89° Capitulum Generale Ordinis Carmelitarum Discalceatorum
Avila 28 abril - 18 mayo 2003


Documentos

LA REFUNDACIÓN

DE LOS FRAILES CARMELITAS DESCALZOS

POR SANTA TERESA

Teófanes Egido, ocd

 

 

 

Se me ha ordenado que reflexione históricamente (no espiritualmente, por tanto) sobre la “refundación” de los frailes por santa Teresa, realidad que cuya idea nació aquí, en Ávila, y que se materializó también en tierras de Ávila, en Duruelo.

            Partimos del presupuesto de que todos conocemos  lo sustancial de aquel proceso, que no fue tan sencillo ni tan idealizado como se suele presentar. Por ello mismo, por ser conocido, tanto importa la reflexión histórica como el recuerdo de lo sabido, puesto que el recuerdo puede ser una forma estupenda de reflexión. Y tengamos en cuenta, más que un presupuesto, la obviedad con la que  todos estamos connaturalizados: la obviedad de que nuestra fundadora (como decían todos en los tiempos fundacionales aunque alguna voz disonante se oyera más tarde) fue una mujer, en caso excepcional, mejor dicho, en caso único: no había hasta entonces ninguna orden monástica, mendicante, canónica, que hubiera tenido por fundadora a una mujer, ni que en su proceso fundador  la creación de la segunda orden hubiera sido anterior a la primera, la femenina a la masculina. 

            I.- LOS MOTIVOS DE LA MADRE TERESA 

            ¿Cuándo y por qué se decidió la Madre Teresa a fundar a los carmelitas descalzos? La misma Santa Madre (que será la fuente fundamental de nuestra reflexión) nos da la respuesta a ambas cuestiones.

El tiempo. Cuando ella estaba tan tranquila y tan contenta en su casa de experiencia orante y fraterna, porque no conviene olvidar que su experiencia orante fue la que la comprometió en el proyecto renovador, refundador o fundador de nuevas formas de vida carmelitana, tal y como se dice en su documento de trabajo Volver a lo esencial, 45: “Cinco años después de la fundación de San José de Ávila, que me parece serán  los más descansados de mi vida, cuyo sosiego y quietud echa harto (de) menos muchas veces mi alma”. Es decir, por 1566 o 1567, coincidiendo con la visita del General de la Orden, Padre Rossi, visita histórica por otra parte, porque “siempre nuestros Generales residen en Roma y jamás ninguno vino a España” (Fundaciones, 1,1; 2,1). Y poco después de que a ella llegaran informadores e informaciones de la situación de la Iglesia. Porque la Madre Teresa vivía tranquila, encerrada con sus monjas, pero estaba muy bien informada. Y estas informaciones la condujeron a la expansión de sus conventos de monjas descalzas y, al mismo tiempo, a la fundación de frailes de la misma orden.

Los motivos. No pueden estar más claros en su recuerdo: el nacimiento de la orden de los frailes obedeció a la sensibilidad eclesial de la Madre Teresa. Entran en el horizonte de sus preocupaciones cuando toma conciencia de la inutilidad de las armas, de la violencia, en los conflictos de aquellas guerras de religión, y cuando percibe la necesidad de multiplicar aquellos grupos de mujeres orantes, pero también la  de letrados,  de predicadores, de misioneros que bautizasen a tantos indios como morían sin el bautismo: y por aquellos tiempos de confesionalismos eso de morir sin el bautismo equivalía a condenarse eternamente, aunque fuera en el infierno matizado del limbo. 

La preocupación por la Iglesia de Europa

En primer lugar la llegaron las noticias de la situación de la Iglesia europea, de la Cristiandad rota. Y la llegaron, naturalmente, por la propaganda que el rey enviaba a los conventos pidiendo oraciones por el éxito de su política religiosa, que coincidía con los intereses dinásticos, especialmente en su compromiso contra Francia. De hecho, la imagen de los “luteranos” que se refleja en Santa Teresa es la misma que se transmitía en estos comunicados y que han estudiado los especialistas Otger Steggink y J. I. Tellechea. No eran “luteranos” sino calvinistas, hugonotes, aquellos a los que refería la Madre Teresa, pero entonces la forma de hablar identificaba a todos.

Pues aunque lo hayamos leído muchas veces, recordemos las palabras del capítulo primero de Canmino de perfección, como una familia que oye a la madre, fijándonos en que lloró amargamente, porque sufría por la Iglesia a la que amaba: Venida a saber los daños de Francia de estos luteranos  y cuánto iba en crecimiento esta desventurada secta, fatiguéme mucho, y como si yo pudiera algo o fuera algo, lloraba con el Señor y le suplicaba remediase tanto mal. Paréceme  que mil vidas pusiera yo para remedio de un alma de las muchas que veía perder.                        

            Los indios que se condenaban

            Poco después tomó conciencia de lo que suponía la empresa evangelizadora de Indias (de América). Hay mucho de recursos retóricos, tan habituales en los escritos teresianos,  puesto que ella, que tenía media familia, casi todos sus hermanos, por las Indias, estaba informada seguramente de lo que suponía aquel que para los europeos era un mundo nuevo que, como he dicho antes,  hizo cambiar o tambalearse muchos prejuicios en la vieja Europa. Seguramente ella tenía la visión oficial. La otra le vino por un seguidor del P. Las Casas, el P. Maldonado, personaje singular.

            En el capítulo primero de las Fundaciones, después de hablar de la conciencia eclesial de su reducto de mujeres orantes de San José, recuerda el efecto de la visita de  aquel fraile misionero y gustoso de andar locutorios de monjas:  Comenzóme a contar de los muchos millones de almas que allí se perdían por falta de doctrina, e hízonos un sermón y plática animán­donos a la penitencia, y fuese. Yo quedé tan lastimada de la perdición de tantas almas, que no cabía en mí. Fuíme a una ermita  con hartas lágrimas...Pues andando yo con esta pena tan grande, una noche, estando en oración, representóseme nuestro Señor de la manera que suele, y mostrándome mucho amor, a manera de quererme consolar, me dijo: Espera un poco, hija, y verás grandes cosas. Quedaron tan fijadas en mi corazón estas palabras, que no las podía quitar de mí. 

            2.- CARGADA DE PATENTES Y DESEOS, PERO SIN FRAILES 

            Lloró, pero no se queda en llorar. Sentía y amaba a la Iglesia. Y sufría por la  Iglesia que, en conformidad con la eclesiología de entonces, era el único instrumento de la salvación de las almas.  El “espera y verás grandes cosas” se realizó en la expansión de los conventos de monjas y en la fundación de los frailes contemplativos (denominación primitiva de los reformados o descalzos): “Considerando yo cuán necesario era, si se hacían monasterios de monjas, que hubiese frailes de la misma Regla” (Fundaciones 2, 5).

            a) La idea de la fundación de los frailes, naturalmente, partió de ella, con la mediación  del obispo, D. Álvaro de Mendoza (Fundaciones 2, 4), que  pidió licencia “para que en su obispado se hiciesen algunos monasterios de frailes descalzos de la primera Regla. Él (el General) lo quisiera hacer, mas halló contradicción en la Orden; y así, por no alterar la provincia, lo dejó por entonces. Pero la Msdre Teresa, tenaz, no se desanimó, insistió, y las licencias llegaron del P. Rubeo a principios de 1567. Eran muy  restrictivas: sólo se permitían dos casas de contemplativos y sólo dentro de la jurisdicción del Provincial de Castilla. Temía, como buen general, las tensiones que podían sobrevenir, escarmentado como estaba de anteriores reformas en la Orden, siempre conflictivas.

            b) ¿Con quiénes contar? La Madre veía  la dificultad de encontrar vocaciones de seglares y de contar con calzados, consciente como era del declive de la orden en Castilla. Realmente era muy débil su presencia en cantidad y en calidad y desde el punto de vista personal: “Pasados algunos días, considerando yo cuán necesario era, si se hacían monasterios de monjas que hubiese frailes de la misma Regla, y viendo ya tan pocos en esta provincia, que aun me parecía se iban a acabar, encomendándolo mucho a nues­tro Señor, escribí a nuestro padre general una carta”;Pues estando yo ya consolada con las licencias, creció más mi cuidado, por no haber fraile en la provincia que yo entendiese para ponerlo por obra, ni seglar que quisiese hacer tal comienzo. Yo no hacía sino suplicar a nuestro Señor que siquiera una persona despertase” (Fundaciones 2, 4-5).

Es una tentación no recurrir constantemente a las palabras de la Madre, mucho más expresivas que cualquier otra. Tuvo sus incertidumbres, su preocupación vocacional ya entonces: “Tampoco tenía casa ni cómo la tener. Vela aquí [aquí tenéis] una pobre monja descalza, sin ayuda de ninguna parte, sino del Señor, cargada de patentes y buenos de­seos, y sin ninguna posibilidad para ponerlo por obra. El ánimo no desfallecía ni la esperanza, que, pues el Señor había dado lo uno, daría lo otro. Ya todo me parecía muy posible, y así lo comencé a poner por obra” (Fundaciones, 2, 6). 

3.- FRACASO DE DURUELO 

Ya sabemos cómo, para ella providencialmente, para los historiadores de la forma más comprensible, se comenzó a solucionar el problema del lugar, con Duruelo, y el de las personas en el verano de 1567 en Medina del Campo. Sus palabras están llenas de matices cuando habla del encuentro con el P. Antonio de Heredia y con fray Juan de Santo Matía, al que le faltaba un año de estudios todavía en Salamanca. Los dos estaban impregnados del ideal de entonces, el del rigor (algo tan apreciado en aquellas sociedades). En fray Juan, no obstante,  se registró un proceso bien conocido, no instantáneo por supuesto,  y que podemos seguir en su camino de conversión del rigor al teresianismo.

Al verano siguiente, el P. Antonio se quedaba allegando el mobiliario para Duruelo, desnudo de casi todo pero bien provisto de relojes, de muchos relojes, para medir la regular observancia. Pero ella se llevaba consigo a Valladolid a fray Juan (su “medio fraile”, como aclarará después Gracián en su otro Libro de las Fundaciones). Y allí, en Valladolid, aprovechando que todavía no había clausura, tuvo lugar  aquel aprendizaje acelerado de la especie de noviciado de fray Juan, que tuvo la fortuna de contar con la Madre Teresa como maestra de novicio. Ella, en su recuerdo, insiste en aquella enseñanza (Fundaciones 13,5): Yo me fui con fray Juan de la Cruz a la fundación que queda escrita de Valladolid. Y como estuvimos algunos días con oficiales para recoger la casa, sin clausura, había lugar para in­formar al padre fray Juan de la Cruz de toda nuestra manera de proceder, para que llevase bien entendidas todas las cosas, así de mortificación como del estilo de hermandad y recreación que tenemos juntas; que todo es con tanta moderación, que sólo sirve de entender allí las faltas de las hermanas y tomar un poco de alivio para llevar el rigor de la Regla. El era tan bueno, que, al menos yo, podía mucho más deprender [aprender] de él que él de mí: mas esto no era lo que yo hacía, sino el estilo del proceder las hermanas.

Pero el superior sería el P. Antonio, siempre celoso por reivindicar su precedencia cronológica en el descalzarse. Con él, fray Juan y fray José de Cristo. Y así, bajo el signo del rigor, comenzó la andadura en el casar, en la especie de alquería, de Duruelo.

            Los arranques no fueron todo lo ideales que quería la Madre Teresa. Estaba descontenta con el lugarejo en el que había comenzado su proyecto carmelitano para los hombres. Y no sólo por el lugar, apartado, perdido (ella se perdió cuando lo fue a buscar), con posibilidad de predicación solamente a aldeanos, sino por el estilo de vida que allí imperaba y que no era en el que había soñado ella, que era urbana, de mentalidad burguesa. Hay que leer las páginas magistrales que en el capítulo 14 de las Fundaciones dedica al recuerdo de su primera visita a aquella singular comunidad primera de carmelitas descalzos. Puede percibirse la decepción que ocultan sus palabras en la descripción modélica, los recursos retóricos que emplea para convertir en ejemplar aquello que ni era convento ni era nada, las cruces y las calaveras que abundaban en aquel portalico de Belén, la maldición del tiempo en que tuvo honra por parte del P. Antonio de Jesús, las mortificaciones, el andar descalzos, las conversaciones que tuvieron y el fracaso de la Madre en su denuedo por reducir a aquellos penitentes a la sensatez, un valor teresiano esencial, y al estilo de vida que  pretendía pues para ella era tan esencial eso, el estilo de vida : Ellos, como tenían estas cosas que a mí me faltaban, hicieron poco caso de mis palabras para dejar sus obras; y así me fui con harto grandísimo consuelo, aunque no daba a Dios las alabanzas que merecía tan gran merced. Plega a su Majestad, por su bondad, sea yo digna de servir en algo lo muy mucho que le debo, amén; que bien entendía era ésta muy mayor merced que la que me hacía en fundar casas de monjas.

            Acentuemos esta última observación para darnos cuenta de cómo la Madre Teresa proyectó su fundación de hombres como algo distinto a la de las monjas y la importancia que para ella tuvo el servicio eclesial de sus frailes. Pero resaltemos también, como ella lo hace con su lenguaje irónico, que el rigor por el rigor no entraba en su designio, aunque no le hicieran mucho caso los primitivos. La primera vida del Carmelo masculino estuvo, de hecho, escoltada por las tensiones entre el humanismo teresiano y el rigor casi connaturalizado de todas las reformas. Después de muerta la Madre sería esta tendencia, la del rigor barroco y clamoroso, la que se impondría. Pero mientras tanto ella no se cansaba de exigir otras condiciones.

            La primera: la de contar con letrados, que ella identifica, como se identifica en el lenguaje español, con talentos. Lo reiteraba con más insistencia en los momentos críticos de 1576 a 1579. Recordemos cómo se expresaba al rigorista Ambrosio Mariano, el ingeniero tan valorado por Felipe II y que se dedicó a construir cuevas para el Carmelo o para solitarias extrañas. Se decía  que a la Madre le gustaría que sus frailes fueran descalzos, pero descalzos del todo. Incluso se atribuía al Padre Juan Roca haber divulgado esta opinión, este rumor. Y ella sale al paso en aquella carta de fines de  año de 1576 en la que entre otras cosas programáticas asienta:  Entienda, mi padre, que yo soy amiga de apretar mu­cho en las virtudes, mas no en el rigor, como lo verán por es­tas nuestras casas. Debe de ser, ser yo poco penitente. Para ella el rigor no es, por tanto, igual a virtud.

            Antes le ha dicho:  Lo que dice el padre fray Juan de Jesús de andar descalzos, de que lo quiero yo, me cae en gracia, porque soy la que siempre lo defendí [lo prohibí] al padre fray Antonio, y hubiérase errado. Si tomara mi parecer, era mi intento el desear que entrasen buenos talentos, que con mucha aspereza se habían de espan­tar; y todo ha sido menester para diferenciarse de esotros. (Carta a Ambrosio Mariano, 12 diciembre 1576).

            Y lo repetiría ya al final de su vida, por aquellos  días de febrero de 1581, con el gozo de ser ya provincia aparte, con las preocupaciones constitucionales para el Capítulo de Alcalá, y cuando escribía a su sobrina la priora de Valladolid: “Sepa que no soy la que solía en gobernar: todo va con amor” (17 de febrero 1581).   Se ofrecieron las fundaciones de frailes en las dos ciudades universitarias de Valladolid y de Salamanca, primeros conventos en Castilla la Vieja después del vacío prolongado que hubo desde Duruelo y Mancera. Y escribía la Madre a Gracián: “Este monasterio –el de Valladolid- querría yo fuese el primero, ye el de Salamanca, que son buenos lugares...Aunque sea en un rincón, en partes semejantes es gran cosa tener principio” (27 febrero 1581, 14-15).

            “Era mi intento el desear que entrasen buenos talentos”. Es decir: Santa Teresa prefería a sus hijos inteligentes más que ascetas, salvadores de almas más que rigurosos. Por eso, entre otras cosas,  la fascinaba el Padre Gracián: “Bendito sea Dios que le dio tanto talento. Harto querría ser para darle gracias por las mercedes que nos hace y por la que nos hizo en dárnosle por padre”, escribía por los mismos días a María de San José.          Claro que, cuando esto último escribía, por 1576, habían sucedido y estaban sucediendo muchas cosas. Por de pronto, y volviendo a lo anterior, Duruelo fue un fracaso evidente. De hecho, al año y medio hubo que emigrar a Mancera, tan cercana y tan rural. Y en 1600 transmigró de Mancera a Ávila.

            Fue un fracaso también en algo tan esencial para los comienzos de una experiencia como era el reclutamiento de vocaciones. Fray Juan, como maestro de novicios, al margen de sus ausencias a Pastrana, a Alcalá, poco tuvo que trabajar como formador. No hubo ninguna profesión en Duruelo. Sólo   dos postulantes, que no profesaron allí, sino en Mancera, al año siguiente. Sus actas de profesión están firmadas por el Santo. 

            5.- EL ÉXITO DE PASTRANA 

            Y, sin embargo, el crecimiento de los conventos de contemplativos o descalzos fue sorprendente en los primeros años, pero no precisamente a partir de Duruelo o de Mancera, sino del otro enclave y de la otra Castilla: de Pastrana (1569). El éxito es explicable ya que en Pastrana se ofrecía de forma espectacular lo que la sociedad demandaba: el rigor, llevado a extremos inimaginables y clamorosos por los novicios numerosísimos que empezaron, aquí sí, a afluir, en buena parte por su cercanía con Alcalá de Henares, la ciudad universitaria.

            Todos sabemos cómo para templar excesos inenarrables de aquel noviciado de Pastrana la Madre envió a fray Juan de la Cruz desde Mancera en misión que no tendría excesivo éxito. Porque todo se complicó cuando por allí apareció, encandilando a los novicios y a todos, por 1571, la esta sí que extraña Catalina de Cardona, la de las cuevas y soledades de que se ríe Santa Teresa tan socarronamente, también doña Catalina con ansias de hábito descalzo, pero de fraile, no de monja, que afianzaría aquel ideal de penitencias y que fascinó a aquellos frailes y seguiría fascinando a muchos después de los momentos fundacionales.   

            Y así, mientras en Mancera se dormitaba sin muchas esperanzas y en Castilla la Vieja no se fundaba ni un convento más de contemplativos, en la otra Castilla, bajo este signo del rigor, comenzó el crecimiento incontenible de conventos descalzos, tan demandados en aquellas sociedades barrocas fascinadas por el exhibicionismo de los rigores.

            Una mirada al cuadro fundacional prueba lo que es evidente. Por los años setenta, frente a la soledad del primitivo y ya trasladado Duruelo en Castilla la Vieja, nada menos que diez fundaciones habían nacido en Castilla la Nueva y Andalucía. 

            6. CRISIS DE CRECIMIENTO 

            Para comprender los tiempos conflictivos que van desde 1570 más o menos hasta el Capítulo de Alcalá (1581), las angustias de la Madre Teresa, las tensiones y miedos, los excesos de algunos, hay que tener en cuenta, en primer lugar, este crecimiento. Puede decirse que la edad conflictiva fue, en efecto, una crisis de crecimiento. 

            La intentada reforma de los Carmelitas

            En primer lugar, recordemos cómo la reforma tridentina de regulares no se impuso con los mismos criterios ni con la misma intensidad en todas las órdenes religiosas. A remolque iban trinitarios, mercedarios y carmelitas. Por lo que se refiere a España, el rey, Felipe II, tenía más prisas y más exigencias que Roma. Y fracasada la reforma desde dentro, desde los propios calzados, se introdujeron comisarios externos, dominicos, con amplias capacidades. Desde 1569 estos comisarios reformadores del Carmen (calzado) fueron para Castilla el dominico Pedro Fernández, para Andalucía el P. Francisco Vargas. El Padre Pedro Fernández tuvo un programa concreto: reformar a la orden a base de introducir descalzos en los conventos de Castilla, a veces como priores incluso, para activar la reforma, y por ello nos encontramos con el P. Antonio en Toledo, con fray Juan de la Cruz y otros en Ávila, antes de pasar a la torrecilla junto a la Encarnación y encargado, además, de las monjas de la Encarnación, con la Madre Teresa por priora para que las reformase, no para que las descalzase). El otro, Vargas, el comisario de Andalucía, prefirió crear nuevas comunidades de descalzos, lo cual era ir contra las limitaciones del General Rossi, y lo cual supuso que en Castilla la Vieja no se creciera, en contraste con Andalucía. 

            “En cada casa hacían lo que les parecía”

            La cascada de fundaciones estuvo acompañada del incremento de vocaciones. Pero era un crecimiento anárquico, sin referencias de identidad, sin constituciones, sin normas. Las comunidades se conducían por el único criterio del rigor,  fue el tiempo y el espacio de “penitencias de bestias” en Castilla la Nueva y Andalucía. La Madre Teresa lo contemplaba con su perspicacia y con dolor, puesto que a ella los frailes no le hicieron nunca demasiado caso. Hasta tuvo tentaciones de lamentar el haber fundado a los frailes, como dice en el capítulo 23 de Fundaciones: “que algunas veces me pesara de que se había comenzado, si no tu­viera tan gran confianza de la misericordia de Dios. Digo las casas de los frailes; que las de las monjas, por su bondad, siem­pre hasta ahora han ido bien. Y las de los frailes no iban mal, mas llevaba principio de caer muy presto; porque, como no te­nían provincia por sí, eran gobernados por los calzados. Ni tampoco tenían Constituciones dadas por nuestro reverendísimo padre general. En cada casa hacían como les parecía. Hasta que vi­nieran, o se gobernaran ellos mismos, hubiera harto trabajo, porque a unos les parecía uno y a otros otro. Harto fatigada me tenían algunas veces”.

            Esto lo escribía  al relatar la fundación de Beas, donde acababa de conocer al Padre Gracián, y lo escribía para resaltar lo que supuso la presencia y el protagonismo y la gran esperanza de reordenar todo por aquel joven sacerdote, recién profeso, letrado, brillante predicador, encariñado con su Orden, que fue  nombrado visitador de Andalucía y pronto también de Castilla, y que sería un nuevo elemento de discordia. Hubo de todo en aquellos años tensos: agresiones, calumnias, guerra de breves y contrabreves. Los poderes del P. Gracián venían del nuncio Ormaneto, repitamos que de acuerdo con el rey. 

            El conflicto inevitable: el rey y los nuncios, jurisdicciones y supervivencia

            La Orden, en su capítulo general de Piacenza , en mayo 1575, intentó reconducir la situación. Se ordenó la supresión de las fundaciones de los contemplativos realizadas sin licencia del General (las andaluzas). Se quiso despojar a Gracián de sus poderes visitadores. Con otros poderes se nombra al P. Tostado visitador de todos. El rey no admite estas injerencias romanas intolerables en su política regalista. Mientras vivió el nuncio Ormaneto los descalzos podían estar más o menos tranquilos. Pero, dice la Madre Teresa,  “murió un nuncio santo, que favorecía mucho la virtud, y, así, estimaba a los descalzos. Vino otro, que parecía le había enviado Dios para ejercitarnos en padecer. Era algo deudo del Papa, y debe ser siervo de Dios; sino que comenzó a tomar muy a pechos a favorecer a los calzados, y, conforme a la información que le hacían de nosotros, enteróse mucho en que era bien no fuesen adelante estos principios. Y así comenzó a po­nerlo por obra con grandísimo rigor, condenando a los que le pareció le podían resistir, encarcelándolos, desterrándolos” (Fundaciones, 28). También a ella la confinaron. Y estalló el conflicto entre breves a través del nuncio muerto y contrabreves del nuncio nuevo.

            En realidad tanta violencia no se explica sólo por choques entre Madrid y Roma ni  por  conflictos jurisdiccionales. Se ventilaba la supervivencia de los unos y de los otros: de la destrucción, como dice la Santa aplicándolo a los descalzos; de temor de los calzados, sin posibilidad de crecimiento, a ser absorbidos por los descalzos. De ahí que en el momento fuerte primero de Sega, desde 1576 a 1578, sucediera lo que sucedió, la persecución de los descalzos.  

            Persecución de los descalzos

            Quien lea las Fundaciones, las del P. Gracián (muy bien editadas por Astigarraga) se quedará con la idea de que los acosados, perseguidos y condenados en aquella circunstancia fueron él, sobre todo él, el P. Antonio, el P. Mariano, y ya en el segundo momento el P. Roca. Son los únicos nombres que salen. Quede claro que su confinamiento en la Corte o en Pastrana o en Alcalá fue relativamente suave. Para nada aparece la auténtica víctima, ausente en el libro del P. Gracián, fray Juan de la Cruz. Era el más desvalido, había estado al margen de los negocio, estaba indefenso y solo en Ávila, y los calzados, al amparo de la protección del nuncio, con fuerzas seglares, se lanzaron sobre él y lo secuestraron, porque aquello fue un auténtico secuestro en la noche del 3 al 4 de diciembre de 1577. La Madre Teresa, en San José de Ávila,  se encargó, justo en la mañana del día 4, es decir, inmediatamente, de levantar acta notarial de la desaparición. 

            La víctima propiciatoria: fray Juan de la Cruz

            No me voy a detener en este acontecimiento tan significativo y no demasiado conocido de su prisión toledana. En aquel ambiente carcelario, con tantas cárceles, las conventuales podían ser las más llevaderas si daban con un prior comprensivo, las más crueles si el prior era riguroso y, como al parecer lo fue el de Toledo, resentido.  Nosotros sabemos muy bien lo de la prisión en Toledo, pero durante aquellos nueve meses nadie tuvo noticia de dónde se encontraba el pobre fray Juan de la Cruz. Y no se supo porque a casi nadie le interesó saberlo, porque los descalzos que andaban por la Corte y sus aledaños, o a los que tenían ascendiente con el rey Felipe II, como su ingeniero por él tan apreciado, el P. Ambrosio Mariano, la suerte de fray Juan les traía sin cuidado, como a Gracián, como a Roca, como a Doria, que empezaba ya a manifestar sus dotes diplomáticas desde el sur, desde Sevilla. 

            La angustia y la ternura de la Madre Teresa

            Sólo se conmovió, y con qué intensidad,  la Madre Teresa. Su epistolario desde diciembre hasta agosto rebosa de angustia y de cuidado y sobre todo de ternura. Y sus cartas nos dicen que lloraban la ausencia de fray Juan las monjas de la Encarnación, las de San José, doña Guiomar de Ulloa, el compañero fugado fray Germán, que “está en esto muy bravo”. Frente a ello, lamenta la inactividad de quienes pueden hacer algo o mucho con el rey (al que no debió de llegar su carta del mismo día del secuestro) o con el nuncio y no hacen nada “para que lo rescaten”: “No sé qué ventura es que nunca hay quien se acuerde de este santo” (19 de agosto 1598, cuando ya está cerca la fuga).

            Temió por su muerte: “Está tan flaco de lo mucho que ha padecido, que temo por su vida” (al rey). “Temo algún desmán”. “Tendría por mejor que estuvieran entre moros, porque quizá tuvieran más piedad”.

            La inquietaba tanto o más el desconocimiento del paradero de fray Juan. Pocos días antes de la fuga escribe de nuevo al sordo Gracián: “espantada estoy de este encantamiento de fray Juan de la Cruz”. Y por las mismas fechas a Ana de Jesús le explica eso del encantamiento eufémico: “No creerá, hija, la pena que tengo, porque a mi padre fray Juan de la cruz lo han desaparecido, y no hallamos ni luz ni rastro para saber dónde está, porque estos padres calzados andan con gran diligencia de acabar esta reforma”. Y no supo nada como diría años más tarde Ana de San Bartolomé: “que nadie sabía de él más que si fuera muerto”; insiste en que la angustia de la Santa Madre estaba acuciada sobre todo “por no entender ni saber adónde lo habían llevado”, y se admira la ingenua Ana de que “Dios, que la descubría en otras cosas más fáciles, no la hubiese revelado dónde estaba el buen padre fray Juan de la Cruz que ella tanto quería”.

            Incluso después de liberado, ante el viaje que se planea para que vaya al capítulo escasamente legal de Almodóvar (1578), no calla al P. Gracián sus cuitas para que evite el desgaste de fray Juan, “estando tan malo”: “Plega a Dios que no se nos muera; procure Vuestra Paternidad que le regalen en Almodóvar; mire no se olvide: yo le digo que quedan pocos a Vuestra Paternidad como él se muera”.

            Yo no sé si los detalles que se derraman en las cartas de la Madre Teresa procedían del santo. Testigos procesales posteriores dicen que a ellos se lo contó fray Juan u oyeron que lo había contado. El confidente más fiel y permanente del Santo, Juan Evangelista, requerido en su ancianidad por Jerónimo de San José para documentar no se qué profecías, muy a pesar suyo tenía que confesar: “jamás le oí decir cosa que se pudiese entender que era sobrenatural y que pudiera redundar en alabanza suya; que aún decirnos su prisión y trabajos nunca se lo oí decir aunque se lo preguntamos algunas veces”.  

            7.- PROVINCIA INDEPENDIENTE. EL CAPÍTULO DE ALCALÁ (1581) 

            La prisión tuvo su significado. Los carmelitas calzados quedaron un poco anonadados.  Fray Juan se convirtió en un símbolo;  desde Andalucía  comenzó a ser considerado y entraría en los cuadros dirigentes como rector, prior, vicario o provincial, definidor para los capítulos, consiliario de la Consulta.

             Y el conflicto comenzó a enderezarse por la única vía posible: la de la independencia. Los calzados y el Nuncio siguen oponiéndose, pero las informaciones llegadas al rey hicieron que tomara conciencia, y una vez en liza Felipe II poco podían hacer los adversarios. Lo dice la Santa (Fundaciones, 28): “Y así di el negocio por acabado, como por la misericordia de Dios lo está.  Todo aprovechara poco si Dios no tomara por me­dio al rey. Estamos todas, hermanas, muy obligadas a siempre en nuestras oraciones encomendarle a nuestro Señor y a los que han favorecido su causa y de la Virgen nuestra Señora, y así os lo encomiendo mucho”.

            Y es que el rey necesitaba órdenes religiosas más suyas que de Roma, más de su Iglesia que de la del Papa. Y se empeñó por  la solución de la independencia. Se quiso seguir el modelo franciscano, alcantarino, constituyendo una Provincia propia de los Descalzos (ya podían utilizar este nombre), independiente de los provinciales, dependiente del General, ya comprensivo o realista (Pia Consideratione, 1580). La independencia de hecho se ejecutó en el Capítulo de Alcalá (1581), financiado por el rey y que resultó agradecido, como  un coro regalista. 

                8. CAMBIOS DE RÉGIMEN Y MÁS CRECIMIENTO 

                De aquel Capítulo de Alcalá, constituyente,  salieron las Constituciones de monjas y las de los descalzos que dieron la norma, la uniformidad que faltaba. Y salió el provincial, el P. Gracián, no sin oposición, con 11 votos contra los 7 del P. Antonio. Y se reanudó el crecimiento de conventos  y de frailes. Incluso Castilla la Vieja (que sólo tenía el convento de Mancera) salió de su dormitar. Aunque la madre fundadora no lo pudiera ver,  solamente en el rectorado salmantino del P. Alonso de los Ángeles, en dos años, 1585-1587, pedía el hábito un centenar de universitarios, futuros fundadores, misioneros o historiadores (Tomás de Jesús, Francisco de Santa María Pulgar). En contraste con esta tendencia, más intelectual, espiritual y apostólica del viejo núcleo, Castilla la Nueva y Andalucía Alta  encarnaban la ilusión eremítica y monástica.

            Se  fundó en Lisboa, en Nueva España y en Génova.

            Y este crecimiento obligó a cambios de régimen, saliendo del más personal de Gracián al colegiado (la Consulta o la Dieta, especie de definitorio), con Doria, que regiría los destinos de los Provincia desde 1585. Tuvo opositores, entre ellos el más denodado Gracián, en ocasiones fray Juan de la Cruz, comprometido en el gobierno. Pero prevaleció el criterio riguroso de Doria.  

            9. DE PROVINCIA A  CONGREGACIÓN (1588), ORDEN NUEVA (1593) CON DOS CONGREGACIONES 

            El cambio fundamental: en 1588 la Provincia es convertida en Congregación, sujeta todavía al General calzado pero con su Vicario General, con provinciales para cada una de las cinco Provincias en la Península. Se ha registrado un nuevo impulso de crecimiento, y se puede cerciorar la existencia de 1.300 frailes ya. Y no tardaría en reconocerse la otra provincia, la de San Alberto de Nueva España, de las Indias españolas.

            Fue  el de Madrid de 1591 el capítulo del afianzamiento de Doria, el de la eliminación de contradictores, el del alejamiento de fray Juan de la Cruz.

            En 1593, y también por interés de Felipe II,  se crea la Orden nueva de  “Hermanos descalzos de la Orden de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo”con plena jurisdicción, sin depender ya ni del General de los calzados ni de sus capítulos. Indudablemente era la meta de Santa Teresa. Pero ni ella ni fray Juan de la Cruz pudieron verlo. Gracián ya estaba expulsado. Doria, que era vicario, se convirtió en Prepósito General. Moriría a los pocos meses (mayo 1594). Para sucederle será elegido el P. Elías de San Martín, bajo cuyo generalato (1596) se fundará en Roma, es decir, nacerá la Congregación de Italia, con espíritu teresiano y talante misionero, que completaba a la Congregación de España, contemplativa y observante. La Orden salía de los enormes dominios de la monarquía española y se abría a la opción misionera de toda la Iglesia.  

            CONCLUSIÓN

            La orden de los frailes nació con dolores de parto de la Madre, de fray Juan de la Cruz. Con escasez y abundancia de vocaciones. Con conflictos, como nacieron todas las órdenes provenientes de otra más antigua. A veces, en aquellos orígenes, asomó el miedo y el desconcierto. Pero en los orígenes de aquella propuesta eclesial y en su Madre fundadora, nunca faltó el estilo de novedad, nunca faltaron la ilusión, la alegría y la esperanza. Como la misma Madre Teresa decía allá, cuando estaba preocupada por encontrar sus primeros  frailes: “El ánimo no desfallecía ni la esperanza, que, pues el Señor había dado lo uno, daría lo otro”. Y así, con su pluralismo, cada una de las Congregaciones estaban unidas en el estilo de vida teresiano, ese estilo al que, como la Madre Fundadora, dan tanta importancia nuestras Constituciones y que recoge “Volver a lo esencial” (n. 58), conductor de este Capítulo General.