La pregunta clave de la moral
según la «Veritatis splendor»

 

por Josemaría Monforte

 

 

Ideas éticas para una vida feliz

Eunsa, 1997, cap. I



Sólo en la verdad la libertad tiene un carácter humano y responsable. Con esta idea que da unidad a toda la Encíclica, Juan Pablo II articula en tres artículos la exposición de los contenidos de la Veritatis splendor. El primero es bíblico, el segundo, doctrinal y el tercero pastoral; y en su conjunto es una constante «escucha» de la palabra del Señor, una «meditación» amorosa y valiente del significado y exigencias de esa Palabra, y también una «propuesta» y una «llamada» a seguir a Cristo para encontrar en él la respuesta plena al hambre y sed de verdad y libertad que todo hombre siente(1).


El diálogo de Jesús con el «joven rico»


El diálogo de Jesús con el joven rico, relatado por San Mateo en el capítulo 19 de su Evangelio, puede constituir un elemento útil para volver a escuchar de modo vivo y penetrante su enseñanza moral.

«16Y se le acercó uno, y le dijo: Maestro, ¿qué cosas buenas debo hacer para alcanzar la vida eterna? 17Él le respondió: ¿Por qué me preguntas acerca de lo bueno? Uno sólo es el bueno. Por lo demás, si quieres entrar en la Vida, guarda los mandamientos. 18Le preguntó: ¿Cuáles? Jesús le respondió: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no dirás falso testimonio, 19honra a tu padre y a tu madre, y amarás a tu prójimo como a ti mismo. 20Díjole el joven: Todo esto lo he guardado. ¿Qué me falta aún? 21Jesús le respondió: Si quieres ser perfecto, ve, vende cuanto tienes y dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en los Cielos; luego ven y sígueme. 22Al oír el joven estas palabras se marchó triste, pues tenía muchas posesiones»(2).

«"Se le acercó uno...". En el joven, que el Evangelio de Mateo no nombra --comienza su exposición Juan Pablo II--, podemos reconocer a todo hombre que, conscientemente o no, se acerca a Cristo, Redentor del hombre, y le formula la pregunta moral. Para el joven, más que una pregunta sobre las reglas que hay que observar, es una pregunta de pleno significado para la vida. En efecto, ésta es la aspiración central de toda decisión y de toda acción humana, la búsqueda secreta y el impulso íntimo que mueve la libertad. Esta pregunta es la aspiración central de toda decisión y de toda acción humana, la búsqueda secreta y el impulso íntimo que mueve la libertad. Esta pregunta es, en última instancia, un llamamiento al Bien absoluto que nos atrae y nos llama hacia sí; es el eco de la llamada de Dios, origen y fin de la vida del hombre. Precisamente con esta perspectiva, el Concilio Vaticano II ha invitado a perfeccionar la teología moral, de manera que su exposición ponga de relieve la altísima vocación que los fieles han recibido de Cristo(3), única respuesta que satisface plenamente el anhelo del corazón humano. Para que los hombres puedan realizar este «encuentro» con Cristo, Dios ha querido a su Iglesia»(4).


La pregunta «clave» de la moral


«Desde la profundidad del corazón surge la pregunta que el joven rico dirige a Jesús de Nazaret: una pregunta esencial e ineludible para la vida de todo hombre, pues se refiere al bien moral que hay que practicar y a la vida eterna. El interlocutor de Jesús intuye que hay una conexión entre el bien moral y el pleno cumplimiento del propio destino. Él es un israelita piadoso que ha crecido, diríamos, a la sombra de la Ley del Señor. Si plantea esta pregunta a Jesús, podemos imaginar que no lo hace porque ignora la respuesta contenida en la Ley»(5).

Por tanto, «es necesario que el hombre de hoy se dirija nuevamente a Cristo para obtener de Él la respuesta sobre lo que es bueno y lo que es malo. Él es el Maestro, el Resucitado que tiene en sí mismo la vida y que está siempre presente en su Iglesia y en el mundo. Es Él quien desvela a los fieles el libro de las Escrituras y, revelando plenamente la voluntad del Padre, enseña la verdad sobre el obrar moral»(6).

La conclusión es contundente: «si queremos, pues, penetrar en el núcleo de la moral evangélica y comprender su contenido profundo e inmutable --afirma Juan Pablo II--, debemos escrutar cuidadosamente el sentido de la pregunta hecha por el joven rico del Evangelio y, más aún, el sentido de la respuesta de Jesús, dejándonos guiar por Él. En efecto, Jesús, con delicada solicitud pedagógica, responde llevando al joven como de la mano, paso a paso, hacia la verdad plena»(7).


Subordinación del hombre y de su obrar a Dios


Toda pregunta moral es una pregunta religiosa.- «Jesús dice: ¿Por qué me preguntas acerca de lo bueno? Uno solo es el Bueno. Mas si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos (Mt 19,17)»(8). Una primera consideración. «Antes de responder a la pregunta, Jesús quiere que el joven se aclare a sí mismo el motivo por el que lo interpela. El "Maestro bueno" indica a su interlocutor --y a todos nosotros-- que la respuesta a la pregunta, "¿qué he de hacer de bueno para conseguir la vida eterna?", sólo puede encontrarse dirigiendo la mente y el corazón a Aquél que "sólo es el Bueno": "Nadie es bueno sino sólo Dios"(9). Sólo Dios puede responder a la pregunta sobre el bien, porque Él es el Bien. En efecto, interrogarse sobre el bien significa en último término dirigirse a Dios, que es la plenitud de la bondad. Jesús muestra que la pregunta del joven es en realidad una pregunta religiosa y que la bondad, que atrae y al mismo tiempo vincula al hombre, tiene su fuente en Dios, más aún, es Dios mismo: Aquél que sólo es digno de ser amado con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente(10), Aquél que es la fuente de la felicidad del hombre. Jesús relaciona la cuestión de la acción moralmente buena con sus raíces religiosas, con el reconocimiento de Dios, única bondad, plenitud de vida, término último del obrar humano, felicidad perfecta»(11).

Ahora bien, «la Iglesia, iluminada por las palabras del Maestro, cree que el hombre, hecho a imagen del Creador, redimido con la sangre de Cristo y santificado por la presencia del Espíritu Santo, tiene como fin último de su vida ser "alabanza de la gloria" de Dios(12), haciendo así que cada una de sus acciones refleje su esplendor»(13). «Aquello que es el hombre y lo que debe hacer se manifiesta en el momento en el cual Dios se revela a Sí mismo(14)»(15).

Por tanto, «en las diez palabras de la Alianza con Israel, y en toda la Ley, Dios se hace conocer y reconocer como Aquél que solo es bueno; como Aquél que, a pesar del pecado del hombre, continúa siendo el "modelo" del obrar moral, según su misma llamada: Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo(16); como Aquél que, fiel a su amor por el hombre, le da su Ley(17) para restablecer la armonía originaria con el Creador y todo lo creado, y aún más, para introducirlo en su amor(18)»(19). Ya podemos concluir que «la vida moral se presenta como la respuesta debida a las iniciativas gratuitas que el amor de Dios multiplica en favor del hombre. Es una respuesta de amor, según el enunciado del mandamiento fundamental que hace el libro del Deuteronomio(20). Así, la vida moral, inmersa en la gratuidad del amor de Dios, está llamada a reflejar su gloria»(21).


Perenne validez de la Primera Tabla de la Ley.- «La afirmación de que uno solo es el Bueno nos remite así a la primera tabla de los mandamientos, que exige reconocer a Dios como Señor único y absoluto, y a darle culto solamente a Él porque es infinitamente santo(22). El bien es pertenecer a Dios, obedecerle, caminar humildemente con Él practicando la justicia y amando la piedad(23). Reconocer al Señor como Dios es el núcleo fundamental, el corazón de la Ley, del que derivan y al que se ordenan los preceptos particulares. Mediante la moral de los mandamientos se manifiesta la pertenencia del pueblo de Israel al Señor, porque Dios solo es Aquél que es bueno. Este es el testimonio de la Sagrada Escritura(24), cuyas páginas están penetradas por la viva percepción de la absoluta santidad de Dios»(25).

En consecuencia, sólo Dios puede responder a la pregunta sobre el bien. ¿Por qué? Porque Él es el Bien. Pero ¿Dios ha respondido ya? Sí, y de dos maneras: primero «lo hizo creando al hombre y ordenándolo a su fin con sabiduría y amor, mediante la ley inscrita en su corazón(26), la ley natural»(27); y «después lo hizo en la historia de Israel, particularmente con las «diez palabras», o sea, con los mandamientos del Sinaí, mediante los cuales Él fundó el pueblo de la Alianza»(28).


Relación entre «bien moral» de los actos humanos y «vida eterna»


Damos ahora un nuevo paso en nuestra reflexión. Jesús responde al joven: Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos(29). «De este modo, se enuncia una estrecha relación entre la vida eterna y la obediencia a los mandamientos de Dios: los mandamientos indican al hombre el camino de la vida eterna y a ella conducen. Por boca del mismo Jesús, nuevo Moisés, los mandamientos del Decálogo son nuevamente dados a los hombres; Él mismo los confirma definitivamente y nos los propone como camino y condición de salvación. El mandamiento se vincula con una promesa: en la Antigua Alianza el objeto de la promesa era la posesión de la tierra en la que el pueblo gozaría de una existencia libre y según justicia(30); en la Nueva Alianza el objeto de la promesa es el "reino de los cielos"»(31). Luego se identifican, de alguna manera, la expresión vida eterna con la realidad del Reino(32).


Vigencia de la Segunda Tabla de la Ley.- Continuamos con el diálogo de Jesús y el joven. Ahora pregunta éste al Maestro sobre los mandamientos que hay que observar: ¿Cuáles?, le dice él(33). Es decir, «le interpela sobre qué debe hacer en la vida para dar testimonio de la santidad de Dios. Tras haber dirigido la atención del joven hacia Dios, Jesús le recuerda los mandamientos del Decálogo que se refieren al prójimo: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre y amarás a tu prójimo como a ti mismo(34). Por el contexto del coloquio y, especialmente, al comparar el texto de Mateo con las perícopas paralelas de Marcos y de Lucas, aparece que Jesús no pretende detallar todos y cada uno de los mandamientos necesarios para "entrar en la vida" sino, más bien, indicar al joven la "centralidad" del Decálogo respecto a cualquier otro precepto»(35). Jesús, en efecto, le resume los preceptos «que pertenecen a la llamada segunda tabla del Decálogo, cuyo compendio(36) y fundamento es el mandamiento del amor al prójimo»(37). En efecto, los distintos preceptos del Decálogo no son más que el desarrollo del único mandamiento que se refiere al bien de la persona(38). Dicho de otro modo,«los mandamientos, recordados por Jesús a su joven interlocutor, están destinados a tutelar el bien de la persona humana, imagen de Dios, a través de la tutela de sus bienes particulares»(39). En resumen, los mandamientos son, pues, «la condición básica para el amor al prójimo y al mismo tiempo son su verificación. Constituyen la primera etapa necesaria en el camino hacia la libertad, su inicio»(40).


El mandamiento del amor, resumen de la Ley.- ¿Acaso Jesús pretende dar prioridad al amor al prójimo o separarlo del amor a Dios?(41) De ninguna manera, porque los mandamientos de los que penden toda la Ley y los Profetas(42), «están profundamente unidos entre sí y se compenetran recíprocamente»(43). En efecto, «en el Sermón de la Montaña, que constituye la carta magna de la moral evangélica(44), Jesús dice: No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento(45). Cristo es la clave de las Escrituras»(46). Podemos, pues, afirmar que «Jesús lleva a cumplimiento los mandamientos de Dios --en particular, el mandamiento del amor al prójimo--, interiorizando y radicalizando sus exigencias: el amor al prójimo brota de un corazón que ama y que, precisamente porque ama, está dispuesto a vivir las mayores exigencias»(47). En definitiva, «Jesús mismo es el "cumplimiento" vivo de la ley ya que Él realiza su auténtico significado con el don total de sí mismo; Él mismo se hace Ley viviente y personal, que invita a su seguimiento(48)»(49).


El seguimiento de Cristo y el amor perfecto


La llamada a la santidad.- El joven, insatisfecho con la respuesta de Jesús, pregunta de nuevo: Todo eso lo he guardado; ¿qué más me falta?(50). «No es fácil decir con la conciencia tranquila "todo eso lo he guardado", si se comprende todo el alcance de las exigencias contenidas en la Ley de Dios. Sin embargo, aunque el joven rico sea capaz de dar una respuesta tal; aunque de verdad haya puesto en práctica el ideal moral con seriedad y generosidad desde la infancia, él sabe que aún está lejos de la meta; en efecto, ante la persona de Jesús se da cuenta de que todavía le falta algo. Jesús, en su última respuesta, se refiere a esa conciencia de que aún falta algo: comprendiendo la nostalgia de una plenitud que supere la interpretación legalista de los mandamientos, el Maestro bueno invita al joven a emprender el camino de la perfección: Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven, y sígueme(51)»(52).

¿Hasta qué punto aquel muchacho comprendió el contenido profundo y exigente de la primera respuesta dada por Jesús? No lo sabemos, pero «es cierto que la afirmación manifestada por el joven de haber respetado todas las exigencias morales de los mandamientos constituye el terreno indispensable sobre el que puede brotar y madurar el deseo de la perfección, es decir, la realización de su significado mediante el seguimiento de Cristo»(53).

Más todavía. El diálogo con el joven rico «nos ayuda a comprender las condiciones para el crecimiento moral del hombre llamado a la perfección: el joven, que ha observado todos los mandamientos, se muestra incapaz de dar el paso siguiente sólo con sus fuerzas. Para hacerlo se necesita una libertad madura («si quieres») y el don divino de la gracia («ven, y sígueme»). La perfección exige aquella madurez en el darse a sí mismo, a que está llamada la libertad del hombre»(54). Por eso, «la palabra de Jesús manifiesta la dinámica particular del crecimiento de la libertad hacia su madurez y, al mismo tiempo, atestigua la relación fundamental de la libertad

con la ley divina. La libertad del hombre y la ley de Dios no se oponen, sino, al contrario, se reclaman mutuamente»(55). Efectivamente, «esta vocación al amor perfecto no está reservada de modo exclusivo a una elite de personas. La invitación, "anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres", junto con la promesa "tendrás un tesoro en los cielos", se dirige a todos, porque es una radicalización del mandamiento del amor al prójimo»(56). Esta invitación, como veremos enseguida, es para Cristo la nueva forma de concretar el primer mandamiento(57).


El seguimiento de Cristo.- La renuncia a los propios bienes y a sí mismo es el camino y el contenido del seguimiento a Cristo(58). Por una parte, «es Jesús mismo quien toma la iniciativa y llama a seguirle. La llamada está dirigida sobre todo a aquellos a quienes confía una misión particular, empezando por los Doce; pero también es cierto que la condición de todo creyente es ser discípulo de Cristo(59). Por esto, seguir a Cristo es el fundamento esencial y original de la moral cristiana»(60). Y, por otra parte, «no se trata aquí solamente de escuchar una enseñanza y de cumplir un mandamiento, sino de algo mucho más radical: adherirse a la persona misma de Jesús, compartir su vida y su destino, participar de su obediencia libre y amorosa a la voluntad del Padre. El discípulo de Jesús, siguiendo, mediante la adhesión por la fe, a aquél que es la Sabiduría encarnada, se hace verdaderamente discípulo de Dios»(61).

Por tanto, «Jesús pide que le sigan y le imiten en el camino del amor, de un amor que se da totalmente a los hermanos por amor de Dios: Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado(62). Este como exige la imitación de Jesús, la imitación de su amor»(63). En definitiva, «el modo de actuar de Jesús y sus palabras, sus acciones y sus preceptos constituyen la regla moral de la vida cristiana. En efecto, estas acciones suyas y, de modo particular, el acto supremo de su pasión y muerte en la cruz, son la revelación viva del amor al Padre y a los hombres. Éste es el amor que Jesús pide que imiten cuantos le siguen. Es el mandamiento "nuevo"(64). Jesús prosigue con las palabras que indican el don sacrificial de su vida en la cruz, como testimonio de un amor "hasta el extremo"(65)»(66). Bien entendido que seguir a Cristo no es una imitación exterior, porque afecta al hombre en su interioridad más profunda(67).


El don del Espíritu, fuente y fuerza de la moral de la «nueva criatura»


El poder de Dios por la gracia.- El final del coloquio de Jesús con el joven rico es amargo: Al oír estas palabras, el joven se marchó entristecido, porque tenía muchos bienes(68), porque «no sólo el hombre rico, sino también los mismos discípulos se asustan de la llamada de Jesús al seguimiento, cuyas exigencias superan las aspiraciones y las fuerzas humanas: Al oír esto, los discípulos, llenos de asombro, decían: "Entonces ¿quién se podrá salvar?"(69). Pero el Maestro pone ante los ojos el poder de Dios: "Para los hombres eso es imposible, mas para Dios todo es posible"(70)»(71). Es decir, «imitar y revivir el amor de Cristo no es posible para el hombre con sus solas fuerzas. Se hace capaz de este amor sólo gracias a un don recibido»(72), teniendo en cuenta que «el don de Cristo es su Espíritu, cuyo primer "fruto"(73) es la caridad(74)»(75).

Ahora bien, «la ley del Espíritu que da la vida en Cristo Jesús te liberó de la ley del pecado y de la muerte(76). Con estas palabras el apóstol Pablo nos introduce a considerar en la perspectiva de la historia de la salvación que se cumple en Cristo la relación entre la Ley (antigua) y la gracia (Ley nueva)»(77). Luego «el amor y la vida según el Evangelio no pueden proponerse ante todo bajo la categoría de precepto, porque lo que exigen supera las fuerzas del hombre»(78).

Así, por una parte, «se manifiesta el rostro verdadero y original del mandamiento del amor y de la perfección a la que está ordenado; se trata de una posibilidad abierta al hombre exclusivamente por la gracia, por el don de Dios, por su amor. Por otra parte, precisamente la conciencia de haber recibido el don, de poseer en Jesucristo el amor de Dios, genera y sostiene la respuesta responsable de un amor pleno hacia Dios y entre los hermanos(79)»(80). En suma, «el don no disminuye, sino que refuerza la exigencia moral del amor»(81).


El Espíritu Santo y la Iglesia.- «El coloquio de Jesús con el joven rico --dice el Papa-- continúa, en cierto sentido, en cada época de la historia; también hoy. La pregunta: "Maestro, ¿qué he de hacer de bueno para conseguir la vida eterna?" brota en el corazón de todo hombre, y es siempre y sólo Cristo quien ofrece la respuesta plena y definitiva. El Maestro que enseña los mandamientos de Dios, que invita al seguimiento y da la gracia para una vida nueva, está siempre presente y operante en medio de nosotros, según su promesa(82). La contemporaneidad de Cristo respecto al hombre de cada época se realiza en el cuerpo vivo de la Iglesia. Por esto el Señor prometió a sus discípulos el Espíritu Santo, que les "recordaría" y les haría comprender sus mandamientos(83), y, al mismo tiempo, sería el principio fontal de una vida nueva para el mundo»(84).

En efecto, ya «en la catequesis moral de los Apóstoles, junto a exhortaciones e indicaciones relacionadas con el contexto histórico y cultural, hay una enseñanza ética con precisas normas de comportamiento»(85). Y también «los primeros cristianos, provenientes tanto del pueblo judío como de la gentilidad, se diferenciaban de los paganos no sólo por su fe y su liturgia, sino también por el testimonio de su conducta moral, inspirada en la Ley Nueva(86)»(87).

En definitiva, nada debe atentar «contra la armonía entre la fe y la vida: la unidad de la Iglesia es herida no sólo por los cristianos que rechazan o falsean la verdad de la fe, sino también por aquellos que desconocen las obligaciones morales a las que los llama el Evangelio»(88).


Conclusión


La meditación del diálogo entre Jesús y el joven rico nos ha permitido recoger los contenidos esenciales de la revelación del AT y NT sobre el comportamiento moral. Aquellos son: la subordinación del hombre y de su obrar a Dios, aquél que «sólo Él es bueno»; la relación entre el bien moral de los actos humanos y la vida eterna; el seguimiento de Cristo, que abre al hombre la perspectiva del amor perfecto; y, finalmente, el don del Espíritu Santo, fuente y fuerza de la moral de la «nueva criatura»(89). La Iglesia, en su reflexión moral, siempre ha tenido presente las palabras que Jesús dirigió al joven rico(90). La Iglesia ha custodiado fielmente lo que la palabra de Dios enseña, no sólo sobre las verdades de la fe, sino también sobre el comportamiento moral; es decir, el comportamiento que agrada a Dios(91), llevando a cabo un desarrollo doctrinal análogo al que se ha dado en el ámbito de las verdades de fe. La Iglesia, asistida por el Espíritu Santo que la guía hasta la verdad completa(92), no ha dejado, ni puede dejar nunca de escrutar el misterio del Verbo encarnado, pues sólo en él se esclarece el misterio del hombre(93).

 

Notas

1. Cfr Tettamanzi, D., "Veritatis splendor". Introducción y guía de lectura, PPC, Madrid 1994, p. 17.

2. Mt 19,16-21. Cfr Carta apost. Parati semper a los jóvenes y a las jóvenes del mundo con ocasión del Año Internacional de la Juventud (31-III-1985), nn. 2-8; AAS 77 (1985) 581-600. Cit. en VS, n. 6.

3. Cfr OT, 16.

4. VS, n. 7; cfr RH, 13.

5. VS, n. 8a.

6. VS, n. 8b; cfr RH, 10.

7. VS, n. 8 in fine.

8. VS, n. 9a. En las versiones de los Evangelistas Marcos y Lucas la pregunta viene formulada así: «¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios» (Mc 10,18; cfr Lc 18,19).

9. Mc 10,18; cfr Lc 18,19.

10. Mt 22,37.

11. VS, n. 9b.

12. Eph 1,12.

13. VS, n. 10a. «Conócete a ti misma, alma hermosa: tú eres la imagen de Dios --escribe san Ambrosio--. Conócete a ti mismo, hombre: tú eres la gloria de Dios (1 Cor 11,7). Escucha de qué modo eres su gloria. Dice el profeta: Tu ciencia es misteriosa para mí (Ps 138,6), es decir, tu majestad es más admirable en mi obra, tu sabiduría es exaltada en la mente del hombre. Mientras me considero a mí mismo, a quien tú escrutas en los secretos pensamientos y en los sentimientos íntimos, reconozco los misterios de tu ciencia. Por tanto, conócete a tí mismo, hombre, lo grande que eres y vigila sobre ti...» [Exameron, dies VI, sermo IX,8,50: CSEL 32,241].

14. Cfr Ex 20,2-3.

15. VS, n. 10b.

16. Lev 19,2.

17. Ex 19,9-24; 20,18-21.

18. Cfr Lev 26,12.

19. VS, n. 10c.

20. Cfr Dt 6,4-7.

21. VS, n. 10 in fine. «Para quien ama a Dios es suficiente agradar a Aquel que él ama, ya que no debe buscarse niguna otra recompensa mayor al mismo autor; en efecto, la caridad proviene de Dios de tal manera que Dios mismo es caridad» [San León Magno, Sermo XCII, cap. III: PL 54,454].

22. Cfr Ex 20,2-11.

23. Cfr Mich 6,8.

24. Cfr Is 6,3.

25. VS, n. 11a.

26. Cfr Rom 2,15.

27. VS, n. 12a. Esta «no es más que la luz de la inteligencia infundida en nosotros por Dios. Gracias a ella conocemos lo que se debe hacer y lo que se debe evitar. Dios dio esta luz y esta ley en la creación» [Sto. Tomás de Aquino, In duo praecepta caritatis et in decem legis praecepta Prologus: Opuscula theologica, II, n. 1129, Ed. Taurinensis (1954), 245; cfr Summa Theologiae, I-II, q. 91, a.2; CEC, 1955]. Dedicaremos más adelante un capítulo a esta cuestión.

28. VS, n. 12b. Cfr Ex 24. Y lo llamó a ser su «propiedad personal entre todos los pueblos», «una nación santa» (Ex 19,5-6), que hiciera resplandecer su santidad entre todas las naciones (Cfr Sap 18,4; Ez 20,41). La entrega del Decálogo es promesa y signo de la Alianza Nueva, cuando la ley escrita nuevamente y de modo definitivo en el corazón del hombre (Cfr Ier 31,31-34), para sustituir la ley del pecado, que había desfigurado aquel corazón (Cfr Ier 17,1). Entonces será dado «un corazón nuevo» porque en él habitará «espíritu nuevo», el Espíritu de Dios (Cfr Ez 36,24-28) [Cfr S. Máximo el Confesor, Quaestiones ad Thalassium, Q. 64: PG 90,723-728].

29. Mt 19,17.

30. Cfr Dt 6,20-25.

31. VS, n. 12c. Tal como lo afirma Jesús al comienzo del «Sermón de la Montaña» en clara conexión con el Decálogo entregado por Dios a Moisés en el monte Sinaí.

32. Cfr VS, n. 12 d. Se trata de «la participación en la vida misma de Dios. Es cierto que se realiza en toda su perfección sólo después de la muerte, pero, desde la fe, se convierte ya desde ahora en luz de la verdad, fuente de sentido para la vida, incipiente participación de una plenitud en el seguimiento de Cristo. Por eso, Jesús dice a sus discípulos después del encuentro con el joven rico: "Todo aquel que haya dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o hacienda por mi nombre, recibirá el ciento por uno y heredará la vida eterna" (Mt 19,29)» (VS, n. 12 in fine).

33. Mt 19,18.

34. Mt 19,18-19.

35. VS, n. 13a. Como interpretación de lo que para el hombre significa «Yo soy el Señor tu Dios».

36. Cfr Rom 13,8-10.

37. VS, n. 13b. «Ama a tu prójimo como a ti mismo» (Mt 19,19; cfr Mc 12,31). En este precepto se expresa precisamente la singular dignidad de la persona humana, la cual es la «única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma» (GS, 24), como repite frecuentemente Juan Pablo II.

38. VS, n. 13c; cfr CEC, 2070.

39. VS, n. 13d. «No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio», son normas morales formuladas en términos de prohibición. Los preceptos negativos expresan con singular fuerza la exigencia indeclinable de proteger la vida humana, la comunión de las personas en el matrimonio, la propiedad privada, la veracidad y la buena fama.

40. VS, n. 13 in fine. «La primera libertad --dice san Agustín-- consiste en estar exentos de crímenes... como serían el homicidio, el adulterio, la fornicación, el robo, el fraude, el sacrilegio y pecados como éstos. Cuando uno comienza a no ser culpable de estos crímenes (y ningún cristiano debe cometerlos), comienza a alzar los ojos a la libertad, pero esto no es más que el inicio de la libertad, no la libertad perfecta...» [In Ioannis Evangelium Tractatus, 41, 9-10: CCL 36,363].

41. Cfr VS, n. 14a. «Esto lo confirma su diálogo con el doctor de la Ley, el cual hace una pregunta muy parecida a la del joven. Jesús le remite a los dos mandamientos del amor a Dios y del amor al prójimo (Cfr Lc 10,25-27) y le invita a recordar que sólo su observancia lleva a la vida eterna: Haz eso y vivirás (Lc 10,28). Es pues significativo que sea precisamente el segundo de estos mandamientos el que suscite la curiosidad y la pregunta del doctor de la Ley: ¿Quién es mi prójimo? (Lc 10,29). El Maestro responde con la parábola del buen samaritano, la parábola-clave para la plena comprensión del mandamiento del amor al prójimo (Cfr Lc 10,30-37)» (VS, n. 14b).

42. Mt 22,40.

43. VS, n. 14c. «De su unidad inseparable da testimonio Jesús con sus palabras y su vida: su misión culmina en la Cruz que redime (Cfr Ioh 3,14-15), signo de su amor indivisible al Padre y a la humanidad (Cfr Ioh 13,1). Tanto el AT como el NT son explícitos en afirmar que sin el amor al prójimo, que se concreta en la observancia de los mandamientos, no es posible el auténtico amor a Dios. San Juan lo afirma con extraordinario vigor: Si alguno dice: "Amo a Dios", y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve» (1 Ioh 4,20). El Evangelista se hace eco de la predicación moral de Cristo, expresada de modo admirable e inequívoco en la parábola del buen samaritano (Cfr Lc 10,30-37) y en el «discurso» sobre el juicio final (Cfr Mt 25,31-46)» (VS, n. 14 in fine).

44. Cfr S. Agustín, De sermone Domini in Monte, I,1,1: CCL 35,1-2.

45. Mt 5,17.

46. VS, n. 15a. «Vosotros investigáis las escrituras, ellas son las que dan testimonio de mí» (Cfr Ioh 5,39); él es el centro de la economía de la salvación, la recapitulación del AT y NT, de las promesas de la Ley y de su cumplimiento en el Evangelio; él es el vínculo viviente y eterno entre la Antigua y la Nueva Alianza. Por su parte, san Ambrosio, comentando el texto de Pablo en que dice: «el fin de la Ley es Cristo» (Rom 10,4), afirma que es «fin no en cuanto defecto, sino en cuanto plenitud de la ley; la cual se cumple en Cristo (plenitudo legis in Christo est), desde el momento que Él no vino a abolir la ley, sino a darle cumplimiento. Al igual que aunque existe un AT toda verdad está contenida en el NT, así ocurre con la ley: la que fue dada por medio de Moisés es figura de la verdadera ley. Por tanto, la mosaica es imagen de la verdad» [In Psalmum CXVIII Expositio, sermo 18,37: PL 15,1541; cfr S. Cromacio de Aquileya, Tractatus in Mathaeum, XX, I,1-4; CCL 9/A, 291-292]» (VS, 15b).

47. VS, n. 15c. «Jesús muestra que los mandamientos no deben ser entendidos como un límite mínimo que no hay que sobrepasar, sino como una senda abierta para un camino moral y espiritual de perfección, cuyo impulso interior es el amor (Cfr Col 3,14). Así, el mandamiento «No matarás», se transforma en la llamada a un amor solícito que tutela e impulsa la vida del prójimo; el precepto que prohíbe el adulterio, se convierte en la invitación a una mirada pura, capaz de respetar el significado esponsal del cuerpo» (VS, n. 15d). Cfr Mt 5,21-22.27-28.

48. Cfr Ioh 13,34-35.

49. VS, n. 15 in fine.

50. Mt 19,20.

51. Mt 19,21.

52. VS, n. 16a. «Al igual que el fragmento anterior, también éste debe ser leído e interpretado con el contexto de todo el mensaje moral del Evangelio y, especialmente, en el contexto del Sermón de la Montaña, de las bienaventuranzas (Cfr Mt 5,3-12), la primera de las cuales es precisamente la de los pobres, los «pobres de espíritu», como precisa San Mateo (Mt 5,3), esto es, los humildes. En este sentido, se puede decir que también las bienaventuranzas pueden ser encuadradas en el amplio espacio que se abre con la respuesta que da Jesús a la pregunta del joven ¿qué he de hacer de bueno para conseguir la vida eterna?. En efecto, cada bienaventuranza, desde su propia perspectiva, promete precisamente aquel "bien" que abre al hombre a la vida eterna; más aún, que es la misma vida eterna. Las bienaventuranzas no tienen propiamente como objeto unas normas particulares de comportamiento, sino que se refieren a actitudes y disposiciones básicas de la existencia y, por consiguiente, no coinciden exactamente con los mandamientos. Por otra parte, no hay separación o discrepancia entre las bienaventuranzas y los mandamientos: ambos se refieren al bien, a la vida eterna. El Sermón de la Montaña comienza con el anuncio de las bienaventuranzas, pero hace también referencia a los mandamientos (Cfr Mt 5,20-48). Además, el Sermón muestra la apertura y orientación de los mandamientos con la perspectiva de la perfección que es propia de las bienaventuranzas. Éstas son ante todo promesas de las que también se derivan, de forma indirecta, indicaciones normativas para la vida moral. En su profundidad original son una especie de autorretrato de Cristo y, precisamente por esto, son invitaciones a su seguimiento y a la comunión de vida con Él [Cfr CEC, 1717]» (VS, 16b).

53. VS, n. 17a.

54. VS, n. 17b. «Jesús indica al joven los mandamientos como una exigencia necesaria, la primera condición irrenunciable para conseguir la vida eterna; el abandono de todo lo que el joven posee y el seguimiento del Señor asumen, en cambio, el carácter de una propuesta: "Si quieres..."» (VS, n. 17c).

55. VS, n. 17d. «El discípulo de Cristo sabe que la suya es una vocación a la libertad. «Hermanos, habeis sido llamados a la libertad» (Gal 5,13), proclama con alegría y decisión el apóstol Pablo. Pero, a continuación precisa: «No toméis de esa libertad pretexto para la carne; antes al contrario, servíos por amor los unos a los otros» (Gal 5,13). La firmeza con la cual el Apóstol se opone a quien confía la propia justificación a la Ley, no tiene nada que ver con la «liberación» del hombre con respecto a los preceptos, los cuales, en verdad, están al servicio del amor: «Pues el que ama al prójimo, ha cumplido la ley. En efecto, lo de: No adulterarás, no matarás, no robarás, no codiciarás, y todos los demás preceptos, se resumen en esta fórmula: Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Rom 13,8-9)». (VS, n. 17 in fine). Cfr también Gal 5,16 y Rom 8,21.

56. VS, n. 18a. La llamada universal a la santidad es parte esencial del mensaje, predicación y vida, del Beato Josemaría Escrivá de Balaguer (Cfr Es Cristo que pasa, 176; Conversaciones..., 62 y 68; Camino, 291; etc.). Treinta años después lo recordaría el Concilio Vaticano II en su const. Dogm. Lumen gentium.

57. Cfr VS, n. 18b. «Los mandamientos y la invitación de Jesús al joven rico están al servicio de una única e indivisible caridad, que espontáneamente tiende a la perfección, cuya medida es Dios mismo: "Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial" (Mt 5,48). En el evangelio de Lucas, Jesús precisa ulteriormente el sentido de esta perfección: "Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso" (Lc 6,36)» (VS, n. 18 in fine).

58. Cfr VS, n. 19a. «Precisamente ésta es la conclusión del coloquio de Jesús con el joven: luego ven, y sígueme (Mt 19,21). Es una invitación cuya profundidad maravillosa será entendida plenamente por los discípulos después de la resurrección de Cristo, cuando el Espíritu Santo los guiará hasta la verdad completa (Cfr Ioh 16,13)» (VS, n. 19b).

59. Cfr Act 6,1.

60. VS, n. 19c. «Como el pueblo de Israel seguía a Dios, que lo guiaba por el desierto hacia la tierra prometida (Cfr Ex 13,21), así el discípulo debe seguir a Jesús, hacia el cual lo atrae el mismo Padre (Cfr Ioh 6,44)» (VS, n. 19d).

61. VS, n. 19e. Cfr Ioh 6,45. «En efecto, Jesús es la luz del mundo, la luz de la vida (Cfr Ioh 8,12); es el pastor que guía y alimenta a las ovejas (Cfr Ioh 10,11-16), es el camino, la verdad y la vida (Cfr Ioh 14,6), es aquél que lleva hacia el Padre, de tal manera que verle a él, el Hijo, es ver al Padre (Cfr Ioh 14,6-10). Por tanto imitar al Hijo, que es "imagen de Dios invisible" (Col 1,15), significa imitar al Padre» (VS, n. 19 in fine).

62. Ioh 15,12.

63. VS, n. 20a; cfr Ioh 13,14-15.

64. Ioh 13,34-35; 15,12.

65. Ioh 13,1.

66. VS, n. 20b. «"Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Ioh 15,13). Jesús llama al joven a seguirle en el camino de la perfección, le pide que sea perfecto en el mandamiento del amor, en "su" mandamiento: que se inserte en el movimiento de su donación total, que imite y reviva el mismo amor del Maestro "bueno", de aquél que ha amado "hasta el extremo". Esto es lo que Jesús pide a todo hombre que quiere seguirlo: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame" (Mt 16,24)» (VS, n. 20 in fine).

67. VS, n. 21a. «Ser discípulo de Jesús significa hacerse conforme a Él, que se hizo servidor de todos hasta el don de sí mismo en la cruz (Cfr Phil 2,5-8). Mediante la fe, Cristo habita en el corazón del creyente (Cfr Eph 3,17), el discípulo se asemeja a su Señor y se configura con Él; lo cual es fruto de la gracia, de la presencia operante del Espíritu Santo en nosotros. Inserido en Cristo, el cristiano se convierte en miembro de su Cuerpo, que es la Iglesia (Cfr 1 Cor 12,13.27). Bajo el impulso del Espíritu, el Bautismo configura radicalmente al fiel con Cristo en el misterio pascual de la muerte y resurrección, lo "reviste" de Cristo (Cfr Gal 3,27): "Felicitémonos y demos gracias --dice san Agustín dirigiéndose a los bautizados--: hemos llegado a ser no solamente cristianos sino el propio Cristo (...) Admiraos y regocijaos: ¡hemos sido hechos Cristo!" [In Ioann. Ev. tract., 21,8: CCL 36,216]. El bautizado, muerto al pecado, recibe la vida nueva (Cfr Rom 6,3-11): viviendo por Dios en Cristo Jesús, es llamado a caminar según el Espíritu y a manifestar sus frutos en la vida (Cfr Gal 5,16-25). La participación sucesiva en la Eucaristía, sacramento de la Nueva Alianza (Cfr 1 Cor 11,23-29), es el culmen de la similación a Cristo, fuente de "vida eterna" (Cfr Ioh 6,51-58), principio y fuerza del don total de sí mismo, del cual Jesús --según el testimonio dado por San Pablo-- manda hacer memoria en la celebración y en la vida: "Cada vez que coméis este pan y bebéis esta copa, anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga" (1 Cor 11,26)» (VS, n. 21 in fine).

68. Mt 19,22.

69. Mt 19,25.

70. Mt 19,26.

71. Cfr VS, n. 22a. «En el mismo capítulo del Evangelio de Mateo (19,3-10), Jesús, interpretando la Ley mosaica sobre el matrimonio, rechaza el derecho al repudio, apelando a un "principio" más originario y autorizado respecto a la Ley de Moisés: el designio primordial de Dios sobre el hombre, un designio al que el hombre se ha incapacitado después del pecado: Moisés, teniendo en cuenta la dureza de vuestro corazón, os permitió repudiar a vuestras mujeres; pero al principio no fue así (Mt 19,8). La apelación al "principio" asusta a los discípulos, que comentan con estas palabras: Si tal es la condición del hombre respecto de su mujer, no trae cuenta casarse (Mt 19,10). Y Jesús, refiriéndose específicamente al carisma del celibato por el Reino de los cielos (Mt 19,12), pero enunciando ahora una ley general, remite a la nueva y sorprendente posibilidad abierta al hombre por la gracia de Dios: "Él les dijo: 'No todos entienden este lenguaje, sino aquéllos a quienes se les ha concedido'" (Mt 19,11)» (VS, n. 22b).

72. VS, n. 22c. «Lo mismo que el Señor Jesús recibe el amor de su Padre, así, a su vez, lo comunica gratuiamente a los discípulos: "Como mi Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor" (Ioh 15,9)». (VS, n. 22d).

73. Cfr Gal 5,22.

74. Cfr Rom 5,5.

75. VS, n. 22e. "¿Es el amor el que nos hace observar los mandamientos --se pregunta san Agustín--, o bien es la observancia de los mandamientos la que hace nacer el amor?". Y responde: "Pero ¿quién puede dudar de que el amor precede a la observancia? En efecto, quien no ama está sin motivaciones para guardar los mandamientos" [In Ioann. Ev. Tract., 82,3: CCL 36,533]: cfr VS, n. 22 in fine.

76. Rom 8,2.

77. VS, n. 23a. «Él reconoce la función pedagógica de la Ley, la cual, al permitirle al hombre pecador valorar su propia impotencia y quitarle la presunción de la autosuficiencia, lo abre a la invocación y a la acogida de la vida en el Espíritu. Sólo en esta vida nueva es posible practicar los mandamientos de Dios. En efecto, es por la fe en Cristo como somos hechos justos (cfr Rom 3,28): la justicia que la Ley exige, pero que ella no puede dar, la encuentra todo creyente manifestada y concedida por el Señor Jesús. De este modo san Agustín sintetiza admirablemente la dialéctica paulina entre ley y gracia: "Por esto, la Ley ha sido dada para que se implorase la gracia; la gracia ha sido dada para que se observase la Ley" [De spiritu et littera, 19,34: CSEL 60,187]» (VS, n. 23b).

78. VS, n. 23c. «Sólo son posibles como fruto de un don de Dios, que sana, cura y transforma el corazón del hombre por medio de su gracia: "Porque la Ley fue dada por medio de Moisés; la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo" (Ioh 1,17). Por esto, la promesa de la vida eterna está vinculada al don de la gracia, y el don del Espíritu que hemos recibido es ya "prenda de nuestra herencia" (Eph 1,14)» (VS, n. 23 in fine).

79. Cfr 1 Ioh 4,7-8.11.19.

80. VS, n. 24a. «Esta relación inseparable entre la gracia del Señor y la libertad del hombre, entre el don y la tarea, ha sido expresada en términos sencillos y profundos por san Agustín, que oraba de esta manera: Da quod iubes et iube quod vis (Da lo que mandas y manda lo que quieras) [Confesiones, X,29,40: CCL 27,176; cfr De gratia et libero arbitrio, XV: PL 44,899]» (VS, n. 24b).

81. VS, n. 24c. «"Este es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros tal como nos lo mandó" (1 Ioh 3,23). Se puede "permanecer" en el amor sólo bajo la condición de que se observen los mandamientos, como afirma Jesús: "Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor" (Ioh 15,10). Resumiendo lo que constituye el núcleo del mensaje moral de Jesús y de la predicación de los Apóstoles y volviendo a ofrecer en admirable síntesis la gran tradición de los Padres de Oriente y Occidente --en particular san Agustín [De spiritu et littera, 21,36; 26,46: CSEL 60,189-190; 200-201]--, santo Tomás afirma que la Ley Nueva es la gracia del Espíritu Santo dada mediante la fe en Cristo [Cfr Summa Theologiae, I-II, q. 106, a.1, conclus. y ad 2]. Los preceptos externos, de los que también habla el Evangelio, preparan para esta gracia o despliegan sus efectos en la vida. En efecto, la Ley Nueva no se contenta con decir lo que se debe hacer, sino que otorga también la fuerza para "obrar la verdad" (Cfr Ioh 3,21). Al mismo tiempo, san Juan Crisóstomo observa que la Nueva Ley fue promulgada precisamente cuando el Espíritu Santo bajó del cielo el día de Pentecostés y que los Apóstoles "no bajaron del monte llevando, como Moisés, tablas de piedra en sus manos, sino que volvían llevando el Espíritu Santo en sus corazones..., convertidos, mediante su gracia, en una ley viva, en un libro animado" [In Matthaeum, hom I,1: PG 57,15]» (VS, n. 24 in fine).

82. Cfr Mt 28,20.

83. Cfr Ioh 14,26.

84. VS, n. 25a. Cfr Ioh 3,5-8; Rom 8,1-13. «Las prescripciones morales, impartidas por Dios en la Antigua Alianza y perfeccionadas en la Nueva y Eterna en la persona misma del Hijo de Dios hecho hombre, deben ser custodiadas fielmente y actualizadas permanentemente en las diferentes culturas a lo largo de la historia. La tarea de su interpretación ha sido confiada por Jesús a los Apóstoles y sus sucesores, con la asistencia especial del Espíritu de la verdad: "Quien a vosotros escucha, a mí me escucha" (Lc 10,16). Con la luz y la fuerza de este Espíritu, los Apóstoles cumplieron la misión de predicar el Evangelio y señalar el "camino" del Señor (Cfr Act 18,25), enseñando ante todo el seguimiento y la imitación de Cristo: "Para mí la vida es Cristo" (Phil 1,21)» (VS, n. 25 in fine).

85. VS, n. 26a. Sus Cartas contienen, en efecto,« la interpretación --bajo la guía del Espíritu Santo-- de los preceptos del Señor que hay que vivir en las diversas circunstancias culturales (Cfr Rom 12,15; 1 Cor 11-14; Gal 5-6; Eph 4-6; Col 3-4; 1 Pet y Iac). Encargados de predicar el Evangelio, los Apóstoles, en virtud de su responsabilidad pastoral, vigilaron, desde los orígenes de la Iglesia, sobre la recta conducta de los cristianos [S. Ireneo, Adversus haereses, IV,26,2-5: Sch 100/2, 718-729], a la vez que vigilaron sobre la pureza de la fe y la transmisión de los dones divinos mediante los sacramentos [Cfr S. Justino, Apologia, I,66: PG 6,427-430]» (VS, n. 26b).

86. Cfr 1 Pet 2,12ss.; Didaché, II,2; Patres Apostolici, ed. F.X. Funk, I,6-9; Clemente de Alejandría, Paedagogus, I,10; II,10:Pg 8,355-364; 497-536; Tertuliano, Apologeticum, IX, 8: CSEL 69,24.

87. VS, n. 26c.

88. VS, n. 26d. Cfr 1 Cor 5,9-13. «Los Apóstoles rechazaron con decisión toda disociación entre el compromiso del corazón y las acciones que lo expresan y demuestran (Cfr 1 Ioh 2,3-6). Y desde los tiempos apostólicos, los Pastores de la Iglesia han denunciado con claridad los modos de actuar de aquellos que eran instigadores de divisiones con sus enseñanzas o sus comportamientos [Cfr S. Ignacio de Antioquía, Ad Magnesios, VI,1-2: Patres Apostolici, ed. F.X. Funk, I,234-235; S. Ireneo, Adversus haereses, IV,33,1.6.7: Sch 100/2, 802-805; 814-815; 816-819]» (VS, n. 26 in fine).

89. Cfr 2 Cor 5,17.

90. Cfr DV, 7.

91. Cfr 1 Thes 4,1.

92. Cfr Ioh 16,13.

93. GS, 22.