REFLEXIONES SOBRE LA CLONACIÓN

PONTIFICIA ACADEMIA PRO VITA


1. NOTAS HISTÓRICAS

Los progresos del conocimiento y los consiguientes avances de la 
técnica en el campo de la biología molecular, la genética y la 
fecundación artificial han hecho posibles, desde hace tiempo, la 
experimentación y la realización de clonaciones en el ámbito vegetal y 
animal.

Por lo que atañe al reino animal se ha tratado, desde los años 
treinta, de experimentos de producción de individuos idénticos, 
obtenidos por escisión gemelar artificial, modalidad que 
impropiamente se puede definir como clonación.

La práctica de la escisión gemelar en campo zootécnico se está 
difundiendo en los establos experimentales como incentivo a la 
producción múltiple de dados ejemplares seleccionados.

En el año 1993 Jerry Hall y Robert Stilmann, de la George 
Washington University, divulgaron datos relativos a experimentos de 
escisión gemelar (splitting) de embriones humanos de 2, 4 y 8 
embrioblastos, realizados por ellos mismos. Se trató de experimentos 
llevados a cabo sin el consentimiento previo del Comité ético 
competente y publicados -según los autores- para avivar la discusión 
ética.

Sin embargo, la noticia dada por la revista Nature -en su número 
del 27 de febrero de 1997- del nacimiento de la oveja Dolly, llevado a 
cabo por los científicos escoceses Jan Vilmut y K.H.S. Campbell con 
sus colaboradores del Roslin Institute de Edimburgo, ha sacudido la 
opinión pública de modo excepcional y ha provocado declaraciones 
de comités y de autoridades nacionales e internacionales, por ser un 
hecho nuevo, considerado desconcertante.

La novedad del hecho es doble. En primer lugar, porque se trata no 
de una escisión gemelar, sino de una novedad radical definida como 
clonación, es decir, de una reproducción asexual y agámica 
encaminada a producir individuos biológicamente iguales al individuo 
adulto que proporciona el patrimonio genético nuclear. En segundo 
lugar, porque, hasta ahora, la clonación propiamente dicha se 
consideraba imposible. Se creía que el DNA de las células somáticas 
de los animales superiores, al haber sufrido ya el imprinting de la 
diferenciación, no podía en adelante recuperar su completa 
potencialidad original y, por consiguiente, la capacidad de guiar el 
desarrollo de un nuevo individuo.

Superada esta supuesta imposibilidad, parecía que se abría el 
camino a la clonación humana, entendida como réplica de uno o 
varios individuos somáticamente idénticos al donante.

El hecho ha provocado con razón agitación y alarma. Pero, 
después de un primer momento de oposición general, algunas voces 
han querido llamar la atención sobre la necesidad de garantizar la 
libertad de investigación y de no condenar el progreso; incluso se ha 
llegado a hablar de una futura aceptación de la clonación en el ámbito 
de la Iglesia católica.

Por eso, ahora que ha pasado un cierto tiempo y que es está en un 
período más tranquilo, conviene hacer un atento examen de este 
hecho, estimado como un acontecimiento desconcertante.


2. EL HECHO BIOLÓGICO

La clonación, considerada en su dimensión biológica, en cuanto 
reproducción artificial, se obtiene sin la aportación de los dos 
gametos; se trata, por tanto, de una reproducción asexual y agámica. 
La fecundación propiamente dicha es sustituida por la fusión bien de 
un núcleo tomado de una célula somática misma, con un ovocito 
desnucleado, es decir, privado del genoma de origen materno. Dado 
que el núcleo de la célula somática contiene todo el patrimonio 
genético, el individuo que se obtiene posee -salvo posibles 
alteraciones- la misma identidad genética del donante del núcleo. 
Esta correspondencia genética fundamental con el donante es la que 
convierte al nuevo individuo en réplica somática o copia del donante.

El hecho de Edimburgo tuvo lugar después de 277 fusiones 
ovocito-núcleo donante. Sólo 8 tuvieron éxito; es decir, sólo 8 da las 
277 iniciaron el desarrollo embrional, y de esos 8 embriones sólo 1 
llegó a nacer: la oveja que fue llamada Dolly.

Quedan muchas dudas e incertidumbres sobre numerosos 
aspectos de la experimentación. Por ejemplo, la posibilidad de que 
entre las 277 células donantes usadas hubiera algunas "estaminales", 
es decir, dotadas de un genoma no totalmente diferenciado; el papel 
que puede haber tenido el DNA mitocondrial eventualmente residuo 
en el óvulo materno; y muchas otras aún, a las que, 
desgraciadamente, los investigadores ni siquiera han hecho 
referencia. De todos modos, se trata de un hecho que supera las 
formas de fecundación artificial conocidas hasta ahora, las cuales se 
realizan siempre utilizando dos gametos.

Debe subrayarse que el desarrollo de los individuos obtenidos por 
clonación -salvo eventuales mutaciones, que podrían no ser pocas- 
debería producir una estructura corpórea muy semejante a la del 
donante del DNA: este es el resultado más preocupante, 
especialmente en el caso de que el experimento se aplicase también 
a la especie humana.

Con todo, conviene advertir que, en la hipótesis de que la clonación 
se quisiera extender a la especie humana, de esta réplica de la 
estructura corpórea no se derivaría necesariamente una perfecta 
identidad de la persona, entendida tanto en su realidad ontológica 
como psicológica. El alma espiritual, constitutivo esencial de cada 
sujeto perteneciente a la especie humana, es creada directamente 
por Dios y no puede ser engendrada por los padres, ni producida por 
la fecundación artificial, ni clonada. Además, el desarrollo psicológico, 
la cultura y el ambiente conducen siempre a personalidades diversas; 
se trata de un hecho bien conocido también entre los gemelos, cuya 
semejanza no significa identidad. La imaginación popular y la aureola 
de omnipotencia que acompaña a la clonación han de ser, al menos, 
relativizadas.

A pesar de la imposibilidad de implicar al espíritu, que es la fuente 
de la personalidad, la proyección de la clonación al hombre ha llevado 
a imaginar ya hipótesis inspiradas en el deseo de omnipotencia: 
réplica de individuos dotados de ingenio y belleza excepcionales; 
reproducción de la imagen de familiares difuntos; selección de 
individuos sanos e inmunes a enfermedades genéticas; posibilidad de 
selección del sexo; producción de embriones escogidos previamente y 
congelados para ser transferidos posteriormente a un útero como 
reserva de órganos, etc.

Aún considerando estas hipótesis como ciencia ficción, pronto 
podrían aparecer propuestas de clonación presentadas como 
"razonables" y "compasivas" -la procreación de un hijo en una familia 
en la que el padre sufre de aspermia o el reemplazo del hijo 
moribundo de una viuda- las cuales, se diría, no tienen nada que ver 
con las fantasías de la ciencia ficción.

Pero, ¿cuál sería el significado antropológico de esta operación en 
la deplorable perspectiva de su aplicación al hombre? 


3. PROBLEMAS ÉTICOS RELACIONADOS CON LA 
CLONACIÓN HUMANA

La clonación humana se incluye en el proyecto del eugenismo y, 
por tanto, está expuesta a todas las observaciones éticas y jurídicas 
que lo han condenado ampliamente. Como ha escrito Hans Jonas, es 
"en el método la forma más despótica y, a la vez, en el fin, la forma 
más esclavizante de manipulación genética; su objetivo no es una 
modificación arbitraria de la sustancia hereditaria, sino precisamente 
su arbitraria fijación en oposición a la estrategia dominante en la 
naturaleza" (cf. Cloniamo un uomo: dall'eugenetica all'ingegneria 
genetica, en Técnica, medicina ed ética, Einaudi, Torino 1997, pp. 
122-154, 136).

Es una manipulación radical de la relacionalidad y 
complementariedad constitutivas, que están en la base de la 
procreación humana, tanto en su aspecto biológico como en el 
propiamente personal. En efecto, tiende a considerar la bisexualidad 
como un mero residuo funcional, puesto que se requiere un óvulo, 
privado de su núcleo, para dar lugar al embrión-clon y, por ahora, es 
necesario un útero femenino para que su desarrollo pueda llegar 
hasta el final. De este modo se aplican todas las técnicas que se han 
experimentado en la zootecnia, reduciendo el significado específico 
de la reproducción humana.

En esta perspectiva se adopta la lógica de la producción industrial: 
se deberá analizar y favorecer la búsqueda de mercados, 
perfeccionar la experimentación y producir siempre modelos nuevos.

Se produce una instrumentalización radical de la mujer, reducida a 
algunas de sus funciones puramente biológicas (prestadora de óvulos 
y de útero), a la vez que se abre la perspectiva de una investigación 
sobre la posibilidad de crear úteros artificiales, último paso para la 
producción "en laboratorio" del ser humano.

En el proceso de clonación se pervierten las relaciones 
fundamentales de la persona humana: la filiación, la consanguinidad, 
el parentesco y la paternidad o maternidad. Una mujer puede ser 
hermana gemela de su madre, carecer de padre biológico y ser hija 
de su abuelo. Ya con la FIVET se produjo una confusión en el 
parentesco, pero con la clonación se llega a la ruptura total de estos 
vínculos.

Como en toda actividad artificial se "emula" e "imita" lo que 
acontece en la naturaleza, pero a costa de olvidar que el hombre no 
se reduce a su componente biológico, sobre todo cuando éste se 
limita a las modalidades reproductivas que han caracterizado sólo a 
los organismos más simples y menos evolucionados desde el punto 
de vista biológico. 

Se alimenta la idea de que algunos hombres pueden tener un 
dominio total sobre la existencia de los demás, hasta el punto de 
programar su identidad biológica -seleccionada sobre la base de 
criterios arbitrarios o puramente instrumentales-, la cual, aunque no 
agota la identidad personal del hombre, caracterizada por el espíritu, 
es parte constitutiva de la misma. Esta concepción selectiva del 
hombre tendrá, entre otros efectos, un influjo negativo en la cultura, 
incluso fuera de la práctica -numéricamente reducida- de la clonación, 
puesto que favorecerá la convicción de que el valor del hombre y de 
la mujer no depende de su identidad personal, sino sólo de las 
cualidades biológicas que pueden apreciarse y, por tanto, ser 
seleccionadas.

La clonación humana merece un juicio negativo también en relación 
a la dignidad de la persona clonada, que vendrá al mundo como 
"copia" (aunque sea sólo copia biológica) de otro ser. En efecto, esta 
práctica propicia un íntimo malestar en el clonado, cuya identidad 
psíquica corre serio peligro por la presencia real o incluso sólo virtual 
de su "otro". Tampoco es imaginable que pueda valer un pacto de 
silencio, el cual -como ya notaba Jonas- sería imposible y también 
inmoral, dado que el clonado fue engendrado para que se asemejara 
a alguien que "valía la pena" clonar y, por tanto, recaerán sobre él 
atenciones y expectativas no menos nefastas, que constituirán un 
verdadero atentado contra su subjetividad personal.

Si el proyecto de clonación humana pretende detenerse "antes" de 
la implantación en el útero, tratando de evitar al menos algunas de las 
consecuencias que acabamos de señalar, resulta también injusto 
desde un punto de vista moral.

En efecto, limitar la prohibición de la clonación al hecho de impedir 
el nacimiento de un niño clonado permitiría de todos modos la 
clonación del embrión-feto, implicando así la experimentación sobre 
embriones y fetos, y exigiendo su supresión antes del nacimiento, lo 
cual manifiesta un proceso instrumental y cruel respecto al ser 
humano.

En todo caso, dicha experimentación es inmoral por la arbitraria 
concepción del cuerpo humano (considerado definitivamente como 
una máquina compuesta de piezas), reducido a simple instrumento de 
investigación. El cuerpo humano es elemento integrante de la 
dignidad y de la identidad personal de cada uno, y no es lícito usar a 
la mujer para que proporcione óvulos con los cuales realizar 
experimentos de clonación.

Es inmoral porque también el ser clonado es un "hombre", aunque 
sea en estado embrional.

En contra de la clonación humana se pueden aducir, además, todas 
las razones morales que han llevado a la condena de la fecundación 
in vitro en cuanto tal o al rechazo radical de la fecundación in vitro 
destinada sólo a la experimentación.

El proyecto de la "clonación humana" es una terrible consecuencia 
a la que lleva una ciencia sin valores y es signo del profundo malestar 
de nuestra civilización, que busca en la ciencia, en la técnica y en la 
"calidad de vida" sucedáneos al sentido de la vida y a la salvación de 
la existencia.

La proclamación de la "muerte de Dios", con la vana esperanza de 
un "superhombre", comporta un resultado claro: la "muerte del 
hombre". En efecto, no debe olvidarse que el hombre, negando su 
condición de criatura, más que exaltar su libertad, genera nuevas 
formas de esclavitud, nuevas discriminaciones, nuevos y profundos 
sufrimientos. La clonación puede llegar a ser la trágica parodia de la 
omnipotencia de Dios. El hombre, a quien Dios ha confiado todo lo 
creado dándole libertad e inteligencia, no encuentra en su acción 
solamente los límites impuestos por la imposibilidad práctica, sino que 
él mismo, en su discernimiento entre el bien y el mal, debe saber 
trazar sus propios confines. Una vez más, el hombre debe elegir: tiene 
que decidir entre transformar la tecnología en un instrumento de 
liberación o convertirse en su esclavo introduciendo nuevas formas 
de violencia y sufrimiento.

Es preciso subrayar, una vez más, la diferencia que existe entre la 
concepción de la vida como don de amor y la visión del ser humano 
considerado como producto industrial.

Frenar el proyecto de la clonación humana es un compromiso moral 
que debe traducirse también en términos culturales, sociales y 
legislativos. En efecto, el progreso de la investigación científica es 
muy diferente de la aparición del despotismo cientifista, que hoy 
parece ocupar el lugar de las antiguas ideologías. En un régimen 
democrático y pluralista, la primera garantía con respecto a la libertad 
de cada uno se realiza en el respeto incondicional de la dignidad del 
hombre, en todas las fases de su vida y más allá de las dotes 
intelectuales o físicas de las que goza o de las que está privado. En la 
clonación humana no se da la condición que es necesaria para una 
verdadera convivencia: tratar al hombre siempre y en todos los casos 
como fin y como valor, y nunca como un medio o simple objeto.


4. ANTE LOS DERECHOS DEL HOMBRE Y LA LIBERTAD 
DE INVESTIGACIÓN

En el ámbito de los derechos humanos, la posible clonación 
humana significaría una violacíon de los dos principios fundamentales 
en los que se basan todos los derechos del hombre: el principio de 
igualdad entre los seres humanos y el principio de no discriminación. 


Contrariamente a cuanto pudiera parecer a primera vista, el 
principio de igualdad entre los seres humanos es vulnerado por esta 
posible forma de dominación del hombre sobre el hombre, al mismo 
tiempo que existe una discriminación en toda la perspectiva 
selectiva-eugenista inherente en la lógica de la clonación. La 
Resolución del Parlamento Europeo del 12 de marzo de 1977 reafirma 
con energía el valor de la dignidad de la persona humana y la 
prohibición de la clonación humana, declarando expresamente que 
viola estos dos principios. El Parlamento Europeo, ya desde 1983, así 
como todas las leyes que han sido promulgadas para legalizar la 
procreación artificial, incluso las más permisivas, siempre han 
prohibido la clonación. Es preciso recordar que el Magisterio de la 
Iglesia, en la Instrucción Donum vitae de 1987, ha condenado la 
hipótesis de la clonación humana, de la fisión gemelar y de la 
partenogénesis. Las razones que fundamentan el carácter inhumano 
de la clonación aplicada al hombre no se deben al hecho de ser una 
forma excesiva de procreación artificial, respecto a otras formas 
aprobadas por la ley como la FIVET y otras.

Como hemos dicho, la razón del rechazo radica en la negación de 
la dignidad de la persona sujeta a clonación y en la negación misma 
de la dignidad de la procreación humana.

CIENCIA/INVES: Lo más urgente ahora es armonizar las exigencias 
de la investigación científica con los valores humanos imprescindibles. 
El científico no puede considerar el rechazo moral de la clonación 
humana como una ofensa; al contrario, esta prohibición devuelve la 
dignidad a la investigación, evitando su degeneración demiúrgica. La 
dignidad de la investigación científica consiste en ser uno de los 
recursos más ricos para el bien de la humanidad.

Por lo demás, la investigación sobre la clonación tiene un espacio 
abierto en el reino vegetal y animal, siempre que sea necesaria o 
verdaderamente útil para el hombre o los demás seres vivos, 
observando las reglas de la conservación del animal mismo y la 
obligación de respetar la biodiversidad específica.

La investigación científica en beneficio del hombre representa una 
esperanza para la humanidad, encomendada al genio y al trabajo de 
los científicos, cuando tiende a buscar remedio a las enfermedades, 
aliviar el sufrimiento, resolver los problemas debidos a la insuficiencia 
de alimentos y a la mejor utilización de los recursos de la tierra.

Para hacer que la ciencia biomédica mantenga y refuerce su 
vínculo con el verdadero bien del hombre y de la sociedad, es 
necesario fomentar -como recuerda el Santo Padre en la Encíclica 
Evangelium vitae- una "mirada contemplativa" sobre el hombre mismo 
y sobre el mundo, como realidades creadas por Dios, y en el contexto 
de la solidaridad entre la ciencia, el bien de la persona y de la 
sociedad.

"Es la mirada de quien ve la vida en su profundidad, percibiendo 
sus dimensiones de gratuidad, belleza, invitación a la libertad y a la 
responsabilidad. Es la mirada de quien no pretende apoderarse de la 
realidad, sino que la acoge como un don, descubriendo en cada cosa 
el reflejo del Creador y en cada persona su imagen viviente" 
(Evangelium vitae, 83). 

Profesor Juan de Dios Vial Correa
Presidente 

Monseñor Elio Sgreccia
Vicepresidente
* * * * *
Pontificias Academias de Ciencias Ciencias Sociales 
Para la Vida

El precursor de la Pontificia Academia de las Ciencias fue el 
"Linceorum Academia", fundado en Roma en 1603. Tras algunas 
vicisitudes, Pío IX la llamó en 1847 "Pontificia Accademia dei Nuovi 
Lincei". Fue ampliada por León XIII en 1887 y en 1936 recibió de Pío 
XI su nombre actual.

Actualmente es la única Academia de las Ciencias con carácter 
supranacional existente en el mundo. Tiene como fin: honrar la 
ciencia pura dondequiera que se encuentre; asegurar su libertad y 
favorecer las investigaciones, que constituyen la base indispensable 
para el progreso de las ciencias. La Academia se encuentra bajo la 
dependencia del Santo Padre. Su Presidente, elegido por cuatro 
años, es desde 1993 el Profesor Nicola Cabibbo, italiano. Forman 
parte de ella 80 Académicos de nombramiento pontificio, propuestos 
por el Cuerpo Académico y elegidos sin discriminación de ningún tipo 
entre los más insignes cultivadores de ciencias matemáticas y 
experimentales de cada país. El Director de la Cancillería es 
Monseñor Renato Dardozzi. 

A los 80 Académicos se suman los Académicos "Perdurante 
munere" por razón de su oficio, y los Académicos de Honor, por razón 
de sus méritos hacia la misma Academia. 

La Pontificia Academia de Ciencias Sociales fue fundada por Juan 
Pablo II el 1 de enero de 1994, con el Motu Proprio "Socialum 
Scientiarum". Su objetivo, dice el artículo nº 1 de su estatuto, es 
"promover el estudio y el progreso de las ciencias sociales, 
económicas, políticas y jurídicas a la luz de la doctrina social de la 
Iglesia". 

La Academia es autónoma y al mismo tiempo mantiene una 
estrecha relación con el Pontificio Consejo "Justicia y Paz", con el que 
coordina la programación de las diferentes iniciativas. El número de 
sus Académicos Pontificios, también nombrados por el Papa, no 
puede ser ni inferior a 20 ni superior a 40. Actualmente son 31 y 
proceden de 24 países de todo el mundo, sin distinción de confesión 
religiosa. Son elegidos por su alto nivel de competencia en alguna de 
las diversas disciplinas sociales. 

El Presidente es el Profesor Edmond Malinvaud, de nacionalidad 
francesa. La Academia es sostenida financieramente por un Consejo 
de Fundación cuyo Presidente es el Profesor Hubert Batliner. El 
Director de la Cancillería es el mismo que el de la Pontificia Academia 
de las Ciencias, Monseñor Dardozzi. 

En la presentación de la Academia de Ciencias Sociales, el 
Arzobispo Jorge María Mejía, entonces Vicepresidente del Pontificio 
Consejo "Justicia y Paz", leyó el discurso preparado por el Cardenal 
Roger Etchegaray. "La Academia que el Papa acaba de fundar 
-decía- tiene la ambición de afrontar algunos desafíos de la sociedad 
moderna: quiere ser un gran centro de 'diálogo interdisciplinar' sobre 
los problemas cada vez más complejos, que influyen sobre el 
hombre". 

Con el Motu Proprio "Vitae Mysterium" del 11 de febrero de 1994, 
Juan Pablo II instituyó la Pontificia Academia para la Vida. Sus 
objetivos son: estudiar, informar y formar sobre los principales 
problemas de biomedicina y de derecho, relativos a la promoción y a 
la defensa de la vida, sobre todo en la relación directa que éstos 
tienen con la moral cristiana y las directivas del Magisterio de la 
Iglesia. Para realizar estos fines, en octubre de 1994 se instituyó la 
fundación "Vitae Mysterium". 

La Academia para la Vida tiene autonomía propia, y mantiene 
relaciones con el Pontificio Consejo para la Pastoral de los Agentes 
Sanitarios y con varios Dicasterios de la Curia Romana empeñados 
en el servicio a la vida. 

Tras el fallecimiento de su primer Presidente, el Profesor Jér¶me 
Lejeune en abril de 1994, la Academia ha sido y es presidida por el 
Doctor Juan de Dios Vial Correa, chileno. Cuenta con la ayuda de un 
Vicepresidente, el Obispo Elio Sgreccia, Secretario del Pontificio 
Consejo para la Familia y de un Consejo Directivo de 5 Académicos 
pontificios. 

Pertenecen a la Academia 70 Miembros -nombrados por el Papa-, 
que representan las distintas ramas de las ciencias biomédicas y 
aquellas que están estrechamente relacionadas con los problemas 
concernientes a la promoción y defensa de la vida. También hay 3 
Miembros "ad honorem" y Miembros por correspondencia que 
trabajan en Institutos y centros de estudio sobre la cultura de la vida. 
El Consejo Directivo nombra un Secretario que, bajo la dirección del 
Presidente, coordina la organización de los trabajos de la Academia. 


COMUNICADO FINAL

Durante la III Asamblea General de la Pontificia Academia para la 
Vida, celebrada del 14 al 16 Febrero 1997 en el Vaticano, ha sido 
presentado el trabajo desarrollado en los dos últimos años por un 
grupo de estudio (Task Force) instituido dentro de la misma Academia 
y compuesto por expertos de diversas disciplinas que se interesan por 
el tema de Identidad y Estatuto del Embrión Humano.

Biólogos, médicos, filósofos y juristas, procedentes de diferentes 
naciones, han trabajado en estricta colaboración para analizar una 
cuestión compleja y decisiva, de particular actualidad por la 
posibilidad de manipulación del embrión humano a raíz de las técnicas 
de procreación artificial y de la investigación en las primeras fases del 
desarrollo de la vida individual.

Los trabajos de la Asamblea -fieles a la naturaleza propia de la 
Academia- se han desarrollado en un intercambio de carácter 
interdisciplinar que ha recogido las aportaciones de los distintos 
enfoques específicos, respetando la naturaleza y el método exigidos 
por el problema en examen.

Desde el punto de vista biológico, la formación y el desarrollo del 
ser humano aparece como un proceso continuo, coordinado y gradual 
desde la fertilización, con la cual se constituye un nuevo organismo 
humano dotado de capacidad intrínseca de desarrollarse 
autónomamente en un individuo adulto. Los aportes más recientes de 
las ciencias biomédicas proporcionan una evidencia adicional decisiva 
y comprobable experimentalmente en favor de la tesis de la 
individualidad y continuidad del desarrollo embrionario. Resulta 
incorrecta la interpretación del dato biológico cuando se habla de 
"pre-embrión".

El juicio, que es un acto de la mente humana, sobre la naturaleza 
personal del embrión humano surge necesariamente de la evidencia 
del dato biológico, el cual implica el reconocimiento de la presencia de 
un ser humano con una capacidad activa e intrínseca de desarrollo, y 
no de una mera posibilidad de vida.

La actitud ética de respeto y cuidado de la vida y de la integridad 
del embrión, exigida por la presencia de un ser humano, que debe ser 
considerado como una persona, se apoya en una concepción unitaria 
del hombre, (Corpore et anima unus), que ha de ser reconocida 
desde el primer instante del organismo corpóreo: su dignidad 
personal.

La perspectiva teológica, a partir de la luz que la revelación 
proyecta sobre el sentido de la vida humana y sobre la dignidad de la 
persona, conforta y sostiene a la razón humana en estas 
conclusiones, sin disminuir la validez de los logros alcanzados 
mediante la evidencia racional. Por tanto, el deber de respetar al 
embrión humano como persona humana fluye de la realidad de las 
cosas y de la fuerza de la argumentación racional y no exclusivamente 
de una posición de fe.

Desde el punto de vista jurídico, el núcleo del debate sobre la tutela 
del embrión humano no concierne a la identificación de "umbrales de 
humanidad" más o menos tardíos en relación con la fecundación, sino 
que tiene que ver con el reconocimiento de los derechos humanos 
fundamentales, en virtud del hecho de ser hombre, y exige, sobre 
todo, en nombre del principio de igualdad, el derecho a la vida y a la 
integridad física desde el primer momento de su existencia. 

En este gran desafío de la defensa de la vida y de la dignidad del 
embrión humano, se pide un compromiso especial - además del de la 
comunidad científica - a las familias y, en ellas, al padre y a la madre. 
La mujer es la primera persona que es llamada a acoger y a nutrir en 
su seno, en el amor y en la dedicación solícita, a quien es ya un 
hombre. El papel insustituible de guardián de la vida humana, 
confiada a la maternidad de la mujer, tiene que encontrar en la 
sociedad civil una estima y una asistencia concreta.

La Asamblea espera que su aportación se convierta en una ocasión 
de reflexión y de diálogo efectivo con quienes han comprendido que 
los nuevos confines de la civilización y la auténtica renovación de la 
sociedad quedarán trazadas sobre el terreno de la defensa 
incondicional de la vida humana.