Historia de la Iglesia

Siglo X - Edad Media


Autor: P. Antonio Rivero
Fuente: Catholic net

 

INTRODUCCIÓN

Es también un siglo de muchos avatares, tanto en el mundo como en la Iglesia que trabaja en este mundo. Sólo al final se esboza cierta estabilidad, restaurándose el imperio en beneficio de un soberano alemán, Otón I, el año 962.

Los sarracenos seguían asolando el sur de Europa, los húngaros el centro, y la sede romana estaba cada vez más a la merced de las familias nobles de la ciudad que hacían todo lo posible, con engaños y violencia, por colocar en la sede de Pedro un papa de su partido. Roma alcanzó los niveles más bajos de degradación y corrupción, como ya apuntamos al final del siglo anterior.

Y Dios, ¿dónde estaba?


 

I.SUCESOS

Época del feudalismo

En esta tiempo estuvo vigente en Europa el sistema económico, político y social llamado feudalismo: los nobles gozaban de todos los privilegios; los campesinos eran subordinados inermes. El trabajo lo realizaban los hombres de la gleba que no tenían retribución alguna. Los funcionarios eran militares a quienes los emperadores y señores feudales retribuían con tierras y territorios.

Como no había comunicaciones ni justicia organizada, el más fuerte se apropiaba de todo lo que podía; surgen así reyes, príncipes, condes, marqueses. Los honestos, los menos favorecidos, vivían de prestado en tierra ajena; se les hacía concesión con cláusulas, humanas a veces, inhumanas casi siempre. El que poseía y mandaba hacía la ley, era el señor feudal; el que nada poseía era vasallo; y, ¡a obedecer!

De esta manera, la unidad europea soñada por Carlomagno desapareció, pues estaba dividida en multitud de reinos, principados, ducados, etc. El cargo de emperador resultaba, salvo excepciones, nominal.

Otón I, el grande
El Sacro Imperio romano germánico

El imperio germánico de occidente empezó a cobrar fuerza a partir de Otón el Grande, hijo de Enrique I, duque de Sajonia. Otón I tuvo para la historia europea una importancia semejante a la que había tenido Carlomagno siglo y medio antes. Su fortalecimiento lo procuró, sobre todo, a través de una íntima colaboración de la Iglesia en los negocios públicos del reino. Los grandes eclesiásticos habrían de ser, en el pensamiento político de Otón, la clave de la estabilidad de la monarquía germánica.

Otón fue coronado por el Papa Juan XII, a quien éste llamó a Roma para defenderlo de los ataques de Berengario que gobernaba gran parte de Italia. El Papa Juan XII tenía que respetar unas obligaciones de fidelidad con Otón, pero pronto empezó a ignorarlas, volviendo a reanudar relaciones con sus antiguos enemigos, Berengario y Lamberto.

Otón regresó a prisa a Roma, y aprovechando que el Papa llevaba una vida un tanto frívola, convocó un concilio de obispos, para deponer al Papa Juan y elegir a su secretario León. Aprovechó en esta ocasión Otón para que le volvieran a conferir un derecho que en el pasado pertenecía al emperador de oriente con un añadido considerable: la elección del Papa no sólo tenía que gozar de la aprobación del emperador, sino que además el que fuera elegido tenía que jurarle fidelidad. Para acapararse el apoyo de los obispos les dio poder también político en las ciudades desvinculadas de la autoridad de los condes y haciéndoles independientes.

Nació así la institución de los obispos-condes, causa a lo largo de mucho tiempo de luchas entre iglesia e imperio. Juan no dio su brazo a torcer: huyó de Roma y regresó con un ejército. Convocó un sínodo que depuso a León, que ya se había refugiado en la corte de Otón, y se dedicó a perpetrar acciones de venganza contra sus enemigos. Otón fue obligado a volver a Roma por tercera vez. Pero Juan murió antes de que él llegara. El sacro imperio romano germánico durará hasta 1806. Pero, a pesar de su voluntad de universalismo, seguirá siendo una realidad alemana.

Este sacro imperio romano germánico trajo consigo nuevamente la ingerencia de los emperadores y de los diversos señores feudales, especialmente italianos , en los asuntos de la iglesia. Quisieron poner y deponer papas a su antojo, aun valiéndose del asesinato, por ejemplo, el cometido contra Benedicto VI en 974, estrangulado y arrojado en el Tíber. Estaban en lucha las familias de los Crescencios, italianos, contra las familias de la corte imperial de los Otón, alemanes, que gobernaban el Sacro Imperio Romano Germánico.




II.RESPUESTA DE LA IGLESIA


La Iglesia de Cristo sigue sufriendo y desangrándose...

Continúa el siglo de hierro o siglo oscuro de la Iglesia. Los pontífices de esta centuria, impuestos por los señores feudales, fueron o mediocres o indignos. El clero estaba muy relajado. Cundían dos graves pecados: simonia o compraventa de cargos eclesiásticos; y nicolaísmo o concubinato de los sacerdotes .

¿Cómo respondían los papas a estos graves problemas?

Los Papas, acechados por tantos peligros que les amenazaban, se habían olvidado de las funciones de protección que los emperadores desempeñaban en otro tiempo. Pero, para librarse de la violencia de las familias nobles romanas, el papa pidió ayuda a Otón. Otón efectivamente ayudó al papa y le otorgó el llamado privilegio otoniano, por el que confirmaba las donaciones territoriales hechas a la Iglesia romana por Pipino el Breve y Carlomagno. Pero restableció a la vez los derechos soberanos contenidos en la constitución romana de Ludovico Pío del año 824, en virtud de los cuales el emperador ejercía una función de vigilancia sobre la administración de los territorios de la iglesia romana y, más todavía, controlaba las elecciones pontificias, ya que ningún nuevo papa habría de ser consagrado hasta prestar juramento de fidelidad al emperador.

Así, el Papa y el emperador eran las cabezas de la cristiandad: uno en el orden espiritual –el papa-, y otro en el orden temporal –el emperador-. Altar y Trono. La armonía entre ambos poderes era la clave del buen orden de la Europa medieval, aunque en la realidad histórica de los siglos sucesivos fueron frecuentes los enfrentamientos que contribuyeron a destruir el sistema de la cristiandad.

Los problemas graves no se solucionaron con la ayuda del emperador. Se necesitaba una fuerza espiritual de renovación. Y Dios la hizo surgir en su bondad y misericordia: la Orden de Cluny.

Dios mandó la Orden de Cluny

Dios no abandona nunca a su Iglesia en los momentos cruciales, y suscitó la renovación del monasterio de Cluny en el 910, en Borgoña (Francia), que contribuyó a la reforma de la Iglesia mediante la creación de monasterios en los que se observaba estrictamente las reglas monásticas y dio origen a una nueva rama del árbol de san Benito.

Esta orden restaura los grandes principios de la regla benedictina: elección libre del abad, independencia respecto a los príncipes y los obispos. Además, a las abadías dependientes de Cluny se les concedió la dependencia directa del Papa. Por tanto, estos monasterios estaban libres de toda autoridad laical y de la jurisdicción del obispo diocesano. Esta situación se conoce con el nombre de “exención” canónica. Los monjes dedicaban su vida a cumplir con perfección la regla de san Benito; practicaban mucha oración, disciplina rígida, y total adhesión a Roma. Desde los pueblos vecinos acudían a los actos litúrgicos y pedían oración por vivos y muertos .

En los siglos XI y XII se convierte Cluny en la cabeza de una serie de monasterios que se extienden por toda Europa, pero siempre bajo la autoridad espiritual de Cluny. En sus mejores días llega a haber 50.000 monjes repartidos en 1.200 monasterios. Cluny pone el acento en la liturgia y la oración perpetua, pues la principal ocupación era la celebración litúrgica del Oficio divino en el coro. Esta actividad ocupaba gran parte de la jornada del monje, reduciendo por tanto su trabajo intelectual y manual. Este último quedaba en manos de trabajadores agrícolas dependientes del monasterio. La longevidad y la personalidad de sus primeros abades contribuyen a explicar el extraordinario influjo que ejerció Cluny en Europa. Algunos de sus abades más famosos fueron: Odón, Máyolo, Odilón, Hugo, Pedro el Venerable.

Cluny participaba en la reforma de los otros monasterios y en la reforma general de la Iglesia, pues el abad de Cluny extendía su autoridad sobre los demás monasterios, nombrando o controlando la elección de los abades, para impedir la intromisión de los señores laicos. Mantenía una fuerte adhesión al Papa y a la liturgia romana, y fue cuna de la que salieron numerosos obispos y algunos papas. Practicaba ampliamente la caridad con los pobre y promovía el arte románico . Los establecimientos cluniacenses ven agruparse a su alrededor pequeñas aglomeraciones.

Contemporáneas de Cluny, otras abadías benedictinas ejercen gran influencia en sus regiones: la Chaise-Dieu de Auvergne, Saint-Victor en Marsella, Camaldoli fundada por san Romualdo en Toscana.

La reforma de Cluny fue tan grande que influyó en otros monasterios y hasta en la curia romana. El éxito de Cluny se debió sin duda a la vida espiritual que infundió en sus monasterios y a la disciplina y buena organización que impuso; pero también se debió a la eminente personalidad de sus abades y a una circunstancia que vale la pena resaltar: su extraordinaria longevidad, que aseguraba la estabilidad y consolidación de su obra.

Cluny había triunfado y también se había enriquecido. Pero no existe para la Iglesia mayor peligro que el triunfo y el dinero y como no se puede servir a dos señores, en los siguientes siglos en Cluny, el dinero desplazó a la pobreza, el espíritu mundano a la austeridad y, como hombres que eran, la ambición de cargos eclesiásticos acabó con la humildad. Estaban atrapados en el aburguesamiento.

Siguen las conversiones

Dios seguía su obra en el interior de los corazones, gracias a la evangelización. Por eso, hubo también en este siglo conversiones de reyes y pueblos, y se expandió la semilla cristiana. El siglo de hierro del pontificado fue también una época de fecunda cristianización y durante ella se incorporaron a la Iglesia algunas de las naciones que estaban destinadas a ser en los tiempos venideros los más firmes baluartes cristianos en el centro y oriente de Europa.

La princesa rusa Olga recibió el bautismo en 945. Al recibir el bautismo en las aguas del río Dnieper en el año 989, su nieto, el gran duque Wladimiro, extendió la iglesia de Constantinopla hacia el norte y hizo entrar a la Rusia de Kiev en la órbita de los estados europeos.

El duque san Wenceslao, héroe nacional, y el obispo de Praga, san Adalberto, mártires los dos, fueron los principales autores de la conversión de los checos de Bohemia. Haakon fue el primer rey católico de Noruega. San Adalberto fue el apóstol de Polonia y Hungría. En 996 recibió el bautismo el duque de Polonia Miecislao. Una expedición de Normandos que formaba parte del séquito del rey Rollón, se asentó en la parte septentrional de Francia y también se convirtió. Los magiares, que durante mucho tiempo habían sido el azote de la Europa central, fueron decisivamente vencidos por Otón I y obligados a asentarse en la Panonia. Poco después, el duque Geisa recibió el bautismo y en el año 1001 su hijo, san Esteban, era coronado rey. Así nació el reino cristiano de Hungría.

Los eslavos que se integraron en la Iglesia católica y permanecieron unidos a Roma –croatas, eslovenos, polacos...- así como los húngaros, cumplieron a lo largo de los siglos la histórica misión de constituir el firme valladar de la cristiandad occidental frente a las invasiones y peligros que tantas veces la amenazaron desde el oriente.




CONCLUSIÓN


La Iglesia continúa entre luces y sombras. Así es nuestra peregrinación en esta vida, pero el Señor nos prometió la asistencia del Espíritu Santo que nunca nos abandona. Por eso, si bien hubo sombras muy densas, también hubo luces espléndidas. No olvidemos que la Iglesia está compuesta de hombres falibles, débiles y limitados; no olvidemos que el enemigo de la Iglesia sigue activo siempre y tratará por todos los medios posibles de destruir la Iglesia de Cristo. Pero vivimos confiados porque “las puertas del infierno no podrán derribarla”. Estas sombras de nuestra madre Iglesia nos entristecen, pero no nos desalientan; al contrario, nos ponen en guardia para que no hagamos nosotros otro tanto. ¡Embellezcamos a la Iglesia con nuestra vida santa y fervorosa!