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para la
BIBLIOTECA CATÓLICA DIGITAL
V.
PERSONALIDAD
I. Descripción psicológica general.
II. Formación de la personalidad.
III. Fundamentos biológicos de la personalidad.
I. DESCRIPCIÓN PSICOLÓGICA GENERAL
por V. PELECHANO BARBERÁ
Introducción al problema de su definición. Probablemente el término de p. es
el más debatido de todos los que integran el mundo psicológico. En principio
cabe decir que p. es el correlato psicológico del término filosófico de
persona (v.). Uno y otro son, además, manejados como términos sinónimos por
los llamados «psicólogos de la personalidad». Los conceptos más cercanos y
con los que se han emparentado en las publicaciones psicológicas han sido los
de carácter (v.) y temperamento (v.), el primero de ellos con una matización
ética y el segundo con un contenido fisiológico evidente.
M. T. Cicerón (v.), uno de los primeros que analizaron el concepto de persona,
recoge cuatro significaciones distintas que tienen, incluso en nuestros días,
una importancia capital a la primera significación muy cercana a la originaria
(g. prosopón, lat. persona o per sonare), es la de apariencia, más
precisamente, de falsa apariencia. En este sentido, la p. viene a ser la
simulación, el distinto modo de conducirse en función de los condicionantes de
estas apariencias y, dentro de un sentir contemporáneo, los distintos
acercamientos psicosociales y los conceptos emparejados con ellos: rôle,
determinantes sociales, la llamada p. básica o p. característica de cada
cultura y que la misma cultura determina, etc. b) La segunda acepción de p. la
asimila al papel que cada actor desempeñaba en la obra teatral, al personaje
que se trataba de caracterizar en la representación; andando el tiempo, la
delimitación de las notas y características constitutivas de este personaje
van a colorearse con una serie de definiciones de p. de rango jurídico, si bien
extendiendo a veces su aplicabilidad al nivel supraindividual y corporativo. c)
La tercera significación de p. se encuentra asociada con la importancia y
dignidad del sujeto de que se trate. Desde el primer momento el mundo filosófico
acentuó las notas de racionalidad, autoconciencia y unicidad absoluta; y dentro
de la teología se revistió con notas de la relación con la divinidad y su
misterio inescrutable. En nuestros días, y posiblemente unido a un proceso
general de secularización lingüística, el término ha devenido en el lenguaje
coloquial en una connotación de prestigio y éxito social, «el tener o no
tener personalidad». d) La cuarta y última significación que Cicerón da a p.
insiste en las cualidades personales y definitorias del hombre mismo, Es éste
el sentido más psicológico del término y sobre el que nos vamos a detener un
poco más.
Siguiendo la pauta sugerida por G. W. Allport (1937), que se ha hecho clásica
en este campo, aunque sin ceñirnos totalmente a ella, podríamos constatar la
existencia de cuatro tipos generales de definiciones psicológicas que se han
dado:
a) La que se mantiene más fiel a la tradición del pensamiento occidental, y
que acota el campo de estudio de la p. como el de todas aquellas cualidades
–heredadas y adquiridas, cognitivas y emocionales– que definen al ser humano
concreto, individual y viviente. El problema más grave con que se encuentra
este tipo de definición es el de haber soslayado una de las primordiales
características de la materia viva: la de estar estructurada.
b) Esto es, precisamente, lo que señala la segunda clase de definición. En
ella se entiende por p. el peculiar y característico modo de sistematizar,
asimilar e integrar la información que recibe el ser humano. En este caso, la
p. se entiende como ordenada, jerarquizada y formando un sistema en equilibrio
parangonable, en cierto modo al menos, con el modelo reticular de personalidad
propuesto por R. B. Cattell.
c) El tercer tipo de definición psicológica resalta la capacidad adaptativa
del ser humano; se define en este caso la p. como el modo individual de adaptación
del hombre, sus peculiares modos de ajuste al medio –todo tipo de técnica
terapéutica es partidaria en mayor o menor grado de esta acepción. Mientras
que en la primera definición psicológica de la p. se insiste en lo observable,
lo inventariable de la conducta humana, en la segunda y tercera se acentúa el
momento científico explicativo de la realidad humana, pero siguiendo dentro del
mundo descriptivo de la realidad psicológica individual, en el sentido de que
es posible moverse a un nivel de investigación empírica, bien siguiendo el
modelo del método científico experimental o del análisis factorial (v.).
d) La cuarta definición acentúa los aspectos jerárquicos integrativos y los
lleva a su límite explicativo: puesto que la realidad humana es una, de lo que
se trata en este caso es de buscar el principio integrador de esta realidad. La
p. es el sustrato sobre el que se asienta el modo de operar del ser humano, es
el centro gravitatorio del obrar individual, el motor de la actividad.
Si analizamos los temas de que se ocupan en su trabajo científico los
estudiosos de la p., advertiremos que falta en ellos un tratamiento sistemático
de los procesos cognitivos del ser humano, y que insisten en cambio en los
emocionales y afectivos. Los psicólogos de la p. que siguen una orientación
fenomenológica, existencial, analítica, psicodinámica y, en general, no
experimental. , tratan de aislar las pautas de respuesta emocional del sujeto
ante el medio. Los estudiosos de orientación experimental, utilizan asimismo
conceptos que son, fundamentalmente, de contenido emocional: impulsos (v.)
motivación (v.) y otros que como neuroticismo y extraversion veremos más
adelante. No quiere esto decir que se rechacen totalmente los aspectos
aptitudinales y cognitivos, pero cuando éstos son utilizados, lo hacen tan sólo
en conexión con aquellos otros que señalamos y cargando sobre estos elementos
emocionales todo el peso explicativo y sirviendo los aspectos cognitivos como
variables de menor relevancia teórica. Dicho con otras palabras: mientras la
psicología aptitudinal se ha ocupado en construir una tipología humana
asentada sobre los aspectos cognitivos, la psicología de la p. lo ha hecho
sobre bases emocionales.
Por otra parte, en el nivel actual de investigación, carece de sentido postular
una definición que pretenda ser a la vez completa y totalmente verificable. A
un nivel de metodología científica cabría formular como definición tentativa
de la psicología de la p. la que se ocupa de aislar las pautas generales de
interacción emocional entre psiquismo humano y ambiente, siendo conscientes de
que estas pautas no están todas descubiertas, ni todas las descubiertas poseen
la misma relevancia, ni presentan claramente su estructura en todas las
ocasiones, puesto que esta estructura es, ante todo, dinámica y se encuentra
inmersa en un decurso temporal.
Técnicas de evaluación de la personalidad. La evaluación en psicología lleva
consigo una observación sistemática, bajo condiciones específicas y en relación
con estímulos concretos y definidos. Es decir, la observación ha de ser sistemática,
repetible y fiable (V. TEST PSICOLÓGICO). Esta observación, además se debe
realizar bajo condiciones precisas y anteriormente definidas y llevarse a cabo
utilizando siempre los mismos estímulos ante diferentes sujetos, ya que si
variamos al mismo tiempo estimulación y sujeto los resultados son difícilmente
interpretables; por ello, hay que mantenerconstante la estimulación y aplicar
siempre los mismos estímulos. Cuatro tipos distintos de técnicas evaluativas
se han utilizado preferentemente:
1) Las técnicas proyectivas (v. PSICODIAGNÓSTICO) dentro de una orientación
analítica en el estudio de la p. Se parte del supuesto genérico de que la
persona proyecta su personal modo de enjuiciar la realidad a través de un tipo
de estimulación poco estructurado.
2) Entrevistas y técnicas subjetivas, llamadas así por la dificultad de
calificación objetiva de las respuestas recogidas en las pruebas. En el caso de
la entrevista se trata de una recogida de información verbal con el contacto
personal del propio investigador. Dos graves defectos vamos a constatar aquí:
el primero se refiere a la poca fiabilidad obtenida en repetidas ocasiones en el
análisis de contenido de la información que constituye la entrevista (los
jueces que han de evaluar la entrevista difícilmente se ponen de acuerdo sobre
la calificación emocional de los juicios emitidos por los sujetos); el segundo
hecho a considerar se refiere a toda una serie de efectos sutiles del
entrevistador sobre el entrevistado y que han sido puestos de manifiesto más de
una vez (por ej., la emisión por parte del entrevistador de una serie de
sonidos aprobatorios o desaprobatorios inmediatamente después de que el sujeto
ha dado una respuesta llevan a incrementar o a eliminar en ciertas condiciones
ese tipo de respuestas). En la llamada técnica Q se piden al sujeto que ordene
en tres o cuatro categorías una serie de tarjetas en las que se encuentran
escritas frases, lo cual permite un tratamiento más objetivo de los resultados
obtenidos. Ninguna de estas técnicas se encuentra estandarizada, por lo que su
aplicación depende, exclusivamente, de cada caso individual la comparación de
resultados se hace problemática. Y
3) Los llamados tests psicométricos que,en el campo de estudio de la p., están
representados por los cuestionarios e inventarios de personalidad. Se trata de
pruebas, estructuradas en las que se garantiza la objetividad en cuanto a
recogida de información y en cuanto a corrección, que hoy se hace automáticamente.
A diferencia de las técnicas que hemos señalado hasta el momento, en este tipo
no se parte del supuesto de que existe un paralelismo verbalización-conducta
(es decir, que no se supone en principio que una persona haga lo que dice y diga
lo que hace). El material consta de una serie de preguntas o afirmaciones a las
que el sujeto tiene que contestar bien sea con una alternativa doble (sí o no)
o dentro de una escala de intensidad en la que tiene que señalar su grado de
acuerdo o desacuerdo con la pregunta o aseveración formulada. Las respuestas así
obtenidas poseen el rango de ser unidades de conducta que han de ser validadas
empíricamente. El énfasis se sitúa en la relación existente entre pauta de
conducta verbal y otros tipos de conducta. Dos grandes peligros, que poseen
tanto cuestionarios como inventarios, son la tendencia a dar respuestas
extremas, cuya significación funcional no está aclarada del todo, y la
aquiescencia o tendencia a contestar que sí. Una ventaja considerable supone el
hecho de que sean susceptibles de aplicación colectiva. Son utilizadas
preferentemente este tipo de técnicas por las teorías de rasgos de p.,
entendidos éstos como pautas de respuesta consistentes ante una diversidad de
situaciones.
4) Los llamados tests objetivos son pruebas psicológicas estandarizadas, en los
que se trata de estudiar el rendimiento de los sujetos en situaciones muy
controladas («situaciones en miniatura»). Asimismo se podrían integrar dentro
de este apartado una serie de procedimientos que como el electroencefalograma y
la respuesta psicogalvánica de la piel (medida de los cambios de
conductibilidad eléctrica) pueden ser representantes de las medidas de activación.
Un ejemplo de este tipo de técnicas es el llevado a cabo por Luchins durante
muchos años para estudiar la rigidez, utilizando una serie de problemas
conocidos como «problemas de las jarras de agua». Se trata de presentar al
sujeto dos o tres jarras de agua; p.ej., dos jarras, una con cinco litros de
capacidad y otra con una capacidad de dos litros. La tarea consiste en presentar
al sujeto una serie de problemas a base de conseguir aislar una determinada
cantidad de agua; se contabiliza el tiempo de solución de cada problema, el número
de intentos que ha realizado el sujeto o, de modo alternativo, si el método de
solución que utiliza es similar en los diversos problemas anteriores. Todos
estos criterios pueden darnos un indicio del grado de rigidez de conducta del
sujeto en cuestión. La ventaja indudable de este tipo de técnicas es su
objetividad; los defectos, con todo, son bien patentes: por una parte, no está
claro que una misma prueba posea una significación similar para todos los
sujetos, lo cual condicionaría su tipo de respuestas, y, por otra, se dejan sin
apreciar todos los aspectos de la p. que se relacionan con un determinado modo
de actuación, sin ser este modo de actuar el mismo; esto es: representa este
modo de acercamiento un enfoque excesivamente atomista de la conducta y difícilmente
puede apresarse con él la dinámica del proceso personal de realización.
Todo lo que antecede no quiere decir que no sea factible el estudio de la p.;
por el contrario, subraya una vez más la necesidad en la utilización de baterías
de pruebas en las que se encuentren representadas dos o tres técnicas de
evaluación distintas.
Algunos enfoques contemporáneos. Podemos hacer dos grandes grupos. En el
primero se sitúan una serie de orientaciones que poseen en común la nota de
realizar un estudio basado en la experiencia, pero con resonancia y alcance que
trasciende lo experimentable o lo operacionable. En esta línea se insertan
todas aquellas posiciones de orientación filosófica y clínica que postulan la
existencia de un foco primigenio de actividad –racional o irracional– que es
el responsable de la conducta emocional de los seres humanos. Caben aquí tanto
las orientaciones fenomenológicas, existenciales y estratiformes (Lersch,
Rogers, etc.), como las denominadas analíticas, psicodinámicas y profundas,
bien sea con un acento sobre el mundo individual o sobre los aspectos
psicosicales. Todas ellas se encuentran inmersas dentro de una tradición filosófica,
bien sustancialista, como en el caso de Lersch, bien mecanicista, como en el
caso de Freud. La tendencia que está a la base de todas ellas es la de enfocar
el estudio del ser humano en bloque, en su totalidad, haciendo especial hincapié
en la explicación de los procesos psíquicos emocionales superiores y
complejos: los sentimientos (v.).
En el otro grupo se encuentran aquellos autores que se mueven únicamente al
nivel de lo empíricamente verificable. Dentro de este grupo cabe hacer, a su
vez, dos grandes subgrupos. Por una parte, los que entienden la psicología de
la p. como una parte de la psicología experimental y, en cuanto tal, le aplican
los mismos métodos que a aquélla; y en especial como una parte de la psicología
del aprendizaje (v.), y tal y como fue formulada por Hull y Skinner en concreto,
o como un aspecto conectado directamente con la psicología del pensamiento en
el caso de las llamadas teorías cognitivas de Heider, Festinger y Rosenberg. El
segundo subgrupo está formado por las escuelas factorialistas. Como
representantes arquetípicos podemos citar el psicólogo inglés, afincado en
USA, R. B. Cattell, que utiliza estrictamente el análisis factorial (v.) como método
de investigación, así como las técnicas multivariadas; y el alemán,
residente en Inglaterra, H. J. Eysenck, quien es partidario de un modelo jerárquico
de personalidad. Cattell y Eysenck se han preocupado por la comprensión y
delimitación de aquellas pautas de interacción entre psiquismo y medio que son
consistentes intra e interindividualmente. Mientras el modelo propuesto por
Cattell no ha encontrado una verificación satisfactoria, el correspondiente a
la escuela de Eysenck, si bien dentro de un clima todavía hoy polémico, sí ha
encontrado, al menos, una verificación parcial aunque incompleta.
Parte Eysenck del supuesto de que la conducta humana es consistente, posee
cierto grado de generalidad, de modo que del análisis de una situación pueden
sacarse previsiones sobre el modo de conducta de otra situación posterior. Esta
generalidad, por otra parte, no es la misma para todos los tipos de conducta, de
modo que puede lograrse hacer una taxonomía de muestras de conducta en función,
precisamente, de esta generalidad. El instrumento estadístico adecuado para
ello es el coeficiente de correlación (v. ANÁLISIS FACTORIAL). El primer
nivel, menos general, con el que nos encontramos es el de las respuestas específicas:
son aquellas respuestas que se dan unas veces sí y otras no ante determinados
estímulos. El segundo nivel lo forman las respuestas habituales, que ante
determinados estímulos se den respuestas similares. El método estadístico
empleado en este caso es el llamado coeficiente de fiabilidad. El tercer nivel
–nivel de rasgo– se logra al descubrir pautas de covariación común entre
distintas pruebas: así se definen rasgos tales como sociabilidad, impulsividad,
vivacidad, etc. Mientras los psicólogos factorialistas americanos se quedan a
este nivel de análisis, Eysenck, partidario de la escuela factorialista
inglesa, toma conciencia del hecho de que estos rasgos no se presentan como
independientes entre sí: de ahí la posibilidad de continuar con el análisis
de las distintas «generalidades», de someter de nuevo los datos a un nuevo análisis
factorial para obtener el nivel de tipos, de factores de segundo orden o
dimensiones básicas de personalidad. Dos son las dimensiones fundamentales
aisladas por la escuela de Eysenck: extraversión-introversión y control-neuroticismo.
Se da la posibilidad de que existan otras. Desde hace algunos años el mismo
Eysenck habla de la existencia de otra dimensión más, a la que llama
psicoticismo, si bien su caracterización no es definitiva hasta el momento.
Sin hacer grave traición al estado actual del estudio psicológico de la p.,
puede decirse que no existe una teoría lo suficientemente convincente como para
eliminar a las otras, si bien uno de los logros más importantes de los últimos
diez años ha sido la progresiva toma de conciencia por parte de las corrientes
experimentalistas de la importancia creciente que posee el estudio sistemático
y pormenorizado de la estimulación y de sus aspectos definitorios, lo que
equivale a la pregunta: ¿qué es estímulo y cuáles son sus características más
relevantes? Por otra parte hay que hacer notar que es posible en nuestros días
estudiar, bajo un punto de vista experimental y controlable, la dinámica de p.,
la dinámica relacional entre los distintos aspectos de p. –dimensiones básicas
y factores motivacionales– y las distintas categorías de ejecución, con lo
que se posibilita una nueva vía de acceso y comprensión de los procesos
complejos que entran a formar parte del mundo emocional humano. Como datos
relevantes en esta orientación cabe señalar el hecho, repetidamente
constatado, de la existencia de interacciones complejas entre p. y ejecución.
El estudio pormenorizado de los cambios sistemáticos de la estimulación y de
sus relaciones con el mundo emocional se presenta, desde esta perspectiva, como
una nueva vía de acceso para el estudio experimental y controlable de la
personalidad. En este modo de pensar, sin embargo, no se trata de aplicar únicamente
el método experimental tradicionalmente aceptado en psicología, ni únicamente
el método del análisis factorial sino, precisamente, de una estrategia de
investigación que emplea tanto el análisis controlable por medios físicos de
las variables que se consideren, como un análisis pormenorizado de los datos
experimentales obtenidos y una elaboración estadística de ellos que permita la
objetivación de estos cambios dinámicos y de estas interacciones entre mundo
emocional y mundo estimular. Los resultados alcanzados hasta el momento permiten
presumir que las así llamadas dimensiones básicas de p. distan mucho de
comportarse de modo sistemático y coherente tal y como se había pensado hasta
la fecha pero que, sin embargo, los cambios relacionales observados permiten
pensar que esta variación no es aleatoria, sino sistemática y susceptible de
ser aprehendida y sometida a legalidad empírica.
II. FORMACIÓN DE LA PERSONALIDAD
por JUAN ANTONIO CABEZAS
Acepciones del término. El término p., como tantos otros del vocabulario
psicológico, es de un amplio polisemantismo; para nuestro particular propósito
podemos partir de una definición amplia y general: por p. entendemos el
conjunto existencial y dinámico de rasgos que hacen de un individuo un ser único,
original y aparte de todos los demás.
Pero la p. así entendida admite, y a menudo suele tomarse en dos acepciones
diferentes. Desde los tiempos de W. James los psicólogos vienen hablando de un
«ego empírico», objetivo, material o «mí», y de un «ego puro», subjetivo
y formal. En España Ortega y Gasset llamó ya la atención sobre la necesidad
de tomar en consideración dicha distinción: «El psicólogo –decía–
tiene, a mi juicio, que distinguir entre el «yo» y el «mí». El dolor de
muelas me duele a mí, y, por lo mismo, él no es yo. Si fuéramos dolor de
muelas, no nos dolería: doleríamos, más bien, a otro, e ir a casa del
dentista equivaldría a un suicidio, pues, como dice Hebbel, «cuando alguien es
pura herida, curarlo es matarlo» (Vitalidad, alma y espíritu, «Rev. de
Occidente» Madrid 1927, 139).
El yo objetivo o «mí» abarca y comprende todo aquello que escapa al no-yo. Es
el universo interno de nuestra intimidad personal: el yo soy. Los límites y
fronteras de este yo no se limitan a la superficie del cuerpo; por eso, muy
junto al «yo soy», hay que situar al «yo tengo», como elemento estructurante
de la p. objetiva. Mis libros y mis zapatos, mis amigos y mis hermanos vienen a
ser como una prolongación de mi mismidad, en ellos me reconozco a mí mismo y
si, por cualquier circunstancia, una de estas cosas o personas que llamo mías
se extravía o muere tengo la impresión que se ha perdido o muerto «un pedazo
de mí mismo». El «yo puro», él «real me» (de W. James) designa, en
cambio, al «yo» que posee, conoce, unifica e integra el primero. Si en el
primer sentido solemos hablar de personalidades ricas o pobres, bien o mal
dotadas, en este segundo, en cambio, acostumbramos a referirnos a personalidades
bien o mal integradas, acabadas, maduras.
Entre las notas más sobresalientes que caracterizan y definen este «yo» o p.
formal cabe destacar estas tres: a) La integración: En ella, los múltiples y
variados aspectos que la constituyen se integran en un todo compacto, y este
todo funciona como una unidad. Podemos equiparar la p. bien integrada a una auténtica
«com-posición», y en una «composición» no hay nota que disuene; b) El
autocontrol: El yo integrado y maduro se pertenece a sí mismo, se posee a sí
mismo («Est securus sui possessor», Séneca), distinto y superior a todos y a
cada uno de sus elementos. La libertad «terminal», interior y espiritual es la
mejor y más alta expresión de la p. subjetiva y formal; c) La adaptación: La
p. integrada y señora de sí misma es una p. que está en condiciones de vivir
en santa paz, armonía y comunión, en primer lugar, consigo misma y después
con todo el resto del mundo.
La personalidad como empresa de la vida. La p. así entendida ya no se nos da
como punto de partida. «Es un germen en el niño –se nos dice– que sólo se
desarrolla paulatinamente por y en la vida» (C. G. Jung, La realidad del alma,
Buenos Aires 1957, 143). Viene a ser el resultado de un largo, lento y
complicado proceso de maduración, aprendizaje, educación, aculturación y –ésta
es una verdad que debería recordarse a menudo a los adolescentes– fruto de un
laborioso, cotidiano y personal esfuerzo. La edificación de la propia p.
constituye la empresa más importante de la vida, la tarea más hermosa que
traemos entre manos. Este quehacer caracteriza y define, a juicio de Zubiri, la
vida humana, en cuanto humana: «El hombre existe ya como persona en el sentido
de ser un ente cuya entidad consiste en tener que realizarse como persona, tener
que elaborar su personalidad en la vida» (X. Zubiri, Naturaleza, Historia,
Dios, Madrid 1951, 336).
El papel de la familia y la escuela en la formación de la personalidad. En este
largo y complejo proceso de maduración y desarrollo de la p., la familia, la
escuela y, a través de ellas, la sociedad que representan, juegan y tienen en
sus manos la baza más importante y decisiva. La razón psicológica de esta
supremacía es clara y convincente. El niño, un ser constitucionalmente débil
e indefenso, tiende a buscar apoyo y protección en los demás. Esto le lleva
espontáneamente a identificarse con aquellas personas que él de alguna manera
advierte que le aman, defienden y protegen. Normalmente para un niño tales
personas suelen ser sus padres y maestros. «En principio, el padre –advierte
a este respecto M. Richard– es para el niño el eje del mundo, el polo que
viene a ordenar la totalidad del mundo... Si el padre desaparece el mundo
estalla y pierde su orden» (Los dominios de la Psicología, II, Madrid 1971, 23
ss.). A través de la identificación, con la que se asegura el amor y la
aceptación, la seguridad y la protección que precisa, el niño va asimilando,
«introyectando» progresivamente las actitudes básicas y fundamentales, las
pautas típicas de comportamiento, y, en fin, la concepción o imagen que de
Dios, el mundo, la vida, los hombres, la autoridad, la sociedad se han formado
esas personas a las que él tanto ama, teme y admira. Apoyado y sostenido por
estas imágenes interiorizadas, el niño, sacando fuerzas de flaquezas, intentará
enfrentarse y hasta se decidirá por ir postergando las exigencias inmediatas y
los impulsos indisciplinados de su yo instintivo, e iniciará de este modo el
aprendizaje del autocontrol, de la autodisciplina y de la convivencia
comunitaria, para acabar configurando su p. a imagen y semejanza de la de sus
padres y maestros, y, en resumidas cuentas, elaborándola de acuerdo con el
modelo que la sociedad y la cultura, a la que ellos pertenecen, propone y
aprueba.
De lo que acabamos de decir se desprenden estas dos cosas: a) que la p. del niño
hunde sus raíces en las p. de sus padres y maestros; y b) que aquellos niños
que, por cualquier motivo o circunstancia, no han tenido en su infancia una
imagen atractiva con la que pudieran identificarse, quedando abandonados a su
propia suerte y al poder de sus impulsos (tal es el caso, entre otros, de los niños
malqueridos, de los niños rechazados, de los niños de padres desavenidos) están
expuestos a no alcanzar nunca del todo el equilibrio, el autocontrol y la
madurez de su p. Son niños biopsíquicamente débiles y deficientes. Sus
comportamientos y relaciones sociales están marcados por el signo de la
inestabilidad, la ansiedad y la agresividad. Tales han sido las conclusiones a
que han llegado numerosos y recientes estudios experimentales.
La configuración de la futura p.. depende de las interrelaciones y primitivas
experiencias personales, que son cabalmente las que el niño vive sucesivamente
en la familia y en la escuela, pero sobre todo, de las que vive en la familia.
Un autor tan conocido en el campo de la psicología evolutiva como A. Gessel,
comparando la influencia de ambas variables sobre el desarrollo de la p. dice
que si bien «la escuela es una unidad social más amplia que la casa, sin
embargo, es mucho menos compleja y, en gran medida, menos decisiva en cuanto a
la organización de la personalidad del niño» (The Child from five to ten,
Londres 1946, 333). Por eso, este mismo autor no tiene el menor reparo en
afirmar en otro lugar que la organización básica de la p. «takes place in the
first years of life», está en buena parte decidida en los cinco primeros años
de la vida. Y ésta ha sido y sigue siendo la tesis mantenida por escuelas
psicológicas muy distintas entre sí ya mucho antes que los sociólogos y psicólogos
profesionales, el instinto creador de los grandes educadores había visto en el
niño al sujeto por excelencia de la educación, porque «únicamente es sólido
y estable –decía el gran Comenio– lo que la primera edad asimila... de tal
modo en el hombre las primeras impresiones se fijan que casi es un milagro que
puedan modificarse» (Didáctica magna, Madrid 1922, 70).
BIBL: T.PARSONS-R. BALES, Family. Socialization and interaction process, Londres
1956, cap. II; G. LINDZEY, Handbook of Social Psychology, Massachusetts 1959,
cap. 18; M. POROT, L"enfant et les relations familiales, París 1959; A.
GESSEL, Psicología evolutiva, Buenos Aires 1960; T. PARSONS-E. HILS Y OTROS,
Theories of society, Nueva York 1961, 821-860; J. A. CABEZAS, Papel de la
familia en la educación de los hijos, «Rev. Calasancia« 36, 1963; P. HOSSFELD,
Formación de la personalidad, Barcelona 1964; E. STONE, Psicología de la
educación, Madrid 1963; D. KATZ, Psicología de las edades, Madrid 1960; A.
MILLÁN PUELLES, La formación de la personalidad humana, Madrid 1963; V. GARCÍA
HOZ, El nacimiento de la intimidad, Madrid 1970.
III. FUNDAMENTOS BIOLÓGICOS DE LA PERSONALIDAD
por J. MARTÍN RAMÍREZ
Un análisis semántico del presente encabezamiento ayuda a enriquecer su
significado si bien, como bien indica Silverio Palafox, tomamos la preposición
de en su triple acepción objetiva, subjetiva o final: 1) La objetiva indica que
la p. y la actividad humana tienen una fundamentación biológica; 2) la
subjetiva obliga a abordar la biología humana como una de las bases de la
continua perfectibilidad y educabilidad de la p., es decir, hay que considerar
la permanente reverberancia de la educación (v.) sobre el concepto biológico
del hombre; y 3) la final –de como sinónimo de para– abarca todos aquellos
conocimientos fundamentales de biología humana necesarios para considerarse
formado en el campo de la p..
La importancia de su estudio se debe principalmente al hecho de que la biología
es el fundamento material de las diferencias personales: precisamente en su
condición única de ser biológicamente individual, el hombre (v.) puede
perfeccionar su naturaleza y su p., tal como defienden, entre otros, filósofos
tan poco sospechosos de «positivismo» como el clásico Tomás de Aquino: «Se
dice que algo es natural a un hombre de dos modos: uno por su naturaleza específica;
otro, por su naturaleza individual. Porque así como cada ser se especifica según
su forma, se individua empero, según su materia; y como la forma del hombre es
el alma racional y la materia es el cuerpo, lo que conviene al hombre según el
alma racional le es natural por razón de la especie, y lo que le conviene por
la determinada complexión corporal, le es natural según la naturaleza
individual. Pues lo que por parte del cuerpo es natural al hombre según la
especie, de alguna manera se refiere al alma, en cuanto que, evidentemente, tal
cuerpo es a tal alma proporcionado» (Sum. Th. I-II q 63 a 1).
El hombre es esencialmente singular. Su configuración personal es única en
cada individuo; en la vida tratamos a personas distintas, con características y
configuración peculiares. Ya Goethe quiso indicar que una característica
principal del hombre era su individualidad: «La naturaleza parece haberlo
basado todo en la individualidad». Y en nuestros días T. Dobzhansky (o. c. en
bibl. 56) afirma que «cada ser humano es portador de un genotipo único», ya
que el número posible de combinaciones de genes humanos (V. GENÉTICA) «excede
ampliamente al número total de átomos del universo entero» y la
individualidad no sólo es genética: varía el ritmo de crecimiento, el ciclo
menstrual, la morfología del sistema nervioso (v.) –p. ej., puede haber dos o
tres nervios esplácnicos, es distinto en cada persona el número y disposición
de las células, así como su conductividad y conexión– o del sistema
endocrino –sólo hace falta observar el diferente peso o formato de las glándulas
(v.)–, los procesos bioquímicos –metabolismo basal, consumo de agua,
necesidades vitamínicas–, etc.: nadie es «normal» sino en un número muy
reducido de cualidades. La p. presenta diferentes ritmos biológicos,
funcionales y disfuncionales.
Sin embargo, aunque lo que realmente existe es un ser concreto en quien las
notas de su condición humana se dan siempre individualmente modalizadas en
conjuntos tipificables, todos los hombres tienen caracteres comunes que se
aprovechan, didácticamente, para ofrecer una agrupación de parecidos
fundamentales que posibiliten un conocimiento científico del individuo, aun
sabiendo que se trata de un arquetipo formado a partir de normas universales. «Para
el científico –afirma Eysenck– el individuo es simplemente el punto de
intersección de un cierto número de variables cuantitativas» (The scientific
study.... o. c. en bibl., 18). Para G. Allport, por el contrario, el científico
no debe limitarse a estudiar las dimensiones aisladas comparándolas a varias
personas, sino interesarse más bien por la mutua interdependencia de los
sistemas parciales dentro del sistema de la personalidad de cada uno, como un
todo (o. c. en bibl. 24-25).
El hombre presenta una unidad ambivalente: es un único «yo» con unidad
sustancial de cuerpo y alma, un espíritu encarnado cuya conducta es de
naturaleza psicobiológica. Por tanto, una de las fundamentaciones de la p. se
encuentra en el sustrato biológico. La vida psíquica del hombre depende en
gran parte –aunque no en todo– de su desarrollo biológico. En cuanto
inmerso en una realidad biológica, su actividad se encuentra con una serie de
limitaciones y dificultades; y en cuanto desarrollo, la p. se forma a lo largo
de un proceso que empieza con la vida –más que con el nacimiento, como afirma
Allport, opinamos que con el momento de la concepción, al menos como p.
potencial– y ocupa toda la vida, especialmente sus primeros años.
El hombre es un organismo que biológicamente se sale de la pura «organismidad».
Junto a su parentesco con los demás seres vivos, la estructura humana presenta
un componente inmaterial, una singularidad extrabiológica que trasciende la
realidad sensible: características no meramente orgánicas, tales como el
conocimiento intelectual, la semántica, la opcionalidad y la intencionalidad
que no son meramente sensación, señalización, indeterminación ni finalidad
biológica respectivamente. Dichas características no son un sentido o un
movimiento, más, ni su perfeccionamiento, ni añaden a las funciones
sustratuales nada físico, sino algo no material, que el biólogo no puede decir
qué es, pero tampoco puede decir que no es nada. Así, pues, explica Palafox,
el hombre, sin ser el único ser vivo existente, esclarece «biológicamente su
parecido y aun su posible parentesco con los demás seres vivientes, a la vez
que su peculiar diferencia y su consiguiente segregación de los mismos». La
biología humana, por tanto, es transbiológica: puede contribuir a aclarar
problemas extrabiológicos.
La p. –dice Eysenck– está influida por toda una serie de factores, tales
como el aprendizaje (v.) y la experiencia (v.) adquirida, que van moldeando a lo
largo de toda la vida unos sustratos biológicos –la constitución física, el
temperamento (v.), la inteligencia (v.)– que son como los «materiales» con
que se construye dicha p. De ahí la importancia de estudiar los automatismos
biológicos subyacentes, el fenotipo y el biotipo humanos (V. BIOTIPOLOGÍA),
indispensables para un conocimiento profundo de nuestra común naturaleza y de
nuestra peculiar condición individual. Estos «materiales» sobre los que se
construye la p. están influidos por la dotación genética y por los intereses
y rasgos adquiridos. La p. no es exclusivamente producto del ambiente o de la
herencia, sino que se necesita siempre la participación de ambos para su
formación, si bien en proporción variable de una a otra persona y de una a
otra parte del propio contenido de la personalidad. Thorndike afirma que los
genes son cuatro o cinco veces más importantes que el ambiente en la
determinación de la p. (o.c. en bibl. 39-45). Nosotros sólo añadimos que a
pesar de los avances científicos de nuestros días, es todavía muy difícil
distinguir la acción de los genes y la del medio ambiente. Las peculiaridades
heredadas de tipo biológico influyen en la adaptación (v.) a estímulos (v.)
ambientales, predisponiendo hacia uno y otro tipo de respuesta, y viceversa: el
ambiente influye en lo heredado, pudiendo así el aprendizaje controlar el
proceso de socialización y hacer realidad la perfectibilidad y la educabilidad
del organismo humano (V. ENSEÑANZA I; EDUCACIÓN I). A todo esto se añade, en
la configuración de la p. de cada uno, el uso que haga de su propia libertad
(v.) y responsabilidad (v.).
La misma realidad del hombre como ser vivo sugiere, pues, una serie de
cuestiones que no conviene olvidar al analizar el contenido del presente tema.
juzgamos de interés reproducir el resumen de los mismos que aporta Palafox: «el
fenotipo humano –sin mengua alguna de su originalidad y superioridad
esenciales– se nos presenta en su realidad natural biológica como el
resultado de la ineludible interacción entre los factores hereditarios y genotípicos
–que los ascendientes legan mediatamente a través de la generación inmediata
de los padres–, y los factores de influjo ambiental, o paratípicos –en que
aquel genotipo ha de desarrollar el decurso vital del fenotipo, o ser concreto
real que se va plasmando–. Cuáles sean tales factores y cuál el resultado de
su biológica interinfluencia, continuada de por vida en la reciprocidad
funcional "individuo-circunstancia" (no en todo idéntica a la
anterior, aunque sí muy similar), constituye, por así decirlo, el fundamento
de los fundamentos que nos ocupan. Sin un conocimiento, ciertamente
circunstanciado, pero científico y suficiente de todo ello, no se puede
comprender la real naturaleza del hombre, y ni que decir hay de que mal podrán
conducirle quienes lo ignoren en su misma estructura» (o. c. en bibl.).
Aunque destacásemos al principio la unitariedad y singularidad esencial del
hombre –todo hombre es uno y diferente de todos los demás–, didácticamente,
la p. se estudia analizando grupos de parecidos fundamentales referibles a notas
que pueden manifestarse corporal o mentalmente. La corporeidad ofrece
peculiaridades morfológicas o funcionales que dan respectivamente la
configuración o el temperamento de cada uno, integrantes de la complexión o
constitución. Las notas psíquicas, o «personeidad», pueden ser cognoscitivas
–el entendimiento (v.) e inteligencia (v.)– y afectivoconativas –la
voluntad (v.) y el carácter (v.)–, e integradas entre sí dan la clave de
cada mentalidad.
El estudio biológico de la p. presenta un cierto retraso, en comparación con
los progresos de otras ciencias sobre la personalidad. Sabemos poco, p. ej.,
respecto al mecanismo genético, a la neurología del aprendizaje o al
equivalente neurofisiológico del carácter o de la actitud. A pesar de la
amplia literatura sobre la p., son escasos los conocimientos fácticos, reales,
sobre su naturaleza y, especialmente, sus fundamentos biológicos. Se carece prácticamente
de una tradición científica en la materia, lo cual hace que su actual
participación en las teorías de la p. sea mucho menos útil de lo que, estamos
convencidos, es en realidad.
Sin embargo, durante estos últimos años se está dando un importante avance en
su investigación: se ha demostrado que la p. cuenta con bases fuertemente biológicas
–aunque no en exclusiva, como parece indicar la teoría biológica de la
p.–, si bien la literatura especializada no presenta todavía un cuadro
unificado de las mismas, y que interactúa de manera constante e inevitable con
la psicología experimental (v.), la bioquímica (v.), la farmacología (v.), la
neurología (v.), la electrofísica (v.), la genética (v.) y tantas otras ramas
afines del saber.
BIBL.: S. PALAFOX, Fundamentos biológicos de la educación: Concepto, alcance y
contenido, «Boletín de la Asociación de Especialidades Médicas» n,, 22,
Madrid 1973; H. J. EYSENCK, Fundamentos biológicos de la personalidad,
Barcelona 1972; íd. The scientific study of personality, Nueva York 1952; J.
PIAGET, Biología y conocimiento, Madrid 1969; N. PENDE, La ciencia modernade la
persona humana, Buenos Aires 1948; PH. LERSCH, La estructura de la personalidad,
8 ed. Barcelona 1971; G. ALLPORT, La personalidad, Barcelona 1968; D. O. HEBB,
Psicología, 2 ed. México 1968; íd, The role of neurological ideas in
psychology, en Theoretical models and personality theory, Durham NC 1952; R. B.
CATTELL, El análisis científico de la personalidad, Barcelona 1972; C.
KLUCKHOHN, H. A. MURRAY, D. M. SCHNEIDER, La personalid.ad en la naturaleza, la
sociedad y la cultura, Barcelona 1969; H. S. IFNNIGS, The biological basis of
human nature, Nueva York 1930; T. DOBZHANSKY, The biological basis of human
freedom, Nueva York 1956; THORNDIKE, Heredity and environment, «Eugenical News«
29, 1944.