar o hablar; sufría mucho en esta situación. Y
optó por el “silencio”; un silencio que salvó a muchos judíos de morir en
el holocausto. Todo lo que no sea esto, es leyenda negra contra Pío XII .
Su trabajo en evitar la guerra mundial fue ingente. Su atención se orientó
en varias direcciones:
·Atenuar los dolores y horrores de la guerra.
·Obtener la suspensión de los bombardeos contra las poblaciones civiles,
con una particular insistencia por la ciudad de Roma.
·Comunicar noticias sobre la suerte de combatientes y civiles.
·Asistir material y moralmente a quienes estaban sin techo y sin medios de
subsistencia.
·Salvar innumerables víctimas de la guerra, entre las cuales había
centenares de millares de hebreos.
·Vigilar para aprovechar cualquier ocasión propicia para abreviar o
componer el conflicto.
·Oponerse a la llamada “rendición incondicionada”, que a juicio de la
Santa Sede estaba destinada a prolongar el conflicto y a reforzar a los
elementos de subversión, en primer lugar, los comunistas.
La fotografía del Papa Pío XII con los brazos en señal de protección y
consuelo cuando visitó el barrio de san Lorenzo en Roma, después del
bombardeo del 19 de julio de 1943, es todo un símbolo de la extraordinaria
tarea que la Iglesia desarrolló en aquellos años.
¿Qué más realizó Pío XII?
Muy importante fue también su aportación a la teología.
Su encíclica Mystici corporis del 29 de junio de 1943 marcó un hito
en la historia de la eclesiología. Presentó una eclesiología de fuerte
inspiración paulina: La iglesia es el Cuerpo místico, del que Cristo es la
cabeza y los fieles, sus miembros.
La segunda encíclica publicada el 30 de septiembre de 1943 fue Divino
aflante Spiritu, donde trazó la verdadera distinción entre el sentido
literal y el sentido espiritual de la Escritura, pero también su conexión:
el sentido literal histórico del texto es la base firme e inconclusa del
sentido espiritual, que ya se encuentra en el Antiguo Testamento, y es
enseñado por el Señor y por sus apóstoles, por la Iglesia Maestra, por la
interpretación primaria que hace la sagrada liturgia: Lex orandi. Esta
encíclica incitó a los estudios bíblicos.
Otra encíclica fue la Humani generis del 12 de agosto de 1950, en
la que tomó posición no contra la evolución sino contra el evolucionismo,
es decir, aquella corriente que defiende que todo, incluso el alma,
proviene por evolución. El evolucionismo era un intento indebido de
asociar cierta ciencia a una filosofía relativista, para atenuar hasta la
eliminación de la estabilidad de la persona humana y la negación de la
procedencia divina del alma .
Pío XII fue el precursor de la reforma litúrgica, con su encíclica
Mediator Dei, que después llevó a cabo el Concilio Vaticano II.
Con Pío XII se tuvo la primera conferencia de obispos de América en Rio de
Janeiro, dando origen al CELAM. El mundo católico profesó un respeto
profundo a Pío XII. ¡Un gran Papa!
El Papa Juan Pablo II dijo de él : “A los veinticinco años del paso de Pío
XII a la eternidad, no se ha borrado de los ojos su imagen dulce y
austera. No se ha extinguido el eco de su voz enérgica, vibrante y
persuasiva, consoladora y doliente, amonestadora y profética. Durante la
guerra, Pío XII fue apóstol incansable y agente de paz; inculcó sus
responsabilidades a los rectores de los pueblos; asumió la defensa de los
oprimidos y perseguidos; ejercitó la caridad a favor de todas las víctimas
de la guerra. Con clarividente sabiduría, delineó los remedios de aquella
crucial tribulación en la perspectiva de la paz. Su riquísimo magisterio
forma lo que Pablo VI definió como inmensa y fecunda preparación a la
sucesiva enseñanza doctrinal y pastoral del Vaticano II” (Homilía en san
Pedro, 13. XI.1983).
Cuando murió el 9 de octubre de 1958, Pío XII fue objeto de homenajes
unánimes de admiración y de gratitud. “El mundo –declaró el presidente de
los Estados Unidos, Eisenhower- es ahora más pobre después de la muerte
del papa Pío XII”. Y Golda Meir, ministra de exteriores del Estado de
Israel, dijo: “La vida en nuestro tiempo ha sido enriquecida por una voz
que expresaba las grandes verdades morales más allá del tumulto de los
conflictos cotidianos. Lloramos a un gran servidor de la paz, que levantó
su voz por las víctimas cuando el terrible martirio se abatió sobre
nuestro pueblo”.
4.Juan XXIII (1958-1963)
Ganó la simpatía de propios y extraños, convertida con el paso del tiempo
en conmovido afecto hacia él, hombre de eximia mansedumbre y caridad, y de
continuo buen humor. Dotado de un espíritu intuitivo genial, comprendió la
necesidad de que la Iglesia estuviera presente en el siglo XX. Se pensó
que sería un papa de transición; pero realmente dejó la huella de una
nueva forma de ser de la iglesia, y marcó el giro total en la orientación
de la Iglesia hacia el tercer milenio.
Las primeras semanas de su pontificado salió del Vaticano, visitó
hospitales, cárceles y orfanatos. Visitó el santuario de Asís en el primer
viaje en tren que hacía un Papa. Se le llamó el papa bueno. Estos gestos,
todos ellos pastorales y no políticos, indicaron que comenzaba una nueva
orientación en la vida de la iglesia.
El Papa circulaba libremente por los pasillos de su palacio y por los
jardines, parándose para hablar con todos; visitaba a cardenales enfermos
o a prelados moribundos, pero también a sacerdotes amigos suyos; cuando
dirigía discursos a grupos, a veces prefería improvisar con mucha
naturalidad dejándose llevar de confidencias personales y recuerdos de su
juventud, que conmovían y edificaban profundamente a su auditorio.
Durante las fiestas de Navidad de 1958 visitó en Roma a los niños
internados en el hospital Bambino Gesú y a los presos de la cárcel Regina
Coeli. Estas visitas enternecieron a la opinión pública mundial, porque
eran gestos que nunca había hecho un papa con anterioridad, pero fueron
también muy eficaces para recordar a obispos y sacerdotes el primado de la
caridad en la acción social y pastoral.
¿Qué más hizo este Papa?
a)Internacionalizó el colegio de cardenales hasta el grado de que
de 82 de sus componentes, sólo 24 fueron italianos.
b)Inició el diálogo con otras religiones y con ateos.
c)El 25 de enero de 1959 anunció al mundo la convocación del Concilio
Vaticano II que fue el XXI ecuménico. También en este mismo año anunció el
sínodo diocesano de Roma y la revisión del Código de Derecho Canónico.
d)Dos de sus encíclicas fueron trascendentales: Mater et
Magistra (1961), acerca de los problemas sociales (propiedad,
países subdesarrollados); Pacem in Terris (1963), dirigida a
todos los hombres de buena voluntad, favoreciendo la paz entre las
naciones, fundada en la verdad, justicia, caridad y libertad.
e)El 11 de octubre de 1962 Juan XXIII inició el concilio Vaticano II,
ante la expectación mundial. A la ceremonia asistieron representantes de
79 naciones. Más de 2.500 obispos, llegados de los cinco continentes,
empezaron las deliberaciones (1ª sesión) que finalizaron el 8 de diciembre
para dejar paso a la intercesión. La segunda sesión fue convocada para el
29 de septiembre de 1963. No pudo asistir a ella Juan XXIII, pues falleció
el 3 de junio. La humanidad sufrió la pérdida del papa al que amaba.
Si quisiéramos resumir un poco los puntos más sobresalientes de este papa,
podemos enumerar los siguientes:
·Acción a favor de la paz: este empeño por la paz
encontraría pocos días después una confirmación cuando, a causa de la
grave crisis de Cuba, el mundo estuvo al borde de una nueva guerra
mundial, que pudo evitarse gracias a la eficaz mediación entre las dos
superpotencias (Estados Unidos y Unión Soviética) promovida personalmente
por el papa Juan XXIII. Eran los días 20-26 de octubre de 1962. Este hecho
fue el origen de su encíclica “Pacem in terris” del 11 de abril de 1963.
La paz es el anhelo profundo de los seres humanos de todos los tiempos; y
sólo puede ser establecida y consolidada si se respeta el orden
establecido por Dios.
·Tuvo una marcada predilección por los trabajadores de todas
las clases. Por eso, al cumplirse los 70 años de la “Rerum Novarum”,
publicó otra encíclica, “Mater et Magistra”, del mes de mayo de l961,
donde afirma que la encíclica de León XIII debe considerarse como
verdadera suma de la doctrina católica en el campo económico y social.
·Apoyó las misiones, y a este tema consagró la encíclia
“Princeps Apostolorum” del 28 de noviembre de 1959.
·A los sacerdotes dedicó la encíclica “Sacerdotii nostri
primordia” del 31 de julio de 1959, con ocasión de la muerte del santo
Cura de Ars, Juan María Vianney, modelo y símbolo del sacerdote, y donde
sintetizó el ideal del sacerdocio católico.
·Promovió mucho el ecumenismo, fruto de su misión episcopal
como delegado apostólico en Bulgaria (1925-1934), Turquía y Grecia
(1935-1944).
·Tuvo una predilección muy particular al santo rosario y a
esta devoción dedicó una encíclica el 29 de septiembre de 1961. Presentó
el rosario como la plegaria de la familia y como el medio para invocar la
paz universal.
5.Pablo VI (1963-1978)
El 21 de junio de 1963 Juan Bautista Montini fue elegido sucesor de Juan
XXIII. Y quiso llamarse Pablo VI. Gravísima carga recayó sobre sus hombros
porque grande era la crisis por la que estaba pasando la Iglesia.
Decidió que el Concilio Vaticano II continuara. Bajo su pontificado
tuvieron lugar las sesiones segunda (29 de septiembre a 4 de diciembre de
1963), la tercera (14 de septiembre a 21 de noviembre de 1964) y la cuarta
sesión (28 de octubre de 1965 a 8 de diciembre).
·El concilio escribió cuatro constituciones: La iglesia, la divina
revelación, la liturgia, la iglesia en el mundo contemporáneo. Los
decretos trataron sobre los medios de comunicación, las iglesias
orientales católicas, el ecumenismo, el cargo pastoral de los obispos, la
renovación y adaptación de la vida religiosa, la formación de los
sacerdotes, la educación cristiana, el apostolado de los seglares, la
acción misionera de la Iglesia, el ministerio y vida de los sacerdotes.
Las declaraciones se refirieron a las relaciones de la Iglesia con
las religiones no cristianas y la libertad religiosa.
·Pablo VI escribió las siguientes encíclicas: Ecclesiam Suam
(1964) sobre la toma de conciencia de la iglesia de su misión y el diálogo
con el mundo; Mysterium fidei (1965), acerca de la doctrina eucarística,
que era criticada por algunos; Sacerdotalis coelibatus (1967), para
reafirmar el celibato, igualmente atacado por determinados sectores;
Humanae vitae (1968), en torno a la regulación de la natalidad; Octogesima
adveniens (1971), para explicitar la doctrina social de la iglesia;
Evangelii nuntiandi (1975), en que abordó el tema de la evangelización y
de la inculturación.
·En agosto de 1968 inauguró la segunda conferencia del CELAM en
Medellín, Colombia, de donde salió un impetuoso movimiento para promover
la justicia en el continente secularmente explotado.
·Los esfuerzos de Pablo VI, guía de 700 millones de católicos, se
encaminaron a llevar a cabo las decisiones conciliares, a obtener una
mayor justicia social en el mundo, a promover la paz entre las naciones
(en el Congo, Vietnam, Sudán, Nigeria, Irlanda, India, Pakistán, Medio
Oriente) y a promover el diálogo ecuménico.
·Viajó 130 mil kilómetros: Italia, Tierra Santa, Fátima, Estambul,
Colombia, Uganda, Cerdeña, Teherán, Manila, Samoa, Sydney, Yakarta, Hong
Kong, Colombo.
·Recibió a tres presidentes de Estados Unidos, al presidente del soviet
supremo, Podgorny, al presidente yugoslavo, Tito, al de Egipto, Sadat, a
la primera ministra de Israel, Golda Meyer, entre numerosos gobernantes
más.
·Reformó la organización de la curia romana. Permitió que
religiosas o seglares trabajaran en ella.
·Canonizó 84 santos y realizó 59 beatificaciones. Estableció nuevas
normas para la elección de los papas, impidiendo el voto de los cardenales
mayores de ochenta años.
·Convocó el Año Santo de 1975 y congregó multitudes en Roma a donde
fueron a orar.
·Instituyó, por sugerencia del concilio, los sínodos de los obispos
que se reúnen periódicamente y sólo tienen carácter consultivo. 1967:
revisión del derecho canónico, seminarios, liturgia, matrimonios mixtos;
1969: relaciones de las conferencias episcopales con la Santa Sede y
relaciones entre ellas; 1971: justicia y sacerdocio ministerial; 1974:
evangelización; 1977: catequesis.
·Le tocó ver con sus propios ojos cómo malinterpretaban el concilio, cómo
hubo abusos, indisciplina; cómo descendieron las vocaciones y cómo miles
de sacerdotes y religiosaos entraban en crisis y abandonaban su vocación.
Lefebvre desobedeció al papa en nombre de la ortodoxia. Algunos clérigos
en América Latina tomaron armas para defender a los desposeídos del tercer
mundo. El papa sorteaba con prudencia todos estos escollos. Muchos le
tachaban de indeciso y débil, pero Pablo VI fue un ejemplo de equilibrio,
y de mártir en la custodia de la fe y de la moral católica.
¿Cómo resumir todo el legado de Pablo VI?
Estos son los puntos que considero importante a la hora de hacer un
balance del magisterio del papa Pablo VI:
·Impulsó la renovación conciliar y promovió su recta aplicación,
procediendo a una renovación amplia y profunda de la iglesia.
·Estas reformas estuvieron acompañadas y sostenidas por una profunda
renovación interior. Por ello, Pablo VI insistió en el primado de Dios, de
la fe y de la oración contra toda tentación horizontalista y secularista.
De ahí sus constantes llamamientos a sacerdotes y religiosos a cultivar la
vida interior y las grandes virtudes evangélicas y, sobre todo, su gran
batalla en defensa de la fe y de la moral cristiana. Él mismo fue un
hombre de sólida fe; fe que se comprometió enérgicamente, como papa, a
defender y proclamar. Este fue –así dijo el 29 de junio de 1978, poco
antes de morir- “el intento infatigable, vigilante, agobiante que nos ha
movido en estos quince años de pontificado”.
·Tuvo un pontificado muy difícil, porque no fue amado y comprendido por
todos. Pero la iglesia fue su gran amor y pasión . Los “conservadores” le
reprocharon no haber sabido oponerse eficazmente a los fermentos
innovadores que ponían en peligro la integridad de la fe y la disciplina
eclesiástica. Los “progresistas”, en cambio, le criticaron por haber
frenado el concilio y mortificado las fuerzas innovadoras con una obra de
“restauración” y de “normalización”. Sufrió enormemente durante los
dieciséis años de su ministerio a causa de los desvíos de muchos
sacerdotes que militaron al servicio de ideologías, a causa de las
defecciones, y a causa de las innovaciones que minaban la fe católica y la
disciplina eclesiástica y litúrgica.
·Tuvo un interés muy particular por el diálogo de la iglesia con el mundo
moderno. Él fue siempre un hombre de letras y culto. Quiso preparar a la
iglesia para que pudiera dialogar con el mundo, como había pedido el
concilio Vaticano II en su constitución “Gaudium et spes”.
·Impulsó la causa del ecumenismo, siguiendo a su predecesor, Juan XXIII, y
el diálogo interreligioso con los no cristianos y no creyentes. Para ello
creó dos secretariados vaticanos, uno para los no cristianos y otro para
los no creyentes que, aunque encontraron alguna dificultad, realizaron una
encomiable tarea de acercamiento y de mejor conocimiento recíproco,
haciendo caer prejuicios antiguos y allanando el camino para una mejor
comprensión del mensaje cristiano por parte de los no cristianos y de los
no creyentes y un mayor aprecio, por parte de los cristianos, de los
valores de los que son portadores las otras religiones y los humanismos de
nuestro tiempo.
·Hizo lo indecible para promover y defender la paz. Instituyó la jornada
mundial a favor de la paz, el primero de enero de cada año. En su
encíclica “Populorum progressio” dijo que el desarrollo y el progreso,
además de ser una exigencia de justicia, es el nuevo nombre de la paz.
Para dar un fuerte apoyo moral a la lucha contra la carrera armamentista y
contra la acumulación de las armas, especialmente atómicas, Pablo VI
dispuso en febrero de 1971 que la Santa Sede se adhiriera al tratado de no
proliferación de armas nucleares. Y a finales de mayo de 1978, algo más de
dos meses antes de su muerte, pareció casi querer sellar solemnemente su
acción a favor de la paz y contra la amenaza de las armas haciendo llegar
su mensaje a la sesión especial de las Naciones Unidas sobre el desarme.
También quiso que la Santa Sede participara a pleno título en la
Conferencia para la Seguridad y Cooperación en Europa, concluida en
Helsinki el 1 de agosto de 1975; un gesto a favor de la paz en Europa y en
el mundo, cosa que le preocupaba muchísimo, pero también a favor del
compromiso de Europa entera por el respeto de los derechos y de las
libertades fundamentales del hombre, incluidos los de carácter religioso;
cosa que le interesaba no poco.
·Ciertamente la confrontación más dramática –porque fue la más difícil-
fue su posición ante el marxismo, sea teórico como ante los regímenes
marxistas que se inspiraban en la ideología marxista. Pablo VI se mostró
severo con la ideología marxista, inspirada en el materialismo histórico y
dialéctico y en el ateísmo, y también con la praxis marxista de la lucha
de clases. Pero, por otra parte, quiso ir al encuentro de las necesidades
de las iglesias que vivían bajo los regímenes comunistas, y para ello
trató de hacer acuerdos con dichos regímenes. A esta diplomacia vaticana
se la ha llamado la Ospolitik. La Ostpolitik de Pablo VI fue
juzgada de muy diversas maneras. Pablo VI no hizo más que continuar una
iniciativa que Juan XXIII había tomado en los últimos días de su
existencia. Los acuerdos que el papa buscó y que, por desgracia, no
siempre fueron observados por los gobiernos que los habían firmado, no
fueron concesiones al marxismo, sino una necesidad pastoral, impuesta por
la excepcionalidad de las situaciones, en espera de tiempos mejores. Sin
esta Ospolitik, la Iglesia hubiera sido aún más perseguida de lo que fue.
·Hombre de profunda fe y de certezas fuertes. Basta leer su profesión de
fe del año 1968
·Fue maestro, y así lo demostró en sus homilías y cartas, alocuciones y
encíclicas, escritas con orden y organicidad, y con bello estilo
incomparable.
·Fue organizador, pues erigió más de cien nuevas parroquias e hizo
construir más de setenta iglesias nuevas y centros de cultura.
·Fue padre, a través de una serie de gestos de bondad hacia obreros,
enfermos, ancianos y niños.
·Fue pastor, que conducía su grey y la guiaba sin hacerle faltar nada.
·Fue un Papa viajero y peregrino. Sus viajes internacionales asumieron
dimensión emblemática. En Jerusalén abrazó al patriarca Atenágoras (enero
1964). En Bombay, para el congreso eucarístico, se encontró con todos los
creyentes (diciembre de 1964). En el discurso a la ONU, ante delegados de
117 países, dialogó con todos los hombres influyentes (4 de octubre 1965).
En Fátima abrazó a todos los católicos (mayo 1967). En Bogotá se encontró
con todos los pobres del mundo (agosto 1968). Y en la oración en el
Consejo Ecuménico de las Iglesias en Ginebra, abrazó a todos los hermanos
separados de Roma (junio 1969).
Pablo VI fue un gran reformador de la vida interna de la iglesia. Reforma
acompañada por la renovación interior, pues estaba convencido de que sólo
una Iglesia santa y ardiente de fe, esperanza y caridad podría ser en el
mundo testigo auténtico de Jesucristo. Enumeramos algunas de las reformas
que hizo:
·La institución del sínodo de los obispos.
·La reforma litúrgica con la introducción de las lenguas vernáculas y la
adaptación de la liturgia a las diferentes culturas.
·La creación y valorización, para el gobierno universal de la Iglesia, de
las conferencias episcopales, y, por consiguiente, la valorización de las
iglesias locales.
·La revisión del Código de Derecho Canónico.
·La revisión de la vida y de la formación del clero y la particular
atención dirigida a la reforma de los seminarios.
·La actualización de la vida religiosa.
·La internacionalización de la curia romana.
·La ampliación del colegio cardenalicio.
·La reforma del cónclave, impidiendo la participación en el mismo de los
cardenales mayores de 80 años.
·La creciente participación de los seglares y de las mujeres en la vida de
la Iglesia y en sus órganos centrales, culminada con la institución del
Pontificio Consejo para los Laicos y de la Pontificia Comisión “Iustitia
et Pax”.
·La reforma de la curia romana con la constitución apostólica “Regimini
Ecclesiae universae” (15 agosto de 1967).
El juicio de la historia sobre el pontificado de Pablo VI será ciertamente
mucho más positivo de cuanto dijeron algunos cronistas mientras el papa
vivía. Pablo VI fue un gran papa que amó, ante todo, la verdad incluso
cuando podía parecer desagradable, como en el caso de la encíclica
“Humanae vitae”; y que amó la justicia aun cuando es atrevida, como en el
caso de la “Populorum progressio”. Pero su tema central fue la fe y no
solamente la vida o el sistema social. Quiso también implantar la cruz en
el campo de la ciencia, restaurar y fundar iglesias en el corazón de la
universidad.
Fue un Papa que comprendió no sólo a las masas sino también a las élites;
fue el papa de la caridad, además del papa de la verdad, sin la cual no
hay caridad. Fue de una personalidad rica de cultura humanística, de un
ánimo pastoral atento a los problemas de los hombres y de su salvación
eterna, pronto al diálogo con todos, sensible a calibrar el anuncio con
las exigencias de sus oyentes.
Murió el 6 de agosto de 1978, fiesta de la Transfiguración del Señor en el
monte Tabor. Mejor día no pudo Dios tenerle reservado para su paso a la
eternidad.
6.Juan Pablo I (1978)
Tenía alma y modales sencillos, de “buen párroco”, por la presencia
constante de la sonrisa en su rostro. Su programa fue: oración, disciplina
en la iglesia y fidelidad al concilio Vaticano II.
Humilde y sencillo. Rechazó la silla gestatoria y el triregnum; ni quiso
ser coronado. El éxito fue inmediato y general. Sin embargo, duró
poquísimo, sólo 33 días. Su muerte repentina, causada por infarto, afectó
y sorprendió a todos de tal manera, que dio lugar a indebidas y
fantasiosas conjeturas. En las alocuciones de los miércoles habló de las
virtudes teologales e iba a comenzar a tratar las virtudes morales, cuando
le sobrevino la muerte. Dejó con su sonrisa un ejemplo de amor y de
entrega a Dios y a las almas.
Así dijo el día en que fue elegido papa: “Me llamaré Juan Pablo, porque
fue Juan XXIII quien me consagró obispo en la Basílica de san Pedro y he
sido sucesor suyo, aunque indigno, en la cátedra de san Marcos de Venecia,
y Pablo VI me creó cardenal. Por esto me llamaré Juan Pablo. Yo no tengo
ni la sapientia cordis del Papa Juan, ni la preparación y la
cultura del papa Pablo, pero ahora ocupo su lugar, y debo tratar de servir
a la Iglesia. Espero que me ayudaréis con vuestras oraciones”.
7.Juan Pablo II (1978-)
Aunque más tarde terminaré este siglo XX con el legado de Juan Pablo II,
quiero ahora anotar algunos trazos, a vuela pluma. Es poeta, actor,
filósofo, teólogo, políglota, catedrático, obrero, pastor de almas,
constructor de la nueva sociedad polaca. Juan Pablo II no ha salido de
Roma para enfrentarse al mundo sino para dirigirlo hacia Dios. Fue el
primer papa no italiano elegido después de 1522 –el último fue Adriano VI,
holandés. También él rechazó la coronación con el triregnum. Es
cristocéntrico y proclama constantemente la devoción a la Virgen María,
declara año mariano universal (1987-1988).
Desde el primer momento se consagró como evangelizador de muchedumbres.
Magnetiza las masas desde oriente hasta occidente, de norte a sur, llega a
negros y blancos, a ricos y pobres, a campesinos y reyes. Si Juan XIII fue
el nuevo Abraham, Pablo VI, el nuevo Moisés; Juan Pablo I, el Precursor;
Juan Pablo II sería el nuevo evangelizador del siglo XX, el nuevo san
Pablo. Tiene predilección por los jóvenes, que él empuja a la búsqueda y
al testimonio cristiano.
Ha caracterizado su pontificado sobre todo en la caridad, hecha de
intercambios y relaciones personales constantes, pero también de difusión
del mensaje cristiano, cuyos valores ha recordado varias veces a los
pueblos, sobre todo de Europa. Como obispo de Roma ha instaurado la
costumbre de la visita canónica a las parroquias de su diócesis, y como
pastor de la iglesia universal ha hecho oír su voz y ha visitado a los
cristianos de los cinco continentes, aprovechando al máximo las
posibilidades de la técnica moderna y de los medios de comunicación
social, elevándolos a pleno título a instrumentos de evangelización.
El atentado del que fue víctima en la plaza de san Pedro, el 13 de mayo de
1981, durante una de sus audiencias, por el turco Mehmet Ali Agca, ha
significado un duro golpe a su inagotable dinamismo, mas no le ha frenado.
“En el drama del atentado contra el papa quedan muchos cabos sueltos por
atar, y es posible que no llegue a conocerse con certeza la verdad sobre
los instigadores del Agca y la conspiración que desembocó en su tentativa
de asesinato. La hipótesis de que Agca actuaba solo, movido por su
fanatismo religioso, es sencillamente inverosímil, teniendo en cuenta lo
que se sabe ya de sus recursos económicos, sus viajes, sus contactos, su
arma y su trayectoria personal anterior. Los archivos rusos pertinentes
siguen cerrados a los investigadores, y aunque se abrieran, lo lógico es
que la documentación de un caso así no hubiera llegado a ellos. Si existió
una conspiración soviética, sus responsables murieron hace tiempo. A menos
que se produzcan aportaciones documentales imprevistas, el debate sobre
por qué disparó Mehmet Ali Agca contra el papa, y a instancias de quién,
seguirá vivo...Juan Pablo II, que ve la historia y su propia vida a través
del prisma único de la fe cristiana, no necesitaba otra respuesta a la
pregunta de por qué habían disparado contra él. El mal anda por el mundo,
sus nombres son infinitos y actúa con agentes humanos. No hacían falta más
explicaciones y, a decir verdad, ninguna habría sido más interesante o
esclarecedora” .
En el campo doctrinal ha reafirmado firmemente el valor y la actualidad de
las enseñanzas no caducas de la tradición cristiana, a las que todos los
católicos tienen que uniformarse, dejando de lado modas y
experimentaciones. Por su actitud y por su doctrina, ha sido señalado como
el papa de la certidumbre, sin claudicaciones y sin dudas. Varias veces ha
tomado posiciones contra el aborto y el divorcio, contra el consumismo de
la sociedad occidental y contra las desviaciones del comunismo. El lema de
su escudo se lo dedica a María: “Totus tuus ego sum” (Todo tuyo soy yo).
¿Cómo resumir todo su ministerio de papa?
·Ha manifestado claramente tres preocupaciones: renovar la
vida sacerdotal, cuidar el depósito de la fe y la moral, y acercarse a
millones de creyentes que habitan fuera de Italia.
·En la primera encíclica “El Redentor del hombre” estableció
su programa de acción: el hombre es la vía para llegar a Cristo. De aquí
se derivan todos los derechos del hombre.
·No le importa el qué dirán: en Estados Unidos escuchó las
críticas que produjeron sus palabras en algunos sectores. Acudió a una
Irlanda convulsionada por la violencia y atacó allí mismo el uso de la
violencia injusta. Penetró en un Harlem tradicionalmente hostil a los
visitantes y al salir llevó consigo el mejor sentimiento de sus moradores.
·Ha hablado de todo durante su pontificado: de Dios, de la
Virgen y de los santos; del diálogo ecuménico; del trabajo y de los
derechos del hombre; criticó tanto el progresismo como el integrismo;
apoyó la internacionalización de la ciudad de Jerusalén, urgió el
cumplimiento de la moral cristiana en la vida sexual, y llamó la atención
sobre el riesgo de una posible autodestrucción del mundo. Defendió la
religiosidad popular, visitó favelas y criticó la desigualdad social.
·Alentó los sínodos de obispos y la conferencia episcopal latinoamericana
(CELAM). Ha ido dando a la iglesia un prestigio moral y religioso nunca
antes visto.
·Con el objetivo de dar a los fieles un instrumento doctrinal largo y
seguro ha publicado el “Catecismo de la Iglesia Católica”,
compendio de la fe católica y faro que iluminará las densas oscuridades de
nuestro siglo.
Respuestas de la Iglesia a los nuevos desafíos de este siglo XX
Será el Concilio Vaticano II quien dará respuesta a los desafíos del siglo
XX, y lo comentaremos más adelante.
Adelantemos algunas respuestas desde ahora, y después las profundizaremos,
cuando hablemos del Concilio Vaticano II.
1.Los sacerdotes-obreros
A finales de 1944, en Francia , los primeros sacerdotes-obreros intentan
responder a la dificultad de una verdadera presencia sacerdotal en el
mundo del trabajo, para transformarlo con el evangelio de Cristo. Era una
iniciativa de prueba, dado que ese mundo no se acercaba a la iglesia y
cada día se descristianizaba más, era la Iglesia la que se acercaba a
ellos, especialmente al proletariado industrial.
Esta actitud les dio gran popularidad que no resultó positiva a la larga.
La Santa Sede observó con creciente desconfianza la odisea de los “curas
obreros”, cuyo género de vida era difícilmente compatible con la propia
identidad sacerdotal. Muchos de ellos sufrieron, además, la influencia de
la ideología marxista y comunista, y participaron en la lucha social,
incluso como activistas sindicales.
¿Qué pasó?
El Papa Pío XII se preocupa y piensa que el sacerdote-obrero no es ya el
hombre de lo espiritual y pone en cuestión la especificidad de la acción
de los laicos. El sacerdote-obrero se laiciza y Pío XII desea salvaguardar
la integridad sacerdotal. Desea un clero misionero, pero de ninguna manera
una nueva forma de sacerdocio.
El 1 de marzo de 1954, los sacerdotes-obreros en Francia tienen que
renunciar a un trabajo en la fábrica a tiempo completo. De un centenar de
sacerdotes-obreros, alrededor de la mitad se sometieron, pero los demás
continuaron, sintiéndose ligados a la clase obrera.
Fue una experiencia triste, dado que, no sólo no se pudo transformar ese
mundo obrero con la levadura del evangelio, sino que incluso la Iglesia
perdió a algunos sacerdotes, pues fueron perdiendo progresivamente su
propia identidad sacerdotal. Incluso muchos obreros no comprenden este
apostolado directo del sacerdote que parece ocupar el lugar de los laicos.
Parecen decir a estos curas-obreros: “Vosotros, a lo vuestro; y nosotros,
a lo nuestro...cada quien a sus funciones”. ¡Bien dicho!
2.Ecumenismo
Durante este siglo hubo un gran esfuerzo por el ecumenismo, es decir, el
movimiento que tiende a lograr la unidad de fe y de comunión entre las
comunidades cristianas divididas , escándalo para el mundo actual. Grandes
propulsores de este movimiento fueron Juan XXIII, Pablo VI y Juan Pablo II.
Al Concilio Vaticano II asistieron observadores de las comunidades
luteranas, reformada, metodista, congregacionalista, cuáquera y de
numerosas iglesias ortodoxas y orientales. Pablo VI se reunió con el
Patriarca Atenágoras en 1963. Roma y Constantinopla se levantaron
mutuamente las excomuniones mutuas, publicadas en 1054. En cada uno de sus
viajes, Juan Pablo II acostumbra a orar en común con representantes de
hermanos cristianos separados.
Más adelante volveré sobre este tema, crucial en el siglo XX,
especialmente después de concilio Vaticano II.
3.El tercermundismo
Aunque más adelante trataremos también este punto con más detención,
cuando hablemos de la teología de la liberación, quiero ahora apuntar unas
cuantas notas esenciales.
Esta corriente del tercermundismo surgió en este siglo XX. Es decir, ante
tanta miseria, pobreza, explotación de las clases humildes de
Latinoamérica, surgió este movimiento que quería dar soluciones rápidas a
esa situación; soluciones políticas, sociales y económicas.
Se quería la liberación de esas estructuras que clamaban al cielo y que
dolían realmente. Pero no se pusieron los medios evangélicos. Se propició
la lucha de clases, la guerrilla, la protesta violenta, bajo la
inspiración de Marx.
En esta lucha también participaron varios sacerdotes, al inicio, sin duda
alguna, con buenas intenciones, pero después ellos mismos se vieron
involucrados en esa guerrilla. Esta situación trajo consigo la llamada de
atención de la Santa Sede, explicando en qué consiste la verdadera
liberación del hombre: Cristo vino a liberarnos del pecado que anida en el
corazón de cada hombre. Liberado el corazón del pecado, las estructuras
sociales, económicas y políticas serán justas.
Esta corriente hizo que algunos sacerdotes comenzaran a hacer su
apostolado en los suburbios, en las villas-miserias, en las favelas. Pero,
realmente, ¿es esta la misión del sacerdote?
Hay que decir lo siguiente: la acción social, política y económica es
propia de los laicos, no de los sacerdotes. Lo que tiene que hacer el
sacerdote es formar a un buen número de laicos que realicen a fondo este
apostolado con los más desprotegidos y necesitados, con acciones eficaces,
con ayuda de líderes económicos para que sean éstos los que realicen obras
duraderas en bien de los pobres. El sacerdote debe dedicarse a lo que Dios
le ha encomendado, y que nadie más puede hacerlo: a la administración de
los sacramentos, a la dirección espiritual y a la predicación de retiros y
ejercicios, formando así a los laicos. El Vaticano II dejó bien clara cuál
es la misión del sacerdote: enseñar, santificar y gobernar.
4.Cristianos en la política
En la Europa del oeste, los cristianos ocupan un gran lugar en la política
y constituyen una tercera fuerza frente a los comunistas y los
socialistas. Es el período fecundo de la democracia cristiana.
El temor al comunismo movió a los obispos y al papa a aconsejar que se
votase la democracia cristiana, único partido que respetaba la ley de Dios
y los derechos del hombres. De hecho el comunismo triunfó en China en
1949, bajo Mao Tse Tung ; Vietnam en 1954 y en 1975; en Cuba en 1959, bajo
Fidel Castro.
Tras el telón de acero que separa a las dos Europas, la persecución se
abate sobre los cristianos . Los países del Oeste se reúnen en otro bloque
en torno a los Estados Unidos en la OTAN (Organización del Tratado del
Atlántico Norte, 1949). Los partidos comunistas de estos países son
considerados como cómplices de lo que ocurre tras el telón de acero; de
ahí la desconfianza contra ellos.
En 1949, un decreto del Santo Oficio del Vaticano prohíbe toda
colaboración de los católicos con los comunistas; pero lo partidos
comunistas reúnen también a los más desfavorecidos, a los que les hacen
soñar con una sociedad más justa. De aquí se siguen dramas de conciencia
para los cristianos que están metidos en el corazón de los problemas
sociales de su tiempo.
5.Algunos problemas específicos en la Teología
La encíclica Humani generis de Pío XII defendió la capacidad
de la razón para conocer la verdad y el valor de las fórmulas dogmáticas,
a la vez que pedía respeto hacia fórmulas consagradas por la tradición
teológica.
En esta encíclica, Pío XII puso particular atención en la relación entre
ciencia y fe, y tomó las debidas distancias no de la doctrina científica
de la evolución, sino del evolucionismo que decía que todo viene por
evolución, incluso el alma.
De esta manera, este encíclica salió al paso de ciertos teólogos y asentó
varias afirmaciones: hay que ser cautos al defender hipótesis científicas
que no respetan o parecen no respetar algunos puntos del dogma católico;
en consecuencia, aunque no rechaza la evolución totalmente, reivindica que
el alma humana es creada directamente por Dios y no aparece por evolución;
igualmente indicó que es difícil compaginar el poligenismo con el dogma
del pecado original; la Iglesia católica sólo acepta el monogenismo, es
decir, el hombre procede de una sola pareja, Adán y Eva, pues así se
respeta mejor el dogma del pecado original que fue cometido por los
primeros padres y en el cual nacemos todos.
Varios teólogos dieron un avance en la concepción de la cristología y de
la eclesiología, centrándolas más en Cristo y con fundamentos bíblicos.
Estas intuiciones las retomó después el Vaticano II. Teólogos como Henry
de Lubac y Congar y Chenu serán estrellas que aportarán la luz del
Espíritu Santo en esos años preparatorios al concilio Vaticano II.
El gran evento eclesial del siglo XX: El Concilio Vaticano II
(1958-1965)
Qué duda cabe que el gran evento estelar del siglo XX fue el concilio
Vaticano II. Y fue la respuesta magistral de la Iglesia, bajo la
inspiración del Espíritu Santo, a cuantos problemas surgían en el mundo.
La intuición fue del papa Juan XXIII un 25 de enero de 1959. Quiso abrir
las ventanas para que entrara aire fresco a la Iglesia. Y lo abrió el 11
de octubre de 1962, con una finalidad eminentemente pastoral, señalando
dos objetivos muy amplios:
·“Aggiornamento”: una puesta al día, adaptación de la
iglesia y del apostolado a un mundo en plena transformación. Si la Iglesia
quería conquistarse el mundo para Cristo, tenía que salir a dialogar con
él y amarlo para salvarlo, y no debía replegarse ni amenazarlo.
·La vuelta a la unidad de los cristianos. No se trataba,
pues, de luchar contra sus adversarios, sino de atraer a todos con los
vínculos de la caridad y del ósculo de la paz. Este concilio no debería
ser apologético o de defensa, sino un concilio pastoral.
¿Qué precedentes tuvo?
Si bien es verdad que Pío XII en la primavera de 1948 tuvo la idea de
convocar un concilio, sin embargo, la guerra fría no permitía que los
obispos viajaran a Roma.
La iglesia, ciertamente, no atravesaba una crisis interior como la que
provocó la convocación del Concilio de Trento; no se trataba de una
reforma que había que acometer “en la cabeza y en los miembros”. Pero
estaba fuera de duda que el mundo había cambiado mucho más en un siglo,
desde el año 1870, que durante los trescientos años que separaban al
Concilio de Trento del Vaticano I.
Fue Juan XXIII quien lo convocó. Desde sus años de nuncio apostólico en
Turquía y en Estambul y Grecia, una de sus mayores preocupaciones fue la
cuestión de la unidad de los cristianos, es decir, el ecumenismo.
¿Cómo fue la preparación del Concilio Vaticano II?
Tuvo una fase ante-preparatoria (1959-1960) y la fase propiamente
preparatoria (1960-1962).
Se enfrentaban dos tendencias: presentar la iglesia como una profecía o
presentarla como una sociedad perfecta, jurídicamente autónoma. Avalaron
la primera, los obispos franceses, alemanes y de los Países Bajos.
Apoyaron la segunda, el cardenal Ottaviani y algunos de la curia romana,
que miraban con cierto recelo y desconfianza esta convocación a un nuevo
concilio.
El Papa Juan XXIII en su discurso de inauguración, lleno de esperanza y
amor, dijo que este concilio no sería la repetición o la mejor exposición
de verdades doctrinales, sino que sería un concilio pastoral.
Se constituyeron doce comisiones preparatorias que prepararon 70 esquemas
como base de trabajo para el concilio. El reglamento preveía tres clases
de sesiones:
·Las comisiones: obispos y teólogos expertos. Prepararían y
presentarían los textos propuestos a las congregaciones generales.
·Congregaciones generales: el conjunto de obispos, en donde
cada obispo podría tomar la palabra, diez minutos y en latín.
·Congregaciones públicas, presididas por el papa, aprobarían
definitivamente el texto.
De los 2.800 padres invitados (obispos y superiores de órdenes masculinas)
estuvieron presentes algo más de 2.400. Estaban representados todos los
continentes y razas. Pero muchos obispos de los países comunistas no
pudieron acudir, porque no les dejaron salir. Estuvieron también 93
observadores de las otras confesiones cristianas: ortodoxos, anglicanos,
protestantes. Hubo también 36 auditores laicos, entre ellos 7 mujeres.
¿Qué posturas predominaban durante el concilio?
La mayoría de los obispos y cardenales estaban a favor de dar al mundo una
visión de la iglesia más abierta al diálogo; la minoría, estaba más a la
defensiva. Los primeros se inclinaban al aspecto teológico-pastoral; la
minoría se aferraba al plano jurídico. Los primeros querían un nuevo
Pentecostés, para poder salir al mundo con la fuerza de los primeros
apóstoles, y exponer y proponer con gozo, pero sin condenas y sin
imposiciones, el mensaje de Cristo. Los segundos tenían miedo de que se
aprovechara de estos nuevos aires para cambiar a la iglesia y hacerla
democrática y secularizada.
La suerte estaba echada. Unos y otros, sin faltar a la caridad, trataron
los diversos temas con libertad de espíritu. Hubo discrepancias,
desacuerdos. Pero el Espíritu Santo iba poco a poco llevando las aguas a
su molino.
¿Cómo se desarrollaron las sesiones?
En la primera sesión del 11 de octubre de 1962, Juan XXIII
puso en guardia a la asamblea contra la tentación del pesimismo y del
integrismo. Se dibujaron claramente esas dos tendencias dentro del
concilio, de las que hablamos anteriormente:
·Una mayoría preocupada, según las perspectivas del papa Juan XXIII,
de la adaptación de la iglesia al mundo, del diálogo ecuménico y de un
retorno a las fuentes bíblicas.
·Una minoría, sobre todo de miembros de la curia romana y algunos
obispos de los países de “cristiandad” (Italia, España...), más bien
preocupados de la estabilidad de la iglesia y de la salvaguardia del
depósito de la fe.
A lo largo de todo el concilio hubo que negociar entre las dos tendencias.
Esto permitió a veces una mejor formulación, pero condujo también a
desvirtuar la fuerza de algunos textos. La primera sesión no concluyó con
ningún texto definitivo. Se comprendió que sería imposible tratar los 70
esquemas y se decidió reducirlos a 20. De todas formas, el concilio se
presentaba como una asamblea de hombres libres, bajo la inspiración del
Espíritu Santo, y no como una cámara de registro de textos prefabricados.
Murió Juan XXIII el 3 de junio de 1963. Es elegido papa el cardenal
Montini, arzobispo de Milán. Hombre aparentemente tímido, de inteligencia
brillante, gran trabajador, místico, contrastaba con Juan XXIII, y daba la
impresión de fragilidad. Pero decidió inmediatamente proseguir el
concilio. Su intención era “orar, hablar, deliberar y actuar con los
obispos, sin ninguna voluntad de dominio ni ninguna búsqueda de poder
absoluto sino con el único deseo y voluntad de obedecer el mandato divino
que nos constituye entre vosotros en pastor supremo”.
Pablo VI era vigilante siempre, pero reservado, respetuoso de la legítima
libertad de los padres conciliares, incluso cuando sus posiciones eran
divergentes, empleándose con discreción para favorecer el entendimiento
entre las dos almas que iban manifestándose incluso en algunos puntos de
primaria importancia, pero también con mano firme cuando creía que su
conciencia de responsable supremo de la doctrina y de altísimos valores de
la vida de la iglesia se lo imponía. Pablo VI quería que todos los obispos
de la iglesia católica abandonaran el concilio no vencidos, sino
convencidos.
La mayoría de los obispos al terminar la primera sesión, tomaron
conciencia de los problemas nuevos de la época que estaban viviendo, se
dieron cuenta de que el concilio estaba en sus manos y de ellos dependía
su éxito o fracaso. Descubrieron un concilio vivo, que salía de una etapa
de catolicismo en la cual los fermentos generosos habían corrido el riesgo
de quedar sofocados. La primera sesión había sido totalmente positiva,
gracias al Espíritu Santo.
La segunda sesión, otoño de 1963, tocó diversos temas:
colegialidad episcopal, el ecumenismo y la libertad religiosa, y promulgó
la constitución sobre la sagrada Liturgia y el decreto sobre las
comunicaciones sociales. En enero de 1964 Pablo VI viajó a Tierra Santa y
se encontró con el patriarca ortodoxo Atenágoras. Era un gesto ecuménico.
En mayo de ese mismo año se creó el Secretariado para los no Cristianos.
Se redujo a 17 el número de esquemas.
Para la segunda sesión, Pablo VI creó un colegio de moderadores de las
sesiones, delicada tarea que encomendó a cuatro prestigiosos cardenales:
el armenio Gregorio Pedro Agagianian, prefecto de Propaganda Fide; el
italiano Giacomo Lercaro, arzobispo de Bolonia; el alemán Julius Döepfner,
y el primado de Bélgica, Leo-Josef Suenens. De estos cuatro, Lercaro y
Suenens fueron los más destacados y los que desarrollaron un papel
decisivo en el concilio. Lercaro impulsó el campo litúrgico. Suenens
estimuló el diálogo de la iglesia con el mundo contemporáneo en todos los
campos: económico, social, político y cultural.
Durante la tercera sesión, otoño de 1964, los padres del
concilio se enfrentaron con el tema de la libertad religiosa, la
escatología y la Virgen María, el oficio pastoral de los obispos, judíos y
religiones no cristianas, revelación, apostolado de los seglares,
sacerdotes, iglesias orientales, iglesia y mundo moderno, misiones,
religiosos, seminarios, educación cristiana, sacramentos. Se votaron y
promulgaron varios textos: constitución sobre la iglesia (Lumen Gentium),
el decreto sobre el ecumenismo y las iglesias orientales. En esta sesión,
el papa Pablo VI proclamó a María, Madre de la Iglesia. También Pablo VI
en diciembre de ese año fue a Bombay y tomó contacto con el Tercer Mundo.
Una nueva eclesiología comenzaba: la iglesia es un misterio divino. Es al
mismo tiempo pueblo de Dios y jerarquía; institucional y al mismo tiempo
en ella se respetaban los diversos carismas que suscitara el Espíritu; el
primado en la iglesia compete al papa, pero sin menguar la colegialidad de
los obispos; es sacramental, pero también profética; somos muchos los que
formamos la iglesia, pero formamos una sola iglesia, con distintos
servicios y funciones: jerarquía, laicos y religiosos.
En esta sesión sobresalió el cardenal Augustinus Bea que promovió el
ecumenismo, el diálogo interreligioso con los judíos y la libertad
religiosa. Supo conjugar obediencia y audacia.
La cuarta y última sesión, septiembre-diciembre de 1965,
concluyó con el voto y la promulgación de todos los textos discutidos
anteriormente, sobre todo el de la libertad religiosa. También se
aprobaron los decretos sobre el oficio pastoral de los obispos, la
adecuada renovación de la vida religiosa, la formación sacerdotal; se
aprobaron las declaraciones sobre educación cristiana y sobre las
relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas. Y el 18 de
noviembre se aprobó la constitución sobre la divina revelación y el
decreto sobre el apostolado de los seglares.
El 4 de octubre, Pablo VI se dirigió a Nueva York para hablar en la
tribuna de la ONU en donde su exhortación: “¡Nunca más la guerra!”, causó
una fuerte impresión. El 4 de diciembre, en una celebración, el concilio
despidió a los observadores no católicos. El 7 de diciembre se aprobaron
los decretos sobre la libertad religiosa, sacerdotes, misiones y la
constitución pastoral sobre la Iglesia y el mundo moderno. También, este
día 7 de diciembre, en san Pedro de Roma, Pablo VI y Atenágoras se
levantaron las mutuas excomuniones pronunciadas en 1054 entre Roma y
Constantinopla. Este gesto constituye una etapa importante en el camino de
la unidad. El 8 de diciembre de 1965 fue la clausura solemne del concilio.
Todo acababa en medio de una gran esperanza.
En síntesis, ¿cuáles fueron los documentos del Concilio Vaticano II?
·4 Constituciones : La liturgia, la revelación, la iglesia, la
iglesia en el mundo contemporáneo.
·9 Decretos : ecumenismo, iglesias orientales católicas, medios de
comunicación social, ministerio de los obispos, formación de los
sacerdotes, ministerio y vida de los sacerdotes, adaptación y renovación
de la vida religiosa, apostolado de los laicos, actividad misionera de la
iglesia.
·3 Declaraciones: relaciones de la iglesia con las religiones no
cristianas, libertad religiosa y educación religiosa.
¿Qué características podríamos enumerar sobre el concilio y qué
aportó a la iglesia?
Aunque fue profundamente doctrinal, sin embargo, fue también un concilio
pastoral, donde no propuso definiciones ni se lanzaron condenaciones o
anatemas, como sucedió en algunos concilios del pasado. ¡Eran otros
tiempos, otras épocas, otros circunstancias! El bien de la fe requería en
aquellos tiempos respuestas contundentes y definiciones concretas. Ahora
pedía Dios otra manera de presentar el mensaje de Cristo. La esencia del
mensaje era la misma; cambiaba la forma de exponerla y presentarla.
A diferencia de los grandes concilios que había conocido la historia de la
iglesia, el Vaticano II no fue la expresión de “cristiandad”, como lo
había sido el Lateranense IV (1215), ni la realización de la unidad, como
intentaron hacer el segundo de Lyón (1274) y el de Florencia (1439-1445),
ni una asamblea de lucha frente a herejes y de reafirmación de la fe
cristiana, como el de Trento (1545-1563), ni de resistencia y
contraposición a la sociedad moderna, como había sido el Vaticano I
(1869-1870). El Vaticano II fue el concilio de la autoconciencia, de la
clarificación, de la comprensión y del diálogo.
Este Concilio Vaticano II revalorizó la vuelta a las fuentes
bíblicas y a la tradición. La revelación divina no está contenida
únicamente en los libros canónicos, sino que se ha ido transmitiendo en la
iglesia de generación en generación, bajo la guía del magisterio¸ sea en
la liturgia, sea en la enseñanza de los padres y de los concilios, etc. La
vuelta a la Palabra de Dios hizo valorar de nuevo aspectos olvidados: el
sacerdocio común de los fieles, la iglesia como pueblo de Dios y no sólo
como organismo jurídico, la colegialidad episcopal .
Otra característica fue la apertura a los otros cristianos y a las
otras religiones: se partió de la persona humana y de sus derechos
inalienables, entre ellos el de acceder libremente a la verdad reconocida
por la conciencia.
Una Iglesia en diálogo con el mundo actual, al que ya no
debe temer, ni mucho menos imponer, sino proponer la Buena Nueva del
Evangelio, con amor y respeto.
También este concilio Vaticano II dio un impulso a los laicos,
les hizo tomar conciencia de su vocación de bautizados y cuál es su misión
dentro del mundo: ser sal y luz, ser fermento y levadura en la masa del
mundo.
Y en esos años comenzó el Espíritu Santo a inspirar los nuevos
movimientos eclesiales. “Son movimientos, dirá el cardenal
Ratzinger, que nadie planea ni convoca y que surgen de la intrínseca
vitalidad de la fe. En ellos se manifiesta –muy tenuemente, es cierto-
algo así como una primavera pentecostal en la Iglesia” .
Seguirá diciendo el cardenal: “Surgen tensiones a la hora de
insertarlos en las actuales formas de las instituciones, pero no son
tensiones propiamente con la Iglesia jerárquica como tal. Está forjándose
una nueva generación de la Iglesia, que contemplo esperanzado. Encuentro
maravilloso que el Espíritu sea, una vez más, más poderoso que nuestros
proyectos y juzgue de manera muy distinta a como nos imaginábamos. En este
sentido, la renovación es callada, pero avanza con eficacia. Se abandonan
las formas antiguas, encalladas en su propia contradicción y en regusto de
la negación, y está llegando lo nuevo... Crece en silencio. Nuestro
quehacer –el quehacer de los ministros de la Iglesia y de los teólogos- es
mantenerle abiertas las puertas, disponerle el lugar” .
¿Tuvo algunas consecuencias imprevistas dicho concilio?
Que quede bien claro desde el inicio: estas consecuencias no se debieron a
causa del concilio, sino por una desviada y, en ocasiones, maligna
interpretación del mismo concilio.
1.Tensiones
Se esperaba un radiante amanecer, pero no fue así .
Hubo tensiones en 1968, nacidas en la universidad, pero
prolongadas en las fábricas. Se discuten las instituciones eclesiales. Los
cristianos toman la palabra en las iglesias: “la calle está en la
iglesia”, “el Espíritu Santo está en las barricadas”, “Dios no es
conservador”. Estos eran los lemas que se ventilaban.
La fe tiene una función contestataria en la sociedad. Se acusa a la
iglesia de avalar al poder establecido. Este fenómeno de contestación
intraeclesial tuvo carácter planetario, pues, si se exceptúa parte del
África negra, gran parte del mundo árabe y algunas zonas de Asia, la
explosión de la contestación de 1968 ocurrió más o menos simultáneamente
en todos los países del mundo, tanto en los Estados Unidos como en la
China, en México como en España, en la Europa occidental como en los
países del este europeo.
Todo fue puesto en tela de juicio, en discusión y en crítica. Todo tenía
carácter de opinión y de negación. Se contestaron las personas (los
patronos) y las instituciones (el estado burgués, la universidad, la
familia, la iglesia). En los cursos, periódicos y revistas se alimentaba
el clima de la contestación. Esta contestación del 68 fue de izquierdas y
las palabras clave fueron la autocrítica, la alternativa, el movimiento,
el poder, etc.
La base ideológica de la contestación fue el marxismo, pero no en la
versión soviética y ni siquiera en la versión que daban los diversos
partidos comunistas. Esta contestación desembocó, por una parte, en
ateísmo, indiferencia religiosa; y, por otra, en el materialismo y el
hedonismo, negadores de todo principio moral que no fuera el del placer
individual. Se quiso hacer del cristianismo una fuerza de revolución
social y política de promoción terrena del hombre. Se rechazaron puntos
fundamentales de la tradición de la iglesia y algunos dogmas esenciales,
como la divinidad de Cristo, su encarnación, el valor redentor de su
sacrificio en la cruz, de su resurrección y de su presencia real en la
eucaristía.
¿Se nos hundirá la iglesia?
2.La crisis sacerdotal y religiosa
La crisis sacerdotal se desató como furioso vendaval en el interior de la
iglesia en la década de los 60 y 70. Tanto Juan XXIII como Pablo VI
esperaban una nueva y espléndida floración sacerdotal, que con su
entusiasmo, su celo, su entrega generosa a los hermanos, su unidad y
fidelidad eclesiales y su configuración con Cristo, respondiesen
evangélicamente al gran reto de un mundo materialista, secularizado,
injusto, inhumano y alejado de Dios y de su Palabra encarnada y salvadora.
Y, ¿qué pasó?
Nos dice el cardenal Ratzinger: “Los papas y los padres conciliares
esperaban una nueva unidad católica y ha sobrevenido una división tal que,
en palabras de Pablo VI, se ha pasado de la autocrítica a la
autodestrucción. Se esperaba un nuevo entusiasmo y se ha terminado con
demasiada frecuencia en el hastío y en el desaliento. Esperábamos un salto
hacia delante y nos hemos encontrado ante un proceso progresivo de
decadencia, que se ha desarrollado en buena medida bajo el signo de un
presunto “espíritu del Concilio”, provocando de este modo su descrédito”.
Vinieron protestas, manifestaciones y contestaciones por parte de algunos
sacerdotes.
¿Causas? Las llamaradas de los grandes escándalos tienen siempre detrás un
largo cultivo ideológico, que fue prendiendo con la ayuda del
neomodernismo, del progresismo y del secularismo. A la vez, el
subjetivismo teológico, moral, pastoral y disciplinar, que invocando un
presunto “espíritu conciliar”, quiso abrir las ventanas del sacerdocio al
mundo para acomodarlo a los signos humanistas de los tiempos y terminó
siendo absorbido por el mundo, su modo de pensar y de vivir.
Parecía que había estallado la “revolución del clero” en el interior de la
iglesia. A ella aludió, con inmensa desazón y dolor, el papa Pablo VI,
cuando en el otoño de 1968, lamentando las protestas colectivas, las
manifestaciones anárquicas y las contestaciones globales, confesó
amargamente que ante tan increíble como inesperado fenómeno “ascienden a
nuestros labios estas palabras de Jesús: Se tendrá por enemigo a las
gentes de la propia casa”.
Por este tiempo, se multiplican las deserciones de sacerdotes
, muchas veces con la voluntad de reintegrar al sacerdocio en la
condición humana mediante el matrimonio, el trabajo y el compromiso
político. En realidad, había una evidente pérdida de la identidad
sacerdotal. El papa quiso reservarse el tema del celibato sacerdotal y
sacó, después del concilio, una encíclica valorando el celibato sacerdotal
como perla preciosa de la iglesia latina, a la que no podemos renunciar.
La crisis sacerdotal se manifestó también en un alarmante descenso de las
vocaciones eclesiásticas y religiosas, que afectaron tanto a las diócesis
como a las órdenes y congregaciones.
Junto a la crisis sacerdotal y religiosa, vino también lo que se ha
llamado el secularismo. Se pensaba que el concilio había
hecho a la iglesia más atractiva, pero en los años que siguieron se pudo
comprobar un franco retroceso de las prácticas religiosas y
de las referencias cristianas en el comportamiento, al menos en el mundo
occidental . Vino, pues, la avalancha del secularismo. Ya Dios –se dice-
no tiene cabida en nuestro mundo económico, social y político. Este
secularismo quiere tener su propia autonomía, sin depender de Dios.
El concilio Vaticano II dio respuesta a esto, en la constitución sobre la
Iglesia en el mundo actual: “Si por autonomía de la realidad terrena se
quiere decir que las cosas creadas y la sociedad misma gozan de propias
leyes y valores, que el hombre ha de descubrir, emplear y ordenar poco a
poco, es absolutamente legítima esta exigencia de autonomía...Pero si
autonomía de lo temporal quiere decir que la realidad creada es
independiente de Dios y que los hombres pueden usarla sin referencia al
Creador, no hay creyente alguno a quien se le escape la falsedad envuelta
en tales palabras. La criatura sin el Creador, desaparece...Por el olvido
de Dios, la propia criatura queda oscurecida” (Constitución “Gaudium et
spes”, n. 36).
3.Regulación de la natalidad
Este secularismo también se quiso extender al campo de la moral sexual y
se alió al hedonismo. No se quiso aceptar la ética sexual y el respeto de
la vida humana, para poder gozar del placer inmediato, sensible, pero sin
responsabilidad. Se quería desligar del acto amoroso sus dos dimensiones
esenciales: la dimensión unitivia y la dimensión procreativa. En el plan
de Dios ambas deben respetarse.
En el Concilio Vaticano II, los obispos no trataron el tema de la
regulación y limitación de nacimientos. También aquí se había
reservado el papa Pablo VI esta cuestión. Había confiado su estudio a una
comisión que se inclinaba más bien por una suavización de la postura
tradicional de la iglesia en materia de anticonceptivos.
El Papa, con la luz de Dios y el dictamen de su propia conciencia, fue
fiel a la doctrina tradicional de la iglesia y no escuchó los consejos de
la comisión, sino que en la encíclica Humanae Vital, julio
de 1968, rechazó todos los métodos no naturales de regulación de los
nacimientos, porque no respetaban los dos fines de la relación íntima que
puso el Creador en el matrimonio: amor mutuo y procreación . La encíclica
fue mal acogida, no sólo por los no católicos, sino por muchos católicos
de los países desarrollados. La acogida fue mejor, paradójicamente, en el
Tercer Mundo.
El campesino de antaño, que criaba con abnegación una familia numerosa, y
que día tras día, gracias a un trabajo sostenido y sudoroso, lograba que
su tierra rindiese lo más posible, no obraba así atraído por el señuelo
del placer. Tampoco lo hacía coaccionado desde afuera, sino con cierta
espontaneidad. Tal comportamiento lo había heredado de sus padres y
abuelos, pero él lo hacía suyo, voluntariamente.
Hoy, muchos no buscan sino el placer. Es lo propio de las épocas
decadentes. La búsqueda omnímoda e insaciable del placer se convierte en
una necesidad inconsciente, análoga al uso de estupefacientes para el
drogadicto. El sufrimiento aparece con todas las características de un
agresor.
Por eso, el papa Pablo VI en la encíclica Humanae vitae
invita a los esposos a saber incorporar en su matrimonio también la
categoría del autodominio y de la renuncia como una dimensión del amor,
invitando a la abstención sexual, cuando, por razones serias y maduras, se
quieren distanciar los nacimientos de los hijos... y a no echar mano de
los métodos artificiales que permiten el placer pero cierran la puerta a
la nueva vida. Lamentablemente, como hoy día vemos, los métodos
anticonceptivos han dado paso a métodos estrictamente abortivos, que
todavía son más contrarios a la ley de Dios.
4.Los cristianos por el socialismo y la teología de la liberación
Al final de los años 60 y principios de los 70, se lanzó la posibilidad de
un encuentro entre católicos y marxistas. Se creía que eran compatibles.
Es más, se decía que algunos principios marxistas podían se aprovechados
por los católicos: ¿por qué no aprovechar la metodología sugerida por Marx
en el estudio de los hechos sociales, rechazando al mismo tiempo las
implicaciones ideológicas que pudieran chocar con la visión cristiana del
hombre y con la fe?
Para dar respuesta adecuada a esta pregunta es necesario conocer en líneas
generales los tres grandes grupos o corrientes del socialismo.
En primer lugar, el llamado socialismo marxista-leninista.
Es el que tenía mayor carga ideológica y estaba reflejado en las diversas
experiencias del socialismo marxista-leninista de aquellos años, como
fueron el “nuevo curso” soviético, la “revolución cultural” china, la
búsqueda de un “socialismo humano” en diversos países, como la “primavera
de Praga”, la autogestión yugoslava, el “socialismo carismático” de Fidel
Castro, los movimientos revolucionarios en Hispanoamérica y, sobre todo,
el socialismo-marxista parlamentario de Allende en Chile .
El segundo grupo o corriente fue el del socialismo democrático,
formado por movimientos históricos con finalidades económicas, culturales
y políticas que, aunque inspirados en el marxismo y originados por él,
tuvieron evoluciones ideológicas profundas y cambios muy sensibles. Por
ejemplo, la socialdemocracia europea, el socialismo escandinavo, español o
italiano y el laborismo inglés, aunque este último es un caso un poco
diverso.
La tercera corriente estaba integrada por los llamados socialismos
idealizados, que de socialistas conservaban sólo el nombre y eran
una inspiración generosa para un mundo más justo. En este grupo entrarían
muchos de los “socialismos” americanos y asiáticos.
Pablo VI, el Papa del diálogo, dejó bien claro en su primera encíclica
Ecclesiam suma la condena de los sistemas ideológicos que
niegan a Dios y oprimen a la iglesia, sistemas identificados a menudo con
regímenes políticos, económicos y sociales, y entre ellos el comunismo
ateo de forma especial.
Con esto el Papa no hacía más que recoger la tradición de la iglesia.
También el Vaticano II, en la constitución Lumen gentium, no
obstante la invitación al diálogo con todos, incluso con los no creyentes,
afirmó a propósito del marxismo ateo y perseguidor de la religión: “La
Iglesia, fiel a sus deberes hacia Dios y hacia los hombres, no puede más
que reprobar, como ha hecho en el pasado con toda firmeza y con dolor, tan
perniciosas doctrinas que contrastan con la razón y con la experiencia
común de los hombres y que degradan al hombre de su innata grandeza” (n.
21).
Por ello, los papas y los obispos promovieron un diálogo inspirado en la
claridad y en la prudencia.
Claridad, para que no quedaran dudas sobre la oposición
radical entre el catolicismo y el comunismo, de forma que nadie pensase
que el diálogo podía llevar a una eliminación de las divergencias de fondo
y a la creación de un marxismo católico o de un cristianismo marxista. La
iglesia tiene el deber de seguir denunciando y condenando los errores
teóricos del marxismo materialista y ateo y su intolerancia religiosa,
porque, en todos los países en los que todavía detenta el poder, mantiene
una actitud agresiva hacia la iglesia y niega la dignidad y la libertad de
los individuos.
Pero, además, era necesaria la prudencia para evitar
instrumentalizaciones del diálogo para fines políticos, sobre todo porque
la experiencia demostró la falta de sinceridad y de buena voluntad de los
comunistas al dialogar con la Iglesia.
No obstante esto, en algunos sectores de la iglesia se intentó hacer paces
con la metodología marxista, creyendo que ambos, marxismo y cristianismo,
eran compatibles. Así nació la llamada teología de la liberación.
Hagamos un buen repaso de lo que es la teología de la liberación.
El planteamiento es así: hay estructuras sociales injustas, que provocan
miseria, hambre y explotación de la gente sencilla y pobre, por culpa de
ricos sin conciencia. Hay que hacer algo eficaz para romper con esta
situación terrible, que clama al cielo. Este medio eficaz no puede ser la
oración, la caridad y el sacrificio, sino más bien, la lucha de clases, a
la que anima el marxismo, mediante la revolución armada, para así lograr
la solución a esta situación injusta.
Y a esta lucha, también se invitaba a los mismos sacerdotes, para que se
metieran en las guerrillas y animaran todo el movimiento revolucionario. Y
lo peor de todo es que esta desviada teología de la liberación pone a
Jesús como ejemplo de revolución contra los ricos de su tiempo. Es más,
esta teología proclama que Jesús ha venido y ha muerto en la cruz, no
tanto para redimirnos de nuestros pecados, sino para vencer a los
explotadores, pues Él está sólo a favor de los pobres y oprimidos.
Aunque esta teología de la liberación aporta datos interesantes al
analizar la situación de injusticia, sin embargo, el medio que propone no
es evangélico ni cristiano. Jesús no vino a proponer la violencia ni la
revolución a través de las armas, tampoco vino a instigar el odio contra
los explotadores. Él vino para convertir el corazón humano, para que, una
vez convertido, pueda el hombre, todo hombre, crear estructuras políticas,
económicas y sociales justas y respetuosas con la dignidad de la persona
humana.
¿Cuándo nació la teología de la liberación y quiénes fueron sus pioneros?
El sacerdote católico Camilo Torres entró a formar parte de la guerrilla
colombiana y llegó incluso a ser su jefe. Murió en 1966 con los
guerrilleros en la lucha por la liberación. Más tarde vino el padre
Gustavo Gutiérrez, peruano y padre de la teología de la liberación. Los
teólogos de la liberación pensaban que los cristianos son cristianos en la
medida que luchan por la justicia, a favor de los más pobres. Algunos
autores incitaban, incluso, a la lucha armada en casos extremos. Toda esta
corriente teológica explotó en 1968.
Muchos integristas y conservadores culpan al concilio de estas
desviaciones, por no haber sido más tajante con el marxismo y el ateísmo.
También culpan al CELAM (conferencia episcopal latinoamericana), que se
reunió en Medellín para analizar la situación terrible de injusticia, por
la que está atravesando el pueblo. Pero, nada de esto es cierto. Es más,
los documentos del CELAM, desde Medellín hasta Puebla, siempre han
planteado el lugar apropiado de la necesaria responsabilidad del cristiano
respecto a los pobres y a los oprimidos en el contexto de una correcta
teología eclesial, pero nunca desde posiciones radicalmente marxistas.
Saquemos ahora unas conclusiones sobre este punto de la teología de la
liberación, siguiendo los dos documentos, a este respecto, de la
Congregación de la Doctrina de la fe.
Primera: La iglesia siempre ha defendido a los pobres y ha hecho siempre
su opción preferencial por los pobres, pero no exclusiva, pues Jesús ha
venido a salvar a todos: pobres y ricos, niños y adultos, enfermos y
sanos, negros y blancos. La Iglesia siempre ha animado a todos los hombres
a que lleven su fe hasta sus últimas consecuencias, comprometiéndose en la
lucha por la justicia, la libertad y la dignidad humana, por amor a sus
hermanos desheredados, oprimidos o perseguidos.
Más que nunca la iglesia se propone condenar los abusos, las injusticias y
los ataques a la libertad, donde se registren y de donde provengan, y
luchar, con sus propios medios evangélicos, por la defensa y promoción de
los derechos del hombre, especialmente en la persona de los pobres.
Remito al lector a repasar un poco la historia de la humanidad para que me
responda a estas preguntas: ¿qué institución ha ayudado más a los pobres y
desheredados, a lo largo de los siglos? ¿Acaso no ha sido la iglesia?
¿Cuántas congregaciones religiosas han estado siempre al servicio de los
más pobres? ¿De dónde han surgido las mejores iniciativas de promoción
humana para gente que sufre carencias? Es deber de justicia reconocer la
labor incansable de la iglesia católica. ¡Cuántas veces debería haber
recibido el premio Nobel, no sólo de la paz, sino también el de desarrollo
integral!
Segunda: La mejor manera de ayudar a los pobres no es enemistarlos con los
ricos y los explotadores e invitarlos a luchar contra ellos con las armas,
sino ayudarlos y promoverlos en su vida espiritual, humana y social. Y
sobre todo se les ayuda cristianizando el corazón de aquellos de quienes
pueden cambiar las estructuras injustas. Por eso urge la conversión del
corazón tanto de pobres como de ricos, para que todos puedan trabajar con
tranquilidad, serenidad y mutuo entendimiento. Así los ricos, convertidos
en su corazón, se guiarán por criterios de justicia y caridad; y los
pobres, en vez de caer en la violencia y el odio, desarrollarán todas sus
potencialidades humanas y espirituales. El resultado será la civilización
de la justicia y del amor.
Tercera: La palabra “liberación” parece una palabra mágica y hay que
entenderla bien. Hoy se habla por todas partes de liberación: liberación
de tabúes, liberación de los pueblos, liberación de la mujer, liberación
de los pueblos oprimidos... El cristianismo no tiene miedo a esta palabra
“liberación”. Sabemos que “el evangelio de Jesucristo es un mensaje de
libertad y una fuerza de liberación“–dice el documento de la Congregación
para la Doctrina de la Fe sobre algunos aspectos de la “teología de la
liberación”, en el prólogo.
Pretender buscar la liberación solamente en la inmanencia, es decir, aquí
abajo, en la historia, en esta orilla, sin miras de trascendencia, es
conducir al hombre a una situación de alineación y esclavitud. “Desde el
punto de vista cristiano la “liberación” es ante todo y principalmente
liberación de la esclavitud radical de la que el “mundo” no se percata,
incluso niega: la esclavitud radical del pecado” .
Cuarta: Y, ¿qué es la teología de la liberación, siguiendo el primer
documento del cardenal Ratzinger, y que el papa Juan Pablo II aprobó?
¿Dónde está el error doctrinal de esta teología de la liberación ?
“La teología de la liberación pretende dar una nueva interpretación
global del cristianismo; explica el cristianismo como una praxis de
liberación y pretende presentarse como una guía en esta praxis. Ahora
bien: puesto que, según esta teología, toda realidad es política, resulta
que la liberación es también un concepto político, y la guía para la
liberación debe ser una guía para la acción política...Una teología que no
sea práctica, que no sea esencialmente política, es considerada
“idealista” y condenada como irreal o como medio de conservación de los
opresores en el poder. A un teólogo que haya aprendido su teología en la
tradición clásica, y que haya aceptado su vocación espiritual, le resulta
difícil imaginar que se pueda vaciar seriamente la realidad global del
cristianismo en un esquema de praxis sociopolítica de liberación. Esto,
sin embargo, es posible porque muchos teólogos de la liberación siguen
usando gran parte del lenguaje ascético y dogmático de la Iglesia, pero en
clave nueva: de tal manera que, quien la lee o la escucha partiendo de
otro fundamento distinto, puede tener la impresión de encontrar el
patrimonio tradicional, con el mero añadido de algunas afirmaciones un
poco “extrañas”, pero que, unidas a tanta religiosidad, no podrían se
peligrosas...”.
Y así podría seguir con el documento, pero invito al lector a leerlo por
sí mismo.
En pocas palabras, ¿dónde está el peligro de esta teología de liberación,
con marcado acento marxista?
Reducir la liberación a su solo sentido político, social y económico,
desligado de su vertiente trascendente. Ya no es búsqueda de la liberación
del pecado, para que así se den, como consecuencia, las demás liberaciones
políticas, sociales y económicas. Aquí se busca sólo la liberación
terrenal e inmanente.
El estribillo que repiten los teólogos de la liberación es siempre el
mismo: “Hay que liberar al hombre de las cadenas de la opresión
político-económica; y para liberarlo no bastan las reformas, que incluso
son contraproducentes; lo que se necesita es la revolución, y el único
medio de hacer la revolución es proclamar la lucha de clases”.
El cardenal Ratzinger añade: “Lo que resulta inaceptable
teológicamente, y peligroso socialmente, es esta mescolanza entre Biblia,
cristología, política, sociología y economía. No se puede abusar de la
Escritura y de la teología para conferir valor absoluto y sagrado a una
teoría en el orden sociopolítico...Si se sacraliza la revolución
–mezclando a Dios y a Cristo con las ideologías- se produce un fanatismo
entusiasta que puede llevar a las peores injusticias y opresiones,
provocando efectos diametralmente opuestos a los que se buscaban” .
¿De qué se echó mano en la teología de la liberación?
La psicología, la sociología y la interpretación marxista de la historia
fueron consideradas como científicamente garantizadas, y, por tanto, como
instancias indiscutibles del pensamiento cristiano. Aquí está el error:
querer bautizar la Sagrada Escritura con el agua del marxismo. De esta
manera, se daba a la misión de Jesús una nueva interpretación y
significado; se le presenta como un nuevo guerrillero, revolucionario, que
ha venido a derrocar a los ricos y a la clase opresora, para así salvar a
los pobres y oprimidos.
En esta interpretación marxista, el término “pueblo de Dios” se convierte
en un concepto politizado, opuesto al de “jerarquía”, a quien se la
considera del lado de los opresores; ese pueblo debe participar en la
“lucha de clases”, formando así “la Iglesia popular”, que se contrapone a
la Iglesia jerárquica. La jerarquía ya no tendrá la misión de magisterio;
será, más bien, “la comunidad” quien asume este papel. La vivencia y las
experiencias de la comunidad determinan la comprensión y la interpretación
de la Escritura.
Como vemos, esta teología de la liberación quiso dar un vuelco a la
verdadera teología. Todos los conceptos y realidades quisieron ponerlos en
el molde marxista. Incluso las mismas virtudes teologales fueron
tergiversadas y vaciadas de contenido sobrenatural. La fe es fidelidad a
la historia, que para Marx es portadora de salvación. La esperanza es
confianza en el futuro y como trabajo en orden al futuro. La caridad es la
opción por los pobres, es decir, coincide con la opción por la lucha de
clases.
Los mismos sacramentos quedan trastocados: la eucaristía es interpretada
como una fiesta de liberación en el sentido de una esperanza
político-mesiánica y de su praxis.
No importa la ortodoxia; sólo interesa la ortopraxis, es decir, la acción
para solucionar los problemas materiales, sociales y económicos. El único
pecado será no entregarse a la lucha de clases para conseguir la
liberación de los oprimidos y derrocar a los opresores.
De la teología de los rojos a la teología de los verdes
Esta teología de la liberación, desenmascarada por la iglesia,
aparentemente se ha calmado, también gracias a la caída del muro de Berlín
en 1989. Como que ha pasado ya de moda.
Hoy se enarbolan otras banderas: no tanto ya la bandera de la teología de
liberación o llamada en algunos ámbitos, la teología de los rojos,
por su influencia marxista-comunista; hoy se prefiere la bandera de una
cierta teología verde, que diviniza la naturaleza y
fácilmente cae en el panteísmo. Algunos autores de esta corriente admiten
a Dios, pero no el Dios personal que se nos reveló en Cristo y cuya
salvación la iglesia nos transmite, sino un dios impersonal.
Podríamos decir que ciertas corrientes del movimiento verde
han venido a ocupar el espacio que ha dejado la teología de la liberación.
Una necesidad real de la humanidad, como es la defensa de la naturaleza y
del planeta, se convierte en sus manos en un instrumento especialmente
apto para sus planes: desde el punto de vista político se presta para
obstaculizar el desarrollo y crear enfrentamientos y agitaciones; desde el
punto de vista ideológico sirve para sembrar tinieblas en la mente de los
creyentes, confundiéndolos con visiones naturalistas y panteístas de la
realidad; desde el punto de vista moral, el único pecado existente es el
maltrato de la naturaleza y del ecosistema; y desde el punto de vista
religioso, se niega la distinción entre Dios Creador y las creaturas,
dependientes de Dios.
5.Movimientos pseudorreligiosos
Dado que la ciencia, la filosofía y el marxismo son incapaces de dar
respuestas satisfactorias a las cuestiones y a las angustias de los
hombres, algunas personas se han volcado de nuevo a lo religioso, pero de
una forma sumamente ambigua e irracional: videntes, astrólogos,
esoterismo, ocultismo. Y más tarde, han entrado en escena sectas para
todos los gustos y sabores. En estas sectas, que llevan incluso el nombre
de “Jesús” en los labios, buscan más el sentimiento y la afectividad, que
la convicción y el cambio de vida profundo y coherente.
Habría mucho que decir sobre estos movimientos pseudorreligiosos,
especialmente de la así llamada Nueva Era (New Age) . Muchos no saben ni
siquiera qué es la Nueva Era. Y, sin embargo, la “padecen”. Lo viven
inconscientemente. Asimilan sus ideas y comportamientos.
¿Qué es la Nueva Era?
Es una corriente de pensamiento en la que conviven diferentes ideas,
religiones, filosofías y prácticas esotéricas. No es una secta. Es,
simplemente, un modo de pensar que se basa en la idea de que, finalizada
la era cristiana, ha comenzado la era del Acuario. Los secuaces de la
Nueva Era creen que la humanidad está entrando en una era de paz y de
bienestar, rica en cambios a nivel social, político y religioso.
La Nueva Era, por tanto, debería tomar el lugar del cristianismo. ¿Cuándo?
Precisamente en nuestros días, alrededor del año dos mil y algo. Es decir,
en el paso de la era astrológica de Piscis a la de Acuario. Por esta razón
los secuaces de la Nueva Era son conocidos como “acuarios”.
Dos eslóganes fundamentales de los acuarios: “Nosotros somos dios” y “Si
tú lo crees, es verdadero”.
Según esto, y a modo de crítica de la Nueva Era, el Dios personal queda
diluido en una fuerza cósmica que todo lo penetra, incluso a
nosotros los hombres. El hombre se confunde con Dios, la materia con el
espíritu Por otro lado, para la Nueva Era ya no existe la verdad objetiva.
Todo es relativo. Existe sólo la verdad en la que “yo” creo. Por eso, una
vez más, el hombre se pone en el centro que debía ocupar Dios y se
convierte en la norma de su propia conducta. El resultado es el total
relativismo moral.
Otros elementos característicos del pensamiento de la Nueva Era son: una
exagerada valoración de todo lo que pertenece a la cultura oriental
(religiones, reencarnación, yoga, artes marciales, etc...), la atribución
de “poderes” y de “energías positivas” a piedras, minerales o cristales,
el descubrimiento de los ovnis y de los extraterrestres (con quienes
algunos acuarianos creen comunicarse), la astrología, el espiritismo, el
esoterismo en sus diversas formas, el interés por la así llamada “medicina
alternativa”, la obsesión por los ángeles, los animales, el culto de los
indios de América, el vegetarianismo y una visión pagana, extremista y
fanática de la ecología (ecologismo).
A esto se añade el sincretismo religioso que hay detrás de
la Nueva Era. Es decir, el “licuado” de las religiones. Según el
pensamiento de la Nueva Era, todas las religiones son iguales. Por
consiguiente, todas las verdades serían iguales. Pero si todas las
verdades son iguales, quiere decir que no existe ninguna verdad. Mediante
este sincretismo religioso se quiere buscar la paz entre los pueblos y
favorecer el diálogo entre las diversas religiones.
Pero esto es un truco para debilitar al cristianismo. Colocando a todas
las religiones sobre el mismo plano, se quiere desvalorizar el mensaje de
Jesús. Para los Acuarianos, Cristo es sólo “uno de tantos” . Es como Buda,
Mahoma o cualquier otros líder espiritual. Y por lo mismo, su mensaje se
convierte en un mensaje “como tantos”.
Por todo lo que he expuesto, concluyo que la Nueva Era apunta a crear
confusión y a debilitar el cristianismo. Todo esto daña mucho. Ya no se
sabe qué es el bien y qué es el mal. Ya no hay conciencia del pecado; y
por lo mismo, la necesidad de la redención traída por Cristo. Y, ¿para qué
sirven entonces los sacramentos? Para nada.
Esta Nueva Era crea, además de una enorme confusión, un gran vacío en el
hombre. ¿Quién lo llenará? Si no es Cristo, cualquier piedra o cristal nos
harán creer que tiene la energía que necesitamos.
Mucho más se podría hablar de la Nueva Era. Pero dejémoslo acá. Volvamos a
nuestra fe cristiana y a rezar cada día nuestro credo, con renovado fervor
y conciencia.
Hasta aquí las consecuencias imprevistas, y no causadas por el Concilio,
sino por una desviada y, en ocasiones, maligna interpretación, vuelvo a
repetir.
Pero, ¿hay algo más, después del Concilio Vaticano II?
El Vaticano II produjo más frutos positivos que negativos... ¿Quién
lo duda?
Pero hubo otras consecuencias muy positivas, además de las que ya
comentamos anteriormente. ¿Cuáles son?
El concilio abrió ampliamente los caminos del ecumenismo,
aunque todavía hay mucho por hacer.
El concilio también impulsó la inculturación del evangelio,
es decir, la tarea de llevar el mensaje de Cristo a las diversas culturas,
con respeto y amor. En su encíclica “Evangelii Nuntiandi” Pablo VI dice lo
siguiente: “Hay que hacer a la Iglesia del siglo XX todavía más apta
para anunciar el evangelio a la humanidad del siglo XX...Es una alegría
evangelizar, aun cuando sea preciso sembrar en medio de lágrimas”. En
esta nueva evangelización, la iglesia de occidente está preocupada por los
problemas de la secularización, de la búsqueda de un sistema de valores,
de una reforma moral. La iglesia de América Latina se siente interpelada
por la miseria, la explotación económica y la revolución social. A todas
partes urge el mensaje liberador y salvador de Cristo.
Gracias al concilio, Dios hizo surgir los movimientos eclesiales y
nuevas comunidades. Así ha crecido la importancia del papel del
apostolado de los seglares, si bien en la historia del cristianismo éste
no es un fenómeno nuevo, porque es suficiente leer los Hechos de los
Apóstoles para darse cuenta de que los cristianos laicos, a pesar de las
persecuciones, ya en aquellos tiempos proclamaban a Cristo por doquier,
contribuyendo a la difusión de la fe en las ciudades y en los lugares que
visitaban. E iban de casa en casa, de pueblo en pueblo, de ciudad en
ciudad.
A lo largo de la historia de la iglesia, los seglares han desempeñado
diversos ministerios, como bautizar, llevar la eucaristía a los enfermos y
a los prisioneros, participar en la preparación de los penitentes al
sacramento de la reconciliación, y también desarrollaban un papel activo
en la celebración de los matrimonios.
El problema del laicado fue uno de los temas fundamentales estudiados por
el Concilio Vaticano II. El papa Juan Pablo II dedicó una exhortación
apostólica llamada “Christifideles laici”, del 30 de diciembre de 1988,
sobre la misión de los laicos en la iglesia y en el mundo. Este documento
pontificio ha sido definido como el “vademécum de la iglesia” en el campo
de la vocación y de la misión de los laicos ante el Tercer Milenio.
Y dicho documento dedica también atención a los movimientos eclesiales y
las nuevas comunidades, que son un fenómeno típico del posconcilio.
¿Qué pide la iglesia a todos estos movimientos?
Una vez que la iglesia ha aprobado los estatutos de dichos movimientos, es
necesario que estos movimientos, permaneciendo fieles a su propio carisma,
estén en comunión con los obispos diocesanos y cooperen con ese carisma en
la pastoral diocesana. Estos movimientos presentan ante el mundo la
pluriformidad de los carismas, pero dicha pluriformidad debe estar
orientada a la unidad en el Espíritu.
La experiencia de la unidad en la pluralidad, vivida y testimoniada por
los movimientos puede y debe constituir un punto de referencia para ese
camino de comunión eclesial, superando cualquier sombra de particularismo.
Todos los movimientos, siguiendo cada uno el propio carisma inspirado por
el Espíritu Santo a sus respectivos fundadores, deben responder a la
llamada de este mismo Espíritu para la renovación de la iglesia.
Casi llegan ya al centenar los movimientos aprobados por la Santa Sede.
Entre los más conocidos se encuentran: Focolares, Camino neocatecumenal,
Comunidad del Arca, Obra de Schönstatt, Comunión y Liberación, Renovación
Carismática cristiana, Cursillos de Cristiandad, Cooperadores Salesianos,
Regnum Christi, Talleres de Oración y Vida, Movimiento Nazareth, Sígueme,
Movimiento Teresiano del Apostolado, Comunidad de Sant´Egidio, Milicia de
la Inmaculada, Legión de María, Katholische Integrierte Gemainde, Foi et
Lumière, Movimiento de Vida cristiana, etc...
Otras consecuencias positivas del Concilio Vaticano II
Enunciemos otras consecuencias positivas:
·La renovación del gobierno central de la iglesia.
·La internacionalización del colegio cardenalicio y de la curia romana.
·El Santo Oficio o Inquisición desaparece y nace la Congregación para la
Doctrina de la fe.
·Se incrementa el ejercicio de la colegialidad por medio de las
conferencias episcopales y del sínodo de obispos.
·Los laicos ocupan puestos de responsabilidad en la Iglesia y cooperan en
su misión evangelizadora.
Hubo un papa llamado Karol Wojtyla, que tomó el nombre de Juan Pablo
II
Antes de concluir este siglo XX, quiero hacer homenaje a este papa, a este
titán de la iglesia católica, que supo llevar adelante con grande altura y
profundidad todas las consignas del Concilio Vaticano II y cuyo legado
siempre agradeceremos.
Este Papa vino de la fría Polonia. Era arzobispo de Cracovia. Por primera
vez, tras cuatro siglos y medio –exactamente 455 años-, era elevado al
supremo pontificado un cardenal no italiano.
Karol Wojtyla, cuando fue elegido papa era ya conocido por su profunda fe,
que ahonda sus raíces en la de un pueblo que durante un milenio ha luchado
duramente para ser fiel a Dios y a la iglesia católica y que en aquellos
años de dura represión comunista ofrecía al mundo cristiano un magnífico
espectáculo de fe y de práctica cristiana. Pero, además, era conocido por
su sólida cultura filosófica y teológica y por un amplio conocimiento de
los problemas del mundo.
Juan Pablo II desde el primer momento manifestó un doble amor y un
doble servicio: el amor por Jesucristo y por el hombre redimido
por Él; el servicio de Jesucristo y del hombre, llamado por él a la
plenitud de la verdad y de la vida. Por ello, en sus relaciones con los
estados defendió enérgicamente la libertad religiosa y los derechos
humanos, en los que se refleja la imagen de Dios, pues ésta es la vía de
la iglesia, como dijo en su primera encíclica Redemptor hominis (n.
14).
El pontificado estuvo inspirado desde el principio en un sentido
religioso y cristológico, y así lo demostró en su primer discurso
al mundo, pronunciado el 22 de octubre de 1978, cuando comenzaba
oficialmente su misterio apostólico: “¡Abrid las puertas a Cristo!”.
De hecho, toda la actividad de Juan Pablo II ha querido ser una ayuda
ofrecida a todos –creyentes y no creyentes- a abrir con confianza y sin
miedo las puertas del espíritu y del corazón a Jesucristo y a su
evangelio, proclamado por la iglesia. Y esta invitación ha querido
llevarla el papa personalmente por todo el mundo hasta los extremos del
orbe.
Este ha sido el verdadero motivo que ha inspirado los fatigosos y
extenuantes viajes apostólicos del Papa, no porque él se
considere el único anunciador del evangelio, sino para visitar y animar a
las iglesias locales y para sostener con su presencia y su palabra la
acción de los obispos, sacerdotes, religiosos y fieles comprometidos
generosamente en la evangelización.
El Papa no pretende sustituir a los obispos en sus tareas pastorales, sino
escucharles, afianzarles en la fe y estrechar los vínculos de comunión.
Por eso, los viajes del papa tienen siempre dos momentos culminantes: el
encuentro con los obispos y el encuentro con la comunidad local en una
solemne concelebración eucarística. Por eso, también, el papa ha dado
realce siempre a la colegialidad episcopal .
El carácter esencialmente religioso de estos viajes resalta también por el
hecho de que los encuentros con las autoridades locales han sido reducidos
al mínimo, limitados prácticamente a los momentos en que el papa llega al
país y sale de él. También es verdad que muchos discursos del papa han
tenido un indudable reflejo político y le dieron ocasión para pedir a
regímenes dictatoriales de derechas y de izquierdas, un mayor respeto de
los derechos humanos.
Juan Pablo II no es un Papa político, sino un Papa religioso
en el sentido estricto del término, porque incluso cuando aborda
cuestiones políticas lo hace movido por el espíritu evangélico y
humanitario. Siempre ve al hombre en relación con Dios, del cual son un
reflejo la dignidad y libertad humana, y en relación a Cristo, redentor
del hombre.
La prueba más evidente del carácter específicamente religioso de su
pontificado es que él ha pedido a la iglesia que se comprometa en una
nueva evangelización, con nuevos métodos, nueva expresión; que no se
encierre en sí misma, como si tuviera miedo al mundo, sino que salga al
exterior, al abierto y esté presente, sin miedos ni complejos de
inferioridad, en los nuevos “areópagos”, donde se hace cultura, se debaten
ideas, se hacen programas, donde se decide el destino espiritual de la
humanidad. Por ello insiste para que la iglesia esté preparada espiritual
y culturalmente para esta nueva tarea.
En honor a la verdad, hay que decir que, siguiendo al papa Pablo VI, Juan
Pablo II también ha dado un impulso muy grande a la causa del
ecumenismo, es decir, la búsqueda de la unidad cristiana, con amor
y respeto por nuestros hermanos separados: los protestantes, anglicanos y
ortodoxos.
Y lo hace con la conciencia de que Cristo en la última cena ha pedido
“que todos sean uno como el Padre y Yo somos uno”. Gracias al impulso
de Juan Pablo II se pasó del diálogo de la caridad al diálogo teológico,
que es el verdadero nudo del ecumenismo, ya que la unión de las iglesia y
comunidades eclesiales no podrá hacerse si no es en la comunión de la
única fe. El diálogo de la caridad es necesario, tanto en sí mismo como en
preparación para el diálogo teológico, pero él solo no basta para hacer la
unidad.
El gran problema del ecumenismo está en aceptar el primado del Papa.
Esto no es cuestión de título, pues no es un primado de orgullo sino de
“servicio, de ministerio y de amor para beneficio de todos, para la unidad
común, para la libertad común, para la plenitud cristiana común”
(Pablo VI, en “Ecclesiam suam”, n. 41). El primado del papa fue voluntad
de Cristo, no capricho de la iglesia católica.
Desde aquí, invito al lector a leer la encíclica publicada por Juan Pablo
II sobre el ecumenismo, titulada “Ut unum sint”, del 25 de mayo de
1995. La iglesia, dice Juan Pablo II, debe respirar con los dos pulmones,
el de oriente y el de occidente. Son más las cosas que nos unen que las
que nos dividen y separan. Una iglesia que predica la reconciliación no
puede substraerse al empeño de reconciliarse con sus hermanos separados.
Es un escándalo y un antitestimonio el que estemos separados.
Urge, pues, la unión de todos los cristianos, en una misma fe, con unos
mismos sacramento, y bajo un mismo pastor, el sucesor de Pedro, el papa.
Otro aspecto que quiero destacar es el trabajo del actual papa en la
“Ospolitik” vaticana, que había comenzado Pablo VI, con la que
se busca dialogar con los gobiernos comunistas en los que hay fieles
católicos. Urge a la iglesia el poder nombrar obispos en aquellas iglesias
de la Europa del este, que estuvieran bajo regímenes comunistas, a fin de
que la iglesia cobre vida.
En el verano de 1989, cuando la caída de los regímenes comunistas parecía
todavía lejana, el ateísmo de estado no nutría ya más esperanzas de
conseguir extirpar el cristianismo. La bancarrota económica y social de
los países de la Europa oriental, como la afirmación de libertad y
democracia en Occidente comenzaron a minar las bases del “coloso”
comunista.
En el otoño de 1989 llegaron los grandes cambios radicales, comenzando con
el hecho más emblemático –la caída del muro de Berlín- al que siguieron
las revoluciones pacíficas en Checoslovaquia, Alemania Oriental y Bulgaria
y la violenta en Rumania. Entretanto, el 1 de diciembre se produjo el
acontecimiento de mayor significado histórico y de mayor carga emotiva: el
encuentro en el Vaticano entre el papa Juan Pablo II y el presidente
soviético Gorbachov. Fue el símbolo del final de más de setenta años de
persecución religiosa por parte de los comunistas y del fracaso de la
ideología marxista que la había inspirado.
El bienio 1989-1990 ha registrado el final del imperio comunista y, con
él, el retorno a la plena libertad religiosa en casi todos los países de
la Europa oriental.
Juan Pablo II ha jugado un papel decisivo en la caída del comunismo
soviético y en el proceso de democratización de la Europa del este, en
particular de su país natal, Polonia. Lo que movió al papa Juan Pablo II a
combatir el comunismo no fue un motivo político, sino un motivo religioso
y moral: el deseo de acabar con un sistema político que se profesaba ateo
y perseguía a la iglesia y, al mismo tiempo, oprimía al hombre, negándole
toda libertad. Fue, pues, el aspecto antirreligioso e inhumano del
comunismo, del cual él había tenido experiencia directa en Polonia, lo que
le movió a combatirlo de forma tan decidida desde el comienzo de su
ministerio de pastor universal.
Otro punto que quiero traer a colación aquí sobre la labor de Juan Pablo
II es la memoria de los mártires. Habla de ellos con mucha frecuencia. Por
ejemplo, en la carta apostólica “Tertio Millennio adveniente”, n.
37, dice así: “Al término del segundo milenio, la Iglesia ha vuelto de
nuevo a ser Iglesia de mártires. Las persecuciones de creyentes
–sacerdotes, religiosos y laicos- han supuesto una gran siembra de
mártires en varias partes del mundo. El testimonio de Cristo dado hasta el
derramamiento de la sangre se ha hecho patrimonio común de católicos,
ortodoxos, anglicanos y protestantes, como revelaba ya Pablo VI en la
homilía de canonización de los mártires ugandeses”.
¡Mártires de la persecución religiosa provocada por el comunismo, por el
nazismo y demás ideologías ateas! El Papa, entre las personas que ha
canonizado y beatificado, ha dado un puesto de relieve a los mártires de
la fe y de la caridad y ha querido que se preparase para el Jubileo del
año 2000 un martirologio, que recoja los nombres de todos los cristianos
que a lo largo del siglo XX han sido asesinados por la fe y por la caridad
en cualquier parte del mundo.
¿Cuál podría ser la síntesis de su magisterio?
Al misterio trinitario y al misterio de la encarnación ha dedicado tres
encíclicas que se refieren al Padre (Dives in misericordia), al Hijo
encarnado Jesucristo (Redemptor hominis) y al Espíritu Santo (Dominum et
vivificantem).
Al misterio de María ha dedicado la encíclica Redemptoris Mater.
A la misión evangelizadora de Cristo por medio de la iglesia, la
Redemptoris missio.
A la relación necesaria entre la fe y la razón, la Fides et Ratio.
Al problema de la verdad y de su relación el orden moral, la Veritatis
splendor.
Al problema del sentido y del valor de la vida humana, que es uno de lo
más dramáticos de nuestro tiempo, la Evangelium vitae.
Al tema ecuménico, la encíclica Ut unum sint.
A la relación entre las Iglesias de Occidente y de Oriente, la encíclica
Slavorum apostoli, sobre los apóstoles de los eslavos, Cirilo y Metodio.
Quiso también escribir sobre la doctrina social de la iglesia, siguiendo a
sus predecesores, desde León XIII hasta Pablo VI. A este tema dedicó las
encíclicas Laborem exercens, sobre el trabajo humano en el 90 aniversario
de la encíclica social de León XIII “Rerum novarum”; la Sollicitudo rei
socialis, en el vigésimo aniversario de la encíclica de Pablo VI
“Populorum progressio”, y la Centesimus annus, en el centenario de la
“Rerum novarum”.
El Jueves Santo del año 2003 regaló a toda la Iglesia la hermosísima
encíclica sobre la Eucaristía, donde nos dice que la Iglesia vive de la
Eucaristía. Es todo un canto de fe y de adoración al misterio más sublime,
el misterio eucarístico.
Con todo este fecundo magisterio, al que hay que añadir las exhortaciones
apostólicas postsinodales, las cartas, discursos, homilías, audiencias
generales, el papa ha querido preparar a los católicos para que se
enfrenten culturalmente bien equipados a los desafíos del mundo moderno,
que son también de orden cultural.
Y en este sentido hay que destacar el gran esfuerzo que el Papa ha hecho
para aprovechar las riquezas del Concilio Vaticano II, pues todas sus
enseñanzas están directamente inspiradas en la letra y en el espíritu de
los grandes documentos conciliares, que, dada la aceleración de la
historia, corren el riesgo de quedar olvidados y, por ello, tienen
necesidad de ser continuamente recordados a las nuevas generaciones
cristianas.
El mejor fruto de este esfuerzo de reproposición de las enseñanzas
conciliares fue la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica
el 11 de octubre de 1992, cuando se cumplían los treinta años de la
apertura de aquella asamblea ecuménica. Y en el aspecto jurídico, el nuevo
Código de Derecho Canónico, promulgado en 1983, definido por el Papa “el
último documento del Vaticano II”, pues todo él está inspirado en dicho
concilio y recoge la legislación postconciliar.
¿Se podría hacer un balance del pontificado de Juan Pablo II hasta este
momento?
Yo destacaría las siguientes características fundamentales de este Papa :
·Su paternidad universal como Vicario de Cristo y sucesor de Pedro: es
ésta la razón que le lleva incansablemente a todas las partes del mundo.
·Su magisterio de verdad, que destaca ante todo por el anuncio constante
del evangelio y su desarrollo fiel a la tradición de la iglesia.
·Su sentido pastoral, que se manifiesta como guía del pueblo cristiano,
sobre todo en sus relaciones con sus hermanos en el episcopado.
·Su conocimiento y comprensión por los dramas del mundo de hoy y su empeño
por ayudar a la humanidad que sufre, oponiéndose enérgicamente a todas las
guerras y conflictos, y defendiendo todos los derechos humanos.
·Su espíritu de colaboración fraterna, que inspira sus relaciones con sus
colaboradores, siguiendo la línea trazada por Pablo VI después del
Vaticano II.
Este Papa se propuso esta misión:
·Conducir la iglesia hacia el Tercer Milenio cristiano, indicando al
hombre el camino verdadero para su rescate total, en tiempos de grandes
pruebas pero también de grandes esperanzas.
·Dialogar con la cultura como vía esencial para la humanización de la
persona, teniendo conciencia plena de su misión como custodio e intérprete
de una verdad que nos viene de Dios por medio de Cristo.
·Abrazar la cruz, sin ahorrar esfuerzos, energías y sacrificios en una
búsqueda constante de aquella “hora perdida” de la iglesia en Getsemaní.
·Conducir al mundo a Dios, invitándolo a la santidad, como nos recordó en
su carta “Novo millennio ineunte”.
·Dialogar con sus hermanos en el episcopado y darles su lugar, respetando
la colegialidad episcopal.
·Relanzar el ecumenismo, siguiendo con fidelidad a sus predecesores Juan
XXIII y Pablo VI.
·Abrirse al diálogo interreligioso con todas las religiones del mundo,
como manifestó en Asís y en otros muchos encuentros.
·Promover la reconciliación manteniendo viva la llama de la unidad con
Cristo.
·Ser joven entre los jóvenes, con una presencia viva, dialogante y
comprometida a través de las jornadas mundiales dedicadas a ellos.
·Manifestar su ardiente devoción mariana, sintetizada en su lema “Totus
tuus”.
·Lanzar al apostolado a los seglares y su plena inserción e integración en
la vida eclesial, mediante el apoyo a los movimientos eclesiales y nuevas
comunidades.
·Defender la vida humana desde su concepción hasta su muerte natural. Ha
anunciado el evangelio de la vida en medio de este mundo que apoya,
fomenta y aplaude la cultura de la muerte.
·Defender la familia y concientizarla de su misión dentro del mundo y de
la iglesia.
·Promover la construcción de una sociedad más justa y solidaria, partiendo
de su experiencia como trabajador de una fábrica, y así ayudar a erradicar
el hambre, la pobreza y la discriminación.
·Promover la paz mediante la fuerza de la oración, la justicia, la
honestidad y la solidaridad.
·Ensalzar la vocación sacerdotal como un gran misterio y un don de Dios;
renovar y promover la vida consagrada y religiosa dentro de la iglesia.
Detrás de este hombre, Juan Pablo II, se esconden unas verdades macizas y
unos valores irrompibles. ¿Cuáles son estos valores?
·Juan Pablo II cree en la existencia de verdades absolutas,
de principios filosóficos y de reglas morales siempre válidas, sobre las
cuales solamente se puede construir la vida humana. Así derrota el
relativismo, el nihilismo y el hedonismo libertario, imperantes en nuestro
mundo.
·Juan Pablo II cree en el vínculo de dependencia que la libertad
tiene de la verdad, por lo que la libertad humana no es nunca
absoluta, sino que su ejercicio debe estar dirigido por la verdad; y en
esto estriba la importancia de su encíclica “Fides et ratio”, de 1998, que
ha revalorizado la razón humana frente al agnosticismo, al positivismo y
al nihilismo.
·Juan Pablo II cree en el valor incomparable de la persona humana
que no puede ser sacrificada ni a las exigencias de la política ni a las
leyes férreas de la economía y, mucho menos, a los intereses económicos de
cada estado o de grupos o individuos. Así se explica también el respeto
que da a la vida humana desde el momento de la concepción hasta su término
natural, y su condena absoluta del aborto, de la eutanasia y de todas
aquellas manipulaciones genéticas que comportan la utilización de
embriones humanas con finalidad fecundadoras o de investigación
científica.
·Juan Pablo II cree en el valor inestimable del matrimonio y de la
familia, de cuya santidad y solidez depende el porvenir –feliz o
desgraciado- de los hijos.
·Juan Pablo II cree en el valor de la castidad juvenil y conyugal
como vía hacia el amor auténtico y fiel, ya que sólo él puede hacer feliz
al hombre y a la mujer, llamados por Dios para realizarse en el amor
recíproco, que es verdadero amor cuando se convierte en don recíproco de
sí mismo en la fidelidad.
A pesar de las numerosas oposiciones y críticas que ha recibido a lo largo
de su pontificado, Juan Pablo II ha sido el defensor más decidido y
convencido de estos valores humanos y cristianos. Y para afirmarlos no ha
dejado de hacer llegar su palabra a las grandes conferencias
internacionales, aunque en ocasiones no se le ha escuchado.
No obstante ha conseguido poner en la conciencia humana algunos grandes
problemas y ha conseguido también, por medio de sus delegados, introducir
en los documentos internacionales algunos principios morales de gran
valor.
Mucho, pues, le debemos a este papa polaco. La historia le hará justicia.
Mientras tanto, sigamos repasando una y otra vez, agradecidos, sus
documentos, que son luz, alimento y fuerza en la evangelización y en la
propia santificación personal.
CONCLUSIÓN
¿Cómo cerrar este capítulo, después de haber comentado lo que fue el
Concilio Vaticano II y toda la labor del Papa Juan Pablo II?
El cardenal Ratzinger, a diez años de la clausura del Concilio, en 1975
dijo: “Hay que dejar bien claro, ante todo, que el Vaticano II se
apoya en la misma autoridad que el Vaticano I y que el concilio
Tridentino: es decir, el Papa y el colegio de los obispos en comunión
con él. En cuanto a los contenidos, es preciso recordar que el Vaticano
II se sitúa en rigurosa continuidad con los dos concilios anteriores y
recoge literalmente su doctrina en puntos decisivos”.
De aquí deducía el cardenal dos consecuencias: “Primera: es imposible
para un católico tomar posiciones a favor del Vaticano II y en contra de
Trento o del Vaticano I. Quien acepta el Vaticano II, en la expresión
clara de su letra y en la clara intencionalidad de su espíritu, afirma
al mismo tiempo la ininterrumpida tradición de la Iglesia, en particular
los dos concilios precedentes. Valga esto para el así llamado
“progresismo”, al menos en sus formas extremas. Segunda: del mismo modo,
es imposible decidirse a favor de Trento y del Vaticano I y en contra
del Vaticano II. Quien niega el Vaticano II, niega la autoridad que
sostiene a los otros dos concilios y los arranca así de su fundamento.
Valga esto para el así llamado “tradicionalismo”, también éste en sus
formas extremas. Ante el Vaticano II, toda opción partidista destruye un
todo, la historia misma de la Iglesia, que sólo puede existir como
unidad indivisible” .
Y del Papa Juan Pablo II, ¿qué decir?
Ha sido un Papa admirado, por muchos, y criticado por algunos. Le
critican por la rigidez de sus posturas sobre el aborto, la eutanasia,
la moral sexual, la no admisión a los sacramentos de los divorciados que
se han vuelto a casar, por su defensa del celibato sacerdotal y por su
rechazo a admitir las mujeres al sacerdocio.
Pero el Papa lo único que hace es permanecer fiel al modo de actuar de
Cristo y a la tradición de la iglesia. Las personas que lo critican no
se dan cuenta de que lo que ponen en cuestión mediante sus críticas es
la fidelidad de ese hombre a la moral enseñada en el Evangelio y vivida
por la iglesia en sus dos mil años de historia. Juan Pablo II no hace
más que enseñar la moral evangélica, que no cambia con el paso de la
historia, sino que siempre es la misma. Esta fidelidad –que hoy es
terriblemente costosa porque da lugar a incomprensiones y a críticas
durísimas, y por ello lleva el signo de la cruz- es la grandeza del
Papa, “testigo fiel” de Jesucristo, como Jesucristo ha sido “testigo
fiel” del Padre (cf. Ap 1, 5).
Juan Pablo tiene una gran lucidez y valentía al denunciar los peligros
que amenazan a la humanidad; peligros que hoy muchos no ven y por ello
acusan y critican al Papa. Pero, en lugar de encerrarse en un pesimismo
plañidero ante la situación del mundo actual, el Papa no deja de pedir
que se respeten la verdad, la justicia y los valores morales que
humanizan la vida social. Para el Papa la plena verdad y el sumo bien
del hombre está en la persona y en la doctrina de Cristo, y por eso lo
propone como modelo único a los hombres de hoy.
La historia hará justicia al Papa Juan Pablo II.
APÉNDICE: Sobre el Papa Pío XII
¿Qué decir sobre los silencios de Pío XII?
A diferencia de Benedicto XV, que había sido muy criticado por sus
llamadas a la paz durante la primera guerra mundial, Pío XII recibió
en vida unánimes alabanzas por su actitud durante el conflicto de
1939-1945, es decir, durante la segunda guerra mundial.
Pero en 1963, en una obra que alcanzó un gran éxito de escándalo,
“El vicario”, un joven autor alemán, Rolf Hochhuth, acusó a Pío
XII de no haber condenado explícitamente el exterminio de los judíos
por los nazis.
Se siguió una áspera controversia: ¿le faltó valentía? ¿Era favorable
al nazismo? ¿Ignoraba lo que ocurría? El asunto tuvo la ventaja de
provocar la publicación de numerosos documentos de los archivos, para
hacer un poco de luz. Diplomático y secretario de estado, antes de ser
Papa, Pío XII conocía bien los asuntos alemanes; había firmado el
concordato con Hitler en 1933, y en 1937 había participado en la
redacción de la encíclica “Mit brennender Sorge. Sin ninguna
simpatía por el nazismo, prefería las intervenciones diplomáticas
discretas más que las declaraciones solemnes.
Durante la guerra, en numerosos discursos y radiomensajes de navidad
volvió incansablemente sobre los excesos de la guerra y sobre los
beneficios de una negociación y de una paz basada en un justo
equilibrio. Bajo la responsabilidad de monseñor Montini (futuro Pablo
VI) creó una oficina de información que transmitía noticias de los
prisioneros y de los desaparecidos. Miles de judíos y otras personas
perseguidas por los nazis encontraron abrigo en las instituciones
pontificias y en los conventos. Y dio la orden de ayudar a los judíos
de manera valiente y discreta. De hecho, al final de la guerra,
delegaciones de altos dignatarios judíos, fueron a Roma para
agradecerle cuanto había hecho por ese pueblo tan perseguido. Pero
todo ello lo hizo con discreción, para evitar males mayores a quienes
buscaba proteger.
En Zenit, 30 junio 2001, salió esta información que me parece oportuno
poner aquí: «¿El linchamiento contra Pío XII? Una porquería». Quien
así habla no es un integrista católico, ni un intelectual con
simpatías clericales. Se trata de Paolo Mieli, uno de los más ilustres
protagonistas del periodismo italiano, excorresponsal de «La Stampa» y
exdirector del «Corriere della Sera» y hoy director de «RCS», la casa
editorial más grande de Italia. Tiene pasión de historiador. De hecho,
su último libro, que ya es un fenómeno editorial , lleva por título
«Historia y política: Resurgimiento, fascismo y comunismo».
Mieli es judío, implacable ante la terrible tragedia del Holocausto,
al que su familia tuvo que pagar un doloroso precio de sangre.
«Vengo de una familia de origen judío y he tenido parientes que
murieron en los campos de concentración durante la segunda guerra
mundial. Por tanto, hablo de todo esto con mucha dificultad» dijo
Mieli al intervenir en Roma, el 6 de junio, en la presentación del
libro «Pío XII. El Papa de los judíos» («Pio XII. Il Papa degli ebrei»,
Piemme, 2001), escrito por Andrea Tornielli, experto en asuntos
vaticanos del diario milanés «Il Giornale».
«El libro de Andrea Tornielli -afirmó Mieli- hace de contrapeso para
alcanzar un equilibrio justo sobre ese pontífice tan discutido. Al
leer el libro se puede ver que durante un largo período de tiempo
fueron precisamente los judíos quienes dieron las gracias a ese
pontífice por lo que había hecho durante la segunda guerra mundial».
Desde los años sesenta, sin embargo, se ha puesto en discusión su
figura con la obra teatral «El Vicario», en un primer momento, y,
recientemente, con la publicación del libro del periodista británico
John Cornwell, «El Papa de Hitler».
Y sin embargo, «ese Papa y la iglesia que tanto dependía de él,
hicieron muchísimo por los judíos -añade el director de la editorial «RCS--.
Se calcula que algo menos de un millón, entre 700 y 800 mil judíos,
fueron salvados por la iglesia y por ese pontífice. Es un dato -de
fuente judía, pues el cálculo lo hizo Pinchas Lapide- que quizá
debería preceder toda discusión sobre Pío XII. Seis millones de judíos
asesinados por los nazis y casi un millón de judíos salvados gracias a
la estructura de la iglesia y de este pontífice. Cuando se recuerda a
las personas que hicieron algo para salvar físicamente a los judíos,
muy pocos pueden enorgullecerse de haber hecho algo parecido a lo que
hizo la Iglesia de Pío XII».
«Se recrimina a Pío XII por no haber alzado un grito ante las
deportaciones del ghetto de Roma -continuó diciendo Mieli en la
presentación del libro-, pero otros historiadores han observado que
nadie vio a los antifascistas corriendo hacia la estación para tratar
de detener el tren de los deportados. Y, sin embargo, muchos estudios,
realizados en la posguerra, demuestran que era posible hacer algo, y
que es totalmente infundada la teoría, según la cual, la resistencia
no podía hacer nada por los judíos».
«Se amordaza, sin embargo, en la campaña contra Pío XII, la ayuda que
ofreció la Iglesia a los judíos, una ayuda que fue incluso logística
–continúa diciendo Mieli-. Quizá se olvida que toda la comunidad
antifascista gozó de aquella ayuda, como puede leerse en el libro de
Enzo Forcella "La resistencia en convento" ("La resistenza in
convento")».
«Quiero decirlo con la máxima claridad -confesó Mieli-: poner las
responsabilidades sobre las espaldas de Pío XII es una auténtica
sinvergüencería. Pío XII no puede ser la persona a quien se le echa la
culpa de algo que corresponde de manera compleja a toda la comunidad.
Obviamente hablo de la comunidad que produjo el fenómeno horrendo del
exterminio de los judíos, pero también de aquellos que asistieron sin
reaccionar de manera adecuada. Los historiadores israelíes, por
ejemplo, se preguntan por qué los judíos de Palestina fueron, por así
decir, "sordos" ante lo que estaba sucediendo en Europa. ¿Por qué se
dieron casos de colaboracionismo en los campos de concentración, que
objetivamente facilitaron el exterminio?».
Ante la pregunta implícita sobre las razones por las que Pío XII se ha
convertido en el blanco de tantos ataques, Mieli respondió: «Uno de
los motivos por los que este importante Papa fue crucificado se debe
al hecho de que tomó parte contra el universo comunista de manera
dura, fuerte y decidida. De una manera tal que hubo que esperar
treinta años, con Juan Pablo II, para que ese estilo pudiera ser
retomado adecuadamente, de una manera que fue fatal para el
comunismo».
Al concluir, el ex director del «Corriere della Sera» dijo: «No quiero
proponer y no tengo los requisitos para proponer la beatificación de
este pontífice. Sin embargo, considero que es muy poco valiente
ponerle sobre las espaldas responsabilidades que no tiene. Se le ha
tratado casi como si hubiera estado junto a Hitler, junto a los nazis,
como si fuera el único ser en el mundo que tuvo responsabilidades en
el Holocausto. Creo y lo repito que esto es algo monstruoso,
aberrante, algo que tendría que acabar».
En apoyo de las tesis de Mieli, intervino también en la presentación
del libro el politólogo y ex embajador italiano Sergio Romano, que no
es precisamente de cultura católica, quien explicó una curiosa
paradoja: en un primer momento Pío XII fue «alabado y reconocido,
sobre todo por las comunidades judías, por el valor y la generosidad
con que defendió y salvó a un numero elevado de judíos de las
persecuciones nazis»; después, «de manera imprevista, este juicio se
trastocó completamente».
Para algunos autores, después de su muerte, «Pío XII pasó de ser el
bienhechor de los judíos al cómplice de Hitler, a un cínico e
indiferente espectador del genocidio judío».
«Existe una íntima relación -concluyó el embajador Romano- entre el
juicio sobre Pío XII y la versión histórica que se ha ido afirmando
progresivamente en los últimos cuarenta años: una versión en la que el
nazismo se convierte en el único mal del siglo. En la divulgación de
esta versión colaboró la propaganda soviética, la opinión de la
izquierda en las sociedades occidentales y la parte que el genocidio
judío tuvo en la legitimación nacional del Estado de Israel durante
las fases más controvertidas de su historia. Hoy, tras el final de la
guerra fría, la caída del comunismo, y la apertura de los archivos
soviéticos, es posible escribir la historia de una manera más objetiva
y neutral, enmarcando a los protagonistas en el clima en el que
tuvieron que actuar y decidir».