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«El tiempo pasa,
pero la eternidad no»


Por Luis Olivera
Periodista


Tras unos inicios difíciles en el mundo del celuloide, Jim Caviezel está empezando a despuntar. Después de conseguir pequeños papeles en varios filmes, estos días se ha estrenado en España su película «La venganza del Conde de Montecristo», nueva adaptación norteamericana para el cine de la obra inmortal de Alejandro Dumas. Jim Caviezel ("La delgada línea roja", "Frequency") es el actor que da vida al protagonista de la famosa novela (Edmond Dantès). Acaba de visitar Madrid para hablar del filme que, por ahora, está funcionando bastante bien en taquilla. Pero Caviezel no es un actor común y corriente dentro del complejo universo de Hollywood.

Tras su aspecto de galán, hablando bajito, como en confidencia, Caviezel confiesa que es un católico fervoroso y practicante; y añade que jamás ha ocultado aquello en lo que cree, aunque alguien pueda violentarse: «Prefiero eso a que Dios sienta vergüenza de mí». Primera sorpresa, dentro de unas declaraciones que sólo acaban de empezar. Desde luego es poco común en el mundo de las estrellas de la pequeña pantalla, en las que se fijan muchos jóvenes como modelos a imitar. Parece difícil compaginar la vida que llevan las estrellas de Hollywood, lugar de lujo, glamour y materialismo por excelencia, con una vida espiritual seria. Caviezel, sin embargo, tiene una explicación contundente: «Cuando una persona empieza a sentir a Dios, no está dispuesto a tener menos que eso».

El atractivo y enigmático Caviezel afirmaba en Madrid que, «cuando vimos cómo iba a desarrollarse mi personaje, leí el libro. Pero no quería centrarme sólo en el tema de la venganza». Porque el personaje ha sido encarcelado injustamente, tras ser delatado por un amigo suyo (Guy Pearce). Pero consigue evadirse de la prisión y volver con otra identidad y con sed de venganza. El actor matiza que no ha querido apoyarse sólo en esa ansia negativa de revancha: «Porque existe otro (tema) más importante, el de la libertad. No puedes considerarte una persona libre, si espiritualmente no lo eres». Así, Dantès sale de la cárcel de mazmorras lóbregas y húmedas, pero sigue sin ser un hombre libre.

Jim Caviezel siguió hablando de su experiencia vital en la meca del cine, llevándonos de sorpresa en sorpresa: «Perdí la inocencia en Hollywood, porque también yo estuve en el camino equivocado. Porque quería vivir con sus propias reglas y eso no ayuda a tu alma». Pero la fe y el empeño personal de Jim Caviezel le ayudaron a salir de esa jaula dorada, de ese dilema hamletiano del ‘ser o no ser’. Precisamente ahí ve él la cuestión: «Dios te da a elegir entre el bien y el mal. La libertad te la da una creencia, la creencia en Dios. Cuando decidí que las reglas de Hollywood no me valían, retomé mi libertad». Y es que la libertad auténtica estriba en escoger el bien, que es el que te da alas para volar por encima de tus limitaciones, que son siempre tan humanas: el afán de placer, de poder o de dinero, girando siempre alrededor de uno mismo. Es lo que Alejandro Llano ha denominado “generación del yo”.

En este caso concreto, Caviezel considera que «el problema en Hollywood es el dinero». Algo que, sin embargo, también ocurre en la política o en un pueblo pequeño. «Pero un día deberás rendir cuentas». Allí sabremos qué cosas están mal: hay quien se impone una meta y, para conseguirla, justifica cuestiones con las que antes no estaba de acuerdo. «El problema del siglo XX es que no se diferencia entre lo bueno y lo malo». Que la norma es precisamente no tener ninguna regla objetiva de medir los propios actos y los ajenos. Eso también le ocurre al conde de Montecristo, «a quien todos le dicen que no se olvide de Dios». Lo que demuestra que esa preocupación no es algo de una época determinada, más o menos oscurantista y perdida en la noche de los tiempos, sino una constante que se presenta en la vida, a todo hombre o mujer, antes o después. Y que la lucha entre el bien y el mal, con nuestra libertad por en medio, también es otro de los problemas humanos fundamentales.

Pero Caviezel nos sorprendió todavía más: «Dos semanas antes de que Malick me diese el papel de ‘La delgada línea roja’, soñé que Dios me mostraba lo que iba a ser mi carrera. También el poder, la tentación; y me llevó a un lugar que debía ser el Edén. «Yo quería una manzana, pero Dios me dijo que no podía tenerlo todo».

«Cuando desperté –añadió el actor, poniendo la guinda a su suculenta confesión en voz alta--, supe que Malick me ofrecería ese trabajo. Dios me mandó a Hollywood. Desde entonces, decidí que hablaría sin pelos en la lengua de mis creencias. Porque el tiempo pasa, pero la eternidad no».