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METODOLOGÍA FRANCISCANA

DE FORMACIÓN

 

¿Qué es Formación?

 

Dios dotó la naturaleza humana admirable que creara imagen y semejanza suya- de las aptitudes necesarias para su crecimiento y realización tras el modelo que le puso en sí mismo: "sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mt 5,48). Así, además de toda la estructura fisico-biológica la dotó de una conciencia caracterizada por su entendimiento y voluntad libres, esto es con libre albedrío. La conciencia del hombre es su santuario más íntimo, en que él se encuentra consigo mismo, resuelve sus metas, su futuro, su suerte, su relación al mundo en que está inmerso y en el que a su vez se lleva a efecto su comunicación con Dios. La conciencia es la facultad por la que el hombre se reconoce como distinto a los demás y discierne respecto al mundo exterior, pudiendo emitir juicios y valoraciones sobre la bondad o maldad, verdad o aberración, rectitud o desvarío de sus acciones, como de las ajenas.

 

No obstante, la conciencia de la persona ha de ser formada y educada. Son muchos los que obran mal o caen en las redes de los perversos por ignorar que ellos tenían la razón obrando o pensando como lo hacían; como los que se acomplejan y abandonan a la presión del grupo, por no seguir apareciendo como disidentes. El inteligente y el sabio tiene mucha más posibilidades de perfección, crecimiento y realización humana, que el que carece de formación de su conciencia. Podría decirse que el engrandecimiento del ser humano según Dios pasa por el desarrollo de su entendimiento y sabiduría de conciencia. Buscar la verdad, formarse, discernir lúcida y honestamente es responsabilidad de cada individuo. La ignorancia culpable por indolencia, como el autoengaño son formas de suicidio moral de nefastas consecuencias, no solo en cuanto atañe a la vida cultural o espiritual, sino también en cuanto a la existencia física, psicológica y social. También habremos de dar cuenta a Dios por nuestro mal criterio si no nos preocupamos de cultivarlo.

 

"El empeño por la formación es una afirmación de la subjetividad e individualidad personal de cada uno y del desarrollo progresivo de todas las facultades y capacidades de la persona. Si bien la persona lleva en sí y es capaz de proponerse sus propios fines, siendo por ello en sí misma un absoluto; lo es de manera relativa: un absoluto relativo . Por cuanto por naturaleza está proyectada hacia otra persona más allá de sí misma: persona en el mundo de las personas , sin jamás poder consumarse sola; en último término: persona proyectada hacia la persona absoluta, Dios . "A la luz de la fe, la formación tiene como objetivo desarrollar la vida de hijos de Dios, la nueva criatura que somos en Cristo, desarrollando la vocación, los dones y carismas que cada uno ha recibido del Señor" (Cf J.Zudaire, Esp.Se.Fcna. p 92). Esto realiza la OFS introduciendo a sus formandos en la doctrina de vida seglar franciscana y en la tradición viva de su experiencia espiritual específica.

 

 

La Metodología en la Formación

 

El método a emplear responde a la pregunta ¿cómo formar?, ¿cómo ejercer la labor de formar?. El término metodología deriva de la raíz griega Meta : camino; y de Odos : atajo, alternativa. Significa entonces camino de alternativa , atajo por dónde arribar al objetivo, al ideal o a la meta de la formación. Existe una variedad de métodos, entre los que se debe encontrar el más adecuado cual logística a emplear en las circunstancias dadas. El método siempre ha de estar en línea con el concepto que se tiene de la vida y de la formación. Se debe entender la metodología como un instrumento lícito, beneficioso y bueno; pero sólo instrumento, siempre relativo, circunstancial y auxiliar. Hay que tener en cuenta que el fin bueno se debe procurar por medios buenos, que nunca un fin bueno justifica medios o métodos incorrectos o ambiguos.

 

La metodología se refiere al: clima de la formación, al rol de sus agentes, a la planificación, a las actividades, experiencias, vivencias, al sistema de fichas temáticas, a las etapas, a la evaluación. Atiende a todo ello en forma científica o sistemática la Metodología catequística, la pedagogía o la técnica didáctica. Estas se proponen dotar al formador de destrezas y modalidades de actuación que permitan desempeñar concretamente su labor y preparar eficazmente cada encuentro formativo. Ellas son valiosa ayuda para la tarea tanto de formar como de gobernar el grupo de formandos. Para la adopción acertada de actividades influyentes y educativas que actúen sobre sus voluntades infundiéndoles una disciplina de principios o convicciones personales y unos hábitos de conducta correctos.

 

 

 

Método Evangélico de Formación

 

La actitud de nuestro Señor Jesucristo y de san Francisco respecto al camino de la persona fue la del perfecto pedagogo, siempre atento al crecimiento y bienestar superior de la subjetividad e individualidad de cada una. Todo esfuerzo metodológico que nosotros hagamos ha de estar esencialmente al servicio del fin u objetivo de la formación que entregamos. El método correcto será aquel que mejor responda a la pregunta: ¿cómo formó el Señor?. Esto es a la pedagogía divina; que sea más auténticamente evangélico y esté más claramente en línea con nuestro concepto cristiano y franciscano de la vida y de la formación. Queremos adoptar el método que usó el Señor y san Francisco. Jesucristo es para nosotros el sentido de la vida y nuestra norma: "Quién sigue a Cristo hombre perfecto se hace a sí mismo cada vez más hombre" (LG 31. GS 93). Queremos formar según la enseñanza del Maestro divino y su santo Evangelio, esto es según el concepto y antropología cristiana del hombre; que es precisamente la médula del franciscanismo.

 

En su camino espiritual Francisco encontró en el Evangelio tanto la persona concreta de nuestro señor Jesucristo, como su sabiduría o doctrinas, proponiéndose seguir sus pasos como sus enseñanzas. En la mente de Francisco están los misterios de Cristo, especialmente los que representan su pobreza y humildad, como el de Navidad, Eucaristía, la pasión y la muerte, y las verdades que él enunció. Es así que Francisco por su parte hizo representar la encarnación de Cristo en forma de pesebre vivo para conmover el corazón de los hermanos; quiso que el hábito tuviese forma de Cruz, adoptó la Tau como signo distintivo de la orden en recuerdo de la cruz de Cristo etc. Y también elaboró bajo la inspiración de lo alto las doctrinas del Señor, en lo que él consideró "la médula del Evangelio" (EP 76): en la Regla, en los Avisos Espirituales, etc.; que él definiera como un puñado de "migajas del Evangelio amasadas en una hostia" (2C 209), con que diligentemente se siente impelido a saciar el hambre de sus numerosos hermanos e hijos.

 

 

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Elementos de metodología de formación franciscana

 

I.- La benevolencia, la actitud de servicio, la consideración, la tolerancia, la magnanimidad, la humildad y el retraimiento frente a la autodeterminación ajena es, por la común e igual 'relación' al único Dios y Señor, característica general del evangelio, del cristianismo, de toda la Iglesia y comunidades de ésta; lo más importante después del amor a Dios. Y es, por lo mismo, el primer elemento cardinal o básico del modo franciscano de la formación. De la metodología franciscana de formación.

 

San Francisco encontró en el amor el camino para acceder hasta lo más hondo de la intimidad de cada uno de los hermanos; y esto porque el amor a la vez entiende o conoce y se interesa . Así, cuando leía los secretos del alma se le consideraba poseedor del don de leer los corazones (2C 27.34); en lo que sin duda había mucho de interés amoroso y fraterno por seguir la vida de cada uno de sus hermanos.

 

 

a) Entendimiento y Amor

En realidad en Dios se da identidad de conocimiento y de amor. En El, amor es empatía plena y cabal a la vez en conocimiento y afección. El conoce y ama perfectamente con toda exuberancia y fertilidad, y este conocimiento y amor divino se desdobla en nuevas criaturas suyas. Así como es omnipotente en el amor, lo es además desde la eternidad en la omnisciencia . El sumo amor o donación en el seno de la Trinidad, es a la vez el sumo entendimiento o conocimiento que se poseen recíprocamente las personas al infinito por siempre. El sumo conocimiento tiene en sí mismo un carácter esencialmente relacional; simultáneamente es sumo amor. Y se expande hacia toda existencia, hacia todo cuanto existe. A la omnisciencia o soberanía del entendimiento divino corresponde la infinita perfección de su bondad y omnipotencia. En la Trinidad el conocimiento mutuo consuma su relación, su empatía y amor, al punto de hacer de toda ella una misma cosa, un mismo ser, sin dejar de ser tres personas distintas. El espíritu humano precisamente manifiesta consumado y lleva a consumación en el mundo y entre las criaturas, este esplendor del entendimiento y bondad divinos, reflejándole externamente a su ser.

 

b) Benevolencia y Astucia o Falsedad

Cuando un formador o responsable de la fraternidad está más inspirado por la concupiscencia de los ojos, la soberbia de su ego y el apetito de dominar que por la benevolencia, magnanimidad y consideración hacia el formando, por este sólo hecho, causa en aquel la antipatía de verse perseguido por un tutelaje irritante, explorado e instrumentalizado como un vulgar objeto de análisis y utilidad de otro; que a costa suya hace el rol del entendido, del cualificado y del eficiente. Le hace sentirse acosado y humillado como bajo un poder y una inquisición hostigosa y avasalladora. Francisco en cambio amonesta y manda como pidiendo perdón por la propia pequeñez e ineptitud. Refleja en todo momento la profunda penetración de su empatía y amor con los hermanos, que se funda no en motivos humanos, sino en el hecho de estar asumiendo juntos el Verbo del Padre y dirigiéndose a él en comunidad de fe y de amor. Valora y aprecia entrañablemente esta comunión evangélica haciéndose hermano de manera real y auténtica, en la igualdad y el compartir que rompe todos las jerarquías.

 

De vez en cuando sucede que nos desmemoriamos y olvidamos nuestro itinerario del alma. Entonces, nuestra pedagogía con los que se acercan a nuestras instituciones no tiene nada que ver con nuestra experiencia espiritual franciscana. Adoptamos una pedagogía postiza y artificial. Se prefiere instaurar un estilo juridicista, de lo mandado, del primado de la logística o gestión grupal, de la precisión de cumplir y someterse, de la inflexibilidad y el autoritarismo de las distintas funciones. Prevalece el gusto del gestionar nuestras cosas por la mera gestión , y olvidamos el Evangelio y la actitud benévola y magnánima del Señor y de san Francisco. Francisco manifiesta una pedagogía fiel a su conversión, a una vida de amor en Dios y para Dios, y en realidad el gran valor de su pedagogía no es otro que este.

 

 

Forma inherente del evangelizar es la de la persuasión interior, de la educación del criterio, de la conversación ordinaria, y nunca la de una coacción o avasallamiento de la persona; por lo que se ha de presentar solo como una sugerencia, como una objeción o un llamado de atención dirigido a la conciencia del interlocutor. Consecuentemente también el método franciscano de formación es el de la persuasión y nunca el del juridicismo impositivo y amedrentador.

 

 

a) Consideración y Retraimiento

Francisco tiene el sentido de que el otro tiene la última palabra de cara a Dios, en su elección de qué habrá de hacer o cómo habrá de comportarse; por ello evita toda actitud de dueño y Señor de su vida. Convenciéndose que no es él quién ha de decidir en la conciencia de aquellos, y que más bien ha de dejar que Dios sea Dios en sus voluntades y sobre sus existencias. Siendo todavía ministro de toda la fraternidad y fundador escribe a un superior contrariado por el camino equivocado que tomaban numerosos hermanos:

"ama a los que esto te hacen no en otra forma que como te son dados; y no pretendas que sean mejores cristianos" (CtaM).

 

Esta es su pedagogía evangélica, que no deja de mantenerse en y postular la perfección, pero con no menor consideración por el tú real del otro, optando por la neutralidad ante la autodeterminación de aquel. También en su actuación ante los musulmanes: les predica en cuanto le es dado y a costa de grandes riesgos y tormento, pero al convencerse que su predicación no tiene ningún eco en conversión de nadie entre estos, regresa a Italia y se dedica a predicar allí con gran resultado por todas sus villas y caseríos. Cuando cundió luego en la orden la relajación y comprobó que enfrentando esta habría de romper con el talante humilde y transformarse en una suerte de tirano, prefirió renunciar a ser Ministro. Para explicar más tarde:

 

"Mientras tuve el gobierno de los hermanos y ellos permanecieron fieles a la vocación y profesión, se convencían con mi ejemplo y exhortaciones. Pero cuando vi que ni con mis consejos y modo de vivir podía apartarlos de su camino, entonces puse la orden en manos del Señor y de los ministros. Si no puedo ejercer, tampoco quiero convertirme en un verdugo que castigue y flagele, como hacen los poderosos de este mundo" (Flor 24). "Preguntado después por un hermano: '¿porqué no intervenía en contra de los ministros provinciales que habían abusado tanto tiempo de su libertad?'. El padre, lamentándose dio esta terrible respuesta: ¡vivan a su gusto, que al fin es menor daño la pérdida de unos pocos que la de muchos!" (2C 188).

 

Francisco realiza una perfecta síntesis entre autoridad propia y libertad del discípulo y así enseña a fray León:

"Compórtate con la bendición de Dios y mi obediencia, como mejor te parezca que agradas al Señor Dios y sigues sus huellas y pobreza" (CtaL).

Esta gran libertad de iniciativa particular para el bien que postula Francisco es el fundamento de lo que vamos diciendo acerca de la centralidad del método de la persuasión más allá de cualquier imposición. San Buenaventura dice: "Los superiores exhorten antes de mandar" (Ex.sup.Re 10,2); y agrega San Bernardino de Sena: "Los hijos deben ser atraídos más por la persuasión que doblegados por la vara" (Op.Omn. IV, p 35). Ello requiere cual fundamento sin duda, el cultivo metodológico de la trasparencia en torno a las verdades, motivaciones o principios que nos inspiran, de modo que nadie esté engañado con nosotros. La metodología franciscana de formación no puede ser en ningún caso enemiga del esclarecimiento intelectual de sus iniciados; como si por conveniencia proselitista hubiese de franquearles el paso con el hermetismo y ocultamiento de sus doctrinas más determinantes.

San Francisco se esfuerza por iluminar la inteligencia y voluntad de sus hermanos con gran variedad de motivos, con atención continua por no dejar perderse la ocasión de la lección oportuna y del ejemplo eficaz. Sus correcciones muchas veces no acaban en un mandato , sino en una invitación a la penitencia voluntaria. Después de todo esto, deja libres a los hermanos para que cada uno responda a su acción educadora con espíritu generoso y espontaneo.

 

 

b) Magnanimidad y Servicio gratuito

La observación inquisidora del otro, del hermano, del formando, lleva a desenmascarar múltiples defectos y limitaciones. Se cuenta de uno de los primitivos filósofos que se vio precisado a arrancarse los ojos, para no tener que vivir riéndose de la vulgaridad de todo el mundo. En ocasiones se da el caso que hermanos de patente torpeza y falta de distinción interior, son los que más alardean repasando con bastante morbosidad con su lengua la vida y actos de los hermanos o discípulos. Consideran haber conquistado tribuna para escrutar su vida, y categoría de intocables por la vulgaridad ambiente, junto con las funciones a que los ha elevado la orden.

 

La actitud de magnanimidad y servicio que observamos en Francisco responde en realidad al común y universal anhelo por un mundo y sociedad buenos, en que cada ser bueno tenga un lugar y estima apropiado; un ámbito de libertad y estímulo para desarrollarse y crecer. La benevolencia es el signo elemental del cristiano, fundamento de la sencillez y minoridad franciscana; que tiene su raíz en el sentido teologal de todos los seres: criaturas de Dios y hermanos nuestros. Procediendo todos por igual de Dios, sabemos en primera instancia, que portan su "rastro y significación"; y no sería razonable imaginar él se aviniese a que demos a los otros lo contrario de lo que él es: la envidia, la arrogancia, el desprecio. Amar a Dios es amar todo lo suyo y a todos los suyos, "sus criaturas e hijos".

 

El amor de Francisco y Clara por todas las personas no nace de un platonismo ilusorio respecto a su bondad y belleza o a un destino universal en estas, sin exigencias ni especificaciones. No procede de 'mentalidad débil' ni de un tímido complejo de inferioridad, o un sentimiento naturalista de rendimiento frente a las personas. No las sobrevaloran amándolas como simplones, tal como -por respeto- tampoco las menosprecian, ni envilecen la dignidad que poseen. Su amor es en realidad mucho más sólido y macizo que tales simplezas y niñerías. Su personal bondad no hace objetivamente diferente al hermano imperfecto y consideran simplemente, a cada uno ser lo que es y valer lo que vale en la medida del bien que le es propio. Enseña Francisco:

 

"Nada debe disgustar al siervo de Dios en los otros, fuera del pecado. Incluso, si debido a ello sea cual fuere el pecado que una persona cometa, el siervo de Dios se altera o se enoja, y no movido por la caridad, atesora culpas. Vive en verdad sin nada propio el siervo que no se enoja ni se turba por cosa alguna. Es dichoso el que no retiene nada para sí, restituyendo 'al cesar lo que es del cesar, y a Dios lo que es de Dios'" (Adm 11).

 

Solo el pecado puede disgustar al corazón verdaderamente sabio en la vida de un hermano, y esto, en cuanto obstruye en él la expansión de la caridad. Francisco y Clara poseen el entendimiento y la entereza para prever y afrontar la imperfección y limitación natural que hay en el hombre, como también para respetar su autodeterminación y libre albedrío. Ellos aman los seres y personas procurándoles lo que Dios desea de sus vidas y destino. Y actúan frente a ellos con los mismos métodos y actitudes con que actúa Dios.

 

 

 

II. - La sencillez, trasparencia, sinceridad, verdad, autenticidad es el segundo elemento cardinal básico del modo franciscano de la formación. De la metodología franciscana de formación. Prerrequisito de toda formación. El amor al prójimo no es la sabiduría o carisma específico privativo de los franciscanos, pero sí es peculiar de éste la tónica de relación con todos en sencillez, sinceridad, minoridad, benevolencia, en "ternura de corazón". La santa simplicidad y afectuosa bondad predisponían armónicamente a Francisco frente al bien manifestado o a que han sido llamados todos los seres. Sólo puede ser formador el sencillo y el auténtico. Sólo es formable la persona sincera y veraz. El enemigo número uno de la formación es el engaño y el autoengaño. Por lo mismo, el formador y el formando han de ser ante todo buscadores y discípulos de la verdad. No han de absolutizar o sobrevalorar nunca tampoco lo que ellos mismos son, ni han de poner su seguridad u orgullo en su peculiar gestión de unos métodos, en sus propias artes metodológicas.

 

 

 

Centrada en la persona del formando: El modelo básico de tal formación nos lo ofrece Jesús maestro, que bajó del cielo a la tierra haciéndose uno de tantos y recorrió el camino de cualquier ser humano; que brindó a cada uno la posibilidad de la propia perfección y le invitó a vivir con él a seguirle y participar de su destino eterno en la casa del Padre. La metodología evangélica y franciscana mira entonces a garantizar el crecimiento y madurez de personalidades adultas, plenamente realizadas según el destino universal humano, tanto en la dimensión individual como social.

 

La metodología franciscana se centra en dicho sentido en la persona del formando que representa a Cristo encarnado, pero tiene también en cuenta que Cristo mismo como Dios trasciende a todo hombre y constituye su objetivo esencial y ejemplar:

"todo lo dispuso para el recto ordenamiento de los santos (los fieles) hasta alcanzar todos la unidad en la fe y en el conocimiento pleno del Hijo de Dios, la madurez plena propia del hombre perfecto, el completo desarrollo de la plenitud de Cristo" (Ef 4,12s).

 

Esto quiere decir que si bien nuestra metodología se dirige con veracidad a la subjetividad y particularidad del formando, se orienta también por la verdad objetiva del destino de todo hombre: el varón perfecto Cristo.

 

 

 

Perfección integral de la persona: Cristo y su evangelio nos proyectan al crecimiento del ser del hombre al máximo posible, en todos sus aspectos y de cara a la perfección total, siempre inalcanzable y siempre superable: "sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mt 5,48). Francisco experimenta esta infinita tensión entre la sublimidad y santidad del Dios Altísimo y su pequeñez, que asimila a la del gusano de la tierra. Se convierte así en el penitente incansable y de por vida: buscador de la perfección de Dios. Precisamente la honda vivencia del amparo favorable del poder de Dios le estimula existencialmente a proyectarse cual objeto propio, al bien esencial que califica al ser, y que es su destino más propio. La demanda primordial de formación total, que supone la metodología evangélica y franciscana no nos permite contentarnos con desarrollar sólo un área o ámbito del yo; no nos deja tranquilos excusándonos de que una virtud o cualidad nos rebasa, no es para nosotros o que preferimos quedarnos sólo en determinado nivel o estrato de cualificación personal. Hace ridícula y aberrante como pacatería la actitud que por timidez o pretexto de humildad o minoridad se resiste a ser más inteligente, más sabio, más santo, magnánimo o virtuoso.

 

"En el movimiento espiritual del tiempo postconciliar se ha dado muchas veces un olvido e incluso una supresión de la cuestión del absoluto, de la posibilidad de la acertividad respecto a nuestro destino y existencia. Surgió con fuerza la relativización de todo ello; que apareció de pronto como una pretensión demasiado alta, como un triunfalismo que ya no podía permitirse" (Cf Ratzinger, a Obs.Ch. Stgo. 13/07/88)

 

Sin embargo como decíamos, la metodología evangélica y franciscana, al contrario de lo dicho favorece al máximo el desarrollo de la vocación de cada persona, mediante una promoción vital y realista de esta, según el tenor de la enseñanza de Cristo. Ella se propone lograr una profundización, equilibrio y maduración de la persona, mediante estímulos recibidos por ella y provocados por el proceso enseñanza aprendizaje. Esto significa desarrollar en primer lugar un proceso lógico o del intelecto, de conocimientos que proporciona capacitación racional; en segundo lugar significa un proceso emocional, anímico o analógico = de relaciones y semejanzas, mediante experiencias hondamente sentidas, que induzcan a una madurez afectiva; y finalmente se ha de procurar que ambos procesos confluyan en un camino de trascendimiento de la persona, que significa que la persona vaya ya más allá de lo meramente subjetivo desarrollando juicios y conductas consecuentes con su criterio o sabiduría valórico moral.

 

a) Perfección del entendimiento

Francisco no da solo a sus hermanos la leche de las cosas espirituales, puro sentimiento, emociones... sino les entrega doctrina sólida, convicciones profundas, verdades eternas en las que se ha de perseverar a ultranza, al punto de haber de jugarse toda la vida por ellas, y pese a cualquier tipo de contradictores o mayorías en contra. "Por más que un ángel del cielo se les apareciese manifestándose en contra de lo que han aprendido, no le hagan caso". "Unas convicciones firmes y reflexivas llevan a una acción valiente y segura" (Paulo VI Catec.Trad. 22). La metodología franciscana compromete también por cierto todo el empeño y obsequio de las energías intelectuales con que se cuenta. Se trata de dotar del saber y conocimientos necesarios al desarrollo de una vida próspera como persona, como cristiano y franciscano.

 

Es más importante tener una cabeza bien formada que una cabeza llena, pero no hay cabeza bien formada que esté vacía, pues nuestra interioridad se desenvuelve con lo que hemos introducido en nuestra cabeza. Sumamente beneficioso es aquel conocimiento que imploraba a Dios Francisco, que "ilumine las tinieblas de nuestra mente, nos de una fe recta, una sólida esperanza y una caridad perfecta". Que oriente nuestra vida librándola del error y la ambigüedad que la ofuscan y deparan por camino únicamente barrizales insalvables.

 

Dice el gran formador Göttler en su obra Pedagogía Sistemática:

"La formación ha de desarrollar la capacidad de un razonamiento científico, lógico, serio, sólido, acertado, y veraz, que sea el instrumento siempre a mano para acceder y perseverar inclaudicablemente en convicciones profundas, en criterios de conciencia capaces de dirigir nuestros pasos en cualquier circunstancia de la vida. La educación de la inteligencia tiene el importantísimo papel de la desarrollar ética del individuo, su conciencia, una auténtica disciplina mental, las ideas o principios que él asumirá; sus criterios estimativos o valóricos y sus sentimientos. En síntesis, la educación de la inteligencia ha de garantizar la incorruptibilidad y autonomía de la facultad intelectual de la persona frente a las sugestiones del mundo exterior (masa, moda, actualidad), y frente a los sofismas de los instintos y pasiones en el fuero interno"

 

En realidad aumentan grandemente los malos cuando se impone el error, la mentira y el engaño teórico. Es que estos son capaces de eliminar los mecanismos comunes con que se contiene el mal, y despojar a las buenas intenciones de su sostén natural: la convicción. La sólida doctrina hace posible la madurez espiritual. Es preciso que las experiencias espirituales y la vida espiritual estén doctrinalmente bien fundadas. Toda la existencia de la persona depende de la seriedad con que ella vive la verdad y la fe. San Francisco da ejemplo y demanda de sus discípulos respeto por la seriedad y racionalidad de la enseñanza que cultivamos; y se muestra respetuoso del entendimiento de sus alumnos. No toma liviana o descuidadamente el oficio de enseñarles, no manipula las verdades, no se queda en verdades a medias, no niega verdades ya sabidas y reconocidas, no inculca prejuicios, resentimientos personales ni dogmatismos ideológicos disonantes con la verdad religiosa; como si fueren fatuos o infantiles sus discípulos. Por más que no fuese el mismo un intelectual académicamente calificado, no se alinea con los rústicos que se burlan de los intelectuales y se arrogan ser sólo ellos la gente eficiente y que trabaja.

 

b) Perfección de la Voluntad

La voluntad sólo se mueve desde dentro; se puede imponer desde fuera prácticas que se cree formativas, e igual se puede mantener el corazón y afección muy lejos del convencimiento de lo que se hace. En cuanto ello no nos sea precisado muy posiblemente se abandone todo. La perfección de la voluntad está en que por sí misma ella se mueva hacia el bien. Esto nos introduce directamente al capítulo del franciscanismo relativo a la vida de penitencia , a la vida tras la santidad de Dios, al camino de la virtud y de la perfección, de la formación permanente. Y no menos al capítulo de la acción de la gracia dentro de nosotros, que de pequeños y malos nos estimula y alza a la resolución, y a una actitud siempre renovada de perseverancia y de superación; que constituye ya propiamente perfección de la voluntad. Hablar de perfeccionamiento de la voluntad es hablar de conversión del corazón, del corazón dócil o de discípulo que se abre cada mañana para aprender a caminar. El franciscanismo nos lleva a implicar personalmente y por entero la propia voluntad y el ser en sus diversas dimensiones con el maestro Jesucristo.

 

Francisco refiere su propia experiencia diciendo:

"después que el Señor me dio hermanos nadie me mostraba qué debía hacer, sino que el Altísimo mismo me reveló que debía vivir según la forma del santo Evangelio; y yo lo hice escribir en pocas palabras y sencillamente y el Señor Papa me lo confirmó" (Test).

 

En otra ocasión al pedirle el futuro Papa Gregorio que se ajustara a una de las reglas ya existentes, declaró ante aquel, a todo el Capítulo reunido en ese momento:

"Dios me llamó a caminar por la vía de la sencillez, pobreza; y no quiero que me mencionen siquiera regla alguna, ni la de San Agustín, ni la de S. Bernardo, ni la de S. Benito. El señor no quiso llevarnos por otra sabiduría que esta. El cardenal estupefacto nada replicó y todos los hermanos quedaron asustados" (LP 18).

 

Francisco representa una opción voluntariosa bien precisa. El franciscanismo tiende a desarrollar una formación voluntarística sin caer en una mera gimnasia de la voluntad; sino mirando más bien hacia el bien y el Sumo Bien, cual objeto supremo del yo más profundo, que embarga de lleno el corazón. El modelo de Francisco: el seráfico , orienta a actuar por amor, por amor a la persona de Jesucristo y al ideal evangélico abrazado en su seguimiento. El ideal tiene especial sentido para el franciscano, y se dispone a sacrificar tras este la propia voluntad y cualquier tipo de capricho, sensualidad o apetito menos elevado. He aquí el lugar de las tradicionales prácticas de penitencia y mortificación, de la negación de sí mismo y de la abnegación tras los buenos propósitos. Renunciamiento sí, pero ante todo el corazón para los bienes más altos.

 

"El franciscanismo ha destacado especialmente la libertad de espíritu, el camino personal; orientando a sus seguidores a un encuentro directo y particular con Cristo. Con ello ha marcado a sus grandes hombres de una fuerte individualidad. Esto sigue siendo así pese a que la libertad es un potencial peligroso; porque dejando libres las alas a las almas grandes, sobre todo cuando es precio de grandes renuncias y de un gran amor, puede soltar la rienda y dejar sin defensa a los espíritus mezquinos y caracteres sin relieve, y degenerar en indisciplina, capricho y sensualidad" (Cf L.Azpurs, La Santidad)

 

El perfeccionamiento de la voluntad a que orienta el franciscanismo se refiere a la identificación con la propia esencia del ser humano, imagen e hijo de Dios. Quién asciende a estos pisos superiores del ser humano, toma la medida de su comportamiento dentro de sí mismo y no tiene que actuar conforme a necesidades, obediencia o coacción externa. En él felizmente se identifica ya: esencia, voluntad y comportamiento. Recogida la voz de Dios, su vocación íntima y particular en el santuario de su conciencia, actúa según la misma, simultáneamente que acoge y armoniza con el destino y anhelo más hondo de todos sus hermanos, en la Iglesia, en la familia franciscana, como en la familia humana universal. Se puede decir entonces que ha llegado a ser: ¡hermano universal!.

 

Efectivamente, este proceso y camino hacia la persona integra, uno mismo, individuo ; persona tal que abarca en sí el ser humano entero, es el que induce la sabiduría franciscana en el encuentro con el Bien Sumo. * \

fray Oscar Castillo Barros
Stgo. 25/04/98