Fundamentos de una ética empresarial


Autor: Paulino Quevedo

 

El desarrollo de una auténtica ética empresarial requiere de una Filosofía del trabajo y de una Teología del trabajo.


Breve preartículo


En mi artículo de la semana pasada, Complejidades de la ética empresarial (2003-11-02), puse como subtítulo Ética empresarial (1), indicando con ello que sería el primer artículo de una serie que llevara ese subtítulo. Pues bien, ahora recapacito y cambio el subtítulo por el de Teología del trabajo, por los motivos que en seguida explicaré. En consecuencia, aquel artículo pasa a ser el primero de la serie Teología del trabajo, y el presente será el segundo; y la serie Ética empresarial simplemente desaparece.

En realidad la ética empresarial es un capítulo de la Ética; y la filosofía de la empresa en realidad es un capítulo de la Filosofía del trabajo. El trabajo empresarial es sólo una parte del trabajo humano, como también el siglo XX es sólo una parte de la historia humana. Sería presuntuoso pretender hacer una “filosofía del siglo XX”, porque las últimas causas o razones históricas del siglo XX se encuentran a lo largo de toda la historia humana.

Por razones semejantes, sería presuntuoso pretender hacer una “filosofía de la empresa”, ya que las últimas causas o razones del trabajo empresarial se encuentran en el sentido del trabajo humano en toda su riqueza y amplitud. Es la Filosofía del trabajo la que debe explicar las causas o razones últimas del trabajo humano, y también de esa parte del trabajo humano que es el trabajo empresarial.

Pero resulta que el trabajo humano es una realidad tan rica que la sola Filosofía no es suficiente para explicarlo; debido a lo cual es necesario recurrir a la Revelación divina y a la Teología para finalmente lograr una explicación más acabada gracias al desarrollo de una Teología del trabajo. La razón de ello es que el trabajo es una de las misiones básicas del hombre, que le fue dada por Dios desde el momento de su creación a fin de que pudiera dominar la Tierra y enseñorearse de ella (cfr. Génesis 1, 28 y 2, 15), pues el hombre nace para trabajar, como el ave para volar (cfr. Job 5, 7).

Además, el señorío del hombre sobre los bienes terrenos habla de la propiedad que el hombre ―todo hombre y toda mujer― puede y debe tener de ellos, y del destino universal de los mismos; lo cual se relaciona con la economía y con la propiedad humana, ya se trate de propiedad común ―como el aire― o de propiedad privada ―como el vestido―, o de ambas.

Aunque los artículos de esta serie pueden leerse independientemente, hay entre ellos una relación; debido a lo cual se aprovechará mejor la lectura de cada uno si previamente se han leído los anteriores.


Cuerpo del artículo

En relación con nuestro tema el viernes pasado, 7 de noviembre, el Papa se dirigió a los participantes del encuentro promovido por la Fundación “Robert Schuman” para la Cooperación de los Demócratas Cristianos de Europa. Les dijo que “una persona superficial, espiritualmente tibia o indiferente, o excesivamente preocupada por el éxito y la popularidad, nunca será capaz de ejercer adecuadamente su responsabilidad política”. Podríamos generalizarlo diciendo que una persona así, nunca será capaz de ejercer adecuadamente sus responsabilidades humanas.

Dos días antes, el miércoles 5, el Arzobispo Celestino Migliore, observador permanente de la Santa Sede ante la ONU, hablaba en Nueva York sobre el tema Comercio Internacional y Desarrollo. Entre otras cosas, dijo lo siguiente:

Es patente que el Magisterio de la Iglesia está insistiendo notablemente en la necesidad de que todo trabajo humano, sobre todo el político y el económico, que hoy es marcadamente empresarial y comercial, sea ejercido por personas humanamente responsables, no superficiales ni espiritualmente tibias o indiferentes; y también en la necesidad de que dicho trabajo promueva la dignidad y el desarrollo íntegro de la persona humana, complementariamente, no de manera competitiva ni antagonista, de modo que se abandonen los intereses de grupo y los objetivos egoístas.

Todo esto tiene mucho qué ver con la naturaleza misma del trabajo humano, bien entendida, que nos remite a los análisis e investigaciones de la Filosofía del trabajo y, todavía en mayor profundidad, de la Teología del trabajo. Sin estudios a fondo, el trabajo humano será siempre explicado reductivamente y prostituido en aras de intereses individuales o de grupo, como bien lo atestigua la historia. El trabajo humano sólo puede entenderse en plenitud como misión básica y enaltecedora dada al hombre por Dios.


El punto de vista empresarial y ético

Muchos empresarios están verdaderamente preocupados por las críticas contra las enormes y crecientes diferencias entre ricos y pobres, entre Norte y Sur, y sobre todo porque se dan cuanta de que tales críticas responden a la realidad y de que hay mucho egoísmo en el actual mercado competitivo. También se dan cuenta de que ellos se cuentan entre los ricos. Por tales motivos, están interesados en el desarrollo de una ética empresarial que permita a las empresas ser productivas, eficaces y rentables, a la vez que impida que el hombre sea defraudado.

Es verdad que las críticas se refieren principalmente a los empresarios exitosos ―que han llegado a ser muy ricos―, y que quienes las formulan no suelen fijarse en los que han arriesgado y perdido buena parte de su patrimonio, o todo, o incluso han quedado endeudados. Y si acaso se han fijado, ha sido para criticarlos por ineptos, irresponsables y hasta deshonestos. Con frecuencia esas críticas se soslayan pensando que es muy fácil criticar, sobre todo para los que no se toman la molestia de crear fuentes de trabajo; y esto también es verdad.

Sin embargo, las críticas y preguntas están ahí, con toda la fuerza de su objetividad, al margen de quiénes sean los que las formulen: si globalmente se genera riqueza suficiente para satisfacer a todos, ¿por qué esa riqueza la disfrutan sólo unos pocos, mientras otros sufren o aun mueren?

El hecho de que muchos empresarios arriesguen y pierdan su patrimonio no debería ser un justificante o respuesta a la pregunta anterior, sino otra acuciante pregunta: ¿por qué el empresario debe arriesgar tanto? ¿Por qué tanta rotación de empresas que surgen y quiebran? Parece que algo anda mal en el mundo de la empresa, al menos globalmente, tanto para los pobres como para los empresarios mismos.

También parece que eso que anda mal no puede circunscribirse al trabajo interno de nuestras organizaciones, sino que las desborda, y que tiene tintes marcadamente éticos. Parece, finalmente, que algo anda mal con la ética empresarial que estamos manejando, y que resulta estrecha como guía para resolver los problemas globales efectivamente.

El problema actual no es, por tanto, plantearnos sólo el carácter ético de las actividades empresariales, sino también algo mucho más profundo: plantearnos filosófica y teológicamente la autenticidad de la ética empresarial que manejemos. Empresarios, filósofos y teólogos debemos trabajar juntos a fin de encontrar soluciones éticas adecuadas a las complejas circunstancias globales que estamos empezando a vivir.


Inercia e ingenuidad históricas

En el desarrollo de una Filosofía del trabajo nos encontramos con la constante histórica de que el grueso de la población ―sea regional, nacional o mundial― tiende ingenuamente a pensar que los sistemas sociales y económicos en los que vive van a perpetuarse indefinidamente; y esta tendencia es tanto más fuerte cuanto más extendidos y establecidos están dichos sistemas.

Y así, también hoy, ingenuamente se piensa que el moderno trabajo empresarial, como actualmente lo conocemos, ya nunca desaparecerá. Se piensa que al fin hemos logrado un modo de trabajar ―el de la empresa moderna― tan eficaz... ¡que seguramente permanecerá! Verdaderamente asombra la magnitud de semejante ingenuidad, sobre todo en momentos que claramente apuntan a la desaparición ―en el presente siglo― de la empresa que hoy conocemos. En efecto, la robótica lo cambiará todo, y en un plazo relativamente corto.

Por empresa moderna entiendo la que busca utilidades económicas mediante la oferta competitiva de productos o servicios en un mercado libre.

Es de todo punto importante comprender que el trabajo es vocación humana esencial, pero que el trabajo empresarial no lo es. A esto se debe que el hombre siempre haya trabajado, pero que no siempre haya trabajado empresarialmente. La humanidad ha vivido sin la empresa moderna durante milenios, y también podrá vivir sin ella en el futuro; pero hoy, dado que es el sistema establecido, nos parece imposible vivir sin ella, arrastrados por la inercia de la constante histórica arriba mencionada.

Hemos presenciado la celeridad con que la Informática ha cambiado nuestro modo de vida. El hombre, que fue sacado de su pequeño taller y llevado a las fábricas debido a la máquina de vapor, hoy está regresando a trabajar virtualmente desde su hogar gracias a la computadora personal y a Internet. ¿Qué sucederá cuando los robots se desarrollen lo suficiente como para llevar a cabo todo o casi todo el trabajo que los humanos realizamos hoy? Esto tendrá lugar, sin duda, antes de que termine el presente siglo, aun sin tener la inteligencia artificial, sino sólo sistemas cada vez más expertos. ¿Qué sucederá si, además, la inteligencia artificial llegara a lograrse?

Una cosa parece segura: el grueso de la humanidad se quedará sin trabajo, al menos sin el tipo de trabajo que previamente tenía, y que le era remunerado. Y entonces, toda la riqueza generada por los robots y ofrecida en el libre mercado, ¿quién la comprará? Y al no ser comprada, ¿de quién será? ¿Será toda ella de los poquísimos dueños de las empresas robotizadas, mientras el resto de la humanidad ―el grueso de la humanidad― padece indigencia? Indudablemente, el concepto mismo de propiedad tendrá que ser reconsiderado y redefinido; y la empresa moderna habrá desaparecido... antes de finalizar el siglo XXI.


Consecuencias de la desaparición de la empresa moderna

Cuando los robots generen riqueza suficiente para satisfacer las necesidades de todos, y la empresa moderna haya desaparecido, y el concepto de propiedad haya sido reconsiderado y redefinido, la realidad socioeconómica en cierto sentido será igual que antes, pero en otro sentido habrá cambiado radicalmente.

En cierto sentido será igual que antes porque, igual que hoy, habrá riqueza suficiente para satisfacer las necesidades de todos. Y en otro sentido habrá cambiado radicalmente, porque ya no será posible que la acaparen unos pocos, convertidos ya en poquísimos, en detrimento del resto de la humanidad, convertido ya en el grueso de la humanidad.

Como siempre ha sucedido en la historia, cuando el número de los oprimidos crece más allá de ciertos límites, llega un momento en que éstos ya no aguantan más y se sublevan, y entonces sobrevienen las revoluciones y los cambios radicales. Roguémosle a Dios que esta futura revolución se realice sin derramamiento de sangre.

Después de que los cambios hayan tenido lugar y de que las cosas se hayan apaciguado, de alguna forma la riqueza generada por los robots ―suficiente para satisfacer las necesidades de todos― deberá ser distribuida entre todos, ya sea en forma de propiedad privada, ya sea en forma de propiedad común, dado que ―al igual que hoy y siempre― ambas formas de propiedad deberán subsistir. En tal situación de bonanza el problema de suficiencia de satisfactores materiales habrá desaparecido.

Será entonces cuando se presente agudamente el problema verdaderamente humano, como se presentó en la situación de bonanza lograda en la antigua Grecia y en el Imperio Romano. En Grecia se optó por el desarrollo de la cultura, debido a lo cual Grecia ha sido llamada cuna de la cultura. En Roma se optó por pan y circo, cuya consecuencia fue la decadencia del Imperio Romano.

En la actualidad el pan está representado por el consumismo, y el circo por las competencias de gran espectáculo. El desarrollo de la cultura nunca ha necesitado de representaciones. En el futuro las competencias podrán seguir representando al circo, pero, en vez del consumismo, ¿qué será lo que venga a representar al pan? No lo sabemos bien, pero podemos sospechar que será algún nuevo horror. Lo seguro es que cada quien tendrá que usar su libertad para optar por el desarrollo de la cultura o por el pan y circo propio de su época.


Dos importantes cometidos de la ética empresarial

En ese futuro globalizado y robotizado ya no será necesario trabajar para tener pan; al menos no será necesario trabajar de la misma manera, aunque siga en vigor lo dicho en la Sagrada Escritura: “Con el sudor de tu rostro comerás el pan” (Génesis 3, 19). Lo previsible es que ya no será necesario trabajar para ganarse el pan, sino para no perder el pan. Me explico.

Hoy necesitamos trabajar para ganar dinero y poder comprar el pan ―que representa todo lo necesario para la subsistencia―, y también para producir el pan. En el futuro no será necesario trabajar así, porque el pan será producido por los robots y será distribuido gratuitamente. Habrá que trabajar a fin de no quedar fuera de dicha distribución, o para no tener restricciones respecto a la misma.

Y así, trabajar podrá ser llevar una vida con un mínimo de orden asistiendo ―agotadoramente― a los espectáculos públicos ―circo― para matar el tiempo, sin causar conflictos ni ocasionarse uno mismo enfermedades; o también podrá ser dedicarse a la cultura: artes, ciencias, filantropía, etcétera.

Otros tendrán que trabajar debido a las necesidades humanas mismas, pero no para ganar un dinero con el cual poder comprarse el pan. Por ejemplo, tendrán que trabajar los que manejen los sistemas que controlen los robots, los sacerdotes, los médicos, los educadores y algunos más. Y mientras más beneficio social reporte el trabajo de alguien, en mejor situación estará en las distribuciones gratuitas, ya que se le proporcionarán los instrumentos requeridos por su trabajo. Un vago, en cambio, recibirá sólo lo indispensable.

La ética empresarial tendrá ―tiene ya― el importante cometido de propiciar que los cambios consecuentes al proceso robotizador se lleven a cabo sin derramamiento de sangre. Y tendrá también el cometido de propiciar que, después de lograrse dichos cambios, las personas sean educadas a fin de que libremente opten por el desarrollo de la cultura, y no por el pan y circo propio de su época.

Hemos visto una muestra de cómo un intento incipiente por desarrollar la Filosofía del trabajo y la Teología del trabajo ―notando que el modo empresarial actual de trabajar no prevalecerá para siempre y tratando de prever cómo terminará― nos ha ayudado a perfilar dos importantes cometidos de la ética empresarial de hoy y del futuro.