El teólogo testigo

Énfasis ignacianos en una Facultad de Teología en una Universidad de la Compañía de Jesús en América Latina

 

José Roberto Arango sj

 

El P. Carlos Soltero me solicitó que realizara unas reflexiones en torno al énfasis ignaciano de una facultad o departamento de teología en una universidad de la Compañía de Jesús en América Latina. A él le agradezco la oportunidad que me dio para sentarme a leer y pensar este apasionante tópico que toca el meollo de nuestra identidad como formadores cristianos con inspiración ignaciana.

 

Para realizar estas reflexiones he tenido como documento de referencia obligada e iluminadora el titulado «Desafío de América Latina y Propuesta Educativa». Este documento, elaborado en forma conjunta por los miembros de AUSJAL a petición del P. General de la Compañía de Jesús, traza el siguiente desafío: «Las Universidades de inspiración cristiana necesitan desarrollar una nueva capacidad de asumir la realidad de nuestras sociedades, una capacidad de discernimiento religioso y moral capaz de animar la actividad científica y tecnológica con una orientación humanista, con sentido de justicia y solidaridad social, y una capacidad de brindar inspiración y sentido a la creatividad de las tendencias culturales nacientes. Aquí se ubica la necesidad de inculturar el Evangelio en la Universidad de hoy»1. Aquí encuentro el impulso inicial para aventurarme a hablarles a ustedes sobre el tema que nos ocupa.

 

Antes que todo quiero exponer en forma breve cómo entiendo los términos del título de esta ponencia, de manera que pueda ser más inteligible y mejor comprendida, y así aportar elementos claros en el proceso de esta reunión.

 

Enfasis significa que voy a hacer una lectura de lo teológico con una mirada concreta, la ignaciana, la cual resaltará unos tópicos de lo teológico y dejará de lado otros que, por no resultar subrayados no quiere decir que no sean importantes. En esa lectura también entrará la realidad latinoamericana aunque en menos medida pues lo primero es lo que se me ha pedido como perspectiva principal para mi reflexión.

 

Ignaciano es lo típico de la espiritualidad, vida y apostolado de la Compañía de Jesús. Es un modo de entender y vivir el Evangelio en Iglesia como resultante de la experiencia espiritual de S. Ignacio. Es, pues, una interpretación práctica válida del cristianismo y, por tanto, es la forma de entender y vivir nuestra identidad cristiana.

 

Teología es la reflexión sistemática y rigurosa de la experiencia de Dios a partir del paradigma normativo de esa experiencia: el acontecimiento Jesucristo, como ha sido transmitido en la Sagrada Escritura, en el Magisterio Eclesiástico, en la tradición viva de la Iglesia y en la reflexión académica de muchos teólogos de todos los tiempos, con la finalidad de hacer avanzar la inteligencia de la fe y la vida cristiana de todos los creyentes para transformar nuestros entornos comunitarios y sociales de manera que en sus comportamientos y estructuras aparezca con más claridad la presencia del Reino de Dios. Así, pues, la teología la concibo como una disciplina histórico hermenéutica con una última finalidad práctica: la transformación y liberación tanto personal como comunitaria y social.

 

Universidad es el lugar de la academia, del saber, de la búsqueda irrestricta de la verdad, donde se desarrollan procesos para empujar las barreras del conocimiento (investigación) y para socializar los conocimientos construidos durante años (docencia y extensión). Desde esta especificidad suya, la universidad como bien de la sociedad, tiene una responsabilidad social, es decir, tiene una función transformadora de las estructuras políticas, económicas, sociales y culturales2.

 

Finamente, en cuanto a la realidad de América Latina, remito al documento aludido más arriba y que llamaremos simplemente "Propuesta de AUSJAL". Su primera parte pone de presente la realidad y los desafíos de las sociedades latinoamericanas en tres capítulos: Pobreza y Desarrollo, Universidad y Sociedad, y Modernidad y Universidad.

 

Tres grandes partes tiene este trabajo. Puesto que la primera de las llamadas contemplaciones ignacianas es la de la Encarnación, la primera parte pretende expresar teológicamente cuál es el sentido que tiene este misterio central de nuestra fe. La segunda explicita las características de lo ignaciano. La tercera presenta los énfasis ignacianos de una facultad o departamento de Teología. Finalmente, en la conclusión propongo una última reflexión, que se desprende de todo dicho.

 

 

1. Lo Teológico: «La Humanizadora Encarnación de Dios en Cristo»3.

 

La encarnación del Verbo es el acontecimiento central que fundamenta la fe cristiana. En la persona de Jesús nos es revelado definitivamente quién es Dios y quién es el hombre. El Concilio Vaticano II lo afirma densamente:

 

«En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado... en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación... El es imagen del Dios invisible (Col 1,15), es también el hombre perfecto... En Él la naturaleza humana asumida, no absorbida, ha sido elevada también en nosotros a dignidad sin igual. El Hijo de Dios con su encarnación, se ha unido en cierto modo, con todo ser humano»4.

 

La palabra "misterio" no es lo simplemente incomprensible. Misterio, en el sentido teológico, es una realidad que por su densidad revela o manifiesta algo a otros. La realidad aquí es el hombre Jesús, Hijo de Dios. Este, por su fidelidad al Padre y consecuente solidaridad con nosotros, es para los cristianos la Palabra hecha carne, la comunicación definitiva de Dios al hombre.

 

Y, ¿qué comunica Jesús con su persona, sus obras y sus palabras? Nos comunica la verdad sobre el hombre, pero no una verdad conceptual sino fundamentalmente existencial: que el hombre es «alguien con quien Dios hace comunión para que sea hijo de Dios»5. Esta verdad surge de la experiencia misma de Jesús y tiene las características que Él siente en el contacto inmediato con Dios su Padre y la anuncia a través del sencillo lenguaje de las parábolas, para que quienes lo escuchan tomen conciencia de cómo Dios crea al hombre, es decir, aconteciendo en ellos, y de cómo Dios actúa en cuanto creador de seres humanos, de manera que, siendo conscientes de ese modo de proceder de Dios (que sale de sí y comulga con el hombre), asuman su vida en forma coherente con esa realidad divina que los impulsa a hacer lo mismo: es decir, a salir de sí para hacer comunión con el hermano6.

 

En otras palabras, Jesús pretendía que quien le escuchaba sus parábolas tuviera la misma experiencia de él: sentir a Dios haciendo comunión con él y moviéndolo a hacer comunión con los hermanos, con el objetivo de comprometerse éticamente con ese proceder7.

 

Lo anterior quiere decir que el misterio de la encarnación nos manifiesta a un Dios actuando ya en el hombre y, por tanto, salido de sí mismo (trascendido) por la historización de su hijo, e impulsando a la persona a salir generosamente de sí en comunión solidaria con el otro. El resultado es un Dios que se humaniza en los hombres y unos hombres que se divinizan al dejarse llevar por el Dios que habita en ellos.

 

El hombre revelado en Jesús, no es el biológico ni el de una concepción particular de una religión o creencia, «sino la autenticidad del hombre real y total que es común a todo hombre y que, por lo tanto, interesa y toca a la universal humanidad»8. El hombre revelado en Jesús, según manifestación de los Padres Conciliares, es todo hombre, el hombre universal9.

 

Ahora bien, lo acontecido en la persona de Jesús en forma plena, es decir, la humanización de Dios en el hombre o trascendencia de Dios, haciendo comunión de vida divina con él, sucede también, en forma análoga, en todo hombre por la acción del Espíritu de Dios que habita en él. Así lo percibió la comunidad primitiva (Rm 8, 5-11; 1Co 3, 16). «Brevemente, El Padre y el Hijo encarnado acontecen en nosotros, se humanizan, se hacen historia, por la acción personal del Espíritu»10, el cual tiene como función hacernos hijos de Dios, es decir, configurarnos con Jesús (Cfr Rm 8, 29). En consecuencia puede afirmar con verdad el P. General: «Pertenece a la realidad misma del hombre su transfiguración en Cristo por el poder del Espíritu»11.

 

A la luz de las reflexiones anteriores podemos vislumbrar el sentido real y cristiano que tiene la palabra trascendencia. Generalmente pensamos la trascendencia como algo que se refiere al hombre cuando éste se siente lanzado a un más allá que normalmente se imagina arriba, debido a nuestra constitutiva estructura espacial. Sin embargo, y como ya lo hemos insinuado, la trascendencia primera es de Dios. Así lo afirma la primera carta de Juan haciendo alusión a la encarnación: «En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo...» (1Jn 4, 10). Así, pues, el primer y fundamental sentido de la trascendencia es hacia abajo, para seguir con la comparación espacial, y el sujeto de ella es Dios mismo.

 

Lo que busca Dios al habitar en el hombre es producir en su interior ese mismo movimiento trascendente: que el hombre salga de sí. Pero en primera instancia ese movimiento trascendente no es vertical hacia arriba, sino horizontal, hacia el hermano. En ese mismo salir del hombre hacia su hermano en comunión, a la manera de Jesús, acontece el tercer sentido de la trascendencia: hacia Dios, que podemos llamar hacia arriba, pues el acontecimiento de la comunión solidaria y misericordiosa es acontecimiento de Dios mismo que habita en el hombre impulsándolo a ese comportamiento.

 

Por ello, cuando decimos que Jesús de Nazaret es verdadero Dios y verdadero hombre estamos reconociendo que en la historia humana Dios ha encontrado el espacio perfecto para comunicar su vida y salvar al género humano. Lo trascendente, la vida divina, se ha hecho inmanente. Desde entonces, la realidad histórica inmanente se nos ha revelado como preñada de divinidad y, por tanto, como jalonada desde dentro por Dios mismo a través de los hombres y mujeres hacia la plenitud de la vida divina que siempre nos desborda y trasciende.

 

En síntesis, el acontecimiento de la encarnación es el misterio central integrador de nuestra fe porque en él se revela quién es Dios, y cómo actúa; quién es el hombre y cuál su comportamiento consecuente; quién es el otro, es decir, mi semejante en todo, y cuál su dignidad fundamental. Mirando a Jesús entendemos en qué consiste la vida humana auténtica constituida esencialmente por un llamado a la trascendencia en todos los sentidos arriba expuestos. Ahora podemos comprender por qué Jesús guardó silencio cuando Pilato le preguntó «¿qué es la verdad?». El silencio no fue ausencia de respuesta, pues la Verdad estaba de pie frente a él.

 

Lo dicho en esta primera parte es el objeto que estamos considerando. Ahora pasemos a delinear la perspectiva con la cual queremos mirarlo.

 

 

2. Con ojos ignacianos.

 

La perspectiva ignaciana nos viene dada fundamentalmente por la espiritualidad que tiene su origen en la experiencia personal de Ignacio y que éste escribió como método en los Ejercicios Espirituales, cuya dinámica típica caracterizada por asumir las realidades humanas para desde dentro dialogar con ellas y transformarlas, está plasmada en las contemplaciones de la Encarnación del Verbo y de la Vida de Jesús12.

 

La contemplación ignaciana de la encarnación tiene dos escenas: la primera, en el seno de la trinidad y la segunda, en la casa de María en Nazaret cuando la visita el ángel para anunciarle que será madre del salvador (EE 101 - 109).

 

Las tres personas miran toda la realidad humana, comprenden su situación y toman la decisión de salvarla. Escribe Ignacio en el texto del S. XVI que las tres personas divinas se dicen: «Hagamos redención del género humano» (EE 107). Para ello se determina que la segunda persona se haga hombre. Dios aparece aquí como aquel que se interesa efectivamente por el hombre y su situación, y se solidariza con él por la encarnación para salvarlo. Dios salva, es decir, crea al hombre por encarnación, por habitación en su realidad personal.

 

Lo que persigue Ignacio con esta contemplación es buscar que el ejercitante adecue su mirada a la de la Trinidad. Esta adecuación se hace por conocimiento interno, es decir, por experiencia personal afectiva que se persigue a través del ver la historia, oír lo que dicen las personas, mirar lo que hacen y finalmente, reflectir sobre sí. Así se permite que todo lo contemplado se refleje en el que hace los ejercicios para que se mueva a la conversión y al compromiso personal en esa misma dirección de Dios. Este es el esquema con que proceden todas las contemplaciones de la vida de Jesús y de allí sale lo que conocemos como paradigma pedagógico ignaciano con sus cinco pasos: ver la realidad en su contexto, experimentar, reflexionar, actuar y evaluar.

 

La mirada ignaciana es una mirada atenta a la realidad porque sabe que en ella Dios sale al encuentro. Es decir, la espiritualidad de Ignacio nos propone un método para mirar la realidad en profundidad y captar al Dios que habita en el seno de la historia humana. Es una mirada que toma en serio el misterio de la encarnación.

 

En segundo lugar, es una mirada que no se queda aislada en la contemplación, sino que busca comprometer a la persona por los afectos que ordenan el intelecto para comprender adecuadamente la realidad, es decir, en la perspectiva de Dios, para poder ser eficaces en la transformación de la misma13. En la línea que nos propone el misterio de la encarnación, la transformación de la realidad será eficaz en la medida en que se generen condiciones personales, comunitarias y sociales que hagan posible la comunión solidaria de los seres humanos.

 

En últimas, las contemplaciones ignacianas tratan de que la persona se responsabilice de la salvación, como instrumento vivo de ella, a través del cual Cristo mismo sigue salvando. Por ello Ignacio propone un coloquio final de la encarnación en el cual en ejercitante ha de pedir lo que ha sentido en la contemplación «para más seguir e imitar al Señor nuestro, así nuevamente encarnado» (EE 109). Quiere decir esto que el hombre o la mujer que hacen los ejercicios tienen una responsabilidad semejante a la de Jesús mismo. Centrada en Jesús, la persona cobra entonces la dimensión de su auténtica libertad.

 

El ejercicio de tal responsabilidad sólo puede hacerse en el discernimiento, es decir, en la distinción de cuál es o no la voluntad de Dios para la vida concreta de la persona en un determinado tiempo para que resulte ella más imagen de Dios mismo y, por tanto, más eficaz en su conducta cotidiana. Si hay que discernir es porque la realidad humana está también traspasada por una fuerza contraria a la acción de Dios: el pecado. Ignacio mira de frente esta característica de la condición del hombre, la enfrenta y la identifica para dejarla de lado, no determinándose por ella.

 

La práctica del discernimiento se realiza acertadamente en la medida en que la persona tenga bien asimilado su centro integrador para poder llegar a juicios y decisiones válidas. San Ignacio lo formula en el Principio y Fundamento: «El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor, y mediante esto salvar su alma» (EE 23). Las demás cosas deben todas ordenarse a este fin. Aquí no estamos tratando de algo diferente de lo que ya hemos visto anteriormente, pues el camino para realizar ese Principio y Fundamento es el seguimiento de la persona de Jesús. La encarnación, que no es solo el momento de la anunciación, sino toda la vida de Jesús hasta su muerte en cruz, es el centro de la vida humana en perspectiva cristiana e ignaciana. Es decir, una vida entregada responsablemente por construir la comunión en todas las esferas de la existencia humana. Lo que más conduzca e este fin es el objeto del discernimiento que, según esto, es discernimiento para la comunión solidaria y liberadora.

 

La voluntad de Dios es salvar al género humano. Y esta voluntad la lleva a cabo Dios implicando al hombre mismo en esa tarea. Así, pues, la realidad de Dios y del hombre consideradas en esta perspectiva es esperanzadora, en el sentido de que el futuro del hombre está en manos de Dios. Pero el hombre no es un objeto pasivo sino un sujeto activo de ese futuro, en conjunción íntima con la acción divina. El mundo y el hombre tienen futuro porque en el presente Dios mismo está a su favor. Es propio de la concepción ignaciana ver el mundo y la humanidad con ojos de esperanza.

 

Los Ejercicios Espirituales son, pues, el método de Ignacio para formar hombres y mujeres auténticos, es decir, "para los demás". El que así trata de orientar su vida se encuentra en todo amando y sirviendo, en permanente contemplación para alcanzar amor.

 

Finalmente, el proceso ignaciano está jalonado por el Dios siempre mayor, que sale al encuentro del hombre desde dentro de su realidad, pero que se le manifiesta como infinito y que lo llama continuamente a pasar más adelante en servicio generoso. Esto se expresa en la espiritualidad ignaciana con el "magis", el permanente "más" amar y servir que se pone en práctica por el "minus" (menos) de la entrega humilde, especialmente a los preferidos de Dios: los marginados, los pobres, los excluidos, en amor de identificación con la persona de Jesús (EE 167). La excelencia de que se trata aquí es la excelencia de la comunión que tiene la vía del "minus", para que se vea más claramente de donde procede el amor y la fuerza: sólo de Dios.

 

Resumamos, finalmente, las características de la mirada ignaciana que nos ha ocupado en esta segunda parte:

 

1. Apertura a toda la realidad humana, con todo lo que ella tiene de dinámica divina y de pecado.

2. Cristocentrismo: el seguimiento histórico de Jesús hace posible la existencia humana auténtica.

3. Discernimiento para la liberación, la libertad y la comunión.

4. Compromiso personal con la transformación de la realidad, como puesta en acto de la responsabilidad que tiene el hombre en la obra salvadora de Dios en Cristo por la fuerza del Espíritu Santo que habita en todo hombre y mujer.

5. El "magis" o excelencia ignaciana se vive por la vía del "minus".

6. Visión positiva y llena de esperanza del mundo y la humanidad.

7. El resultado del camino ignaciano es formar "hombres y mujeres para los demás", que viven en y para la comunión liberadora trascendente.

 

 

3. Los Enfasis14.

 

Ahora dirijamos la mirada al quehacer de un departamento o de una facultad de teología en el conjunto de una universidad jesuítica. Dentro de ese conjunto de cursos, procesos de enseñanza - aprendizaje, seminarios, participación en eventos, etc., ¿qué resulta ser lo más propiamente ignaciano? Haríamos muy mal si este cometido de un departamento de teología lo mirásemos sólo desde el punto de vista de los contenidos. Estos son muy importantes, pero no podemos descuidar la pedagogía para proponerlos con eficacia, pues la perspectiva teológica e ignaciana que nos ha ocupado hasta aquí lleva implícita un manera de comunicar los contenidos y un estilo para realizarlo.

 

3.1 Lo pedagógico: partir de la realidad preñada de Dios

 

Cualquier acción educativa de una facultad de teología debe procurar tomar la realidad personal y social en serio porque en ella Dios mismo está presente actuando para salvar al hombre. Los Ejercicios Espirituales parten de la mirada de Dios a «toda la planicie o redondez de todo el mundo llena de hombres, y cómo viendo que todos descendían al infierno, se determina en la su eternidad, que la segunda persona se haga hombre, para salvar el género humano» (EE 102). Desde la encarnación comprendemos que en la realidad actúa Dios para salvarnos, precisamente porque también en ella actúa una fuerza contraria a Dios. Si no hacemos consciente esta dialéctica de todo hombre y mujer andaremos desorientados.

 

Ahora bien, esa mirada a la realidad ha de hacerse universitariamente, es decir, académicamente. Una universidad tiene el imperativo de hacerlo así y para ello cuenta con diferentes áreas del saber que permiten una consideración científica de la realidad desde diferentes ángulos15. Penetrar la realidad con el conocimiento permitirá ahondar en ella para que con la rigurosidad de la mirada teológica se pueda llegar a percibir a Dios salvando desde dentro de la realidad misma, hablando al hombre desde su propia historia y llamándolo a unirse a su empeño transformador.

 

Un presupuesto esencial de nuestra labor como teólogos es que Dios se comunica inmediatamente con su criatura16. Esto conduce a que en cualquier curso o seminario el maestro tiene la responsabilidad de facilitar y promover en sus estudiantes la toma de conciencia de la propia experiencia de lo trascendente (no necesariamente cristiana) en relación con su entorno social. Esa es la base fundamental para que el anuncio de Cristo como camino de realización auténticamente humana pueda encontrar un nicho existencial con la cual conectar para suscitar respuestas comprometidas. De lo contrario, el anuncio del Evangelio seguirá sonando como un discurso paralelo a lo humano, como algo que lleva a una serie de "prácticas religiosas" que nada tienen que ver con su vida cotidiana. La toma de conciencia de esa experiencia trascendente que tiene el estudiante es, a mi manera de ver, condición indispensable para cualquier tipo de actividad que desarrolle la facultad de teología con los estudiantes. Si no se le ayuda al estudiante a implicarse personalmente en lo que estudia en sus clases de teología, es muy probable que no le sirva para nada.

 

Para lograr tal implicación personal es clave lograr vincular la formación teológica con la carrera que está realizando el muchacho o la muchacha como interés primario. Allí, en esa disciplina o profesión, se mueven intereses, se buscan objetivos, se forma en valores. Esta realidad del estudiante debe convertirse para él en materia prima que debe ser trabajada desde lo teológico.

 

Desde esa apertura a la realidad personal del estudiante tomada como portadora de salvación y felicidad para él, el alumno podrá entender también que cualquier otro acontecimiento de su vida familiar, grupal o nacional tiene un significado trascendental y que debe ser objeto de su interés.

 

Esta pedagogía centrada en la persona, abierta a la realidad personal y social es urgente en nuestro mundo actual, y de manera particular en América Latina. Es innegable la sed de sentido y de trascendencia que existe en la juventud. Sólo tomando en serio estos deseos que buscan ser llenados por los jóvenes de muy diversas maneras podremos responder adecuadamente con el Evangelio como horizonte de sentido que impulsa a vivir con esperanza. Además, y teniendo como punto de partida lo anterior, lograremos que los jóvenes se interesen por lo social y lo político como lugar donde se construye la vida humana auténtica para que ellos contribuyan activamente a su transformación.

 

 

3.2. Bases antropológicas de la experiencia religiosa

 

Es imprescindible un curso que lleve a los alumnos a profundizar en la fundamentación antropológica de la experiencia trascendente, llámese Marco Antropológico de la Fe o Propedéutica de la fe. Lo importante aquí es mostrar que lo religioso no es un asunto secundario en el acontecer humano sino que le es esencial, como lo muestran las milenarias religiones y la experiencia de los hombres de todos los tiempos.

 

3.3 Cristología e imagen ideal de hombre

 

Un curso que tenga como temas centrales a Cristo y la imagen o concepción de ser humano que de él se desprender es esencial dentro de nuestro que hacer de teólogos en el contexto de nuestras universidades. Ignacio propone a Jesucristo como aquel a quien es menester seguir, como el camino, la verdad y la vida del hombre. El es el "Sumo y Eterno Capitán" que hace un llamado ante el cual sólo los necios y despreocupados pueden desatender. Ignacio pretende mover al ejercitante a responder positivamente a ese llamado. Quien así lo hace se pone en camino para recorrer toda la vida de Jesús buscando la gracia de "más amarlo y seguirlo" solidarizándose con él en toda su vida, apropiándosela en el aquí y el ahora de nuestra situación, es decir, actualizando esa solidaridad por las decisiones relevantes que se tomen en consonancia con las opciones mismas de Jesús: mostrar la misericordia liberadora del Padre que incluye a los marginados de la salvación (los pobres, los enfermos, las prostitutas, los pecadores) en la comunión de vida con Dios.

 

Una tal Cristología deberá, por tanto, dar a conocer a Jesús en los diferentes aspectos relevantes que hacen de su figura una propuesta atractiva para encarnar hoy como respuesta a los graves interrogantes que tiene el joven universitario, especialmente en lo que se refiere al sentido de la vida humana. Por ello la relación íntima de Jesús con su Padre es central en la presentación de Jesús a los estudiantes y cómo a partir de ella el hijo de María y José desarrolla su existencia concretándola en opciones específicas: buscar las ovejas perdidas de Israel, compartir con los pecadores y las prostitutas, buscar los enfermos para mostrar con su solidaridad la misericordia salvadora del Padre. En fin, entregar toda su vida saliendo desinteresadamente de sí mismo para mostrar el amor de Dios hecho hombre. Una vida entregada como la de Jesús tiene sentido en el presente y en el futuro.

 

De la vida de Jesús se desprenden unos rasgos que conforman al ser humano ideal. Es preciso aclarar lo más seria y sistemáticamente posible que la vida de Jesús es toda ella (es decir, su encarnación) una propuesta de persona humana con unos valores que le son esenciales para que se vea realizada auténticamente. Esa propuesta conduce a la persona a la felicidad, concebida ésta no como una estado al que se llega después de un largo camino, sino como el camino mismo en el cual se va siendo feliz, con la particularidad de presentir en cada estadio de la marcha una felicidad y plenitud mayor y definitiva hacia la que tiende el derrotero propuesto por Cristo.

 

Así, pues, la vida de Jesús es una propuesta coherente para asumir en profundidad y comprometidamente toda la existencia humana, con un sentido claro, con unas opciones particulares y con un horizonte de plenitud que se desarrolla paso a paso en el seguimiento de Cristo como lo proponen los evangelios, las cartas paulinas, la carta o sermón a los hebreos y los demás escritos neotestamentarios.

 

Para concluir esta apartado propongo los rasgos del ser humano ideal que, a mi juicio, se desprenden de la revelación de Dios en Cristo. Estos rasgos los percibimos a la luz de Cristo, pero son propios de todo hombre:

 

· Hijo de Dios: lo es por la acción creadora de Dios en el hombre, con quien Dios hace comunión para crearlo como tal. Dios habita, se trasciende y se humaniza en el hombre.

· Comunicación de Dios a los demás. Esto se desprende del rasgo anterior: la habitación, trascendencia y humanización de Dios en los hombres no tiene otra finalidad que ser automanifestación suya para los demás hombres con el objetivo de desatar en ellos una existencia animada por esa misma conciencia de ser Hijos de Dios.

· Inmortalidad - Finitud: de la acción de Dios en el hombre se sigue la liberación del poder de la finitud de los elementos contingentes que también componen al ser humano, pues por la comunión de Dios con el hombre, Aquel le participa de su incorruptibilidad o inmortalidad.

· Conciencia de la dinamicidad de su ser, dada por ese constante hallarse en camino hacia la inmortalidad desde la finitud y caducidad de su propia existencia. En otras palabras, conciencia de los propios dinamismos interiores que lo jalonan, y en consecuencia, de la acción de Dios por su Espíritu en su interior con una finalidad determinada (hacer al hombre Hijo de Dios, como Jesús) y de los obstáculos a esa misma acción.

· Comunitariedad - Fraternidad: en el hombre acontece Dios quien se trasciende saliendo de sí mismo por la encarnación de su Hijo. Dios no se aferra a sí mismo sino que se humaniza en Jesús. Esa trascendencia de Dios hacia el hombre crea en éste un dinamismo análogo: trascenderse, salir de sí mismo, no aferrarse a sí mismo, sino continuar esa trascendencia hacia el otro, el cual, por ser también hijo de Dios, es hermano.

· Apertura a la Trascendencia – Divinidad: el hombre es un ser trascendente porque Dios le comunica su propia vida que lleva en sí una forma de existir: siempre hacia el otro, hacia el hermano. Si ese dinamismo trascendente es creado por Dios en el hombre como participación de su propia vida, el hombre en ese proceso de trascendencia hacia el otro resulta divinizado. Es trascendencia horizontal y, en el mismo acontecer, trascendencia vertical en los dos sentidos: hacia abajo (de Dios aconteciendo en el hombre) y del hombre sucediendo en y como Dios mismo (hacia arriba) por la acción del Espíritu de Cristo resucitado en el hombre. En consecuencia, la trascendencia del hombre (y de Dios) se vive concretamente en la comunidad fraterna.

· Gratuidad: el hombre con estos rasgos esenciales, es fruto de la acción gratuita de Dios en él. El hombre es así porque Dios así lo ha querido libremente, desinteresadamente, por puro amor. Este rasgo debe aparecer siempre en el comportamiento del hombre ideal, quien actuará, en consecuencia y movido por Dios mismo, desinteresadamente.

· Integralidad: la realidad del hombre incluye en sí misma la transfiguración en Cristo por el poder del Espíritu, es decir, la trascendencia en el sentido expuesto más arriba. El hombre, concebido solo como animal racional, queda mutilado, desintegrado.

· Eticidad coherente y consecuente con todos los rasgos anteriores: solidaridad.

 

3.4 Eclesiología

 

El énfasis que se desprende de la perspectiva que nos da el misterio de la encarnación y la mirada ignaciana a este misterio, la cual nos pone en el camino de tomarnos seriamente como otros cristos "así nuevamente encarnados" para los demás, es el de la eclesiología de comunión del pueblo de Dios.

 

En efecto, toda la obra salvadora de Dios a través de la historia de Israel se concreta en la creación de un pueblo que a través de muchos procesos históricos llega a tomar conciencia de ser pueblo de Dios. Pero también por diversas circunstancias y acontecimientos, la base material que sustentaba la existencia de ese pueblo se ve destruida, y con ella la fe de Israel pierde el piso histórico que la mantenía. Sin embargo, los profetas, fundamentados en esa fe firme que confesaba a Yahvé como el Dios de Israel siempre dispuesto a salvar, mantuvo la esperanza de ese pueblo en una intervención escatológica de Dios en la historia, es decir, en un nuevo y definitivo actuar de Dios para salvarlo. Muchas fueron las concreciones en las que se trató de encontrar esa actuación definitiva de Yahvé en la historia, pero el Antiguo Testamento da testimonio de que el pueblo nunca se encontró satisfecho y llega a su fin esperando ese acontecimiento último .

 

A la luz de la resurrección en Cristo, los primeros seguidores de Jesús experimentan que todas las tradiciones de salvación o elección del Antiguo Testamento tienen su realización plena en la persona de Jesús. Toda su actividad fue dedicada a formar a sus discípulos, a hacer de ellos el pueblo escatológico de Israel, a convertirlos en una nueva familia, con Dios como Padre, todos hermanos, unidos no por vínculos de sangre sino por la realización de la voluntad de Dios, sin el patriarcalismo verticalista y opresor del tipo de familia vigente en ese tiempo17. Será, pues, una familia en donde todos ejerzan la solidaridad y tengan unos para otros la ternura maternal y acogedora que haga visible el rostro de Dios.

 

Con Jesús se retoma la dinámica del Antiguo Testamento: Dios quiere salvar al hombre mediante la construcción de una sociedad fraterna, igualitaria y no violenta. Este pueblo de Dios en el Nuevo Testamento es primero la comunidad de los discípulos de Jesús y luego las comunidades cristianas que se van esparciendo por todo el mundo hasta llegar a nosotros hoy.

 

Resulta, pues, que Dios crea, salva, redime o libera a hombres y mujeres nuevos a través de la conformación de comunidades solidarias, fraternas, no violentas, comprometidas con la creación de sociedades justas, respetuosas de la vida de los demás, que desatan dinámicas y estructuras incluyentes y de ninguna manera marginadoras. El hombre y la mujer solo crecen auténticamente en comunidades, pues en ellas se puede vivir la experiencia de la resurrección en los procesos de entrega, servicio, solidaridad y ternura que ellas promueven. En una palabra, el ser humano sólo se construye en y por la comunión, pues lo que lo identifica esencialmente es el ser para los demás.

 

El propósito de Dios en Jesús es construir seres humanos auténticos lo cual se logra en comunidad. El de Ignacio es también construir hombres y mujeres íntegros, por una adhesión incondicional a Dios siguiendo sus mociones. La comunidad, en cuanto impulso divino en el hombre es el lugar donde converge esta obra salvadora. La comunidad es lo concreto del Reinado de Dios. Allí se diviniza el hombre y se humaniza Dios.

 

Lo anterior es la razón de ser de la Iglesia, que ante todo es comunidad de los convocados por Cristo a formar en él un solo cuerpo mediante el seguimiento de Jesús, «el cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo...» (Flp 2, 6-7).

 

Hacer el énfasis en lo comunitario y comuniológico es hacerlo en lo esencial de la Iglesia. Esto implica también insistir en el papel fundamental de los laicos en el conjunto de la vida eclesial. Se trata, pues, de comunicar una eclesiología de comunión y de pueblo de Dios en el sentido que hemos hablado más arriba. Es el mejor servicio que podemos hacer a la Iglesia misma, es la manera como podemos desarrollar ese vivo sentido ignaciano de sentir con la Iglesia y es el aporte más genuino que podemos hacer los cristianos a la obra redentora de Cristo en este mundo que vivimos lleno de exclusiones, de opresiones y de negación de la vida.

 

 

3.5 La Etica

 

Los Ejercicios Espirituales de San Ignacio conducen a descubrir el sentido del ser humano a la luz de la encarnación del Verbo, entendida ésta como toda la vida de Cristo. El Principio y Fundamento explicita la dimensión esencial de sentido de la existencia del ser humano al decir: "El hombre es criado para..." La perspectiva ignaciana nos conduce, pues, a formar hombres y mujeres a imagen y semejanza de Dios. El hombre que ha manifestado la perfección de esa creación es Jesucristo. Los rasgos del hombre revelado en Jesús ya los hemos delineado al hablar de la cristología. Ahora veamos los valores18 que se desprenden de esos rasgos en los cuales debemos insistir particularmente porque, fomentándolos y buscándolos en nuestros estudiantes, estamos colaborando en la construcción de seres auténticamente humanos, semejantes a Cristo. Tales valores son:

 

· La Dignidad de toda persona humana.

· La Fraternidad.

· La Solidaridad.

· La Justicia.

· Preferencia por los débiles y desprotegidos: por ser los miembros más frágiles de la comunidad humana, deben ser tenidos especialmente en cuenta en las decisiones y acciones de nuestras comunidades educativas.

· La Servicialidad desinteresada como meta de lo que hacemos.

· La Trascendencia: hacia el otro y hacia Dios en el mismo acto.

· La Verdad: buscada en forma interdisciplinar.

· El Diálogo.

· El Respeto.

· La Comprensión, el Perdón y la Tolerancia

· La Conciencia y la Reflexión sobre todos los comportamientos, decisiones y acciones.

· La Responsabilidad en todos los campos.

· La Libertad.

· El Compromiso.

 

La propuesta de AUSJAL insiste en este punto que estamos tocando: «La educación en valores siempre ha sido una característica de la educación ignaciana, pero actualmente debe ser reavivada a causa del clima creciente de amoralidad y de supuesta neutralidad intelectual. Como dice el mismo P. General, los valores para que sean realmente propios deben estar anclados en la "cabeza", "en el corazón" y "en las manos". Convicción, afecto y acción combinados»19.

 

3.6 Interdisciplinariedad

 

Dado el carácter de la disciplina teológica, cuyo punto de partida es la experiencia de un Dios que nos sale al encuentro en la realidad toda, y teniendo como actitud fundamental la que nos aporta la mirada ignaciana de la encarnación donde vemos a la Trinidad contemplando la superficie entera de la tierra para hacer redención, la interdisciplinariedad es un imperativo de nuestro quehacer teológico en la universidad.

 

La pretensión de la Universidad, según la mente de Ignacio de Loyola es comunicar y transformar valores, en y por las ciencias, es decir, por medio de lo típicamente académico. Para lograr esa comunicación y transformación de valores, el P. Kolvenbach propone tres mecanismos: Interdisciplinariedad, Reflexión, Trabajo en conjunto20. La interdisciplinariedad, que es lo que nos ocupa, está en función del hombre21.

 

La interdisciplinariedad es, pues, fundamental, y debe hacerse a través de los valores, puesto que el objetivo de las ciencias es el hombre. Las ciencias son valores o promueven valores o educan en valores. La función propia de la interdisciplinariedad es descubrir los valores implicados en cada una de ellas y promoverlos. La armonía de las ciencias se mueve, entonces, dentro del campo de los valores de las mismas ciencias que apuntan a su único referente: la primacía del hombre en todas sus dimensiones.

 

En consecuencia, la teología tiene un aporte central al trabajo interdisciplinar en nuestras universidades: la perspectiva del hombre revelado en Cristo. En otras palabras, la disciplina teológica, sin pretensiones de hegemonía, debe sustentar, en el conjunto del trabajo académico, la relevancia de los valores que antes hemos expuesto, descubrirlos, proponerlos y fomentarlos como aquellos que deben ser buscados por todas las ciencias y disciplinas en cada una de sus actividades para que la labor educativa se aúne en el propósito común de formar hombres y mujeres que den testimonio de la verdad del ser humano, la cual se desarrolla en todas las esferas de la existencia.

 

La integración de los saberes «exige la unión y coherencia entre conocimiento y transformación, entre comprender y hacer realidad, entre pensamiento y ética. El desarrollo de la ciencia y de la técnica, si están desprovistos del corazón ético que los convierte en humanismo, se vuelven una amenaza para la humanidad»22.

 

La teología tiene, entonces, un grave cometido en el concierto de las ciencias dentro de una universidad de la Compañía de Jesús: animar los procesos interdisciplinares desde los valores.

4. Conclusiones

 

4.1. El teólogo testigo: Formación de Maestros23

 

La fe en Jesucristo no es un asunto que en primera instancia haya que comunicar de manera conceptual, sino que es, ante todo, para mostrar como relevante en la construcción de seres humanos íntegros y auténticos, comprometidos con el desarrollo de comunidades y sociedades donde valga la pena vivir por la solidaridad que en ellas se cree, por las condiciones elementales que en ellas se viva para tener una existencia digna, que haga feliz a los hombres y mujeres que la componen, por la justicia y la fraternidad que en ellas se hace realidad. En forma sintética, la fe en Jesucristo tiene que ser visible acaeciendo en la persona por su manera de existir con y para los demás.

 

Por ello considero de primer orden la idoneidad e integridad de los maestros, es decir, de aquellos que tenemos la responsabilidad de llevar a cabo la formación teológica y religiosa en nuestras universidades. Nosotros, ante todo, debemos ser testigos de lo que enseñamos. Más aún, la verdadera enseñanza nuestra somos nosotros mismos, porque nuestra vida, nuestras actitudes, la manera como prestamos atención a cada estudiante, como interactuamos con ellos, como encarnamos los valores evangélicos, será lo que atraiga vitalmente al estudiante. Nuestra principal tarea es cualificarnos como testigos, como aquellos que en nuestras vidas "hemos visto y oído" a Jesucristo y nos hemos dejado transformar por él.

 

La consecuencia de lo anterior es obvia: la formación de los profesores es prioritaria, tanto a nivel académico, como a nivel personal. A nivel académico es muy importante que el profesor que dé clase en una determinada carrera tenga una mínima formación en ella para establecer con cierta pertinencia un diálogo productivo con la disciplina o profesión en cuestión desde la teología. En el nivel personal considero que los Ejercicios Espirituales de San Ignacio son prioritarios porque son ellos los que permean nuestras entrañas de la mirada ignaciana y, como camino espiritual, hacen posible que cuando el estudiante pregunte ¿qué es la verdad? también el maestro que tiene delante pueda permanecer en silencio evidenciando que la verdad se hace visible en él.

 

4.2 Teología y Pastoral

 

Si nuestro trabajo teológico en la universidad está dirigido no sólo a las cabezas de los jóvenes sino, sobretodo, a su corazón, debemos coordinarnos muy estrechamente con el departamento de pastoral de cada universidad de manera que actuemos todos movidos por formas comunes de concebir nuestro trabajo y por objetivos compartidos, y así se puedan encauzar los deseos y mociones de los estudiantes a través de diversas actividades24.

 

 

4.3 La centralidad de la persona humana con toda su realidad25

 

Este título recoge lo que yo he querido expresar en estas páginas: el énfasis ignaciano de nuestra formación teológica es la búsqueda de seres humanos íntegros, coherentes y consecuentes con la realidad que lo conforma: Dios mismo que acontece en el hombre y la mujer humanizándose en la totalidad de la existencia de cada uno de ellos y, en ese mismo proceso, divinizándolo, es decir, creándolo y salvándolo. Ser coherentes con esto implica desarrollar en los comportamientos cotidianos una ética de solidaridad con los demás, es decir, que el hombre y la mujer se comporten con sus semejantes de la misma manera como Dios se comporta con ellos: solidariamente26.

 

En consecuencia, desatar una educación que promueva efectivamente la solidaridad con los demás, especialmente con los excluidos, es construir el "nicho" en el cual crece lo más auténticamente humano de las personas en apertura a Dios, porque la solidaridad que comienza a brotar en ella es acción creadora de Dios aconteciendo desde su interior por la acción del Espíritu.

 

Esa solidaridad promovida consciente y sistemáticamente por nuestra labor de teólogos y teólogas en cada uno de los énfasis, actividades y comportamientos antes mencionados encontrará necesariamente un eco profundo en las personas, ya que ella es la divina melodía de la comunión que busca ser interpretada por todo hombre. En últimas, promover la solidaridad es evangelizar, al menos en la etapa inicial de creación de las condiciones para que resuene en cada uno el Jesús que lo habita por el poder de su Espíritu.

1Desafío de América Latina y Propuesta Educativa (Propuesta AUSJAL), n. 63.

2Cf. Propuesta AUSJAL, p. II.

3Cf. P.H. Kolvenbach, "Misión de la Universidad". Alocución del P. General de la Compañía de Jesús en la Asamblea de Enseñanza Superior S.J., Universidad de Georgetown (7 de Junio de 1989) en Información S.J., año XXI, julio-Agosto de 1989, Madrid, p. 115.

4Gaudium et Spes, n. 22.

5G. Baena, "La antropología subyacente en la universidad jesuítica", en: Theologica Xaveriana, 128 (1998), p. 415.

6Ib., p. 414-415.

7Ib.

8Ib., p. 417.

9Cf. Ib., p. 417-419.

10Ib., p. 419.

11P-H. Kolvenbach, "Discurso en la Universidad de Deusto", (5 de Junio de 1987), en Información S.J., año XIX, sept.-oct., 1987, Madrid, p. 155.

12Propuesta de AUSJAL, n. 98.

13Cf. Ib. n. 106.

14El primer objetivo y consecuentes prioridades y líneas de acción de la Propuesta de AUSJAL sirven de marco a esta parte en sus números 118-119.

15Ib. n. 90-91.

16En el número 15 de los Ejercicios Espirituales advierte S. Ignacio que el que da los ejercicios no debe mover al que los recibe más a una cosa que a otra, «mas estando en medio como un peso deje inmediatamente obrar al Criador con la criatura, y a la criatura con su Criador y Señor».

17Cf. G. Lohfink, La Iglesia que Jesús quería. Dimensión comunitaria de la fe Cristiana, Bilbao: Desclee de Brouwer, 21986.

18La primera prioridad de AUSJAL dice: «Dar absoluta prioridad ala formación integral de los alumnos mediante procesos educativos en los que el aprendizaje de los valores y de las opciones religiosas y sociales de inspiración cristiana sean fomentadas y aplicadas...» (Propuesta AUSJAL, n.118).

19Propuesta de AUSJAL, n. 110; cfr. n. 85.

20P-H. Kolvenbach, «Educación y valores», (Universidad Iberoamericana, México, 23 de agosto de 1990), en Información S.J., año XXII, septiembre-octubre, 1990, Madrid, pp. 146-147, citado por G. Baena, op. cit., p. 409.

21Cf. P.H. Kolvenbach, "Misión de la Universidad", p. 112-113.

22Propuesta de AUSJAL, n. 84 - 85; Cf. n.128.

23Cf., segundo objetivo prioritario de la Propuesta de AUSJAL, n. 120-122.

24Cf. Propuesta de AUSJAL, n. 125-127.

25Cf. tercer objetivo prioritario, Propuesta de AUSJAL, n. 123-124.

26Cf. Baena, op. cit. p. 430.

Gentileza de http://www.geocities.com/teologialatina/ para la
BIBLIOTECA CATÓLICA DIGITAL