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GENOMA,
VIDA HUMANA y PERSONA: la realidad embrión humano
Natalia López Moratalla y Consuelo Martínez-Priego
Texto elaborado de la CONFERENCIA FINAL de Natalia López Moratalla, de la materia Biología de la Personalidad del Master de Matrimonio y Familia del Instituto de Ciencias para la Familia de la Universidad de Navarra.(*)
1. Introducción
El pensamiento humano ha encontrado, desde siempre, una dificultad real para
escapar del dualismo, y comprender la unidad materia y espíritu. De ahí
proceden las dificultades que entrañan las cuestiones relativas a la relación
alma-cuerpo, o, la cuestión mente-cerebro. ¿De qué forma se influyen
mutuamente la mente inmaterial, las facultades espirituales y el órgano
cerebro? El debate continúa en el trasfondo de cualquier intento de explicar al
hombre. Reaparece en la respuesta acerca del ser personal del embrión humano y
en definitiva en el intento de comprender cómo se manifiesta la persona y cómo
cada hombre alcanza su personalidad en el transcurso de la vida.
El avance de la Biotecnología, y su potencial de manipulación técnica de la
vida humana en sus inicios, reclama una respuesta a estos interrogantes que
pueda orientar éticamente el progreso científico de modo que pueda llamarse
propiamente progreso. ¿Puede afirmarse la condición de persona de un embrión,
apenas formado, sin maduración, ni siquiera incipiente, del sistema nervioso
que le capacite para manifestarse como persona única e irrepetible?
Ciertamente, para cada ser humano poder alcanzar la plenitud en todas sus
dimensiones supone un cuerpo adecuado a la propia condición humana. Quien tiene
un cuerpo enfermo, muy débil, o muy dañado, no falla en lo más esencial de la
existencia, pero tiene deficiencias. Esas deficiencias que, aunque efectivamente
no sean las más importantes, son sin embargo deficiencias específicamente
humanas. De forma similar, la plena manifestación de las capacidades exige un
desarrollo y maduración corporal[1].
La cuestión no se plantea en relación a la pertenencia a la especie (cada
viviente es necesariamente individuo de la especie que forman quienes comparten
el mismo patrimonio genético); la cuestión es de qué configuración de la
materia se puede afirmar el carácter de individuo de una especie. En principio,
y atendiendo sólo a las características morfológicas, de un conjunto de células
con fenotipo embrionario (por ejemplo de ratón) y que están creciendo en un
medio adecuado, se podría afirmar tanto que son células murinas vivas, como
que es un embrión precoz (en fase previa a la implantación, que algunos
consideran que es un conjunto celular “pre-embrionario”) de ratón, o un
conjunto celular ordenado de tal modo que dará lugar a dos individuos gemelos,
etc. Sin embargo, la ambigüedad de las respuestas no es ambigüedad de la
realidad. El criterio macro-morfológico puede ser insuficiente para definir con
precisión de qué realidad se trata: se requiere un criterio que no deje lugar
a dudas acerca de la diferencia real entre vida y viviente individual. La
pregunta se formula por tanto como qué organización de la materia confiere el
carácter de «tener vida» y qué confiere el carácter de «ser vivo».
Las Ciencias de los seres vivos –Biología molecular y celular, Biología del
desarrollo embrionario, del proceso evolutivo, etc.- han alcanzado en la segunda
mitad del siglo XX un alto nivel de teorización al establecer sus propios
paradigmas. En la base de esa capacidad de teorización ha estado la Cibernética
-al generalizar, a su vez, la Termodinámica, y por lo tanto la Mecánica estadística
y en cierto modo, también la Física cuántica- que ha permitido configurar teóricamente
los procesos temporales de cambio en los seres vivos y comprender las
operaciones típicamente espacio-temporales, y por tanto materiales, y otras que
no lo son y de las cabe afirmar que son inmateriales[2].
La aportación de los conceptos del orden por fluctuación, del funcionamiento
caótico de algunos procesos, y con ellos la comprensión del azar y la «determinación,»
como parámetros que no sólo no se oponen sino que cooperan[3] en el dinamismo
de los procesos temporales, ha liberado a la Biología de una concepción
preformista de la finalidad. Los conceptos de función ligada a la estructura,
de información -código o mensaje - genético, el proceso temporal de emisión
del mensaje y la ordenación espacial en la construcción de un organismo vivo,
la transformación de la organización de la materia del mundo inerte a la
ordenación del viviente, o la relación de los cambios del genotipo con los del
fenotipo a lo largo de la evolución de las especies, han actualizado, e
impulsado, el interés por dar respuesta a las viejas y siempre perennes
cuestiones de qué sea la vida, y qué es el viviente.
2. Procesos epigenéticos y autoorganización de la materia: vida e información
genética.
El paradigma «epigenético,» que se ha ido abriendo paso en la Biología de
los últimos años, permite categorizar de modo nuevo dos viejas nociones que
han venido contendiendo durante siglos, las de estructura y desarrollo. Este
paradigma encierra en sí y reúne dos conceptos clave: el concepto de
emergencia de propiedades no contenidas en los materiales constituyentes de una
nueva organización (organización que es más que la simple suma o mezcla de
los mismos), y la noción de la necesidad de la interacción con el medio para
el despliegue de la nueva ordenación de los materiales. Desde este paradigma
los debates organicismo frente a mecanicismo, y azar frente a finalismo
determinista, pueden encontrar sus puntos de convergencia y ser así superados.
Puede decirse que el pensamiento de Aristóteles acerca de la estructura de la
realidad como materia y forma, no ha sido superado en la historia de la filosofía[4].
Sin embargo, el conocimiento de los seres vivos, la Biología, de su época era
muy escaso para no caer en una visión fijista y preformista. En la actualidad
el conocimiento más detallado y profundo de los procesos de autoorganización
biológica y del funcionamiento de los sistemas vivos está ligado a un mejor
conocimiento de los sistemas inestables (con la dinámica propia de los sistemas
irreversibles y alejados del equilibrio), y los sistemas con caos (con la dinámica
caótica propia de algunos procesos complejos). Estos dos tipos de sistemas
-irreversibles y caóticos- se dan en toda la naturaleza y permiten explicar no
sólo la complejidad de los seres vivos, debida a su modo de organización, sino
también la dinámica misma de la vida, como «autoorganizació» de la materia.
Es decir, el tratamiento aristotélico de lo orgánico, la lógica del ser vivo,
en relación al alma –entendida como principio inmaterial que formaliza, es el
origen de la eficiencia o actividad de los seres vivos y contiene el sentido o
finalidad de dichos procesos– , sus facultades y sus operaciones, tiene puntos
de convergencia con el modelo biológico epigenético actual.
La diferencia de realidad entre los seres naturales inertes y los seres vivos no
es una simple diferencia de complejidad estructural y por ello funcional. La
diferencia de realidad de unos y otros radica en una diferencia en las
propiedades elementales de los constituyentes: los seres vivos poseen información
genética de la que carecen los no vivos. Los seres inertes se organizan en
estructuras más o menos complejas, bien mezclándose o bien combinándose por
interacciones entre ellos, en estrecha dependencia de las condiciones del medio.
Materia (componentes de partida) y forma (conformación estructural de la
combinación de los componentes elementales) no se corresponden unívocamente:
el mismo tipo de materiales se estructuran de forma distinta según las
condiciones del medio en que tiene lugar el proceso de cambio (o movimiento); y
a la inversa, diversos tipos de componentes pueden adquirir una misma
configuración espacial. En cualquier caso, de la nueva configuración de la
materia emergen propiedades que no tienen los materiales de partida. Pero una
interrupción del proceso de cambio, una interrupción de la reacción química
por ejemplo, daría lugar a que quedara incompleto y no apareciera la nueva
sustancia o al menos no en la cantidad que corresponde a la cantidad de los
materiales de partida. La acción, el movimiento, tiene un término externo que
no está en el movimiento mismo.
Por el contrario, materia y forma se corresponden unívocamente en el viviente.
Son poseedores del término, porque no tienen un término externo, sino que el término
está en cada uno, en sí-mismo. Es decir, tienen «información» del proceso
vital mismo, como información genética. Evidentemente la información es fruto
de un determinado orden de elementos –es “lo otro” que la materia, que es
inmaterial–, capaz de poner en marchar el proceso de emisión del mensaje
mismo y que posee el sentido en el origen de dichos procesos, aún cuando estos,
como veremos, no son unidireccionales o preformistas. El material de partida se
hereda de progenitores; contiene información para un potencial nuevo ciclo
vital: para constituir un nuevo ser vivo sin que desaparezcan los progenitores
–en algunos casos–. La vida, el dinamismo propio de la realidad de todo
viviente, se caracterizan porque ninguna interrupción en el tiempo significa
para ellos frustración o amputación de una de sus partes; sólo se le quita la
posibilidad de alcanzar ulteriores perfecciones. La vida tiene telos. La noción
de telos significa aquello que está ya poseído por aquel tipo de actividad que
no tiene su término exterior a ella misma sino que es capaz de la posesión de
sí mismo. Ahora bien, la vida es autoorganización mantenida en el tiempo y
cambiante en el tiempo. No es «fijismo», porque las configuraciones de los
materiales no son estáticas; no son sólo simples estructuras, con propiedades
dependientes de la estructura, sino poseen «información» para adquirir y
regular la adquisición de nuevas conformaciones y construirse los propios
materiales.
Las ordenaciones de la materia son activas. La interacción de los componentes
del medio, interno y externo al viviente, con el soporte material (DNA) de la
información genética (secuencia de nucleótidos del polímero DNA) va
cambiando constantemente el estado del viviente. Hay emergencia de nueva
información. O dicho de otro modo, el incremento de complejidad de la realidad
viva supone «retroalimentación». La retroalimentación transciende la idea de
«fijismo», de principio fijo o predeterminado, porque implica el refuerzo
incesante del principio: una información emergente no contenida en el genoma en
la situación de partida. Es «información epigenética» y no una simple
interacción o relación entre estructuras capaz de modificar el estado de
equilibrio de un sistema.
3. Complejidad y autoorganización unitaria: el viviente.
Los sistemas biológicos presentan una gran complejidad tanto a nivel de
organización estructural como en el ámbito funcional propio de un todo
unitario. Es obvio que existe una enorme variedad de seres vivos, desde los que
consisten simplemente en una sola célula, hasta los formados, como es el caso
del organismo humano, por millones de ellas. Las estructuras corporales de
cualquier ser vivo son complejas asociaciones de moléculas organizadas en
niveles jerarquizados y cada componente y cada parte del organismo tienen su
función propia, en orden al todo que constituyen. En un organismo todas las células,
tejidos y órganos, mantienen una unidad dentro del conjunto, que hace que viva
ese organismo, ese individuo concreto. El conjunto individualizado es más que
la suma de las partes; y precisamente porque todas las partes se integran armónicamente,
cada organismo vivo tiene una vida propia, con un inicio, un desarrollo temporal
en el que se completa, crece, se adapta a diversas circunstancias, se reproduce,
envejece, a veces enferma, y necesariamente muere. Más aún, cada ser vivo es
capaz de realizar una serie de funciones y operaciones que son propias de la
especie a que pertenece, mientras otros no tienen esas capacidades.
Hay un tipo de operaciones por las que un ser vivo, se construye a sí mismo
-construye su propio cuerpo-: toma materiales del entorno, los convierten en
suyos y modela su propio organismo siguiendo el propio programa de desarrollo,
maduración y envejecimiento genoma. Cada parte de su organismo le pertenece
durante toda su vida y cuando son complejos, como los mamíferos, sólo muy
limitadamente admiten un transplante de un órgano o tejido ya que tienen
capacidad de distinguir lo propio de lo extraño. La identidad de cada viviente,
en su unidad, y con todas las características particulares que le hacen ser ese
individuo concreto está en la dotación genética, presente en todas y cada una
de sus células. Por ello, y a pesar de los cambios de tamaño, e incluso de
aspecto, que conlleva el paso del tiempo, mantiene a lo largo de su existencia
una identidad biológica, desde el momento en el que se constituye con esa
dotación genética particular, distinta a la de sus progenitores[5].
Una propiedad esencial de los seres vivos es la polaridad: una persistente
asimetría y una distribución ordenada de estructuras a lo largo de un eje. La
poseen los organismos multicelulares y existe además a nivel celular y de
estructuras subcelulares. La organización polar permite el desarrollo de la
complejidad funcional unitaria al hacer posible que regiones con funciones
diferentes estén físicamente relacionadas, de manera apropiada para integrar
las funciones del organismo entero[6].
Pero sobre todo los sistemas biológicos presentan complejidad a nivel de su
constitución como organismo, en tanto en cuanto poseen información. Con la
información genética aparecen dos nuevos niveles de complejidad:
autorreferencia y evolución. Los seres vivos presentan además una gran
diversidad; y precisamente la diversidad y la complejidad se aúnan y tienen
como denominador común la capacidad de autoorganización: la capacidad del
sistema de organizarse a sí mismo aumentando su complejidad en función de la
estructura y relaciones de los componentes.
ra adquirir este orden, arquitectónico y funcional, requieren una disminución
de la entropía del propio sistema. Puesto que la autoorganización es
precisamente uno de esos campos en que acontecen los procesos que Ilia Prigogine[7]
ha denominado «procesos disipativos de entropía», analizaremos brevemente la
termodinámica de los procesos irreversibles que caracteriza estos sistemas. Es
una dinámica en la inestabilidad que explica cómo los parámetros azar y
determinación cooperan en la aparición de un orden, arquitectónico o
funcional, al que denomina «orden fluctuación». Una ordenación que requiere
disminución de la entropía del propio sistema y por tanto un aumento de entropía
en el entorno. Es este el orden de todo sistema biológico: «la inestabilidad y
fluctuaciones como fuente de orden», en expresión de Prigogine. Dos
condiciones son imprescindibles para que aparezca orden por fluctuación en
cualquier sistema. En primer lugar, que el sistema sea abierto, para poder
intercambiar materia y energía con su entorno y poder, de esta forma, disipar
entropía. En segundo lugar, que el sistema esté alejado del equilibrio,
mediante restricciones internas o presiones externas, ya que si no es así el
sistema evolucionaría hacia estados estables. Sin posibilidades de que
aparezcan inestabilidades, puntos de bifurcación y, por tanto, ruptura de
simetría, no puede darse una ordenación temporal irreversible[8].
Para un ser vivo alcanzar el equilibrio termodinámico supone la muerte.
Existir, o vivir, supone poseer mecanismos generadores de inestabilidad, que le
permiten mantenerse a sí mismos alejados del equilibrio. Por ello el proceso de
ordenación de los seres vivos es autoorganización, y exige una tercera condición
imprescindible (puesto que la autoorganización propia de los seres vivos no es
la simple relación entre la estructuración de los componentes y las
propiedades funcionales que resulta de tal organización). Se trata, como hemos
expuesto antes, de un elemento estructural informativo (el genoma), un soporte
material capaz de conservar información y al mismo tiempo ser cambiada por
factores del entorno, de forma que se pueda regular la expresión del contenido
informativo con el tiempo. La misma complejidad, propia de los sistemas biológicos,
supone información (información genética en forma de secuencia de nucleótidos)
que permite la síntesis de los propios componentes que se integran en una
unidad funcional en el proceso de autoconstitución.
La información permite a su vez «autorreferencia» a lo largo del desarrollo,
y de la vida de un individuo, a las etapas iniciales de su autoconstitución.
Son etapas de la existencia de un viviente, con un inicio y un final. Es decir,
la información es capaz de retener las modificaciones del proceso vital y de
poseer el principio de las mismas. Esto es, a información es «telos» en
sentido no determinista.
Y, como en todo sistema en que la inestabilidad y la fluctuación son las
fuentes de orden, es condición imprescindible que en la dinámica de la expresión
de la información existan mecanismos generadores de inestabilidad. Mecanismos
que proporcionen una aparición continua de inestabilidades, de cambios de la
información genética en función del tiempo, que sitúen al sistema en puntos
de bifurcación y de asimetría[9]. La información genética permite una
retroalimentación; se amplifica por modificación del soporte material (los
cromosomas), como por modificación del proceso de expresión de la información.
Es una regulación de la expresión que está ligada y que es derivada de las
interacciones moleculares e intercelulares de componentes moleculares, que a su
vez están conformados por la misma información. Así, la regulación de la
expresión genética permite que la síntesis de las moléculas constituyentes
sea ordenada en el tiempo y en el espacio. En tanto en cuanto los contextos
diferentes se crean en el mismo proceso, se puede hablar de la autorregulación
cómo mecanismo amplificador de la información y por ello generador de
inestabilidades. Es, precisamente, esta retroalimentación de la información el
principal mecanismo generador de inestabilidad; lo que permite al viviente
mantenerse vivo.
Tanto las fluctuaciones y la inestabilidad propia del alejamiento del
equilibrio, como los cambios de la información genética, regulados por el
medio, constituyen la doble fuente del orden por fluctuación de los sistemas
biológicos. Las fluctuaciones que permiten a un sistema alejarse de los estados
de equilibrio termodinámico representan el elemento aleatorio, la contribución
del azar. Por el contrario la inestabilidad del medio, lo que hace que crezca la
fluctuación, representa la necesidad; ésta viene impuesta por la propia
estructura interna del sistema que conduce, dentro del margen de las
potencialidades propias, hacia una nueva ordenación. Azar y necesidad (en la
terminología apuntada por Jaques Monod) en vez de oponerse, cooperan. Desde la
perspectiva de la autoorganización se entiende que la información genética no
supone de ninguna forma que los organismos biológicos están pre-figurados
(como tampoco supone que la evolución esté terminada), sino que cada organismo
se constituye a medida que se generan las inestabilidades que conducen a asimetrías
y puntos de bifurcación que provocan ordenes superiores de estructuración.
Un sencillo ejemplo de esta indeterminación lo constituye la expresión de un
gen. La información genética contenida en la secuencia de nucleótidos del DNA
condiciona (predispone) el tipo de proteínas y sistemas enzimáticos que de
suyo obligan a un tipo concreto de reacciones; es el factor necesidad. Ahora
bien, en la dinámica del proceso de constitución de un organismo, ese gen
puede expresarse o no y, hacerlo o no, en un tiempo concreto y en un lugar
concreto. Puede procesarse de una forma o de otra, dependiendo del contexto
celular, de tal manera que la información contenida en el DNA no define
necesariamente la función. Las bifurcaciones de la expresión del contenido
informativo, por la que un mismo gen puede leerse de formas diferentes en
contextos espacio-temporales distintos, es indeterminación en el proceso mismo.
La indeterminación tiene su origen en la ampliación de la información genética
con el proceso mismo de diferenciación celular y desarrollo; es decir es
regulación por el medio que es cambiante igualmente en función del tiempo.
Azar y determinación son, por tanto, parámetros cooperativos en los procesos
temporales de autoorganización de los seres vivos. El orden por fluctuación
origina variabilidad en los individuos, ya que la dinámica de la autoorganización
misma implica un grado de indeterminación. En tanto que la autoorganización
supone un aumento de la complejidad a lo largo del tiempo del desarrollo. La dinámica
de este proceso tiene una dirección en el tiempo, "una flecha del
tiempo": sigue un programa de desarrollo, cuyas “instrucciones” van
apareciendo paulatinamente y emergen de la configuración del viviente en la
etapa previa. La expresión “programa de desarrollo” induce, a veces, a
equiparar el proceso de desarrollo embrionario con un rígido programa de
ordenador cuyas instrucciones predeterminasen completamente el resultado final.
La realidad biológica es bien diferente. El proceso está recibiendo
continuamente nuevos datos que le permiten indeterminación. En cuanto los
organismos vivos tienen autoreferencia o historia (guardan memoria de
situaciones por las que han pasado previamente), su proceso vital no viene
determinado sólo por los genes. Dicho de otro modo, para predecir cómo será
el fenotipo concreto de un individuo no bastan ni sólo las peculiaridades
propias del mensaje genético heredado, ni sólo el entorno interno o externo.
Ambos factores son necesarios.
La indeterminación, debida a que la información cambia por interacción con el
medio, es la fuente de los cambios sucesivos que originan la diversidad de
fenotipos (embrionarios, fetales, neonato, etc.) a lo largo del proceso
autoorganizativo constituyente de cada individuo. Por el contrario la
indeterminación ligada a los acontecimientos aleatorios, que ocurren durante su
desarrollo (el llamado “ruido del desarrollo”), como pueden ser
fluctuaciones en la concentración y localización de mensajeros intra o
extracelulares, aportan también contribución al fenotipo de cada etapa
temporal, originando diversidad entre los individuos de cada una de las
especies. Variabilidad fenotípica que se suma a la originada por la diversidad
del material genético heredado de los progenitores (polimorfismo genético)
específico de cada uno de los individuos de una especie.
Por último, nos referimos a la indeterminación de que goza el funcionamiento
fisiológico unitario de un organismo vivo. El esquema tradicional causa-efecto
requiere también una ampliación, para explicar la indeterminación en el
comportamiento de sistemas en la unidad orgánica en orden al vivir de cada
individuo. La manifestación más destacada de esta forma de indeterminación es
el comportamiento, la fisiología, del sistema nervioso de animales superiores.
Los instintos animales (y menos aún las tendencias humanas), no tienen
explicación en una concepción mecanicista del circulo estimulo-respuesta. Y
tampoco tiene explicación desde un mecanicismo causa-efecto la indeterminación
de la constitución de un cerebro que mantiene una plasticidad que no se cierra
hasta pasado un cierto periodo de tiempo después de nacido y durante el cual es
posible un aprendizaje[10]. El caos es un fenómeno dinámico diferente de los
fenómenos aleatorios producidos por fluctuaciones o ruido, al que nos acabamos
de referir. El comportamiento caótico de procesos complejos nos permite esa
ampliación que conjunta indeterminación y teleología. En efecto, el caos es
un fenómeno dinámico aperiódico (oscilaciones irregulares que no se repiten
nunca), que aparece bajo condiciones deterministas[11]. La existencia de caos en
un sistema conduce a que, en ausencia de ruido y de fluctuaciones internas o
externas, presente en sí mismo un comportamiento aperiódico. Estos fenómenos,
ostentan una gran sensibilidad a las condiciones iniciales; así desde dos
puntos de partida muy próximos se pueden obtener comportamientos radicalmente
distintos, sin ninguna intervención exterior, debido a que la más mínima
perturbación es amplificada exponencialmente. Y al contrario, procesos que
discurren por órbitas alejadas pueden llegar a aproximarse.
Estos factores hacen al sistema «impredecible» por la esencia misma de la “aperiodicidad”:
no se puede predecir cuál va a ser el comportamiento futuro del sistema, ni
conocer cuál ha sido la historia de algo que varía en el tiempo, que oscila y
que no se repite nunca. No se trata sólo de un aumento considerable de los
grados de libertad en el dinamismo de un fenómeno, sino de una
“turbulencia”: la más mínima influencia en el inicio puede cambiar drásticamente
las predicciones por la sensibilidad a las condiciones iniciales. Y a la vez la
aparición del comportamiento caótico responde a unas pautas universales y
perfectamente determinadas. Por ello se puede resumir como la existencia de «un
orden dentro del caos».[12] Existe un orden (de ahí que este comportamiento se
denomine "caos determinista"), que combina indeterminación,
comportamiento irregular, con la armonización, ordenación regulada, de los
ritmos de los diversos sistemas funcionales en la unidad de un organismo vivo.
No se trata sólo de un aumento considerable de los grados de libertad en el
dinamismo de un fenómeno, sino de una “turbulencia”: la más mínima
influencia puede cambiar drásticamente las predicciones. La indeterminación en
la dirección de un proceso es una irregularidad singular del comportamiento de
un sistema complejo. Tampoco la indeterminación en la dirección es azar: la
existencia de caos conduce a que un sistema, en ausencia de ruido y de todo tipo
de fluctuaciones, internas o externas, pueda presentar un comportamiento aperiódico.
Como señala Gleick[13], «“el dechado de sistema dinámico complejo... se
tiene en el cuerpo humano. Ningún objeto de estudio ofrece igual cacofonía de
movimiento contradictorio, a escalas que van de lo macroscópico a lo microscópico:
actividad de músculos, fluidos, corrientes, fibras y células... En la década
de 1980, el caos procreó una fisiología nueva fundada en la idea de que los
instrumentos matemáticos contribuirían a que los científicos entendieran los
sistemas globales complejos con independencia de los detalles locales. Los
investigadores, reconociendo cada vez más que el cuerpo era sede de movimientos
y oscilación... dieron con ritmos que no se apreciaban en las preparaciones
microscópicas, o en las muestras de sangre... Exploraron el corazón cuyos
ritmos, estables o inestables, normales o patológicos, pautan con tanta precisión
la diferencia entre la vida y la muerte”.» Sin duda el sistema nervioso de
los animales, y especialmente y el cerebro humano, es el más plenamente sujeto
a las reglas propias de sistemas caóticos. La indeterminación en el
comportamiento, la plasticidad estructural y funcional no responden a la
simplificación lineal mecanicista: gen ® péptido ® neurotranmisor ®
receptor... ® un comportamiento animal ® un síndrome clínico ® un fármaco,
etc[14]. La aproximación a la autoconstrucción del cerebro del viviente humano
a lo largo de la vida, y a la forma de emergencia de los actos mentales desde el
funcionamiento de los procesos fisiológicos del cerebro de cada ser humano
puede encontrar en las teorías del orden por fluctuación y en el
comportamiento caótico, elementos conceptuales que permitan una aproximación
indeterminista al análisis de la relación alma-cuerpo.
La dinámica de la autoorganización de los seres vivos, y la dinámica de su
funcionamiento unitario como organismo, supone un proceso epigenético que tiene
como “material” de partida una organización tal de los componentes
elementales que dote de información genética: los polimeros de DNA (con una
secuencia determinada de las cuatro nucleótidos) que constituyen los cromosomas
heredados de los progenitores. Ese soporte material de la información genética
va cambiando con el paso del tiempo, por interacción con el medio amplificando
así la información, que es por tanto genética y epigenética. A su vez los
componentes del medio intra y extracelular regulan la expresión de la información
genética y epigenética, al tiempo que las condiciones del medio cambian tanto
con el proceso mismo como cambian por fluctuaciones azarosas. O dicho de otra
forma, genes y medio son necesarios para que se autocontituya un viviente. De
las nuevas ordenaciones materiales, por las que va pasando el viviente, tales
como estructura corporal, órganos, sistemas, tejidos, emerge información
funcional, es decir propiedades y operaciones. La epigénesis es, por tanto, un
proceso temporal en el que el fenotipo es siempre el resultado de la emergencia
de una autoorganización nueva de los materiales, desde otra conformación
previa que tiene unas propiedades elementales precisas.
4. Genoma y emisión del código genético: fenotipos del viviente.
Los individuos de las diferentes especies poseen el mensaje genético escrito en
el genoma. Obviamente la transmisión de la vida es muy diferente en los
vivientes unicelulares que en los pluricelulares. Los primeros, las bacterias
por ejemplo, no se reproducen sino que simplemente se multiplican, se escinden:
como tal individuo una bacteria muere, al dar paso a dos, por duplicación del
material genético y división en dos. La emisión de su mensaje o código genético
consiste principalmente en expresar los genes actualizando así la información
contenida en su minúsculo cromosoma para dar una copia idéntica, una replica
de sí, y escindirse en dos, de forma «simétrica». Por ello los vivientes
unicelulares no sólo son muy iguales entre sí, sino que, evidentemente, no
tendría sentido hablar de que cada individuo bacteriano tiene carácter de único
e irrepetible. La especie permanece por multiplicación de los individuos, en un
entorno adecuado de nutrientes, temperatura, etc. De forma similar a como crecen
en los laboratorios las líneas celulares a partir de una célula tumoral o una
célula madre, procedentes de un organismo, que sigue viviendo
independientemente.
Sin embargo los organismos pluricelulares, con reproducción sexual, son muy
diferentes debido fundamentalmente a que su mensaje genético tiene información
para auto-construirse, esto es, desarrollarse desde la célula inicial
(denominada zigoto), producida de forma natural en la fecundación de los
gametos de sus padres. Este construirse supone que las divisiones celulares
sucesivas van acompañadas de diferenciación a células de los cientos de tipos
distintos que tiene, por ejemplo un mamífero. Al tiempo que crece la primera célula,
el cigoto, va dando lugar a un organismo bi, tri, tetra-celular, etc., formado
por células diferentes entre sí y diferentes al cigoto. De esta manera, al
cabo de un tiempo de existencia, por el proceso de desarrollo embrionario, unas
células se han diferenciado hacia las que constituyen el corazón, otras a
pulmones, o a cerebro, etc.
La emisión del código tiene un dinamismo epigenético, la emisión es
discontinua tanto temporal como espacialmente y se realiza en orden a la
operatividad de los diversos órganos y tejidos, en orden al proceso vital del
todo. El estado unicelular de un organismo pluricelular no es asimilable a un
viviente unicelular. Crecimiento y diferenciación originan desde el inicio una
ordenación peculiar (una topología polar y asimetrica), que hace del viviente,
incluso unicelular, un individuo. Incluso cuando las etapas de mero crecimiento
den lugar a divisiones simétricas, a células iguales entre sí e iguales a la
célula de la que proceden, se diferencian entre sí por el lugar que ocupen
ambas células en el organismo en construcción. La interacción con las células
vecinas diferentes puede hacerlas diversas.
La discontinuidad de la emisión del mensaje genético tiene, por tanto, su
manifestación más evidente en el cambio del fenotipo a lo largo de su
existencia. Es innegable la diferencia de realidad fenotípica, o de
operatividad, de un embrión de una o de cien células respecto de un feto o de
un joven viviente. Al mismo tiempo, es innegable la referencia del viviente
neonato, joven, maduro o envejecido con el feto, embrión o cigoto que apareció
con la fecundación de los gametos de sus progenitores. La cuestión que se
plantea es cuándo se puede decir que la materia está suficientemente
configurada para constituir un viviente. Qué fenotipo celular, o pluricelular,
es apto para que las propiedades que emergen de esa configuración permitan
afirmar la aparición de un nuevo individuo. La pregunta, fuertemente polémica,
se plantea especialmente en el caso del viviente humano en quién la
operatividad específicamente humana requiere un largo periodo de tiempo de
maduración del cerebro, incluso después del nacimiento.
En efecto, todo proceso del desarrollo embrionario, como proceso
autoconstituyente de los seres vivos, consiste en la emisión de un mensaje genético.
Como hemos señalado, el dinamismo epigenético propio de los seres vivos se
caracteriza precisamente porque:
a) El sistema de partida tiene una peculiar “propiedad elemental”: posee
información genética. El soporte material de tal información (dotación o
patrimonio genético del individuo) son los cromosomas heredados de los
progenitores. Esta información es la secuencia de los nucleótidos de los
cromosomas paternos y maternos. Es un primer nivel, o un primer tipo, de
información: es la dotación informática de la célula «en» ella misma, el
genoma heredado de sus progenitores. En este sentido, es igual en todas las células
del organismo a lo largo de toda la vida del individuo.
b) La expresión o emisión del mensaje requiere la interacción de componentes
del medio intracelular con el DNA, y a su vez tales moléculas se producen en el
mismo proceso espacio-temporal, por interacciones intercelulares, y por
interacciones de la célula con componentes del medio extracelular. Es decir, la
relación con el medio permite la autorregulación de la expresión del mensaje
genético, silenciando o activando las unidades discretas de información, los
genes[15].
c) El estado del soporte material de la información genética cambia en las
diferentes células de las diversas líneas celulares en el proceso
espacio-temporal de la autoorganización. Aunque la secuencia de nucleótidos
(información genética de primer tipo) no se modifique, se producen, sin
embargo, dos tipos de cambios: i) uno, en la configuración y conformación
espacial del DNA y ii) otro, en el numero de bases (que ocupan un sitio concreto
en la secuencia de nucleótidos del DNA), que sufren una modificación química,
que consiste en una metilación; así la metilación, y desmetilación, regulada
de la base citosina da lugar al establecimiento de “patrones de metilación”,
que son diferentes de un tipo celular a otro y de un momento u otro del proceso
vital de cada individuo.
En cuanto el estado del soporte se modifica en el proceso hay una
retroalimentación de la información genética. Y en cuanto la regulación de
la expresión génica depende del medio, y los componentes del medio cambian, y
a su vez interaccionan con un DNA en situación diferente, se está procesando,
o amplificando, la información de forma diferencial en cada organismo en función
del tiempo transcurrido y del sitio que ocupe la célula (información
posicional). La ampliación de la información, el procesamiento diferencial de
la misma, y la regulación, también diferencial, de la expresión de la
información contenida en la secuencia de nucleótidos del DNA permite un
crecimiento por aumento del número de células, que va acompañado de
diferenciación de las mismas a los diversos tipos celulares.
En este sentido la epigénesis reguladora implica en primer término el primer
nivel de la información en la célula cuya función es el crecimiento
diferencial del organismo. Hace posible que en las células de los tejidos y órganos
esté el código genético entero y al mismo tiempo que la información esté
regulada espacial y temporalmente de manera que se determina, precisamente
diferenciando o especializando las células en las diferentes líneas celulares,
que forman los órganos y tejidos. Las “partes” del organismo (órganos,
tejidos, sistemas) se constituyen desde “las partes” del código genético
que se expresan a lo largo del tiempo en las células que ocupan cada lugar
concreto del organismo y, por tanto, dependientes de las condiciones del medio,
que son diferentes en las diversas áreas del organismo y en cada etapa
temporal.
Esto es muy importante, porque, un conjunto de células diferenciadas, y más o
menos ordenadas, no es un organismo; no constituye una unidad funcional y vital.
Para explicar la autogeneración de un organismo complejo no basta este primer
nivel de información (expresión diferenciada del mensaje global contenido en
todas las células). Requiere explicar la armonización unitaria y diferencial
de la emisión de ese mensaje: un segundo nivel, o segundo tipo, de información.
Sólo con el aprovechamiento «parcial y coordinado» de la información en la célula
se logra la constitución unitaria del organismo. La regulación o coordinación
de la emisión diferencial y armónica de las “partes” de la información
genética equivale a una información superior a la primera, es de segundo
nivel. Y esta información es emergente: un programa de desarrollo que se emite
etapa a etapa. Una secuencia de mensajes ordenados en el tiempo y coordinados en
el espacio orgánico. El programa no está previamente en el genoma; que el
programa comience a emitirse es una propiedad que emerge del proceso temporal de
la fecundación de los gametos.
La afirmación de que cada viviente se origina en la fecundación de los gametos
de los progenitores con la constitución del patrimonio genético aportado por
ellos, siendo cierta, requiere matización. En efecto, no basta la fusión del
material genético de los padres, es preciso que tal material se ordene en una
conformación material, un fenotipo celular, tal que de lugar a la capacidad de
iniciar la emisión de una secuencia completa y ordenada de mensajes genéticos
(un programa). Sólo entonces (y sea cual sea la procedencia de tal configuración:
fecundación natural, transferencia de un núcleo de una célula somática a un
óvulo maduro, activación partenogénica de un óvulo, etc) puede decirse que
está constituido un viviente, o que un nuevo individuo ha empezado a vivir. Es
decir, siguiendo la línea aristotélica, un ser vivo es tal cuando posee
capacidad de “automoción”, que en término biológicos significa capacidad
de activar la información contenida en el mensaje genético y que constituye su
vivir.
Es el segundo nivel de información, o programa de desarrollo, es el que permite
entender por qué cada ser vivo va construyendo su propia vida (autoorganización)
en diálogo e interacción con su medio, abierto, de modo individual, propio e
irrepetible. En cada etapa el soporte material de la información genética
queda modificado por interacción con el medio manteniendo así información
acerca de la propia historia (autoreferencia). Se guarda memoria del crecimiento
(del número de divisiones celulares) fundamentalmente por aumento de la
metilación de citosinas; este proceso constituye un reloj molecular del tiempo
de existencia y con ello del inicio de las etapas de envejecimiento y muerte. Y
el DNA queda también modificado, en relación al patrón de metilación de
citosinas, y en relación a su propia configuración y conformación espacial,
en las diversas etapas de diferenciación celular (cambio del fenotipo del
todo). El dinamismo autoorganizativo y unitario (programa) permite que cada una
de las etapas espacio-temporales se sucedan ordenadamente, y que a partir de una
situación previa del sistema (con unas propiedades elementales definidas)
emerjan otras propiedades.
El viviente concreto es el beneficiario de la configuración del todo y con ello
de las propiedades que emergen de tal configuración a lo largo de su propia
vida. Las propiedades emergentes mantienen en cada etapa una relación con la
estructura informativa de los elementos constituyentes previos. La conformación
del todo resultante se corresponde, en última instancia, con la información
genética que aporta la secuencia de nucleótidos heredada, en cuanto el
fenotipo depende, aunque no sólo, del genotipo. Ahora bien, en cuanto el
fenotipo no sólo es dependiente del genotipo sino del medio, el proceso
constituyente es autoorganizativo con una información abierta al cambio; una
información que se amplifica procesándose y que se retroalimenta. De esta
forma el medio potencia la variabilidad individual. Pero sobre todo, la
interacción genoma-medio permite la aparición de fluctuaciones, la creación
de inestabilidades y asimetrías, elementos sin los cuales no puede tener lugar
la autoorganización de un sistema complejo, como el biológico. Y en este
sentido, en cuanto la epigénesis reguladora es más intensa, mayor es la
emergencia de propiedades sistemáticas; de esta forma el viviente es
beneficiario de funciones, operaciones o facultades de nivel más complejo.
La emisión del programa supone vivir: mantener el sistema (la configuración
del todo) alejado del equilibrio termodinámico, puesto que cada viviente es un
todo mantenido en permanente inestabilidad. O dicho de otra manera, la vida del
viviente, su existencia individual, tiene un tiempo: vive el tiempo que dura la
emisión de su mensaje genético. La muerte “natural” sobreviene con los
procesos de envejecimiento, que en este sentido es también propiedad emergente.
Así pues, la vida de los organismos, de los más simples hasta los más
complejos, consiste en la emisión del mensaje genético; dado que los vivientes
procesan la información genética, el código o mensaje genético está
constituido por un conjunto de determinaciones informáticas que van siendo
actualizadas en el tiempo y en el espacio. Sin la ordenación diferencial,
espacio-temporal, de todas las determinaciones posibles en el código no habría
organismo. La noción de programa o información de segundo nivel, inmaterial
como toda información, es asimilable a la noción clásica de «forma», o
principio ordenador, que, por su capacidad de ordenación, ordena a otros, y en
los que ninguno por separado posee la operatividad que posee la nueva
configuración; esto es, es también eficiencia. La información, que configura
la mera materia haciendo de ella un sujeto vivo y eficiente, posee, además,
información sobre el proceso mismo de crecimiento del sujeto; por ello, el ser
vivo, no está determinado en su desarrollo –no sólo hay maduración-, y, por
ser el beneficiario primero de toda operación realizada por la eficiencia
propia, es el fin de la misma. Esto es, la «forma» es eficiencia y fin. Por
otro lado, la emisión del mensaje, en cuanto formalización de la materia, es
dinámico, se retroalimenta, en cuanto hay diversos tipos de unidades de
información, genes, que se expresan ordenadamente, es decir es autoorganización.
5. Fenotipo cigoto y fenotipo embrión precoz
Analicemos, brevemente, la emergencia del fenotipo cigoto en el proceso de
fecundación (y después también en el proceso de clonación por transferencia
de núcleos, y de partenogénesis por activación de oocitos), y la etapa
posterior de inicio de la epigénesis que le conduce a la autoorganización en
embrión preimplantatorio. El objetivo de este análisis es mostrar las razones
que conducen a la afirmación de que las propiedades que aparecen con el
fenotipo cigoto dotan de suficiencia a esta organización celular constituyéndola
en una realidad propia y diferente de la realidad de los gametos o materiales
biológicos de partida.
El cigoto (el estado unicelular de un organismo pluricelular) no es asimilable a
un viviente unicelular. La fecundación supone más que la simple mezcla (fusión)
de los gametos, que de por sí solamente reúne la dotación genética aportada
por cada uno de los progenitores. La activación mutua de los gametos paterno y
materno, maduros y en el medio adecuado, establece un proceso constituyente del
que emerge el fenotipo cigoto: una realidad nueva por poseer (como propiedad
sistemática) la capacidad de iniciar la emisión de un programa o sucesión
ordenada de mensajes genéticos.
Es la capacidad de crecimiento armonizada con la diferenciación celular (es
decir gracias a la posesión del programa) lo que constituye una realidad
individual. En la autoorganización de un ser vivo hay etapas de mero
crecimiento con divisiones celulares simétricas; pero incluso entonces las células
que son iguales pueden llegar a ser de distinto tipo, según el lugar que ocupen
en el organismo en construcción, si quedan situadas en áreas con diferente línea
de diferenciación celular (difieren en la información posicional que poseen).
Y precisamente el cigoto posee una organización polarizada y asimétrica de sus
componentes que le permite un crecimiento orgánico, Es decir, son las
divisiones asimétricas y la organización polarizada según un eje lo que
permite un crecimiento diferencial: las divisiones se acompañan de diferenciación
celular.
La célula con fenotipo cigoto difiere de cualquier otra célula pues posee
polaridad y asimetría , mostrando así que se ha constituido mediante un
proceso de autoorganización:
1. El cigoto hereda la polaridad del óvulo maduro y la amplía. Durante
el proceso de maduración (meiosis) del oocito, las dos divisiones asimétricas
dan lugar al huevo maduro de gran tamaño y dos cuerpos polares (el segundo de
los cuales se liberará solamente si es fecundado). Estas divisiones celulares
meioticas (que reducen la dotación cromosomica a la mitad) desplazan el núcleo
a una zona cercana a la membrana que constituye el polo del oocito. La
localización del pronúcleo en esta zona es arbitraria y no depende de ninguna
señal exterior.[16] La existencia de este polo (que en algunas especies se
acompaña además de una asimetría en la membrana en cuanto distingue dos áreas
con diferente estructura y composición) determinará con la fecundación un
plano que pasa por el polo creado por el punto de entrada del espermatozoide.
2. La fecundación supone en primer término una activación mutua y específica
de los gametos. Para que el espermio pueda penetrar las cubiertas del oocito
y sea capaz de fusionarse con éste, requiere haber sido activado previamente,
por interacción con una de las glicoproteínas de la zona pelúcida o corteza
que rodea al óvulo. La activación del oocito por la fusión con el
espermatozoide inicia una serie de cambios que conducen al establecimiento del
fenotipo cigoto. A nivel molecular, la activación de los oocitos implica
mecanismos de señalización intracelular relacionados con procesos de
hiperpolarización y de incrementos en los niveles intracelulares de Ca2+. El
incremento de Ca2+ intracelular se produce en la zona donde se ha fusionado el
espermatozoide y se extiende como una onda a través del citoplasma en unos
pocos segundos y seguidamente tiene lugar una serie de oscilaciones en los
niveles de Ca2+ a intervalos regulares.[17] De esta manera el sitio por el que
penetra el espermatozoide permite la polaridad que se observa en el cigoto y en
las primeras divisiones durante el desarrollo embrionario temprano[18].
3. La elevación de los niveles de calcio induce una serie de cambios
coordinados armónicamente espacial y temporalmente. Uno de los cambios es
la salida de los componentes (exocitosis) de los granos corticales, que
modifican las cubiertas imposibilitando así la penetración de nuevos
espermios. Otro es la continuación de la maduración final del oocito, detenido
en el termino de la segunda división meiótica; en este proceso el oocito
elimina el segundo corpúsculo polar y convirtiendo su núcleo en el pronúcleo
femenino, con sólo la mitad de la dotación genética. Por efecto de los iones
calcio se reanuda, a su vez, la síntesis de proteínas desde los materiales
(RNA mensajero) almacenados durante la maduración del oocito[19]; estas proteínas
se necesitan tanto para que el núcleo del espermatozoide se descondense y se
transforme en el pronúcleo masculino, como para que pueda comenzar la síntesis
de DNA (duplicación cromosómica) en ambos pronúcleos.
4. El incremento de los niveles de calcio en la zona de entrada del espermio
sincroniza también los eventos sucesivos que se requieren para dar el primer
ciclo de división celular. Aproximadamente 12 horas después del inicio de
la fecundación[20] los pronúcleos replican el DNA, de manera casi sincrónica,
y los cromosomas se integran en una estructura bien precisa, el huso mitótico,
para la que va a ser la primera división embrionaria[21]. El calcio induce la
formación de los microfilamentos que partiendo del pronúcleo paterno atraen al
pronúcleo materno permitiendo el acercamiento y traslado de ambos al centro de
la célula, donde establecen el huso mitótico y se produce la división que da
origen a los dos blastómeros[22].
5. El espermatozoide fecundante transporta su centrosoma al interior del óvulo[23]
y se constituye en el centrosoma del cigoto cuando incorpora proteínas del óvulo.
Los procesos citoplásmicos que tienen lugar después de la penetración del
espermatozoide están mediados por el centrosoma (el centro organizador de
microtúbulos dependientes de calcio).[24] Con frecuencia no existe una fusión
de los pronúcleos y por lo tanto no se observa la existencia de un verdadero núcleo
diploide en el cigoto[25], dada la diferencia entre dotación genética del
nuevo viviente y la suma de la dotación genética de los progenitores.
6. El cigoto se establece como célula polarizada y su primera división es
meridional, con un plano fijado por el polo y el punto de entrada del espermio.
Esta primera división da lugar a la aparición de dos blastómeros desiguales y
con destino diferente en el embrión: el que lleva el punto de entrada del
espermio se divide antes que el otro y lo hace además ecuatorialmente. Estas
dos células del embrión, que es asimétrico y de tres células, darán origen
a la masa interna del blastocisto. El otro blastómero inicial se divide a
continuación, constituyéndose el embrión de cuatro células, y su progenie
dará origen al trofoblasto[26].
Los blastómeros no sólo son desiguales entre sí, sino que además lo son
respecto al cigoto del que proceden: poseen en su membrana componentes mediante
los que interaccionan especificamente constituyendo una unidad orgánica
bicelular. La interacción célula-célula activa los caminos de señalización
intracelulares modificando el estado del genoma: informan a cada de las células
de su identidad como parte de un todo bicelular[27]. La autoorganización asimétrica
se mantiene a lo largo del desarrollo preimplantatorio implicando interacciones
específicas intercelulares[28], y con ello expresión de genes diferentes en
las células en función de la posición que ocupan en el embrión temprano[29].
En este proceso de constitución a cigoto, con fenotipo asimétrico y
polarizado, la dotación genética recibida se modifica. La dotación recibida
es ya de por sí asimétrica puesto que la configuración espacial como la
“impronta parental” es diferente para la procedente del padre o de la madre.
La modificación es también asimétrica en tanto que es diferente en los
cromosomas de origen paterno que en los de origen materno. El cambio durante la
fecundación se produce tanto en la configuración espacial, especialmente por
desempaquetamiento del DNA paterno, como en el cambio del patrón de metilación
del DNA materno[30].
La modificación del patrón de metilación de citosinas es la principal
reprogramación epigenética ya que regula la expresión diferencial posterior
de los genes; la etapa preimplantatoria, y más tarde el desarrollo de la línea
germinal, son los dos periodos en que es mayor la reprogramación de la
información genética por cambio del patrón de metilación de las citosinas
generándose nueva información, información epigénética[31] (que hemos
llamado información de segundo tipo o nivel). Secuencias de DNA (CpG) en que
las citosinas presentan un determinado patrón son reconocidas por proteínas
que se enlazan específicamente a ellas y regulan la expresión de los genes en
las primeras etapas del desarrollo preimplantatorio[32].
En resumen, existe un período durante el cual se completa la fecundación; es
un proceso autoorganizativo de interacción, reestructuración y cambio de los
genomas de los gametos paternos y modificación de la conformación del “todo
cigoto” (individuo), que se inicia con la activación del óvulo- por la
entrada del espermio fecundante. Es el cambio del medio intracelular del oocito,
por la activación, lo que permite que factores extragénicos interaccionen con
el genoma asimétrico formado por los dos pronúcleos. De estas interacciones
emerge una información nueva que es más que la información genética
(secuencia de nucleótidos y configuración cromosómica propia de gametos)
heredada de los progenitores. La célula con fenotipo cigoto tiene una realidad
diferente de una simple célula con núcleo (o dos pronúcleos masculino y
femenino); o dicho de otra forma, la fecundación no acaba con la fusión de los
gametos sino con los acontecimientos que, iniciados con la activación del
oocito por el espermio activado, desembocan en la constitución de una unidad
celular con un fenotipo característico y un estado propio, el del cigoto.
El cigoto tiene una propiedad única: en la primera división origina dos células
(blastómeros) con fenotipo diferente al suyo (diferentes entre sí, e incluso,
en algunas especies al menos, con diferente destino en el proceso ontogénico),
que las constituye en una unidad orgánica al interaccionar específicamente
entre sí. Por el contrario, una célula sin el fenotipo propio del cigoto
origina al dividirse dos células que pueden seguir creciendo, con o sin
interacciones entre ellas, de las que no emerge información para
autoconstituirse, en una conformación del todo, con realidad propia.
El proceso de fecundación configura los materiales recibidos de los
progenitores (con unas propiedades elementales muy precisas) y los conforma al
fenotipo celular propio de inicio o arranque del programa, o activación de la
emisión del mensaje. En cuanto es capaz de emitir el primer mensaje del
programa (la primera división celular asimétrica), ha alcanzado la realidad de
viviente individual. El cigoto posee más información (información emergente)
que el genoma constituido con la fusión de los pronúcleos de los gametos de
sus progenitores; en este sentido se afirma que tiene realidad de viviente de su
especie; realidad que no se confunde con la de una célula viva en un medio que
le permite crecer, ni con un conjunto de células vivas. De ahí que el cigoto
pueda ser considerado un embrión unicelular, y el embrión bicelular como el más
pequeño organismo posible. Es decir, la fecundación y la aparición de un
nuevo individuo comienza cuando una determinada materia, gracias a la información
(que no es materia sino un determinado orden de la misma), es susceptible de
operatividad, eficiencia, en orden al todo, a su crecimiento y maduración. Esta
operatividad tiene su inicio en la información de segundo orden de la que
venimos hablando. De ahí que podamos decir que tal individuo posee alma en
sentido aristotélico, esto es, un principio inmaterial desde la que se
configura el cuerpo (fenotipo) del cigoto, y que a la ver principio eficiente y
que tiene en sí el telos de las operaciones. A su vez, esta información es una
realidad abierta a nuevas modificaciones originadas en la interacción con el
medio y en la operatividad. Es un telos que se retroalimenta. Un individuo vivo,
el cigoto, posee por tanto inmanencia.
Origen de un viviente sin fecundación de gametos
Un cigoto, embrión unicelular, es una realidad precisa y definida que le
distingue de las diversas realidades celulares con una aparente semejanza. En
efecto, como proceso epigenético, el proceso constituyente de un cigoto
requiere: a) unos materiales de partida con propiedades elementales precisas
(gametos maduros); b) un medio adecuado; y c) una activación mutua de los
gametos constituyentes que aporte, a la célula originada en la fusión, los
componentes moleculares necesarios para activar el genoma; sólo así la
organización celular resultante es embrión unicelular. Si falta alguna de
ellas la realidad resultante no es un viviente embrión, o es un embrión en
condiciones tales que no es viable. Así, por ejemplo:
a) Si bien los óvulos de mamíferos pueden activarse artificialmente empleando
una variedad de estímulos, no hay datos de que los óvulos partenogénicos
lleguen a desarrollarse a término. La incapacidad de los complejos celulares
partenogénicos de desarrollarse como embriones se debe probablemente a que el
desarrollo postimplantatorio o preimplantatorio[33] requiere del
“imprinting” (impronta) tanto paterna como materna del genoma. Faltan las
propiedades elementales requeridas en los elementos constituyentes.
b) Los experimentos de clonación por transferencia de núcleos en mamíferos
han puesto de manifiesto la importancia tanto de "reprogramar"[34] la
información contenida en una célula diferenciada, para que pueda iniciar el
proceso de desarrollo embrionario, como de la activación del oocito desnucleado
receptor, con pulsos de calcio, a fin de que contenga las señales moleculares
necesarias para dar inicio a la emergencia del programa. Es precisamente el patrón
de metilación del material genético de la célula donadora el que es necesario
cambiar para que el resultado de la transferencia nuclear a un oocito sea un
verdadero cigoto, es decir con la información emergente de inicio del programa.
c) El estado de maduración del oocito (la que conlleva un ciclo natural) es,
como propiedad elemental, importante para alcanzar el fenotipo cigoto en la
fecundación. De hecho la multiovulación que se emplea en la fecundación
asistida es responsable de la falta de capacidad de los óvulos así obtenidos
para que un vez fusionados con un espermio alcancen la realidad fenotipo cigoto,
o cuando lo alcanzan de que puedan proseguir la emisión del programa [35].
En resumen, puede definirse con exactitud cuando una ordenación de material
biológico, una célula es o no un cigoto. De forma natural, salvo alguna
excepción[36], el cigoto procede de la fecundación de los gametos de los
progenitores. Ahora bien esta célula resultado de la fusión natural de los
gametos, o la originada en las técnicas de fecundación «in vitro» mediante
inyección de un espermio al interior del óvulo, o por la transferencia de núcleo
a un óvulo desnucleado (clonación), o formada por la activación de un óvulo
con la doble dotación cromosómica, o cualquiera de las modalidades, requiere
para ser un individuo de la especie un proceso que le permita adquirir el
fenotipo propio de cigoto: requiere la actualización de la información genética
de manera que comience la emisión del programa de constitución y desarrollo.
Origen de dos vivientes de una sola fecundación de un gameto paterno y otro
materno
En otro sentido, la fecundación de un solo oocito por un único espermio puede
concluir con la constitución de dos cigotos gemelos independientes: basta un
ligero retraso de la producción de las proteínas de membrana que median las
interacciones específicas entre las células respecto de la primera división
celular, para que la fase final de la fecundación en que se adquiere con
plenitud el fenotipo cigoto se dé en las dos células en un estado previo al de
cigoto.
Por otra parte pueden originarse gemelos monocigóticos cuando del embrión
temprano se separan algunas de las células y reagrupan de nuevo dando lugar a
dos unidades de multiplicación y diferenciación. Cuando esto ocurre se está
dando la emisión separada de dos programas. Como hemos señalado hay dos
niveles de información: cada actualización del programa configura un ser vivo
diferente, e individual, individualizando los elementos materiales con que se
construye y desarrollan dos identidades biológicas diferentes. La información
epigenética hace autoreferencia a cada viviente individual. No se parte en dos
el viviente ni supone carencia de individualidad del embrión temprano. Es el
lado irregular de la dinámica (tanto espacial como temporal) de la epigénesis
regulativa. Un pequeño cambio en las condiciones iniciales cambia la reordenación
de los materiales y con ello el resultado del proceso.
6. Hitos en el desarrollo embrionario
Como se ha analizado en el apartado anterior, cada ser vivo posee la información
genética inmaterial, contenida en la secuencia de nucleótidos de su genoma y
presente en cada una de sus células, que no sólo ordena la materia que está
configurando sino que es principio de operatividad. Es decir tiene un claro carácter
dinámico, y ese dinamismo se produce en orden a la construcción y crecimiento,
en orden a la operatividad, en orden a la donación de sentido al proceso, y es
incluso capaz de recibir modificaciones, como fruto del propio obrar, o de
interactuar con el medio. En efecto, al emitirse el mensaje genético se irán
formando estructuras, órganos y tejidos, diferentes entre sí en cuanto que
realizan diferentes operaciones.
La discontinuidad no es sólo temporal sino espacial. El "sitio" que
ocupa cada unidad celular determina en ella la emisión del mensaje: la
información se retroalimenta, crece, se hace más compleja no sólo temporal
sino también espacialmente. La interacción específica de células de igual
genotipo, y de distinto fenotipo, se convierte en información. Del mismo modo,
la ordenación espacial del organismo permite que "lleguen" hasta las
células que ocupan un sitio concreto señales moleculares capaces de modificar
la expresión génica: es nueva información, incremento de información, ligada
al dinamismo espacial. Son también discontinuidades del proceso único de emisión
del mensaje genético.
En el genotipo, o estado inicial del genoma, hay sólo potencialidad de multitud
de operaciones. El proceso constituyente de un nuevo viviente es el proceso de
disponer la materia recibida de los progenitores con el fenotipo celular propio
de inicio o arranque, o activación de la emisión del mensaje. Tanto en la
fecundación natural, como en la artificial, o en la clonación el proceso
constituyente acaba en la construcción de una unidad celular, cigoto, con un
fenotipo característico y propio: la dotación genética en situación o estado
de iniciar la emisión del mensaje completo y un contenido citoplásmico, una
composición molecular de la membrana y un "medio" capaces, en su
conjunto unitario, de proporcionar las señales moleculares imprescindibles para
activar la emisión del mensaje.
Sin una concepción del mensaje genético como estructura con retroalimentación
–morfotélica– y operatividad no se puede explicar una embriogénesis, ni la
génesis del organismo. Más aún, la emisión del código genético en las células
diferenciadas que forman cada parte del organismo retroalimenta la información
en el sentido, también, de informar acerca del tiempo transcurrido, esto es, de
su estado de maduración y envejecimiento; y con ello hay información para la
muerte natural que es una muerte genéticamente programada para cada tipo
celular y para el viviente, en cuanto que mueren las neuronas de la región del
cerebro que opera coordinando el conjunto de las diversas operaciones vitales.
En esta coordinación de la emisión del mensaje se encuentra el principio del
crecimiento con la posibilidad de reproducción. En efecto, las células
especializadas como tales células germinales para la transmisión de la vida,
tienen un "rejuvenecimiento"; un rejuvenecimiento es una
desespecialización, como un volver a liberar el código genético de lo que ha
estado haciendo al construir el organismo a lo largo de la existencia. La
gametogénesis es desespecializar. Mientras el envejecimiento no es más que el
agotamiento por determinación de la información con la emisión del mensaje.
Morfogenesis y organogenesis
La información inicial (heredada de sus progenitores y recibida en la
estructura celular con el fenotipo resultante del proceso de fecundación de los
gametos) tiene la potencia real para realizar sólo alguna de la multitud de
operaciones potenciales del código, o mensaje, genético completo del
individuo, del programa. La realización de esas primeras operaciones permite
que se vaya configurando el organismo y le conduce así hacia la configuración
de nuevos centros operativos. En los animales estos centros operativos suelen
denominarse facultades y a la disposición material, que permite su
operatividad, se denomina órgano. Y como hemos repetido, aparece con ellos una
capacidad configuradora que dispone la materia pero no se agota en organizarla,
sino que es capaz de operar. De ahí que también se pueda hablar de
“información epigenética” no sólo en el principio vital completo, sino en
el estado propio del genoma de las diversas células. En términos filosóficos
podríamos decir que la forma o alma del ser vivo no se agota en la configuración
corporal, sino que “sobra”, es capaz de operar. De ahí el término poliano
“sobrante formal” aplicado al alma, que es forma y eficiencia.
La información epigenética es un programa en tanto que las señales del medio
van apareciendo de modo secuencial y dependientes del espacio. Por ello todo
organismo tiene un patrón estructural: un sitio fijo para la cabeza, los
pulmones, etc. Las células que constituyen un riñón no sólo son diferentes
de las que forman un dedo sino que a su vez esas estructuras concretas se
construyen en posiciones fijas durante el desarrollo. Hay una información
posicional: en el embrión temprano se establece una polaridad dorso-ventral y
otra antero-posterior y derecha-izquierda. Y puesto que las células guardan
memoria del sitio que ocuparon esa información posicional permite a tipos
similares de células formar patrones diferentes; regula y controla las
divisiones celulares y se fija, de esta forma, el tamaño que alcanza cada órgano.
El diseño morfológico emerge también de la información epigenética en orden
al todo.
En las primeras fases del desarrollo embrionario el viviente se ha configurado
como «blastocisto» (con un conjunto de células que constituyen la masa
interna y otro conjunto que constituye el trofoblasto del que saldrán los
tejidos extraembrionarios, como la placenta) y unos días después tiene lugar
su anidación en el útero materno. Terminada ésta las células de la masa
interna se han organizado como disco embrionario bilaminar; la siguiente etapa,
conocida como «gastrulación» transforma, con una segunda diferenciación
celular, el disco embrionario en trilaminar. Con ello acaba un tiempo de emisión
regulada del código genético en que el papel primordial del crecimiento orgánico
lo ha tenido el establecimiento de los ejes fundamentales de la arquitectura
corporal y la expresión diferencial de genes de acuerdo con la organización:
genes que establecen los tejidos embrionarios y genes que marcan ya el carácter
sexual del embrión (expresión de genes del cromosoma Y o inactivación de uno
de los cromosomas X). El embrión crece (alcanzando hasta 2,3 mm de longitud en
el caso humano) y aparecen los primordios, los nuevos centros de control de la
diferenciación celular, que originaran los principales órganos. La organogénesis
está “diseñada” a la octava semana, por lo que el embrión humano,
convertido en feto, comienza manifestar la eficiencia de las operaciones
emergentes de los órganos.
Sólo en interacción con el medio se expresa la información génica en cada célula,
y con tales interacciones, medio y genoma cambian. El programa (la información
emergente) ordena, en orden al todo, las etapas de conformar el espacio, de
organogénesis, y de maduración de los diferentes órganos y sistemas. Una vez
que termina la organización espacial previa a la organogénesis primaria, las
diferentes etapas llevan diferente velocidad para los diferentes órganos y se
solapan parcialmente en el tiempo. Mas aún, los órganos complejos, como el
cerebro, tiene una plasticidad que no se fijan hasta pasado un tiempo después
del nacimiento, mientras que, por ejemplo, el corazón tiene un “terminado”
muy temprano. Así pues, la operación aparece como una propiedad que emerge de
la estructura material (configuración) del órgano y la operación propia del
órgano es más que la suma de las operaciones que pueden realizar las partes de
él por separado, sin esa conformación. Y a su vez, la construcción de cada órgano
o sistema hace referencia espacial y temporal a la unidad del organismos del que
tal órgano o sistema son partes. La “lógica” de la dinámica
autoorganizativa conlleva que las partes que funcionan en orden al mismo vivir,
común a todo viviente, se organizan primero; sin embargo, lo más especifico,
lo que permite no sólo vivir sino a alcanzar la plenitud de vida que le
corresponde al individuo por ser individuo de esa especie concreta, aparece
después; y lo que se desarrolla con el vivir madura después del nacimiento.
Por ejemplo en el caso de la operación ver, las partes del ojo, como órgano de
la vista, tales como la retina, la cornea, etc., no tienen capacidad de ver,
aunque sean imprescindibles, en la unidad ojo, para la operatividad. La
capacidad, facultad, está en la configuración y la operatividad exige un nivel
de maduración orgánica muy precisa. Más aún, el órgano no madura sin la
operación: su funcionamiento es plástico y con ello la capacidad visual no
depende sólo del órgano sino además de su uso o desuso por parte del viviente
a que pertenece. La facultad visión del animal no es imprescindible para vivir,
pero sí para desarrollar el comportamiento o modo de vida, propio de la
plenitud zoológica de los individuos de su especie. El viviente maduro puede
vivir aunque sea ciego (por defecto de órgano o por falta de haberlo usado
durante el periodo de tiempo de plasticidad). Ahora bien, del embrión no
podemos decir que es ciego sino que “todavía” no ve. Por el contrario, de
una planta, de la que tampoco se puede decir que sea ciega, tampoco se puede
afirmar un "todavía no ve". No tiene la facultad de visión y por
tanto, tampoco posibilidad de ver. Y no la tiene porque el genoma de su especie
no tiene la información genética que le permita los órganos de la visión ni
la información genética y epigenética que le permiten reservar las células
precursoras de las neuronas en el sitio adecuado para su posterior diferenciación
y configuración epigenética en órgano de la vista[37].
Sin embargo, los latidos rítmicos del corazón que bombean la sangre y permiten
su circulación, función estrechamente ligada al mantenimiento de la vida,
aparecen ya en las células diferenciadas y en fase de organizarse en la
estructura corazón. El órgano armoniza, sincroniza, regula, en una unidad
estructural y con ello funcional, la capacidad de contracción rítmica de las células
que lo componen. En el sentido que venimos hablando podemos decir que la
capacidad de latir coordinadamente y enviar sangre a todas las partes del
organismo se necesita para vivir en la medida en que hay partes funcionales
separadas espacialmente. La configuración del órgano requiere un cierto tiempo
para su plena constitución como tal órgano que se adelanta en el tiempo a la
organogénesis del resto de las partes. No se puede vivir sin corazón, o sin
que algo le sustituya en bombear la sangre, en un organismo con partes
diferenciadas y separadas por limites precisos. El embrión precoz no tiene “aún”
necesidad de ejercer esa función en la medida en que está constituido en capas
celulares más o menos estructuradas; pero si necesita el corazón capaz de
operar para que se constituya en feto.
Entre ambos tipos de operaciones o funciones (el ver y el bombear la sangre),
nos aparece la capacidad de reconocer y distinguir lo propio de lo extraño,
como sistema de defensa ante la invasión por agentes extraños o ante la rotura
de la propia unidad material por un transplante. La armonización entre la célula
que presenta los antígenos y la célula capaz de destruir todo y sólo lo extraño
pero no lo que es propio, es un largo y preciso proceso de tolerancia a lo
propio y reconocimiento y rechazo de lo ajeno, que hace intervenir la médula ósea,
el timo y el hígado fetal. Esto es, las discontinuidades de la epigénesis son
ordenadas en el espacio y el tiempo; la expresión, elegida al azar, de uno de
entre los diferentes grupos de genes que codifican para los diversos elementos
del sistema inmunitario da lugar al patrón o perfil propio de cada individuo.
De este patrón, o combinación única emerge la capacidad presentadora de
autodefensa, a partir de un momento del periodo en que se construye el
organismo. Y aparece a su vez la capacidad destructora de lo extraño,
armonizada en la autodefensa con la capacidad presentadora, que requiere un
procesamiento epigenético que modifica el estado de la información genética
en el soporte genético de las células precursoras. Por otra parte, mientras
dura la gestación (y la lactancia) el viviente mamífero es
"defendido" por el sistema de defensa materno.
La anidación o establecimiento de una simbiosis con la madre: ni parte de
ella, ni injerto extraño
Es obvio que antes de alcanzar las etapas de organogenésis la carencia de órganos
capaces de ejercer funciones incluso elementales (o vegetativas), el embrión no
tenga una vida “independiente” de la madre, de la que recibe nutrientes y
factores necesarios para su propio crecimiento regulado y orgánico. Las
tecnologías de reproducción «in vitro» y de clonación han mostrado que la
viabilidad del embrión en la etapa preimplantatoria es dependiente del aporte
de los factores moleculares; factores que en el proceso natural la madre aporta
al embrión a su paso por las trompas.
Pues bien, esta relación (dialogo molecular) con la madre tiene un carácter de
simbiosis. Efectivamente, diversos datos acerca de la tolerancia fetomaternal
han mostrado que el embrión al implantarse se convierte en una simbionte y no
en forma de injerto. Puesto que todos los vivientes mamíferos difieren entre si
y llevan “etiquetas” que los individualizan, los órganos transplantados de
uno a otro son rechazados, a no ser que se amordace el sistema de reconocimiento
de lo propio, el sistema inmunitario. El cigoto, embrión unicelular, posee
mitad de los “marcadores de lo propio” que provienen del padre, y la otra
mitad de la madre. El huevo fecundado y la placenta son “mitad” extraños al
organismo materno.
La peculiar simbiosis madre-hijo en la vida intrauterina está permitida por la
aparición, en el trofoblasto del «blastocisto» preimplantatorio, de un
sistema propio de esa etapa capaz de presentar al sistema inmunitario materno lo
ajeno que corresponde a su mitad de origen paterno. Sólo más tarde se hace más
autónomo, menos simbionte, respecto a la madre y constituye y madura con el uso
su propio sistema inmune.
Maduración
En cada viviente, y porque las operaciones que emergen de la estructura del órgano,
su epigénesis da lugar a la aparición progresiva en el tiempo de fenotipos, o
etapas, con diferente realidad ya que ciertas capacidades funcionales sólo
aparen con la maduración del órgano. La realidad del viviente feto no es la
misma, no es capaz de las mismas operaciones que puede tener en la fase de vida
adulta. Pero, la unidad vital combina ese progresivo cambio del fenotipo con la
autoreferencia (la información genética del genoma de ese individuo en fase
inicial o temprana, que en general es la de cigoto). Por decirlo con la
terminología clásica, el alma animal es una, la que se denominó sensitiva; no
es la suma de una unidad vital vegetativa que ordena los materiales y otra
sensitiva que aparece posteriormente y permite operaciones. Por el contrario la
unidad del viviente animal autoorganiza la materia haciéndose de ella
(constituyéndose) un animal vivo que posee la información sobre el proceso
mismo de crecimiento. No es un viviente animal que “pasa” por una fase de
vida vegetativa.
El único código, o mensaje genético, de cada viviente permite información en
los dos niveles. La información está constituida por un conjunto de
determinaciones informáticas (genes), cuya expresión va siendo activada (y
amplificada) de forma ordenada y diferencial, sin lo que no habría organismo
(segundo nivel de información). Las operaciones son dependientes del desarrollo
mismo en cuanto las operaciones emergen de órgano, y a su vez son dependientes
del genoma, en cuanto es el soporte de la información genética que será
amplificada con la emisión misma del mensaje. Ahora bien, la información que
permite la construcción de un órgano, en el proceso constitutivo unitario del
viviente, no está predeterminada al modo como está detenida, por ejemplo, en
los planos de la construcción de un edifico. La emisión del mensaje no tiene
un determinismo «fijista» o «preformista», no está predeterminada en la
información del genoma inicial. Hay una información emergente del propio
proceso que es controlado unitariamente. Esta información hace que la realidad
sea diferente en las diversas etapas y a su vez, porque la información genética
del genoma determina la identidad individual (como individuo concreto de una
especie concreta), en la vida de cada viviente hay siempre esa autoreferencia; o
dicho de otro modo, no sólo hay etapas de maduración sino que el sujeto mismo
es el “beneficiario” de toda operación. En este sentido se puede entender
la aparente contradicción entre afirmar que la realidad de un embrión de perro
no es la misma que la de perro, y al mismo tiempo la identidad de un embrión de
perro, como individuo concreto, (de tal casta, hijo de tal y cual, etc. ), es la
misma que la del feto perro y perro adulto. Es la información contenida en su
genoma la que constituye los materiales del entorno en constituyentes propios y
además los ordena en orden a su vivir; la que hace de tal ordenación un
individuo vivo, con la operatividad propia de los individuos de su especie. El
crecimiento orgánico diferencial no es únicamente una función vital, es además
la autorreferencia propia del viviente, por la que el adulto animal hace
referencia a él mismo como embrión, feto, recién nacido, etc., de igual
manera que el vegetal hace autoreferencia a la semilla, o al injerto.
Sistema nervioso y psique animal
Obviamente esta ordenación de las etapas en cada parte permite al “todo”
vivir y le permite ser beneficiario de las funciones y operaciones que emergen
de la configuración de los órganos. Las operaciones que emergen del cerebro
aparecen a lo largo del tiempo de forma paralela a la constitución, desarrollo
y maduración del sistema nervioso. Las facultades sensitivas y las emociones
etc. surgen de la integración y procesamiento de información de circuitos
neuronales; por ello la capacidad operativa requiere que se haya expresado y
procesado suficientemente la información (genética y epigenética) que
codifica la construcción y maduración del órgano –aunque dicha información
precede a la construcción misma del organismo, que puede verse impedida por múltiples
razones, sin que ello permita afirmar que tal individuo no pertenece a una
especie-. Descansan en esa organización o configuración de la materia, y por
ello descompuesta ésta autoorganización con la muerte, o con el deterioro del
envejecimiento, las facultades desaparecen o merman. Y a su vez, puesto que las
operaciones suponen un nuevo tipo de información, que influyen en la dinámica
de la emisión del programa, retroalimentan la información epigenética
permitiendo que el uso del órgano lejos de desgastarle le madure y amplifique
su operatividad.
La discontinuidad de la emisión del mensaje genético en tanto que se
retroalimenta no supone que el principio vital no sea único, o que sea
separable en segmentos. Puede afirmarse, que el viviente animal tiene facultades
ligadas a la construcción del organismo, conservación, crecimiento y
reproducción: esto es lo contenido primariamente en los genes y en el genoma
total y común a los vegetales y a los animales. Pero los animales poseen también,
facultades como moverse, un mundo tendencial, plasticidad y capacidad de
aprendizaje, memoria, emociones, conocimiento. Estas facultades permiten poder
hablar, en sentido limitado pero propio, de una "mente animal"
inmaterial, como inmaterial es el mensaje, y que manifiesta en la información
epigenética de que venimos hablando. Esta mente es sólo inmaterial y sus
facultades surgen o dependen de la integración y procesamiento de información
de circuitos neuronales; descansa en esa organización o configuración de la
materia, y por ello descompuesta ésta con la muerte o con el deterioro, las
facultades desaparecen[38].
Cada viviente animal posee una propiedad emergente que se denomina «especialización»:
un ajuste entre estímulos, receptores, efectores (las realidades o los objetos
de que parte el estímulo). Dicho ajuste le permite un conocimiento y un
comportamiento en orden a la supervivencia en el entorno al que está adaptado.
Así las reacciones provocadas por los estímulos dependen de la significación
que éstos tienen para el organismo y en ese sentido son automatismos biológicos.
En algunos vivientes las respuestas tienen un cierto grado de indeterminación
pero en la misma matriz de automatismo. El concepto especialización biológica
o de significación para el organismo implica una teleología. Un estímulo
adecuado no es mera realidad física sino realidad biológica integradas en el
vivir en su contexto biológico. Lo que provoca necesariamente una cierta
respuesta no es una causa físico-química sino una excitación fisiológica (la
resultante de la reacción fisiológica), que solo tiene significado en la
totalidad y para un organismo especifico, y de la que el agente fisico-químico
es la ocasión mas que la causa.
En resumen, la operación vital unitaria sugiere lo que la biología clásica
denomina alma. Cada individuo tiene un único principio originante (una única
operación vital unitaria), que ni es separable en segmentos ni tiene un
despliegue sucesivo con limites nítidos en la duración entre la aparición de
las facultades vegetativas y sensitivas del viviente animal. Las funciones y
operaciones aparecen como propiedades sistemáticas: emerge de la estructura
material (configuración) del órgano, de modo que la operación propia del órgano
es más que la suma de las operaciones que pueden realizar las partes de él por
separado, sin esa conformación. Y a su vez, la construcción de cada órgano o
sistema hace referencia espacial y temporal a la unidad del organismo del que
tal órgano o sistema es parte. La “lógica” de la dinámica autoorganizativa conlleva que las partes que funcionan en orden al mismo vivir,
común a todo viviente, se organicen primero; y que lo más especifico, lo que
permite no sólo vivir sino alcanzar la plenitud de vida que le corresponde al
individuo por ser individuo de esa especie concreta, aparezca después; y lo que
se desarrolla con el uso madure después del nacimiento. Por decirlo con la
terminología clásica, el alma animal es una, la que se denominó sensitiva; no
es la suma de una unidad vital vegetativa que ordena los materiales y otra
sensitiva que aparece posteriormente y permite operaciones. Por el contrario la
unidad del viviente animal autoorganiza la materia haciendo que se constituya
como un animal vivo que posee la información sobre el proceso mismo de
crecimiento. No es un viviente animal que pasa por una fase de vida vegetativa.
En conclusión, la génesis natural de cada individuo parte de la información
genética del patrimonio genético de su especie heredada de sus progenitores y
contenida en un contexto celular adecuado. El periodo constituyente de la
realidad nueva (del nuevo individuo) es el proceso que media entre el inicio de
la fecundación, con la activación mutua de los gametos de los progenitores, y
la aparición del fenotipo cigoto dispuesto para la primera división celular;
las distintas formas de génesis artificial de un viviente requieren un proceso
más o menos complejo para que los materiales biológicos de partida alcancen la
configuración necesaria para constituir un viviente. El cigoto, embrión
unicelular, tiene un fenotipo característico que le distingue de la célula
originada por la simple fusión de los gametos. Posee una organización celular
polarizada y asimétrica, y un estado del genoma que permite el inicio de la
emisión de un programa. El programa es una secuencia ordenada espacio-temporal
de mensajes genéticos: una información de segundo nivel que armoniza la
expresión de los genes por interacción con el medio en orden al organismo como
un todo. El fenotipo cigoto, en situación de dividirse para dar el embrión
bicelular, se origina en un proceso constituyente en que el medio (niveles altos
de calcio) modifica la información genética (los cromosomas paternos se
desempaquetan y configuran de nuevo, y los de origen materno inician la pérdida
de la impronta parental), organiza la distribución asimétrica de los orgánulos
intracelulares, origina un citoesqueleto polarizado, de tal manera que el
fenotipo resultante es más que la suma del fenotipo de los gametos. La
configuración celular con fenotipo cigoto: es más que la célula mixta
originada por simple fusión de los gametos, en cuanto posee propiedades nuevas
que son más que las de la suma) y, a diferencia de cualquier otra célula, que
se divide y da dos células idénticas, el cigoto origina, por divisiones asimétricas,
blastómeros que forman una unidad orgánica autoorganizada. Las propiedades
emergentes, en las sucesivas etapas de ordenación como un todo, benefician al
individuo, y por ello cada viviente mantiene una relación real en cada una de
las etapas vitales por las que pasa con las anteriores y en último término con
la configuración originaria.
7. Viviente humano y vida humana
La dinámica autoorganizativa de la génesis de un mamífero es aplicable a la génesis
de cada ser humano. La dotación genética heredada de los progenitores adquiere
en la fecundación, la información emergente o programa; una información de
segundo nivel, no contenida en el genoma heredado, que coordina de forma
unitaria el crecimiento orgánico con autorreferencia, en cada momento de la
vida, a las etapas anteriores hasta el termino mismo de su origen. Cada
individuo se constituye como tal y posee un único principio, una única operación
vital unitaria. Las funciones y operaciones aparecen como propiedades del todo
orgánico, del viviente, a lo largo del tiempo: emergen de la estructura
material, de la configuración del órgano, de modo que la operación propia del
órgano es más que la suma de las operaciones que pueden realizar las partes de
él por separado, antes de alcanzar tal conformación. Y a su vez, la construcción
de cada órgano, tejido o sistema, hace referencia espacial y temporal a la
unidad del organismo; y en última instancia, en el caso de órganos como el
cerebro, o a sistemas como el nervioso, hacen autorreferencia al "uso"
que les da el viviente.
Sin embargo, la dinámica de la emisión del código genético no es suficiente
para dar cuenta de la génesis de cada “quien”, de la persona humana. En el
intento de dar razón de la emisión del código genético de los hombres nos
encontraremos con un a priori radicalmente distinto. Por una parte el genoma que
hereda cada viviente de la especie humana es bastante similar a la de primates
superiores, tanto en lo que se refiere a cantidad de información (secuencia de
nucleótidos), como a los sistemas de ampliación y regulación de la información.
Sin embargo, el viviente humano es capaz de novedad radical, el hombre, frente
al mundo animal, es un solucionador de problemas[39].
La búsqueda de qué es persona nace movida por un afán claro de adentrarse en
lo que hay de “único” en el ser humano. Probablemente el lugar más propio
de lo personal sea aquel en el que, efectivamente confluye espíritu y materia.
Ese lugar privilegiado es la afectividad humana, ya que la afectividad tiene carácter
de respuesta, bien sea ante factores externos, o bien internos. Respuesta que es
cognitiva, fisiológica y conductual[40] al mismo tiempo. Más aún, la
afectividad permite redescubrir la “operatividad” humana de las facultades,
y sus relaciones mutuas. Desde ahí se puede pensar qué sea la operación y cómo
es ésta posible, es decir, sus “antecedentes personales”. También desde el
acercamiento al hombre como ser afectivo, lo más profundo del hombre aparece
como persona y el ser personal es incompatible con el monismo. Cuerpo y alma,
voluntad e inteligencia, interioridad y exterioridad, sujeto y objeto, individuo
y sociedad, son algunas dimensiones humanas en las que se puede apreciar la
complejidad de la persona.
El viviente humano posee una realidad especifica distinta de la de los animales;
la vida humana es especifica y diferente de la vida zoológica:
a) Es biológicamente inespecializado o indeterminado. Lo específico del
cuerpo humano y de la vida de cada ser humano, respecto a otros primates, se
puede resumir precisamente en inespecialización biológica. Una inespecialización
reflejada en una capacidad de unión sexual no ligada a un tiempo de celo; en un
aguante de las mayores oscilaciones de temperatura; poca especialización
digestiva; no posesión de órganos de ataque, etc. Al mismo tiempo, tiene una
configuración morfológica, especialmente en cuanto al tamaño reducido de la
pelvis femenina que junto al aumento del tamaño craneal hacen necesario un
nacimiento “prematuro”; la maduración orgánica, especialmente del sistema
nervioso, le dotan de una gran plasticidad. Y el lento ritmo de crecimiento del
individuo se adecua con una larga dependencia de los congéneres que le capacita
a un aprendizaje en un entorno más cultural que biológico. Este carácter o
propiedad del organismo humano difiere de la especialización animal.
b) Es capaz de novedad radical. Esto es, es capaz de operaciones no
absolutamente determinadas por las condiciones previas. Posee una operatividad
creativa que sobrepasa todo aquello que los más sofisticados procesamientos de
información neuronal podrían hacer emerger. El viviente humano está más «desprogramado»
que el animal, en cuanto que los órganos se constituyen de tal manera que no
ponen márgenes o limites a la indeterminación, y por ello no está
estrictamente sometido a las condiciones materiales.
c) Está abierto y no está nunca terminado. La emisión del programa genético
del hombre está indeterminado en tanto que está abierto a incorporar a la
emisión del programa la información que procede de su relacionabilidad. Cada
ser humano tiene sentido en sí mismo, se relaciona con el mundo y con los demás
haciéndose cargo, está abierto. Se añade a esto el que cada hombre, en cuanto
hombre,. Y guarda a lo largo de toda la vida memoria genética, y memoria en
configuraciones orgánicas, de las relaciones interpersonales y de su propia
conducta; la biografía deja huellas biológicas que son a su vez instrucciones
de la emisión del programa, en cuanto madura el órgano del cerebro permitiendo
la emergencia de una operatividad “impregnada de su propia humanidad”. O
dicho de otro modo, la información genética y epigenética esta potenciada
formalmente liberándole respecto del fin biológico especializado, permitiéndole
poseer sus propias finalidades.
Tal indeterminación en la dinámica de la emisión del mensaje genético se
determina solamente como vida biográfica, es decir, interacciona con el medio
de modo inconsciente, pero irreversible al principio de su vida, y de modo
consciente, responsable y en relación interpersonal, o intramundana, más
tarde. Ambos modos de interacción dejan huella en el sujeto, tanto a nivel genético
como de la configuración orgánica. Todo ello hace de cada vida humana, tanto
en su dimensión biográfica como psíquica y somática, algo único explícitamente.
El carácter único en el origen tenía notas de implícito, pero con el
transcurso de la vida lo único se vuelve biográfico, y con ello explícito.
Cada hombre posee una unidad intrínseca e inseparable de vida biológica (con
las propiedades emergentes epigenéticas y la decaída inexorable propia de todo
viviente animal) y vida "biográfica" con un dinamismo emergente
propio de él mismo, y no genérico de la especie humana. Una unidad con
dinamismos que no son en absoluto paralelos sino que convergen, se solapan o
divergen en diversos puntos, ya que se influyen mutuamente. No es doble vida,
sino que el viviente humano, la persona, tiene dos dinamismos de crecimiento; es
la autorreferencia reduplicativa de la persona. El crecimiento en lo específico
humano no se termina nunca, siempre puede crecer como hombre y ese crecimiento
en lo humano afecta a su biología, a su corporalidad y a la inversa; no se
confunden y no se separan aunque no se reducen el uno al otro. La madurez biológica
no es paralela con la madurez en cuanto hombre; la decaída inexorable de la
vida biológica con el tiempo, a partir de una cierta edad común a todos los
seres humanos, no supone necesariamente una perdida de su humanidad; y a su vez
mientras no se ha desarrollado suficientemente la corporalidad el crecimiento en
cuanto hombre es muy lento.
Y sobre todo ese especifico humano es propio de cada persona, no de todos los
hombres, ya que en las modificaciones intervienen infinitas variables propias de
cada persona y su situación. Así, va configurando con su vida y sus decisiones
libres, con el ejercicio de la voluntad, y el esfuerzo por conocer, las
disposiciones del corazón a amar o a odiar, etc. Y todo esto deja huella biológica.
La operación vital unitaria, la operatividad humana no sólo es una, sino además
única, distinta y propia de cada viviente humano. El dinamismo en cuanto hombre
-con crecimiento continuado, con posibles decaídas o estancamientos- es propio
de cada uno. Esto exige que lo específico del ser humano, el “cada quien”,
esté intrínsecamente insertado en la dinámica de la epigénesis de cada uno.
Como en todo ser vivo, en el hombre, coexisten distintos tipos de propiedades y
operaciones y de todas ellas el viviente es su sujeto. Es el sujeto de donde
proceden, es el sujeto quien las causa y por tanto en él es necesario ir a
buscar el origen de estos fenómenos.
8. La facultad inteligencia y el desarrollo cerebral
La facultad inteligencia, propiamente humana, es hacerse cargo de la realidad en
cuanto tal. En palabras de Zubiri[41], «“la primera función de la
inteligencia es estrictamente biológica: hacerse cargo de la situación para
excogitar una respuesta adecuada. Pero esta modesta función nos deja instalados
en el piélago de la realidad en y por sí misma sea cual fuere su contenido;
con lo cual, a diferencia de lo que acontece con el animal, la vida del hombre
no es una vida enclasada sino constitutivamente abierta“». Es animal de
realidades. Abierto en cuanto capta la relación medio-fin, con independencia de
su situación de necesidad biológica.
Justamente lo más diferencial respecto al animal es que el hombre posee
conocimiento objetivo: se distancia del objeto de manera que puede conocer los
objetos como tales, como algo diferente del sujeto que se enfrenta con ellos. El
hombre no tiene propiamente perimundo sino que tiene mundo: es autónomo frente
a los lazos y la presión de lo orgánico. Esta referencia al objeto es el rasgo
dominante y fundamental del conocimiento objetivo humano. Está abierto al
mundo. Y ello es porque tiene, en principio, la posibilidad de acceder
cognoscitivamente a la totalidad de los objetos que componen el mundo. De ahí
la capacidad de técnica y el lenguaje. El circuito funcional de la vivencia
humana no está cerrado; posee una triple brecha (una triple apertura) en los
receptores, en los efectores y en la conexión entre receptores y efectores.
Estas rupturas se manifiestan en que una vez captado el estímulo no se produce
automáticamente la respuesta sino que hay un hiato entre recepción y acción:
ante un determinado estímulo pueden producirse muy variadas respuestas o no
producirse ninguna. La principal característica biológica del hombre es una
inespecialización: lo son sus receptores, los efectores y su propio cuerpo.
Cualquier cosa puede ser estímulo para él, porque todo tiene para él
significación; las respuestas son impredecibles e incluso puede no responder a
un estimulo. Puede liberarse del automatismo porque puede «parar» el circuito
vivencial; o dicho de otro modo esa apertura triple en el circuito vivencial es
presupuesto biológico de la libertad[42].
El cerebro es una unidad orgánica con crecimiento no determinado; la
diferenciación neuronal, no sólo no termina a lo largo de la vida, sino que
las neuronas se pueden diferenciar sólo por la función, operando. Las neuronas
se diferencian al interaccionar con otras, pero las neuronas no se dividen y dan
lugar a neuronas diferenciadas. En tanto que constituido por neuronas
especializadas el sistema nervioso puede definirse como la fase terminal del
crecimiento diferencial orgánico; terminado este el desarrollo y maduración
requiere y depende de las operaciones vitales del viviente. La indeterminación,
plasticidad, del órgano cerebro se mantiene a lo largo de la vida y así el ser
humano se libera del determinismo biológico, del sometimiento a los limites que
la materia orgánica establece de suyo, y puede conocer la realidad como tal
realidad, sin que el conocimiento esté limitado a lo necesario por sus
necesidades biológicas y puede tener una conducta no dada o prefijada por el código
genético. La facultad inteligencia eleva, potencia, abre, indetermina la
capacidad operativa del cerebro. Por eso el cerebro de cada ser humano es
permanentemente plástico, nunca terminado, con un crecimiento indeterminado que
sólo cada “uno-mismo” determina.
Si el hombre, en cuanto hombre, no está nunca terminado, si en lo específicamente
humano no está nunca constituido a termino, parece difícil establecer un
umbral de carácter de hombre durante el desarrollo embrionario guiado por un
mayor o menor desarrollo del sistema nervioso o del cerebro. Precisamente, es el
carácter de persona lo que potencia, eleva, libera del sometimiento de lo biológico,
tanto en la ontogénesis como en la vida adulta, la construcción plástica del
cerebro. Y a su vez los estados y fenómenos mentales no determinan la toma de
decisiones, ni el pensamiento del hombre, ni la afectividad es meramente estado
mental: la facultad inteligencia es poseída por la persona.
La apertura humana hace que su conducta trascienda los esquemas
espacio-temporales a los que su condición psicosomática permanece ligada sólo
en cierta medida. En efecto:
a) Las tendencias, emociones, etc. emergen de su cerebro, pero no está atado de
manera determinista a los automatismos ligados y emergentes del sistema biológico.
La estructura de la subjetividad humana (el conjunto de operatividades
cognitivas y tendenciales) tiene base orgánica (cerebro conformado), y al mismo
tiempo el propio mundo afectivo, no sólo tiene manifestaciones en la
corporalidad, sino que conforma la corporalidad. Esto es, las relaciones
interpersonales y la misma conducta determinan la construcción y la maduración
del cerebro de cada sujeto. El cerebro de cada hombre es construido por él
mismo, en relación a la información genética y epigenética abierta al mundo,
y en relación personal con otras personas. De esta manera los sentidos
internos, que están de suyo ligados al órgano, son específicamente humanos.
Puede decirse que la mente, la psique humana emerge del cerebro en tanto que el
cerebro es «propio»: su configuración está determinada por la
relacionabilidad y la conducta personal y no sólo por la biología. Esto es,
una autoinformación que además puede crecer. Al nacer, la inteligencia es «tabula
rasa» en la que no hay nada escrito, porque es una indeterminación formal
pura, es abierta, y en cada uno se determina operativamente y puede hacerlo de
una enorme variedad de maneras.
b) Y a su vez, la subjetividad (mente, psique) que emerge de la conformación
cerebral de cada hombre escapa, en cada uno, del automatismo biológico. Los
estados y fenómenos mentales no determinan «necesariamente» la toma de
decisiones, ni el pensamiento del hombre, ni la afectividad es meramente estado
mental, etc. Están posibilitados por la configuración que del funcionamiento
del cerebro logra cada viviente hombre, pero no son necesarios o determinantes.
En resumen, cada persona posee no sólo facultades sensitivas cuyas operaciones
están "cerradas" –con un abanico operativo limitado—, puesto que
están ligadas a órganos; sino que además posee facultades
"abiertas", capaces de modificar el fin de la operación ya que su
crecimiento es abierto y se retroalimentan por hábitos. No es el desarrollo de
la complejidad del cerebro del viviente humano lo que explica su apertura y
capacidad de conocer y situarse en el mundo haciéndose cargo y decidiendo
personalmente; al contrario es lo especifico humano: la libertad y
relacionabilidad lo que explica el desarrollo personal.
Construcción del “propio” cerebro
La cuestión es ahora cómo pueden las facultades específicamente humanas
indeterminar los procesos fisiológicos neuronales eliminando los límites de la
determinación que, como la misma estructura del órgano cerebro, ejercen sobre
las operaciones sensitivas, tendenciales o motoras. Cómo se adecua el cerebro
humano a la apertura, a la relación interpersonal y a la acción inteligente,
sin que, a su vez, sea la inteligencia una facultad “directamente” orgánica.
Es indudable que, en cada persona, la manifestación de lo específicamente
humano exige un órgano adecuado en su estructuración anatómica y
funcionabilidad neurológica. También lo es, y muy indicativo, el hecho de que
el periodo de la vida de cada ser humano en que el cerebro es un órgano plástico
es largo; y que ese desarrollo es gradual, con etapas en orden sucesivo, de tal
forma que la plena manifestación de las facultades requiere un cierto grado de
desarrollo. Y más significativo aún es que ese desarrollo es dependiente de
las relaciones interpersonales afectivas, y que tanto éstas como las decisiones
personales, dejan huella física en el órgano y por ende en su operatividad.
Se ha descrito ampliamente que la indeterminación, inespecialización, o
apertura de la corporalidad humana es presupuesto biológico de la libertad: no
todo cuerpo orgánico es apto como cuerpo humano, capaz de las operaciones específicamente
humanas. Se puede decir, más propiamente aún, que no todo cerebro es,
estructural y funcionalmente, capaz de ser cerebro de un viviente humano.
Las neurociencias actuales describen con hondura cómo la vida afectiva, la
comunicación y comunión interpersonal, afecta al desarrollo cerebral. Uno de
los hallazgos más decisivos ha sido la constatación de que las señales
provocadas en las neuronas por estímulos externos inducen modificaciones en sus
vías de transducción intracelular que llegan al núcleo y de este modo los estímulos
“avisan” y desencadenan modificaciones en la expresión de los genes. La
variedad de receptores capaces de captar esas señales externas y la abundancia
de caminos metabólicos intracelulares que se entrecruzan, confluyen y divergen,
añaden un grado más de complejidad a la ya rica red de interacciones entre las
neuronas. Se entiende que la variedad de reacciones intraneuronales en cadena
que dependen de moléculas concretas de los caminos de señalización, conforman
una salvaguarda o garantía para que, dentro de unos límites, diversos estímulos
de distinta naturaleza confluyan y terminen por conseguir el mismo resultado o
respuesta neuronal. A su vez las respuestas pueden ser excitadoras o
inhibidoras. Además la activación neuronal, precisamente por
“retroalimentar” la información genética de las neuronas, al activar la
expresión de los genes, modelan la estructura cerebral. De ese modo, la
experiencia modela el funcionamiento de la actividad neuronal del momento y
puede modelar la estructura en continua mutación del cerebro durante toda la
vida.
De la complejidad del funcionamiento orgánico de los circuitos neuronales
emergen operaciones; en cada hombre hay pues una emergencia de funciones,
operaciones, o facultades nuevas, que descansa en la ampliación y emisión
regulada de la información genética. Más aún, la indeterminación personal
de la epigénesis se apoya y está, en último termino, posibilitada por el
genoma humano. En efecto, la posesión y expresión regulada de genes que
codifican para neurotransmisores inhibidores permite una capacidad de regulación,
de freno, de los circuitos neuronales[43]. El automatismo en la respuesta
descansa en las conexiones excitadoras y por ello la inhibición libera de
automatismo. La variación de las condiciones iniciales (cambio de la velocidad
inicial por frenado o inhibición) del flujo de información neuronal de un
circuito, de un ciclo caótico, varía la trayectoria del flujo de manera
impredecible. En efecto, los fenómenos mentales humanos están estrechamente
correlacionados con el freno en el disparo de los procesos fisiológicos, con la
regulación de la actividad de neuronas apropiadas, localizadas en áreas
concretas y asociadas en redes neuronales específicas, que interaccionan entre
sí de una determinada manera en la jerarquía neuronal de la estructura orgánica
del cerebro, y circuitos aferentes y eferentes de la corteza al hipotálamo.
Ahora bien, puesto que el establecimiento de circuitos y redes neuronales, las
jerarquías y los sistemas de regulación y refuerzo, especialmente de inhibición,
son “producto personalizado”, son esos y no otros diferentes los circuitos y
el cerebro conformados anatómica y funcionalmente en la única vida de cada
hombre.
La mente humana trasciende lo que antes hemos llamado "mente animal"
como pone de manifiesto su operatividad específica –piénsese en la capacidad
de abstraer o de razonar-; las facultades, específicamente humanas, como el
intelecto, o la capacidad de amar, no puede decirse propiamente que
“emerjan” de lo material –como afirma el emergentismo clásico-; más bien
la "mente humana", facultad, no emerge de las estructuras cerebrales
como algo "nuevo" desde una materia, sino sus operaciones: eso es lo
nuevo. Es erróneo, tanto considerar que la mente emerge de la ordenación
material, como considerar la mente al margen de la ordenación material que
requiere, como si la operación pudiera "operar" sin objeto. En
efecto, las operaciones de rango superior dependen para la realización de sus
actos específicos de los objetos de las facultades de rango inferior; de hecho
nunca se piensa “en seco”, siempre se piensa “algo”, se quiere
“algo”, se desea “algo” etc., y ese algo estuvieron antes, de otro modo
en las otras facultades. Es lo que tradicionalmente se afirma con la sentencia:
nada hay en el intelecto que no haya estado antes en los sentidos.
Por esto, la complejidad funcional del cerebro humano (que tiene una dinámica
caótica en el espacio y en el tiempo) da cuenta de la personalidad del sujeto
(en cuanto el cerebro es “trabajado personalmente”) y de la liberación,
también personal, del automatismo biológico. Es el sujeto mismo quien causa el
estado mental al modificar, en la tarea de frenado, o inhibición, las
condiciones iniciales de la actividad neuronal conduciendo el sistema a un
resultado impredecible, no atado ni sometido, a la fisiología cerebral. Un
comportamiento en sí mismo indeterminado y por ende original y originado por el
sujeto.
Es el genoma propio de la especie humana el que sustenta la posibilidad de genes
cuya expresión regulada epigenéticamente permite a un ciclo neuronal poseer
una dinámica caótica. Un gran número de genes contiene la información que
determinará la estructura fundamental del cerebro humano. En este sentido, el
patrimonio genético de la especie humana posee como propiedad elemental la
información genética para codificar la síntesis de los componentes
funcionales cerebrales, que son por tanto presupuesto biológico para el
viviente capaz de liberarse del automatismo, la persona humana. Así podemos
decir que la facultad inteligencia libera a cada hombre del sometimiento a los
fenómenos mentales mediante la operación de los procesos de frenado, inhibición
o reflujo de información desde la corteza a las estructuras subcorticales[44].
Esto supone que la operatividad de las facultades propias del ser humano exigen
una funcionalidad, integración y armonización de todas ellas. Es bien conocido
que no acaba de construirse un cerebro adecuado, no madura, si la vida no es
vivida en relación personal. La experiencia de algunos niños criados fuera de
un entorno humano, que no llegan a poder desarrollar el lenguaje, es muy
significativa.
Daniel Siegel[45] ha abordado, desde diversas perspectivas, la interacción de
las relaciones humanas, “compasión”, con los procesos biológicos del
cerebro, en la modelación de la mente en desarrollo a lo largo de toda la vida.
El cerebro es un conjunto complejo de sistemas integrados que tienden a
funcionar juntos por ello si un niño tiene experiencias de apego no óptimas,
su mente puede no funcionar como sistema bien integrado. Antes del nacimiento se
forman los elementos básicos de las estructuras más profundas. En el momento
del nacimiento, sin embargo, el cerebro está menos formado respecto a todos los
demás órganos. Durante los tres primeros años, se establecerá un número
inmenso de conexiones sinápticas, determinadas en primer lugar por el genoma,
pero modeladas por la experiencia. Durante los primeros años de la vida, se
desarrollan los circuitos cerebrales básicos, responsables de unos cuantos
procesos mentales relacionados con la emoción, la memoria, el comportamiento y
las relaciones interpersonales. Así, la relación,“compasión”, con el niño
de pocos meses permite que este desarrolle la lateralización de sus hemisferios
cerebrales, imprescindibles para la operatividad específicamente humana.
En este mismo sentido, las experiencias del desarrollo de las capacidades
intelectuales de los niños con síndrome de Down mediante la riqueza afectiva
son ilustrativas de cómo las emociones modulan la capacidad cognitiva. Las
conexiones del sistema límbico con el cortical son bien conocidas. «“Es
evidente que hay seres humanos que poseen limitaciones en su capacidad
intelectual, en un grado que les hace correr el riesgo de quedarse inermes a la
vera de nuestros caminos. Puede ser vacilante el fluir de su pensamiento; puede
estar entumecido su poder de reflexión; puede sentirse confusa su capacidad de
absorber y relacionar la información que le inunda. Y sin embargo sigue siendo
él, sí-mismo, quien en definitiva decide, ejecuta, hace o deshace, expresa de
una manera inexplicable su propio coto de libertad; porque toda acción es
consecuencia de una decisión personal»”[46].
En resumen, puesto que lo característico humano es captar la realidad como
realidad, la psique humana no es simplemente un principio intrínseco de unidad
y de actividad que implica los niveles de la sensación, la imaginación y el
conocimiento. La psique humana es intelecto y consciencia (lo que se suele
denominar espíritu, alma espiritual, o el “yo”), que no se corresponde con
la psique animal. Y precisamente porque es intelecto y consciencia, que no
existe en el animal, sólo el hombre puede "despegarse" del mundo. El
desarrollo del cerebro tiene que ver con el genoma, pero su operatividad
sobrepasa las determinaciones que éste establece. La limitación la pone el órgano,
pero la operatividad es más libre que la apertura de posibilidades que la masa
cerebral ofrece. Los sentidos captan formas que son orgánicas, pero la
realidad, en cuanto realidad, es independiente de la materia.
La facultad inteligencia no emerge del desarrollo cerebral-mental, sino que por
el contrario se manifiesta precisamente en el freno y regulación de las
estructuras psíquicas libres del automatismo biológico. Es la facultad
inteligencia la que libera del sometimiento a los fenomenos mentales.
9. Persona humana
La cuestión radical acerca de la persona va más allá de las cuestiones que
son aplicables al hombre como ser genérico, es decir, de las propiedades que
son aplicables a todo hombre como perteneciente a los seres vivos y como
individuo de la especie humana. Es importante profundizar en lo que podríamos
llamar el “cada quien”, la persona. Para desentrañar su significado filosófico
no es suficiente la composición hilemórfica (materia-forma, aplicada
impropiamente al hombre como la dualidad cuerpo-alma), ni la distinción de las
diez categorías (la substancia y los nueve accidentes).
La metafísica tomista del «esse» ha sido tomada por Leonardo Polo[47] como
base para la elaboración de una “Antropología transcendental”: se puede
diferenciar “naturaleza y persona” al mostrar que la persona se halla
precisamente en el nivel de la subsistencia, que es el nivel o intensidad del
ser (esse) al que se le vino a llamar nivel transcendental. Su tesis básica es
que la persona humana no se define por su naturaleza o esencia sino por el acto
de ser o «esse». De ahí que tenga carácter transcendental. El «esse»
humano se caracteriza por su “apertura”; de ahí que su existencia sea
“co-existencia”. La apertura propia de la persona humana es lo que
denominamos “libertad”, “libertad transcendental.” La libertad es el
acto de ser propio de la persona humana. Esto permite distinguir en el hombre, a
su vez, dos dinamismos constituyentes distintos: el propio de su naturaleza biológica,
que se rige por las leyes de la biología, y el propio de su libertad personal.
Este último dinamismo es el que hace de la vida una tarea abierta y por tanto
una empresa moral.
El radical más profundo del hombre se encuentra en la persona, más allá de la
naturaleza. De hecho, la alusión al alma como principio de operaciones,
principio vital, y por tanto acto, obliga a la consideración del tipo de acto
que se está poniendo en juego: el “quien” o “cada uno”, frente a la
naturaleza humana entendida como lo común específicamente considerado. La
persona no se caracteriza únicamente como modo sustancial, es decir, como una
determinación última de la esencia que le hace apta para recibir la
existencia. La diferencia radical entre las cosas y las personas se halla en el
orden del ser; el mismo «esse» humano es radicalmente diferente del «esse»
de lo no-humano del cosmos; diferencia que puede entenderse en cuanto intensidad
de ser. Visto el acto personal de este modo, aparecen las notas clásicas que
acentúan la irrepetibilidad –incomunicabilidad- y la subsistencia, y de otros
algunos filósofos contemporáneos que sitúan la relacionalidad –la misma
apertura al medio vista en el mundo animal pero realizada con nuevas dimensiones
y con diferencia no cuantitativa, sino cualitativa- como dimensión
constitutiva, ontológica, y en ella se fundamentan las aperturas o relaciones
que cada persona establezca.
Es preciso, pues, articular estos dos aspectos de incomunicabilidad y apertura
–que se perciben como notas fundamentales- de forma que la persona aparezca de
tal modo que cada uno sea soporte del otro, y la persona pueda convertirse en el
núcleo de la antropología y sus aportaciones puedan orientar a la biología en
la búsqueda de sentido de los descubrimientos que del genoma humano va
realizando. Es decir, puesto que al subir en la escala biológica la aparición
de propiedades emergentes y con ello la indeterminación del proceso
constituyente aumenta, este salto es mucho mayor en el hombre. Si en el estudio
del ser vivo genéricamente es prioritario la observación de la operatividad
del mismo (reveladora de la constitución de sus facultades), en el caso del
hombre como ser personal estas observaciones son aún más importantes, toda vez
que no se quiere reducir al hombre a lo inmediatamente dado físicamente. De ahí
que sea importante recordar que al ser personal se le tiene como un ser que se
posee a sí mismo y que es dueño de sus actos, un ser dotado de intimidad, y
abierto a la relación sin alejarse de sí.
El ser humano no se debe llamar existencia sino co-existencia. El acto de ser
humano es «esse» como apertura; lo característico del hombre frente al cosmos
es que es persona. Persona significa ser abierto, ser como apertura; pero una
apertura, en primer lugar, no hacia otros seres, sino sobre todo apertura hacia
dentro. Ser como apertura hacia dentro equivale a intimidad; y por eso el hombre
se puede abrir hacia otros seres distintos de él. A esta co-existencia íntima
del «esse» humano da también el nombre de «libertad trascendental. La
libertad trascendental equivale al modo en que el acto de ser humano está
abierto hacia dentro, y por eso, se puede abrir hacia fuera. Polo establece así
claramente la equivalencia de ser, persona y libertad en el acto de ser
humano[48]. De este modo, la libertad humana queda situada en lo más alto e íntimo
del ser humano, más aún, es la explicación última de su intimidad. Por
consiguiente, persona humana, intimidad y libertad se convierten en la expresión
co-existir.
El ser del hombre es superior a la unicidad. Coexistir es comunidad, no sólo
ser[49]. Visto el acto personal de este modo, aparecen las notas clásicas que
acentúan la irrepetibilidad – o incomunicabilidad- y relacionalidad –la
misma apertura al medio vista en el mundo animal pero realizada con nuevas
dimensiones y con diferencia no cuantitativa, sino cualitativa- como dimensión
constitutiva, ontológica, y en ella se fundamentan las aperturas o relaciones
que cada persona establezca. Co-existir designa entonces el modo propio y
característico en que el ser humano es espíritu: “co-existir es la amplitud
interior del acto de ser humano”[50]. En rigor, persona significa “cada
quien”, es decir, cada intimidad, cada libertad; por eso, persona significa,
ante todo, irreductibilidad[51]. La concepción del acto de ser humano como
co-existencia no significa, sin embargo, declarar que la intimidad personal
humana equivalga a un núcleo cerrado en sí mismo, ya cumplido, terminado, estático:
la persona queda abierta, o mejor expresado, es apertura.
Y ahí se encuentra la explicación de por qué en el hombre su acto de ser se
distingue realmente de su esencia: precisamente porque el acto de ser humano es
co-existente, ser y esencia forman una dualidad en el hombre. Ni el co-acto de
ser es una realidad en sí misma, ni la esencia humana es una realidad en sí
misma, pues sólo son reales en dualidad. Tradicionalmente, la distinción real
del ser con la esencia se ha comprendido desde las nociones de acto y potencia;
la esencia es potencia respecto del ser como acto. Ahora bien no será ajustado
aplicar la misma noción de acto y de potencia de la metafísica a la antropología.
En este sentido, es una novedad introducida por Polo entender esta distinción
real desde la dualidad: se descubre un nuevo sentido del acto de ser humano como
co-acto y un nuevo sentido de la esencia humana. La dualidad de la esencia
humana estriba en ser acto-potencial; este carácter se vislumbra en todo
proceso constituyente de la complejidad de un ser vivo, un crecimiento, pero no
en el sentido como es crecimiento en la persona.
Por ello, la esencia humana no puede ser entendida como un principio, pues también
es dual[52]. La esencia humana como dualidad acto-potencial está formada por la
dualidad entre la vida biológica humana (de los padres) y la "la vida como
yo humano". No es doble vida sino elevación, reforzamiento, inspiración
de la vida recibida. Es un «vivir más». Un más que es cualitativo ya que es
elevación, reforzamiento, en una palabra libertad. Desde la consideración de
la actividad de la esencia humana, como la vida como libertad, se comprende
mejor el carácter perfectivo de la esencia humana: la vida humana es
susceptible de crecimiento irrestricto[53]. Carácter que no tiene la vida
recibida de los individuos de otra especie que no sea la humana: no tienen “más
vivir”. En palabras de Polo la persona es "co-existencia íntima", o
"el viviente cuya esencia es un vivir más". O sea, la actividad
existencial humana no se corresponde con la vida, sino con el viviente: la
persona humana no es la vida, sino el viviente. La esencia de la persona humana
es vida recibida y reforzada. De tal suerte que el rasgo distintivo de la
esencia, o vida, humana que procede innatamente de la persona humana, del esse
respecto de la esencia física o cósmica, es precisamente la toma de
decisiones, puesto que lo peculiar de la vida humana es la acción práctica, en
su amplia diversidad de sentidos. Esto tiene un gran interés en el tema que nos
ocupa.
Embriología de la persona humana
La vida biológica humana está reforzada (en perfecta unidad de vida biográfica
de cada uno) con la libertad. La única vida humana personal crece con los hábitos
y las virtudes con una “curva de tiempo” que no es paralela con el
crecimiento orgánico. La vida de cada persona humana, del viviente humano, aúna
dos procesos constituyentes con diferente dinamismo temporal. La vida humana
recibida tiene la autoconstitución propia de un organismo vivo perteneciente a
la especie homo sapiens y en tanto tal constituye un cuerpo que es
indeterminado, inespecializado, cuyo dinamismo está abierto (especialmente en
lo que se refiere al desarrollo cerebral) a la relación con el mundo y con los
demás; esto es, es siempre un cuerpo humano. Al añadir libertad, la vida como
yo humano, tiene un dinamismo poseído. La persona humana tiene la vida en
propiedad y por eso la persona tiene la vida como tarea, como quehacer, que no
viene determinada por la biología más que como disposición previa. Posesión
significa precisamente la no consecución necesaria de un telos. El fin no está
determinado y, por poseerlo en propiedad, la plenitud de vida es tarea a
alcanzar. El dinamismo constituyente en cuanto vida como yo humano ordena a la
libertad, es decir indetermina el dinamismo constituyente de la vida en cuanto
al telos.
Desde esta perspectiva, la embriología humana requiere, a diferencia de la zoológica,
reconocer en el hombre la coexistencia en un único sujeto personal en estos dos
dinamismos. Se ha descrito quien es el ser humano como compuesto por dualidades
que se encuadran en los tres ámbitos: el de la naturaleza, el de la esencia y
el de la persona (ampliando así la simple composición de alma y cuerpo). La
naturaleza humana es la dotación natural: el cuerpo y sus funciones
vegetativas, las potencias sensibles, los apetitos, las potencias superiores de
inteligencia y voluntad, las diversas manifestaciones humanas. La esencia humana
es un modo diferente de llamar a la inteligencia y voluntad ya perfeccionadas
por la persona. Tanto la naturaleza como la esencia humanas son la “vida
recibida”.
En cambio la persona humana es lo distinto de cada ser humano; es quien tiene a
su disposición la naturaleza humana, y quien desarrolla la esencia humana, es
quien progresivamente potencia y eleva la naturaleza a esencia. Todo esto es
posible por la coexistencia, en un único sujeto personal, de esencia y acto de
ser. Las facultades propiamente humanas no son separables del soporte biológico
ni del constituirse, desarrollarse y madurar.
Pertenecen a los tres ámbitos citados anteriormente: el de la naturaleza (órganos
y funciones que son la base orgánica de las facultades), el de la esencia (los
fenómenos mentales son asumidos, libre e inteligentemente, por el hombre que
los experimenta; y a su vez ese experimentar deja huella biológica en tanto que
modula la anatomía del órgano y su funcionamiento) y el de la persona (siempre
remiten a un yo que es su sujeto, que es quien las experimenta).
La aportación fundamental de L. Polo a la embriología humana se puede resumir
así: el dinamismo constituyente del hombre -en cuanto vida como yo humano-
indetermina el dinamismo constituyente de la vida en cuanto organismo biológico;
de esta forma el ser humano se constituye en un viviente inespecializado, y
liberado del automatismo propio de lo biológico. EL carácter de persona
inserta intrínsecamente libertad al dinamismo de la vida humana de cada quien.
Lo especifico de la realidad hombre no puede ser entendido como otro principio
operativo, sino que eleva, potencia, o refuerza -es decir añade libertad, o lo
que es lo mismo indetermina-, la dinámica de la epigénesis o emisión del
programa genético de cada hombre. Una indeterminación que libera del
automatismo de los procesos biológicos puede dar cuenta del peculiar modo de
relacionarse con el mundo de cada persona, de su apertura e indiferenciación
biológica. Es el carácter de persona lo que potencia, eleva, libera del
sometimiento de lo biológico, tanto en la ontogénesis como en la vida adulta,
la corporalidad, y de manera especial la construcción permanentemente plástica
del cerebro.
La emisión del mensaje genético, en cada ser humano, a lo largo de su
existencia temporal, está indeterminado respecto al fin biológico de vivir. Es
por tanto inherente y no mera información emergente; ordena la información a
la libertad, es decir indetermina la emisión en cuanto a la mera vida corporal
y la ordena hacia el fin propio personal; así la vida humana de cada persona
puede “liberarse” de las determinaciones estrictamente biológicas. El
"cada quien" no informa más que en el sentido de indeterminar el fin,
de liberar del automatismo, y no de configurar los elementos materiales. Por
ello las tendencias o predisposiciones pueden de hecho ser cambiadas por el yo
personal, porque el mensaje y la información de su emisión ha sido en su mismo
origen elevado o reforzado por el ser personal y así se determina, se decide
respecto a sí mismo. Precisamente la toma de decisiones es lo más peculiar de
la vida humana. Ahora bien, para poder tomar decisiones concretas sobre la
propia vida, el hombre necesita ‘diferenciarse o distanciarse’ del cosmos,
con hábitos y virtudes; esta dimensión (espiritual o no ligada directamente a
la biológica) procede innatamente de la persona humana. El ser personal
refuerza la emisión del mensaje genético humano penetrándolo de libertad: la
emisión epigenética se eleva o se refuerza liberándose, indeterminándose
respecto al fin biológico del viviente, y a su vez se determina, se decide
respecto a sí mismo.
Alma humana. Indeterminación de la emisión del mensaje: cuerpo humano
En palabras de Rof Carballo, “el hombre resulta, como todo ser biológico, de
la puesta en marcha de un proceso que llamamos “información genética” o
herencia. Esta ofrece, como peculiaridad, la de preparar al ser vivo para un “último
terminado (“urdimbre”) que le permitirle asimilar, incorporar, unas
estructuras formales del ambiente a las estructuras organizadas por la herencia,
le dotan de una máxima capacidad de adaptación dentro de su mundo peculiar. La
llamada “necesidad de objeto” deriva pues, en el fondo, de un proceso genético,
se confunde en cierto modo con la ”herencia socio-genética” y es, por
decirlo así, su manifestación visible en el mundo de la observación accesible
al psicologo y al psicoterapeuta. Pero tiene otras maneras de manifestarse, por
ejemplo, en el “encuentro con el lenguaje” o con las “categorías lógico-matemáticas”
en el “proceso de aprendizaje” (Piaget) o en el encuentro con los ritmos
biológicos. Y en un plano más biológico aún, en el establecimiento de la
autoinmunidad y de los enzimas adaptativos. Todos ellos fenómenos profundamente
correlacionados y que nacen de una misma situación biológica primordial”[54]
. Conviene señalar que lo originario para Rof es lo biológico que predispone
para la primera interrelación (o encuentro) que es afectivo, en concreto
materno-filial, o tutorial en su defecto.
Estos son los elementos fundantes de toda génesis humana. Un esquema ascendente
desde la información genética que sin “multiplicar las almas”, o
principios, permiten dar cuenta de lo especifico de la vida del ser humano.
Efectivamente, la emisión del mensaje genético humano hace pensar en la fuerte
potencia de la operatividad humana. El desarrollo del cerebro tiene que ver con
el genoma, pero su operatividad sobrepasa las determinaciones que éste
establece. La operatividad es más libre que la apertura de posibilidades que la
masa cerebral ofrece. La estructura de la subjetividad humana (el conjunto de
operatividades cognitivas y tendenciales) tiene base orgánica (materia ordenada
con capacidad operativa), y reclama la existencia de potencias operativas
superiores (no se entendería la realidad operativa inferior del hombre sin la
superior). Pero en ninguna parte del cuerpo está el órgano que permite llegar
a la operación superior. Quienes no hablan de intervención de Dios, que crea a
cada hombre dándole el ser extra nihilum, hablan de “emergencia”:
sobreviene algo no contenido directamente en la información genética, pero
requerido por ella para ser completa y coherente la operatividad.
Por el contrario, en la Antropología de Polo, el alma humana, que procede del
esse creatural personal, eleva, incrementa, amplia la emisión del mensaje genético
al hacerla plenamente indeterminada, esto es libre. Lo añadido a lo recibido es
relación de lo uno a lo otro, presencia de lo uno en lo otro. Otra dimensión
implicada en el dinamismo vital, es reforzar una vida, que no viene de ella, y
respecto de la cual le corresponde añadir, elevar; insuflar libertad, amor e
intimidad. Y el modo de añadir son hábitos y virtudes. El hábito perfecciona
e incrementa la esencia –vuelve a tratarse de una estructura epigenética en
este caso no estrictamente material-; amplía la libertad y aumenta el fin. Y,
esta vida añadida, el alma espiritual, o yo humano, procede innatamente de la
persona, del ser.
La vida recibida es humana, puesto que procede de los gametos de los padres que
son seres humanos y aquellas capacidades operativas del alma humana que
sobrepasan las condiciones materiales como muestra su operatividad, que son de
la persona, añade libertad, amplia y eleva la vida. Por ello la emisión del
mensaje genético, en cada ser humano, a lo largo de su existencia temporal, está
indeterminada respecto del fin intra-cósmico; esto es, es inherente, no es
forma, sino que indetermina la forma (código genético humano) del ser viviente
humano. Lo añadido, se añade de tal modo que ordena la forma a la libertad, es
decir indetermina la emisión en cuanto al telos.
Abre la emisión del mensaje: tiene la estructura real no ligada a órgano. El
modo de recibir el mensaje genético es que en vez de quedarse ordenado a la
vida corporal, se ordena hacia lo añadido. Y de esta manera puede decirse que
el alma humana-espiritual no informa más que en el sentido de indeterminar el
fin: de este modo el coprincipio es esse, y permite la realidad de la esencia
dotándola de fin –cuarto elemento de la tetracausalidad que constituye una
esencia completa. Por ello las tendencias o predisposiciones pueden de hecho ser
cambiadas por el yo personal (en este sentido la noción de aprendizaje aplicada
al hombre crece en posibilidades que son, propiamente las virtudes y en general
los hábitos comportamentales), porque el mensaje ha sido en su mismo origen
"elevado o reforzado".
El organismo del viviente humano, el cuerpo humano, manifiesta a la persona; en
sí, anatómica y funcionalmente, tiene esa misma "lógica" de
apertura, relacional: nacido sin terminar, con lento desarrollo, indeterminado
biológicamente, con inespecíficidad fisiológica, sin instintos (sólo posee
tendencias), con capacidad de no responder a una necesidad biológica, con una
enorme plasticidad neuronal y por todo ello necesitado para ser viable y para
alcanzar la plenitud humana de atención y relación con los demás. Todo esto
puede interpretarse como mera carencia (necesidad) o como apertura
(posibilidad)[55]. Obviamente, la información para la construcción de un
organismo que es cuerpo humano está contenida en el mensaje genético que cada
viviente humano recibe de sus progenitores. El cuerpo humano abierto, no cerrado
en su biología, en su "pobreza" de especialización por indeterminación
biológica, es presupuesto biológico para un ser libre. En su libertad radical
es capaz de resolver con técnica lo que la “biología“ le ha negado:
potencia con hábitos la inteligencia, la capacidad creativa, hace cultural su
forma de vivir[56].
Determinación corporal por el carácter relacional de la persona humana
Por el carácter epigenético de la vida, también lo relacional, la apertura de
la persona humana, el propio mundo afectivo, no sólo tiene manifestaciones en
la corporalidad, sino que determina la corporalidad. Esto es, las relaciones
interpersonales y la misma conducta determinan la construcción y la maduración
del cerebro del sujeto. La vida humana tiene indeterminación en la emisión del
mensaje genético y su desarrollo sólo se determina como vida biográfica, es
decir, interactuando con el medio de modo inconsciente pero irreversible al
principio de su vida, y de modo consciente, responsable y en relación
interpersonal o intramundana más tarde. Ambos modos de interactuar dejan huella
en el sujeto tanto a nivel genético como orgánico. Todo ello hace de cada vida
humana, tanto en su dimensión biográfica como psíquica y somática, algo único
explícitamente. El carácter único en el origen tenía notas de implícito,
pero con el transcurso de la vida lo único se vuelve biográfico, y con ello
explícito.La emisión del programa genético del hombre está indeterminado en
tanto que está abierto a incorporar a la emisión del programa información que
procede de su relacionabilidad, dejando de percibir el entorno como estímulo y
recibiéndolo como mundo con el que ha de habérselas. La biografía deja
huellas biológicas que son a su vez instrucciones de la emisión del programa
en cuanto madura el órgano del cerebro permitiendo que emerja una operatividad
"impregnada de humanidad".
Así el sujeto beneficiario de la operatividad humana es el hombre total
(materia ordenada, con eficiencia y fin). En la emisión del mensaje, el
desarrollo del viviente humano es fruto de las "órdenes primarias del
genoma", más adelante del desarrollo de los tejidos que este desarrollo va
generando; las posibilidades del genoma se hacen potencias reales en ese
desarrollo. Y el cambio de posibilidad a potencia operativa y después a
realidad somática es la expresión más clara del carácter abierto del genoma
humano y de la dependencia de operatividades no ligadas inmediatamente a la
información genética, sino también a la interacción con el medio. Esta
dependencia de posibilidades no determinadas genéticamente (sólo
posibilitadas) hace pensar que las posibilidades operativas no son sólo las
visibles en la ordenación del genoma, y que, sin embargo tienen vital
importancia para el desarrollo del sujeto.
Esto es propio de cada persona, no de todos los hombres –ya que en las
modificaciones intervienen infinitas variables propias de cada persona y su
situación- sino de cada hombre, cada persona. Así, va configurando con su vida
y sus decisiones libres, con el ejercicio de la voluntad, y el esfuerzo por
conocer, las disposiciones del corazón a amar o a odiar, etc. Todo esto deja
huella. El alma humana única es distinta y propia de cada cuerpo humano. Nunca
en otro viviente, como en el humano, materia y forma se corresponden tan
plenamente que puede decirse de cada persona humana que es su cuerpo.
Conclusión
Con la aparición de un viviente con fenotipo cigoto humano se constituye una
realidad con operatividad, no sólo propia, sino además potenciada al nivel
especifico del hombre. Puesto que la dotación heredada, y la información
epigenética, configura un viviente que es indeterminado respecto al fin biológico,
la diferencia radical entre los seres vivos y cada una de las personas se debe
hallar en el orden del ser: el ser del hombre es ser personal. Por la apertura
del ser personal cada hombre no está medido por la vida biológica. La persona
humana no es la vida, sino el viviente. El ser personal refuerza la emisión del
mensaje genético humano penetrándolo de libertad: la emisión epigenética se
eleva o se refuerza liberándose, indeterminándose respecto al fin biológico
del viviente, y a su vez se determina, se decide respecto a sí mismo. La
autorreferencia reduplicativa de la persona no es doble vida, dualismo, sino
manifestación de que tiene constitutivamente dos modos de crecimiento unitario:
crecimiento en cuanto emisión de la información del genoma recibido de los
padres, y crecimiento como persona, en cuanto “vida como yo humano”. Es el
carácter de persona lo que potencia, eleva, indetermina, libera del
sometimiento de lo biológico. La emisión del programa genético del hombre está
indeterminado en tanto que está abierto a incorporar la información que
procede de su relacionabilidad a la emisión del programa. Por tanto, aquello
que es específico del ser humano (la apertura) ha de estar intrínsecamente
insertado en la dinámica de la epigénesis misma de cada individuo.
La biología es capaz de esclarecer algo sobre la esencia del ser humano,
poniendo de manifiesto la necesidad de principios no sólo inmateriales
(realidades inmateriales son el código genético o información), sino de mayor
intensidad operativa. La filosofía es capaz de esclarecer a su vez qué tipo de
sujeto es aquel que posee las notas descritas por la biología abundando en
ellas y llevándolas a sus últimas consecuencias: el coexistir, o el carácter
de persona, y con ello el fundamento de la dignidad, no es otorgada por las
acciones del sujeto, sino previa a éstas. En cuanto se inicia un viviente
humano (una realidad material tiene la configuración propia del fenotipo cigoto
humano, o dicho de otro modo, se inicia la emisión de un nuevo mensaje genético
humano) existe un ser personal.
Sin embargo, ninguna de ellas –ni la biología ni la filosofía- son capaces
de responder a la pregunta nuclear relativa al origen de la vida «añadida» al
hombre, que es precisamente el valor supremo que los estudios biológicos
comenzaron a despertar. La respuesta rápida –que no responde- es la
“emergencia” del ser personal –su operatividad- y con ella de la dignidad
misma de la persona. Corresponde a la Teología mostrar que esa estructura
personal no es sino reflejo de la vida Trinitaria, y la aparición de cada
persona la misteriosa concurrencia del querer de Dios –otorgando el «esse»,
y con ello la vida añadida- y el querer de los padres –que trasmiten la vida
recibida-. Concurrencia que siempre se da, pues no hay ser vivo perteneciente a
la especia «Homo sapiens» cuyo acto de ser –«esse»- no posea la intensidad
propia de la persona.
______________________________
(*)Dibujo de: www.billiken.com.ar/revista/billiken/brb_4240n03.htm
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[1] Distinguimos ambos términos: “maduración” habla del crecimiento
posible del sujeto a partir de sus propias condiciones iniciales, mientras que
el segundo, “desarrollo”, añade los aprendizajes que la interacción con el
medio se suman a ese mismo crecimiento. De este modo la plena manifestación
requiere condiciones del sujeto (lo dado) y aportaciones del medio (lo
adquirido). Cfr. Papalia D.E., et alt. Psicología. McGraw-Hill. México. 1987,
p. 164.
[2] L. Polo. La cibernética como lógica de la vida. 2002. Studia Poliana , 4,
pp. 9-16
[3] Cfr. los trabajos de I. Prigogine, G. Nicolis, I. Prigogine.
Self-organization in non-equilibrium systems, Wiley (Ed.) 1977. Para una
ampliación del nacimiento e historia de la ciencia del Caos véase J. Gleick .
Caos, la creación de una ciencia. Ed. Seix Barral. Barcelona. 1988.
[4] Para una visión crítica de las distintas perspectivas epistemológicas
posibles para abordar el estudio del hombre y la relevancia de la perspectiva
aristotélica puede verse: V. Arregui, J, Choza, J. Filosofía del hombre. Una
antropología de la intimidad. Rialp. Madrid 1995. pp. 19-53.
[5] TEMAS 3. Investigación y Ciencia, Construcción de un ser vivo, 1996.
[6] Cfr. para mayor información Polarity in Biological Systems .Cove D.J., Hope
I.A. and Quatrano R.S. pag. 507-524, en Development. Genetics, Apigenetics and
Enviromental regulation. Rosso et al eds. Springer. N.Y. 1999
[7] Nicolis, G. y Prigogine, I. Self-organization in non-equilibrium system.
Wiley Ed. 1977.
[8] Con lo visto hasta el momento parece claro que corresponde al ser vivo, tal
y como está siendo descrito, la característica clásica de “inmanente”, es
decir, superación de la distensión temporal propia de lo inerte. Cfr. V.
Arregui, J, Choza, J. Op. cit.. pp. 56-63.
[9] F. Montero y F. Morán “BIOFÍSICA. Procesos de autoorganización en
Biología” Ed EUDEMA. XXX
[10] De hecho, los estudios etológicos han puesto de manifiesto que muchas
conductas que se consideraban instintivas no son tales, sino aprendidas. Es el
caso del “troquelado”. Cfr. Rof Carballo, J. Urdimbre afectiva y enfermedad.
Lábor. Madrid. 1961. p. 47.
[11] Montero, ob. citada, pag. 429
[12] Cfr. J. Gleick. Caos, la creación de una ciencia. Ed. Seix Barral.
Barcelona, 1988.
[13] Gleick , ob. Citada, pag. 280.
[14] Gleick , ob. Citada, pág. 298.
[15] Cfr. Collins, F. S. y Jegalian, K. G.”El código de la vida ,
descifrado”. Investigación y ciencia, enero, 2000, pág. 42-47... Beardsley,
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[16] Cfr. para mayor información Polarity in Biological Systems. Cove D.J.,
Hope I.A. and Quatrano R.S. pag. 507-524, en Development. Genetics, Epigenetics
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[34] Cfr. Han, Yong- Manh (2001) Nature Genetics, 28, 173.
[35] Cfr. London PM (2001) BJM 322, 318;Human Reproduction (2001) 16, 221-225.
[36] En algunas especies los óvulos se activan espontáneamente (partenogénesis).
En el hamster dorado se activa espontáneamente una elevada proporción de óvulos
durante el envejecimiento; se forman pronúcleos y puede o no emitirse el
segundo cuerpo polar y algunos óvulos segmentan y llegan al estadio de 2 células.
Los óvulos de mamíferos pueden activarse artificialmente empleando una
variedad de estímulos. Pero los óvulos partenogénicos no llegan a
desarrollarse a término: no son individuos. Ahora bien si las células
producidas por su multiplicación se agregan a un embrión del mismo estadio de
desarrollo (8 células por ejemplo) que ha sido fecundado normalmente, y la
quimera resultante se desarrolla hasta el nacimiento. Es decir la activación de
un óvulo no da un viviente sino un conjunto de células organizadas; estas células
transplantadas a un viviente precoz se insertan en el programa de desarrollo del
individuo en constitución.
[37] Esto es de vital importancia a la hora de determinar qué facultades posee
un ser vivo. En efecto, éstas dependen de la especie a la que pertenezca el
individuo, pero su desarrollo está ligado a la posibilidad de realizar
operaciones. Por eso no puede decirse que un hombre no posea la facultad de la
inteligencia simplemente porque aún no la ha utilizado, o porque un defecto es
facultades de nivel inferior imposibilita su uso. Conviene recordar también que
órgano y facultad no se identifican.
[38] Evidentemente nos referimos a facultades que requieren un órgano para su
operatividad propio del mundo animal y humano.
[39] Cfr, Polo. L., Quien es el hombre, cap. 1. Rialp. 2000.
[40] Esta perspectiva es adoptada por la psicología desde los estudios de A.
Lang. Fear reduction and fear behabior: problems in treating a construct. En
J.M. Shilen (Ed) Research in Psycology. Vol. III. 1968. American Psycology
Association. Washinton.
[41] X. Zubiri.
[42] cfr. A. Llano. Conducta humana y conducta animal. En Deontología Biológica.
[43] Actualmente las neurociencias describen cómo la arquitectura cerebral, que
permite procesos de inhibición, media la relación entorno-comportamiento. Cfr.
al respecto, entre otros muchos, los trabajos de John W. Donahoe y de Edmund T.
Rolls. La revisión Donahoe JW (2002) Behavior analysis and neuroscience, en
Behavioural Processes, recoge este tema desde una perspectiva evolutiva. De
interés puede ser tambien el artículo Rolls E.T. Consciousness in neural
networks? (1997) Neural Networks 10, 1227-1240.
[44] L.Polo. Leccion 1 del Tomo II de “Teoría del conocimiento”, EUNSA.
[45] Siegel, D.J. The developing mind. Toward a Neurobiology of Interpersonal
Experience. The Guilford Press. New York. London. 1999.
[46] Flores, J. y Dierssen, M. Cerebro disminuido: el valor de la emoción y la
motivacion. Capitulo 6 de “Cerebro sintiente” Ed. F. Mora. Ariel
Neurociencia.Barcelona, 2000, pag. 135-151
[47] Polo, L., Antropología trascendental. Tomo I: La persona humana, Eunsa,
Pamplona, 1999; Leonardo Polo, entre otros filósofos, ha abierto una vía de
ampliación de la metafísica necesaria para alcanzar el "sitio ontológico"
propio de la noción de persona que ayuda a la comprensión interdisciplinar de
ser personal. Propone el desarrollo de una Antropología Transcendental, según
la cual, ni el acto de ser del hombre ni su esencia serían iguales que las del
cosmos, porque el acto personal del hombre es libre y su esencia capaz de hábitos.
Cada persona tiene el suyo propio, que es ser persona. En la “antropología
trascendental” de Polo, el hombre es estudiado desde la distinción real entre
el acto de ser y la esencia, establecida por Alberto Magno y Tomás de Aquino.
Sin embargo, la distinción real entre el ser (esse) y la esencia tiene que ser
estudiada en la especificidad y singularidad en cada realidad; no se puede
establecer la mencionada distinción como una “regla general” que luego sea
aplicable a cada tipo de ente, sino que más bien se tiene que descubrir la
característica de la distinción entre el ser y la esencia en cada uno. Por
eso, la Antropología se tiene que distinguir de la Metafísica, pues el hombre
es un ser singular; sólo así los caracteres propios del hombre podrán sacar a
la luz nítidamente la peculiaridad del ser humano. Es decir, pasar del estudio
del hombre como ser genérico, como un ser vivo más, al de su carácter de único
o ser personal. El ser que trata la metafísica es el ser como existencia porque
para ser fundamento hace falta existir. Pero coexistir es más: es ser ampliado
por dentro o tener la intimidad como ámbito.
[48] Polo, L. La coexistencia del hombre», en El hombre: inmanencia y
trascendencia, Actas de las XXV Reuniones Filosóficas, Facultad de Filosofía y
Letras, Universidad de Navarra, 1991 (1), p. 45
[49]Ibidem, p. 179.El gran hallazgo de Santo Tomas, en el que culmina toda la
filosofía clásica, fue que en las criaturas se distinguen la esencia y el
esse. Pues bien, Polo realiza una nueva exposición de la distinción real de
essentia y ess: crear es hacer el ser en el caso del cosmos ( ¡Hágase!) y en
el de la persona crear es dar el ser (¡Hagamos al hombre a nuestra Imagen y
Semejanza!). No es lo mismo facere extra nihilum, que dar el ser extra nihilum.
La visión donal de la creación es más que la artesanal. Es más propiamente
crear el dar que el fundar. Y cuando se da, ya estamos en el orden de la
coexistencia.
[50] Polo, L., Antropología trascendental, Tomo I, op. cit.,p. 92, nota 94
[51] Polo, L., Antropología trascendental, Tomo I, op. cit., p. 89
[52] Así se elimina, por un lado, la consideración de la esencia humana como
potencia finita, propia de la postura griega y, por otro, la consideración de
la infinitud de la potencia entendida como primera respecto del acto, llevada a
cabo por la filosofía moderna. Se puede prescindir de posturas simétricas si
se accede a la esencia humana desde la dualidad acto-potencial.
[53] “La vida humana equivale a la manifestación del viviente, por lo que no
se limita a seguir viviendo sino que aspira a vivir más”. Polo, L.,
Antropología, II, op. cit. p. 17, nota 10
[54] Rof Carballo, J. El hombre como encuentro. Alfaguara. Madrid, 1973, p. 35
[55] Surge, evidentemente la cuestión de si a esa capacidad-necesidad
corresponde otra apertura proporcional. Rof Carballo propone que esas aperturas
que ayudan al hombre a su propia y libre maduración son el encuentro originario
con la madre (urdimbre efectiva), más tarde el encuentro con los ritmos biológiocos,
los otros hombres, el mundo en cuanto ciencia y Dios. Cfr. Rof Carballo, J. El
hombre como encuentro. Alfaguara. Madrid, 1973, p. 45-51.
[56] Podríamos también desarrollar la adecuación de las distintas partes del
cuerpo humano a la apertura y la relación interpersonal, así como a la acción
inteligente (sin ser la inteligencia facultar orgánica). Lo cual refuerza el
argumento de que el alma única del hombre informa el cuerpo único del hombre,
y que el cuerpo como tal, no es sino materia organizada ya por un alma, en el
caso del hombre recibida y añadida. Una excelente exposición de la disposición
inteligente del cuerpo puede verse en: Polo, L. Quien es el hombre, Rialp.
Madrid, 2000, cap.III. En este sentido Rof Carballo llegará a decir que “el
cuerpo mismo es lenguaje”. Rof Carballo, J. El hombre como encuentro.
Alfaguara. Madrid, 1973, p. 133.