REFLEXIONES SOBRE LA CLONACIÓN
PONTIFICIA ACADEMIA PRO VITA
1. NOTAS HISTÓRICAS
Los progresos del conocimiento y los consiguientes avances de la
técnica en el campo de la biología molecular, la genética y la
fecundación artificial han hecho posibles, desde hace tiempo, la
experimentación y la realización de clonaciones en el ámbito vegetal y
animal.
Por lo que atañe al reino animal se ha tratado, desde los años
treinta, de experimentos de producción de individuos idénticos,
obtenidos por escisión gemelar artificial, modalidad que
impropiamente se puede definir como clonación.
La práctica de la escisión gemelar en campo zootécnico se está
difundiendo en los establos experimentales como incentivo a la
producción múltiple de dados ejemplares seleccionados.
En el año 1993 Jerry Hall y Robert Stilmann, de la George
Washington University, divulgaron datos relativos a experimentos de
escisión gemelar (splitting) de embriones humanos de 2, 4 y 8
embrioblastos, realizados por ellos mismos. Se trató de experimentos
llevados a cabo sin el consentimiento previo del Comité ético
competente y publicados -según los autores- para avivar la discusión
ética.
Sin embargo, la noticia dada por la revista Nature -en su número
del 27 de febrero de 1997- del nacimiento de la oveja Dolly, llevado a
cabo por los científicos escoceses Jan Vilmut y K.H.S. Campbell con
sus colaboradores del Roslin Institute de Edimburgo, ha sacudido la
opinión pública de modo excepcional y ha provocado declaraciones
de comités y de autoridades nacionales e internacionales, por ser un
hecho nuevo, considerado desconcertante.
La novedad del hecho es doble. En primer lugar, porque se trata no
de una escisión gemelar, sino de una novedad radical definida como
clonación, es decir, de una reproducción asexual y agámica
encaminada a producir individuos biológicamente iguales al individuo
adulto que proporciona el patrimonio genético nuclear. En segundo
lugar, porque, hasta ahora, la clonación propiamente dicha se
consideraba imposible. Se creía que el DNA de las células somáticas
de los animales superiores, al haber sufrido ya el imprinting de la
diferenciación, no podía en adelante recuperar su completa
potencialidad original y, por consiguiente, la capacidad de guiar el
desarrollo de un nuevo individuo.
Superada esta supuesta imposibilidad, parecía que se abría el
camino a la clonación humana, entendida como réplica de uno o
varios individuos somáticamente idénticos al donante.
El hecho ha provocado con razón agitación y alarma. Pero,
después de un primer momento de oposición general, algunas voces
han querido llamar la atención sobre la necesidad de garantizar la
libertad de investigación y de no condenar el progreso; incluso se ha
llegado a hablar de una futura aceptación de la clonación en el ámbito
de la Iglesia católica.
Por eso, ahora que ha pasado un cierto tiempo y que es está en un
período más tranquilo, conviene hacer un atento examen de este
hecho, estimado como un acontecimiento desconcertante.
2. EL HECHO BIOLÓGICO
La clonación, considerada en su dimensión biológica, en cuanto
reproducción artificial, se obtiene sin la aportación de los dos
gametos; se trata, por tanto, de una reproducción asexual y agámica.
La fecundación propiamente dicha es sustituida por la fusión bien de
un núcleo tomado de una célula somática misma, con un ovocito
desnucleado, es decir, privado del genoma de origen materno. Dado
que el núcleo de la célula somática contiene todo el patrimonio
genético, el individuo que se obtiene posee -salvo posibles
alteraciones- la misma identidad genética del donante del núcleo.
Esta correspondencia genética fundamental con el donante es la que
convierte al nuevo individuo en réplica somática o copia del donante.
El hecho de Edimburgo tuvo lugar después de 277 fusiones
ovocito-núcleo donante. Sólo 8 tuvieron éxito; es decir, sólo 8 da las
277 iniciaron el desarrollo embrional, y de esos 8 embriones sólo 1
llegó a nacer: la oveja que fue llamada Dolly.
Quedan muchas dudas e incertidumbres sobre numerosos
aspectos de la experimentación. Por ejemplo, la posibilidad de que
entre las 277 células donantes usadas hubiera algunas "estaminales",
es decir, dotadas de un genoma no totalmente diferenciado; el papel
que puede haber tenido el DNA mitocondrial eventualmente residuo
en el óvulo materno; y muchas otras aún, a las que,
desgraciadamente, los investigadores ni siquiera han hecho
referencia. De todos modos, se trata de un hecho que supera las
formas de fecundación artificial conocidas hasta ahora, las cuales se
realizan siempre utilizando dos gametos.
Debe subrayarse que el desarrollo de los individuos obtenidos por
clonación -salvo eventuales mutaciones, que podrían no ser pocas-
debería producir una estructura corpórea muy semejante a la del
donante del DNA: este es el resultado más preocupante,
especialmente en el caso de que el experimento se aplicase también
a la especie humana.
Con todo, conviene advertir que, en la hipótesis de que la clonación
se quisiera extender a la especie humana, de esta réplica de la
estructura corpórea no se derivaría necesariamente una perfecta
identidad de la persona, entendida tanto en su realidad ontológica
como psicológica. El alma espiritual, constitutivo esencial de cada
sujeto perteneciente a la especie humana, es creada directamente
por Dios y no puede ser engendrada por los padres, ni producida por
la fecundación artificial, ni clonada. Además, el desarrollo psicológico,
la cultura y el ambiente conducen siempre a personalidades diversas;
se trata de un hecho bien conocido también entre los gemelos, cuya
semejanza no significa identidad. La imaginación popular y la aureola
de omnipotencia que acompaña a la clonación han de ser, al menos,
relativizadas.
A pesar de la imposibilidad de implicar al espíritu, que es la fuente
de la personalidad, la proyección de la clonación al hombre ha llevado
a imaginar ya hipótesis inspiradas en el deseo de omnipotencia:
réplica de individuos dotados de ingenio y belleza excepcionales;
reproducción de la imagen de familiares difuntos; selección de
individuos sanos e inmunes a enfermedades genéticas; posibilidad de
selección del sexo; producción de embriones escogidos previamente y
congelados para ser transferidos posteriormente a un útero como
reserva de órganos, etc.
Aún considerando estas hipótesis como ciencia ficción, pronto
podrían aparecer propuestas de clonación presentadas como
"razonables" y "compasivas" -la procreación de un hijo en una familia
en la que el padre sufre de aspermia o el reemplazo del hijo
moribundo de una viuda- las cuales, se diría, no tienen nada que ver
con las fantasías de la ciencia ficción.
Pero, ¿cuál sería el significado antropológico de esta operación en
la deplorable perspectiva de su aplicación al hombre?
3. PROBLEMAS ÉTICOS RELACIONADOS CON LA
CLONACIÓN HUMANA
La clonación humana se incluye en el proyecto del eugenismo y,
por tanto, está expuesta a todas las observaciones éticas y jurídicas
que lo han condenado ampliamente. Como ha escrito Hans Jonas, es
"en el método la forma más despótica y, a la vez, en el fin, la forma
más esclavizante de manipulación genética; su objetivo no es una
modificación arbitraria de la sustancia hereditaria, sino precisamente
su arbitraria fijación en oposición a la estrategia dominante en la
naturaleza" (cf. Cloniamo un uomo: dall'eugenetica all'ingegneria
genetica, en Técnica, medicina ed ética, Einaudi, Torino 1997, pp.
122-154, 136).
Es una manipulación radical de la relacionalidad y
complementariedad constitutivas, que están en la base de la
procreación humana, tanto en su aspecto biológico como en el
propiamente personal. En efecto, tiende a considerar la bisexualidad
como un mero residuo funcional, puesto que se requiere un óvulo,
privado de su núcleo, para dar lugar al embrión-clon y, por ahora, es
necesario un útero femenino para que su desarrollo pueda llegar
hasta el final. De este modo se aplican todas las técnicas que se han
experimentado en la zootecnia, reduciendo el significado específico
de la reproducción humana.
En esta perspectiva se adopta la lógica de la producción industrial:
se deberá analizar y favorecer la búsqueda de mercados,
perfeccionar la experimentación y producir siempre modelos nuevos.
Se produce una instrumentalización radical de la mujer, reducida a
algunas de sus funciones puramente biológicas (prestadora de óvulos
y de útero), a la vez que se abre la perspectiva de una investigación
sobre la posibilidad de crear úteros artificiales, último paso para la
producción "en laboratorio" del ser humano.
En el proceso de clonación se pervierten las relaciones
fundamentales de la persona humana: la filiación, la consanguinidad,
el parentesco y la paternidad o maternidad. Una mujer puede ser
hermana gemela de su madre, carecer de padre biológico y ser hija
de su abuelo. Ya con la FIVET se produjo una confusión en el
parentesco, pero con la clonación se llega a la ruptura total de estos
vínculos.
Como en toda actividad artificial se "emula" e "imita" lo que
acontece en la naturaleza, pero a costa de olvidar que el hombre no
se reduce a su componente biológico, sobre todo cuando éste se
limita a las modalidades reproductivas que han caracterizado sólo a
los organismos más simples y menos evolucionados desde el punto
de vista biológico.
Se alimenta la idea de que algunos hombres pueden tener un
dominio total sobre la existencia de los demás, hasta el punto de
programar su identidad biológica -seleccionada sobre la base de
criterios arbitrarios o puramente instrumentales-, la cual, aunque no
agota la identidad personal del hombre, caracterizada por el espíritu,
es parte constitutiva de la misma. Esta concepción selectiva del
hombre tendrá, entre otros efectos, un influjo negativo en la cultura,
incluso fuera de la práctica -numéricamente reducida- de la clonación,
puesto que favorecerá la convicción de que el valor del hombre y de
la mujer no depende de su identidad personal, sino sólo de las
cualidades biológicas que pueden apreciarse y, por tanto, ser
seleccionadas.
La clonación humana merece un juicio negativo también en relación
a la dignidad de la persona clonada, que vendrá al mundo como
"copia" (aunque sea sólo copia biológica) de otro ser. En efecto, esta
práctica propicia un íntimo malestar en el clonado, cuya identidad
psíquica corre serio peligro por la presencia real o incluso sólo virtual
de su "otro". Tampoco es imaginable que pueda valer un pacto de
silencio, el cual -como ya notaba Jonas- sería imposible y también
inmoral, dado que el clonado fue engendrado para que se asemejara
a alguien que "valía la pena" clonar y, por tanto, recaerán sobre él
atenciones y expectativas no menos nefastas, que constituirán un
verdadero atentado contra su subjetividad personal.
Si el proyecto de clonación humana pretende detenerse "antes" de
la implantación en el útero, tratando de evitar al menos algunas de las
consecuencias que acabamos de señalar, resulta también injusto
desde un punto de vista moral.
En efecto, limitar la prohibición de la clonación al hecho de impedir
el nacimiento de un niño clonado permitiría de todos modos la
clonación del embrión-feto, implicando así la experimentación sobre
embriones y fetos, y exigiendo su supresión antes del nacimiento, lo
cual manifiesta un proceso instrumental y cruel respecto al ser
humano.
En todo caso, dicha experimentación es inmoral por la arbitraria
concepción del cuerpo humano (considerado definitivamente como
una máquina compuesta de piezas), reducido a simple instrumento de
investigación. El cuerpo humano es elemento integrante de la
dignidad y de la identidad personal de cada uno, y no es lícito usar a
la mujer para que proporcione óvulos con los cuales realizar
experimentos de clonación.
Es inmoral porque también el ser clonado es un "hombre", aunque
sea en estado embrional.
En contra de la clonación humana se pueden aducir, además, todas
las razones morales que han llevado a la condena de la fecundación
in vitro en cuanto tal o al rechazo radical de la fecundación in vitro
destinada sólo a la experimentación.
El proyecto de la "clonación humana" es una terrible consecuencia
a la que lleva una ciencia sin valores y es signo del profundo malestar
de nuestra civilización, que busca en la ciencia, en la técnica y en la
"calidad de vida" sucedáneos al sentido de la vida y a la salvación de
la existencia.
La proclamación de la "muerte de Dios", con la vana esperanza de
un "superhombre", comporta un resultado claro: la "muerte del
hombre". En efecto, no debe olvidarse que el hombre, negando su
condición de criatura, más que exaltar su libertad, genera nuevas
formas de esclavitud, nuevas discriminaciones, nuevos y profundos
sufrimientos. La clonación puede llegar a ser la trágica parodia de la
omnipotencia de Dios. El hombre, a quien Dios ha confiado todo lo
creado dándole libertad e inteligencia, no encuentra en su acción
solamente los límites impuestos por la imposibilidad práctica, sino que
él mismo, en su discernimiento entre el bien y el mal, debe saber
trazar sus propios confines. Una vez más, el hombre debe elegir: tiene
que decidir entre transformar la tecnología en un instrumento de
liberación o convertirse en su esclavo introduciendo nuevas formas
de violencia y sufrimiento.
Es preciso subrayar, una vez más, la diferencia que existe entre la
concepción de la vida como don de amor y la visión del ser humano
considerado como producto industrial.
Frenar el proyecto de la clonación humana es un compromiso moral
que debe traducirse también en términos culturales, sociales y
legislativos. En efecto, el progreso de la investigación científica es
muy diferente de la aparición del despotismo cientifista, que hoy
parece ocupar el lugar de las antiguas ideologías. En un régimen
democrático y pluralista, la primera garantía con respecto a la libertad
de cada uno se realiza en el respeto incondicional de la dignidad del
hombre, en todas las fases de su vida y más allá de las dotes
intelectuales o físicas de las que goza o de las que está privado. En la
clonación humana no se da la condición que es necesaria para una
verdadera convivencia: tratar al hombre siempre y en todos los casos
como fin y como valor, y nunca como un medio o simple objeto.
4. ANTE LOS DERECHOS DEL HOMBRE Y LA LIBERTAD
DE INVESTIGACIÓN
En el ámbito de los derechos humanos, la posible clonación
humana significaría una violacíon de los dos principios fundamentales
en los que se basan todos los derechos del hombre: el principio de
igualdad entre los seres humanos y el principio de no discriminación.
Contrariamente a cuanto pudiera parecer a primera vista, el
principio de igualdad entre los seres humanos es vulnerado por esta
posible forma de dominación del hombre sobre el hombre, al mismo
tiempo que existe una discriminación en toda la perspectiva
selectiva-eugenista inherente en la lógica de la clonación. La
Resolución del Parlamento Europeo del 12 de marzo de 1977 reafirma
con energía el valor de la dignidad de la persona humana y la
prohibición de la clonación humana, declarando expresamente que
viola estos dos principios. El Parlamento Europeo, ya desde 1983, así
como todas las leyes que han sido promulgadas para legalizar la
procreación artificial, incluso las más permisivas, siempre han
prohibido la clonación. Es preciso recordar que el Magisterio de la
Iglesia, en la Instrucción Donum vitae de 1987, ha condenado la
hipótesis de la clonación humana, de la fisión gemelar y de la
partenogénesis. Las razones que fundamentan el carácter inhumano
de la clonación aplicada al hombre no se deben al hecho de ser una
forma excesiva de procreación artificial, respecto a otras formas
aprobadas por la ley como la FIVET y otras.
Como hemos dicho, la razón del rechazo radica en la negación de
la dignidad de la persona sujeta a clonación y en la negación misma
de la dignidad de la procreación humana.
CIENCIA/INVES: Lo más urgente ahora es armonizar las exigencias
de la investigación científica con los valores humanos imprescindibles.
El científico no puede considerar el rechazo moral de la clonación
humana como una ofensa; al contrario, esta prohibición devuelve la
dignidad a la investigación, evitando su degeneración demiúrgica. La
dignidad de la investigación científica consiste en ser uno de los
recursos más ricos para el bien de la humanidad.
Por lo demás, la investigación sobre la clonación tiene un espacio
abierto en el reino vegetal y animal, siempre que sea necesaria o
verdaderamente útil para el hombre o los demás seres vivos,
observando las reglas de la conservación del animal mismo y la
obligación de respetar la biodiversidad específica.
La investigación científica en beneficio del hombre representa una
esperanza para la humanidad, encomendada al genio y al trabajo de
los científicos, cuando tiende a buscar remedio a las enfermedades,
aliviar el sufrimiento, resolver los problemas debidos a la insuficiencia
de alimentos y a la mejor utilización de los recursos de la tierra.
Para hacer que la ciencia biomédica mantenga y refuerce su
vínculo con el verdadero bien del hombre y de la sociedad, es
necesario fomentar -como recuerda el Santo Padre en la Encíclica
Evangelium vitae- una "mirada contemplativa" sobre el hombre mismo
y sobre el mundo, como realidades creadas por Dios, y en el contexto
de la solidaridad entre la ciencia, el bien de la persona y de la
sociedad.
"Es la mirada de quien ve la vida en su profundidad, percibiendo
sus dimensiones de gratuidad, belleza, invitación a la libertad y a la
responsabilidad. Es la mirada de quien no pretende apoderarse de la
realidad, sino que la acoge como un don, descubriendo en cada cosa
el reflejo del Creador y en cada persona su imagen viviente"
(Evangelium vitae, 83).
Profesor Juan de Dios Vial Correa
Presidente
Monseñor Elio Sgreccia
Vicepresidente
* * * * *
Pontificias Academias de Ciencias Ciencias Sociales
Para la Vida
El precursor de la Pontificia Academia de las Ciencias fue el
"Linceorum Academia", fundado en Roma en 1603. Tras algunas
vicisitudes, Pío IX la llamó en 1847 "Pontificia Accademia dei Nuovi
Lincei". Fue ampliada por León XIII en 1887 y en 1936 recibió de Pío
XI su nombre actual.
Actualmente es la única Academia de las Ciencias con carácter
supranacional existente en el mundo. Tiene como fin: honrar la
ciencia pura dondequiera que se encuentre; asegurar su libertad y
favorecer las investigaciones, que constituyen la base indispensable
para el progreso de las ciencias. La Academia se encuentra bajo la
dependencia del Santo Padre. Su Presidente, elegido por cuatro
años, es desde 1993 el Profesor Nicola Cabibbo, italiano. Forman
parte de ella 80 Académicos de nombramiento pontificio, propuestos
por el Cuerpo Académico y elegidos sin discriminación de ningún tipo
entre los más insignes cultivadores de ciencias matemáticas y
experimentales de cada país. El Director de la Cancillería es
Monseñor Renato Dardozzi.
A los 80 Académicos se suman los Académicos "Perdurante
munere" por razón de su oficio, y los Académicos de Honor, por razón
de sus méritos hacia la misma Academia.
La Pontificia Academia de Ciencias Sociales fue fundada por Juan
Pablo II el 1 de enero de 1994, con el Motu Proprio "Socialum
Scientiarum". Su objetivo, dice el artículo nº 1 de su estatuto, es
"promover el estudio y el progreso de las ciencias sociales,
económicas, políticas y jurídicas a la luz de la doctrina social de la
Iglesia".
La Academia es autónoma y al mismo tiempo mantiene una
estrecha relación con el Pontificio Consejo "Justicia y Paz", con el que
coordina la programación de las diferentes iniciativas. El número de
sus Académicos Pontificios, también nombrados por el Papa, no
puede ser ni inferior a 20 ni superior a 40. Actualmente son 31 y
proceden de 24 países de todo el mundo, sin distinción de confesión
religiosa. Son elegidos por su alto nivel de competencia en alguna de
las diversas disciplinas sociales.
El Presidente es el Profesor Edmond Malinvaud, de nacionalidad
francesa. La Academia es sostenida financieramente por un Consejo
de Fundación cuyo Presidente es el Profesor Hubert Batliner. El
Director de la Cancillería es el mismo que el de la Pontificia Academia
de las Ciencias, Monseñor Dardozzi.
En la presentación de la Academia de Ciencias Sociales, el
Arzobispo Jorge María Mejía, entonces Vicepresidente del Pontificio
Consejo "Justicia y Paz", leyó el discurso preparado por el Cardenal
Roger Etchegaray. "La Academia que el Papa acaba de fundar
-decía- tiene la ambición de afrontar algunos desafíos de la sociedad
moderna: quiere ser un gran centro de 'diálogo interdisciplinar' sobre
los problemas cada vez más complejos, que influyen sobre el
hombre".
Con el Motu Proprio "Vitae Mysterium" del 11 de febrero de 1994,
Juan Pablo II instituyó la Pontificia Academia para la Vida. Sus
objetivos son: estudiar, informar y formar sobre los principales
problemas de biomedicina y de derecho, relativos a la promoción y a
la defensa de la vida, sobre todo en la relación directa que éstos
tienen con la moral cristiana y las directivas del Magisterio de la
Iglesia. Para realizar estos fines, en octubre de 1994 se instituyó la
fundación "Vitae Mysterium".
La Academia para la Vida tiene autonomía propia, y mantiene
relaciones con el Pontificio Consejo para la Pastoral de los Agentes
Sanitarios y con varios Dicasterios de la Curia Romana empeñados
en el servicio a la vida.
Tras el fallecimiento de su primer Presidente, el Profesor Jér¶me
Lejeune en abril de 1994, la Academia ha sido y es presidida por el
Doctor Juan de Dios Vial Correa, chileno. Cuenta con la ayuda de un
Vicepresidente, el Obispo Elio Sgreccia, Secretario del Pontificio
Consejo para la Familia y de un Consejo Directivo de 5 Académicos
pontificios.
Pertenecen a la Academia 70 Miembros -nombrados por el Papa-,
que representan las distintas ramas de las ciencias biomédicas y
aquellas que están estrechamente relacionadas con los problemas
concernientes a la promoción y defensa de la vida. También hay 3
Miembros "ad honorem" y Miembros por correspondencia que
trabajan en Institutos y centros de estudio sobre la cultura de la vida.
El Consejo Directivo nombra un Secretario que, bajo la dirección del
Presidente, coordina la organización de los trabajos de la Academia.
COMUNICADO FINAL
Durante la III Asamblea General de la Pontificia Academia para la
Vida, celebrada del 14 al 16 Febrero 1997 en el Vaticano, ha sido
presentado el trabajo desarrollado en los dos últimos años por un
grupo de estudio (Task Force) instituido dentro de la misma Academia
y compuesto por expertos de diversas disciplinas que se interesan por
el tema de Identidad y Estatuto del Embrión Humano.
Biólogos, médicos, filósofos y juristas, procedentes de diferentes
naciones, han trabajado en estricta colaboración para analizar una
cuestión compleja y decisiva, de particular actualidad por la
posibilidad de manipulación del embrión humano a raíz de las técnicas
de procreación artificial y de la investigación en las primeras fases del
desarrollo de la vida individual.
Los trabajos de la Asamblea -fieles a la naturaleza propia de la
Academia- se han desarrollado en un intercambio de carácter
interdisciplinar que ha recogido las aportaciones de los distintos
enfoques específicos, respetando la naturaleza y el método exigidos
por el problema en examen.
Desde el punto de vista biológico, la formación y el desarrollo del
ser humano aparece como un proceso continuo, coordinado y gradual
desde la fertilización, con la cual se constituye un nuevo organismo
humano dotado de capacidad intrínseca de desarrollarse
autónomamente en un individuo adulto. Los aportes más recientes de
las ciencias biomédicas proporcionan una evidencia adicional decisiva
y comprobable experimentalmente en favor de la tesis de la
individualidad y continuidad del desarrollo embrionario. Resulta
incorrecta la interpretación del dato biológico cuando se habla de
"pre-embrión".
El juicio, que es un acto de la mente humana, sobre la naturaleza
personal del embrión humano surge necesariamente de la evidencia
del dato biológico, el cual implica el reconocimiento de la presencia de
un ser humano con una capacidad activa e intrínseca de desarrollo, y
no de una mera posibilidad de vida.
La actitud ética de respeto y cuidado de la vida y de la integridad
del embrión, exigida por la presencia de un ser humano, que debe ser
considerado como una persona, se apoya en una concepción unitaria
del hombre, (Corpore et anima unus), que ha de ser reconocida
desde el primer instante del organismo corpóreo: su dignidad
personal.
La perspectiva teológica, a partir de la luz que la revelación
proyecta sobre el sentido de la vida humana y sobre la dignidad de la
persona, conforta y sostiene a la razón humana en estas
conclusiones, sin disminuir la validez de los logros alcanzados
mediante la evidencia racional. Por tanto, el deber de respetar al
embrión humano como persona humana fluye de la realidad de las
cosas y de la fuerza de la argumentación racional y no exclusivamente
de una posición de fe.
Desde el punto de vista jurídico, el núcleo del debate sobre la tutela
del embrión humano no concierne a la identificación de "umbrales de
humanidad" más o menos tardíos en relación con la fecundación, sino
que tiene que ver con el reconocimiento de los derechos humanos
fundamentales, en virtud del hecho de ser hombre, y exige, sobre
todo, en nombre del principio de igualdad, el derecho a la vida y a la
integridad física desde el primer momento de su existencia.
En este gran desafío de la defensa de la vida y de la dignidad del
embrión humano, se pide un compromiso especial - además del de la
comunidad científica - a las familias y, en ellas, al padre y a la madre.
La mujer es la primera persona que es llamada a acoger y a nutrir en
su seno, en el amor y en la dedicación solícita, a quien es ya un
hombre. El papel insustituible de guardián de la vida humana,
confiada a la maternidad de la mujer, tiene que encontrar en la
sociedad civil una estima y una asistencia concreta.
La Asamblea espera que su aportación se convierta en una ocasión
de reflexión y de diálogo efectivo con quienes han comprendido que
los nuevos confines de la civilización y la auténtica renovación de la
sociedad quedarán trazadas sobre el terreno de la defensa
incondicional de la vida humana.