Formación como autoformación

Fuente: Escuela de la fe
 

Como ya hemos comentado anteriormente, la principal responsable de la formación es la misma mujer que emprende el seguimiento de Cristo en la vida religiosa o consagrada.

Si bien se requiere, indispensablemente, de la participación del Espíritu Santo que actúa a través de las superioras y formadoras, el proceso de formación debe ser ante todo, un proceso de autoformación.

El principio parece evidente, pero fácilmente se puede descuidar en la práctica.
Tal vez el principal riesgo sea que las jóvenes en formación actúen más o menos bien, pero arrastradas por la corriente, como una más en el grupo o comunidad, y guiadas por un horario y un reglamento de rutina.
Analizaremos a continuación tres implicaciones de este principio.

a. Autoconvicción.

La autoformación implica, ante todo, la autoconvicción.
Que la interesada, en primera persona, quiera y anhele formarse en todo aquello que le exige su vocación.
Esta actitud sólo puede basarse sólidamente en una firme opción fundamental que debe hacer por Cristo y por su llamado. Dicha opción se hará vida y se consolidará en lo ordinario de cada día, en los detalles de cada actividad.

Como consecuencia, la motivación para actuar en cada instante según la voluntad de Dios brotará desde dentro.
Habrá fidelidad y generosidad como respuesta de amor al amor de Dios.
En el caso contrario, la fidelidad se vuelve un fardo insoportable y si se vive, es sólo por otras motivaciones: cuidar la propia imagen ante los demás, temor al fracaso en la vocación, rutina, etc.
Pero una vida de renuncia, sin amor y sin este convencimiento profundo de lo que se es y lo que se hace, es imposible.

b. Autoconocimiento.

De la autoconvicción, brotará como consecuencia la firme decisión de hacer todo lo que convenga para lograr el propio fin, en este caso la santificación a través de la entrega y el seguimiento de Cristo, y de poner todos los medios necesarios para recorrer este camino.

Entran en juego aquí los dos primeros elementos de la conocida tríade: conocerse, aceptarse y superarse.
Ante todo, quien desee formarse, “autoformarse”, deberá antes lograr un profundo conocimiento de sí misma. Ésta será la base para su trabajo: construir una personalidad auténticamente consagrada a Dios.

Dicho conocimiento debe ser integral y lo más completo y realista posible.
Temperamento, cualidades y defectos (espirituales, humanas, intelectuales...), sensibilidad, virtudes y vicios, etc., son elementos con los que cada una podrá ir trazando un mapa de su propio ser.
Es un trabajo arduo y conlleva tiempo, pero es indispensable para partir de una base adecuada y duradera.

Unida a este conocimiento debe ir la aceptación del propio yo, con sus elementos positivos y negativos.
Hay que ayudar a cada una a reconocer que Dios la conoce y la ama así como es, y que la llamó a ser su servidora sabiendo que en esa madera era posible tallar la figura de una mujer nueva, configurada con su Hijo.

De esta aceptación brotará una actitud de realismo y de sano optimismo, de humildad y de una profunda paz.
Cuando falta este elemento, se crean personalidades angustiadas, pesimistas y frustradas, incapaces de alcanzar la propia realización.

c. Autoformación.

Sin embargo, aceptarse no debe confundirse con la resignación derrotista o el conformismo egoísta.

La mujer que quiere formarse encuentra en el conocimiento de sus límites y posibilidades un fuerte y permanente acicate: la superación.

Surge un claro sentido de responsabilidad, que permea toda la vida y actividad de la formanda. No está esperando a que se lo manden para ponerse a estudiar o trabajar.
No evita aquello que contradice su vocación porque se lo prohíben, sino porque se siente responsable de ella.
No cumple sus deberes porque la están viendo, sino porque quiere corresponder a quien le mira siempre con amor eterno.
Todo esto lleva a la sinceridad, a la coherencia de vida, nobleza, lealtad: es ella misma siempre.

Esto lleva además a una actitud positiva de entusiasmo y de conquista.
Quiere conquistarse a sí misma para Cristo, quiere superar sus defectos, quiere prepararse lo mejor posible.
Esto le lleva a un trabajo serio, efectivo, basado en propósitos y metas concretas de acuerdo con lo que gracias al conocimiento que tiene de sí, ve que necesita.

Como conclusión, hay que volver sobre un punto importante para evitar confusiones que pueden llevar a triste experiencias.
Autoformación no es auto-guía, no es abandonar al que inicia el camino para que lo recorra sólo, como quiera y como pueda.

Conviene insistir en que la afirmación de que ella es la primer responsable, y sin su esfuerzo no hay nada que hacer, no es igual a decir que no necesita de apoyo.
Están el Espíritu Santo y las formadoras. Emprender un camino de total independencia, aislamiento o cerrazón, sería no haber entendido el principio de la autoformación.