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Pensamiento clásico
y corrientes actuales
Por Antonio Orozco
"Si no esperas lo
inesperado
no lo encontrarás"
Heráclito de Éfeso
I. La inspiración filosófica
La filosofía en la calle
En muchas ciudades de nuestro país hay alguna vía pública que lleva el nombre
de "Balmes". El filósofo de Vic, Jaime Balmes (1810-1848) es un
"clásico" moderno, su pensamiento posee actualidad. Es interesante
observar que, por lo general, a esas calles o plazas no se les ha modificado el
nombre a pesar de los cambios de régimen político que se han sucedido. Nunca
ha parecido necesario marginar a Balmes; es patrimonio común. Existe también
una filosofía clásica, una philosophia perennis, patrimonio de todas las
generaciones que a la vez es un saber maduro y una búsqueda abierta.
La moda goza de una actualidad efímera. Los clásicos no suelen estar de moda.
Pero son actuales siempre. Hay cuestiones que interesan al hombre de todos los
tiempos.
Muchos pasan por esa calle: desconocen quién fue Balmes y no se lo preguntan.
También es posible que ignoren qué es la filosofía, qué es un clásico o qué
un régimen político. Realidades invisibles, como el aire y la luz; vivimos en
medio de ellas y no nos damos cuenta.
La admiración, origen del filosofar
A veces desconocemos lo que tenemos cerca. Normalmente ignoramos lo más próximo:
estamos acostumbrados, no nos causa extrañeza, ni admiración; he ahí por qué
no nos hacemos preguntas.
Maravillarse es advertir que no entendemos. La maravilla nos hace ver en lo
ordinario algo insólito. Los filósofos de la antigua Grecia dijeron que la
investigación y la filosofía nacieron de la admiración.
Hoy en día se suele aceptar que la humanidad posee un alto nivel de
conocimiento científico, y eso la hace poderosa. Es cierto, pero no sabemos si
el edificio del saber humano es seguro. ¿Su prestigio no se desplomaría si el
hombre sólo lo hubiera soñado, si fuera mera invención de nuestro deseo de
seguridad?
El valor de la filosofía
¿Para qué sirve la filosofía? Se puede responder: "no sirve para
nada". Pero aun aceptando semejante respuesta, no cabe admitir que no sea
valiosa.
No es lo mismo ser útil que valer. Servir para otra cosa es un tipo de valor,
el valor de utilidad, propio de los medios. Todos los medios -o útiles- son
valiosos, aunque no todos los valores son medios. Los medios son buenos para
otra cosa, los fines son buenos en sí mismos.
Hay preguntas que se plantea el hombre de todo tiempo. Una de ellas tiene que
ver con la diferencia entre los saberes "técnicos" y los saberes
"liberales" (desinteresados), esto es, la diferencia entre dominio del
mundo y libertad interior, técnica y ética, cosas y personas, en una palabra:
el mundo y el hombre. Éstos son temas clásicos, que cobran especial interés
en la actualidad.
Con un lenguaje propio de su época, J. Balmes formuló agudamente algunas de
estas cuestiones en un libro publicado en 1846:
«Todo lo que concentra al hombre, llamándole a elevada contemplación en el
santuario de su alma, contribuye a engrandecerle, porque le despega de los
objetos materiales, le recuerda su alto origen y le anuncia su inmenso destino.
En un siglo de metálico y de goces, en que todo parece encaminarse a no
desarrollar las fuerzas del espíritu, sino en cuanto pueden servir a regalar el
cuerpo, conviene que se renueven esas grandes cuestiones, en que el
entendimiento divaga con amplísima libertad por espacios sin fin.
«Sólo la inteligencia se examina a sí propia. La piedra cae sin conocer su caída;
el rayo calcina y pulveriza, ignorando su fuerza; la flor nada sabe de su
encantadora hermosura; el bruto animal sigue sus instintos, sin preguntarse la
razón de ellos; sólo el hombre, esa frágil organización que aparece un
momento sobre la tierra para deshacerse luego en polvo, abriga un espíritu que,
después de abarcar el mundo, ansía por comprenderse, encerrándose en sí
propio, allí dentro, como en un santuario donde él mismo es a un tiempo el oráculo
y el consultor. Quién soy, qué hago, qué pienso, por qué pienso, cómo
pienso, qué son esos fenómenos que experimento en mí, por qué estoy sujeto a
ellos, cuál es su causa, cuál el orden de su producción, cuáles sus
relaciones: he aquí lo que se pregunta el espíritu; cuestiones graves,
cuestiones espinosas, es verdad; pero nobles, sublimes, perenne testimonio de
que hay dentro de nosotros algo superior a esa materia inerte, sólo capaz de
recibir movimiento y variedad de formas; de que hay algo que con su actividad íntima,
espontánea, radicada en su naturaleza misma, nos ofrece la imagen de la
actividad infinita que ha sacado el mundo de la nada con un solo acto de su
voluntad». (J. Balmes, Filosofía Fundamental, I, cap. 1, § 4).
La cuestión del saber
Según el filósofo de Vic, es preciso filosofar, porque junto a la ciencia
natural y el progreso técnico, ha habido escaso mejoramiento en humanidad; además,
advertimos gran diferencia entre la fuerza física y la conciencia, entre lo
externo y lo interior, la materia y el espíritu, entre el mundo y el Creador.
La sola enumeración de esos temas, persuade a muchos de la dificultad de la
filosofía. Estos asuntos -se dice- son importantes, pero no están al alcance
de todo el mundo, son cosa de especialistas. Eso es una dificultad; tal vez la
mayor para quien se acerca por primera vez a estas materias.
Además, se nos plantea la disputa sobre el saber filosófico. Las razones a
favor y en contra insinuadas por Balmes, vienen a ser estas:
-En contra: Después de veinticinco siglos la filosofía sigue sin alcanzar
utilidades claras. Continúa haciéndose las mismas preguntas. ¡Queda lejos la
Edad Media!, estamos en el siglo XXI, época de continuas sorpresas, de siempre
nuevos progresos tecnológicos. La filosofía no progresa, no es científica. ¿Por
qué ocuparnos de ella?
-A favor: precisamente por eso, la necesitamos. Ciencia y técnica tenemos, pero
nos falta meditar sobre la grandeza del hombre, su origen y su destino. Más allá
del rendimiento y la utilidad, hemos de poder discurrir sin límites. El
progreso material necesita del progreso espiritual. Ahora bien, "en este
siglo de metálico y de goces" -de dinero y placeres-, en que "las
fuerzas del espíritu" -la ciencia, el saber- se desarrollan sólo al
servicio de la técnica y del mercado, se detecta un vacío de espíritu. Más
que nunca se requiere el saber desinteresado, la contemplación desde las altas
cumbres. Pensemos en fin, ¿qué nos mueve al saber? ¿Nos interesa sólo por la
utilidad, o también porque ilumina el sentido de la existencia? ¿Qué ciencia,
qué técnica podría hacer esto último?
Filosofías "preconcebidas"
La misma ciencia y el progreso material replantean la necesidad del filosofar,
es decir, de ir en busca del último por qué que nos dé alguna razón de todo
cuanto existe. No es inasequible, ni es preciso ni conveniente partir de cero,
aunque algunos filósofos lo hayan pretendido; aunque no sean conscientes de
ello, todos llegan a la filosofía con gran número de conocimientos previos.
Por lo demás, todos tenemos una idea -quizá confusa- de lo que significa una
concepción filosófica de la realidad; y, de hecho, conocemos más de una.
Vamos a considerar tres de esas visiones (cosmovisiones) que se advierten y
distinguen fácilmente en la actualidad:
La primera concibe la filosofía como sabiduría. Sostiene el primado del espíritu
sobre la materia, y la libertad como señorío del hombre sobre las cosas. Es
creacionista, ve el mundo como la obra de un Artífice inteligente, y al hombre
como imagen de Dios.
La segunda es el materialismo "científico", actualmente divulgado y
al alcance de todos. Se lo encuentra en los medios de comunicación. Contiene
una concepción claramente cerrada a la trascendencia. A menudo concede
prioridad a la moda (lo que se lleva) y al éxito (más o menos previsible a
corto plazo).
La tercera, es la concepción postmoderna. Sostiene que buscar el último porqué
es un "pensamiento duro", intolerante. Según tal cosmovisión, la
filosofía expresa sólo la mentalidad vigente en un grupo social y una época.
Ni la inteligencia ni la materia pueden dar cuenta del origen absoluto; en
consecuencia, nada puede hacerlo.
Una descripción de la primera idea la hemos encontrado ya en el texto de Balmes.
Consideraremos ahora, brevemente, las otras dos, para plantearnos la pregunta
sobre la verdad de esas filosofías preconcebidas. Como hemos sugerido, todos
nos encontramos en alguna de las tres y tal vez no lo sepamos.
II. El materialismo común
La lógica del materialismo divulgado.
Hay una imagen del hombre (y del mundo) muy divulgada por los medios de
comunicación que simplifica de tal modo las cuestiones, que ofrece la impresión
de que en la actualidad se sabe el "porqué" de todo. Esa imagen
resulta de reducir siempre lo superior a lo inferior; es decir, explica siempre
lo más perfecto por lo menos perfecto. En el fondo cree que lo más perfecto es
siempre lo más complejo; en consecuencia, pretende explicar lo superior como
una agregación de elementos (lo inferior). Por ejemplo, la excelencia humana
sobre los demás seres, estribaría en la magnitud del cerebro, o en la
complejidad de conexiones neurológicas. En definitiva, la perfección sería
cuestión de cantidad; el hombre sería un ser superior por la sencilla razón
de ser más complicado.
El materialismo "explica" lo superior por lo inferior; presenta las
realidades más perfectas como agregados de cosas menos perfectas.
Ahora bien, ¿es evidente que perfección (de ser) sea lo mismo que magnitud (de
partes), o complejidad (conexión de porciones)? Lo sería si sólo pudieran
existir seres materiales. Pero, si hay seres inmateriales, entonces ha de haber
una jerarquía de perfección en el ser, inversa a la de la complejidad. En
efecto, el ser espiritual carece de cuerpo, no tiene partes; sin embargo es
superior al ser material. Espiritual y material se comparan como lo superior a
lo inferior; la escala que va de las piedras a Dios (pasando por el hombre), no
es un tránsito de lo más simple a lo más complejo, sino de lo complejo a lo más
simple. Dios es la pura simplicidad, la suprema sencillez.
Ciencias y método analítico
Denominamos "análisis" a la descomposición de un todo en sus partes.
El análisis se acaba en los elementos. Se llama "elemento" al
resultado último del análisis; es indescomponible, simple y evidente.
La sugestión de que lo superior se explica por lo inferior (es decir, que todo
se explica por la materia y sus estructuras) se basa en operaciones mentales muy
sencillas: separar y reunir, descomponer y recomponer: análisis y síntesis. El
matemático usa el análisis para ir de lo oscuro a lo claro, de lo complicado a
lo sencillo.
Se suele indentificar "analizar" con "pensar" (o
"profundizar"), cuando el análisis sólo es una entre las operaciones
mentales: la que descompone un todo en sus partes, hasta llegar a las ínfimas.
Cuando no se puede seguir descomponiendo, hemos encontrado un elemento. Los
elementos son básicos: se entienden por sí mismos y a partir de ellos se
entienden las otras cosas. Con otras palabras: lo elemental es evidente, se
entiende y causa saber. La ciencia se funda en elementos. Las ciencias de la
Naturaleza progresan integrando (articulando) sistemas complejos, a partir de
elementos simples.
Si la realidad constara sólo de materia y combinación, entonces análisis y síntesis
serían los únicos procedimientos; y los elementos físicos las únicas
verdades primeras.
Representación gráfica de la estructura del átomo
Limitación del análisis
Si la realidad sólo fuera un agregado material de partes, el análisis sería
la única forma correcta de pensar. La matemática sería algo más que una
buena lógica, sería el único método lógico.
Pero si la realidad no consta sólo de elementos materiales, además de las
ciencias matemáticas y las físicas, ha de haber otras formas del saber, más métodos
además del analítico (simbolismo, analogía, etc.). Ahora bien, hay ideas que
se resisten al análisis y resultan incomprensibles si se cuenta sólo con métodos
físico matemáticos; por ejemplo: infinito o persona, son nociones que no
toleran el análisis y sin embargo no son pensamientos vanos.
Por poner un ejemplo de intuición inmediata: ¿el análisis es capaz de captar
la vida de la vaca? En la carnicería encontramos piezas de vaca, esto es, vaca
"analizada". Pero la vida de la vaca no es una de las piezas
descuartizadas ni la mera reunión (síntesis) de las piezas: por más perfecta
que fuera la reunión de las piezas no resultaría la vida de la vaca, porque ésta
es más, es superior a la reunión de las partes. Lo mismo sucede con el ser
personal. Si la persona fuera una reunión de elementos materiales, si el ser
personal resultara de una cierta síntesis de piezas impersonales, la persona no
sería más que un agregado impersonal. Como la interioridad es inasequible al método
analítico, se corre el riesgo de declararla ilusoria, lo cual sería obviamente
un disparate. Lo correcto es reconocer la limitación del método analítico, y
que no es el único, ni el más apto para las realidades de superior categoría.
Estas reflexiones son suficientes para advertir que la ciencia analítica sirve
por cierto al conocimiento de un sector de la realidad, pero no puede ofrecer
todo el saber posible. La naturaleza física es una gran parte del ser, pero
seguramente -lo estamos vislumbrando- no es la totalidad del ser. Y ¿no es
obvio que de la confusión de la parte con el todo se derivarán necesariamente
enormes dislates? Quien declara que una parte es todo, mutila la realidad, hace
una reducción inadmisible.
Del caos al superhombre..., pasando por el chimpancé
El materialismo reduce lo superior a lo inferior, porque explica sólo en base a
síntesis de elementos. El materialismo vulgar, pretende explicar el espíritu
por funciones lógicas; los procesos lógicos, por el cerebro; el cerebro por el
sistema nervioso; los nervios y sus procesos, serán bioquímica y, al final,
todo será la versión biológica de lo que vemos en el circuito impreso de la
calculadora o el transistor cuando los abrimos; a su vez, un circuito se reducirá
a algo tan sencillo como la instalación eléctrica de una habitación.
Según la imagen divulgada por los medios, el hombre es un poderoso ordenador,
resultado de la evolución de los vivientes superiores; estos procederían de
los vivientes inferiores por evolución; y a su vez éstos de la materia inorgánica.
En fin, lo único que sería necesario desde la eternidad serían partículas,
espacio, y fuerzas que mezclaran las partículas durante largos períodos de
tiempo, hasta que, por azar, resultara una combinación superior estable,
tendente a perpetuarse y multiplicarse.
Materialismo y creacionismo
Así el materialismo explica la vida como un mero producto de la materia inerte;
la inteligencia como un producto de la vida orgánica; la espiritualidad, la
vida científica, moral y religiosa, en suma, como invenciones del hombre. En
este sentido, el materialismo es como la inversión (el negativo de la fotografía)
de la imagen creacionista del mundo.
Según el creacionismo, Dios ha creado al hombre a su imagen y semejanza, con
una dimensión material y otra dimensión personal y espiritual. Al cosmos físico
lo creó para el hombre. El mundo no existe en un sentido absoluto (no se
justifica en sí mismo, no es para sí mismo), sino que existe para el hombre,
para que éste lo conozca y domine mediante el trabajo manual e intelectual. La
razón de ser del mundo es el hombre: permitir la vida específicamente humana
(en el mundo) que culmina en el conocimiento y el amor a Dios (trascendente al
mundo). Para el creacionismo el mundo invita a elevar la mente del hombre a su
artífice, Dios. El mundo y el hombre deben considerarse ordenados a Dios.
El materialismo, por el contrario, sostiene que Dios no es más que una
"idea", un producto mental del hombre. No entiende a Dios como creador
del hombre sino al hombre como creador de Dios; y, en fin, el mundo (o mejor, el
caos y el azar) es el productor del hombre. Para al materialismo, el espíritu
es producto de circuitos neuronales; y las neuronas, producto de la materia.
Tópicos del materialismo
En ocasiones el esquema del materialismo divulgado se presenta como resultado de
la ciencia ("materialismo científico"), para el cual sólo existe la
Naturaleza (átomos, espacio vacío, fuerzas); la Naturaleza produce por evolución
al hombre; el hombre produce la sociedad, el lenguaje, la cultura. En fin, la
ciencia, el arte, la filosofía y la religión son los niveles superiores de la
cultura. Todo sería un proceso que integra elementos, a partir de materia
inerte, se alza hasta la vida, después llega el hombre y, por fin, el
pensamiento consciente.
En el materialismo divulgado, cada uno de nosotros sería un producto de su
cultura y las culturas productos sociales e históricos. En semejante
planteamiento, las explicaciones son triviales, superfluas. La vida no tiene
misterio, las ciencias lo explican todo..., y no hay más. Pero la vida nos
impone sospechar que hay más, y si en efecto hay más, entonces habrá que
reconocer que hay mucho más...
Tras las palabras
En las síntesis cada vez más elevadas que se presentan en la naturaleza, en el
materialismo divulgado, el tránsito de lo inferior a lo superior, en el fondo,
se justifica siempre de la misma manera: "por evolución, de los mamíferos
superiores surgió el hombre", etc. Ahora bien, ¿qué quiere decir,
exactamente, "por evolución"? Con exactitud, no se sabe. Es una incógnita.
Subrayemos esto: ¡La explicación reposa sobre una incógnita! Dadas unas
modificaciones lentas (o súbitas), pequeñas (o grandes), sobrevenidas por
azar, es decir, sin causa o por causa desconocida... entonces alguna novedad
entra en escena. Todas las novedades entran así en escena, por causas
desconocidas. ¡Valiente explicación!
Ciertamente, la biología contempla fenómenos en los que parece ya insensato
negar la evolución de la vida, desde formas simples a formas cada vez más
complejas. Ahora bien, lo que los mismos biólogos no tienen claro es cómo se
explica el hecho. Hay incluso biólogos de primera categoría y ajenos al
creacionismo que reconocen que la evolución observada odebece a leyes
predeterminadas y desconocidas. Con otras palabras, es claro que hay tránsitos
de lo inferior a lo superior; lo confuso es "cómo explicarlo". En
definitiva: ¿cuál es el origen de esas leyes que hacen posible la evolución
en un sentido determinado? Hoy por hoy la biología no lo sabe. y muchos se
inclinan a pensar que la explicación no está sólo en el pasado (en una causa
material), sino también ¡en el futuro!, es decir en algo así como lo que los
clásicos llamaron causa final.
Es claro también que el materialismo no es científico en modo alguno. El científico
y premio Nobel John Eccles lo ha calificado incluso de "superstición".
En consecuencia, al comenzar a discurrir sobre el sentido de la existencia del
mundo y del hombre, lejos de asumir acríricamente explicaciones pseudo-científicas,
nos proponemos partir de que no sabemos qué significan las palabras invocadas
anteriormente. Partimos de que hay mundo y hay personas, entre las que nos
contamos. Partimos también de que no es evidente que la Naturaleza sea sólo
materia, espacio y fuerzas; ni es evidente que el hombre sea un robot, ni que la
"inteligencia artificial" sea "inteligencia "vital".
Probablemente no sepamos aún qué significa "materia", qué
"espacio", qué el "número", qué el "hombre",
etc.
En el punto de partida del filosofar, no pretendemos estar en posesión de
ninguna certeza indiscutible. Por tanto, lo primero que tendremos que hacer será
buscar definiciones: de-finir, delimitar el perfil de las cosas, averiguar qué
las distingue y qué las asemeja a las demás. Esta tarea nos remite a la lógica,
como orden de los conceptos, o "arte de pensar" correctamente.
III. El "culturalismo", o relativismo postmoderno
Ciencias sociales y "cultura"
Después del marxismo, prolifera en medios académicos un materialismo atenuado,
que denominaré culturalismo. Más que una teoría es una mentalidad. El origen
del culturalismo se debe, por una parte, al descrédito de la filosofía en el
s. XX y, por otra, en el auge de nuevas ciencias —provenientes, por sierto, de
la filosofía—, que conservan interés humanístico, me refiero a las ciencias
sociales. Para éstas, el ser humano debe ser estudiado como producto del medio
sociocultural; cada sociedad tiene su cultura y conforma sus individuos a su
imagen.
El relativismo postmoderno
Por otro lado, es hoy frecuente la creencia de que sobre cuestiones últimas no
se puede saber nada. La verdad sobre el hombre y el mundo, sobre nuestro origen
y destino, es impenetrable. Aún más: el intento de encontrar la verdad es
pernicioso, propugna sistemas cerrados al diálogo y al consenso social, a la
diversidad de opiniones, de opciones, de culturas, etc. La actitud post-moderna
valora la tolerancia universal y propone para ello la renuncia al fundamento;
tan fundamentalista le parece el materialismo como el creacionismo. Este
culturalismo se diferencia de las filosofías anteriores en que se esfuerza por
saber de todo, pero sin afirmar ni negar nada. Su ideal de persona culta es
alguien con "acceso" a mucha información, pero sin convicciones. La
idea del culturalismo es que hay que conocer todas las ideas, para no
comprometerse con ninguna.
Al desinteresarse de la verdad objetiva, elculturalismo postmoderno refiere el
valor de las cosas a las apreciaciones de una comunidad. Como el escepticismo de
siempre, intenta cancelar el valor de la verdad. Pero eso es imposible; la
verdad es solamente suplantada: no será ya la adecuación de nuestro
pensamiento a la realidad de las cosas, sino la opinión o la sensación que se
tiene dentro de un grupo. Aparecen así "subculturas", propias de
comunidades restringidas, cada una de las cuales tiene "su" verdad (la
comunidad de los universitarios, la de los consumidores, la de los homosexuales,
etc.). Los valores de cada cultura son autónomos: no se pueden poner en relación
ni comparar; cada cultura es un mundo aislado. El intento de enjuiciar los
criterios del indígena, del gitano, etc., por parte de aquellos que no lo son,
es etnocentrismo, una falta de respeto. Aparentemente el culturalismo permitiría
una mayor "comprensión" de culturas ajenas -y de las personas que
pertenezcan a ellas- pero en realidad facilita el desinterés y la incomunicación,
por el hecho de que se excluye a priori que tengamos verdaderos valores en común
o que podamos compartir.
Valoración del culturalismo
En síntesis, el relativismo postmoderno merece una valoración negativa, debido
sobre todo a las siguientes características:
Renuncia a la verdad. El culturalismo y el pensamiento postmoderno, como hemos
visto, renuncian a la verdad en general y en particular a la verdad del
fundamento. Tal renuncia siempre es grave, puesto que culmina o en el
relativismo subjetivista (subjetivismo puro) o en incluso en el nihilismo (nihil
= nada). Las consecuencias son tremendas, porque de ahí procede en buena parte
el menosprecio o desprecio de la existencia humana, de la vida de los no
nacidos, de los ancianos y enfermos terminales, y, en fin, de todas aquellas
personas que parecen gravosas a la comunidad en la que vive. En todo caso, la
valoración de esta mentalidad es la misma que merece el escepticismo.
Desenmacararlo no es cosa trivial, sino cuestión de vida o muerte.
Politeísmo de valores. El culturalismo consagra un "politeísmo de
valores" conducente a la incomunicación y contrario al progreso. Siempre
una u otra cultura ha sido pionera en algo, en la historia, y las demás han
progresado imitándola o haciéndola suya.
Como forma de razonar, hay que reprocharle tres defectos que examinaremos en
seguida:
1º) Incurre en "circulo vicioso"; defecto, pues, de lógica.
2º) Construye una pseudo-cultura, que bien podría llamarse cultura de la
frivolidad;
y 3º) su esterilidad para las relaciones entre individuos y comunidades, ya que
sólo desorienta (es confusionismo).
Examinemos con más detalle cada uno de estos argumentos:
1º) Como las sociedades evolucionan -se dice-, también los juicios de valor
son variables. Ahora bien, esto introduce un relativismo general. En efecto, si
lo que cada cual considera legítimo, y razonable (lo que llamaríamos lógico y
sensato), son sólo creencias de época, nada podemos afirmar sin aceptar que
nuestros juicios valen sólo por ahora, en este país, etc. Es decir, en un
sentido absoluto no valen. La validez de todo pensamiento, de todo juicio, es
provisional, y depende de su aceptación por los demás. Ahora bien, como la
validez de los juicios de los demás depende también de los demás, la
pescadilla se muerde la cola, estamos en un círculo vicioso del que no hay otro
modo de salir que saliéndose de la teoría. El progreso mismo sería inviable
porque sofocaría la aparición de esos hombres rompedores de juicios
anquilosados, de esquemas "políticamente correctos", que son los que
en rigor hacen progresar en humanidad. Si el valor de nuestro pensamiento
depende del pensamiento de los demás, a su vez a remolque de las modas y
estados de opinión, hemos entrado así en el círculo vicioso donde nada es
verdad ni mentira.
2º) Si la filosofía es parte de una cultura (sus aspectos simbólicos), no será
verdadera ni falsa, no orientará ni será importante. Lo mismo la moral y la
religión. Para el culturalismo, la filosofía, como producto del medio social,
va cambiando con él. Pero eso es una forma "educada" (digamos, culta)
de eludir las preguntas serias, la idea de transcendencia, la búsqueda del
sentido. A partir de ahí, ya se puede jugar a la intrascendencia. La frivolidad
pasará por ser la actitud lúcida de quienes "están de vuelta"; para
quienes la cultura es simplemente actividad lúdica.
3º) Una "cultura" que nos adoctrina en la intranscendencia -que nos
invita a la frivolidad, a no tomar en cuenta nada que no podamos ver y usar-,
esteriliza la vida intelectual, la bloquea, deja la voluntad como aguja de brújula
sin norte, sin orientación ni propósito sobre el cual edificar una
personalidad. Tal pseudo-cultura debe ser denunciada como fraudulenta. Los
fraudes alimenticios atentan contra la salud del cuerpo, los filosófico-morales
atentan contra el espíritu humano.