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Lutero y la Biblia
Por Lluís Pifarré



Es una opinión bastante generalizada que la obra más significativa de Lutero, fue la traducción que hizo de las Sagradas Escrituras al idioma alemán, circunstancia que permitió que numerosas personas de cualquier condición pudieran acceder al conocimiento directo de la Palabra de Dios. También es una opinión, o más bien acusación bastante extendida -y el mismo Lutero fue uno de los que de forma más reiterativa la propagó- que la Iglesia Católica, movida por un exceso de celo, no facilitaba la lectura de la Biblia a sus fieles, para evitar que se deformara su mensaje si se dejaba a la libre interpretación de cada persona.

Consideramos no obstante, que esta acusación, es algo injusta y no fundamentada si se afirma de forma indiscriminada. En primer lugar, será el mismo Lutero quien nos informará que al ingresar en el convento de los agustinos de la ciudad alemana de Erfurt, movido por su deseo de hacerse fraile, el maestro de novicios de este convento Fr. Joan Greffenstein, le puso en sus manos “una Biblia forrada de cuero rojo”, y el nuevo novicio se entusiasmó de tal manera en su lectura que casi se la aprendió de memoria. Hay que recordar, que el estudio y el conocimiento de las Sagradas Escrituras era una norma obligatoria en las comunidades religiosas y constituya la fundamental fuente de inspiración para los frailes de vida ascética y contemplativa. Al mismo tiempo, en las diversas bibliotecas de las escuelas, universidades y monasterios de la Edad Media, existían Biblias de varias ediciones, ya que era la base de la enseñanza teológica y elemento esencial de la predicación y de la liturgia. Son testimonios de esta actividad bíblica los más de 8.000 antiguos manuscritos que se han conservado de la “Vulgata” latina, y entre el período de 1450 a 1522 se imprimió más de 160 veces la denominada “Biblia pauperum”, que era como el catecismo de las personas menos ilustradas.

Respecto a las publicaciones de Biblias a la lengua alemana, hay que poner de relieve, que mucho antes de que saliera publicada la Biblia de Lutero, ya habían sido catalogadas no menos de 18 traducciones; 14 traducidas al alto alemán y 4 al bajo alemán. De ellas se puede destacar la traducción completa que se hizo de la Biblia en el S. XIV en Baviera, cuya publicación tuvo tan buena acogida, que el impresor Joan Mentelin la hizo estampar en más de 13 ocasiones, convirtiéndola en una especie de “Vulgata” alemana. Se podría añadir en este balance, las numerosas ediciones parciales de salterios, epistolarios y evangeliarios, muchos de ellos traducidos a diferentes lenguas vernáculas. Uno de los múltiples poemas populares existentes en la Alemania del S XV, titulado “La nave de los locos”, se refería en uno de sus versos, a este dinamismo bíblico: “Todos los países están en la actualidad llenos de las Sagradas Escrituras, y de aquellas cosas que afectan a la salud de las almas”.

Si este conjunto de datos desmienten la acusación generalizada hecha a la Iglesia Católica sobre sus supuesto desinterés para dar a conocer la Biblia, será el historiador Francesc Falk quien aclarará, todavía mejor, la falta de base de estas acusaciones, por medio de su libro “Die Babel am Ausgange del Mittelalters” (Las Biblias realizadas en la Edad Media), publicado en Maguncia en el año 1905. En esta obra describe que en el tramo cronológico que hay entre la invención de la imprenta alrededor del año 1450 hasta el de 1520, se tradujeron más de 156 ediciones de Biblias católicas, cosa que en aquella época no estaba nada mal. Recordemos también, la traducción de la Biblia dirigida por el cardenal Jiménez de Cisneros que se publicó con 6 volúmenes en julio de 1517, con la denominación de “Biblia Políglota Complutense”, en cuya confección intervino un prestigioso equipo de humanistas, filólogos y orientalistas, que entre otras cosas, tuvieron el acierto de transcribir de forma paralela los textos originales del griego, hebreo y caldeo con la correspondiente traducción latina.

Retomando la cuestión de Lutero y su traducción de la Biblia, es conveniente encuadrarla en el ámbito de la situación social y tecnológica del S XV en Europa, puesto que gracias a la invención de la imprenta se multiplicaron las traducciones de la Biblia a las lengua vernáculas. Esta evento facilitó la posibilidad de poner al pueblo llano y de escasas letras en contacto con la Biblia, lo que incrementó la tendencia biblicista y antiescolástica que se manifestaba en muchos monasterios y universidades alemanas del S. XVI. Uno de los más importantes impulsores de este ambiente fue el afamado filólogo holandés Erasmo, que en 1515 escribía en su “Epiclesis”: “No estoy de acuerdo con aquellos que se oponen a que los ignorantes lean las divinas letras traducidas a la lengua vulgar. Desearía que todas las mujercitas leyeran el Evangelio y las epístolas paulinas. Y ¡ojalá que el agricultor con la mano en la arado fuese cantando algún pasaje de la Biblia e hiciese lo mismo el tejedor en su telar, y el caminante aliviase con esas historias el fastidioso viaje!. De eso deberían tratar las conversaciones de todos los cristianos”[1].

En el monasterio de Wittemberg, Lutero había leído y hecho suya esta exhortación de Erasmo, y a manera de brazo ejecutor del humanista holandés se propondrá llevar a cabo la traducción de la Biblia para darla a conocer a todos los alemanes. Esta tarea la inició en primer lugar con la traducción del Nuevo Testamento a la lengua alemana, aprovechando los últimos meses que le quedaban de su estancia en el bien pertrechado castillo de Wartburg, situado en la comarca de la Turingia, lugar en el que se escondió, huyendo de la sentencia condenatoria del edicto de Worms. En esta exigente tarea puso de manifiesto su capacidad de trabajo, pues en el período de tres meses (de diciembre de 1521 hasta principios de marzo de 1522, fecha en la que salió de su escondrijo, para recalar de nuevo en Witemberg) ya tenia prácticamente acabada la traducción del Nuevo Testamento.

Seis meses después, concretamente en septiembre de 1522, salió impresa esta traducción del Nuevo Testamento, con el titulo de “Das Newe Testament Eutzsch, Wittemberg”, en el que no aparecía ni el año ni el nombre del impresor, ni tampoco el de su autor, quizá para conseguir una mayor difusión del libro. En esta primera edición se imprimieron 3.000 ejemplares que se agotaron con rapidez, pues a finales del año siguiente ya salió publicada la segunda edición. Según cálculos de uno de los biógrafos de Lutero; Hartman Grisar, hasta el año 1537, se hicieron 16 ediciones en Wittemberg, sin contar las más de 50 ediciones en otras ciudades alemanas. Lutero realizó la versión germánica del Nuevo Testamento utilizando los procedimientos corrientes de aquel tiempo, que consistían en partir de la “Vulgata” latina, del original griego de los Setenta -a pesar de que Lutero no era un especialista en la lengua helénica- y también de las anteriores traducciones alemanas de la Biblia[2].

Arrastrado por su ardor evangelista, que e alimentaba de sus subjetivas vivencias interiores, Lutero consideraba que las anteriores traducciones de la Biblia no reflejaban el sentido teológico que deseaba darles, y atendiendo más al sentido que a la letra de los textos, utilizó un lenguaje tan vivo, natural y popular, que cualquier lector le podía entender sin excesivas dificultades. Con la traducción del Nuevo Testamento, Lutero pretendió corroborar sus propias doctrinas, y aprovechó la circunstancia para acusar a la Iglesia de que no había entendido el auténtico Evangelio, y de paso, para desacreditar e injuriar al papado y a la sede romana, especialmente a través de las polémicas ilustraciones que acompañaban algunas páginas de la edición, realizadas por el afamado dibujante Lucas Cranach “el Viejo”,

En cuanto a la traducción del Viejo Testamento, su edición se retardó algún tiempo, debido en parte, al insuficiente conocimiento que tenia Lutero de la lengua hebrea. Esto le obligó a pedir la colaboración de un equipo formado por ilustrados colaboradores reformistas y por algunos reconocidos lingüistas[3]. Tal como ya hizo con el Nuevo Testamento, volverá a servirse de la traducción griega de los Setenta, de la “Vulgata” latina, y de las viejas versiones alemanas. La traducción completa de la Biblia, no la tuvo acabada y impresa hasta el año 1534, y estaba dividida en seis partes. Esta primera edición iba acompañada de prefacios y notas al margen, junto con varios grabados, muchos de ellos realizados por artistas desconocidos, que eran altamente ofensivos para los católicos. Esta edición tuvo una buena acogida en todas las comarcas de la germania, lo que obligó a realizar una nueva edición al año siguiente. Se calcula que entre el período de 1534 a 1584 se vendieron unos 100.000 ejemplares, una cifra considerable en aquella época.

Con el intento de mejorar estas traducciones, Lutero continuó revisando su Biblia en años sucesivos, ayudado por sus clásicos colaboradores. Merced a ello consiguió, que la corrección lingüística de su Biblia, superase a muchas de las ediciones de las antiguas Biblias germánicas, pues estas utilizaban un alemán bastante tosco y rudimentario, que dependía de los dialécticos existentes. Por otra parte, estas viejas traducciones copiaban casi literalmente de la “Vulgata”, reproduciendo una serie de latinismos y hebraismos de difícil comprensión que ya no se adaptaban suficientemente a la lengua popular de la germania del S XVI.

Es indudable que Lutero puso en tensión todas las fuerzas de su espíritu, i también de su cuerpo en la traducción de la Biblia a la lengua alemana, con el objeto de que no perdiera nada de sus típicos matices y de su estructura sintáctica. Esto le exigió traducir de forma literal y dar a muchas de las frases originales de las Sagradas Escrituras, unos giros diferentes de los tradicionales, obligándole a introducir términos que no se correspondían con los textos originarios, y modificaban su significado conceptual, con lo que la Palabra de Dios adquiría un sentido sospechosamente subjetivista. Lutero nos describe el método llano y directo en el que se inspiraba su peculiar traducción: “No se debe preguntar a las sílabas de la lengua latina como se tiene que hablar en alemán, a quien se debe preguntar es a la madre de familia en su casa, a los niños en la calle, al hombre común en la plaza, y mirarles la boca para comprobar como hablan, y según todo esto, traducir”[4] .

Impresionados los católicos por la gran difusión de la Biblia de Lutero, intentaron contrarrestar esta influencia publicando diferentes ediciones de la Biblia. Quizá las más conocidas fueron las del dominico Joan Dietenberger, publicada en Maguncia en 1534, y que tuvo una buena acogida. Si bien se ajusta a la “Vulgata” latina, hay que señalar, que se beneficia considerablemente de la traducción luterana. Otra edición de la Biblia fue la del prestigioso teólogo Joan Eck[5]; “Bibel auf hochteusch verdolmetsch, Ingolstadt”, 1537. Esta traducción es más exacta e independiente que la de Dietenberger, aunque no gozó de tanto éxito, quizá por su lenguaje más ilustrado, áspero y difícil. Algunos años antes, Jeronimo Emser, que falleció en 1527, había publicado un Nuevo Testamento utilizando un lenguaje claro y asequible, que en algunos aspectos se inspiró en el estilo popular del Nuevo Testamento luterano.

Los adversarios de Lutero le acusaron de falta de ortodoxia doctrinal y de forzar los textos sagrados para acoplarlos a su propias y subjetivas opiniones teológicas. El citado Jeronimo Emser, afirma que, en la traducción luterana del Nuevo Testamento había encontrado más de 1.400 errores y falsedades de todo tipo. Ante estos ataques, Lutero respondía con retadora arrogancia: “Mi doctrina es la de Cristo, y la de Cristo no es otra que la contenida en la Biblia, si me argumentan con un texto de la Escritura, yo les responderé con Cristo, contra la letra de la Escritura”[6] Desde el punto de vista teológico y doctrinal, son de mayor gravedad las acusaciones referidas a la arbitraria selección que hizo del Canon de los libros bíblicos, de tal forma que aquellos en los que encontraba apoyo suficiente para confirmar sus doctrinas los exalta como verdaderos, divinos y proféticos, en cambio, los que no expresan esta concordancia merecían su rechazo. El profeta de Wittemberg, no tendrá reparo en sostener que su propia interpretación de la Biblia, está incluso por encima de la autoridad de los Apóstoles: “Aquello que no favorece el conocimiento de Cristo, no es apostólico, aunque lo diga Pedro o Pablo; en cambio aquello que predica a Cristo, es apostólico, aunque lo diga Judas, Anás, Pilato y Herodes”[7].

Para Lutero, el Nuevo Testamento estaba constituido principalmente por el Evangelio de San Juan y por las cartas de San Pablo y San Pedro, en cambio, los tres evangelios sinópticos no le merecían mucho aprecio. En el prólogo de una de sus ediciones del Nuevo Testamento escribe: “Hay que distinguir entre libros y libros. Los mejores son el evangelio de S. Juan y las epístolas de S. Pablo, especialmente la de los Romanos, los Gálatas y los Efesios, y la 1ª epístola de S. Pedro, estos son los libros que te manifiestan a Cristo y te enseñan todo lo que necesitas para la salvación; aunque no conozcas ningún otro libro. La epístola de Santiago, delante de éstas, no es más que paja, pues no presenta ningún carácter evangélico”[8]. Por otra parte, niega que la epístola de los Hebreos pertenezca a S. Pablo; y de la epístola de S. Judas, dice que es un extracto de la de S. Pedro, y que, por lo tanto, es innecesaria. Respecto al Apocalipsis, expresará su rechazo, pues le disgusta que Cristo actúe como un severo Juez: “Yo no encuentro en este libro nada que sea apostólico ni profético” [9]. En cuanto a los libros del Antiguo Testamento, utilizará el mismo procedimiento arbitrariamente selectivo de aceptarlos o rechazarlos, según coincidan o no, con sus propias interpretaciones teológicas[10]. A pesar de ello, la Biblia de Wittenberg seguirá su imparable curso, y continuará siendo aceptada por un amplio sector del pueblo germano y también de los países del Norte de Europa

Lluís Pifarré

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Notas:

[1] Opera Omnia, VI 3

[2] El texto griego que le sirvió de base fue el Novum Testamentum graece de Nicolás Gerbel, que dependía del Novum Testamentum de Erasmo. También se sirvió de las Anotaciones de Lorenzo Valla, y de las Apostillas de Nicolás de Lyra.

[3] Este equipo que era una especie de Academia luterana, estaba formado por el helenista Felipe Melanthon, el profesor de exégesi bíblica Gaspar Cruciger, el profesor de hebreo J. Jonas, el del humanista y hebraista de Leipzig, Bernat Ziegler, el del predicador J. Bugenhagen, y el destacado discípulo de Reuchlin, Joan Foster, autor de un diccionario hebreo. El diácono J. Rörer, hacia de corrector i redactor del protocolo.

[4] Senbrief, 637. Las citas de Lutero, corresponden a les O. C. de la Edición de Weimar

[5] Joan Eck, conocido como “el teólogo de Ingolstadt”, se enfrentó de forma exitosa con Lutero, en la famosa disputa teológica que tuvo lugar en Lepizig, en el mes de julio de 1919, en la gran sala del castillo de Pleissemburg, regentado entonces por el duque de Sajonia, Jorge el Barbudo.

[6] WA 39, 1

[7] Prólogo a las epístolas de Santiago y Judas (Bibel VII, 384)

[8] Prólogo del Nuevo Testamento de 1546 (Bibel VI, 10)

[9] (Bibel VII, 404)

[10] Del Antiguo Testamento rechazará como libros apócrifos el de Judit, la Sabiduría de Salomón, el de Tobit, el Eclesiástico, Baruc, el primero y segundo libro de los Macabeos, algunas partes del libro de Ester, y otros fragmentos.