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Ciencia y Filosofía
Por Antonio Orozco
Conocimiento y grados del saber
"Quien afirma que no se debe filosofar,
hace filosofía,
porque es propio del filósofo
discutir
qué se debe
y qué no se debe hacer en la vida"
Aristóteles
I. Los grados del saber
La naturaleza instrumental de la cultura
Discurrimos sobre la cultura, luego pensamos en términos superiores. La cultura
no es el grado supremo del saber. El saber tiene grados. Por eso decimos: el
pensamiento juzga de todo. La cultura no agota el pensamiento. (El poder de
pensar no se agota en ninguno de sus resultados). Hay más poder de pensar que
saber; y el saber es también más amplio que la cultura. ¿Qué es pues
"cultura"? ¿Cómo la delimitamos? Hemos dicho que configura el
"mundo humano", que consiste en el orden de los medios, y que su
sentido es servir a la vida humana.
El orden de los medios tiene su origen en la inteligencia; y su sentido depende
del ser personal. Dicho al revés: si el «orden de los medios» se volviera
contra la persona y su dignidad, no sería cultura, sino barbarie. Luego la
cultura no es un valor absoluto; tiene un valor muy alto, pero subordinado a la
inteligencia y la dignidad del ser personal.
Una descripción del orden de los medios advierte en seguida que abraza tres
categorías u órdenes, a saber: 1) el lenguaje, 2) las instituciones y 3) la técnica.
También se pueden describir como grupos de ciencias: ciencias del lenguaje,
ciencias sociales y ciencias de la naturaleza. Objetivadas en saberes que yacen
en libros y otros instrumentos, las partes de la cultura son bienes. Se trata de
bienes públicos, a los que todos pueden acceder; de modo que los bienes de la
cultura obedecen a la capacidad humana de tener. El hombre, dice Aristóteles,
es «el viviente que tiene logos». Traslademos ahora la atención de los bienes
tenidos al mismo hecho de «tener». También en el tener hay grados: los bienes
técnicos o artefactos los tenemos según el cuerpo. La ciencia la tenemos según
el espíritu. Los hábitos buenos –las virtudes– las tenemos de forma más
honda, son nuestra naturaleza adquirida.
En suma, la cultura o sistema de los medios incluye el lenguaje, la técnica y
la ciencia. Las ciencias sociales ordenan la convivencia, el trabajo, la economía,
el derecho, la política, etc. Ciencia y técnica permiten la obtención de
nuevos bienes mediante el trabajo. En la obtención técnica es donde más
claramente aparecen las "novedades", la innovación. Esto dio lugar,
en el pensamiento moderno, a una atención preferente a la noción de progreso.
¿En qué consiste el progreso? No cabe limitarlo a la vertiente técnica e
innovadora; se debe pensar también en la vida familiar y social. En su
vertiente técnica progreso es convertir fines en medios. Para ello se vale de
medios, es decir, de fines ya logrados. Cabe describir el trabajo como capacidad
de construir artefactos valiéndose de medios artificiales. El trabajo se vale
de medios para obtener fines que, en seguida, pasan a ser medios para nuevos
trabajos. Pongamos un ejemplo: la invención de la imprenta permitió que los
libros, que hasta la modernidad eran fines, pasaran a ser medios para la
instrucción. En efecto, en el mundo antiguo y medieval, los libros eran escasos
y muy caros: tenían carácter de fines, por ellos algunos se desplazaban a
lomos de cabalgaduras, de monasterio a monasterio, de ciudad a ciudad. La
imprenta ha cambiado el mundo humano. En la modernidad, el libro y el periódico
son medios, no fines. Lo mismo sucede con la alimentación; si el alimento
suficiente está asegurado, comer es un medio, los fines son la vida laboral,
social, espiritual, etc. Pero si una ciudad padece estado de guerra, comer lo
justo deja de ser un medio y vuelve a ser un fin; tiene lugar un retroceso. El
progreso convierte fines en medios y posibilita fines nuevos; el retroceso, al
revés, convierte los medios en fines.
Los instrumentos provienen del saber y del trabajo, y los poseemos según
nuestra corporalidad; así, lo que se adapta a la mano es manejable, etc.
Concluyamos: la técnica es fruto de la visión del orden (ciencia) y del
consiguiente saber producir orden (artefactos). El saber de los medios y los útiles,
el saber técnico, es humano: ver orden presupone el pensar, la capacidad de
entender.
La razón y el orden
Preguntamos ahora qué diferencia hay entre sentir y pensar. Podrían parecer lo
mismo, pero no son iguales. Santo Tomás de Aquino (1225-1274), siguiendo a
Aristóteles en su realismo, distingue entre la sensación y el pensamiento
mediante la idea de orden. Conocer es tan propio de los sentidos como de la
inteligencia, pero conocer orden es prerrogativa de la mente, no de la
sensibilidad. Ver orden significa relacionar; y ser capaz de conocer relaciones
es ser capaz de ver lo igual y lo distinto, lo más y lo menos, lo superior y lo
inferior, la causa y el efecto; significa también conocer el fin, los medios y
el modo como se ordenan éstos al fin. Relacionar es pensar, porque significa
poder ordenar algo a un fin; o también, compararlos entre sí como subordinado
y superior.
Tan importante es esta capacidad de percibir el orden que podemos deducir una
clasificación de los saberes a partir de ella. A diferentes actos de la razón
corresponden diferentes hábitos que la perfeccionan: la ciencia natural, la lógica,
la ética y la técnica. Aristóteles condensó una multitud de reflexiones
sobre la naturaleza del saber en una frase: Es propio del sabio ordenar.
Tomás de Aquino, pensador profundo y seguramente el mejor intérprete de Aristóteles,
la ha comentado de la siguiente manera:
Tomás de Aquino (1225-1274), autor de la mejor síntesis de la sabiduría
griega y cristiana en el siglo XIII.
Fue un profundo expositor de Aristóteles, san Agustín y la Patrística.
"Es propio del sabio ordenar. Y es así porque la sabiduría es la perfección
mayor de la razón, lo propio de la cual es conocer el orden. Porque, aunque las
potencias sensitivas conozcan algunas cosas en absoluto, conocer el orden de una
cosa a otra es exclusivo del entendimiento o de la razón (…) Ahora bien, el
orden es objeto de la razón de cuatro maneras. Existe un orden que la razón no
construye sino que se limita a considerar y este es el orden de las cosas
naturales. Hay otro orden que la razón introduce, cuando lo considera, en sus
propios actos, como cuando ordena sus conceptos entre sí y los signos de los
conceptos que son las voces significativas. Hay un tercer orden que la razón
introduce, al considerarlo, en las operaciones de la voluntad. El cuarto, por último,
es el orden que la razón introduce, al considerarlo en las cosas externas de
las que ella misma es causa, como el mueble o la casa" (Tomás de Aquino,
Comentario a la Ética a Nicómaco, Prólogo).
Las virtudes intelectuales: técnica, ciencia y sabiduría
Las virtudes son cualidades adquiridas. No nacemos con ellas, resultan de los
actos (de su repetición y rectificación) y perfeccionan una facultad. Las
virtudes potencian la capacidad de obrar de esa facultad: nos hacen aptos para
obrar con prontitud, facilidad, perfección y gozo. El nombre latino virtus,
deriva de vis (fuerza); las virtudes son virtualidades, poderes. Son también
cualidades, no magnitudes; tampoco son innatas. Es nativa la disposición para
ellas: una piedra, por más veces que la lancen al aire, no se vuelve leve, ni
vuela.
Las virtudes resultan de la acción y revierten sobre la facultad, potenciándola
para obrar mejor.
Se dividen en intelectuales y morales. Nos interesan ahora las virtudes
intelectuales. Todo nuestro conocimiento es adquirido; y el conocimiento
facilita conocer más y mejor. Aristóteles distingue los siguientes hábitos de
la razón: inteligencia de los primeros principios, ciencia, sabiduría,
prudencia y arte o técnica. Su teoría de los hábitos contiene una concepción
del hombre, en la línea de la acción vital y la capacidad de tener.
Consideremos, a la luz de esta filosofía del hombre, la relación entre la
cultura, las ciencias puras y la sabiduría humana o filosofía.
La técnica –de discurrir, de fabricar, etc.– aplica un saber. Toda técnica
(ars, tékhne) introduce un orden, después de haberlo considerado y entendido,
dice Tomás de Aquino. Por ello, el orden, tanto en los actos como en los
instrumentos, proviene del saber. Para hacer algo bien, se precisa saber.
Los saberes que guían el obrar son hábitos de la razón práctica, esto es,
del entendimiento que guía la acción. Los clásicos los agruparon en torno a
dos virtudes intelectuales: técnica (o arte) y prudencia
Los saberes que sólo buscan saber no son productivos, sino contemplativos del
orden. Se fundan en un orden que no hemos creado, pero es comprensible, causa
admiración y deseos de saber. La característica de la teoría es su desinterés:
no pretende modificar, sino saber. La teoría origina hábitos de la razón
especulativa. Los clásicos les dieron el nombre de inteligencia de los
principios, ciencia y sabiduría.
La función de la sabiduría: establecer prioridades
La cultura, como orden de los medios, incluye la técnica y la prudencia. De la
sabiduría, en cambio, se debe decir que no es cultura, pues no produce objetos.
Tiene una función superior. La función de la sabiduría en la vida humana es
asegurar la prioridad de la persona sobre las cosas, de la ética sobre la técnica
y del espíritu sobre la materia.
La cultura, pues, no incluye entre sus elementos la religión, ni la moral, ni
la filosofía. Sería erróneo afirmar que los principios éticos o filosóficos
(el bien moral, la dignidad personal, la libertad, Dios, etc.) son cambiantes
según las culturas, o relativos a cada una de ellas. No son culturalmente
relativos, porque no son productos culturales, ni parte de cultura alguna; son más
bien "medida" de todas ellas, son verdaderamente transculturales.
Sin la existencia de criterios sapienciales y transculturales, no sería posible
leer literatura, ni la idea de los clásicos, tampoco sería posible la
historia, ni ciertas formas de derecho comparado, no cabría idea alguna de crítica
cultural, en especial no cabría criterio alguno para distinguir el progreso
humano. Así, es evidente la existencia y ejercicio de tales criterios si
podemos comprender otras culturas, o cuando leemos a Homero, o cuando valoramos
y enjuiciamos hechos históricos, como guerras y genocidios, o cuando
consideramos la abolición de la esclavitud como un progreso, y los Derechos
Humanos como un criterio para la historia pasada y futura.
II. Esbozo histórico de la filosofía
Actitudes humanas y filosofía
Hemos visto que se puede distinguir entre sentir y entender; además, cabe
distinguir entre teoría y praxis, razón especulativa y razón práctica. Una
clasificación sencilla de las facultades humanas permite distinguir tres planos
en el hombre: el sentimiento, la voluntad y el intelecto. Una distinción muy
simple, pero no una simplificación. Según se dé prioridad a los sentimientos,
a la voluntad o al entendimiento, resultan concepciones muy distintas del hombre
y de la realidad entera. Eso nos puede ayudar a entender por qué hay en la
historia concepciones filosóficas diversas. Nos interesa comprender esa
diversidad, para comprender, con su auxilio y con el de la misma historia, por
qué todas ellas son, sin embargo, filosóficas. Lo que la filosofía es se
manifiesta también en su diversidad y en su historia.
Tomando como base ese hecho, resumiremos en tres las "concepciones del
mundo" o maneras de entender la sabiduría, correspondientes a tres
actitudes distintas de la razón humana:
1. Actitud teorética. Para ella el filosofar nace de la admiración y se ordena
al conocimiento de la verdad, al ser de las cosas. Concibe la filosofía como
metafísica y, solidariamente, como teoría del conocimiento y antropología.
2. Actitud práctica. Se interesa por la acción y el bien moral. Es la de
quienes filosofan a partir de la experiencia de la injusticia. Conciben la
filosofía como denuncia ética y regeneración política. No se interesa por la
teoría en sí misma y propugna una utopía como término del progreso moral.
3. Actitud positivista. Se interesa por la producción de bienes de consumo e
instrumentos. Considera superada la filosofía teorética; sólo reconoce el
valor de la utilidad. Para ella la ciencia es sólo medio de dominio: saber es
poder. Actitud antimetafísica, valora el progreso técnico y espera de éste
todas las soluciones.
La Antigüedad clásica
Narra una antigua tradición que el primero que se llamó filósofo fue Pitágoras
(530, a. C.), sabio matemático y orador que, al ser preguntado por su oficio y
arte, respondió que era amante de la sabiduría (sophía). Como no entendían
su afirmación, comparó la vida con los Juegos Olímpicos: la mayoría iban a
hacer tratos y negocios, otros para competir y lograr fama, por fin, una minoría
iba allá sólo por el gozo de ver. El filósofo es del tercer tipo: busca
saber, no por utilidad, sino por el gozo de saber.
Pitágoras vivió en el sur de Italia, a mediados del s. VI antes de Cristo;
siglo y medio más tarde, vivió en Atenas Platón (427-347, a. C.) que, al
observar cómo los hombres tienen ideales diversos sobre la felicidad, intentó
reducirlos a unos pocos "tipos". Como Pitágoras, describe tres formas
de vida: 1ª) según el placer, cuando los hombres se procuran sobre todo bienes
materiales (útiles, dinero, seguridad, bienestar, etc.); 2ª) según la fama,
los hombres se mueven por el prestigio, y por los honores sacrifican los bienes
materiales, como los atletas y soldados; 3ª) según la razón, buscando por
encima de todo la contemplación de la verdad (theoría); el ideal teorético
lleva a algunos a desinteresarse de la riqueza y del prestigio, a buscar por
encima de todo el conocimiento, la verdad y el bien.
Platón de Atenas discípulo de Sócrates y maestro de Aristóteles fundó la
Academia (387 a. C.) con el fin de formar gobernantes sabios.
Platón ponía en correlación estos tipos de vida o de hombres con tres
facultades: el entendimiento, la voluntad y el sentimiento. La cuestión es: ¿cuál
tiene prioridad? ¿A cuál de ellas corresponde gobernar? Las tres posibles
respuestas son otras tantas actitudes ante la realidad. Cada forma de entender
la vida es una idea de lo que es rector en el hombre: la mente, la voluntad o el
sentimiento. Son tres maneras de concebir la felicidad: ser sabio, ser poderoso
o ser rico; tres motivaciones dominantes: conocer la verdad, dominar en el mundo
social, o tener placeres y comodidades.
La Escuela de Atenas
Sócrates, Platón y Aristóteles (ss. IV-IIIº, a. de C.) afirmaron
decididamente la prioridad de la vida según la razón, el ideal teorético. Según
ellos, la admiración origina el deseo de saber. Aristóteles de Estagira
(384-322, a. C.) escribió que en el ser humano lo natural es el deseo de saber.
La Escuela de Atenas: "Todos los hombres desean, por naturaleza,
saber" (Aristóteles)
Comparemos el deseo natural humano con el deseo natural de los irracionales. Las
bestias están inclinadas a conductas fijas, ciegas, que cada espécimen repite
sin originalidad. Para los animales lo natural es satisfacer necesidades
inmediatas, sensibles, sin hacerse preguntas.
Ahora, aquello que es natural para las bestias, no lo es para el hombre. El ser
humano subordina sus necesidades sensibles a su vida mental, que puede ser:
-Especulativa busca saber sólo para saber (teoría).
-Práctica saber para mejorar la personalidad moral (praxis).
-Técnica encaminada a producir artefactos (póiesis).
La satisfacción de una necesidad, en los animales, es automática: no espera.
El hombre, por el contrario, posee la capacidad de esperar (su conocimiento
abarca el tiempo), para él es antes pensar que satisfacer el instinto. Ahora,
un ser que espera, que se detiene a pensar, domina su propio tiempo y no es
dominado por el automatismo de los instintos y pulsiones orgánicas. En el
hombre no gobierna el instinto, sino la razón; no tenemos instintos.
Un ser que piensa no es instintivo, sino racional
El deseo dominante de la bestia es la satisfacción sensible. El deseo dominante
del hombre es saber. Mas como el saber es capaz de todo, el hombre es un ser
abierto a la totalidad del ser. Por la apertura intelectual somos, en cierto
modo, "todas las cosas".
Apertura sin límite y reflexión, he aquí dos características diferenciales
del hombre. El animal está determinado por el medio en el que vive (adaptación),
también por el instinto (conducta fija). La razón interrumpe el automatismo de
la vida instintiva —podemos detener los procesos—, y crea los artefactos
para que el hombre domine el mundo, que es más que adaptarse a él. Por la razón,
el hombre es homo faber, un ser inadaptado al mundo físico, como dice el biólogo
Arnold Gehlen, que nace "prematuro", pero construye su mundo, el mundo
humano.
"El alma es, en cierta manera, todas las cosas"
(Aristóteles)
"El alma intelectiva ha sido dada al hombre en lugar de todas las formas,
para que el hombre sea en cierta manera la totalidad del ser"
(Tomás de Aquino)
La inteligencia se demuestra capaz de sobrepasar los límites; eso hace del
hombre una criatura inquieta, insatisfecha. Si hay una cima sin escalar, alguien
llegará allí tarde o temprano; si hay un abismo en las profundidades, alguien
tiene que bajar. Alguien tiene que ser el primero en llegar a donde nadie ha
llegado. Si hay un "récord" en atletismo, hay que hacerlo retroceder.
Insatisfacción, apertura y progreso son naturales para el hombre. La naturaleza
humana no está fijada; es naturaleza espiritual, no solamente física.
Aristóteles observó que a causa de esa apertura, los hombres —"tanto
los antiguos como los actuales", escribe— se maravillaron. Movidos por la
admiración hicieron progresos: primero se extrañaron ante problemas comunes.
Luego sintieron admiración al contemplar los astros —la firmeza del
firmamento—. Por fin, la maravilla "sobre el origen del Todo". Esta
es, según Aristóteles, la causa del filosofar y su tema principal. La de este
filósofo es una actitud teorética y principalmente metafísica.
Helenismo e "ideal del sabio"
Durante la época helenístico-romana (del siglo IIIº a. de C., al siglo IVº
d. C.), diversas escuelas se plantearon la existencia humana dando prioridad a
la práctica. Destacan los filósofos estoicos (como Séneca, Epicteto, Marco
Aurelio, emperador), que consideran sabio al hombre que conoce el arte de vivir
feliz, contentándose con poco y no permitiendo que los acontecimientos externos
perturben su presencia de ánimo. El filósofo adopta igual serenidad ante la
buena o la mala fortuna. La sabiduría sería el arte de ser feliz y la
felicidad consistiría en no sufrir. Por eso, el sabio buscará la
imperturbabilidad de ánimo o "apatía".
Los estoicos descubren el valor de la austeridad y el autodominio; su consejo
era este: «prescinde y soporta» (abstine et sustine!). Quien se vuelca a
buscar satisfacciones y goces externos, fácilmente olvida la vida interior, que
advierte el hecho de vivir como algo feliz y bueno por sí mismo. En cuanto a la
vida exterior, existe una Razón que gobierna el mundo (Ley natural), el sabio
procura conocerla y seguirla, de modo que es sabio y bueno "seguir la
naturaleza", obedecer los dictados de la naturaleza es obedecer a Dios.
Zenón de Kition (s. IIIº a. C.) fundador de la "Stoa"
El estoicismo fue muy influyente en el mundo antiguo, y sigue resonando en
muchos pensadores modernos. De él proviene la expresión española:
"tomarse las cosas con filosofía". Esta escuela mostraba una actitud
práctica, orientada a la felicidad, entendida como "contento" de la
vida. Había en ella también un matiz "medicinal": el ser humano
padece, sufre a causa de sus errores, necesita ser curado, liberado de los males
de la vida. Hay en esto una actitud próxima a la que se encuentra en las teosofías
orientales, como el Hinduismo y el Budismo.
Marco Aurelio (121-180, d. C.)
Otras escuelas de la etapa helenístico-romana del fueron el neoplatonismo, el
neo-pitagorismo, el escepticismo y el epicureísmo. A Atenas sucedieron Roma, Pérgamo
y, sobre todo, Alejandría como centros del saber.
La Patrística
La Patrística es un movimiento intelectual cristiano —con precedentes judíos
en Alejandría ya en el siglo Iº antes de Cristo—, contemporáneo de las
escuelas griegas y romanas, durante los siglos II-IV. Su esfuerzo principal
consistió en expresar la fe cristiana con el vocabulario y los conceptos de la
filosofía pagana, también procuró infundir en la filosofía los ideales
aportados por la fe cristiana; su principal resultado fue la primera gran síntesis
de la filosofía griega y el monoteísmo. Ahora bien, el Cristianismo no es una
filosofía más, como algunos entendieron en aquella época o en la nuestra, el
Cristianismo es la plenitud de la religión revelada, la del Dios de Abraham,
Isaac y Jacob. El Dios de Israel no es una divinidad nacional, sino el Dios del
Universo; esta universalidad y amplitud de la revelación propició la
diversidad filosófica dentro del Cristianismo. Desde el principio, algunos filósofos
cristianos adoptaron como propias las ideas de Platón, otros las de Aristóteles,
o las del estoicismo, etc., según la actitud de cada pensador.
Se considera a San Agustín de Hipona (354-430) la cima de la Patrística
latina. Aurelio Agustín Fue un pensador apasionado y vital, sensible a la
belleza literaria y a la grandeza intelectual de los clásicos; tras su conversión
al Cristianismo los entiende bajo una luz nueva: el hombre y el mundo son
criaturas, el Creador no es un ser mudable, sino el Ser eterno, el mismo Ser.
Agustín es un filósofo metafísico, platónico y cristiano.
La Escolástica, en la Edad Media, prolonga la obra teorética y práctica de
las escuelas helenísticas y patrísticas, las enriquecen con la aportación de
filósofos musulmanes y con el redescubrimiento de Aristóteles.
La Modernidad
Trasladémonos ahora de la Antigüedad y los siglos de la Patrística y el
medievo hasta la época de la Revolución francesa. Hallamos nuevamente la
actitud teorética y la práctica, como aproximaciones a la sabiduría. En la
primera mitad del siglo XIX, el desarrollo industrial hizo posible –de manera
antes insospechada– la actitud positivista. Un contemporáneo de Jaime Balmes,
el francés Auguste Comte, dio a la moderna "fe en el progreso" un
peculiar matiz tecnocrático.
La Ilustración, llamada "siglo de las Luces" (s. XVIII), había
adoptado una actitud de exaltación del domino del mundo. Dos pensadores
encarnan bien ese talante del siglo de las Luces: Inmanuel Kant (1724-1804) y
Auguste Comte (1798-1857). Ambos se oponen al Cristianismo porque no ven a la
razón como criatura, sino como creadora –de la ciencia y del progreso–. Por
un lado, Kant es un filósofo idealista, movido por una actitud teorética;
mientras que Comte es el padre del positivismo y propugna la supresión de la
filosofía en beneficio de la ciencia experimental y la técnica modernas.
Kant y la especulación
Kant se puede considerar un claro ejemplo de filósofo especulativo. Es cierto
que el interés primordial de su sistema es ético —la llamada "autonomía"
moral de la razón—, y así lo vieron los filósofos del Romanticismo. No
obstante, una parte de ese sistema, su teoría del conocimiento, contenida en la
Crítica de la razón pura, es de tanta importancia en el panorama del
pensamiento moderno que frecuentemente se la ha considerado aparte, como la obra
de filosofía especulativa más influyente de la modernidad.
En aquel libro, Kant considera al hombre como repartido entre dos mundos: el físico
y el moral. En el mundo físico, la racionalidad se plasma en las leyes exactas
de la mecánica de Newton. La física moderna es el modelo que se debe imitar,
si queremos responder a la pregunta: ¿qué podemos saber? O bien, ¿cómo es
posible la ciencia? En el mundo moral, por el contrario, la ley básica es la
libertad. Puesto que en éste existen deberes, ha de existir un sujeto libre.
Ahora, Kant entendía la libertad del mismo modo que Jean-Jacques Rousseau
(1712-1778), en El contrato social (1762), a saber, la entendía como
independencia de causas externas. En el mundo físico todo está regulado por
leyes y causas externas; por eso, en el mundo físico no hay libertad y el
hombre no será una naturaleza.
Tal como Kant los veía, el mundo físico y el moral (uno mecánico y el otro
espiritual) son heterogéneos; y debemos considerarlos siempre separados hasta
que sean reunidos por Dios, en la bienaventuranza, que merece quien actúa de
acuerdo con el deber moral, es decir, por puro respeto del deber. En el mundo físico
el hombre bueno resulta fácil y frecuentemente perjudicado. Kant se da cuenta
de que ser bueno no equivale a ser feliz en este mundo. Por lo tanto, Dios
reunirá el mérito y el bien sensible; esta reunión del bien moral y del bien
físico, al final, será la justicia definitiva.
La actitud teórica de Kant se expresa en su gran sentido de la admiración y la
reverencia; el filósofo prusiano admiraba un doble prodigio:
"Dos cosas llenan el ánimo de admiración y respeto, siempre nuevos y
crecientes,… el cielo estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí"
(Immanuel Kant)
Fichte y la Acción moral
Kant veía en la admiración el inicio y causa del filosofar. Su discípulo
Johann Gottlieb Fichte (1762-1814), espíritu práctico y hombre de acción,
pone sin embargo el inicio de la sabiduría humana en una elección libre, más
aún: gratuita.
Según Fichte, sólo hay dos filosofías: realismo e idealismo. La primera,
afirma que lo real existe en sí, mas eso limita la libertad humana. El
idealismo, por el contrario, afirma el espíritu y no reconoce ningún "en
sí" exterior a la libertad. Esta dualidad —libertad y cosa "en sí"—
equivale en Fichte a la clásica dualidad de "sujeto cognoscente" y
"objeto conocido"; ahora, el sujeto es espíritu, libertad, capacidad
de acción. Frente a esa idea del espíritu, la pretensión realista de que
existen cosas reales, significa acentuar las limitaciones: las cosas son límites,
mientras que la libertad es potestad sin límite; en fin, la libertad supera a
las cosas, el espíritu es antes que la materia. El espíritu, que es libertad,
"pone" la materia ante sí, para superarla. La superación, lucha y
acción, es el alma del progreso y en ella encuentra la libertad su exaltación
y felicidad.
"La filosofía que uno profesa depende de la clase de hombre que es"
(J. G. Fichte)
Ante el sorprendente planteamiento de Fichte, no queda más remedio que
preguntarse: ¿cómo sabemos que el idealismo es la filosofía verdadera? Su
respuesta es esta: por autoafirmación, se trata de una elección libre, sin
razones. Este es el inicio del filosofar, según Fichte. La experiencia del
poder de elegir, del esfuerzo y la superación, son, según él, el punto de
arranque de los razonamientos, no ya la admiración ante el orden del universo.
Los teóricos modernos de la Revolución (especialmente J.-J. Rousseau y K. Marx)
son filósofos de la acción, como Fichte. Si les preguntáramos: ¿cuál es la
realidad básica, el hecho primero e incontestable del que partís? No responderían
que el ser, o la verdad, tampoco la admiración. Dirán que la realidad primera
es voluntad (Rousseau), o praxis, acción o al menos deseo, en busca de
satisfacción (Marx).
Comte y el Progreso técnico
Para Augusto Comte (1798-1857) la realidad humana está gobernada por el
progreso en la forma histórica de la Ley de los tres estados, según ésta la
humanidad es religiosa en su infancia, metafísica en su juventud y positivista
en su madurez.
Comte es el fundador del positivismo; no concibe la filosofía como una
actividad que valga por sí misma, para él el saber sólo vale por sus
resultados útiles y económicos. Son consecuencia del positivismo el
utilitarismo y el pragmatismo, actitudes que valoran el éxito por encima de
todo. En dos frases se condensa la mentalidad positivista y antimetafísica de
A. Comte:
1. Saber para prever, prever para poder. El saber sólo interesa para
anticiparnos, para dominar y explotar la Naturaleza. En otras palabras: Saber es
poder. Y ¿qué pasa con la verdad de las cosas?
2. Todo es relativo, he aquí la única verdad absoluta, dice Comte, sin
asustarse ante la paradoja que su afirmación comporta. No obstante, ¿una
relatividad universal, no postula algún absoluto?
El ser supremo (le Grand Être), según Auguste Comte, es la humanidad (l’Humanité);
el padre del positivismo concibió el saber como Enciclopedia, sistemática y al
servicio de la industria y el poder político, un la futura "sociedad
positivista". La religión y el ser supremo de la nueva sociedad sería la
Humanidad, su ideal moral el Progreso.
III. Prioridad de la teoría
Prioridad de la inteligencia
Hemos expuesto tres concepciones distintas de la filosofía y hemos comprobado
que se han dado tanto en los tiempos antiguos como en los modernos. Lo que ahora
nos interesa es la cuestión de saber cuál de ellas es la correcta y, por lo
tanto, cuál de las tres facultades —intelecto, voluntad y sentimiento—
tiene prioridad natural y asume el encargo de ser la guía de las otras. No
obstante, no es forzoso pensar en términos de confrontación.
Tal como lo vieron los griegos, no se trataba de excluir dos formas de vida para
dar lugar a una sola, sino de armonizarlas. Según Platón y Aristóteles, la
manera de unirlas es jerarquizarlas; sólo si reconocemos la hegemonía del
intelecto podemos poner orden. El orden es cosa del pensamiento.
Resulta, pues, que la cuestión de decidir cuál de las tres facultades
(intelecto, voluntad y sentimiento), o cuál de las tres actitudes (teórica, práctica
y positivista) tiene la legítima prioridad es ya una importante cuestión filosófica.
Es la cuestión de saber por qué elegimos un carácter, o estilo de vida, y no
otro. Discutiendo este tema con los "positivistas" del siglo IV a. de
C., el joven Aristóteles escribió lo siguiente: Tanto si se debe filosofar,
como si no se debe filosofar, en todo caso, es preciso filosofar.
En efecto, si la búsqueda humana de la sabiduría tiene objeto, entonces éste
es el más valioso y debemos investigarlo; pero si no lo tiene, hay explicar por
qué, y esa explicación ya es una filosofía. En cuanto nos pongamos a estudiar
nuestra incapacidad para conocer la razón profunda de las cosas, estaremos
filosofando; por tanto, es cierto: tanto si se debe filosofar, como si no; en
todo caso es preciso filosofar. Desde Aristóteles, el sentido común y la
historia han decidido la cuestión de la primacía a favor de la teoría. Si
hasta para rechazar el primado de la teoría hace falta filosofar, la actitud
teorética tiene la hegemonía; ella decide qué lugar corresponde a la voluntad
y al sentimiento.
El propósito de jerarquizar, supedita los saberes a principios. Hallar una
clave de armonía para el hombre y el universo es referirse a principios.
Algunos filósofos modernos han caracterizado la filosofía como pensamiento a
la luz de los principios, o bien, pensamiento que refiere todos los temas a los
principios primeros.
La admiración: del mito a la teoría
Es un hecho que la filosofía nació como actitud teorética. Antes habían sido
el mito y la adquisición de la técnica, o artes prácticas, encaminadas al
bienestar o la utilidad. La teoría hizo pasar al mito a un segundo plano. La
actitud teorética comienza en el momento en que se advierte que no todo se
somete al imperio del tiempo. Sin negar la importancia del tiempo, la filosofía
descubre algo permanente en la realidad, y que se corresponde con la intelección.
Esa advertencia es la teoría. Ahora bien la teoría es obra del (noûs), el
elemento intemporal que hay en el hombre; la filosofía comienza por tanto con
la advertencia del espíritu y la apertura a lo intemporal.
El mito explica el presente por causas que obraron en un pasado remoto. El mito
por excelencia es la interpretación del tiempo que dice: "No hay futuro.
El futuro ya ha pasado". El tiempo del mito es circular, es la "rueda
del tiempo". En el Mito del Eterno Retorno de lo mismo –que era la
concepción dominante antes de la teoría, y todavía lo es en el extremo
Oriente– el futuro está ya dado, porque lo que pasará es exactamente lo que
"ya ha pasado". Aquí no tiene cabida la libertad: no se puede crear
el futuro si ya está dado; si el futuro consiste en repetir el pasado, no se lo
puede evitar ni crear, está predeterminado.
La actividad teorética, por el contrario, no explica el presente por el pasado,
sino por lo actual. La teoría explica las cosas por causas y principios que actúan
"ahora": lo que hay, lo que está siendo o existiendo, depende
actualmente de principios. Eso es la mirada (gr. theoreîn) teórica o
contemplativa. La visión teórica –atenta a lo actual no ya al pasado
(mito)– descubre oportunidades: es inventiva, ve la novedad, innova.
El objeto de la admiración ha sido lo contrario de la actitud mítica. La
admiración intelectual es el estado en que el ser humano se siente cautivado
por lo intemporal. Por el contrario, el mitólogo (narrador, poeta) es el hombre
de larga memoria, que recuerda cómo se ha formado el mundo, a partir del caos,
siguiendo las generaciones de los dioses. El mitólogo vaticina el futuro por el
peso del pasado: el futuro no escapará a su suerte. El pasado vuelve. El mitólogo
sabe el futuro, porque sabe el pasado. Ahora bien, eso se llama superstición.
Quien ha sido educado en la teoría ve que la afirmación de que el futuro ya
está dado (es pasado) conduciría a la inacción, al fatalismo y a la
pasividad.
Ha sido por tanto el primado de la teoría –no el del mito– lo que ha
liberado a la acción humana del fatalismo. La libertad y creatividad humanas,
tan típicas del hombre occidental, se benefician de la prioridad de la actitud
teórica, metafísica. Hay una filosofía nacida de la maravilla, teórica, en
el trasfondo de la confianza occidental en la libertad, de cara tanto a la acción
ética como al progreso material y técnico. No es una casualidad que la
ciencia, en el sentido moderno de la palabra, haya nacido y prosperado en
Occidente.
Tales y Pitágoras. Mirando a la tierra desde los astros
Si preguntamos: "El teorema de Pitágoras, ¿era verdad antes de Pitágoras?"
La respuesta que todos dan sin pensarlo es "sí". Parece evidente que
la verdad del teorema no depende de Pitágoras, el hombre. Se diría que Pitágoras
no ha "inventado" el teorema, sino que lo ha "descubierto":
se ha topado con él, como Cristóbal Colón topó con América (porque estaba
en medio del camino hacia las Indias Orientales). Como las constelaciones de las
estrellas, así parece ser la verdad del teorema: intemporal.
Se suele decir que los primeros filósofos se maravillaron al contemplar el
cambio, el constante devenir a que están sometidas todas las cosas de la
tierra. Y es cierto. Pero debiéramos insistir en este detalle: uno no se admira
de algo si no lo encuentra "extraño", esto es, si no toma distancia.
Ahora, para extrañarnos de que las cosas cambien, de que "las generaciones
de los hombres caen, como las hojas del bosque en otoño" (Homero), es
preciso ver como más natural la estabilidad de lo que no cambia. ¿Cómo se
produjo esta transformación mental? Era una modificación importante, porque el
mundo material no conoce la permanencia de lo intemporal. Al contrario, en el
mundo sensible todo es cambiante, con independencia de la rapidez de las
variaciones: de prisa o lentamente, en el mundo todo cambia. ¿De dónde viene,
por tanto, la extrañeza y la admiración?
La filosofía nació en el corazón de hombres que miraban las estrellas. El
primero fue Tales de Mileto (s. VI a. de C.), autor del teorema de las paralelas
y uno de los "Siete Sabios" de Grecia, viajero, matemático, astrónomo
e ingeniero. Tales comparó la región inconmensurable del cielo estrellado con
la tierra en la que vivimos. Allá arriba estaban las cosas que "siempre
son", según se creía. Las estrellas eran lo permanente, la tierra lo
transitorio. Los astros eran siempre iguales, no cambiaban, eternos; mientras
que en el mundo de aquí abajo todo era mudable e inconsistente.
Sabemos que Tales fue el primero de los que se maravillaron "ante el origen
del Todo". ¿Por qué? Por causa de una vuelta de campana, de una revolución
mental consistente en invertir la forma de mirar. Tales no parece ser alguien
que mira las estrellas desde la tierra, sino uno que considera la tierra desde
los astros; no mira hacia "lo que siempre es" desde un momento efímero
del tiempo, sino que mira todo lo que cambia, nace, crece y muere, desde la
estabilidad de lo intemporal. Lo que extrañó a Tales de Mileto no fue que los
astros fueran eternos, sino que en la tierra todo fuese transitorio. No era el
cielo, sino la tierra, lo que hacía falta justificar. Este mundo no se entendía;
y entender le pareció imprescindible.
El hecho de encontrar a las cosas necesitadas de una explicación, por ser
temporales, significa que las comparamos con lo intemporal. ¿Cómo era posible
tal comparación? Quien compara relaciona dos extremos previamente conocidos.
Por lo tanto, la mente conoce tanto lo eterno como el tiempo; dicho de otro
modo: la mente humana (el noûs) tiene tanta o más afinidad con las estrellas
que con la tierra. Por eso juzga que todo tiene un Principio (arkhé): toda esta
diversidad cambiante está dependiendo, "ahora", de una única
realidad que no ha cambiado ni cambiará nunca. La pregunta oportuna, por eso,
era: ¿de dónde ha salido todo y a dónde se encamina?
La pregunta por el origen primero y el destino último sólo es posible para
alguien que mire al mundo desde las estrellas, esto es, desde lo intemporal.
Desde un principio, la pregunta por la naturaleza (gr. Physis, lat. Natura) fue
más allá de la física o cosmología, hasta las causas últimas, convirtiéndose
así en metafísica.
Quien investiga movido por la admiración filosofa, es decir, ama una especie de
imposible: la sabiduría. Los teoremas, el amor y la filosofía tienen en común
el adverbio "siempre".
Ahora bien, son diversas las realidades que pueden admirar a la mente, de manera
que son diversas las temáticas iniciales de la filosofía. ¿Qué realidades
admiraron a los filósofos de ayer, como a los de hoy? El impresionante espectáculo
del cielo astronómico mueve a admiración. Y también la autoridad de la
conciencia, cuando formula el deber. El mismo hecho de conocer es admirable. Lo
es, porque es todo conocimiento hay finitud e infinitud: todo lo que conocemos
es cosa finita y, por otro lado, el "poder" de conocer no queda
saturado por ningún objeto. Este poder se proyecta sin límite, tiene un no sé
qué de infinito. Y los hombres lo han atribuido a la divinidad, hasta el punto
de afirmar que la sabiduría no es cosa de los hombres, sino de Dios. Tal fue el
caso de Sócrates y Aristóteles, en la Antigüedad; pero también el de
Descartes, Leibniz y Hegel, en la modernidad.
Sócrates. La admiración de saber que no somos Dios
Una de las formas más sorprendentes en que se ha expresado esta maravilla del
conocer humano fue el dicho de Sócrates: "Sólo sé que no sé nada".
Parece que Sócrates (470-399 a. C.) quería decir que, por el hecho de saber
que nuestro conocimiento es limitado, lo comparamos con el saber infinitamente
perfecto. ¿Cómo sabemos, si no, que es limitado? Y es sorprendente que
tengamos idea de un saber perfecto, precisamente cuando reconocemos que nuestro
saber es reducido, imperfecto.
¿Cómo tenemos idea del saber perfecto, sin saberlo? Lo cierto es que ya a los
antiguos filósofos del paganismo les parecía que la sabiduría era propia sólo
de Dios. Por lo tanto, al hombre correspondía no la sabiduría (Sophía), sino
el amor a la sabiduría (Philosophia).
Modestia del nombre. Para designar la actividad nacida de la sorpresa, la
admiración y la conciencia de la propia limitación, hacía falta una palabra
modesta. No sabiduría, sino amor a la sabiduría. Eso quería decir en griego
filosofía.
Era claro que el hombre limita con lo suprarracional, por encima de la razón;
limita también con lo infrarracional, que encuentra al descender a la materia,
a la singularidad con su imprevisibilidad y excepciones.
Recapitulación
Una definición clásica de la filosofía
La actitud teórica es el hilo conductor de la historia del pensamiento. Las
reacciones voluntaristas (praxis) o positivistas (póiesis) y antimetafísicas
se presentan una vez y otra, tal vez como protestas ante el error o
extravagancia de algunas teorías –sutiles pero ajenas al sentido común, a la
vigencia de los primeros principios–, o como pugna frente al realismo del
sentido común. Recapitulemos:
-La filosofía nace de la admiración, como teoría.
-Se separa del mito, abriendo el futuro, la libertad.
-Limitada entre lo suprarracional y lo infrarracional, no reconoce otros límites
que los de la misma razón humana.
-Se pregunta por el origen primero y el fin último de todo cuanto existe.
-A diferencia de las ciencias, no sólo se plantea preguntas concretas, sino que
examina qué quiere decir "saber", "inteligencia",
"realidad primordial", etc.
-Examina temas como Dios, el espíritu, la libertad, etc., pero no es religión.
Estas son algunas de las principales ideas que se desprenden de cuanto hemos
expuesto en las páginas anteriores. Cabe notar que todas ellas encajan bien en
la definición "escolar" del saber filosófico:
"La filosofía es la ciencia de todas las cosas, por sus causas últimas, y
adquirida por medio de la luz de la razón".
Universalidad de la filosofía
La misma definición de la filosofía es ya un importante tema filosófico; en
ella se pone en juego qué es lo principal, lo hegemónico, en el hombre y en la
realidad completa. Puesto que hay diferentes concepciones del hombre y
diferentes ideales de vida, la idea de "filosofía" ha sido también
bastante distinta en cada época, según las escuelas. De ahí que el interés
principal de este capítulo sea tratar de rastrear qué tienen en común: ¿qué
es la filosofía, esa tarea tan humana y por ello tan diversa?
La definición "escolar" es menos ingenua de lo que pudiera parecer a
primera vista, ya que nos deja abierta la cuestión: nos indica mejor lo que la
filosofía no es, que lo que ella en sí misma sea. Al cabo, como amor a la
sabiduría, se describe por una meta no concluida, que no cabe dar por supuesta.
Consideremos las cuatro partículas de la definición "escolar":
-ciencia: por contraposición a la experiencia y a las opiniones;
-de todas las cosas: a diferencia de las ciencias (particulares);
-por causas últimas: a diferencia del método científico experimental o
descriptivo, que explica por causas próximas;
-adquirida por la luz de la razón: a diferencia de la fe y la teología, que se
fundan en la Revelación, superior a la razón y comprensión humanas.
Notemos que de ahí se desprende una descripción negativa (por tanto no hay
"definición"), que nos indica lo que "no es" filosofía:
-No es un repertorio de opiniones subjetivas, ni alguna experiencia singular.
-No es una ciencia particular.
-No es ciencia experimental. Ni tampoco la suma de todas ellas.
-No es la teología, ni una religión.
Cabría añadir que la filosofía no es algo impersonal –como el estado de la
ciencia o una historia del mundo–; así como raramente una innovación científica
nos cambia la vida, también sería raro que la filosofía que uno hace suya no
comprometiera su modo de vivir.
Por lo mismo que la sabiduría humana no es un sistema de conceptos objetivados,
bien encajados entre sí y concluso, es extraño a ella el propósito de darla
por concluida, de "cerrar" el sistema. En referencia a este empeño,
que se ha dado en más de una ocasión, afirma Leonardo Polo: "Toda sabiduría
humana es prematura". Invito al lector a meditar esta afirmación en su
sentido más positivo, como si dijera que la sabiduría humana (la filosofía)
puede coincidir con su proceso de maduración personal.
IV. Apéndice
Grados del saber. Las ramas de la filosofía
Cuadro esquemático del saber y sus grados
Es propio del sabio ordenar (Aristóteles). En el texto de Santo Tomás de
Aquino, más arriba citado, se expone cómo la razón, al descubrir o introducir
el orden, elabora distintos planos del saber:
I. Orden sobrenatural. Saber sobrenatural (revelación, fe teologal, sagrada
teología)
II.Orden natural. Saber natural (naturaleza, razón, filosofía y ciencias), que
se divide:
A. Orden real o independiente de la razón, que abarca:
1. Orden natural (Filosofía natural o Cosmología, Psicología)
2. Orden ontológico (Metafísica u Ontología)
3. Orden teológico (Teología natural o Teodicea)
A. Orden racional, en los actos de la razón (Filosofía racional o Lógica).
B. Orden moral, en los actos de la voluntad (Filosofía moral o Ética).
C. Orden técnico, en los actos de la razón que produce artefactos (Técnica y
ciencias aplicadas).
Definiciones
-Filosofía (definición escolar clásica). Ciencia, de todas las cosas, por sus
causas últimas, adquirida mediante la luz de la razón natural.
Se divide en especulativa y práctica, según se ordene a conocer la verdad de
las cosas o a guiar la acción.
-Filosofía natural (o Cosmología). Parte de la filosofía especulativa que
tiene como objeto el ser cambiante o móvil. Como los seres cambiantes son
sustancias corpóreas, indaga la estructura del ser en cuanto sujeto del cambio
y sus causas (materia y forma, causa eficiente y final), así como la esencia de
la corporeidad, del espacio y el tiempo.
-Psicología. (Del gr. psykhé; en lat. anima). La Psicología racional es una
parte de la Filosofía natural, en cuanto su objeto es el ente natural viviente.
Considera la vida como un tipo de movimiento; vivir es movimiento espontáneo o
automovimiento. La materia sola no explica la vida: las piedras son cuerpos y no
viven. Se atribuye la vida al alma, como su principio radical e intrínseco al
cuerpo; se la define como forma sustancial del cuerpo, estructura íntima del
cuerpo viviente. Los hechos psíquicos se diferencian de los hechos físicos; y
se clasifican en: cognoscitivos y apetitivos, sensibles o intelectuales.
-Antropología (Antropología trascendental), la filosofía realista actual
asume algunos planteamientos del idealismo moderno, y los logros de la tendencia
personalista, considerando la Psicología racional clásica en un nivel más
alto, equivalente al metafísico, pues su tema es el ser personal. Se puede
admitir que el ser cósmico y el ser personal son realmente diferentes; ello
conlleva la distinción entre Metafísica y Antropología sin menoscabo del
realismo filosófico (Leonardo Polo).
-Metafísica. Es la ciencia especulativa por excelencia; todas las ciencias
filosóficas son tales en la medida en que toman sus principios de la Metafísica;
tiene por objeto el ente en cuanto ente y los principios supremos del ser y del
pensar. El tratado de Aristóteles sigue siendo su texto fundacional y la
referencia obligada. En cuanto se ocupa de los principios de la razón
(especulativa y práctica) es sabiduría: todas las ciencias se valen de los
principios, pero ninguna los investiga.
Si se acepta la distinción de Antropología trascendental y Metafísica (Polo),
entonces se debe decir que la Metafísica no versa primordialmente sobre un
objeto, o que el ser no es "objeto", sino acto. Sobre el ser como acto
primero versa el hábito de los primeros principios (no-contradicción,
causalidad e identidad). Sobre el ser como acto de ser personal versan el hábito
de sabiduría y la sindéresis. Este planteamiento se presenta como
complementario, no como alternativo, del clásico.
-Teoría del conocimiento. Es la Metafísica que investiga la esencia del
conocimiento y, en segundo lugar, la cuestión de la posibilidad de conocer la
verdad, cuál es la naturaleza de ésta y la del error. En cuanto busca una
norma para discernir la verdad del error, se llama también Crítica o
Criteriología, porque su objeto es el criterio de la certeza.
No se la debe confundir con la Metodología de las ciencias, llamada también
Epistemología, la cual es, si acaso, una parte de la Lógica.
-Ontología. Ciencia del ente en cuanto ente (gr. tò ón, lo existente; lat.
ens). El nombre Ontología (literalmente: "tratado del ente"), es sinónimo
de Metafísica, acuñado en la modernidad.
-Teología natural (Teodicea). Aristóteles llama a la Metafísica "filosofía
primera", porque versa sobre lo primero (el ser) y sobre los principios
primeros de la inteligencia; la llama también Theología, tratado del ser
primero o del Principio primero.
No se debe confundir con la sagrada Teología, porque los principios de ésta
son los datos de la fe. La Teología natural investiga la existencia y
naturaleza de Dios, primer Principio o Causa suprema, a partir de la experiencia
humana y los principios de la razón. Es la coronación de la Metafísica. Desde
Platón y Aristóteles, hasta Hegel, la práctica totalidad de los filósofos
han considerado que "teología" era casi sinónimo de "metafísica"
y, por tanto, casi lo mismo que la filosofía.
-Lógica. Parte de la filosofía práctica. Se define: "arte directiva del
acto de la razón, por la que el hombre razona ordenadamente, con facilidad y
sin error".
Aquí arte es sinónimo de saber práctico o ciencia práctica. La Lógica es el
arte de pensar bien, esto es, "una ordenación de la razón, de manera que
sus actos lleguen al fin debido". La razón reflexiona sobre sí misma; por
eso, no sólo puede dirigir los actos de las demás facultades, sino también
los suyos propios.
Cuando la Lógica considera sólo la "forma" o corrección de los
razonamientos o inferencias, se llama Lógica formal; esta investiga las leyes
de la inferencia o deducción infalible de conclusiones a partir de cualesquiera
premisas.
Cuando la Lógica considera la "materia" de los razonamientos, esto
es, los conceptos y juicios en su expresión lingüística, se llama Lógica
material, ésta estudia los signos (semiótica) y la interpretación del
lenguaje (filosofía del lenguaje).
-La Epistemología o Metodología de las ciencias tiene por objeto establecer qué
es ciencia y cuáles son los métodos científicos. Hay diversos tipos de
ciencias, también diversos métodos.
-La Retórica estudia el razonamiento persuasivo o probable. Es un método
propio de algunas ciencias sociales, humanas, que se fundamentan en la observación,
mas no describen hechos invariables sino voluntarios.
-Ética (Moral). Filosofía práctica que considera el orden que la razón
introduce en los actos de la voluntad. Tal orden se establece con vistas al fin
último de la vida, viene expresado por la Ley moral natural y se va haciendo
hacedero con la adquisición de buenos hábitos, o virtudes, morales. La Filosofía
moral define y demuestra sus objetos apelando, principalmente, a la causa final,
es decir, al fin al que se ordena la acción. Por eso, el gran tema de la ética
o filosofía moral es el destino humano.
Puesto que el hombre es un ser destinado y capaz de realizar su destino, la
libertad es central en la vida moral. Los temas capitales de la ética son,
pues: 1) la libertad, 2) el bien y los bienes, 3) las virtudes, y 4) la norma,
los deberes.
-Sociología, Política, Derecho. Son ciencias subordinadas a la ética, porque
toman de ella sus principios primeros y no pueden contradecirla. Juntamente con
la historia y la economía, constituyen las ciencias del hombre o sociales.
Todas ellas, como la Psicología, se estudian actualmente como ciencias
independientes o particulares; no obstante, su raigambre filosófica es tan
honda que las diversas escuelas o tendencias responden a la diversidad de
filosofías de sus autores. Más que las ciencias de la Naturaleza y la técnica,
las ciencias sociales se rigen por principios filosóficos y éticos; dicho de
otro modo: las crisis sociales, políticas, jurídicas, etc., entrañan siempre
componentes sapienciales.
...................
Notas
(1) Diferencia entre cualidad y cantidad.– La forma en que se relaciona la
cantidad con la acción conlleva desgaste. Si tengo un depósito lleno de
gasolina, o un fajo de billetes, puedo hacer muchos kilómetros y muchas
compras; pero a más kilómetros, menos gasolina; a más compras menos dinero.
En cambio, si conozco un instrumento musical o una teoría matemática, cuanto más
toque mejor sabré, cuantos más problemas resuelva, mejor comprenderé esa teoría
y la ciencia matemática. Las cantidades se gastan; las cualidades, si son
operativas (virtudes), crecen con el ejercicio.
(2) Kritik der reinen Vernunft, 1ª edición 1781; 2ª edición 1787. La teoría
del conocimiento de Kant es un punto culminante de la filosofía moderna:
propone invertir la relación entre el pensar y el ser; que los objetos dependan
de nuestra manera de conocer, y no a la inversa. Comparó esta inversión con el
"giro de Copérnico". Los filósofos alemanes posteriores (Fichte,
Schelling, Hegel, etc.) iniciaron un proceso de crítica de la modernidad que
caracterizó a la época romántica y a la contemporánea (siglos XIX y XX). Con
Kant se inició una etapa en que el filosofar se entendió ante todo como Crítica,
y como testimonio de una "crisis" del hombre que no llegó a
resolverse en los dos siglos precedentes.
(3) Ante concepciones tan vigorosas como las de Kant y Fichte se hace evidente
la dificultad intrínseca de la filosofía y la prudencia necesaria, por parte
de quienes no son especialistas, a la hora de comprenderlos adecuadamente. La
mayoría de sus asertos son verdaderos, su forma de razonar es lógica y amplia,
magnánima, pero llegan de repente a conclusiones que contrarían al sentido común:
el mundo no tiene otro ser que su aparecer (dice Kant del cosmos), y ese
"ser-aparecer" del mundo lo crea el espíritu humano (dice Fichte). No
hay razón para mirar con menosprecio a estos pensadores porque se atrevieran a
contradecir abiertamente al sentir común de los mortales; pero tampoco hay razón
para dejarnos arrastrar irreflexivamente por lo atrevido u original de sus
afirmaciones.
Los pensadores geniales merecen respeto. Ahora, el respeto que espera el
pensador es el esfuerzo de entenderle. Kant y Fichte intentaban comprender el
espíritu; pero en su exagerado espiritualismo llegaron a difuminar (o borrar)
la diferencia entre el Creador y la criatura. Su idea del espíritu, olvida que
es creado y destinado, por eso se internaron en una especie de "mística"
(no del encuentro con Dios, sino del encuentro de la razón consigo misma) que
se llamó "idealismo filosófico".
Estas filosofías, especialmente el Idealismo absoluto, de Hegel, han originado
una grave crisis en el siglo XX. ¿Qué es el hombre, sólo materia o sólo espíritu?
Es casi imposible responder bien a preguntas mal planteadas. Todavía hoy se
presenta en algunos círculos académicos como si fuera un éxito, o una
"madurez", lo que en realidad no son sino salidas "de
emergencia" hacia el materialismo (marxismo, positivismo, neopositivismo
cientifista) o hacia el "humanismo ateo" y el nihilismo (Sartre,
Heidegger, filosofía neo-hegeliana, Vattimo y el "pensamiento débil",
etc.). La tarea actual del pensamiento no puede consistir en darlo por
"acabado". La era postindustrial, de las comunicaciones y de la
bio-tecnología reclama, más que nunca, la responsabilidad de la filosofía. El
universo físico, la dignidad humana, el misterio del mal, la historia, nuestro
destino último, Dios, siguen siendo los grandes temas: nuestra tarea será
comprender cómo se armonizan.
(4) Metafísica (lo que está más allá de la física), fue el nombre que desde
antiguo se dio a los libros de la Filosofía primera o Teología, de Aristóteles.
(5) Todo este capítulo, así como los puntos principales de este
"Curso", está en consonancia con el pensamiento de este filósofo
actual. Para conocerlo mejor, véase: Leonardo POLO, Introducción a la filosofía,
Ediciones Universidad de Navarra, Pamplona, 1995. Cf. Del mismo autor: Quién es
el hombre, Ed. Rialp, Madrid, 1991. Para obtener una buena visión de conjunto
del hombre y su obra recomiendo: http://ensayo.rom.uga.edu/filosofos/spain/Polo/
(6) Cf. Jesús GARCÍA LÓPEZ, Tomás de Aquino, Maestro del orden, Madrid, 1985
y 1987; págs. 24-31. Editorial Cincel.