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SENTIDO Y OFERTA DE LA EXPERIENCIA CRISTIANA EN UNA CULTURA POSTCRISTIANA

 

Jesús Vergara Aceves

 

El tema que me han pedido es de primera importancia. Lo he venido trabando en diferentes contextos y con cercanas temáticas. El núcleo de lo que vengo a decirles ha sido el centro de mis temores y esperanzas más profundas. En los momentos difíciles, aunque también promisorios, repito la frase de Pablo a los Romanos: “esperando contra toda esperanza...”

El tema señalado, “el sentido y oferta de la experiencia cristiana de testimoniar al Señor Jesús en la cultura post-cristiana del siglo XXI”; lo entiendo así: ofrecer al mundo una experiencia evangélica, viva y auténtica, de comunión y compromiso, des-occidentalizada e inculturada en nuestras propias culturas y subculturas. Es decir, hacer un esfuerzo titánico por limpiar la pátina de la cultura occidental, tan adherida a la institución; que violenta y sofoca la fuerza divina del misterio de la Iglesia en este nuevo siglo. Ya no es simplemente un sueño donde las Iglesias latinoamericanas ocupan el papel principal en la renovación de Iglesia y del mundo. Es una oportunidad providencial: en América Latina están muy presentes las tres grandes corrientes culturales de nuestro siglo: la moderna de la globalización, la post-moderna y las regionales, como las indígenas.

Tengo el convencimiento de que la crisis del cristianismo, al menos en Latinoamérica, no es un problema básicamente de fe, aunque en ella finalmente repercuta, sino de cultura, y resuelto este problema la fuerza de la fe transformará Iglesia y mundo, y hará una sociedad más cercana del Reino. Contamos, además, con las mediaciones necesarias y originales, como nuestras teologías y acciones pastorales propias, para llevar adelante la nueva presencia del Evangelio en nuestra era y en nuestro continente.

Los rasgos culturales autóctonos son un elemento definitivo que pueden asumir lo positivo de la modernidad y la postmodernidad, a fin de mediar la nueva sociedad y sus instituciones. Los jesuitas latinoamericanos podemos inclinar la balanza, con presencia o con ausencia.

Para presentar esta idea, me ha parecido seguir este orden: 1. El siglo XXI, sus rasgos culturales genéricos, los de la llamada cultura post-cristiana, y los de las culturas indígenas. 2. El cristianismo nuevo, des-occidentalizado e inculturado, y su anuncio del Evangelio, desde una experiencia de las comunidades cristianas que necesitan recuperarse plenamente, para poder transformar las instituciones tanto de la Iglesia como de la sociedad. Añado, a modo de breve apunte, una referencia a la misión e institución de la Compañía en nuestras tierras.



1. LA CULTURA EN EL SIGLO XXI

La reflexión cultural y teológica presenta las tendencias culturales y religiosas con mayor significado e importancia en América Latina y que más parecen influir definitivamente en el rumbo que tome esta nueva era.



1.1.RASGOS GENÉRICOS

Para Bernard Lonergan1 la noción clasicista de cultura era normativa: de iure, al menos, no había sino una cultura que fuera tanto universal como permanente, a cuyas normas e ideales debía aspirar la barbarie. Señalaba los ideales, las virtudes y valores, pero no los hechos. Tenía presupuestos fijos, estables e inmutables

Hay, además, la cultura empírica: es el conjunto de significados y valores que forman un determinado modo de vivir en sociedad (a way of life) y hay tantas culturas cuantos conjuntos haya de tales significados y valores. Por tiempos pueden permanecer sin cambios. En otros, pueden entrar en proceso de lento desarrollo o de rápida disolución (Meted, xi). La cultura empírica se originó de la ciencia moderna y a ella debe buena parte de su desarrollo. Lo que domina y subyuga a ambas para que no se desarrollen plenamente, es el poder político-económico.

Este concepto de cultura empírica está tanto en el Vaticano II (GetS 53) como en la UNESCO, la cual dice: “La cultura, en un sentido más amplio, puede considerarse hoy como el conjunto de rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos, que caracterizan a una sociedad o a un grupo social...Por ella es como el hombre se expresa, toma conciencia de sí mismo, se reconoce como un proyecto inacabado, pone en cuestión sus propias realizaciones, busca incansablemente nuevos significados y crea obras que lo trasciendan”2.

La razón ilustrada de la modernidad fue reduciendo el ámbito de normatividades culturales, hasta quedarse con estrechas nociones de ciencias operativas e instrumentales, cada vez más especificadas y diversificadas, difíciles de integrar por sus relaciones interdisciplinares. Son fácilmente coartadas por el dogmatismo de la razón ilustrada y cooptadas por el poder político económico de la globalización, que sigue mostrando las características de la cultura clasicista normativa.

Por otra parte, ninguno de nosotros sería capaz de imaginar siquiera la vida sin los adelantes que la ciencia y la técnica nos han ofrecido en el último tiempo.

Los descubrimientos han resultado enormemente beneficiosos para la humanidad. Pero no sólo han cambiado nuestras condiciones de vida, también nuestra forma de pensar. La practicidad de la técnica ha vuelto utilitaria la misma ciencia y la ha puesto al servicio del poder. Queremos, sobre todo, saber algo para poder hacer cosas: técnica económica, técnica organizacional y técnica ecológica y biológica. Hablamos de civilización técnica. La razón ilustrada se ha convertido en la razón de los técnicos, la razón instrumental. Entonces no extraña el relevo del hombre por la máquina cibernética. El hombre ya no podrá controlarla. El progreso se convierte en progreso de la máquina, ya no del hombre, de sus utopías y horizontes amplios. El capital mundial, anónimo y especulativo, prevalece sobre el trabajo y el hombre. Hoy por hoy, dice González Carvajal “mundialización” equivale, en la práctica, a “americanización” del mundo. Lo han denunciado muchos observadores, a veces en forma muy gráfica: “Globalizar es simplificar el mundo, reducirlo a un idioma, una moneda y un pecado. Globalizar no es extender el mapa de los pueblos, sino cortarnos las ideas al cero como el pelo. Globalización, pensamiento único, latido unánime del dólar”.3 La economía de la mundialización se llama propiamente globalización. Crea más riqueza y concentra el poder económico. Contrastan opulencia y miseria extremas.

La postmodernidad no es propia mente una cultura posterior sino contraria a la modernidad ilustrada.

Desde los inicios del siglo pasado existe un tema recurrente en la literatura: el vacío espiritual y la ausencia de sentido del mundo moderno, donde apenas puede sobrevivir un resto de calor humano. El individuo se aliena de sí mismo. Es el homelessness de P. Berger. La postmodernidad es un nuevo tono vital. Está hecha de desencanto. Si la modernidad fue el tiempo de las grandes utopías y de la racionalización de las estructuras de la sociedad, ahora el mundo, de pronto, se ha venido abajo, para toda una generación. Esta generación no tiene esperanza de cambiar al mundo. No se considera llamada a superar la modernidad. Acaba con la historia: sólo hay acontecimientos sin conexión. Sólo existe un caos de biografías individuales. Erramos por siempre sin fin ni objetivos últimos, sin disciplinas de marcha, sin brújula ni esperanza. En el eterno retorno, hay que disfrutar hedonistamente, al menos, del presente, en el pequeño relato personal. Ya no se pretende robar el fuego del cielo, hay que disfrutar, enamorado de la propia imagen. Es la muerte de la ética. La sustituye la estética sólo sentimental. El desarrollo del “yo” no puede hacer el paso del principio de placer al principio de realidad. Se valora el sentimiento y la subjetividad por encima de la razón. El sujeto condicionado no tiene capacidad para establecer lo incontrovertible. Se devaloran las grandes cosmovisiones. Se acepta el nihilismo sin tragedia. Retorna la brujería y la religiosidad light.

La sociedad no tiene estructuras. Las instituciones le son dañinas. Se rechaza, pues, no sólo todo esquema social abstracto de base y superestructura, sino cualquier paradigma de la razón rigurosa. Cada quién vive a su placer con tolerancia de los otros.

Además de la razón ilustrada y de la postmodernidad escéptica, hay en América Latina otra corriente cultural, marginada, pero potencialmente riquísima: los derechos y las culturas de los pueblos indios.

Primero, la cultura clasicista de la conquista española y, después, la civilización capitalista y monopolista, los marginaron de la convivencia igualitaria hasta dejarlos en la categoría de la barbarie, de no-hombres. Han subsistido a pesar de su pobreza y de su ignorancia técnica, gracias a sus profundas convicciones valorales. El indio tarahumara cedió al invasor sus mejores tierras, se replegó a las alturas. Está dispuesto a perderlo todo, aun la cobija, pero no su libertad, derechos y cultura.

Ahora el indígena puede empezar su reconquista humana, jurídica, cultural, ante las últimas y furiosas embestidas de una modernidad que se colapsa y una postmodernidad abatida. Éstas tienen todo, los indígenas nada y, sin embargo, para éstos su raigambre valoral ha sido su fortaleza inexpugnable. Es mucho más fuerte que la construcción sin cimientos de las otras dos corrientes culturales. Avanzan con solidez: primero, a ser, luego, a dialogar entre iguales, finalmente se disponen a convivir y compartir con los que son diferentes. Los latinoamericanos tenemos una oportunidad única para enriquecernos con cimientos tan consistentes. Yo me he atrevido a decir que esos valores pueden ser uno de los ejes fundamentales del cambio, y que pueden des-dogmatizar, con la aportación del sentimiento postmoderno, el absolutismo de la globalización.

Concluyo con una reflexión cultural que puede ayudar. En esto que ahora llamamos cambio de época, me parece necesario aclarar dos puntos: la profundidad del cambio y algunos aspectos del cambio que podemos hacer en América Latina.

Profundidad del cambio. Desde hace años vengo constatando semestre a semestre, en la entrada de la globalización a México, el proceso que Francis Fukuyama ha señalado en cuatro etapas. Primero, la entrada de la “autoconciencia racional” –que llamé razón instrumental, según la escuela de Frankfort- sobre todo, en universidades, tecnológicos y centros de investigación. Segundo, penetración de ese saber en las instituciones todas: partidos políticos, aparato de gobierno, Estado, grupos agrarios, sindicales y empresariales, sectores como el educativo... y religiones o iglesias. Tercero, avance al interior de la sociedad misma, en sus organizaciones de base. Cuarto y último, transformación de los valores culturales, estéticos, éticos y religiosos de la sociedad, según aquella autoconciencia racional. Cínicamente comenta el autor cómo los valores familiares de la cuenca del Mediterráneo han de transformarse al trasnacional servicio del saber instrumental.

De Fukuyama saqué esta lección: la alternativa a la globalización ha de ir precisamente en el sentido contrario: desde los valores de la cultura, revitalizar la sociedad para que pueda reconfigurar las instituciones en su servicio, en vez de poner su soberanía al servicio de las instituciones, para que finalmente las mediaciones cognoscitivas y prácticas avancen en servicio de la identidad cultural de las sociedades.

Todavía hace un par de años, me sorprendí de que algunos escolares jesuitas se sorprendieran ante el cambio de paradigmas que se está dando en este cambio de época. La razón rigurosa de la modernidad impuso diversos paradigmas sociales con esta nota en común: la infraestructura que sostiene, dispone y organiza las estructuras, está conformada por algún aspecto abstracto de la vida social que condiciona abstractamente las estructuras. La postmodernidad rechaza toda estructura o paradigma. El cambio de época parece exigir nuevas estructuras de mediación, pero no sólo. La base no puede ser la razón abstracta y dogmática de la modernidad, sino la vida cultural, los concretos valores culturales vividos. En este sentido he sostenido que es base importante del cambio la aportación cultural de las etnias autóctonas.

Me permito detallar un poco. Las razones ilustradas han hecho diferentes modelos abstractos de sociedad, sobre una característica común: la base es un elemento abstracto de la vida social, clave en la integración de las estructuras sociales sobre él construidas. Este elemento abstracto clave que constituye la base, puede ser diverso y aun opuesto a otros, por ejemplo, la absoluta libertad individual y el modo de producción de la propiedad privada, o el modo de producción de la propiedad colectiva, o el capital humano cibernético. Este elemento explica abstractamente las estructuras sociales edificadas. Estos modelos tendieron a convertirse en exclusivos, excluyentes y normativos. Contra su dogmatismo y fracaso, ha reaccionado la posmodernidad.

Todos esos modelos ayudan a entender las sociedades y las culturas, pero adolecen de un mismo defecto: la razón rigurosa y abstracta, que no puede explicar adecuadamente las dinámicas del mundo y sus nuevas probabilidades emergentes. Han sido víctimas del dogmatismo del poder. De ahí mi énfasis en que las culturas indígenas alternativas son un elemento rico e indispensable para conformar la base concreta, vivida, de los valores que, por diálogo plenamente democrático, han de impregnar la sociedad. La base es concreta, porque el bien y los valores son siempre concretos. Las mediaciones de las estructuras se hacen mediante el rejuego científico de las leyes clásicas y estadísticas, que permiten siempre una investigación nueva e inter-disciplinar con la que se explique integralmente la novedad del tiempo. Entre estos valores, el del conocimiento de la verdad y del discernimiento de los valores es definitivo. Es lo que le da su lugar sin dogmatismos a la ciencia nueva y le permite tomar conciencia del misterio que siembre rebasa cualquier formulación clásica y deja sin explicación suficiente los resultados estadísticos. El diálogo humano y científico rompe con el dogmatismo estrecho.

1.2. ¿CULTURA POSTCRISTIANA? (¿POSTRELIGIOSA?)

Nuestras reflexiones son aproximativas en cuanto al futuro. ¿Seguirá siendo católica América Latina?. La experiencia de Europa parece consolidar la posición de un secularismo radical, erigido en dogmatismo, y endurecer el otro dogmatismo anti-secularista: para los obispos mexicanos, la catolicidad forma parte de la nacionalidad.

Por otra parte, el diálogo no sólo rompe dogmatismos sino lleva realistamente a la búsqueda de las condiciones que den más garantía para que América Latina renueve su cristianismo y no sólo lo mantenga rutinariamente.

De ahí que escriba como pregunta el título de este punto. Una cosa me queda clara: el catolicismo mexicano ha sido reconfigurado por la “autoconciencia racional” de la globalización. A pesar de haber dejado la iglesia católica la clandestinidad al ser reconocida con personalidad jurídica, junto con las otras asociaciones religiosas, sigue decayendo por el abandono masivo de la práctica de muchos católicos. Señalo los puntos importantes de esa reconfiguración de la institución eclesial.

J. M. Mardones ha analizado a fondo dos secularizaciones. La primera proclamaba la mayoría de edad ante toda tutela metafísica, ética y religiosa. Triunfante vaticinaba la desaparición de las religiones. En los últimos tiempos, sobre todo con la caída de la Unión Soviética, la secularización segunda se conforma con aislar y hacer insípidos a los grupos religiosos.

En México, les ha dejado una función que no se oponga a los valores del capital global ni obstaculice su exacerbado deseo de lucro. En esta condición, remueve las religiones a ser lugares de refugio, a atender personalmente a la gente sumergida en el anonimato, a desahogar sus penas y frustraciones con una religiosidad cada vez más superficial y milagrera, concentrada en el culto. La deformación ha sido tal que ya no presentan, ni siquiera la Iglesia católica, peligro a la consolidación del proceso globalizador. Conforme a su lema, “les ha dejado hacer, les ha tolerado”, pero a costa de deformarlas muy seriamente.

A esta segunda secularización se le he prestado menor atención. Primero, porque aún esta muy presente la primera, con su dogmatismo antirreligioso, y porque la Iglesia católica sigue también insistiendo en su dogmatismo institucional, porque no olvida sino todavía aspira a las antiguas relaciones de Iglesia oficial y Estado. Al hablar de dogmatismo católico, lo hago en sentido cultural, es decir, de sostener afirmaciones absolutas, no discutibles, que no pertenecen a la experiencia viva del misterio de fe, sino a sus mediaciones culturales. La sigue reafirmando la cultura clasicista, normativa, universal, uniforme e inmutable, vivida en su institución y exigida al mundo en sus relaciones. De ahí que le preocupe sobre todo la doctrina y la disciplina, que engloban no sólo el núcleo de fe y caridad, sino la enorme cantidad de pátina cultural que se ha adherido al Evangelio.

Conservadores y liberales han vivido el mismo patrón cultural normativo y universal, en lo religioso y en lo secular. Se hizo la separación de Estado e Iglesia. Se deslindaron dos poderes, pero ninguno de ellos aceptó una diferenciación de autonomías relativas en el interior. El Estado mexicano se hizo un monolito. Se fusionaron nación, partido oficial, gobierno, Estado y Poder Ejecutivo. Algo semejante aconteció en la Iglesia mexicana: los laicos en comunión con todo el pueblo de Dios, siguieron dependientes del clero de la jerarquía y de la Santa Sede. Es llamativo ver que los obispos mexicanos son tan escrupulosos de la ortodoxia romana, que parecen sólo glosar los discursos y declaraciones papales. Aun ellos han perdido su legítima autonomía.

Estas actitudes no caben en la cultura empírica, conservando naturalmente la autoridad real de toda sociedad.

Se confirma, que en los procesos secularizadores, lo religioso ha está dejando de lado el dar una interpretación integral de la vida, al no dialogar con la cultura como debería hacerlo. Sucumbió ante el dogmatismo antirreligioso. Incapaz de descubrir los valores evangélicos en el mundo nuevo y sus tendencias exageradas; se negó a despedirse de la cultura que fenecía. Insiste todavía en lo que González-Carvajal llama “monoinculturación”. Y sigue aislada. Cumple en ella la afirmación de Pablo VI: el drama de nuestro tiempo es la ruptura entre Evangelio y cultura. Yo añadiría, la ruptura entre toda religiosidad y cultura. Se quita la posibilidad de vivir la religiosidad como actual en este mundo. Se queda ajena a la práctica de vida. Religiosidad y cultura se ignoran. En algunas cosas la religiosidad se identifica con la cultura, sin mantener su propia identidad. Para dialogar, hay que cambiar la deformación que actualmente tienen las instituciones religiosas y mundanas. Al servicio de una base atea o secular, no se puede mantener la identidad sustancial de las religiones condicionadas por aquella en sus mismas instituciones. Condición indispensable para que recobren su sentido, es la inculturación de toda la vida en el mundo de hoy y no seguir insistiendo en la monoinculturación, clasicista y universal.

Tengo entendido que en esta reunión se van a estudiar experiencias muy ricas entre los indígenas, incluso de mi misma Provincia jesuítica. Quiero decir muy brevemente que en las étnias que conozco, he encontrado valores religiosos medulares: profundo respeto a Dios y a cada persona, vinculación a la comunidad, sentido de solidaridad y gratuidad, y religiosidad muy actuante y viva, central en la cultura.



2. PARA ANUNCIAR Y VIVIR EL EVANGELIO EN EL SIGLO XXI ES NECESARIO UN CRISTIANISMO NUEVO DES-OCCIDENTALIZADO E INCULTURADO EN SU PRESENTE

En la primera parte he presentado en forma analítica y estática los elementos culturales que están afectando al cristianismo. Ahora reasumo la única alternativa que me parece viable ante las tres corrientes culturales mencionadas.

La vida y anuncio del Evangelio en diálogo con el mundo es algo definitivo y fundamental de la fe, y repercute en toda manera de hacer teología y acción pastoral. Por la fe sabemos que el Señor Jesús resucitado está presente en todo el mundo. Le ha dado su Espíritu. El depósito explícito de la Revelación y de la Salvación en la Iglesia, no agota aquella presencia, revelación y salvación: Jesús se revela en la Iglesia y en el mundo, salva en la Iglesia y en el mundo. El sentido más profundo de la Iglesia es la evangelización del mundo. Para ello es imperativo discernir los signos de los tiempos a la luz del Evangelio. La Iglesia evangeliza y es evangelizada, salva y es salvada. Revelación y Salvación no son monopolio de ninguna institución. El misterio de la Iglesia es unión indisoluble con el mundo y con el Señor. El Señor se revela desde las tinieblas más densas del mundo y de la Iglesia. Salva igualmente del pecado más atroz en la Iglesia y en el mundo.

Para anunciar y vivir el Evangelio en el mundo, la Iglesia requiere poner tres condiciones: 1) Purificarse de la adherencia de culturas pasadas, adherida al Evangelio recibido, e inculturarse en el presente para que germine y dé frutos. 2) Vivir y compartir con el mundo el misterio de comunión salvadora. 3) Construir juntos, Iglesia y mundo, las mediaciones necesarias para el Reino.

2.1. INCULTURACIÓN DEL EVANGELIO

La inculturación de la Iglesia en el presente implica un doble movimiento: despojo y entrega, “des-culturarse”, sacudirse lo más posible la cultura en que se ha vivido, para inculturarse en las nuevas y producir frutos. Lo he llamado un cristianismo nuevo, des-occidentalizado e inculturado, donde las iglesias latinoamericanas pueden abrir una nueva era a la Iglesia, a toda la Iglesia, con nuevas mediaciones.

Pensando en mi iglesia mexicana y en lo que recibe de Roma, creo que sigue viviendo intensamente todavía una cultura europea normativa, uniforme en muchos detalles de doctrina y disciplina, que no le permiten inculturarse a fondo. Tengo la impresión de que la preocupación del magisterio y de la autoridad por la ortodoxia y la ortopraxis es tal que, en lugar de ayudar a revitalizar las comunidades, las sofoca y controla.

Aunque esta actitud no es siempre fácil de precisar y comprobar en detalles, en general me parece que está muy presente en mi iglesia. Mi preocupación de fondo, lo digo con humor respetuoso, es de su ortodoxia. No me parece conforme con el “yo estaré con Uds. (la comunidad apostólica) hasta la consumación de los siglos”. El ´Ustedes´ no es sólo la autoridad de la institución, no es sólo toda la institución, sino sobre todo el misterio de comunión de todos los hombres de fe y de buena voluntad. El envío de los apóstoles no es sólo a conseguir súbditos que únicamente reciben por dosis la Salvación y Revelación. El Espíritu se da a toda la comunidad en diversos carismas.

Estudiando la Exhortación Apostólica “Ecclesia in America” constato, por una parte, el deseo sincero del Papa Juan Pablo II por que la nueva Evangelización sea inculturada y, por otra, que el proceso de encuentro – conversión – comunión – solidaridad, está redactado en una teología todavía muy apegada a la cultura occidental, autoritaria, vertical, uniformemente descendiente a la base, en doctrina y disciplina. Basta recorrer el capítulo IV. Yo no veo con claridad, fuera de aspectos coyunturales, en qué esté la novedad de la nueva evangelización.

Se ha escrito sobre dos temas que me parecen especialmente importantes: la descentralización de la Iglesia y el ejercicio de la autoridad en ella.

El primero debería tener una configuración tal que supiera potenciar tanto la justa autonomía regional de las iglesias locales, al modo como lo hizo el entonces sólo teólogo J. Ratzinger, como lo positivo del movimiento globalizador de fe, esperanza y amor. Yo más bien tengo la impresión de que la globalización neoliberal resulta una oferta atractiva a la Iglesia, por prestar un soporte “cultural” a la catolicidad, entendida como institución uniforme. El poder ha sido siempre tentación eterna. Flaca tentación, por lo demás, porque el poder económico global sólo negocia al precio de dejar la religiosidad exclusivamente para el culto, no para estar presente en la vida pública, social y cultural. La negociación consiste en colaborar con el poder, al precio de una religiosidad inocua y ligera light.

El ejercicio de la autoridad pide también una integración con la corresponsabilidad, el respeto al pluralismo y la elección de los pastores por el pueblo. Se ha defendido en la Iglesia, desde F. de Vitoria y F. Suárez, que la autoridad del poder civil viene del pueblo, pero no se ha aplicado a la Iglesia. 4

Mientras tanto, en mi iglesia, sigue el proceso de erosión secular, que desvirtúa el compromiso de los católicos. Como se señaló en el CELAM, los católicos de pertenencia se están convirtiendo en católicos de referencia; esto es, de católicos de compromiso con una comunidad, en católicos sin compromiso que se refieren sólo a la tradición.

Los obispos mexicanos han hecho una aplicación a México de la Exhortación Apostólica mencionada, en una carta pastoral que titulan “Del encuentro con Jesucristo a la solidaridad con todos”. Siguen en misma dificultad ya referida.

En estos momentos miro con añoranza el propósito del Papa Juan XXIII cuando convocó el Concilio: la presencia de la Iglesia en los mundos del ateísmo y de la pobreza. Sobre todo, cuando pienso en esta situación de las iglesias latinoamericanas: insertarse en el mundo del indiferentismo religioso y del ateismo, principalmente práctico, de la modernidad decadente y de la postmodernidad desencantada. Insertarse en el mundo de los pobres de los pobres, es decir, de los indígenas. Sin querer vuelvo la vista a la reserva de la Santa Sede ante la inculturación llevada a cabo por los obispos Samuel Ruiz y Raúl Vera, en S. Cristóbal las Casas, Chiapas. Su remoción de la diócesis para instaurar una nueva línea no puede ocultarse, por abundantes que sean los argumentos que dan en contrario. Añoro el impulso conciliar.



2.2. EVANGELIZAR DESDE LA EXPERIENCIA CRISTIANA, VIVIDA EN EL MUNDO

Cuando la comunidad cristiana no ve coartada su comunión por estrechas institucionalidades, comparte, como en la comunidad primera, todos sus bienes según necesidades, la oración, el pan y la sal, con alegría y sencillez de corazón. El Señor hacía crecer las comunidades. Discernían todo lo bueno lo grato, lo perfecto, como dice Pablo, y eran enviadas a la diáspora en saltos mortales de transculturación. Las comunidades se inculturaron también en Roma, dieron fruto, aunque en el siglo IV, la cultura romana se sobrepuso a la Iglesia. Hizo que la institución controlara la comunión.

2.3. MEDIACIONES DESDE LA COMUNIDAD: TEORÍAS Y ACCIONES DESDE LA PRÁCTICA VIVA DE LAS COMUNIDADES.

Nunca la comunidad cristiana puede someter el fruto de su discernimiento, libre y creativo, a una exigencia distinta así sea la propia institución como la ajena. Porque nunca está la comunión al servicio de la institución, sino la institución al servicio de la comunión. ¡Vino nuevo en odres nuevos!

La evangelización inculturada implica gran audacia de fe. Conlleva también un riesgo. Conservo en la memoria el testimonio de un jesuita español en pleno trabajo de inculturación. Me decía que se llega en un momento a estar como cosmonauta, plenamente desorientado en plena noche, sin saber a qué norte ni a qué estrellas mirar. Le creí. El trabajo de inculturacion es muerte a la propia cultura y resurrección en la nueva.

Los riesgos no se pueden evitar pero sí prevenir con prudencia. La inserción aislada e individual está debilitada. Mucho menos peligrosa es la inserción, si se hace en comunidad y discernimiento de auténtica e intensa búsqueda. Una intensa y libre vida comunitaria difícilmente pondrá en riesgo el núcleo de su fe. Lo traslada a la nueva tierra y aguarda, aunque se sorprenda, al ver frutos distintos de lo que esperaba.

La cercanía con la cultura actual y la familiaridad de cada día, invitan a mirar, primero, los aspectos evangélicos que con mayor claridad descubre en la nueva cultura; luego a discernir lo equívoco. Lo claramente negativo para el Evangelio, lo previene, no lo excluye sino al término completo del discernimiento.

En este proceso no sólo se mira la nueva cultura. Hay también una revelación de su Evangelio implícito que nos descubre para enriquecer lo nuestro, para dejarnos cuestionar, para dialogar y, si es necesario, corregir y cambiar.

El diálogo de lo positivo y lo negativo a la luz del Evangelio, en la base cultural, ha de ser completado en el campo de las mediaciones científicas del conocer y actuar.

El diálogo lleva al reconocimiento y respeto de las autonomías de los derechos y carismas de cada persona, de cada grupo legítimo, de cada comunidad, tanto en la sociedad como en la Iglesia. Este proceso de legítima diferenciación social rompe las sacralizaciones de poder monolítico. En mi opinión, se puede llamar proceso de laicidad moderna (tanto Estado como Iglesia son pueblo -laós-), y de creciente reconocimiento de carismas, funciones y derechos que enriquecen mutuamente a uno y otra. Este mutuo enriquecimiento se da en la modernidad, en la postmodernidad y en las culturas indígenas marginadas.

La base de las comunidades, en la Iglesia y en la sociedad, se puede mediar de diferentes maneras, por distintas metodologías de ciencia y tecnología y de cursos de acción social.

El camino no es exclusivo, como pretende la modernidad actual, del saber instrumental aislado. Tampoco de la planeación de proyectos de acción. Hay que desmitificar el exclusivismo.

El trabajo Inter.-disciplinar de las diversas ciencias y técnicas requiere la invención de métodos heurísticos que posibiliten las relaciones entre ellas. Menciono uno de ellos, con el que he trabajado: el método empírico generalizado, elaborado por Bernad Lonergan. Este método toma muy en cuenta tanto las condiciones lógicas trascendentales a priori de los objetos, como las condiciones de las operaciones sobre esos objetos. Este método tiene la ventaja de mediar el conocimiento sistemático y la planeación de cursos de acción. Se puede trabajar en las ciencias, la filosofía, las disciplinas humanistas, y la teología.

Este método no permite el estrechamiento de las especializaciones aisladas que han dado origen al absolutismo de la razón instrumental, y han terminado ignorando y suprimiendo partes de la realidad, y mutilando el conjunto. Estos métodos, como el mencionado, abren, por tanto, el conjunto de las ciencias a las condiciones trascendentales que permiten avanzar en la investigación científica misma del conocer y del actuar.

Todas estas mediaciones sistemáticas parten de una base de conocimientos y actitudes de las personas y los grupos. La base, en el caso de las teologías teóricas y prácticas es la fe, esperanza y amor concretos en los procesos de discernimiento, que se prolongan, purifican y crean a través de las mediaciones teológicas y científicas.

No hay, pues, una mediación exclusiva de la razón instrumental, que se imponga sobre los otros métodos y llega a dominar y suplantar la riqueza de la base del conocer y decidir fundamentales y espontáneos.

El diálogo en la base social y cultural de América Latina, puede ser enriquecido, si la comunidad cristiana se abre en diálogo tanto con la postmodernidad como con las culturas autóctonas.

La comunidad cristiana inculturada en el presente, está llamada al encuentro con la postmodernidad, no para empezar de nuevo a imponer la cultura clacisista, ni siquiera alguna otra racionalidad. A los inicios el diálogo ha de ser a través de la sensibilidad: inculturarse en el “siento, luego existo”, para comprender desde el propio escepticismo e incluso incredulidad latente, como lo señala la Congregación General 34. Escuchada y acogida la postmodernidad en su propio ambiente de sensibilidad, es posible que escuche, sin dejar la sensibilidad y sólo en ella, y que empiece a recibir los propios sentimientos cristianos. Del encuentro surgirá, sin duda, la nueva racionalidad.

Incluso con los residuos de cultura clasicista, el carisma ignaciano permite llegar a discernimientos sólidos, en el primero y segundo tiempo de elección (prácticamente obsoletos en el dominio de la neoescolástica). Con la postmodernidad particularmente, la Compañía tiene una cuenta pendiente. Ya no estamos en la época de cambios racionales solamente. El cambio de época es más profundo, puesto que rechaza los paradigmas existentes. Son la sensibilidad y la imaginación, profundos veneros de vida, los que pueden dar origen a la creación de paradigmas inéditos que necesita esta fuerza vital de cambio.

Las culturas indígenas atraen con su profunda religiosidad, su fina sensibilidad, sus solidarios valores, en medio de la pobreza e injusticia que les ha sido infligida. Apelan a las comunidades cristianas a inculturarse, discernir y comprometerse. Hay que darles a los indígenas categoría de interlocutores auténticos. Se daría un mutuo enriquecimiento.

Termino destacando muy brevemente la enorme responsabilidad de la Compañía en este tiempo crucial –kairós- del mundo y de América Latina.

Lo definitivo en la Compañía es el discernimiento de la Misión. De ella nace toda la libertad para cambiar radicalmente, si fuera necesario, las mismas Constituciones, como lo indicó ya el Fundador. Toda la institución está al servicio de la comunidad, donde se comunican las conciencias y los corazones. La nueva misión inculturada exige, por fidelidad al carisma, transformaciones radicales en todo el cuerpo de la Compañía. Hay todavía obstáculos formidables.

La obediencia jurídica sólo es legítima, en la medida en que se da la auténtica unión de los ánimos en el discernimiento y las mediaciones necesarias de nuestro ser evangelizadores en todo el mundo. Nuestra misión ha de estar en la super-especialización que emule a las trasnacionales y en el humanismo capaz de acoger emotividades y criterios de culturas distantes. Ricci y de Nobili y tantos otros, muchos mártires recientes de nuestras provincias, nos estimulan y nos invitan.
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1Lonergan B. Insight caps. 2, 3 y 4. Methud in Theology cap.5.

2Mexico Declaration Final Report. UNESCO, 1982.

3Cita en González-Carvajal Luis. Los cristianos del siglo XXI. Sal térrae 2000, No. 20

4Torres Queiruga Andrés. Creer de otra manera. Sal Térrea. Aquí y ahora 39. 1999. pp. 30-37

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