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LOS DESAFÍOS DE LA BIOÉTICA ACTUAL

 

Pbro. Dr. Javier Núñez García
Médico
Miembro del Centro de Bioética de Guadalajara
México

 

Estamos ante una nueva situación de la medicina: se habla desde hace tiempo de medicina molecular y todos conocemos algunos de los muchos avances biotecnológicos que se dan. Entre más se conocen, más se amplía el horizonte que ofrecen a la resolución de los viejos problemas, hasta ahora irresolutos y, también, al abrir nuevas perspectivas se presentan nuevos problemas.

No todos los avances están en el campo biotecnológico. Es más, quizás la inquietud más grave que presentan esos avances, es la producción de una nueva generación de tecnocrátas de la medicina, que saben mucho de átomos y moléculas, pero se han olvidado de la persona a la que hay que curar. La deshumanización y la comercialización de la medicina, no son sino la punta de un iceberg que emerge a la superficie, dejando abajo problemas más profundos.

Nadie con sentido común quiere detener esos avances científicos. Lo que la Bioética pretende, según mi modo de entenderla, es dar un cauce adecuado a todos los adelantos: que la ciencia no destroce al hombre, sino que esté a su servicio y lo construya. Todos ambicionamos una sociedad más justa, más noble, más pacífica, donde si queremos la paz es porque queremos evitar el destrozo de vidas humanas, y porque buscamos - por nuestra vocación médica - dar mayor calidad de vida, mayor bienestar, sin menoscabo de ninguno de los valores y principios propiamente humanos. Este es el primer desafío con el que se encuentra el que desea cultivar ésta nueva ciencia: al ser una ciencia multifacética, poliradicular, interdisciplinaria, hay que conocer muchas cosas, hasta ahora desconocidas y no exigidas al médico tradicional.

Se suele comenzar la definición de la Bioética relacionándola con la ética, como una parte de ésta sección de la filosofía. Pero no queda encerrada ahí. Supone ciertamente un conocinúento muy completo de la ética, pero eso no es más que uno de los instrumentos de la nueva ciencia. No es la mera aplicación de unos principios o normas y, mucho menos, si se quedan en la superficie deontológica: la norma en cuanto tal, porque así está estipulado; sino que exige ese conocinúento ético, una penetración de juicio, un conocimiento de la historia de la filosofía, un arte de razonar en ese difícil campo de señalar lo bueno y lo malo, con un alcance que invade la antropología: el conocer más profundo sobre lo que el hombre es, sabiendo que estamos enfrente de un misterio que jamás podremos desentrañar del todo.

 

Supremacía del hombre sobre las cosas

 

El hombre es un misterio: tiene la posibilidad de tomar, de modo concreto, y a través de sus características psicológicas, las configuraciones particulares típicas del individuo. La persona es, en efecto, una presencia de lo finito y de lo infinito, y ser el mediador entre estos dos polos (1).

Ahora hay quien quiere hacer desaparecer el carácter de misterio y reducirlo a aspectos meramente psicológicos, dejando, por tanto, de ver la riqueza profunda y la potencialidad del ser humano. Lo niega todo aquel que se cierra a la trascendencia, sea esta intramundana -vínculos con los demás- como la extramundana: los que niegan a Dios. No todo en el ser humano puede ser objeto de ciencia experimental: tanto en el aspecto intelectual como en el intencional. Ejemplo de éste último es la combinación que se da en lo profundo del "corazón" humano, de su capacidad de querer, donde se combina el "eros" con el "ethos"; y puede resultar el ágape. Y de esa combinación surge la acusación o la "llamada" de su conciencia según el bien y el mal de su elección.

La persona es materia y espíritu. Por eso tiene una dignidad que ha de ser siempre respetada, en expresión feliz de Kant, por todos conocida, tratada siempre como fin, nunca como medio. Ningún hombre o mujer tienen precio, todos son sujetos, no objetos: esto en todos los momentos de su vida: desde su concepción hasta su muerte natural, les suceda lo que les suceda, sea cualquiera su estado de salud, enfermedad, conciencia, o capacidad. Si un médico no fuera capaz de ser consciente de esto, perdería la línea racional desde la cual se puede defender, respetar y cuidar a cada enfermo.

A todos hay que salvaguardarles su identidad; el hecho que no sea sólo cuerpo, no significa que su materia sea despreciable, sino todo lo contrario: cualquier intervención corporal, afecta a toda la persona con toda su dignidad. De ahí surge una primera conclusión: la supremacía de la ética sobre la técnica; de las personas sobre las cosas (2).

 

La racionalidad del hombre: punto de partida

 

Hay quien busca para entender al hombre y asentar un principio sólido a la Bioética, en el reconocimiento de su racionalidad, muy diversa, por cierto, al resto de los seres vivos corpóreos. Como ha indicado un destacado filósofo contemporáneo: "Si el asombro es el comienzo de la filosofía, puede decirse que éste fue, por el contrario, para Santo Tomás el primer y fundamental asombro, origen de todos los demás, aquel del que es literalmente verdad decir que nunca salió. Que haya seres inteligentes y, como él dice, intelectos, esto fue siempre, para él, un motivo de admiración (... ) Que el intelecto pertenezca al individuo que lo posee, y que este conozca a través de él, casi demasiado bello para ser verdad. Debe haber ahí un misterio".

El conocimiento intelectual en cuanto tal trasciende la singularidad, y el misterio está en que no cancela al mismo hombre singular como sujeto cognoscente, sino que lo perfecciona en su particularidad. El conocimiento racional es lo propio de la actividad humana, le conviene en cuanto que es humano.

A pesar de la innegable y patente apertura universal del conocimiento intelectual, cada persona es sujeto de su singularidad cognoscente. "El hombre no es una inteligencia que piensa, sino un ser que conoce otros seres en cuanto verdaderos, los ama en cuanto buenos y los goza en cuanto bellos".

Es esa universalidad e infinitud del conocimiento, lo que le permite superar y trascender su misma singularidad. El hombre posee esa perfección de modo limitado, pero de algún modo supera esa limitación, en frase de Aristóteles, en III De Anima, "alma es en cierto modo todo" porque está hecho para conocer todo; y por eso es posible que exista en él toda la perfección del universo, en el que puede intentar describir todo su orden y sus causas, y ahí algunos pusieron el último fin del hombre (5).

Su apertura a la universalidad es un remedio a su particularidad. Puede alcanzar la objetividad, y por otra parte, el bien universal, por encima de interés particulares; y así es su camino de perfección en cuanto humano. Esto lo expresó el mundo griego con la palabra microkosmos, un mundo en pequeño: el hombre como síntesis de todo el universo, de todo lo que se encuentra disgregado. Para Aristóteles el hombre es el compendio del mundo. De ahí tomó pie Santo Tomás para aplicar la imagen de los ríos y el mar, a donde paran todos los ríos: siendo el hombre el mar a donde desembocan todos los demás seres (6).

Sólo forzando la razón se puede negar esa capacidad de la inteligencia humana. De ahí será el punto de arranque de los filósofos para explicar origen, causa, funcionamiento, y en eso habrá muchas discrepancias según los autores. Sin embargo, la existencia del conocimiento intelectual y la infinitud que proporciona al sujeto individual esa actividad congnoscente, se muestra como algo patente en sí misma, y como presupuesto a toda aclaración posterior (7).

 

El valor de la dignidad de la persona humana

 

De esa racionalidad deriva su dignidad superior a la de todos los seres que conocemos en el universo visible: estamos abiertos a la verdad y a su comunicación.

Si admitimos su dignidad especial tendrán fundamento la obligación de beneficencia, de equidad, porque somos persona, algo que no significa primariamente la naturaleza que es común a todos los de la misma especie, sino lo más individual, lo propio, singular e incomunicable en cada ser humano.

Llegamos a lo profundo de su carácter de nústerio: no estamos enfrente de algo, sino de alguien, que es insustituible, no es intercambiable: es lo que llamamos el yo, el tu, el nosotros, él, ella, alguien: es decir, una realidad consistente, estable y autónoma. Todos los humanos somos personas, al margen de cualquier cualidad, relación, determinación accidental, de cualquier circunstancia biológica, psicológica, cultural, social, etc. son y serán siempre personas en acto.

En cambio, los atributos de la naturaleza son cambiantes: pueden estar en potencia o en acto, pueden ser poseídas por los diversos sujetos en formas diversas. En cambio, el ser persona, lo poseemos todos en el mismo grado. Y al margen de cualquier diferencia tenemos idénticos derechos inalienables. Las naturalezas son intercambiables, incluso cuando cada una de ellas tenga peculiaridades particulares distintas en grado. En cambio, y es bueno subrayarlo, cada persona es individuo único, irrepetible, insustituible. Tiene una autoposesión, tiene una vida personal, una biografia diversa a todo el resto, por irrelevante que sea su grado de desarrollo, tiene una vida que se desenvuelve de modo unitario, es un ser inédito y original que no se le puede masificar. Por eso para Santo Tomás "La persona es lo más perfecto que hay en

la naturaleza "(8) La persona no se encierra en su especificidad que le proporciona su naturaleza individual. De ahí surge una segunda fuente de su dignidad sin par: la primera su racionalidad, la segunda su carácter personal. De ahí que el mismo autor diga que "Todas las ciencias y las artes se ordenan a una sola cosa, a la perfección del hombre, que es su felicidad"(9). La actividad de toda persona se debe orientar a esa felicidad, y esa sólo se encuentra dándose a los demás, en la capacidad de tomar al otro como propio, en el don de sí, sin posesionismos patológicos, sino con auténtica generosidad. Su felicidad radica en hacer felices a los demás. No hay en esta trascendencia intramundana nada absoluto sino la felicidad propia y la de los que nos rodean; es decir, el bien de cada persona en sí misma considerada. ¿Qué es lo que constituye esa personalidad humana? Hay muchísimas respuestas, pero ninguna de ellas, o su multiplicidad pueden negar el hecho primario. Negar que el hombre sea persona es, para Santo Tomás un fruto protervo, o procede de argumentaciones sofisticas, contrarias al sentido común (10).

 

La experiencia del yo: libertad, autonomía e individualidad

 

Aún se puede dar un paso más en Antropología filosófica: partir de la experiencia del yo: yo "soy yo"; es decir no soy tu, no otro diverso; sin que llegue a ser "Yo soy el que soy", porque mi ser es participado, y por eso limitado e imperfecto, de ese Ser por esencia (11), soy lo diverso frente a los demás, frente a todo el universo; incluso no pierdo mi personalidad frente a mi Creador. Mi existencia, esta vida es mía, y de nadie más. Es algo incomunicable, la puedo llamar mi mismidad. Identidad propía, ajena a todas las demás identidades. De ahí nace la autoposesión, que por ser autoposesión de un ser inteligente y libre, esa misma autoposesión me confiera el bien de la responsabilidad (sólo un niño o un adulto infantilizado ve la responsabilidad como un peligro, o un mal; y por lo tanto, algo a evadir).

Esa autoposesión será mayor, más madura y adulta, entre mayor sea el dominio que tenga sobre mi mismo y mis actividades, interiores y exteriores. Tengo potencias y sentidos, con ellas entiendo, quiero, deseo, actúo, elaboro proyectos, etc. que son míos, que son el programa que yo hice de mi vida. Sócrates aconsejaba: "Sé tú mismo"; es lo mismo que se de tí mismo; autoposesión, que impide que sea propiedad de otro: ni sometido a las cosas, ni dominado por las personas. Toda persona, en acto: - y está en acto desde el inicio de su concepción - al margen de su autoconsciencia, es una persona que, en cuanto tal, está acabada; completa, en su ser, no en su actuar, que es donde se dará el desarrollo.

Si soy el origen y dueño de mis actos, tengo por eso - y es la riqueza humana mayor que puedo tener - la experiencia de la libertad. Puedo dar origen a un acto, o no; puedo querer o no querer. Puedo no querer mi propio querer, y cambiarlo. Si eso se diera demasiado frecuentemente, habría que revisar la estructura psicológica de mi personalidad. Pero ninguna persona tiene la propiedad de los ríos: éstos no pueden volver a su fuente, tienen que correr hacia el mar. Yo puedo regresar mis pasos. Lo que quise ayer, hoy puedo replanteármelo, y si esa actividad es racional, no ansiosa o fruto de la inseguridad patológica, será fuente de un nuevo crecimiento, habré adquirido una experiencia vital, habré abierto un nuevo camino, o clausurado otro que no me resultaba tan conveniente.

Cuando alguien pretende forzarme, dominarme, imponerme una actuación o unas decisiones, me rebelo porque está dominándome. Me está tratando como cosa, adquiero mayor consciencia de mismidad, y me irrito ante el trato injusto, indigno, está por debajo del respeto que merece toda persona: respetar es palabra derivada del latín respicere (observar, mirar con cuidado y atención). Y debo respetar y hacerme respetar porque tal es la condición de la persona humana, de su dignidad. Todo, de modo especial, lo más fundamental, debe nacer desde el núcleo interno de mismidad: "desde mí mismo" y "por mi mismo"; no es que no sepa oír consejo; pero el consejo no pasa de ser eso: una asistencia directa a mi razón, y queda al juicio de mi razón y de mi voluntad si lo abrazo y lo hago mío, o no. Es la fase inicial de mi actuar libre, deliberado: la búsqueda, la indagación. Luego vendrá la deliberación, y por último, la inteligencia presentará los resultados, con su cálculos de bienes e inconvenientes, a la voluntad que eligirá. "El consejo implica la idea de disputa, pero no de una discusión cualquiera, sino de una diversidad de opiniones sobre la actividad a cumplir"(12).

Esa originalidad operativa, que me permite ser la fuente de mis actos, hace que yo sea -si no hay factores agregados- dueño de ellos. Esa capacidad de "dominio" sobre mi propio actuar, de poseerme, de pertenecerme a mí mismo, es lo más relevante del ser personal. Eso me distingue del universo entero, incluso de los otros "yo", de las otras personas que poseen esa misma propiedad. Y así mi irrepetibilidad se hace mayor, soy más único: mi distinción con los de mi especie, es muy diversa a la distinción que se da entre los individuos de otras especies; como por ejemplo de una manzana a otra; o una cosa de otra: un tornillo de otro; incluso ahí la identidad casi se logra en todos los aspectos, excepto en su ser: con la técnica moderna de la digitalización, se puede hacer una reproducción exacta del otro. La naturaleza humana es, de por sí multiplicable, de ahí que se me pueda clonar, en cuanto la técnica avance sólo un poco, pero mi ser personal seguirá siendo irrepetible, único. De ahí que sea invasivo, no permisible, que se me cambie mi identidad, por una alteración genética de mi cuerpo (13)

 

¿Llegamos a conocer sólo los fenómenos o también el ser?

 

Habiendo dejando asentada la individualidad de la persona, queremos retomar el hilo de nuestros pensamientos, sobre el saber antropológico. Ese saber antropológico debe estar sustentado en una ontología. Pide una respuesta a la pregunta clave de todo el saber filosófico: ¿se puede alcanzar a conocer la realidad? o ¿nos quedamos ante el noúmeno, sin penetrarlo, viéndolo de lejos, y conociendo únicamente el fenómeno? Ante esa pregunta clave, conocemos la respuesta de Kant, Husserl, Heidegger, y de muchos filósofos contemporáneos, que niegan el acceso al ser, y con ello la fácil respuesta: es posible la ciencia experimental, de lo que se puede medir y pesar; es imposible el llegar a saber lo que la cosa es, el ente.

Sin tener acceso al ente, tampoco lo tendríamos a ese ente específico que es el ser humano. Al no tener ese acceso, nuestro conocimiento sobre él, en el campo filosófico estaría cerrado, y las únicas guías serían las ciencias experimentales: medicina, sociología, psicología, etc., nuestras únicas armas el conocimiento estadístico para saber algo de su comportamiento, para acabar de razonar, conforme lo hicieron en el reporte Kinsey: "tal como es, así tiene que ser"; sin pretender dar otra norma, o principio, que no sea el comportamiento de la mayoría, que representaría el momento cultural histórico, siempre en devenir: lo que fue bueno en un tiempo, no lo es actualmente, y lo que ahora consideramos bueno, mañana se valorará en sentido contrario. Tal subjetivismo histórico, al margen de una cierta base real, cuando se absolutiza, se banaliza a la persona, se le juzga únicamente según su entorno histórico y estadístico. La ética se acaba al relativizarla, consumida por el escepticismo de su punto de partida.

Si el acceso al ser está permitido, conforme la conocida expresión del Maestro Nicol, en las aulas de la UNAM: el ser está a la vista, se rompe esa inestabilidad filosófica y es posible fundamentar principios válidos a todos los hombres de todos los tiempos. Será posible establecer límites que no se pueden franquear, aunque esto resulte enormemente antipático a los que pregonan la autonomía a ultranza. Habrá cosas firmes y cambios históricos, propias del devenir mismo del mundo y de la ciencia, y también del progreso o involución del mismo ser humano. La ética así concebida resulta ser una ciencia muy dinámica.

Si podemos conocer al ser, podemos concluir lo que debe ser, aunque siempre se le podrá contradecir y discutir: todo se puede contradecir, en una cualidad o anticualidad, según el recto uso o abuso que hagamos de esa característica humana. Se puede partir del principio universal: haz el bien y evita el mal. Sin admitir ese axioma es inútil hacer Bioética. Desde el empirismo de Hume se ha venido negando y ha desembocado, históricamente, en el nihilismo nietzscheano, que sólo conduce a la misma nada.

 

La relación entre verdad y bien

 

Si hay acceso a la verdad, podemos establecer el bien. Capto la verdad cuando accedo a la realidad. Pero no conozco, ni menos agoto yo mismo, toda la verdad. La realidad es "icosaédrica", tiene muchas caras. Todas verdaderas, ninguna falsa; son aspectos diversos del mismo objeto que no puedo conocerlo todo de golpe, y quizás nunca agote mi conocimiento en ello. De ahí otro de los retos de la Bioética y de toda sabiduría: el diálogo, sin mezclar intereses mezquinos, sin adherirme ilógicamente y de modo único a mi propio descubrimiento, si es que he hecho alguno; hay que saber oír, sin caer al fácil consenso de mínimos. Urbón y sus colegas han planteando el problema y la solución en los siguientes términos:

"Muchas veces se plantean opuestos falsos; se sitúa el problema entre dos extremos A y B, y caben cinco posibles soluciones:

1) negar el problema;

2) afirmar A y negar B;

3) afirmar B y negar A;

4) afirmar parte de A y parte de B;

5) buscar una solución globalmente que tome toda la verdad de A y toda la de B

 

Este es el consenso auténtico, científico (n. 5) y nos parece útil porque supone que se puede conocer la verdad, el carácter científico de la ética y, por lo tanto, de la Bioética. Así con esos presupuestos se pueden llegar a unos acuerdos de validez universal, porque negarlos sería negar la capacidad de razonar del ser humano (14).

Entre las escuelas realistas a unas les gusta hablar de ley moral natural; otras prefieren hablar de la estructura de la persona humana, lo que, a mi parecer, da una ética más ágil y flexible, más de acuerdo al modo de entender al hombre en su integridad de ser bio-psico-social.

V.R. Potter creador del término de Bioética, ve a ésta ciencia, hoy muy desarrollada y cultivada, como un puente que salva ese abismo espantoso que se formó entre ciencia y ética, garantizando a la humanidad un camino seguro cara al futuro (15).

Si una de la raíces fundamentales de la nueva ciencia es la ética, con toda la carga filosófica que necesita tener de apoyo -alcanzar ese saber es tener la sabiduría- tiene, además, otro de sus fundamentos precisamente en el conocimiento biológico y médico: mal se puede juzgar la legitimidad de un acto, sin conocerlo. Y aquí el campo es enorme. Son tantas las ciencias implicadas, es tan grande su avance, es tan dificil tener una valoración científica de cada una de las afirmaciones que uno lee u oye, si uno no conociera la ciencia y al que habla o escribe. Si en el propio campo de especialidad, es difícil estar al día, punto menos que imposible seguir todos los acontecimientos científicos y dominarlos todos. De ahí la riqueza de una Academia como a la que me permiten ingresar: hay muchos especialistas de saberes diversos, y juntos se puede trabajar con mayor objetividad. Especialmente la Bioética es una ciencia que por su misma naturaleza pide que el trabajo se realice en equipo, aunando todas las fuerzas.

 

La Bioética: una nueva ciencia de la vida

 

Es por eso que considero la Bioética como una verdadera nueva ciencia: porque no se limita a una aplicación de la ética, o a una reflexión moral, y menos moralizante.

Si hay un verdadero acercamiento a lo que la persona humana es y al entomo concreto que vivimos, la Bioética puede hacer algo más que señalar lo lícito de lo ilícito. Puede y debe defender al hombre del hombre mismo. Éste es el principal desafío de esta nueva ciencia. Se ha borrado, en algunas corrientes de pensamiento y en algunos ambientes de modo existencial, la distinción entre lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto; existe una ceguera, en algunos sectores, para ver estas fronteras. Tanto que los delitos quieren convertirlos en derechos. Los poderosos aplastan a los débiles; se quiere revertir el quehacer mismo de la Medicina, que siempre está y estará al servicio de los enfermos de los débiles, de los más necesitados. A éstos se les pretende eliminar por vías falsas.

Y llegamos al último apartado principal: la Bioética por definición etimológica, por esencia de su ser mismo como ciencia, debe estar al servicio de la vida de toda persona. ¿Por qué la vida es valiosa, intangible? ¿Por qué merece la vida una defensa contra tantos ataques que desde siempre ha recibido, y ahora con mayor malicia, de modo más "científico", más masivo e invasivo?

Defender la inviolabilidad de la vida de toda persona, al menos de toda persona inocente es otro de los desafíos grandes de la Bioética, en medio de una sociedad donde el aborto está aprobado casi por doquier, donde la eutanasia, teóricamente aprobada en cuatro sitios, y en uno de ellos detenida jurídicamente su aplicación, y sin embargo, y al margen de la ley, aplicada a neonatos y terminales. Pueden perder el derecho a la vida sólo el injusto agresor adulto, con causa proporcionada, y sin que exista otro medio para detenerlo.

Si los humanos formamos una familia humana, las Naciones Unidas deben ser una familia de familias, matar a una persona -esto es privarle de su vida en cualquier estadio de la misma- de ningún modo puede ser lícito, bajo ninguna circunstancia. Para Santo Tomás, matar a otro ser humano es alejarse del orden racional, abandonar la dignidad humana, es volverse animal, y aún peor, porque las bestias no conocen el bien y el mal (16).

Como hecho biológico, la vida es un bien, base de todos los demás bienes, valores y derechos. Si se trata de un inocente, el bien es mayor: si toda vida es indisponible, ya sea del embrión recién concebido, o de un enfermo, aunque sea moribundo -en esa defensa estriba la belleza de nuestra vocación médica-. A todos los que nos hemos dedicado a esta profesión nos habrá tocado seguramente ayudar a morir. Actualmente ha nacido una especialidad: la Tanatología, para ofrecerles a los moribundos una ayuda más guiada, con mejor preparación del médico para ese acto supremo de la vida. Agotador, pero reconfortante, el ofrecer la mano amiga, y la mejor medicina que es el médico mismo, para ese momento último en la tierra.

Si se trata de la vida de un culpable, en la pena de muerte, muchos rechazan el poder del Estado para imponerla; el mismo Romano Pontífice, en la Encíclica el Evangelium vitae n. 56 declara que aunque hubo otras situaciones sociales en otros tiempos, hoy existe tal desarrollo que tales condiciones que la hagan lícita son "prácticamente inexistentes". Si una autoridad judicial, después de un justo juicio debe encontrar otros medios para defensa de la sociedad ante un culpable por muchos delitos que haya cometido contra la misma sociedad; ¿que razones se pueden aducir para decidir por propio arbitrio, una persona privada, un médico, uno mismo sobre su misma vida? Si es otro sobre su prójimo, ese será un acto de prepotencia propia de una bestia más fuerte. No hay autoridad sobre la tierra que pueda hacerlo, imponiéndolo o permitiéndolo. Va contra el derecho a la vida, base de toda relación social, fundada en la verdad y en la justicia. Aquí no puede haber diferencia entre la persona más rica del mundo y el más miserable, lo contrario sería abdicar no sólo del orden social y de la justicia, sino de la misma razón.

 

Un reto para el nuevo milenio

 

Debemos enseñar a convivir a la sociedad de este siglo que termina, que ha sido, por cierto, el siglo más sangriento de la historia (17) . Es un buen reto de la Bioética hacer valer el derecho a la vida de todo ser humano, simplemente porque lo es. Lo contrario es convertir el cosmos en un caos, hacer del universo un multiverso (18). Defender la vida no es defender un valor religioso, es algo de acuerdo simplemente con la recta razón, únicamente que según Aristóteles "Es necesario que sea determinado cuál es la recta razón y cuál es la medida que la define"(19). Y lo que tratamos de decir es que la frontera la marca la dignidad del ser humano, por su cualidad de persona; algo que es intrínseco a cada persona, que no puede violarse ni uno mismo contra uno mismo, y ese es uno de los errores más evidentes del utilitarismo, cuyo autor principal John Stuart Mill, escribió: "La única parte de la conducta que cada uno por la que es responsable ante la sociedad es la que se refiere a los demás. En la parte que concieme meramente a él, su independencia es, de hecho absoluta. Sobre sí mismo, sobre su propio cuerpo y espíritu, ese individuo es soberano ... Cada uno es guardián natural de su propia salud, sea fisica, mental o espiritual. La humanidad sale más gananciosa consintiendo a cada cual vivir a su manera que obligándole a vivir a la manera de los demás (20). Para él la autonomía, la libertad de cada uno no tiene ningún límite, es absoluta, a no ser la libertad o la autonomía del vecino. Aquí se apoyan los defensores del suicido asistido.

La libertad ha de estar condicionada a la verdad y ligada al bien propio y ajeno. Romper el vínculo libertad verdad conduce necesariamente a la servidumbre (21). Esta no es una afirmación gratuita: la hemos sufrido mucho en este siglo, la verdad sustituida por el propio interés, por la pasión, por cualquier fanatismo, y peor si fuera religiosa, que es el peor de los fanatismos, por presiones del medio ambiente, de los mass media. Sólo la libertad vinculada a la verdad permanece digna del ser humano.

Además de la defensa a ultranza de la autonomía, en contra de la vida está el subjetivismo y el relativismo moral (22). La vida no pertenece al campo del tener o poseer, no es propiedad; está en el campo del ser, de la verdad, de la belleza, del bien y del mal, de lo justo o lo injusto. Es la posición de Nietzsche que lleva estos antivalores al extremo de proclamar la cultura de la muerte como un bien, es la exaltación del escepticismo y del desencanto del mundo y de la persona humana, es convertir la igualdad en un mito sin fundamento, en mera ilusión; es el abuso del cientificismo que, en orden de su propia investigación, se permiten matar embriones, o experimentar con ancianos o niños en un orfanatorio o en un campo de concentración. Es tener una frialdad frente al género humano, y es que de acuerdo con Alasdair MacIntyre, entre Aristóteles y Nietzsche no cabe una vía media, como nos demuestra la vida de este siglo que cierra este milenio.

Un desafío de la Bioética es fomentar la conciencia ética, que es un juicio, el acto de la inteligencia por la cual se juzga particularmente un hecho, conducta o suceso, aprobándolo o desaprobándolo (23). Sólo se puede despreciar la vida, con cualquier pretexto: como por ejemplo la falta de calidad de vida, por compasión sentimental mal entendida, por una mejor distribución de los recursos de la salud, que siempre son pocos, por la supervivencia de la especie, etc. cuando se le ha cosificado. Cuando la persona es cosa, algo, objeto, bien material disponible e intercambiable por otros bienes materiales (24), que en un momento dado resultaría ventajoso el intercambio. Hemos llegado a la confrontación de dos bioéticas: la personalista, con un personalismo ontológico bien fundamentado; o la Bioética postmodernista, basada en ese relativismo, subjetivismo, escepticismo, autonomía a ultranza, libertad sin límites, hedonismo teórico o práctico, agnosticismo radicalizado, árbol que ha madurado en el seno de una sociedad consumista, cuya finalidad se agota en sí misma.

La cultura que nos rodea pasa por una etapa especial. El mismo término de cultura está en juego. Los antropólogos Kroeber y Kluckhohn han reunido hasta 164 definiciones diversas, que varían desde "comportamiento adquirido" hasta "ideas de la mente"(25) . Puede significar desde el cultivo que una persona hace de su mente, o la promoción de los conocimientos, especiamente de aquellos que dan sabiduría; o bien, en un sentido objetivo, a la configuración global de un grupo humano: sus ideas, valores, estilos de vida, etc. Así se habla de cultura occidental, o cultura maya; y éste sentido se relaciona con el término de civilización.

Cuando el Papa habla de Cultura de la vida o cultura de la muerte, no se refiere tanto a esa última acepción, sino más bien, en definición de Gonzalo Miranda como "una determinada visión o concepción de un aspecto de la vida humana, compartida por un amplio número de personas (26). La cultura de la muerte parece agrandarse; no hay que dejarse aplastar por el pesimismo: hace pocos años nos hicieron casi creer que todo el mundo iba a ser marxista, llegó 1989 y el mito se deshizo. Así caerá por tierra, por contradictorio a la recta razón, esta corriente defensora de la muerte, pero no será sin una lucha en la que la Bioética está seriamente comprometida.

 

De lograrlo, habremos logrado que los médicos vuelvan a ver en enfermo, como siempre lo han visto, desde Hipócrates a nuestros días, y hoy muchos siguen viéndolo: alguien al que hay que ayudar, curar, aliviar, o al menos consolar. El médico humano que se olvida de lo económico para ver valores superiores, que sabe ser humano con los humanos, hermano con los hermanos. Para significar esta lucha Gabriel Marcel escribió: "Te amo significa tu no morirás" (27). Lógicamente no pensaba en la inmortalidad en la tierra, quería significar "si te quiero, y debo quererte por ser persona, lucharé hasta lo último razonable, para que tu vivas". Me recuerda el título de un libro motivacional: "Vive, para vivir siempre", o la conocida obra de Chesterton: "El hombre-vida": el canto al amor a la vida, por ser vida humana, relacional con los demás y con mi Dios.

 

 

Notas bibliográficas:

1 . Este tema lo desarrollan Platón, Aristóteles, San Agustín, Pascal y Kierkegaard; más recientemente Gilson y Ricoeur (1969), para no citar documentos pontificios.

2. Urbón, M. Gª, Parra, P.Gª et al. "Consideraciones sobre los fundamentos de la ética clínica", Pro manuscrito, Universidad de Valladolid, España, probablemente próximamente publicado en Cuadernos de Bioética, de Galicia.

3. Gilson E. "El tomismo. Introducción a la filosofía de Santo Tomás, París, J. Vrin, 1965, pp. 53-54.

4. Gilson E. "La unidad de la experiencia filosófica", Madrid, Rialp, 1966, edición 2ª, p. 358.

5. Santo Tomas De veritate, q. 2. a.2 in c.

6. Santo Tornás, In Ill Sent., Prol

7. cf. Canals Vidal, Sobre la esencia del conocimiento, Barcelona, PPU, 1987, pp. 44-82, citado por Dr. Eudaldo Forment, de la Universidad Central de Barcelona, en el Congreso Nacional español: "La Bioética en las instituciones sanitarias" 2ª Mesa redonda: Corrientes en ética Clínica: ¿Hacia un consenso?. Prenotandos Bioéticos: racionalidad y personalidad, pro manuscrito.

8. Santo Tomás, Summa Theoiogica, 1, q. 29, a. 3 in c.

9. Santo Tomás, In Metaphisicam Aristotelis commentaria, Proem.

10. Santo Tomás, Quaestiones Disputatae, De Malo, q. 6, a. un., c. En toda esta sección hemos seguido a Forment, locus. cit.

11. No todos los hombres son creyentes, pero aún entre los no creyentes en alguna religión, llegan al conocimiento de Dios con la luz de la inteligencia, no por ninguna fe. Pero respeto a quien no haya encontrado ni la fe ni el camino para llegar al conocimiento o reconocinmiento de esa verdad.

12. Santo Tomás Summa Theologica, 1-IIae, q. 14, a 3 ad 2.

13. En todo este apartado hemos seguido a León Correa, Francisco Javier, en su art. "Dignidad humana, Libertad y Bioética", en Persona y Bioética, revista de la Universidad de La Sabana n. 1, julio-septiembre 1977 pp. 133-134. A él le agradezco, de modo particular el haberme facilitado muchos manuscritos de próxima publicación en la revista que dirige, Cuadernos de Bioética y los que tiene en su riquísimo banco de datos abierto a todo investigador.

14. Urbón et al. arriba citados.

15. V.R. Potter, Bioethics: brigde to future, Prentence-Hall, Englewood Cliffs, 1971.

16. cf.Summa Theologica, II-IIae, q. 64 a. 2, especialmente ad 3.

17. Además de las dos guerras mundiales, los millones anuales productos del aborto, los miles o millones de la eutanasia. Altisent, R. "¿Es necesaria la eutanasia? Atención primaria (1993) recoge la cifra de 1000 fallecimientos de ancianos en Holanda cada año, que no consta que la hayan pedido (citado por Maria Elósegui en Cuadernos de Bioética, de próxima publicación, agradezco al director de la revista el que me haya facilitado el pro manuscrito). Para no comentar nada de la carrera armamentista, fomentada por los poderosos en contra de los débiles, de las guerras civiles provocadas por esas naciones más poderosas, en países que ya tienen mucho sufrimiento, y un largo etc. a tantos crímenes ya industrializados como el del secuestro, la guerrilla a sueldo...

18. cf. D'Agostino, Francesco: Bioetica, Giappichelle Editore, Torino 1996.

19. Ética a Nicomaco, 1138b.

20. Mill, John Stuart, Sobre la Libertad, Madrid, Alianza Editorial, pp. 65-69.

21. cf. Pinkaers, Servais, Th: Para leer la Veritatis Splendor, Riaip, Madrid 1996, p. 68

22. Nos remitimos a nuestro trabajo presentado en el Primer Congreso Nacional de la Bioética, organizado por la ANMB: "Las seis versiones de la Bioética". noviembre 1997.

23. Polaino-Lorente, Aquilino, en Manual de Ética y legislación en enfermería, Editorial Mosby, división Iberoamericana, 1997, p. 22.

24. cf. Pastor, Luis Miguel. El valor ético de la vida humana. En Vida humana y sociedad. En las Memorias del Congreso Internacional de Bioética, que tuvo lugar en Universidad de La Sabana, en julio 1997, pp. 67 y ss.

25. Culture: a critical Reviev of concepts and definitions, 1952, cf The Concept and components of Culture: Encyclopedia Britannica, 1991, vol 16, p. 874; cit. por Gonzalo miranda, en "Cultura de la Muerte: análisis de un concepto y de un drama, en Comentario interdisciplinar a la "Evangelium vitae", p. 225 y ss, BAC 561, 1996.

26. Miranda, Gonzalo, en Cultura de la muerte, en el libro de la BAC n. 561 ya citado anteriormente, p. 230.

21. Le mystére de l'etre, Vol.1 y II, Aubier, Paris, 1951.

(Publicado en Cuadernos de Bioética, 36, 4º 1998, PP 804-814)