LOS PAPAS DEL COMPLEJO CALIXTIANO Y ALGUNOS PADRES Y ESCRITORES CONTEMPORÁNEOS


Giovanni Del Col, director de las Catacumbas de San Calixto

Este bosquejo quiere hacer revivir la historia de la Iglesia primitiva a través del nombre y obra de sus protagonistas, algunos Papas del complejo calixtiano y algunos Padres y escritores contemporáneos.
   5 papas mártires (Ponciano, Fabián, Cornelio, Sixto II, Eusebio);
   11 papas santos (Ceferino, Antero, Lucio I, Esteban I, Dionisio, Félix, Eutiquiano, Cayo, Milcíades, Marcos y Dámaso);
   un número considerable de obispos, diáconos y fieles mártires, que han sido testigos de la fe, con el luminoso ejemplo de su sacrificio y de su vida.

Las criptas de los papas, de San Cayo, de San Eusebio, de San Cornelio en las catacumbas de San Calixto narran páginas gloriosas de la Iglesia de Roma. Lo refiere en el siglo IV el papa poeta San Dámaso en los cincuenta poemas que ilustran el testimonio de algunos papas mártires y de otros ilustres mártires. Estas inscripciones, que nos impresionan por la belleza de sus caracteres filocalianos clásicos, por la sonoridad de los versos latinos, por la concisión de la expresión, celebran a los mártires de la Iglesia de Roma.

El poema del papa Dámaso, colocado ante la tumba de Sixto II, en la cripta de los papas, recuerda precisamente a los papas que «han custodiado el altar de Cristo», es decir, la fe de la comunidad cristiana, papas latinos y griegos, juntamente con la multitud de fieles ancianos, jóvenes y niños, que «han preferido conservar su pureza virginal» antes que traicionar su fe.
Leemos con conmoción en las paredes los nombres de los papas Ponciano, Antero, Fabián, Lucio, Eutiquiano, mientras recordamos también al papa Sixto II que fue sepultado aquí. Las inscripciones despedazadas e incompletas, junto al nombre del pontífice, llevan el título de ep? (epíscopos) que los cualifica como jefes, como pastores de la Iglesia de Roma.
Son simples nombres, pero evocan la historia de la Iglesia de Roma en el tercer siglo, una historia de fe, de sufrimientos, de martirio.

Revive ante nosotros primeramente la figura del papa mártir San Ponciano (21 de julio del 230 - 28 de setiembre del 235): cinco años de pontificado, de fuerte acción pastoral, de contrastes, de lucha contra la herejía. El papa Ponciano evoca, por contraste, la figura de su irreductible opositor Hipólito (217-235), sacerdote romano, antipapa. Personalidad descollante en la Roma cristiana del tercer siglo, teólogo del clero de Roma, fue, sin embargo, una figura controvertida por sus actitudes de intransigencia y de contraste hacia la autoridad del pontífice. Había estado ya en conflicto con el papa San Calixto (217-220) por su rigorismo hacia los adúlteros, a quienes rehusaba la reconciliación y el perdón, que, en cambio, eran concedidos por aquel.

A las divergencias doctrinales se añadieron motivos personales de oposición, de envidia solapada, porque Calixto había sido preferido a él como sucesor del papa Ceferino. Son incontables las acusaciones, las calumnias y las interpretaciones despectivas de la persona y labor del papa. Hipólito llegó incluso a la ruptura total: se hizo consagrar obispo y fundó una Iglesia propia, arrastrando al cisma parte del clero y pueblo de Roma.

El cisma, que duró dos décadas, continuó durante el pontificado de Ponciano, el cual, sin embargo, logró con su magnanimidad reconducir a Hipólito y su grupo a la unidad de la Iglesia. Ponciano, desterrado en el 235 a Cerdeña y condenado a los trabajos forzados, poco después de su llegada a la isla, hizo dimisión del cargo. Es el primer caso en la historia de los papas. Lo hizo no solo para no crear dificultades a la Iglesia de Roma durante su ausencia, sino sobre todo para facilitar el retorno a la Iglesia de Hipólito, que con él había sido condenado al destierro y ad metalla, es decir, al trabajo en las minas. Tuvo, en efecto, la alegría de recibir su reconciliación y la gracia de compartir con él la palma del martirio.

Al papa Ponciano le sucedió el papa San Antero (21 de noviembre del 235 - 3 de enero del 236), de origen griego, que transcurrió en la cárcel los 43 días de su pontificado.

Le siguió el papa San Fabián (10 de enero del 236 - 20 de enero del 250), romano de nacimiento, que murió mártir en el 250, durante la persecución de Decio. Cipriano habla de él con gran aprecio (Ep. 30, 5: Post excessum nobilissimae memoriae viri Fabiani, después de la muerte de Fabián, hombre de nobilísima memoria). Fue venerado en Oriente como gran taumaturgo. Orígenes le dedica un tratado en que se defiende de la acusación de herejía (Euseb., Storia Ecclesiastica, 6.36.4).

Su pontificado coincidió, salvo al comienzo y al fin, con un período excepcional de paz, prosperidad y crecimiento de la Iglesia. Fue administrador enérgico y clarividente. Del Catálogo Liberiano (una colección de biografías de papas) sabemos que él hizo ejecutar muchos trabajos en las catacumbas, ordenando la ampliación de San Calixto. Su sucesor Cornelio, escribiendo al obispo Fabio de Antioquía, recuerda su reorganización del clero inferior. Fabián dividió la ciudad en 7 circunscripciones eclesiásticas, con sus propios tituli (las parroquias), su propio clero y sus propias catacumbas. Había entonces en Roma 7 diáconos, asistidos cada uno por 1 subdiácono y 6 acólitos. Había además 46 sacerdotes y 52 entre lectores y exorcistas (Euseb., Storia Ecclesiastica, 6.43.11).

De su escuela salieron eminentes pontífices como Cornelio, Lucio, Esteban y, probablemente, Sixto II y Dionisio. Fabián sostuvo intrépido el proceso en presencia del mismo emperador Decio, que dio de él este juicio: «Prefiero tener un rival en el imperio que un obispo en Roma». Su martirio fue comunicado en seguida a las otras comunidades (Cipriano, 55, 9).

A la muerte de Fabián siguieron 14 meses de sede vacante, porque el clero, a causa de la violenta persecución de Decio, deliberadamente pospuso la elección del sucesor y porque muchos de sus miembros, incluyendo al sacerdote Moses, probable sucesor del papa, estaban en prisión.

El principal interlocutor del clero de Roma durante el interregno fue un eclesiástico por nombre Novaciano (nacido alrededor del año 200). No bien se aflojó el acoso de la persecución, fue posible elegir al nuevo papa. Moses había fallecido, y la elección que hizo la inmensa mayoría recayó sobre Cornelio (marzo del 251- junio del 253), romano, descrito por San Cipriano de Cartago como hombre sin ambiciones y que había pasado a través de todos los grados del servicio eclesiástico. Fue elegido -siempre según el testimonio de Cipriano-, «no por su capacidad de iniciativa, sino por su humildad, prudencia y bondad».

Novaciano, que pensaba ser preferido, cuestionó animosamente la elección de su rival; se hizo consagrar obispo y con un grupito de seguidores inició un verdadero cisma.

Motivo principal del contraste entre el legítimo pontífice Cornelio y el antipapa Novaciano fue la opuesta actitud hacia los lapsi, es decir, los cristianos que, por miedo a las persecuciones, habían renunciado a la propia fe y que, pasadas las persecuciones, pedían ser readmitidos en la comunión de la Iglesia.

Novaciano era totalmente contrario, mientras que Cornelio era favorable. Probablemente esta actitud realista y comprensiva de Cornelio había favorecido su elección al pontificado. Novaciano trabajó con energía y habilidad para hacerse reconocer obispo por las principales Iglesias cristianas, mientras en Roma el grupo rigorista de clero y fieles, capitaneados por él, juzgando al papa demasiado indulgente, le rehusaba la obediencia.

En favor del papa intervinieron Cipriano de Cartago y Dionisio de Alejandría. Cipriano en particular ayudó al papa a vencer la oposición rigorista. El papa pudo así convocar, en el otoño del año 251, un sínodo de 60 obispos y clero, en el que Novaciano y sus seguidores fueron excomulgados.

Dionisio le había escrito a Novaciano solicitándole, pero en vano, que hiciera las paces con el pontífice.

Cornelio es recordado también por las cartas escritas a las otras Iglesias sobre el problema del cisma. En una carta conservada por Eusebio, escritor eclesiástico de Cesarea, Cornelio nos proporciona una estadística detallada, de gran valor histórico, sobre el clero de los varios grados de la Iglesia de Roma de ese tiempo.

Cuando en junio del 252, bajo el emperador Treboniano Gallo, se reanudó la persecución, Cornelio fue arrestado y exiliado a Centumcellae, la actual Civitavecchia, donde recibió una carta de felicitaciones por parte de Cipriano y donde murió en junio del año siguiente. Su cuerpo fue luego trasladado a Roma y sepultado en las criptas de Lucina en las catacumbas de San Calixto. La inscripción sobre su tumba es el primer epitafio papal que nos fue transmitido.

El antipapa Novaciano estaba dotado de aguda inteligencia y había recibido una formación literaria y filosófica de primer orden. Cuando por primera vez aparece en Roma, era un eminente miembro del clero romano, autor de un notable tratado sobre la Trinidad, que le valió el título de fundador de la teología romana.

Pero su contemporáneo el papa Cornelio lo describe como un hombre desprovisto de cualidades personales atractivas, que se había hecho consagrar obispo contra la resuelta oposición del clero y del laicado, pero estas son quizás tan solo habladurías. Su predecesor Sixto II lo había juzgado apto para la ordenación sacerdotal, y el colegio de los sacerdotes de Roma lo había aceptado como su portavoz durante los catorce meses de sede vadante, después de la muerte de Fabián.

Novaciano entró en crisis al ser elegido Cornelio. Desilusionado por no haber sido elegido él y en contraste con el papa por la cuestión de los lapsi se hizo promotor de un cisma que se extendió hasta España, Armenia y Mesopotamia, y que continuó, en comunidades aisladas, más allá del siglo quinto.

Novaciano fue escritor prolífico y es mencionado también por San Jerónimo, quien cita cuatro de sus obras. El historiador Sócrates refiere que Novaciano murió mártir en el 258 durante la persecución de Valeriano (253-260).

A Cornelio le sucedió San Lucio I (25 de junio del 253 - 5 de marzo del 254), romano. San Cipriano atestigua que fue papa tan solo durante ocho meses (junio del 253 - julio del 254), que fue desterrado por el emperador Valeriano, pero que en agosto del mismo año 253 pudo volver a Roma. Cipriano afirma que en la cuestión de los lapsi Lucio siguió una conducta moderada.

Esteban I (254-257), romano, le sucedió a Lucio I después de dos meses de sede vacante. Afirmó insistentemente el primado del papa, sobre todo en los contrastes con Cipriano, el influyente obispo de Cartago, por problemas relacionados con la disciplina eclesiástica o cuestiones teológicas, como aquella sobre la validez del bautismo administrado por los herejes. Esteban, que representaba la tradición de Roma, Alejandría y Palestina, consideraba válido tal bautismo, siendo en esto cuestionado por el obispo Cipriano, quien había convocado dos sínodos para afirmar la invalidez del bautismo de los herejes.

En esa ocasión el papa rehusó incluso recibir a los enviados de Cipriano. Volver a bautizar iba en contra de la tradición y no se podía tolerar. El peligro de ruptura de la comunión de la Iglesia era grande, hasta el punto de que Dionisio de Alejandría, a pesar de sostener la posición del papa, sintió la necesidad de escribirle suplicándolo adoptar una línea menos intransigente.
La situación amenazaba con volverse desesperada y fue salvada tan solo por la muerte del papa Esteban el 2 de agosto del 257 y de Cipriano, que murió mártir el año siguiente.

Estos incidentes echan luz sobre la posición preeminente de la Iglesia de Roma a mediados del siglo tercero, para dirimir las cuestiones doctrinales y disciplinarias. Esteban sobresale como un prelado autoritario e intransigente, plenamente consciente de su autoridad y especial prerrogativa. Fue el primer papa, por lo que conocemos, que encontró una base formal para el primado romano en la misión confiada por Cristo al apóstol Pedro, como consta en el Evangelio de San Mateo: «Yo te digo: tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas de los infiernos no prevalecerán contra ella...»

Esteban I fue sepultado en la cripta de los papas en las catacumbas de San Calixto.

Sixto II (agosto del 257 - 6 de agosto del 258), de origen griego, es el papa más famoso sepultado en San Calixto. De él hablan Eusebio en su Historia Eclesiástica y Cipriano de Cartago. El papa Dámaso le dedicó un poema, donde recordaba tempore quo gladius secuit pia viscera matris, el tiempo en que la espada (del perseguidor) traspasó las piadosas entrañas de la madre (Iglesia). Los soldados del cruel tirano sorprendieron al papa mientras anunciaba a los fieles las divinas escrituras y el pontífice, para salvar a su pueblo que lo quería defender, ofreció la cabeza a la espada del verdugo.

El cruel tirano es el emperador Valeriano, el cual había emanado dos decretos con los cuales prohibía a los cristianos entrar en las catacumbas y celebrar ahí funciones religiosas. Con el segundo decreto establecía que los obispos, sacerdotes y diáconos fueran decapitados en el lugar, consiguientemente sin un proceso formal.

Los soldados apresaron entonces al papa con los cuatro diáconos que estaban a su lado, y los decapitaron en el mismo día. Cipriano comunicó el hecho al obispo africano Suceso: «Sixto fue ejecutado el octavo día antes de los idus de agosto y con él cuatro diáconos» (Ep. 80); por lo tanto, capite truncatus est sub die VIII Idus Augustas, fue decapitado el 6 de agosto (del 258)».

Fue sepultado, según la Depositio Martyrum, el Liber Pontificalis y el De locis sanctis martyrum, en el mismo cementerio de San Calixto en la cripta de los papas.

Nada sabemos con precisión de los dos papas siguientes: Eutiquiano (275-283) de Luni (Liguria), último papa sepultado en la cripta de los papas, y Cayo (17 de diciembre del 283 - 22 de abril del 296), de quienes se conservan todavía las inscripciones. Su pontificado se desarrolló durante el período de paz que precedió a la persecución de Diocleciano.

Al papa Cayo le sucedió Marcelino (30 de junio del 296 - 25 de octubre del 304), que murió durante la persecución de Diocleciano, pero no como mártir. Tan solo sabemos que fue sepultado en el cementerio de Priscila. Pero su nombre es recordado en la famosa inscripción del diácono Severo, que se encuentra en el cementerio de Calixto.

En hexámetros latinos Severo nos informa haber construido un cubículo con arcosolios «como tranquila morada en la paz para sí y sus seres queridos». Había sido «autorizado por su papa Marcelino». El término «papa», como sinónimo del obispo de Roma, aparece por primera vez en esta inscripción, con la sigla abreviada «PP», usada todavía por los papas en sus firmas.

El último papa sepultado en las catacumbas de San Calixto, en una cripta que lleva su nombre, fue Eusebio (18 de abril - 21 de octubre del 310). Había sido elegido durante la persecución de Diocleciano. Fue el papa más amado y venerado por los cristianos de su tiempo por la gran bondad y misericordia demostradas en los pocos meses de su pontificado.

Afrontó valientemente y con decisión la espinosa cuestión de los lapsi (los caídos), es decir, de aquellos cristianos que, en tiempos de las persecuciones, por miedo de perder sus bienes, de arrostrar el destierro, los tormentos o la muerte, habían renegado de la fe cristiana. Algunos de ellos eran llamados los libeláticos, por el libellum, es decir, por la certificación, a menudo obtenida por amistad o por dinero, de que habían sacrificado a los dioses. Pasada la tempestad de la persecución, arrepentidos de su apostasía, pedían ser readmitidos en la Iglesia.

Una parte del clero de Roma, capitaneada por Heraclio, influyente dignatario de la Iglesia, era absolutamente contraria, mientras que el papa Eusebio se había declarado abiertamente favorable al perdón. La disputa desembocó inclusive en una lucha abierta, hasta el punto de que el emperador Majencio echó al destierro a los exponentes de los bandos opuestos. Lo atestigua el papa Dámaso en la inscripción que puso delante de la tumba del papa Eusebio. Heraclius -escribe- vetuit lapsos peccata dolere. Eusebius miseros docuit sua crimina flere, Heraclio prohibió a los lapsos dolerse de sus pecados, es decir, confesarlos, mientras que Eusebio sostuvo que esos infelices llorasen sus culpas.

El papa Eusebio, desterrado a Sicilia, murió ahí algún mes después, a consecuencia de las penalidades sufridas. En seguida fue considerado mártir por la Iglesia de Roma. Su cuerpo fue trasladado a la capital y sepultado en las catacumbas de San Calixto. La cripta, que de él toma el nombre, adornada con mármoles y enriquecida por la inscripción del papa Dámaso, fue una de las más visitadas por los peregrinos del tiempo.

Las catacumbas son justamente llamadas los archivos de la Iglesia, porque constituyen el testimonio histórico, preciso y bien documentado también por la Padres de la Iglesia, del martirio de la Iglesia de los orígenes, como asimismo de la profesión humilde y fiel de la fe cristiana de innumerables cristianos, que dieron testimonio de ella en las repetidas tormentas de las persecuciones y en los períodos de paz, abiertamente, en la familia, en la sociedad, en el trabajo, en toda circunstancia de su vida.

Hemos recordado algunos papas sepultados en las catacumbas de San Calixto y trazado a grandes rasgos la historia de su pontificado según el testimonio de Padres y escritores de la Iglesia. Ahí se manifiesta una Iglesia guiada con autoridad por papas mártires y santos, iluminada por su vida santa y fecundada a menudo por su sangre. Verdaderamente, en expresión del papa Dámaso, ellos «han custodiado el altar de Cristo», al custodiar la Iglesia naciente de Roma.