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La Biblia y el sentido del Universo (I)

Josemaría Monforte

 

Sumario

 

I. Introducción.- II. Los relatos bíblicos sobre el origen del universo: A) El contexto cultural de los relatos bíblicos: Los comienzos de la reflexión sobre el origen del mundo.- Principales "cosmogonías" antiguas.- La revelación bíblica sobre el enigma de los orígenes.- Fondos y legados culturales que subyacen en estos relatos.- Recursos y procedimientos literarios de exposición.- 

B) Comentario a los textos del relato bíblico: La obra de la creación.- La obra de la distinción.- La obra del ornato.- La creación del hombre.- El descanso sabático del séptimo día.

C) Consideraciones sobre el contenido de los relatos bíblicos.- El Universo material, vivo y activo, busca a Dios.- El ser humano, pieza clave del Universo visible.- Las sombras del Universo y el pecado del hombre.- La restauración del Universo por Cristo.- III. Conclusión: La triple tarea de todo ser humano en el Universo: contemplar, trabajar y consagrar. La visión del Universo en los sabios y en los santos

 

I. Introducción

 

 

Todo creyente sabe que en la Revelación divina escrita, la primera frase que leemos al abrir la Biblia dice así: Al principio Dios creó los cielos y la tierra. El semitismo «cielos y tierra» se traduce en la lengua griega como «cosmos», es decir el universo. De los 76 libros que componen la Sagrada Escritura, en la primera línea de la primera página del primer libro (el libro de los orígenes, Génesis) se nos dice que Al principio Dios creó el universo. Por tanto, la primera cualidad del universo para un cristiano es ser "un mundo creado".

Dios crea el mundo por generosidad, para manifestar su bondad y hacer partícipes de ella a los seres. El universo viene a ser, por eso mismo, una expresión lejana, pero real, de Dios. Las criaturas son, con plena realidad, cosas: existen en sí mismas; se definen por rasgos genéricos, específicos, individuales: son tema de la ciencia. Pero aún más profundamente son signos, son tema de la fe y nos hablan de Dios. Fe y razón; razón y fe. No se excluyen, se complementan. El "maestro" divino se revela a los hombres y nos enseña su sabiduría en dos textos: el libro de la Creación y el libro de las Escrituras Santas.

En el primero, todas las criaturas son "escritos" que nos enseñan la verdad sin mentira(1). Por ser criatura de Dios, el universo es necesariamente su imagen. Toda realidad --las cosas y los seres-- expresa una idea creadora; toda realidad refleja oscuramente este carácter divino, y a este reflejo espiritual llamamos los cristianos belleza. Si todas las criaturas reflejan a Dios, llevan en sí mismas una doble analogía o correspondencia: por una parte se asemejan a Dios, y tenemos aquí la correspondencia entre el cielo y la tierra; por otra, se hallan unidas entre sí por un origen, una analogía y un fin igualmente divinos; aquí tenemos la correspondencia entre las cosas mismas. Es decir, cada una de estas realidades nos habla por sí sola, y más aún el conjunto orgánico de todas ellas: la creación está jerarquizada para que el hombre descubra mejor algo de las riquezas de Dios. Es más, el hombre es creado para dominar el universo visible y ha de llevarlo a cabo manteniendo una triple superioridad: «la prioridad de la ética sobre la técnica, el primado de la persona sobre las cosas y la superioridad del espíritu sobre la materia»(2). Sólo así se puede conservar el sentido de la trascendencia del hombre sobre el universo y de Dios sobre el hombre.

En el segundo, la Palabra de Dios se revela en las Escrituras Santas y nos da a conocer el origen del Universo --y también del hombre y del mal moral-- y su sentido para el hombre, en los tres primeros capítulos del libro del Génesis. El Dios Creador, Uno y único, Todopoderoso se nos revela con la fuerza su Palabra y pone así en la existencia todos los seres. Sobre esta verdad retornan numerosos pasajes bíblicos, mostrando cuán profundamente ha penetrado en la fe de Israel(3). No menos claros son los testimonios del Nuevo Testamento(4). En la verdad de la creación se expresa con claridad el pensamiento de que todo lo que existe fuera de Dios ha sido llamado a la existencia por El. Por tanto, como Creador, Dios está en cierto modo "fuera" de la creación y la creación está "fuera" de Dios. Al mismo tiempo, la creación es completa y plenamente deudora de Dios en su propia existencia --de ser lo que es--, porque tiene su origen completa y plenamente en el poder de Dios. También puede decirse que mediante este poder creador --la omnipotencia-- Dios está en la creación y la creación está en El. Sin embargo, esta inmanencia de Dios no menoscaba para nada la trascendencia que le es propia con relación a todo a lo que El llama a la existencia(5).

La cultura moderna está en gran parte dominada por la visión científica del Universo. Entendemos aquí por «universo» --mundo o cosmos-- la realidad que rodea y en la que vive la humanidad. El hombre de nuestro tiempo se ha dado cuenta --más quizá que en otras épocas-- de que su historia está inscrita en el centro mismo de la historia del universo. Cada vez mira con más interés y más esperanza que nunca el universo en el que está inmerso: trabaja por dominarlo y dirigirlo; tiende a hacerlo más habitable; de él saca el sustento de su cuerpo y de su alma.

La cultura actual concibe la realidad del universo con los ojos de las ciencias naturales, con la mirada de la razón; y es preciso que aprenda también a escrutar con aquella otra mirada de la fe para que no convierta este mundo en un "dios" que oculta precisamente al verdadero Dios. Tiende a considerar el universo en sí mismo, es decir, en los mecanismos de su funcionamiento físico, con independencia de su relación a Dios y, por supuesto, en función de las necesidades del hombre. Algunos llaman a este modo de ver las cosas, «cultura del poder», porque el objetivo de la vida es adquirir poder para satisfacer las «necesidades»; por tanto, el universo es visto también en función del poder del hombre: es verdadero y bueno lo que da poder, lo que sirve. La explotación científico-tecnológica del universo entra en esta cultura del poder.

El principal objetivo de estas líneas es, pues, llamar la atención sobre la urgente necesidad de restaurar desde la razón y la fe el sentido de la creación. La visión religiosa bíblica no se propone como anticientífica, si bien rechaza las "pretensiones totalizadoras" de la ciencia, entendida de esta forma "ilustrada", y se niega a adorar el poder. ¿Por qué? Porque la fe no es búsqueda de poder, sino búsqueda de sentido, del sentido y del don que se nos ofrece gratuitamente y de forma libre. La fe, una fe razonable --la razón del creyente-- que busca integrar la visión científica del universo, busca sobre todo el sentido y el valor del cosmos para el hombre en cuanto ser-en-el-mundo.

 

II. Los relatos bíblicos sobre el origen del universo

 

 

A) Contexto cultural de los relatos bíblicos(6)

 

 

Los comienzos de la reflexión sobre el origen del mundo


El origen del mundo como tema es abordado por las civilizaciones de los tiempos históricos, porque los restos que nos quedan de los tiempos prehistóricos acerca de la industria humana, de la habitación, de los conocimientos y modos de vida, etc. no son suficientes para establecer cuál fuera el pensamiento del hombre acerca del mundo. Quizá cualquier intento de reconstrucción sea más bien fruto de la imaginación que de los datos. En este breve resumen nos limitaremos a aquellas culturas y religiones que pudieron tener algún contacto con el pueblo hebreo, depositario de la revelación divina del Antiguo Testamento. Entre estas culturas se destacan como más importantes dos: la mesopotámica y la egipcia. De todas formas, la ciencia arqueológica actual nos va proporcionando de año en año nuevos datos de interés sobre otras culturas intermedias entre la mesopotámica y la egipcia(7).

La gran cultura mesopotámica, la más antigua de las bien conocidas, tiene su origen en el octavo milenio antes de Cristo con los primeros asentamientos agrícolas en los valles del Tigris y del Eúfratres; allí, al parecer, comienza la humanidad a cultivar colectivamente, construir ciudades, regadíos, etc. y por tanto, a organizarse socialmente. El octavo milenio antes de Cristo, es, de todos modos, una fecha muy reciente en relación con los datos que tenemos de los orígenes del hombre sobre la tierra. La otra gran cultura, la egipcia, es de un ámbito geográfico distinto: el valle del Nilo. También aquí encontramos muy pronto una sociedad bien organizada, desde las primeras monarquías en el milenio quinto antes de Cristo.

Es preciso llegar al cuarto milenio antes de Cristo para encontrar documentación escrita, ya muy completa y que, por el modo de expresarse, refleja una cultura vieja, toda una historia anterior con una gran tradición que la precede. En la cultura sumeria ya están todos los elementos que forman parte de una comunidad organizada: ayuntamiento, servicio de limpieza, escuelas, templos, fuerzas de seguridad ciudadana, fuerzas de defensa contra los malechores, comercios, almacenes, etc. Y a pesar de las diversas invasiones de pueblos en la región mesopotámica, esta cultura mantiene una cierta continuidad, de modo que los pueblos invasores son asimilados por la cultura aborigen, más poderosa y desarrollada. Esta cultura originariamente sumérica irá manteniéndose siglo tras siglo durante cuatro milenios antes de Cristo, hasta las conquistas de Alejandro Magno. La cultura griega será la encargada de "hacer desaparecer" la cultura mesopotámica. Luego vendrán nueve siglos de clara supremacía de la cultura helénica, hasta que la invasión árabe, en la cuarta década del siglo VII después de Cristo, termine por imponerse a la civilización helénica(8).

En consecuencia, desde el cuarto milenio antes de Cristo se da un desarrollo doctrinal sobre el origen del mundo. La reflexión, ya desde la época sumérica, tiene un cierto carácter sapiencial, o filosófico, y florece en un género literario que se conoce comúnmente por cosmogonías. Las cosmogonías son intentos de explicación del universo. Son patrimonio común de los pueblos mesopotámicos. Se forman con los datos precientíficos de la observación de los sentidos. Hay que reconocer a los antiguos valiosísimas aportaciones en el campo de la astronomía y astrología; los llamados "magos" orientales adquirieron un reconocido prestigio en su época y es de admirar sus resultados, faltándoles instrumental y metodología como la que hoy ya tenemos. Sin embargo, hacían curiosas mezclas de observaciones experimentales y de "mitos"(9).

Los pueblos antiguos con los que Israel mantuvo relaciones --Babilonia y Egipto, fundamentalmente-- han atribuido a sus dioses el origen del mundo. Pero, mientras que todas las cosmogonías del Antiguo Oriente son al mismo tiempo "teogonías", Israel ha considerado siempre a su Dios como un ser personal, independiente de los elementos de la naturaleza, y su dueño absoluto, porque es su autor y, por tanto, ha existido antes que ellos. Esta doctrina, con la que están de acuerdo todas las tradiciones recogidas en el AT, diferencia esencialmente la concepción hebrea del origen del mundo respecto de las de los pueblos vecinos. Y, por otra parte, las semejanzas que las aproximan admiten explicación mediante influjos, directos o indirectos, por préstamos y contraposiciones entre Israel y las cosmogonías egipcias, sumérico-babilónicas o incluso fenicias.


Principales "cosmogonías" antiguas


Entre las cosmogonías egipcias, la que tenía curso entre el pueblo, en Hierápolis, consideraba a Atum, como padre de los dioses, quien sacó de sí mismo una primera pareja divina: Shu (el aire) y Tefuet (el vacío). De estos nació una segunda pareja Geb (la tierra) y Nut (el cielo), que estaban íntimamente unidos, pero que fueron separados por Shu que se deslizó entre ellos y mantiene a Nut elevado por encima de Geb. La mitología egipcia, siendo distinta de la mesopotámica, tiene también sus rasgos comunes. Egipto para los antiguos mitos locales era "un don del Nilo". El Nilo era la vida para los egipcios y sufre un proceso de mitificación. También son mitificados algunos animales, en razón de ciertas fuerzas que encuentra en ellos el hombre. Esto sucede, por ejemplo, con el buey: sin el buey no se puede arar, no se pueden realizar las principales faenas del campo. Los sacerdotes hierapolitanos imaginaron una teoría más sabia y ordenada sobre el origen del mundo. En el principio existía un Agua donde flotaban los gérmenes inertes (nenou) de todo ser; se le conocía por "las aguas nacidas de Nun", a quien se personificó con los rasgos del dios Nun, pero que era por esencia el caos inorganizado. En el Nun vivía un espíritu aún indefinido, Tun o Atum, pero que llevaba en sí mismo la esencia de las existencias futuras. Atum deseó "fundar en su corazón -espíritu- todo cuanto existe" y, por un esfuerzo de su voluntad, se levantó por encima del Agua (Nun). Desde entonces existió el sol de la misma manera que la luz, y Atum desdoblado, exteriorizado fuera del Agua Primordial, tomó el nombre de Rá, que creó a los demás dioses(10).


Se conocen varias cosmogonías babilónicas, de las cuales la más difundida era el llamado poema de la creación Enuma elish, que data probablemente del segundo milenio antes de Jesucristo y que depende de tradiciones sumerias más antiguas. Debió ejercer influencia cultural directa o indirecta en los escritos del AT.

Este poema comienza con la descripción del caos primordial formado por las aguas del Apsú (el océano de agua dulce) y de Tiamat (el mar), que existía antes de todos los dioses: "Cuando en lo alto no se nombraba el cielo, y abajo la tierra no tenía ningún nombre -o sea, no existía-, del Océano primordial, su padre, y de la tumultuosa Tiamat, su madre, las aguas se confundían en una sola cosa. Las junqueras no estaban fijas, aún no se habían visto setos de rosales; cuando ninguno de los dioses había sido creado, cuando aún no se nombraba a ninguno de ellos, cuando no se había fijado ningún destino,... fueron creados los dioses". Tiamat molestada por los dioses, trama su pérdida en unión de su esposo Apsú. Pero éste es vencido, encadenado y, por último, muerto por el sabio Ea (la tierra). Furiosa Tiamat crea una serie de monstruos terribles para entablar la lucha contra los dioses, quienes delegan a Marduk --el dios principal de los babilonios-- para combatir en contra de ella. Marduk atrapa a su adversario en una red, la atraviesa, y, después de haber atado a los monstruos, sus auxiliares, divide su cuerpo en dos partes: "Tomó una de sus dos mitades, cubrió el cielo con ella, echó el cerrojo, colocó un portero y les ordenó que no dejaran salir a las aguas". Así fue creado el firmamento que contiene las aguas superiores. Luego fijó Marduk las dimensiones del Océano (Apsú), hizo la tierra, los astros que determinarían los tiempos sagrados y los años; y por último, el hombre, formado de la sangre de un dios muerto y creado para el culto de los dioses. En los mitos babilónicos el origen del mundo es el resultado de las luchas de los dioses. El hombre admira y mitifica las grandes fuerzas de la naturaleza.


Según dice Filón de Biblos, que pretende reproducir los datos de Sanchoniathon, los fenicios explicaban el origen del mundo --cosmogonías cananeas-- como el desarrollo inmanente de las materias y de las fuerzas contenidas en el caos primordial. No pensaban, pues, en una creación. En el principio sólo existía el viento y las tinieblas, de las que se formó Mot, que era, según unos de limo; según otros, una podredumbre de compuestos acuosos, y que, habiendo tomado la forma de un huevo, fue el origen de todas las cosas: el sol, la luna, las estrellas, las plantas, los animales y el hombre.


La revelación bíblica sobre el enigma de los orígenes


Además del enigma de los orígenes, la revelación bíblica nos orienta en otra gran cuestión: la finalidad del mundo. El mundo es una criatura, es creación de Dios y toda ella está ordenada al hombre. Esto se desprende de los mismos relatos bíblicos. Dios ha hecho todas las cosas visibles y de todas ellas nada hay superior al hombre; por tanto, la criatura humana no debe adorar a ninguna otra criatura, sino sólo a Dios. Ello resulta todavía más sorprendente frente a las nociones religiosas de los pueblos vecinos a Israel. Estos adoran a fuerzas naturales mitificadas en dioses; en la Biblia precisamente lo que se prohíbe con especial acento es la adoración a tales fuerzas.

He aquí la componente desmitificadora bíblica; y para ello se enseña que el hombre es superior a las cosas visibles, a todas. La revelación sobrenatural, al mismo tiempo que muestra una serie de verdades naturales y sobrenaturales que el hombre es incapaz de explicar o no encuentra un modo fácil de hacerlo, presenta también de modo positivo una doctrina que sirve de defensa a esas verdades frente a los errores. En efecto, los dos relatos genesíacos de la creación tienen un marcado carácter "desmitificador". Los antiguos mitos, aquellas fuerzas convertidas en dioses, no son más que criaturas de Dios hechas para el bien del hombre. Las estaciones, las lluvias, los vientos, los astros, el frío y el calor, los lagos y los ríos, etc., todo ha sido creado por Dios para el bien del hombre. El hombre es superior a todos los seres materiales(11). En resumen, no hay finalidad próxima y mayor para el mundo que el hombre. Se podría decir que la creación visible ha sido hecha por Dios con vistas al cuerpo del hombre.


La exégesis bíblica "histórico-crítica" y literaria ha hecho grandes esfuerzos por penetrar en la naturaleza de estos relatos, incluso ha intentado reconstruir el proceso de su redacción literaria(12). Son varias las hipótesis propuestas acerca de la época en que pudo haber sido redactado el texto. Las conclusiones son diversas, pero hay coincidencias en algunas líneas. Por eso, podemos afirmar que hoy se da un "consenso" entre los críticos y estudiosos sobre amplios aspectos de los relatos de la creación del mundo por Dios.

Los descubrimientos arqueológicos han ido aportando luces nuevas sobre la interpretación de los primeros capítulos del Génesis y notoriamente sobre los dos primeros de la creación del mundo visible. No podemos olvidar que Dios ha hablado a la humanidad en momentos concretos de la Historia y con un lenguaje, el de la época, el único que se podía entender entonces. Dios ha adoptado y asumido como vehículo de la Revelación divina una cultura determinada. Lo contrario sería ciertamente absurdo: cuando se habla a un hombre concreto en términos de otra cultura, éste naturalmente no entiende. Es, pues, ésta una poderosa razón, siempre útil, para investigar la cultura y el marco geográfico donde se ha ido dando progresivamente la divina revelación.


Coinciden muchos investigadores en formular la hipótesis de que el primer capítulo del Génesis procede en su última redacción de la llamada tradición sacerdotal o Priestercodex. Se la representa por la letra P. Al dar la última redacción literaria al Pentateuco, el autor (o autores) de tal recopilación habría introducido como prólogo el texto de Gen, 1,1-2,4a, que serviría de introducción a toda la Biblia. En él se enseña fundamentalmente el origen del mundo, del hombre y de toda la creación visible. Esto sucedió, según esta hipótesis hoy muy difundida, a la vuelta del exilio de Babilonia. Se puede, pues, datar alrededor del año 450 a.C., si bien se admite que ha incorporado elementos culturales y doctrinal-religiosos muy antiguos(13).

El texto de Gen 1 es una pieza perfecta, sabiamente construida tanto literaria como teológicamente. La síntesis histórica de la tradición P está determinada por la presencia de Dios en medio de Israel y las exigencias que de ella se derivan. Su estilo es seco, preciso y técnico, como el de un catecismo. Su exposición es fundamentalmente didáctica. El autor o autores de la tradición P escribe o escriben para que el texto sea leído, aprendido y enseñado como una catequesis que llegue al corazón y a la conciencia y sirva de referencia para la vida(14).


Las investigaciones sobre el segundo capítulo del Génesis han llegado también a un cierto "consenso" por lo que se atribuye su redacción a un autor de la época del rey David, o Salomón, poco después del año 1000 a.C. También es claro que tal relato contiene elementos doctrinales y conceptuales que proceden de tradiciones mucho más antiguas. Esta tradición recibe el nombre de Yahwista y se representa por la letra J. A la tradición J se le atribuyen como propios una serie de términos y expresiones, que constituyen un criterio adecuado para identificar los pasajes que proceden de la misma. Entre ellos, el más significativo y del que toma el nombre esta tradición, es que a Dios se le llama siempre Yahwéh. Además se usa el término "Sinaí", en lugar de "Horeb"; o la voz "cananeo" en vez de "amorreo"; y el de "Israel" en lugar de "Jacob"(15).

El estilo literario de la tradición J tiene un claro sabor popular, rico y sugestivo, folklórico y antropomórfico. El texto está dotado de una gran penetración psicológica, que le permite descubrir y presentar con habilidad el fondo de los corazones de los personajes que van apareciendo. Destaca sobre las demás tradiciones, sobre todo, por el arte de narrar, por la riqueza de sus imágenes y por su sencillez. Gen 2(16) no sigue el esquema de los seis días de Gen 1: estamos ante otro esquema cultural distinto. Hay una mirada al entorno geográfico de los agricultores de huerta y regadío: donde no llega el agua no se produce nada. Y esto puede suceder tanto en Egipto como en Mesopotamia. No parece situarse, a primera vista, en el marco geográfico-cultural de Palestina.

Además, en Gen 2 se mezclan los nombres de Yahwéh y Elohim y esto da pie a un posible enriquecimiento de la tradición J con otra llamada Elohista. Si la tradición J se escribe en el Sur de Canáan, entre las tribus de Judá, Leví, Simeón y Benjamín, sobre la tradición E hay un amplio acuerdo en situar su origen entre las tribus del Norte de Canáan La tradición Elohista es relativamente breve para Abraham, pasa casi por alto a Isaac y dedica más espacio a Jacob, y, sobre todo, a Josué. Esta tradición E comienza con la historia patriarcal y la figura central es, sin duda, Moisés(17). La teología de la tradición E es un poco más desarrollada que la de la tradición J y su moral más depurada, por lo que aconsejan situar su composición después de la J. Una vez que los Asirios se anexionaron el Reino del Norte en el año 722 a.C., los israelitas fieles se refugiaron en Jerusalén, llevándose consigo una serie de tradiciones. Y con el fin de sellar de una manera tangible la reunificación del Norte y el Sur y proclamar su fe común en un mismo Dios y en unas mismas instituciones, se llevó a cabo --según esta hipótesis-- la fusión en una sola obra de las tradiciones de ambos reinos(18).


Los fondos y legados culturales que subyacen en estos relatos


Además de la investigación en las posibles "capas redaccionales" del texto bíblico, es preciso tener en cuenta las ideas cosmogónicas que subyacen en el relato de la creación, así como los artificios literarios --patentes-- en el primer capítulo del libro del Génesis. ¿Qué concepción del mundo se desprende de las páginas del AT? Mayor conocimiento del marco cultural de la mentalidad semita, en sintonía con el texto sagrado, nos permite entender mejor el lenguaje del hagiógrafo y penetrar en el mensaje revelado.

El AT no cuenta con una palabra para designar el mundo. Dice "el cielo y la tierra". Los hebreos se representaban el mundo más o menos como los babilonios, quienes a su vez parecen haber heredado su concepción de los sumerios. El cielo era a sus ojos como una bóveda de gran solidez. En hebreo raqui'a, procede de una raíz verbal que significa "martillar", extender a golpes con el martillo. En griego steréoma y en latín firmamentum, indica construcción sólida y rígida. El cielo era como un espejo de metal fundido, reposando sobre columnas, es decir, sobre los montes que en el horizonte parecen sostener el firmamento. La función del firmamento es separar las aguas superiores de las del abismo inferior, que formaban una sola masa en el caos primitivo. En el firmamento hay compuertas por las que Dios derrama, cuando quiere, las aguas sobre la tierra y así derramó los torrentes devastadores del diluvio. Sobre las aguas superiores están fijas las vigas que sostienen "las habitaciones superiores" que constituyen la morada de Yahwéh. Por otra parte, esta morada de Yahwéh se describe como una tienda: el cielo es la tela que Yahwéh ha desplegado para habitar en ella. Y así como los babilonios distinguían tres (o siete) cielos, los hebreos contaban también con muchos sin precisar el número: distinguían "el cielo" de "el cielo de los cielos", es decir, superior. Más tarde el judaísmo admitió tres o siete, tal vez por influencia babilónica. Pero como contrapartida de los babilonios, que hacían de cada cielo el dominio de un dios determinado, el AT proclama que "a Yahwéh pertenecen el cielo, el cielo de los cielos, la tierra y todo cuanto en ella se contiene".

La tierra es un disco inmenso que descansa sobre columnas, pedestales o fundamentos que son los montes. Estas columnas se hallan enclavadas en las aguas del océano, el abismo o tehom que se extendía debajo de ella o gran abismo, de donde brotan las fuentes, cuyas aguas le rodean, pero se ven contenidas por las barreras que Dios les ha puesto. Establecida sobre fundamentos sólidos la tierra es estable y "nunca jamás vacilará.

El mar es el elemento tumultuoso que sólo Dios puede domar(19). Yahwéh contiene sus olas mediante los diques de las cosas, para impedirle que invada la tierra firme, poniéndole puertas y cerrojos, o coloca centinelas para que le custodien como a un dragón temible (tannim). Tannim es un monstruo mitológico que se pone en paralelo con Rahab o bien con Leviatan que es "el gran tannim", o "el tannim de varias cabezas que está sobre el mar. Este monstruo es originario de Fenicia y se halla descrito en las tablillas de Ras Shamra, en idénticos términos con el nombre de Lotán. Rahab es otro tannim distinto que tiene como Tiamat sus auxiliares y parece hallarse en relación con el mar tumultuoso. Este monstruo ha sido domado por Dios al principio de la creación, pero sigue siendo peligroso: Dios le tiene rodeado de una guardia; así tuvo que vencerle en el paso del Mar Rojo y al que ha reducido al silencio. En cambio, en Ps 87,4, Rahab no es más que el símbolo de Egipto. Hay muchos críticos que estiman que se trata del equivalente hebreo del Tiamat babilónico.


No admite discusión apenas el hecho de que los poetas hebreos hayan hecho aquí algunos calcos de las mitologías babilónica y fenicia; pero han liberado estos mitos de todo carácter politeísta, ya que el mar, el abismo y los monstruos que en él habitan no son más que criaturas de Yahwéh y no sirven más que para esclarecer todavía más su grandeza deslumbradora y su omnipotencia.

La lucha entablada entre estos monstruos nefastos y Yahwéh expresa la victoria de la vida y la bendición sobre los factores de muerte y maldición. Es decir, el tehom, Rahab y Leviatan son seres de desgracia; al someterles a su ley, Yahwéh hace de ellos una fuente de bendición y de vida, porque el Océano nos trae las aguas que dan la vida: del océano superior viene la lluvia y el rocío; del océano inferior, las fuentes y los ríos. Así el tehom, de suyo terrible, se pone al servicio del mundo humano que trataba de destruir, y se puede hablar de las "bendiciones del cielo, de lo alto" y de las bendiciones del abismo --tehom-- que se extiende por debajo".

Por último, bajo la tierra de los vivos existe "la tierra donde moran los muertos". Entre los hebreos este lugar subterráneo lleva ordinariamente el nombre de sheol. Quien desciende al sheol ya no vuelve más: es un lugar de tinieblas y de polvo que se presenta como una casa: lugar donde irán a reunirse todos los vivientes, cerrada con puertas y cerrojos. A la idea que los hebreos se formaban del sheol se parece mucho la de los babilonios y la de otros pueblos antiguos. Pero mientras que la morada de los muertos es, entre los babilonios, el reino de Nergal y de la diosa Ereshkigal, entre los hebreos se halla bajo el dominio de Yahwéh al igual que la tierra de los vivos.


Recursos y procedimientos literarios de exposición


Otra prueba de que los diferentes elementos circunstanciales del relato de la creación y el orden que se ve en el mismo no tienen para el hagiógrafo valor objetivo, y de que figuran en su mente como ropaje literario, la tenemos en el empleo simbólico de los números: se trata de un esquema o modo artístico para enseñar una verdad teológica. El autor sagrado guiado por un fin pedagógico, arregla y combina un escenario sugestivo al alcance de la mentalidad de sus lectores. Puede compararse a una página de nuestros catecismos, en los que con gran sencillez se aprecia la mano de un teólogo experto.

El marco de la tradición sacerdotal en Gen 1, es artificial, simbólico, con finalidad teológica y litúrgica. Veámoslo, por ejemplo en el uso del número "diez". Dios en este relato habla 10 veces y se expresa en hebreo con la fórmula "Y dijo Dios". Y curiosamente para no rebasar esta cifra tope omite tal expresión en los días 5º y 7º de la creación, cuando Dios impone el nombre a las criaturas y las bendice. Ya dijimos que el hombre primitivo contaba con las manos y por eso, en las lenguas semíticas el número 10 es como una conclusión, una terminación. Por tanto, el uso de "Y dijo Dios" diez veces quería significar que la creación forma un todo completo.

También se ve en el número "siete". Este guarismo en la Biblia --y también en la literatura antigua del Próximo Oriente-- denota la idea de plenitud y perfección. Para indicar que se cumplió una orden divina, usa siete veces la expresión "Y hubo mañana y hubo tarde...". Siendo ocho las obras divinas era lógico que la fórmula se repitiera ocho veces, pero la omite en el quinto día. También 7 veces se lee "Y vio Dios que era bueno", que se omite en el segundo día. Siete veces da el hagiógrafo una descripción detallada de los seres creados por Dios, y emplea siete veces el verbo bará (creó).

Con la misma finalidad se introduce el número "tres". Así en los tres primeros días obra Dios sobre el caos primitivo se dan tres divisiones con el fin de preparar el espacio que debía poblar de seres creados en los tres últimos días. Distingue tres series de plantas y de animales. En los tres primeros días Dios da nombre a los seres creados y los bendice tres veces en los tres últimos días; etc. En la Biblia el número 3 significa la máxima perfección de los seres.

Además del simbolismo de los números, hay un evidente esquematismo en el relato de Gen 1. Una serie de fórmulas estereotipadas se repiten machaconamente.


Notas

1. Por eso Aristóteles, cuando le preguntaron dónde y cómo había aprendido tanto, respondió: «En las cosas, que no saben mentir» [Santo Tomás, Sermo V in Dom. 2 de Adventu].

2. Juan Pablo II, Redemptor hominis, nº 16.

3. Recordemos al menos algunos de ellos. Se dice en los Salmos: "Del Señor es la tierra y cuanto la llena, el orbe y todos sus habitantes; El la fundó sobre los mares" (Ps 24,1-2). "Tuyo es el cielo, tuya es la tierra, Tú cimentaste el orbe y cuanto contiene" (Ps 89,12). "Suyo es el mar, porque El lo hizo; la tierra firme que modelaron sus manos" (Ps 95,5). "Su misericordia llena la tierra. La palabra del Señor hizo el cielo… Porque El lo dijo y existió, El lo mandó y surgió" (Ps 33,5-6.9). "Benditos seáis del Señor, que hizo el cielo y la tierra" (Ps 114-115,15). La misma verdad profesa el autor de la Sabiduría: "Dios de los padres y Señor de la misericordia, que con tu palabra hiciste todas las cosas..." (Sap 9,1). Y el profeta Isaías llega a decir en primera persona la palabra de Dios Creador: "Yo soy Yahwéh, el Hacedor de todo" (Is 44,24).

4. Así, por ejemplo, en el Prólogo del Evangelio de San Juan se dice: "En el principio existía el Verbo... Todo fue hecho por El, y sin El no se hizo nada" (Jn 1,1.3). La Carta a los Hebreos, por su parte, afirma: "Por la fe conocemos que los mundos han sido dispuestos por la palabra de Dios, de suerte que de lo invisible ha tenido origen lo visible" (Hebr 11,3).

5. Un ejemplo significativo tomado de las Escrituras. Los atenienses, quienes reconocían muchos dioses --politeísmo pagano--, escuchan unas palabras de san Pablo en el Areópago sobre el único Dios Creador sin plantear objeciones. Al pasar y contemplar vuestros monumentos sagrados, he encontrado también un altar en el que estaba escrito: Al Dios desconocido. Pues bien, yo vengo a anunciaros lo que veneráis sin conocer. El Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él, que es Señor del cielo y de la tierra... (Act 17,23-24). Este detalle parece confirmar que la verdad acerca de la creación constituye un punto de encuentro entre los hombres que profesan religiones diversas. Quizá la verdad de la creación está arraigada de modo originario y elemental en diversas religiones, aun cuando en ellas no se encuentren conceptos suficientemente claros, como los de la Sagrada Escritura.

6. Para un estudio más amplio, con abundante bibliografía cfr. J.M. Casciaro-J.M. Monforte, Dios, el mundo y el hombre en el mensaje de la Biblia, Eunsa, Pamplona 1992, pp.331-389.

7. Así, por ejemplo, la "torre de Jericó", una torre de defensa, de almacén y de vigilancia, estuvo enterrada muchos siglos; su hallazgo arqueológico la data alrededor del séptimo milenio antes de Cristo. Es interesante este hallazgo porque no se han encontrado en la torre restos de cerámica, lo que indica que se trata de una época en la que aún no se habían dado asentamientos estables, o eran muy recientes. La cerámica sólo aparece cuando el hombre se ha establecido de un modo fijo en un lugar; los nómadas no la usaban porque era pesada y frágil, en cambio, utilizaban vasijas de cuero o incluso de algún metal, que son ligeros y no se rompen. La torre, situada en las inmediaciones de Jericó, tiene unos diez metros de altura, todo lo cual denota una cierta organización social, si bien no poseemos restos documentales de tal época.

8. Por poner un ejemplo, más conocido, la cultura europea ancla sus raíces en la civilización griega; los diversos pueblos que van invadiendo Europa, son asimilados por dicha cultura helénica. Los llamados pueblos bárbaros no suplantan la cultura heleno-romana-cristiana que imperaba en Europa, sino, al contrario, son absorbidos por ella. Pues bien, algo parecido había sucedido siglos antes con Mesopotamia y Egipto, las dos grandes culturas que han mantenido su personalidad e influencia, durante siglos y aún milenios sobre los demás pueblos que los invadieron.

9. El mito es un intento de la cultura del mundo antiguo de explicar aquello que está por encima del entendimiento, de la razón del hombre, y que transciende sus fuerzas. En la cultura mesopotámica se da un desarrollo progresivo, una proliferación de los mitos, juntamente con los datos experimentales del mundo. Esta cultura está viva en la época de los patriarcas bíblicos, Abraham, Isaac y Jacob; e incluso doce siglos después, en el periodo del destierro, diáspora y cautiverio del pueblo hebreo en Babilonia. Podemos afirmar que la cultura babilónica es heredera de la sumeria, que se mantuvo sustancialmente la misma a lo largo de todo ese gran periodo de tiempo.

10. A lo largo de la historia egipcia existen movimientos con concepciones religiosas mucho más puras, más espirituales. Se llegó incluso a una forma religiosa muy próxima al monoteísmo; tal es el caso del faraón Amenofis IV (1372-1354 a.C.) que intenta imponer el único culto al dios Ra o Aton. El nombre de Amón, el dios de Tebas, fue borrado de los monumentos y Amenofis IV se llamó a sí mismo "Ajenatón", es decir, "el amado por Atón".

11. Tanto en Gen 1,26 como en Gen 2,19 se expresa muy bien la superioridad del ser humano sobre los animales, vegetales o seres inanimados. El hombre los domina y se sirve de ellos para su propia vida. También aparecen en la Biblia los seres espirituales e invisibles con el genérico nombre de "ángeles", pero no se explica detenidamente su naturaleza y finalidad como en el caso de los seres visibles.

12. Antes de hacer la exposición de la historia redaccional, una observación importante. El Pentateuco --los cinco primeros libros de la Biblia--, al ser recibido tal como lo leemos hoy en el Canon de la Sagrada Escritura, como los demás escritos de la Biblia, ha sido puesto por escrito, al menos en su redacción definitiva, bajo la inspiración del Espíritu Santo. De manera que la investigación crítica de la historicidad de unas tradiciones no lleva consigo ninguna contradicción con el dogma del carisma inspirativo de los hagiógrafos. Es más, la gracia divina supone una naturaleza capaz de recibirla y el autor humano es una persona con unas características concretas de vida y de cultura. La inspiración divina debió darse en tales condiciones y por ello, el esfuerzo humano de reconstruir tales tradiciones no constituye de por sí --a menos que se haga con otra intención-- ningún atentado o peligro contra el carácter sagrado de los libros y su naturaleza sobrenatural.

13. La tradición P parece que se formó en ambientes sacerdotales, en Jerusalén principalmente, en la época inmediatamente posterior al Destierro. Los deportados tuvieron que soportar la tremenda crisis político-religiosa que supuso el final del Reino del Sur y que llegó a poner a prueba la supervivencia del pueblo elegido. No cabe duda del gran esfuerzo y trabajo de los deportados, que formaban la élite del pueblo, para mantener su propia identidad. Las clases sacerdotales aludidas, según los historiadores, vendrían a constituir el medio religioso cultural donde se recogieron por escrito las anteriores tradiciones.

14. Toda la historia sacerdotal está concebida en cuatro grandes periodos sucesivos, que sirven de trama a todo el Pentateuco: 1) Desde los orígenes hasta Noé; 2) Desde Noé hasta Abraham; 3) Desde Abraham hasta Moisés; 4) Desde Moisés en adelante.

15. La tradición J cubre los tres grandes periodos del Pentateuco: 1) La historia de los orígenes; 2) El periodo patriarcal; 3) El periodo mosaico. Pero donde la tradición J se muestra más original y su aportación es más importante es precisamente en el primer periodo: 1) el segundo relato de la creación (Gen 2); 2) el relato del Paraíso e historia de la caída original (Gen 3); 3) la historia de Caín y Abel (Gen 4); 4) la corrupción de la humanidad (Gen 6,1-8); 5) el relato del diluvio (Gen 6-9) (se mezcla con relatos de la P); 6) y el relato de la torre de Babel (Gen 11).

16. No disponemos en este artículo de espacio para tratar con cierto detalle este capítulo tan importante del Génesis. Remito al lector: cfr J.M. Casciaro-J.M. Monforte, o.c., pp. 393-462.

17. Si se exceptúa el uso más frecuente del nombre de Elohim, en vez de Yahwéh y algunas otras pocas expresiones propias, la forma literaria y el estilo de la tradición E no difiere sensiblemente de la tradición J, aunque le falte la viveza y el colorido de esta última. Según la hipótesis más extendida la tradición E fue puesta por escrito probablemente en la primera mitad del siglo VIII a.C.; antes de la caída de Samaria.

18. Además parece ser que la fusión se realizó de manera que cada tradición conservara en lo posible sus características propias, aunque debió sufrir su estructura original, especialmente la de la tradición E. Más tarde al ser fusionadas con las tradiciones Deuteronómica (D) y Sacerdotal (P) sufre de nuevo retoques y desplazamientos.

19. El mar (yam) se sitúa en paralelo frente al abismo inferior (tehom) en el que muchos críticos ven una referencia a Tiamat, la diosa babilónica que personifica el mar, que fue transpasada por Marduk y cuyo cuerpo seccionado en dos sirvió para formar el cielo que retiene las aguas superiores. Como entre los babilonios, y sobre todo entre los fenicios, el mar es el elemento turbulento que, aunque vencido por Dios al principio de la creación, sigue siendo peligroso y amenazador.