Capacidad de diálogo y escucha
Fuente: Escuela de la fe
De particular importancia es la capacidad de relacionarse con los demás porque
es una mujer de comunidad y de comunión. Esto exige que la religiosa no sea
arrogante ni polémica, sino afable, hospitalaria, sincera en sus palabras y en
su corazón, prudente y discreta, generosa y disponible para el servicio, capaz
de ofrecer personalmente y de suscitar en todos relaciones leales y fraternas,
dispuesta a comprender, perdonar y consolar (cf. 1 Tm 3, 1-5; Tt 1, 7-9). La
humanidad de hoy, condenada frecuentemente a vivir en situaciones de
masificación y soledad, sobre todo en las grandes concentraciones urbanas, es
cada vez más sensibles al valor de la comunión: éste es hoy uno de los signos
más elocuentes y una de las vías más eficaces del mensaje evangélico (cf. Juan
Pablo II, Pastores dabo vobis)
Saber dialogar. ¡Qué importante! Malo, cuando una persona cree tener la razón
siempre y en todo.
Perderá ocasiones preciosas para aprender de los demás, enriquecer su mundo
interior y recibir luces útiles para su actuación en el apostolado.
No sólo, los demás dejarán también de acercarse a ella con el deseo de
colaborar: “es inútil, ya lo sabe todo” será su pensamiento.
Sobre todo hoy en día, el apóstol tiene que saber dialogar además con todo tipo
de personas y mentalidades.
Esto es particularmente importante al dar los primeros pasos en el apostolado
con los jóvenes, sobre todo si la persona misma es aún joven. Hay una tendencia
a afirmar la propia personalidad, temor de quedar “en menos” si escucha alguna
sugerencia de las alumnas, etc. Hay que tener disciplina, sí, pero hay que saber
manejar bien la autoridad, distinguir entre la relación con “el grupo” y la
relación “individual” con las personas que lo componen...
Además, como apóstoles, no debemos olvidar que en nuestras sociedades
pluralistas y cada vez más secularizadas se hace imprescindible aprender a
dialogar con el agnóstico, el ateo y el creyente; con el cristiano que vive
anclado en el pasado y con el que, por querer correr, se sale del camino
plurisecular de la Iglesia. Naturalmente, dialogar no es ser ecléctico, inseguro
o indiferente.
El diálogo del apóstol de Cristo con el mundo de hoy tiene que partir de una
sólida base de convicciones fundamentales que nacen de la fe y se nutren en el
inagotable depósito de la tradición de la Iglesia.
Pero solidez no es rigidez, y mucho menos imposición.
La misión del apóstol de Cristo no es "vencer" sino "con-vencer". No hay peor
"profetismo" que el que se convierte en "dogmatismo".
El arte de dialogar
Hay que procurar que quienes están en formación aprendan el difícil arte del
diálogo. Sobre todo en la convivencia diaria, tanto las conversaciones
ordinarias como en el trabajo, por lo tanto insistir en los cinco pasos del
diálogo:
1. Escuchar al otro
2. Tratar sinceramente de entender su punto de vista
3. Reconocer con humildad y sencillez lo que tenga de verdad
4. Exponer con seguridad su visión personal de las cosas
5. Estar dispuesto a matizarla o cambiarla si fuera necesario.
Que siempre se muestren con humildad abiertos y dispuestos a buscar en común la
verdad. Dialogar es dar y recibir, enseñar y aprender. Por ello, en la vida de
comunidad, que eviten con cuidado las discusiones inútiles o nocivas para la
caridad. En bien de la caridad, que sepan ceder, aunque tenga la razón, si no se
trata de algo trascendente de moral, normas. Desgraciadamente estamos demasiado
acostumbrados a la crítica y la difamación. Muchas veces da la impresión de que
se considera perfectamente compatible una vida de piedad, de misa diaria y hasta
de consagración religiosa con la crítica, el chisme, la murmuración y la burla
sobre el prójimo. Parecería que se nos han perdido algunas páginas del Nuevo
Testamento: “no habléis mal unos de otros, hermanos. El que habla mal de un
hermano o juzga a su hermano, habla mal de la Ley y juzga a la Ley” (St 4,11).
La persona consagrada no puede permitirse semejante incoherencia. Hay que
recordárselo a las que están en formación, y ayudarles en la vida de cada día,
sobre todo con el propio ejemplo.
Enseñarles a no murmurar de sus compañeras, ni de sus formadores, ni de nadie.
Si consideran que deben hacer algún comentario sobre otra por el bien de ella o
por un bien mayor, deberían encontrar siempre la posibilidad de manifestar sus
observaciones ante quien tenga la capacidad de solucionar o mejorar la
situación. Pero benedicencia no es simplemente no hablar mal. El amor sincero
engendra no sólo el deseo de silenciar sus fallos y defectos sino también el
deseo de hablar bien de los demás. Basta una palabra, un comentario fugaz, para
crearles una buena fama y rodearlos de estima. En ocasiones podrá ser necesario
incluso salir noblemente en defensa de una hermana, o de cualquier persona
injustamente criticada.
¡Qué bello gesto de genuina caridad! Una comunidad en la que todas saben que las
demás hablarán bien de ella, en la que no hay ataques por la espalda, en la que
todas hablan bien de todas...
Saber escuchar
¿Qué entendemos por afabilidad? Afabilidad es la disposición habitual de recibir
y escuchar con dulzura y amabilidad, en toda circunstancia, a quienes se
acerquen a esa mujer que pertenece a Cristo y que se ha comprometido a
identificarse con Él.
Es una disposición habitual porque se trata de una persona que ha entendido, que
vive en presencia de Dios y que tiene la conciencia de que ella es ese "canal",
del que hablábamos, por el que el amor de Dios se transmitirá a las almas que
con ella traten. Disposición que se ha hecho un hábito. Una persona que vive
para servir, que vive para agradar a su Amado. Una disposición no de un día que
estoy de buenas o que el sentimiento me ayuda, sino una disposición de siempre.
De recibir y escuchar con dulzura y amabilidad: Estos dos adjetivos nos dicen
cómo hay que escuchar y recibir. Recibir lo que venga, lo que me pidan, tanto
regaños, llamadas de atención, problemas o trabajo, o algún alma que me busque.
¿Cómo la recibiría Jesucristo? ¿Qué le gustaría a Cristo decirle o responderle a
esa alma, siendo Él todo amor? Que las almas no se tengan que alejar por el
trato que se les da, que no les pinchemos (como el puerco espín o como el pez
globo), por nuestro trato: “Más atrae una gota de miel que un barril de vinagre”
(San Francisco de Sales).
En toda circunstancia: Va junto con la disposición habitual. En toda
circunstancia, en cualquier momento. Tanto en los momentos de tensión como en
los momentos de descanso. No es difícil salir de un retiro emocionada, elevada,
recién confesada y reflejar ese amor de Dios. Sin embargo, dónde es necesario
probar el amor es en esos momentos de la vida cotidiana, de la vida diaria.
También es importante saber guardar silencio y escuchar. ¡Cuántas veces lo único
que necesita una persona atribulada es ser escuchada! Es un arte que hay que ir
aprendiendo - saber interesarse sinceramente por los demás, por lo que les
interesa, por lo que piensan y dicen. Una persona que tiende siempre a acaparar
la conversación con sus propios intereses impedirá que los con quienes quiere
ser apóstol le hablen de sus cosas. Quizás tendrá la sensación de haber hecho
mucho porque ha hablado mucho; pero las personas se habrán marchado con sus
problemas, sin haberlos podido explicar.
La delicadeza enseña a dialogar serenamente, sin discutir, sin herir ni ofender.
Cada quien sabemos bien, lo que hiere a los demás. A través de esta virtud se
aprende a valorar e interpretar el silencio. No todo tiene que ser dicho, se
puede mirar y escuchar con el corazón.
La mujer consagrada debe ser capaz de transformar cualquier ambiente en algo
acogedor y hospitalario.
La discreción nos lleva a guardar en el corazón lo que las almas nos han
confiado. Falta de respeto al alma es comentar con las demás la intimidad que
alguien, por oficio, me ha abierto. No se puede hacer de esta información un
tema de conversación.
Es un hombre de diálogo, escucha del prójimo y apertura mental
Porque siempre podemos aprender
Busca mejorar continuamente su colaboración con Dios
La esperanza sobrenatural le lleva a sentirse siempre nuevo
Una postura acogedora y comprensiva. Cristo, en su actitud con la Samaritana,
con Zaqueo, con la adúltera o con la Magdalena, obra siempre con bondad y
comprensión. El hombre que se siente acogido, escuchado y comprendido se despoja
de actitudes agresivas o defensivas y está mejor dispuesto a examinar
serenamente su comportamiento e introducir los cambios oportunos.
Escuchar, ¡qué gran necesidad en nuestro mundo actual! Los hombres sienten la
necesidad de ser escuchados con atención, con comprensión, sin prisas, con
simpatía, cálidamente; buscan alguien que manifieste interés humano por su
persona. Escuchar es una actitud que entra en el ámbito de la caridad cristiana,
como una de sus manifestaciones más finas
Interés sincero por cada uno, por sus cosas; participemos de sus alegrías y
sanos intereses, estimulándoles y animándoles. Jesús se sirve de la imagen del
buen pastor que conoce a cada oveja por su nombre, esto significa que no la
conoce sólo en el exterior y anónimamente, sino desde dentro. Si añade que,
además de conocer a sus ovejas, éstas, a su vez, le conocen, quiere decir que ha
entrado en su intimidad no con artimañas, sino dándose a conocer en el decurso
del encuentro. No se trata de un conocimiento de dirección única, sino de un
conocimiento recíproco. Hay que saber ser mujer de Dios, maestra, madre, amiga y
hermana que sabe acoger, escuchar, comprender y, sobre todo, al caso, salir al
paso y ofrecer ocasión para el encuentro cuando el alma atribulada no puede, no
sabe o no se atreve a abrirse por sí misma. Aquí sería bueno preguntarnos:
¿conocemos "por su propio nombre" las personas con las que convivimos? ¿Ha
llegado a establecerse un diálogo cordial, ha tenido lugar una apertura total
por parte del mismo? ¿O el que no haya quitado todas las barreras que celan su
intimidad no se deberá a alguna desatención por parte nuestra? ¿Hemos sabido
crear una atmósfera de confianza en torno a religiosas tímidas? ¿No se habrán
sentido rechazadas y heridas, religiosas dotadas positivamente de sensibilidad
fina y de aspiraciones espirituales elevadas, ante nuestro modo de ser quizá
desatento, falto de tacto, no siempre equitativo o auténtico en nuestras
funciones como formadoras?
La mujer tiene una gran capacidad de comunicación y es una de sus
características la necesidad de hablar y hablar. Posee una gran capacidad de
entablar relaciones de simpatía con los demás. Pero la clave de la relación
personal está en su capacidad de escucha. Una escucha del corazón por la que se
va recibiendo a la otra persona y se lograr comprenderla y aceptarla tal cómo
es. La escucha es siempre fuente de beneficios para una comunidad porque permite
captar los puntos de vista de los demás y entender sus modos de ser y de
trabajar. La apertura y la escucha permiten que se superen muchos pequeños
contrastes. Hay personas que tienden a pensar que es el otro el que está
equivocado. Cuando se fomenta un ambiente y una actitud de escucha se es capaz
de comprender que el otro no está necesariamente mal sino que, simplemente, es
diferente y ve las cosas desde otro punto de vista.
Percibir los detalles humanos del entorno que le rodea e intuir con facilidad y
penetración lo que funciona y lo que no funciona entre las personas. Puede
utilizar su capacidad de comunicación para entablar una amplia red de relaciones
interpersonales.