La
alegre sencillez
Fuente: Escuela de la fe
Para mejor reflejar a Jesucristo es necesario que la mujer consagrada cuide su
presentación personal. No quiere decir un cuidado excesivo de nuestras personas,
pero sí darle la dignidad que tiene la consagración. El exterior es reflejo del
interior. Lo podemos ver en personas desordenadas, ¿cómo estará el interior de
quien vive en el desorden? Algo semejante pasa en nosotras pues somos una unidad
entre cuerpo y alma, por tanto, nuestro cuerpo tiene que reflejar nuestra alma;
de aquí se desprende el cuidado de la fisonomía externa. Que a través de nuestra
fisonomía externa, las almas puedan encontrar a Cristo.
"La mujer consagrada está llamada a ser, de una manera muy especial, y a través
de su dedicación vivida con plenitud y con alegría, un signo de la ternura de
Dios hacia el género humano y un testimonio singular del misterio de la Iglesia,
la cual es virgen, esposa y madre" (Juan Pablo II, Vita Consacrata, nº 57).
¿Cómo deberá ser nuestra vida para que los hombres puedan ver en nosotras
reflejada esa ternura, ese amor de Dios a la humanidad? ¿Cuáles son esos
aspectos que debemos cultivar para reflejar en nuestro aspecto externo lo que
llevamos dentro?
a. Cultivo de una profunda unión y amistad con Jesucristo a lo largo del día.
Vivir con la conciencia de que Él está conmigo en todo momento, que camino a su
lado, que Él me sale al encuentro en cada persona, en cada acontecimiento, en
cada circunstancia del día. Vivir uniéndome a Él con jaculatorias, expresiones
“secretas” de amor, comuniones espirituales a lo largo del día; en medio de la
jornada de trabajo, a tiempo y a destiempo. Si vivimos así, nuestro porte,
nuestro aspecto externo, reflejará a Dios. Será un porte noble, equilibrado,
lleno de mesura y control en todos los movimientos, gestos, fruto de esa unión
con Dios.
Mucho ayuda la amistad íntima con Jesucristo para tener criterio en la vida y
ser una persona equilibrada. Por tener criterio se entiende el saber discernir
sobre la bondad, la verdad y a belleza. Pensarás y caminarás segura al encuentro
de la verdad si reflexionas profundamente antes de obrar; si aprendes a calibrar
y medir con serenidad las consecuencias de tus actos; si has convertido en
hábito la práctica de distinguir lo esencial de lo accesorio; si conoces a fondo
tus posibilidades y limitaciones; si te propones objetivos difíciles pero
asequibles; si mantienes siempre viva tu capacidad e ilusión por aprender más y
mejorar tu conducta; si te autoaceptas y autocomprendes; si aprendes a no perder
un instante en dramatizar o en autocompadecerte (cf. Bernabé Tierno,Valores
humanos) La mujer debe tener criterio y ser equilibrada, objetiva y
desapasionada. Para poder lograrlo tiene que potenciar dos cualidades
fundamentales: pensar antes de hablar y aprender a escuchar. Sólo el criterio
trae el equilibrio. Si se actúa usando el sano juicio no se estará,
permanentemente, cambiando de opinión. La necesidad de mujeres con criterio es
evidente. Ella es la primera llamada a dar consejo. Debe aportar buen juicio en
las acciones que emprenda. Debe saber juzgar con objetividad, ser reflexiva,
analizar sin apasionarse.
En un mundo lleno de tensiones se requiere que la mujer consagrada sea una mujer
de equilibrio en las ideas, en los afectos, en los deseos, en las decisiones y
en las acciones. Una mujer equilibrada sabe controlar sus pasiones. Puede
mantener la cabeza fría ante problemas y conflictos que parecen difíciles o
imposibles de solucionar. Una mujer equilibrada no mezcla los problemas y sabe
abordarlos cada uno por separado. Una mujer equilibrada es una mujer libre,
libre de presiones sociales y libre de pasiones desordenadas, libre de juicios
temerarios sobre las acciones y personas ajenas, libre del desánimo y
desesperanza, libre del engaño y de la apariencia. Para conseguir y vivir este
equilibrio es hoy de suma importancia la formación intelectual.
b. La vivencia alegre, llena de ilusión de la consagración.
Alegría que nace de esa profunda aceptación, integración y amor al plan de Dios
sobre mi vida. Esa alegría se reflejará a la comunidad, a las personas con las
que me toca trabajar, a las compañeras. Una alegría que no puede ser robada,
perturbada ni por los problemas, ni por las angustias. Una alegría que las almas
captan por mi rostro, por el tono de mis palabras, por mis respuestas. Que todo
refleje mi perfecta identificación con mi vocación, ante lo costoso de mis
normas, alegría . . . tengo algo que ofrecer a Jesucristo. La actitud de
donación genera la alegría que se aporta a la comunidad, los actos de caridad y
caridad oculta, el mantener un rostro para las demás, el condescender en las
conversaciones, el disculpar los defectos de las demás, el aprecio universal, la
verdadera amistad. Hacen falta mujeres alegres, con un fino sentido del humor,
divertidas. Hace falta pensar positivamente, sacar de la mente todo lo que
implique derrotismo, desesperanza y tristeza y manifestar conscientemente esa
alegría, sonreír y reírse con los demás.
c. Vivir con una profunda conciencia de que lo que soy: consagrada.
Ser consagrada a Dios, ser toda de Dios. Que no haya nada en nosotros que no le
pertenezca a Él, que Él sea el dueño y Señor de nuestro corazón, de nuestros
pensamientos, de nuestras palabras, acciones. Dios nos amó y nos creó a cada una
única e irrepetible y así como somos nos llamó a seguirle más de cerca, a ser
suyas. Si vivimos con esta conciencia, tendremos en consecuencia un trato
espontáneo y a la vez ecuánime, maduro. Nuestras palabras serán fruto de la
reflexión y discreción, nuestra presentación externa será digna de una esposa de
Dios.
d. Vivir con un gran celo apostólico.
¿Por qué metemos el celo apostólico en la fisonomía externa? La sociedad actual,
las almas dan mucha importancia a lo exterior, no es lo más importante pero sí
es importante y quizás muchas veces esto determine la apertura de las almas con
las que nos topamos. El alma que vive con el celo de conquistar más almas para
Cristo, cuidará su presentación personal si esto determina el que más almas sean
conquistadas por Él y que Él sea más amado. Esto nos llevará a evitar todo
descuido o también a equilibrar y no tener una excesiva preocupación por lo
externo, que en lugar de ser un medio de cultivo de las almas, sería un medio
para acrecentar nuestra vanidad. Además, nuestras relaciones con los demás han
de estar motivadas por el único interés de hacer un bien a sus almas; no para
ganarlos a nivel personal; no por satisfacción de mis egoísmos o vanidades, sino
sólo por el bien de su alma.
e. Transmitir las características del amor de Dios que ha sido derramado en
nuestros corazones.
Amor personal o preferencial. Dios ama tan personalmente a cada alma que cada
uno se siente amado de forma preferencial. Nuestra dedicación a cada persona
cuando la tratamos ha de reflejar esta característica del amor de Dios.
Amor misericordioso: dispuesto a abrazar toda la miseria de cada alma;
comprender, perdonar, reparar por ella, animar, apoyar para que vuelva a
comenzar con renovado esfuerzo cada vez.
Amor magnánimo: siempre da más de lo que el alma pide o de lo que cree
necesitar.
Nada de lo anterior puede darse si no vivimos en actitud de olvido personal. No
hay amor verdadero, cuando hacemos las cosas buscándonos a nosotras mismas,
nuestra perfección o simplemente la satisfacción personal. Por ello esta actitud
es clave si queremos verdaderamente aprender a amar. El olvido personal, nos
conduce a evitar comparaciones con las demás, a servir con desinterés, a
donarnos sin buscar recompensas, a amar a Dios por sí mismo y no por lo que me
da.
La alegría, en la vida de todos los días, es una de las formas más auténticas de
convivencia y relación humana. Como consagradas tenemos y gozamos de un don, un
privilegio excelso, incomparable y único. Nosotras vivimos ya, en cierta forma,
una vida que anticipa el cielo. Esta alegría de ser mujeres consagradas, esposas
de Cristo, debería conducirnos en seguida a amar la fidelidad como la expresión
más bella de nuestro amor personal a Cristo y de nuestra compenetración con la
propia vocación.
La alegría es criterio de la verdad y de la vida. San Agustín había saboreado el
gozo de la verdad: Gaudium in veritate (Confesiones 10,23).
Paul Claudel aseguraba que “la alegría y la verdad son lo mismo; donde hay más
alegría, allí también hay más verdad” (Lettere à Madame, D’A).
Madre Teresa de Calcuta, Orar. Su pensamiento espiritual, Plantea + Testimonio,
Barcelona 1997:
“Sonreír a alguien que está triste; visitar, aunque sólo sea por unos minutos, a
alguien que esta sólo; cubrir con nuestro paraguas a alguien que camina bajo la
lluvia; leer algo a alguien que es ciego: estos y otros pueden ser detalles
mínimos, pero son suficientes para dar expresión concreta a los pobres de
nuestro amor a Dios” (p.143).
“Jamás seré capaz de comprender todo el bien que puede producir una sonrisa” (p.
143).
“A veces se nos hace más difícil sonreír a quienes viven con nosotros, a los
componentes de nuestra propia familia, que a aquellos que no viven con nosotros.
No lo olvidemos nunca: el amor empieza en el hogar” (p.143).
San Pablo fue un apóstol lleno de alegría: “Estoy rebosante de alegría en todas
mi tribulaciones”, decía y añadía “nadie, ni los sufrimientos, ni las
persecuciones, ni ninguna otra cosa podrán separarme de Cristo. No soy yo el que
vive. Es Cristo quien vive en mi” (Rm 8,39)
La paz empieza con una sonrisa
Yo quisiera invitarles a redimensionar su vida, quisiera invitarles con el Papa
Pablo VI – en su exhortación apostólica Gaudete in Domino- a aprender o volver a
aprender a gustar simplemente las múltiples alegrías humanas que el Creador puso
en nuestro camino: el gozo exultante de la existencia y de la vida, el gozo del
amor casto y santificado, el gozo pacificador de la naturaleza y del silencio,
el gozo tal vez del trabajo cuidadoso, el gozo y la satisfacción del deber
cumplido, el gozo transparente de la pureza, del servicio, de la participación,
el gozo exigente del sacrificio. El cristiano, y más aún el religioso, podrá
completarlos y sublimarlos, pero supone en él una capacidad natural para
percibirlos. Y solamente entrando plenamente en la presencia de Dios, y
separándose radicalmente del pecado el hombre poseerá verdaderamente la alegría
espiritual. Ciertamente la carne y la sangre son incapaces, pues el gozo
proviene de la gracia y de la Revelación, del sentirse hijos de Dios; pero un
hombre dividido entre la gracia y el pecado jamás será capaz de una sonrisa
verdadera.