VIAJE AL INTERIOR
El proceso y los cauces de la interiorización cristiana


Irene VEGA
Formadora de la Congregación Romana de Santo Domingo. Madrid.



«No vayas afuera, vuelve a ti mismo; en el hombre 
interior habita la verdad»
San Agustín

1. Introducción
Dentro de cada uno de nosotros hay un espacio 
inexplorado que nadie puede abarcar. Se llama «interioridad». Es una extensión ilimitada, un 
hueco inmenso. Dice Santa Teresa: «veo cosas en nuestro interior que me espantan»1. 
No es exactamente el mundo de la psicología, sino que está en una dimensión más 
profunda que nos desborda a nosotros mismos. Si me hago la pregunta «¿quién soy yo?», 
es como si se me asomara a mi interior y gritara: «¿qué pasa por ahí?, ¿quién anda ahí 
dentro?». Y responde el Misterio con su silencio sonoro. Cuando no hemos transitado por 
ese interior, nos parece pequeño y estrecho; pero, si empezamos a andar, el pequeño 
pasillo se alarga, se ensancha y no termina nunca2. Estamos llamados a ser personas de 
mucha interioridad para hacernos hombres y mujeres profundos, capaces de una existencia 
potente y solidaria.
No basta con desearlo; sólo un ejercicio paciente y perseverante de soledad y de 
ascesis permite llegar a descubrir en nosotros la presencia de Alguien que es más íntimo 
que la propia intimidad. Este proceso que propone San Ignacio en los Ejercicios tiene como 
término, no sólo el conocimiento propio, sino también el descubrimiento de la voluntad de 
Otro sobre mí3.
Para cultivar este camino hay que buscar datos, señalar hitos, encontrar compañeros 
que iluminen y fortalezcan este caminar. Por ahí vamos a situar nuestra reflexión.

2. Obstáculos en el viaje interior
El hombre de hoy está volcado hacia el exterior. A menudo se siente incapaz de 
adentrarse en un proceso de interiorización que le lleve al descubrimiento de la presencia 
real de lo invisible, incapaz de llegar hasta su núcleo vital, allí donde se unifica e integra 
toda su persona. El análisis de algunas de estas dificultades puede ayudarnos a progresar 
con más luz en ese viaje.

- El hombre exterior es un hombre de amores, compromisos y fidelidades provisionales. 
Desconfía de lo definitivo y trata de gozar del momento presente; es también un cantor del 
«Carpe diem». La reducción a lo provisional y sensible del encuentro interpersonal tiene 
como consecuencia la pérdida progresiva de aquella sensibilidad que sabe descubrir la 
presencia del fundamento de toda fidelidad en lo más íntimo del alma.

- El hombre exterior vive en la fragilidad afectiva, fruto de una cultura ligera y provisional. 
Esta fragilidad del hombre actual conlleva una inseguridad que limita todo esfuerzo de 
interiorización. Cuando se abandona a los sentimientos el timón de la existencia, resulta 
imposible alcanzar el hondo nivel de la unidad profunda de la persona.

- El hombre exterior se dispersa en la multiplicidad de lo constatable y se aleja de la 
presencia de sí mismo, indispensable para ahondar bajo las apariencias.

- El hombre exterior vive en medio del ruido, de las necesidades suscitadas desde el 
exterior (moda, publicidad, ejemplos de los hombres de éxito, etc.). Descender desde este 
nivel hasta el silencio del hombre interior resulta muy costoso. Por otra parte, el hombre 
exterior busca ese ruido para acallar un silencio que inspira temor, para no escuchar la 
palabra que nace del silencio.

- El hombre exterior vive sometido a un acelerado ritmo de vida que le impide cultivar su 
mundo interior. El ritmo de vida dictado por factores económicos y sociales, para los que la 
eficacia a corto plazo es más importante que el desarrollo equilibrado de la persona, hace 
que el hombre de hoy comprenda difícilmente el ritmo pausado exigido por todo proceso de 
interiorización. Las realidades más profundas se desvelan muy lentamente y tras un 
esfuerzo personal perseverante. ¡Difícil ejercicio el de la espera paciente y confiada para 
quien anhela la rapidez y la eficacia! Así se expresa Sánchez Marco:
«Muchos intentos de interiorización fracasan al forzar el ritmo y quemar etapas indispensables para la 
maduración del hombre interior. Acostumbrado a conseguir lo que se propone mediante un incremento de 
actividad, el hombre autónomo no acaba de comprender que la experiencia fundamental de la persona no 
depende de él, sino de un don que le viene del exterior. De ahí la dificultad para entender el proceso de 
interiorización cristiano como la preparación del alma para un encuentro cuya realización no depende, en 
primer lugar, de nuestra actividad»4.

José Antonio García Monge alude a otros fantasmas que pueblan el castillo interior, los 
miedos5:
Miedo a encontrarse con la nada dentro de uno mismo.
Miedo a la soledad, a la ausencia de uno mismo.
Miedo a la noche, a la oscuridad, a la desorientación.
Miedo a encontrarnos con el dolor.
Miedo a emociones y pensamientos dolorosos.
Miedo a formas de pensar y sentir que generan sufrimientos.

Tememos encontrar en nosotros imágenes que nos culpabilicen, ideales inalcanzables, 
frustraciones dolorosas.
Para llegar a uno mismo, tenemos que atravesar el desamor, el desvalimiento. 
Preferimos ignorar que no somos o no hemos sido amados. A menudo huimos de nuestra 
propia experiencia y nos refugiamos en cuentos que nos alienan, en lugar de verdades que 
nos liberan.
El itinerario interior pasa frecuentemente por resentimientos que nos frenan, por 
emociones dolorosas que nos anclan en posturas negativas.
Tenemos miedo a encontramos con lo que no nos gusta de nosotros mismos e incluso 
con los aspectos «malos» de nuestra persona.

3. La pregunta sobre mi mundo interior
Nuestro mundo interior es el ámbito de los interrogantes, el lugar del eco de las 
interpelaciones más profundas. Ahí surgen preguntas tan simples que no tienen 
contestación: ¿quién soy yo?, ¿qué soy yo? Y nos quedamos a menudo sin respuestas. 
¿Dónde estoy yo?, ¿de dónde vengo? Implacablemente, las preguntas se suceden: ¿por 
qué estoy aquí?, ¿para qué? No sé nada de esto y estoy como a oscuras, pero las 
preguntas siguen surgiendo.
Frente a ellas, nadie se para a contestarlas; pasan de largo. Cuestiones abstractas ... : 
sólo los niños en su simplicidad hacen este tipo de preguntas.
Interiorizar, para el cristiano, es adentrarse en el santuario de su yo, bajo la mirada 
amorosa e invisible que le invita a un encuentro.
No se trata de un repliegue sobre el yo solitario, sino de un encuentro en el lugar más 
personal de mi yo que me impulsa a una salida, a una entrega. No se trata tampoco de 
llegar a descubrir las grietas existenciales de la personalidad que nos llevarían a un 
sentimiento de culpa, ni de una confrontación con mi yo herido, sino realmente de un 
encuentro gratificante, lleno de agradecimiento, con la fuente de todo amor, con el principio 
misericordia.
Es también un encuentro doble, como dice Sánchez Marco: «del Otro en lo más íntimo, y 
de mí mismo a la luz de la mirada del Otro»6.

4. Cauce antropológico de la interioridad
Conocemos la expresión: «tengo una vida interior floja». ¿Qué queremos decir con esta 
expresión? ¿Se trata de una capacidad «pequeña» de profundidad como estructura básica 
personal? ¿Se trata de una experiencia espiritual superficial? Veremos que entre estos dos 
conceptos existe una relación. En primer lugar, señalaré la diferencia entre ambos .
La espiritualidad no es puro continente. Las técnicas de interiorización, yoga, zen... 
llevan a la experiencia antropológica, pero no religiosa. Por otra parte, también es verdad 
que los cristianos tenemos con frecuencia muchos contenidos religiosos, pero nos falta la 
experiencia humana de profundizar; y algunos hombres, los menos, tienen experiencia 
antropológica de interioridad sin tener una espiritualidad. Hemos de cuidar, pues, la doble 
dimensión.
La interioridad necesita cultivar una experiencia básica humana: el continente 
antropológico. Es una experiencia de profundidad, pero sobre la que puede darse un 
contenido rico, una experiencia de vida espiritual, una experiencia de tipo religioso.
Las personas pragmáticas, aquellas que sólo entienden de experiencia científica, de 
números y medidas, aquellas que no son capaces de leer textos de tipo humanista, aquellas 
que no saben asombrarse por lo que se sugiere más que por lo que se desvela, tienen 
dificultad para hacer un camino hacia su propio interior; están más indefensas y tendrán 
más dificultad a la hora de tener una experiencia de tipo religioso.
A partir del siguiente texto de Unamuno podemos acercarnos a dar una explicación 
antropológica de la experiencia de interioridad.

¡ADENTRO! 
«In interiore hominis habitat veritas.
Me dices en tu carta que, si hasta ahora ha sido tu divisa '¡adelante!', de hoy en más será '¡arriba!' Deja 
eso de adelante y atrás, arriba y abajo, a progresistas y retrógrados, ascendentes y descendientes, que 
se mueven en el espacio exterior tan sólo, y busca el otro, tu ámbito interior, el ideal, el de tu alma. 
Forcejea por meter en ella al Universo entero, que es la mejor manera de derramarte en él. Considera que 
no hay dentro de Dios más que tú y el mundo, y que, si formas parte de éste porque te mantiene, forma 
también él parte de ti, porque en ti lo conoces. En vez de decir, pues, '¡adelante!' o '¡arriba!', di: ¡adentro!' 
Reconcéntrate para irradiar; déjate llenar para que rebases luego, conservando el manantial. Recógete en 
ti mismo para mejor darte a los demás todo entero e indiviso».

«Profundidad» significa tener un «dentro», pero comunicado con un «fuera». Supone 
tener la condición de establecer un corredor entre lo que es ajeno y lo que es propio; esto 
supone entender la vida desde el interior, para verla en su verdadera dimensión. 
Resumiendo: se trata de «forcejear» para meter en el alma el universo entero; pero, 
cuidado, sin.hacer ningún asco al exterior: hay que acogerlo todo desde dentro.
Para P. Freire, profundidad-interioridad viene a ser la densidad vital de la praxis. 
Profundidad sería concienciación.
Desde esta visión deberíamos hacer una crítica de todo lo que suponga un dualismo 
-«vida de fuera», «vida de dentro»- y de todo lo que suponga alejamiento de la realidad del 
mundo o del compromiso.
Las grandes tradiciones espirituales de Occidente nos ofrecen un camino propio para 
emprender ese viaje hacia la celda interior, como la nombraría santa Catalina de Siena. Nos 
limitaremos a esbozar el camino de dos grandes tradiciones, las iniciadas por Agustín y por 
Teresa de Ávila.

Para la corriente agustiniana, podemos señalar cuatro aproximaciones:
- La interpretación de «persona» como una realidad tendente y tendencial, nunca quieta, 
siempre necesitada. El hombre/mujer es un ser siempre disconforme e inquieto. La 
condición humana es deseo en sentido profundo.
- En la condición humana hay un peso que arrastra hacia algo, hacia el más profundo 
centro, como dice san Juan de la Cruz. Somos seres atraídos por ese centro gravitorio.
- La persona ha de estar centrada. ¿Quién es el centro? ¿Dónde está? San Agustín lo 
buscó fuera: «... me salí fuera para buscar el centro». Lo buscó en las criaturas: «te 
buscaba fuera y estabas dentro».
- El Obispo de Hipona encontró, tras mucha búsqueda, la plenitud de la condición 
humana; encontró a Dios, «intimior intimo meo», lo más íntimo de mí mismo. De esa forma, 
la condición humana queda integrada, adoptando el camino hacia dentro.

La corriente teresiana empleará la imagen del castillo y la metáfora de la morada 
interior.
«No es pequeña lástima y confusión, que por nuestra culpa no entendamos a nosotros mesmos, ni 
sepamos quién somos. ¿No sería gran inorancia, hijas mías, que preguntasen a uno quién es, y no se 
conociese, ni supiese quién fue su padre, ni su madre, ni de qué tierra? Pues si esto sería gran 
bestialidad, sin comparación es mayor la que hay en nosotros, cuando no procuramos saber qué cosas 
somos, sino que nos detenemos en estos cuerpos, y ansí a bulto, porque lo hemos oído y porque nos dice 
la fe, sabemos que tenemos almas; mas qué bienes puede haber en esta alma, u quién está dentro de 
esta alma, u el gran valor de ella, pocas veces lo consideramos, y ansí se tiene en tan poco procurar con 
todo cuidado conservar su hermosura. Todo se nos va a en la grosería del engaste u cerca de este 
Castillo, que son estos cuerpos. Pues consideremos que este Castillo tiene, como he dicho, muchas 
Moradas, unas en lo alto, otras en bajo, otras a los lados; y en el centro y mitad de todas éstas tiene la 
más principal, que es adonde pasan las cosas de mucho secreto entre Dios y el alma».

Teresa de Jesús tiene 67 años cuando escribe el libro de las Moradas, o Castillo Interior. 
Propone, como forma de entender la vida espiritual, entrar dentro del castillo para encontrar 
la morada más interior.

6. Pedagogía de la interiorización
SOLEDAD/V-INTERIOR SILENCIO/V-INTERIOR: Me parece interesante escuchar 
estas reflexiones de Patxi Loidi, que nos sitúan en el cómo de la interiorización:
«La interioridad vive de la soledad y crece con ella. Si somos incapaces de soledad, nos quedaremos 
con una interioridad estrecha y pobre.
Nuestra civilización de urbes superpobladas condena a muchas personas a soledades forzosas, que 
se compensan con radios, televisores y perros. No es ésa la soledad que engendra interioridad, sino la 
soledad amada, buscada y alimentada, que deja brotar el surtidor de las preguntas y meditaciones.
Soledad y silencio se necesitan mutuamente.
Silencio exterior y silencio interior.
Los dos son uno: lo otro no es silencio.
Todos los días nos hace falta un buen rato de inactividad, para adentrarnos descalzos en nuestro 
mundo interior.
Los agnósticos lo necesitan como los creyentes. Las casas modernas, tan pequeñas como ruidosas, 
con habitaciones compartidas y televisores exultantes, ofrecen pocas posibilidades para el silencio. Ese 
espacio vital sólo se conquista a base de disciplina, incluso con el sacrificio de levantarse un poco antes. 
De vez en cuanto, tendremos que ir a la soledad varios días por propia iniciativa, al margen del grupo.
Si sólo hacemos las convivencias comunes, tendremos una interioridad estrecha, movida desde fuera. 
Los grupos demasiado 'comunitarios' no educan en la profundidad ni en la libertad. La comunidad debe 
formarnos en el silencio y la interioridad, tanto como en el encuentro, el compromiso y las 
celebraciones»7.

En su originalidad, cada persona ha de buscar y encontrar sus propios «lugares» de 
interiorización; para algunos puede ser un paseo tranquilo por un parque, la contemplación 
de las montañas lejanas, la escucha de una música amiga, la lectura poética o religiosa. 
Otros concentran su pensamiento delante de una hoja en blanco que ayuda con su vacío a 
expresar los sentimientos y los sueños. Hay personas que en su acogida expectante hacen 
surgir impresiones y confidencias que nos ayudan a ver el fondo y a clarificar nuestro ser y 
nuestro estar. Estos testigos de la trascendencia o del valor de su compromiso son lugares 
de encuentro que hacen surgir las verdades más profundas de nuestra persona.
Aunque la trayectoria de una interiorización creyente sólo puede recorrerse en la fe, sin 
embargo, podemos buscar el apoyo de las ciencias, en particular de la psicología.
Existen técnicas que pueden ayudar en el camino hacia el descubrimiento del yo a partir 
de la dispersión que caracteriza al hombre exterior. De la misma manera, el conocimiento y 
la superación de obstáculos que puedan existir en la relación interpersonal preparan al 
encuentro decisivo de la experiencia espiritual.
No obstante, el camino de interiorización no podrá ser nunca una técnica psicológica. El 
conocimiento de uno mismo no será nunca fruto de un esfuerzo de introspección, sino el 
descubrimiento de una presencia fundamental que es recibida como gracia.
Un elemento clave de la interiorización es el aislamiento y la separación del quehacer 
cotidiano. Se trata de establecer una distancia física con respecto al ámbito en que se 
desarrolla la vida cotidiana. Se trata de alejarse de las seguridades para facilitar la entrada 
en el mundo del silencio. Este primer paso, el de sentirse solo y apartado del rumor de lo 
cotidiano, produce una sensación de vacío que ha de ser superada para iniciarse en la 
práctica del silencio; paulatinamente deja de ser ruido vencido y se convierte en escucha 
del mundo invisible. En este Momento, se trata de pasar del silencio como práctica ascética 
a la experiencia profunda de soledad, al encuentro con lo más radical de la persona.

En el camino hacia el silencio podemos encontrarnos con tres 
situaciones:

- La primera consiste en que nos invada el rumor de nuestras contradicciones e 
insatisfacciones, de nuestras rupturas e incoherencias. Entonces nos sentimos empujados 
a la huida hacia el ruido o la ocupación.

- Otra situación puede ser la de aquellos que se han instalado en la mediocridad dorada 
de una existencia cuya provisionalidad y límites han sido fundamentalmente aceptados. 
Nuestro yo ha encontrado un equilibrio frágil, pero suficiente, y sabe gozar del silencio de la 
naturaleza o de la compañía de una amistad gratificante.

- Pero en toda persona existe también un yo más íntimo, cuya voz se hace más 
perceptible a medida que la existencia se vuelve más auténtica. La persona escucha el 
impulso creativo que anida en su interior. El quehacer del artista es la búsqueda de la forma 
y de la materia adecuada para hacer visible una presencia invisible que la habita. Ésta es la 
tarea de todo hombre en el ámbito espiritual. El camino se hace al andar, lenta y 
pacientemente, en la modelación original del talante vital.
Paso a paso, el encuentro personal con el modelo invisible descubre matices y rasgos 
que el creyente trata de incorporar personalmente en su configuración cristiana.
Poco a poco, cuando el creyente alcanza un alto grado de interiorización, es capaz de 
descubrir la presencia de lo invisible en el núcleo personal de las demás criaturas.
Globalmente, en todo hombre, con mayor o menor 
conciencia de su proceso, se va dando una búsqueda y un camino hacia la verdad que nos 
libera: éste es el gran viaje. Nuestro trabajo irá ahora buscando los pasos auténticos que 
nos conduzcan a ella8:

- Limpieza de corazón y desprendimiento
Existencialmente, esto se vive también como proceso: los niños hacen preguntas porque 
empiezan a abrirse a la interioridad, y, a través de pequeñas interrogaciones, nos 
preguntan por el ser y el sentido. En la adolescencia, los interrogantes se multiplican y 
abren nuevas preguntas. Llega el realismo, hay que vivir, fundar una familia, ser alguien. La 
sed de bienes materiales y triunfos sociales agarra del cuello a los interrogantes y asfixia la 
interioridad. Es la tierra evangélica llena de abrojos que no deja crecer la semilla... ¿Cómo 
volver a la infancia? Habrá que nacer de nuevo. ¿Quién ayudará?

- Solidaridad como componente necesario para una interioridad auténtica
La Humanidad es un inmenso cuerpo. Cada célula es necesaria, no podemos 
desentendernos de ella sin destruir el conjunto. Somos solidarios por naturaleza, antes que 
por deber. La interioridad no es fruto de la huida del mundo, sino el arte de entrar hasta su 
hondón. Las personas son parte de mí mismo, sin las cuales ni siquiera sería. La 
solidaridad, pues, es inherente a la interioridad. Hay gente buena que cultiva el 
cumplimiento del deber, un deber a menudo insolidario, impuesto por el sistema: es el 
cáncer de la insolidaridad y de la ética misma. El que no ama no vive la interioridad; el que 
no ama con obras lleva la mentira dentro. ¿Podríamos reducir nuestro amor a los nuestros? 
No, nuestra familia tiene que abrazar el universo, y en nuestro corazón llevaremos pintados 
los rostros de amor y de dolor que forman nuestro propio yo.

- Interioridad solidaria de los pobres
Puede haber vida interior al margen de los pobres, pero será falsa, por estar levantada 
desde la insolidaridad. La solidaridad empieza por ellos. El compromiso con ellos es la 
primera ética. Cultivar la interioridad al margen de los pobres es un producto burgués. Es la 
interioridad del rico Epulón (/Lc/16/19-31), que, después de comer bien, busca profetas 
para salvarse. A éste no se le enviarán; deben bastarle los Lázaros que tiene delante. Si no 
escucha a éstos, tampoco a los profetas. Los pobres no sustituyen el esfuerzo que requiere 
el silencio, pero tampoco son sustituibles por esa ascesis. Nuestra «sentada» silenciosa 
debe estar habitada por el «nosotros» solidario que trasciende y abraza lo de Abajo y lo de 
Arriba.

- La religiosidad no siempre lleva a la interioridad
La religión puede ser vehículo de la interioridad; pero no siempre ocurre esto. Hay 
celebraciones llenas de palabras y de ritos donde no queda espacio para el silencio. Los 
actos religiosos que no suscitan preguntas desde la hondura pueden quedar vacíos y 
quedarse en lo puramente ritual. Nuestro modelo será siempre Jesús, el que se retiraba al 
silencio, el que nos pidió que oráramos en secreto. Así sabremos entrar dentro de nosotros 
mismos y, aun en compañía, escuchar y cantar con eco interior, como el de la piedra que 
cae al pozo profundo.

- La interioridad exige tiempo
El exceso de trabajo atenta contra la interioridad. No es virtud, sino enfermedad; denota 
dificultad para el encuentro con otros y consigo. Podemos mantener la interioridad con una 
actividad fuerte, con tal de controlarla con una disciplina constante. La interioridad no ocupa 
espacio, pero exige tiempo. La calma de la vida, a pesar del trabajo, es necesaria para la 
vida interior. Tenemos mucho que aprender de los orientales para pacificar el espíritu, vivir 
con activa lentitud, desarrollar la interioridad y el sentido trascendente. El que quiere saca 
tiempo: es cuestión de valoraciones.

- La trascendencia humana es un éxodo desde sí mismo hacia los pobres
El hombre es más que el hombre; es un ser trascendente. Pero trasciende desde su 
interioridad. Para trascender mucho hace falta interiorizar mucho.
Jesús, asumiendo nuestro pecado, salió del mal hacia los pobres. Salió con un 
compromiso tan radical que le supuso no sólo ser uno de tantos, sino menos que ninguno. 
Ésa fue su trascendencia al revés. Su interioridad solidaria fue también la máxima 
exterioridad trascendente; por eso fue encumbrado hasta lo más alto, como cabeza del 
cuerpo total de la Humanidad Nueva.
Además de esta calificación, nos parece oportuno añadir los rasgos que García-Monge 
aconseja para caminar en esa búsqueda de la verdad:
- Silencio interior.
- Consciencia lúcida. Es decir, transparencia para ir rescatando de la oscuridad todas las 
dimensiones perdidas que te devuelvan la energía de ser tú mismo/a.
- Fe en ti mismo/a. Para caminar necesitas creer en ti. Creer que encontrarás un interior 
habitado y habitable y que, al encontrarte, lo encontrarás.
- Esperanza de hallarte. La esperanza impulsa nuestros pasos, motiva nuestras deci- 
siones.
- Amor hacia ti mismo/a y hacia los otros/as. Sólo el amor hace posible un auténtico 
camino interior. Si no te amas a ti mismo/a, no podrás adentrarte en tu autoconocimiento. 
Sólo sabrás pelear con desestimas y culpabilidades.
- Fortaleza. Una persona débil o muy infantil nunca hace un camino hacia sí misma.
- Capacidad de integración. Todas las dimensiones que encuentres son tu persona; 
debes darles la bienvenida a casa e integrarlas en tu verdad.
- Motivaciones. No comiences el camino si no estás bien motivado/a, no sea que, 
creyendo ir hacia ti mismo/a, te alienes, te evadas, o te instales en la vereda del camino.
- Relativización. Observa lo que encuentras, dale su valor, retativízalo y sigue buscando. 
No confundas las pequeñas metas con el absoluto.
- Herramienta psicológica para desmontar tus mecanismos de defensa.
- Sentido del humor y una leve sonrisa que te permita no tomarte totalmente en serio y, 
sin embargo, caminar con verdad.

7. Fruto de la interiorización
Los dos grandes afluentes que desembocan en el río de la interioridad cristiana son la 
oración y el compromiso. Estos dos polos, tan aislados y a veces excluyéndose en la 
espiritualidad tradicional, nos convocan hoy a celebrar una fiesta, a construir una vida 
nueva: hay que implicar la oración con el compromiso, y viceversa. Alimentamos la oración 
y el compromiso mutuamente para vivir como Jesús y gestar con él la Tierra Nueva.
Dicen los místicos que ven cuando se quedan a ciegas. El místico comprometido, quizá 
hasta el despojo social, es el mensajero del futuro, pletórico de interioridad y combatividad. 
Cualquiera de nosotros que quiera emprender el éxodo desde las seguridades comunitarias 
y religiosas del mundo, puede ser una esperanza similar para los pobres.
Ahí habría que situar también el proceso de nuestro crecimiento, la transformación 
cualitativa de nuestra maduración. En este proceso vamos adquiriendo una valoración de 
nuestras actitudes vitales, y ellas nos motivan dinámicamente para vivir no sólo más y 
mejor, sino para sentimos impulsados a mover la historia y a comprometernos en todos los 
procesos de evolución y desarrollo.
Y, por encima de todas las cosas, se da una profunda alegría de vivir; un gozo callado, 
pero radiante, que da densidad a nuestra vida y se traduce después en comunicación del 
misterio y esperanza para los que nos rodean. Es, pues, nueva llamada a la interiorización y 
a la humanización de nuestro mundo.
Unamos, por tanto, los dos afluentes en el gran río único que conduce a la Tierra Nueva. 
Nuestra interioridad quedará reeducada por el compromiso, y el compromiso 
redimensionado por la interioridad. Hagamos algo nuevo; hagamos una fiesta para los 
pobres y para la esperanza10.

8. Acompañar el proceso de interiorización
El viaje al interior de uno mismo es arriesgado, porque tocar el inconsciente produce 
muchas veces dolor: el parto se hace en el sufrimiento.
El éxodo hacia lo desconocido que implica la aventura de adentrarse en la propia 
intimidad lleva consigo el tener que tomar conciencia de la propia realidad, de los valores y 
contravalores que mueven nuestro actuar... Esto nos llevará a cuestionamientos, originará 
inseguridades y podrá conducirnos a crisis. Todo intento de interiorización sería provocar 
más pronto o más tarde una situación conflictiva que no debemos eludir más que en los 
casos de fragilidad psicológica y afectiva seria. Toda crisis bien llevada y acompañada 
puede suponer un momento fuerte de crecimiento.
En el inicio y en las primeras etapas de este proceso es necesario un acompañamiento 
personal que ayude en el camino y en el ritmo a seguir. Es importante que alguien sea 
testigo del proceso, para evitar ilusiones y autoengaños, para educar la sensibilidad en 
valores espirituales y apoyar la exigencia de una accesis en el caminar de fe; hay que evitar 
que la soledad ahogue y aísle.
Hay, además, libros valiosos que aportan mucha luz y procesos en grupo que pueden 
resultar útiles. Un buen animador de grupo puede realizar este acompañamiento de manera 
muy eficaz; su conocimiento de la persona y del grupo puede proyectar una luz y una 
cercanía muy necesarias para el proceso, ayudando a descubrir, en medio del conflicto y de 
la crisis, la presencia amorosa de Dios en el centro de la persona.
«De la misma manera que una mirada cariñosa y confiante permite al hombre emprender 
acciones insospechadas, así el descubrimiento de una presencia 'invisible', amistosa y 
salvífica puede operar conversiones y entregas ejemplares en el ámbito de la vida 
interior»11.
(·VEGA-IRENE._SAL-TERRAE/94/04. Págs. 303-316)
....................
1. HERRÁIZ GARCIA, M., La oración, historia de una amistad, Ed. de Espiritualidad, Madrid 1985, p. 83.
2. LOIDi, PATXI, «Cómo educar para la interioridad y la trascendencia»: Sal Terrae 950 (Octubre 1992), p. 696.
3. SÁNCHEz MARCO, F., «El proceso de interiorización», en (C. Alemany y J.A. García-Monge, Eds.) 
Psicología y Ejercicios Ignacianos II, Mensajero-Sal Terrae, Bilbao-Santander 1991, p. 35.
4. SÁNCHEZ MARCO, F., op. cit., p. 37.
5. GARCÍA-MONGE, J.A., «Antes y después de caminar. Viaje al interior de uno mismo»: Misión Joven 192- 193, 
pp. 17-25.
6. SÁNCHEZ MARCO, F., op. cit., p. 37.
7. LOIDi, PATXI, op. cit., p.699. 
8. Ibid., pp. 700-705.
9. GARcíA-MONGE, J.A., op. cit., pp. 23-24.
10. LOIDI, PATXI, Op. cit., p. 705.
11. SÁNCHEZ MARCO, F., op. cit., p. 47.