El trato de una mujer consagrada: reflejo del amor y de la caridad de Cristo a cada alma

Fuente: Escuela de la fe
Autor: n/a


Vamos a ver algunos principios que hay que tomar en cuenta para que nuestro trato con cada alma sea verdaderamente un reflejo de Cristo. Pero no solamente con las almas de mi apostolado sino con las almas de mi misma comunidad. No es difícil reflejar a Cristo con almas con las que tratamos esporádicamente o con quienes no convivimos todos los días. Pero cuánto cuesta el ser ese otro Cristo para mi compañera a quien conozco de pies a cabeza y con quien estoy todos los días, los 365 días del año


Dominio personal:
Para manifestarnos siempre tranquilas, apacibles, discretas y con pleno dominio de nosotras mismas. El dominio personal surge o viene como consecuencia de estar sobre uno mismo, conscientes, por amor, de lo que estamos haciendo. Así, no será el "natural" lo que saltará sino lo que se debe ser, lo que se es: consagrada. Dominio del propio carácter, de los sentimientos, de la forma de ser y, en un plano más humano, de las palabras, de los movimientos, de la manera de decir las cosas....¡Dominio! Yo he de llevar las riendas de mi persona con la ayuda del Espíritu Santo; porque yo soy: otro Cristo.


Interés y olvido de uno mismo:
Interés va junto con el olvido de uno mismo, ya que uno no puede poner verdadero interés por el otro si está pensando en sí mismo. ¿Cómo sucede esto? Alguien viene a decirte o a consultarte algo, lo escuchas, pero ¿realmente te interesas? El interés real, lleva al compromiso. ¿Buscas soluciones con ella? ¿Te sacrificas? ¿Pides a Dios en tu oración? ¿Le dedicas un tiempo para reflexionar en ella? Ese es el verdadero interés. No es el que simplemente escucha y ya, como si no hubiera pasado nada te olvidas. ¡Cuánto ayuda el interesarse por las demás! Nos ahorraría muchas susceptibilidades y muchos malentendidos y nuestras comunidades serían el cielo en la tierra, ya que se viviría pensando en las demás, en cómo más puedo ayudar y no en si me dijeron, si no, si me miraron, si me tomaron en cuenta, si me valoraron, etc...


Respeto:
Actualmente hay una idea errónea de lo que es el respeto. El respeto no es "relativismo", donde cada quien tiene su verdad y hay que "respetársela" El respeto es una actitud de consideración con los demás. La actitud de tenerlos en primer lugar, por encima de uno mismo. Viene de esa conciencia de que las almas pertenecen a Dios y que yo soy ese canal de su amor. El respeto tiene varias manifestaciones:


Respeto a los juicios y opiniones ajenas:
Sabiendo transigir en lo que no es esencial. Como siempre, hay diversidad en modos de pensar, por la formación, por el ambiente en el que cada quien se formó, por el país de origen, en fin... Por ello, al toparnos con alguien que no piensa como nosotros no hay que tacharla y cerrarse, sino que, manteniendo el corazón abierto, hacer un esfuerzo por entenderla: ¿por qué piensa ella así? ¿Qué le mueve a pensar de esta manera? Y si no es algo esencial, algo que atenta contra la fe, es mejor escuchar, secundar, interesarse por esa opinión. Escuchar y respetar. No imponer, por tanto, la propia forma de pensar.


Respeto de las cosas personales:
Además hemos hecho unos "votos", de pobreza. No tomar lo ajeno si no lo he pedido. No me pertenece. (Como santa Teresa, que no podía dormir teniendo una aguja que no era suya, la tuvo que sacar del cuarto) Así yo, “hilando fino en el amor”.


Benignidad y mansedumbre:
Esto se da en las almas que se esfuerzan por vivir la humildad. Cuánto ayuda ver la humildad en las compañeras, en las formadoras. Creo que eso es algo que atrae mucho a las almas, genera confianza, apertura. Un alma humilde que sabe reconocer sus errores, que sabe pedir disculpas ante el mínimo detalle que pudo herir la caridad. Un alma "mansa", de modo que nunca las personas se sientan repelidas por la frialdad o aspereza de sus actuaciones o por la altivez de sus reacciones o respuestas. Cristo dice "aprendan de mi que soy manso y humilde de corazón". Todo parte del corazón. ¿Cómo es mi corazón? ¿Es como el de Cristo? Hay que darle guerra al orgullo y a la soberbia.


Cordialidad y deferencia:
Un trato afectuoso, lleno de amor. En momentos en donde haya que llamar la atención, hacerlo con amor, con afecto en Cristo. "Yo te trato así porque en ti vive Cristo a quien amo", de ahí nace el trato cordial y la deferencia, sobretodo con las personas que tienen autoridad sobre nosotros, ya que representan a Dios. ¿Cómo trataría a Cristo? Así debo tratar a todos, con esa misma cordialidad y deferencia. Deferencia que se manifiesta en una "reverencia filial"; en cultivar esa cercanía, esa confianza con reverencia. La cordialidad se ha de extender a todas las personas que tratan conmigo por su identificación con Cristo. La cordialidad es esa nota que hace que el trato sea más suave, más deferente, más solícito de la sensibilidad de la persona. Es una nota que si falta, se resiente.

Nosotras estamos llamadas a este amor, hecho obras, hecho sacrificio. Un amor auténtico. Que en nosotras palpite el corazón de Cristo. Amor que exige disponibilidad para el servicio sin reservas, prontitud para acoger al otro tal como es sin juzgarlo, capacidad de perdonar hasta "setenta veces siete". VC n. 42.


a. Trato amable y abierto


Cristo es el “hombre para los demás”. Todos los que queremos participar en su misión debemos asimilar este aspecto de su personalidad. Nuestro apostolado nos obliga a estar constantemente en contacto con toda clase de personas. Unas amables, agradables y abiertas. Otras indiferentes, irritables, quizá casi intratables. Hay que acostumbrarnos a tratar con todos, respetándolos y amándolos como son.


El motivo profundo de esta apertura universal de parte del alma consagrada será el hábito de ver en cada persona un miembro de Cristo, un hermano, hijo de Dios llamado a la salvación. Sólo así será capaz de tratarlos como los trataría el Señor, buscando ganarlos, no para sí, sino para el Reino.


Es bueno en este contexto recordar lo que vimos sobre el aspecto de la formación del corazón del alma consagrada, quien busca en todo sólo amar a Dios y llevar a las almas a amarle a Él también sobre todas las cosas.


Igual que Jesucristo, la persona consagrada debe ser mansa y humilde de corazón (cf Mt 11, 29).

Por eso quien está en formación esforzarse para que en todas sus relaciones humanas resplandezcan la benignidad y la mansedumbre, de modo que las personas que traten con ella se sientan acogidas y aceptadas y no encuentren frialdad, indiferencia o aspereza.


Ciertamente habrá ocasiones en las que se verá obligada a exigir, especialmente si le toca formar a otras personas, dedicarse al apostolado de la educación etc.

Pero una cosa es exigir despóticamente y otra hacerlo con amabilidad y comprensión. Como solía decir S. Francisco de Sales: "más abejas atrae una gota de miel que un barril de vinagre". Esto es sumamente importante para una formadora, especialmente en su trato con jóvenes y adolescentes.


b. Trato distinguido y cortés

La formación integral habría de incluir la educación en el trato distinguido y cortés con los demás. Distinción y cortesía en el modo de hablar, en el vocabulario, en el trato personal. Evitar lo que sepa a timidez, encogimiento, apocamiento. Evitar el trato brusco, agresivo o excesivamente irónico que puede alzar una barrera entre uno mismo y los demás.


Cada uno tendrá su estilo propio. Pero alguien que es ante los demás representante de Cristo, maestra de la fe, debe esforzarse por presentar siempre un modo de ser firme, amable, natural, alegre, sereno, equilibrado...


En esto también hay que cuidar ciertas formas del trato que tienen que ver con cualquier joven “de allá fuera”. Se pegan muy fácilmente las expresiones, el vocabulario, los temas de conversación, los intereses de la gente con quien uno está trabajando en el apostolado, y que muchas veces desdicen de una persona consagrada. A veces pensamos que así les ganamos más fácilmente, pero a fin de cuentas demasiada familiaridad lleva a la pérdida de verdadera ascendiente y eficacia en comunicar el mensaje. Además deja abierta la puerta para muchas situaciones que pueden comprometer mi consagración total a Jesucristo.


La importancia de cuidar el trato se desprende realmente de lo que vimos en el tema anterior sobre las relaciones sociales en general. El mismo conocimiento de las normas, las formas aceptables del ambiente en que me muevo, es también una forma de inculturación. Sin embargo, podemos insistir de nuevo en las dos áreas principales en la cuáles desarrollamos nuestra vida de consagrados:


En la vida de comunidad:
El trato distinguido y cortés fomenta el respeto y la madurez. Evita la familiaridad, faltas a la caridad, las divisiones, el fomentar preferencias - todo lo cual impide desarrollar y crecer en mi amor a Cristo, que siempre me lleva a la delicadeza y universalidad en el trato, la verdadera caridad.


En la vida de apostolado:
Dentro puede haber un tesoro. Pero la gente ve primero el exterior. Una cosa es que llevemos el tesoro en vasos de barro y otra que el vaso se presente tan tosco y desagradable que nadie quiera acercarse a él. Creo que queda claro su importancia tenemos que ser “otros Cristo”, en todo.


El diccionario de la Real Academia de la Lengua define delicadeza como la atención y exquisito miramiento con las personas o las cosas, en las obras o en las palabras. Delicadeza implica ternura, suavidad y buen trato.


Los principales enemigos de la delicadeza son la falta de paz, el nerviosismo, la ira descontrolada, los malos modales. La mujer delicada sabe fijarse en los detalles y construir, a través de ellos, una vida más agradable para todos los que le rodean. Donde hay delicadeza no es necesario decirse el cansancio que se puede ver con la mirada, en los gestos, y se actúa con suavidad para reparar el desgaste de la jornada. Una mujer consagrada delicada sabe siempre llegar al alma de los demás porque se adelanta a sus necesidades, soluciona problemas sin que se lo pidan, es eficiente y ejecutiva.