Autodominio Cristiano
Autor: Sophia Institute Press
Capítulo 1: Conócete
Existen dos esferas del conocimiento en las que hay que profundizar para lograr
el crecimiento espiritual:
Conocimiento de Dios
Conocimiento de sí
La santidad consiste en la amistad con Dios. El crecimiento del conocimiento de
sí es tan necesario para la vida espiritual como lo es el conocimiento de Dios.
Es a la vez condición y efecto de ese conocimiento. Mientras más conocemos a
Dios, más nos conocemos, y si hemos de conocer a Dios, tiene que haber algún
conocimiento de sí.
El alma ha sido creada a imagen de Dios y no puede acercársele sin percibir qué
distinta es de aquel a cuya imagen fue creada.
Conocer a Dios es conocerse. No conocer a Dios es caminar en tinieblas y
compararnos. Aquellos que se cierran a Dios completamente en sus vidas pueden
vivir en una tonta, sino feliz, ignorancia del fracaso que son sus vidas.
No nos conocemos realmente
El no conocernos es un fracaso en sí pero hay algo más grave: el imaginarnos
distintos de cómo y lo que somos.
¿Cómo es posible que nos ceguemos, con graves consecuencias, a aquello que es
evidente a todos, excepto a nosotros mismos?
Hacemos juicios erróneos de nosotros mismos. Muchos de nosotros hemos sido
confrontados en un defecto y lo hemos negado con indignación en el sincero
convencimiento de que la acusación no es verdadera y es posible que
posteriormente nos demos cuenta de nuestro error y veamos que la crítica era
correcta.
La experiencia nos nuestra que frecuentemente, el otro tiene la razón y que, en
muchos casos, el hombre es el peor juez de sí mismo.
Puede ser que tengamos un profundo conocimiento del temple moral del ser humano
en general y a la vez ser profundamente ignorantes del propio. Vemos con ojos
penetrantes los defectos de otros y esos mismos ojos se nublan cuando se tornan
hacia dentro y examinan el propio ser. Más aún, hemos de recordar que el auto
conocimiento poco tiene que ver con la astucia o la profundidad intelectual; es
más bien un conocimiento primordialmente moral.
En esta era de gran conciencia de sí en la que pasamos mucho tiempo haciendo
cosas para nosotros mismos, es sorprendente encontrarnos con tan poco
conocimiento de sí.
Lo que no conocemos no nos permite acercarnos a Dios
Conocemos bien nuestro defecto dominante en el que hemos luchado a través de los
años con coraje y concientes de la ayuda de Dios. Esas faltas son visibles,
tangibles y las podemos combatir frente a frente.
Lo que no vemos lo impalpable, lo misteriosos, paraliza hasta al más fuerte de
los hombres. El miedo, las dudas, lo que no conozco, luchando con Dios, a quien
deseo servir y de quien deseo asirme con todo el corazón.
Otras veces la sequedad nos hace perder la esperanza.
El alma que despierta a Dios, despierta a la conciencia de su Ignorancia de sí y
a la imposibilidad de lograr un avance significativo sin conocerse.
Es posible imaginar cualquier cosa cuando nos encontramos frente a frente en el
hecho de que somos prácticamente unos desconocidos para nosotros mismo. Nos
alarmamos cuando encontramos una intención, motivación o ambición y no podemos
definir ni clasificar y que parece escondérsenos y eludirnos. Respetamos al
hecho de que hay motivaciones que nos mueven y que no podemos analizar y que
parecen haber ganado terreno y poder en el paso del tiempo aún cuando
recientemente nos hayamos hecho concientes de su existencia.
Es en los momentos de recogimiento u oración que podemos reconocer nuestra
naturaleza espiritual y encontrar la fuente de nuestros más grandes fracasos. A
veces encontramos que, sin saberlo. Nosotros, un enemigo ha penetrado el alma,
ha puesto ahí su tienda y ha usado su poder para lastimar al alma y deshonrar a
Dios.
Estos momentos de introspección nos revelan de manera sorprendente lo poco que
realmente sabemos de nuestra vida interior-cómo hemos crecido y nos hemos
formado inconcientemente en quienes somos.
Nos sorprendemos de quienes somos realmente
En la medida en que avanzamos en la vida espiritual y en la práctica sistemática
del examen de conciencia, muy frecuentemente nos sorprendemos con el
descubrimiento de grandes caminos desconocidos en la vida del alma.
Encontramos cuestas, valles, cultivos, tierra abandonada, inexplorada. A veces,
los ojos del alma se nublan y nos preguntamos si lo que vimos esa realidad o una
fantasía.
La rutina de la vida nos limita y confina y la presión de la realidad de la vida
son contundentes y aplastantes y nos obligan muchas veces a olvidar nuestros
sueños y a cumplir en lo que el mundo nos demanda.
Sin embargo, aquel que ha hechado un vistazo, aunque sea de su riquísima vida
interior, no puede ser el mismo de antes. Ha de ser mejor, peor o tratar de
olvidarlo. He visto que lejos de la existencia rutinaria, existe otra vida y no
sabe dónde. Siente que tiene gran capacidad para al bien o el mal ha despertado,
en trémulo asombro, el descubrimiento de que si vida va más allá de su
conocimiento y es más grandioso de lo que alguna vez soñó.
El pecado y la santidad nos revelan a nosotros mismos
Aquellos vistazos llegan al hombre en el momento más inesperado y en
circunstancias poco predecibles.
Ante un gran pecado o justo después de que ocurra, el espíritu se despierta y
protesta y convence al hombre de que no es únicamente un animal y que tiene
deseos espirituales de gran profundidad. Estos deseos son más reales que lo
sensual y aparecen para enfrentarse al hombre que se encuentra en el camino de
la ruina y le muestran una clara visión de las posibilidades que está dejando
pasar.
Estos destellos de nostalgia espiritual, llevan al hombre a hacer o decir cosas
que parecen irreales a quienes le conocen. Pero no son irreales, son despertares
del alma que quieren llevarla a Dios.
El pecado ha sido una ocasión de levantar la bruma que le impedía ver la altura
de la vida espiritual y el hombre se ha visto sorprendido ante las alturas y
profundidades que jamás imaginó existieran.
El alma es capaz de un eterno crecimiento en amor y odio y se da cuenta de ello.
Las circunstancias cambiantes nos muestran que nos conocemos
A veces, cuando nos damos cuenta de lo poco que nos conocemos, nos damos cuenta
también de que nos entendemos poco, y de lo distinto que somos de la idea que
tenemos de nosotros mismo. Una ocasión maravillosa para percatarnos de lo
anterior es el efecto que tiene en nosotros un cambio fuerte en las
circunstancias de la propia vida.
El sufrimiento o el dolor no realizan estos cambios, los desarrollan o nos los
revelan.
Imaginamos cómo seremos ante un evento o en determinada circunstancia, nuestras
predicciones son frecuentemente erróneas. El efecto que tienen en nosotros es
totalmente distinto al que esperábamos o temíamos.
Cuando nos encontramos en circunstancias diferentes a los habituales, nos
percatamos de que somos muy distintos a los que creemos ser.
Nuevas faltas y fallas salen a la luz; nuevas virtudes para socorrernos; viejas
tentaciones nos asaltan en nuevos terrenos y nos damos cuenta de que el mero
cambio de circunstancias externas nos muestran que somos distintos de lo que
creíamos ser.
Tejemos a la textura de nuestra vida muchas cosas que son realmente externas a
ella y no separamos nuestro pensamiento de nuestra actividad. Caemos en la
rutina y esto produce sus efectos; debemos estar particularmente atentas a caer
en juzgarnos a nosotros mismos y a lo que nos rodea en una sola cosa. Tenemos
que detectar dónde acaba lo externo y dónde empezamos nosotros.
Los cambios influyen en áreas de la personalidad que antes no había hecho
concientes. El resultado es que el hombre no se reconoce; el efecto del cambio
sorprende todos sus pronósticos y propósitos.
De tal manera, un gran cambio en la vida, particularmente de lo que ocurre
alrededor de los 40-45 años, actúan como un agente de descubrimiento de
disposiciones, defectos y hábitos de los que no somos concientes.
El conocimiento parcial nos ciega
El conocimiento parcial que tenemos de nosotros mismos nos impide profundizar en
el mismo.
En casi todos nosotros, existen uno o dos defectos muy marcados y una multitud
de estos no tan bien definidos pero reales.
Muchas veces la mente está obsorta en estos defectos marcados al punto de no
profundizar y analizar lo más sutiles y delicados movimientos del alma.
En ocasiones, mientras la mente contempla y encuentra placer en lo que parece
desarrollo de una virtud bien definida, es inconsciente del trabajo callado y
efectivo de una serie de vicios y pasiones menores que minan los cimientos de la
misma virtud que acapare su atención. Esta virtud puede llegar a perderse y algo
curioso ocurre en el alma. Esa virtud que tanto nos ocupó llega a existir como
posesión muestra la imaginación al punto de soñar que la practicamos.
Si tuviésemos la costumbre de ir sondeando las profundidades de nuestra alma, de
buscar aquellas cosas de nosotros que desconocemos, no ocurriría tal desastre.
El conocimiento parcial que satisface a tanto es en sí mismo un peligro muy
serio. En algunas, la mente puede concentrarse como vimos en virtudes que le
impiden ver el deterioro paulatino en otros campos. En otras cosas, no es una
virtud, sino un pecado que ciega al alma y le impide un conocimiento profundo de
su estado real. Un pecado grave absorbe la mente de tal manera que se torna
incapaz de percibir el trabajo constante de sus potencialidades hacia una
elevación de la vida moral, lo que debía llenarle de esperanza, como presagio de
una victoria que se aproxima. O puede ser que no vea un deterioro paulatino de
la vida interior.
Si siempre fijamos la vista en lo mismo, no percibimos que aunque parezca que
ese pecado es estático, gradualmente provocaré un debilitamiento general que nos
impedirá resistirlo. El conocimiento de ese pecado particular nos cierra los
ojos a un conocimiento profundo.
Hay una apariencia de autoconocimiento que nace del hecho de que la persona cree
que sabe lo miserable que es, pero no hay nada más alejado de la realidad. No es
capaz de saber lo malo que es excepto en este punto particular y no sabe lo
bueno o malo que es en estos campo y si progresa o retrocede en el vida
espiritual.
No podemos realizar es esfuerzo serio de embate al pecado hasta que no
conozcamos realmente nuestras faltas.
El conocimiento de sí es más importante que el análisis de sí
El conocimiento de uno mismo no es necesariamente una consecuencia del análisis
de sí. Podemos tener una gran capacidad de auto análisis y gran pericia en la
dirección de nosotros mismos y no tener un conocimiento de si proporcional de
dicha capacidad o pericia.
La personalidad combina, matiza y armoniza las diversas partes de sí poniendo en
relación a todos sus elementos.
La imagen que podemos formarnos de una persona es muy diversa a su realidad. Ese
juicio previo tenía elementos verdaderos y falsos, era inarmónico y prejuiciado.
Era una caricatura, después de conversar algún tiempo con esa persona nos damos
cuenta que muchos elementos componen su personalidad y no alguno o algunos de
estos elementos.
Así el conocimiento de sí mismo es mucho más profundo y complejo que auto
análisis; sin duda alguna, podemos tener un autoconocimiento muy profundo con
poco auto análisis. Aquí hay que considerar una cosa muy sutil, el ser, que
elude todo análisis.
Puedo conocer muchas cosas sobre mi mismo, puedo ser muy introspectivo y
examinar detalladamente mi alma. A pesar de esto puedo también no ver el ser
profundo que pone en marcha la maquinaria que he visto trabajando y que matiza o
unifica los fragmentos de autoconocimiento que he logrado reunir.
Este tipo de autoconocimiento, así como el conocimiento que adquirimos a través
del contacto con otras personas, es más moral que intelectual.
Gran parte del auto examen se convierte en una conquista o carrera intelectual y
no produce los resultados que se esperaría dado el trabajo y entusiasmo
invertido en el mismo.
¿Cómo entonces llegar a la profundidad del ser?
Aprende a examinarte a la luz de Cristo.
Pocas son las personas que no se han sorprendido alguna vez por el poder de la
revelación de su propio ser que llega a través de otros.
Frente algunos (nota de Alisos: Como Juan Pablo II a los Santos) entramos
momentáneamente a la presencia de alguien cuya vida es una elocuente
confrontación del tonote la propia vida; así mientras permanezco en la luz de
esa presencia, siento a la vez lo que debo ser, lo puedo ser y lo que no he
sido.
Al ver lo que podrá haber sido, veo lo que soy mientras más perfecta sea la vida
que cruce mi camino, más clara y penetrante la luz que nunca mi alma. Toda la
luz que otras vidas han derramado sobre nosotros palidece como tímidos destellos
frente a aquella que emana de la presencia de Jesucristo… y la vida era la luz
de los hombres (Jn. 1,4)… y en tu luz vemos la luz (Salmo 36,10) en toda su
plenitud.
Nuestro auto examen degenera en un poco verdadera forma de auto análisis por que
se realiza en las tinieblas. Podrá ser realizado en presencia de aquel que calma
nuestros más nobles y perfectamente olvidados, ideales.
El auto examen no es algo abstracto; ha de ser la comparación de nosotros mismos
en la más perfecta y motivante norma.
(Si analizo únicamente) conozco un hecho y puedo no mejorar e inclusive tornarme
indiferente a lo que reconozco con rutina. Lo otro (compararme con Jesucristo)
es una experiencia espiritual que forzosamente y en virtud de ese conocimiento,
mejora o empeora el alma.
(Ej. Qué distinto es saber que hoy me irrité 6 veces y ayer 5 y compararme a
Jesucristo cuando fue golpeado por el sirviente del sumo sacerdote o cuando
querían engañarle los fariseos o saduceos) El conocimiento obtenido en el primer
caso es puramente intelectual; en el segundo caso, es una experiencia
individual. Con la presencia de la paz imperturbable de Cristo, de su amor
incansable, nos vemos y nos auto condenamos.
Si hemos de adquirir un verdadero autoconocimiento, nuestros exámenes de
conciencia han de ser realizados en presencia de Jesucristo, con un conocimiento
cada vez más profundo de su vida. Con exámenes, por pobre y miserable que sea la
vida que revelan, no serán desesperantes ni nos estimulantes, con su gloriosa
presencia no pueden quedar vestigios de soberbia menos aún de desesperanza. La
revelación aumenta la esperanza u estimula a la acción.
Prueba tu autoconocimiento
El gran método para adquirir conocimiento de la naturaleza es la
experimentación.
Estamos en esta vida para se examinados. La respuesta que Dios escucha no es de
los labios, sino la de la acción.
Este es el verdadero significado de la tentación. Cada tentación es una pregunta
hecha al alma ¿Qué clase de criatura eres? ¿Amas a Dios o sigues tus pasiones?
Cuando Dios permite la tentación como un medio por el cual nos manifestamos a su
favor o en su contra, lo mejor que podemos hacer es hacer una experiencia para
ganar en autoconocimiento.
Examínate en la acción
Ponte a prueba a lo largo del día para examinarte y observa las respuestas que
te dan los hechos. Proponte, por ejemplo por la mañana mortificar la lengua X
número de veces en el día. Creo que los resultados de unos cuantos días de
esfuerzo para cumplir ese propósito te sorprenderán cuanto fallas y que débil
eres con tu lengua.
No hay nada más fácil que imaginamos en situaciones ideales; no hay más
despertar más brusco que los resultados que arroja el experimento. Un día de
experimento en algunas regiones no explanadas de la vida espiritual resulta en
un brusco pero sano despertar de los sueños erróneos que tenemos acerca de
nosotros mismos.
Las respuestas que dicho experimentos arrojan nos convencen de la verdad y muy
frecuentemente son como huecos en las nubes que no nos permiten ver y así somos
capaces de adquirir aproximado real de nuestra fortaleza y debilidad a la luz de
estas experiencias, el examen es más serio y real; encontramos después de
algunos meses que hemos cambiado poco a poco y que la mejor forma de describir
el cambio es afinando que el auto examen ha dejado de ser el estudio de detalles
para convertirse en el conocimiento de una persona. Los detalles de una vida han
de ser, sin lugar a dudas, examinados, pero no como datos aislados: hemos de
verlos como emanando de una persona viva. Los hechos examinados a la luz de la
vida personal cambiar todo su sentido.
(Hay que ver los efectos de las cosas; más aún hay que ver los efectos a la luz
de su causa)
La superficie de nuestras vidas de alguna manera se resquebraja y vemos el pulso
de aquella misteriosa fuente de acción: el ser.