El Antiguo Testamento y los derechos de los trabajadores


Francisco López Rivera sj



En estas páginas se presentan algunas reflexiones sobre los derechos de los trabajadores, tomadas del Antiguo Testamento. Como es sabido, en muchas de estas cuestiones no podemos pedir a la Biblia una iluminación directa sobre el tema. Sin embargo, sí hay en la Biblia algunos elementos que nos ayudan a mirar mejor las cuestiones laborales con los ojos de Dios.

Nuestro país se encuentra en pleno proyecto modernizador, determinado por varios factores, entre ellos el deseo de una mayor productividad y las exigencias de la globalización económica. Este proyecto incluye una particular visión del significado de la realidad obrera en esta sociedad que se moderniza. De igual manera, incluye una particular manera de actuar ante los obreros, ante su trabajo, ante sus derechos, ante sus reivindicaciones. Pienso que hay algunos pasajes bíblicos que nos pueden dar elementos para discernir mejor lo que, en el mencionado proyecto de modernización concuerda, o no concuerda, con el Proyecto (Reino) de Dios.

1. Una reflexión general.

Ante todo, hagamos una reflexión más general, que sirva de marco a todo el asunto. Los actuales estudios bíblicos nos ayudan a enriquecer el hecho de la opción preferencial que Dios mismo ha hecho por los pobres. Evidentemente, en esta cuestión, como en todas las cuestiones bíblicas, hay elementos incontrovertidos y elementos aún en fase de estudio, de búsqueda e, incluso, elementos que nunca se podrán clarificar del todo, por la carencia de datos históricos precisos.

Hechos estos matices, creo que la opción preferencial de Dios por los pobres, no solamente es un dato claro en la Biblia, sino que es una verdadera clave de interpretación de toda ella. Lo central en la Biblia es la salvación o liberación integral de la persona humana que Dios está realizando continuamente a través de la historia, con y por la persona humana. Ahora bien, la opción preferencial por los pobres es el modo como Dios realiza su obra salvífica, la perspectiva desde la cual él se sitúa y desde la cual actúa. De esto da testimonio clarísimo la Biblia.

Por supuesto que Dios se interesa por todas y cada una de las personas humanas. "Dios no hace acepción de personas", dirá más de una vez la Biblia (cf. Dt 10,17; He 10,34; Rom 2,11; Gal 2,6; 1 Pe 1,17). "El quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad" (1 Tim 2,4). Y Jesús dice inequívocamente: "Al que venga a mí no lo rechazo" (Jn 6,37).

Pero, por otra parte, Dios ha realizado su acción salvífica a partir de los pobres. Ya en el Antiguo Testamento vemos cómo Dios "opta por los pobres" y los saca de Egipto. Es de sobra sabido que Dios libera a un puñado de israelitas oprimidos por el Faraón en Egipto. Pero hay que notar que la Biblia menciona a otro grupo, además de los israelitas: habla de una "chusma" que se unió a ellos en la huída (cf. Ex 12,38; Num 11,4). Esto implica el que Dios sacó de Egipto a "los pobres", a "los oprimidos" (israelitas o no). ¿Para qué los saca de ahí? Ni sólo "para que lo adoraran en el Sinaí", ni sólo para un cambio en la organización política. Los saca para que sean una sociedad nueva, justa y fraterna, para que gocen de los bienes de una nueva tierra, en libertad. Y, por supuesto, los saca para que puedan vivir su fe en Dios -Yahvé- en plenitud; fe que será base y motor de una vida social nueva. Para eso vendrán las leyes tendientes a proteger un estilo de vida más sencillo e igualitario que el de las ciudades-estado de Caná o de Egipto. Ese estilo de vida se vivió -no en una forma idílica, sin duda, pero sí fundamentalmente- a los inicios de Israel, antes de la instauración de la monarquía.

Dios, pues, ha hecho una opción preferencial por los pobres y ha manifestado su deseo de que la sociedad se organice de tal manera que en ella no haya pobres. ¡Esta es la revolucionaria revelación del Antiguo Testamento sobre Dios! Esta será, digámoslo así, la "Utopía de Israel". Quedará en el fondo de la fe de ese pueblo, el que Dios quiere una sociedad así. Sin embargo, la realidad es que esa utopía no se podrá vivir fácilmente; es decir, siempre habrá pobres de hecho -más durante la monarquía que antes de ella. El Deuteronomio se topa con esta contradicción entre la utopía y la realidad, cuando en el capítulo 15 habla de la remisión de las deudas. Por una parte, afirma que, si los israelitas siguen las leyes de Yahvé, "no habrá pobres entre (ellos)" (cf. Dt 15,4). Por otra parte, ahí mismo da provisiones para socorrer a los pobres (que habrá entre ellos; 15,7s).

Israel vivirá esta continua tensión entre la utopía y la realidad. De hecho, en el Antiguo Testamento encontramos una oscilación entre la pretensión de que la utopía se realice y la constatación de la dura realidad. "No quisiéramos que hubiera pobres, así quiere Dios -y queremos nosotros- que sea nuestra sociedad, pero por desgracia se impon la incapacidad humana para vivir la utopía" -esto parece decir Israel. Un gran estudioso del Antiguo Testamento, Norbert Lohfink, ha analizado diversos textos legislativos del Antiguo Testamento y en ellos ha encontrado la dinámica que venimos mencionando. Por ejemplo, afirman la utopía textos del Exodo y del Deuteronomio. Adoptan una posición menos utópica (más "realista", dirían algunos), el Código de la Alianza (Ex 20,22-23.33) y el Levítico1.


En el Nuevo Testamento se recoge aquella antigua utopía. El Nuevo Testamento dice que ha llegado el tiempo de vivir con mayor radicalidad conforme al Proyecto de Dios: "el Reino de Dios se ha acercado" (Mc 1,14). Lo que Jesús anunciaba era el "cuándo" del advenimiento del Reino de Dios, no necesitaba decir nada sobre el "cómo", pues esto ya lo conocían todos sus oyentes por la tradición de Israel y no era preciso añadir nada.

Jesús añadirá algunas aclaraciones, para evitar equívocos. Por ejemplo, rechaza la idea apocalíptica de un combate y triunfo final absoluto de Dios sobre el mal y los malos (cf. parábola del trigo y la cizaña, Mt 13,24-30), e invita a aceptar la persecución y el conflicto como precio por trabajar por el Reino.

Pero estas aclaraciones "nunca implican una individualización o una espiritualización ultraterrena del Reino de Dios", dice N. Lohfink. Alegar, por ejemplo, que Jesús nunca dijo nada contra la esclavitud, "lo único que demuestra es un desconocimiento integral de la Escritura. Jesús hablaba a israelitas. Y todo buen israelita sabía que la esclavitud estaba prohibida por la ley", añade Lohfink2.

Los primeros cristianos intentan vivir conforme a la utopía que les transmitía el Antiguo Testamento. Así lo afirma el libro de los Hechos de los Apóstoles, al describir la situación de la primera comunidad cristiana (He 4,32-35). No se trata de una descripción precisa en los detalles históricos, pero sí se menciona el espíritu con el que intentaban vivir aquellos primeros cristianos. Probablemente Lucas ya había visto muchos casos en los que no se vivía ese ideal, y por eso recalca la primera intención del cristianismo. En ese intento de llevar una vida igualitaria entre ellos, los primeros cristianos seguían las enseñanzas (de palabra y de obra) de Jesús, el cual se esforzó porque en su comunidad se viviera dicho ideal igualitario. Con el tiempo, la comunidad cristiana irá adoptando también una posición "realista" que, ante la existencia de los pobres, mira porque sean socorridos. Pero la utopía está ahí y nos interpela. El mismo Pablo, cuando organiza la colecta en favor de la comunidad pobre de Jerusalén, expresa el deseo de que "reine la igualdad" (2 Cor 8,14). Ahí cita precisamente al Exodo: "El que mucho recogió no tuvo de más; y el que poco, no tuvo de menos" (Ex 16,18).

 

2. Dos concepciones del trabajo y de las relaciones laborales.

Ya en el Exodo encontramos dos tipos de relaciones laborales y dos formas de concebir el trabajo humano. Estas dos concepciones han estado en continuo conflicto a lo largo de la historia humana. Obviamente, según como se conciban el trabajo humano y las relaciones laborales, así se determinará el papel y la situación de los trabajadores en un proceso de modernización.


Pues bien, como decíamos, el Exodo nos describe dos concepciones opuestas del trabajo y de las relaciones laborales. Por una parte, el estado egipcio obliga a los israelitas a trabajos forzados para construir dos ciudades de depósito y para mantener las plantaciones del delta del Nilo. Los israelitas habían trabajado ahí, desde hacía varias generaciones, pero más bien dedicados al pastoreo. Por otra parte, el pueblo israelita optaba por la voluntariedad del trabajo, por la utilización del individuo según su capacidad o talento. A la simple efectividad prefería la colaboración hecha con buen ánimo. Esto aparece hacia el final del libro, en el c. 36, en claro contraste con la actitud del estado salomónico (la descripción del c. 36 ofrece una obvia similitud con el tequio y las faenas realizadas por nuestro pueblo en favor de la comunidad). Se opta, según el Exodo, por un nuevo orden social de fraternidad y contra el sistema estatal propio de las ciudades-estado y heredero del despotismo oriental.

Lo decisivo en este caso es la asunción, por parte de Dios, de la organización socio-económica como parte de la "redención" o "liberación" que opera él mismo en favor del pueblo israelita. Con su modo de actuar, Dios pone de relieve que lo importante es vivir humanamente, aun cuando se tenga que renunciar a ciertos productos que la civilización considera necesarios, pero que, en realidad, están solamente al alcance de los pudientes3. Aquí tenemos un criterio fundamental para cualquier proyecto de modernización económica.

3. La "modernización" emprendida por Salomón.

En el Antiguo Testamento se menciona un caso concreto de "modernización" de un país. Esto fue lo que hicieron David y Salomón. Al impulsar la consolidación del estado monárquico en Israel, ambos reyes tuvieron que impulsar un proceso de "modernización". Se trataba de pasar del régimen tribal a un "estado moderno" (término obviamente usado en forma analógica). Se reorganizó la vida cultural-religiosa al institucionalizar la religión y al abrir las puertas a las culturas circundantes. Se introdujo, así, una visión algo más "secularizada" de la vida y de la historia (término igualmente empleado de manera analógica). Se inició (o se intensificó) el diálogo con la Sabiduría de otros pueblos (especialmente Egipto). Hubo que organizar la corte y el aparato de estado, así como el ejército. Todo esto implicaba el proceso de "modernización".

Las consecuencias negativas de este proceso en la población se dejaron sentir de manera especialmente fuerte durante el reinado de Salomón. Este inició una serie de intensas actividades arquitectónicas -incluido ahí el Templo- y promovió con igual intensidad el comercio internacional. En 1 Re 12,4s, vemos reflejada la inconformidad del pueblo con la situación. Las tribus del Norte ("la asamblea de Israel") se queja ante Roboán de la opresión sufrida a manos de su padre, Salomón: "Tu padre ha hecho pesado nuestro yugo; ahora tú aligera la dura servidumbre de tu padre..."

Veamos más en detalle la "modernización arquitectónica" realizada por Salomón. Construyó el Templo, la Casa "Bosque del Líbano" con su Pórtico de las Columnas y su Sala del Trono (1 Re 7,2-7). Además, una morada real y una casa para la hija del Faraón (v. 8). Y todo esto, con magnificencia (vv. 9s). Hizo el terraplén llamado Miló, amuralló varias ciudades; reconstruyó todas las ciudades de aprovisionamiento...las ciudades de los carros y las ciudades para los caballos (1 Re 9,19). En resumen, ciudades-almacén para guardar el fruto del pago de los impuestos y ciudades fortificadas para la defensa del reino (1 Re, 9,15-18).

Estas obras de modernización implicaron el aumento de impuestos y el trabajo forzado (la "prestación personal" mencionada en 1 Re 9,15 y 11,28 -a pesar de 9,22), La obra duró un tiempo largo: siete años, el Templo (1 Re 6,38); trece años, los palacios (1 Re 7,1; cf. 1 Re 9,10).

En cuanto al comercio internacional, Salomón importó grandes cantidades de madera (ciprés, cedro) y oro, así como abundante equipo militar. A cambio de la madera, Salomón tenía que proveer de víveres a la casa de Hiram de Tiro: "Por tu parte, harás según mi deseo dando víveres a mi casa" (1 Re 5,23). La cantidad de víveres contratada era muy alta y tenía que ser suministrada, obviamente, por el pueblo. Además, se tenía que proveer a la corte del mismo Salomón (1 Re 5,7s). Además de cargar al pueblo con estas duras obligaciones, Salomón comprometió la soberanía del país, en su afán modernizador. Hizo crecer tanto la deuda externa, que al fin tuvo que entregar al mencionado Hiram de Tiro "veinte ciudades de la tierra de Galilea" (1 Re 9,11).

Son, pues, los trabajadores (obreros, campesinos) los que cargan con el peso de la "modernización": levas de trabajo (v. supra) y suministro de productos agrícolas. Que la situación no era suave para el pueblo se ve por la queja, ya mencionada, de las tribus del Norte ante Roboán y, posiblemente, por la descripción del "derecho del rey" (a explotar al pueblo) que aparece en 1 Sam 8,11-17.

En todo caso, el Deuteronomio alude indudablemente a los excesos salomónicos (y no solamente salomónicos) cuando presenta el nuevo "código del rey": "No ha de tener muchos caballos, ni hará volver al pueblo a Egipto para aumentar su caballería... No ha de tener muchas mujeres, cosa que podría descarriar su corazón. Tampoco ha de tener demasiada plata y oro" (Dt 17,17; cf. 1 Sam 8,11-17).

Claro que Salomón había modernizado a Jerusalén y al país de manera notable (en los aspectos arquitectónico y militar). Pero eso había creado una enorme pobreza y opresión. Viniendo a la situación de los trabajadores mexicanos, es evidente que no se les puede hacer cargar con el peso de la modernización, manteniendo a un nivel bajísimo su salario e instaurando unas "nuevas" relaciones con la empresa que conlleven la negación de sus derechos. Si este sentido tuviera la redefinición del papel del sindicalismo en México, sería mejor no redefinirlo... México bien puede brillar en la lista de "Forbes" con un gran número de multimillonarios, pero una modernización económica que tiene los efectos mencionados es vergonzosa y pecaminosa, pues se apoya en la opresión de los trabajadores.

4. El estado, garante de los derechos de los trabajadores.

Hay otro episodio bíblico que nos hace pensar en cómo la función de un gobierno es tutelar los derechos del pueblo; en el caso que nos ocupa, los derechos de los trabajadores. El libro de Nehemías (5,1-19) describe una situación de injusticia y opresión al interior del pueblo mismo de Israel. Esto acontecía en pleno proceso de reconstrucción del pueblo, después de regresar del exilio babilónico. Pudo haber sucedido durante los trabajos de reconstrucción de la muralla. O bien, pudo haber sucedido ya desde antes y haberse agudizado por el trabajo intenso de la reconstrucción -en concreto, de la construcción de la muralla. Incluso el hecho de que los hombres (y, al parecer sus mujeres) permanecieran alejados de sus hogares y de sus campos podría haber agravado la tensión. Además, esto acontecía justo antes del tiempo de la recolección de las olivas y de la vendimia, ya que el libro nos dice que la muralla se terminó hacia los inicios de septiembre (6,15). Este tiempo era propicio para el cobro de las deudas, sea en dinero, sea en servicios y especie. También se habla en el libro de "la penuria", lo cual puede aludir a una situación de carencia económica y de víveres (v. 3).

¿Cuáles eran los problemas que se habían suscitado? Veámoslos en detalle:

1) Muchos judíos han tenido que vender su persona y su trabajo, a causa de las deudas contraídas: "Nosotros forzamos a nuestros hijos y a nuestras hijas a ser esclavos y hay entre nuestras hijas unas que fueron forzadas" (v. 5).

Recordemos que la esclavitud para pagar una deuda se permitía y practicaba en Israel (cf. 2 Re 4,1-2). La misma ley lo permitía, si bien dicha esclavitud no podía durar más de siete años (Ex 21,2-11; Dt 15,12-18; matizado por Lev 25,39s).

2) La deuda se ha contraído por dos motivos: a) para conseguir trigo, ya que "la penuria" es mucha, lo cual implicaba el "empeñar (sus) campos, viñas y casas" (v. 3), y b) "para pagar el impuesto al rey" (v. 4) Esto ha implicado un endeudamiento, al pedir préstamos a otros para pagar, tanto el trigo como el impuesto mencionado. De esta manera, el pueblo contrae una deuda para salir de otra. Según algunos autores, la tasa de interés por los préstamos podía llegar hasta el 60 y aun 75 por ciento. Así las cosas, el campesino caía en las manos del intermediario para vender sus excedentes (si le quedaban).

3) Además, los trabajadores se han tenido que deshacer de sus medios de producción (campos, viñas) y aun de sus casas. Estos eran los únicos medios para obtener dinero en una economía de subsistencia como era la de los campesinos judíos. Los mismos productos de sus campos y viñas, "trigo, vino y aceite", ahora los tienen que pedir en préstamo a sus acreedores (vv. 2-4.11).Por otra parte, las expropiaciones a los que no podían pagar fueron haciendo crecer las ya grandes propiedades de los terratenientes.

Las dos causas de esta situación eran, pues, la política fiscal persa y la desigualdad económica entre los judíos residentes en Palestina y los ex-desterrados de Babilonia. También la penuria de las cosechas, debida a las repetidas sequías, influía en la situación, como lo insinúan algunos textos proféticos (Ag 1,5-6.10-11; 2,15-16.19; Mal 3,9-12: Jl 1-2).

Ante ese estado de cosas, el pueblo presenta su queja enérgicamente ante Nehemías: "La gente del pueblo y sus mujeres protestaron airadamente" (v. 1). El argumento brota de la más fundamental ética israelita, la cual supone la igualdad de todos los israelitas: "¿No somos iguales que nuestros compatriotas y nuestros hijos no son como los suyos?" (v. 5); "Somos de la misma raza, del mismo pueblo" ("nuestra carne es como la carne de nuestros hermanos", dice el hebreo). Este es su argumento. Hermanos, pues (fraternidad); iguales en la sangre (igualdad), y del mismo pueblo (unidad), son las bases para su protesta. Buscan, además, la libertad contra la esclavitud. O sea, los derechos humanos fundamentales.

Las leyes israelitas protegían a los pobres contra la esclavitud forzada, mediante la remisión de deudas cada siete años (Dt 15: la finalidad de la remisión es que "no haya pobres entre ustedes", v. 4). Además, se pide una especial consideración hacia las viudas y los huérfanos (Código de la Alianza: Ex 22,25(24)-27(26); cf. Dt 24,10-13 y Código de Santidad: Lev 25,35-39).

El texto señala, como culpables de esta situación, a "los notables y oficiales" (v. 7). En rigor, el pueblo se queja "de sus hermanos judíos" (v. 1). Si se urge la contraposición que aparece en el libro entre "el pueblo" y "los judíos", se puede inferir que "el pueblo" sería la gente sencilla y "los judíos" serían las clases acomodadas. Nehemías reprende a los dirigentes (que obviamente pertenecían a la clase acomodada) y los acusa de estar "vendiendo" a sus hermanos, a los cuales antes habían "comprado", al rescatarlos de manos de otros pueblos (v. 8). Es interesante la manera como procede Nehemías: convoca a una asamblea para contar con el apoyo popular, presionar a los opositores y obligarlos a actuar de inmediato (ya antes Esdras había también acudido al expediente de convocar a la asamblea (Esdr 10).

La exigencia de Nehemías es la condonación amplia de las deudas. Y conmina a los sacerdotes a que hagan cumplir esta decisión: "Entonces convoqué a los sacerdotes y les hice jurar que harían según esta palabra" (v. 12b). Así pues, los sacerdotes debían apoyar la realización de la justicia. Y extiende la exigencia a todo el pueblo: "E hizo el pueblo según esta palabra" (v. 13b).

Es muy importante destacar los componentes de la exigencia de Nehemías:

1) La motivación es el temor de Dios (v. 9).

2) Se exige restituir la propiedad ancestral, tan importante en la cultura israelita (en el espíritu del Código de Santidad, Lev 25,27-28.41).

3) Se prohibe esclavizar a los hermanos (Lev 25,39.46); se exige que se libere de intereses a los pobres (Lev 25,36-37).

Por otra parte, Nehemías les presenta su propio testimonio como gobernante. Mientras que los gobernantes anteriores "oprimieron al pueblo, tomando de ellos, en concepto de pan y vino, cuarenta siclos de plata" y "sus funcionarios también oprimían al pueblo", Nehemías, por su parte:

1) No actuó así: "Yo no obré así, por el temor de Dios" (v. 15b).

2) No se aprovechó de la situación desventajosa de otros para medrar: "Me esforcé en la obra de esta muralla sin comprar campos, con toda mi gente allí en la obra en forma solidaria" (v. 16a).

3) En lugar de exigir al pueblo que lo aprovisionara se valía de sus propios medios: "nunca reclamé el pan del gobernador..." (v. 18b).

4) Fue sensible a la penuria del pueblo: "...porque pesado era el trabajo que agravaba al pueblo" (v. 18b).

5) Se movió a tomar medidas al oir el clamor y la queja del pueblo: "Yo me indigné mucho al oir su clamor y estas palabras" (v. 6).

Las medidas que tomó Nehemías, fueron las siguientes:

1) Perdonar las deudas "por los préstamos en dinero, trigo, vino y aceite" (vv. 10-11).

2) Devolver "los campos, viñas, olivares y casas" hipotecados para obtener los préstamos (v. 11).

3) Suspender la práctica de tomar en prenda de los préstamos a las personas.

5. Reflexión final

Una vez más está en juego, en Israel, la alianza y sus exigencias de fraternidad, justicia, igualdad, es decir, los derechos humanos, en este caso, de los trabajadores, los que no tenían grandes propiedades ni dinero para prestar. De nada habría servido que Moisés condujera a los israelitas hacia la liberación de la opresión que sufrían en Egipto, si después la opresión la iban a ejercer unos israelitas contra otros.

Mencionamos más arriba cómo Salomón oprimió al pueblo en su afán modernizador. También vimos cómo, a la muerte de este, el pueblo se queja ante su hijo, Roboán: "Tu padre nos ha puesto un yugo muy pesado. Alivia tú ahora la dura servidumbre a que nos sometió tu padre..." (1 Re 12,4). Pero Roboán no escuchó sino que endureció su postura: "Mi padre puso sobre ustedes un yugo pesado, pero yo lo haré aún más pesado..." (12,11). El resultado fue la división política del reino.

Un paralelo obvio de la postura de Nehemías lo tenemos en la liberación de los esclavos exigida por Jeremías, en la emergencia nacional que significaba la amenaza babilonia contra Jerusalén (Jer 34,8-22). En esta ocasión, Jeremías conmina al rey Sedecías, de parte de Dios, para que decrete una manumisión de los esclavos judíos: "El acuerdo establecía que todo israelita debía liberar a sus esclavos y esclavas hebreas" (34,9). Tanto el pueblo como las autoridades obedecieron al principio pero, al aflojar momentáneamente el acoso enemigo, volvieron a someter a sus antiguos esclavos. Jeremías recuerda al pueblo la alianza y la remisión septenal de los esclavos hebreos. Pero, dice Jeremías, "sus antepasados no obedecieron ni hicieron caso" (34,14). Tampoco los contemporáneos de Jeremías estaban actuando conforme al espíritu de la alianza, por lo cual les caería el castigo divino (34,17-22). Vemos, pues, que la tendencia a someter a los demás, a los mismos hermanos de sangre, al yugo, estuvo siempre presente en Israel.

A Nehemías le tocaba, en el episodio analizado, seguir los pasos de Moisés, de Jeremías y de todos los hombres que supieron defender los derechos humanos de su pueblo. Y así actuó; estuvo a la altura de las circunstancias. En esta ocasión, el pueblo accedió a las exigencias de Nehemías. "Toda la asamblea respondió: ¡Amén!" (v. 13b). "Y todo el pueblo cumplió su promesa" (v. 13b). Nehemías también tuvo que contar con la tentación continua del pueblo de Israel de transgredir la alianza y despreciar la invitación (y oportunidad) de Dios a ser un pueblo fraterno, justo y libre (notemos que ya Nehemías tuvo que combatir otros aspectos negativos de la comunidad judía restaurada: matrimonios con extranjeros y extranjeras (10,31); no observancia del sábado (10,32); no observancia del culto en general (10,33-40). La tarea de Nehemías era lograr que la muralla que se construía para protegerse de los ataques del exterior, no se levantara luego también entre unos hermanos y otros.

Las reflexiones bíblicas precedentes iluminan de varias formas, tanto la actual situación de los derechos de los trabajadores en México, como la conducta cristiana al respecto. Aun procediendo con la máxima cautela para no caer en concordismos fáciles, son evidentes las similitudes entre las situaciones descritas y la situación laboral en México.

1. En ambos casos se dan situaciones en las que intervienen, de manera decisiva, las voluntades humanas. Y precisamente las voluntades de las personas que tienen autoridad política y poder económico (Salomón y su aparato de estado en un caso, los "Nobles y oficiales", así como los terratenientes, en el otro).

2. En ambos casos las personas que viven al día, de su salario, ven comprometidos sus derechos fundamentales: libertad personal, alimentación, vivienda. Obviamente, dichas situaciones no afectan solamente a las personas más pobres de la sociedad, pero sí las afectan a ellas de manera especial.

3. En ambos casos la Biblia nos presenta una crítica, desde la fe en Yahvé, a tales situaciones: 1) la compasión de Dios por la "aflicción de (su) pueblo", en tiempos de Moisés (Ex 3,7-10); 2) la crítica al fuero real, en el caso de Salomón (1 Sam 8; como sabemos, esta crítica al fuero real fue incluida en el c. 8 por los deuteronomistas, a la vista de los excesos reales, en particular de Salomón); 3) los reclamos del pueblo y la defensa del mismo realizada por Nehemías (Neh 5,1-19).

4. En ambos casos aparece la tendencia de las instituciones humanas, sean sociales, políticas o religiosas, a anquilosarse y a perder de vista la finalidad primaria para la que fueron establecidas. El poder, dado a las personas individuales o a las instituciones para el servicio del pueblo, muy fácilmente tiende a pervertir su función en favor de quien lo detenta, como les ocurrió, tanto a Salomón como luego a los nobles, oficiales y judíos pudientes, en tiempos de Nehemías.

5. Vemos también cómo los ideales colectivos, la "utopía" religioso-social de un grupo humano, de un pueblo, puede verse contradicha y corroída por la tentación del poder (político, económico, ideológico, religioso, cultural, etc.) En estos casos, personas o instituciones o proyectos que pudieron quizá nacer como respuesta a una coyuntura histórica (v. gr. la monarquía en Israel; la reconstrucción de la nación israelita-judía a la vuelta del destierro) pueden ver pervertidas las buenas intenciones iniciales (en el caso de que se hayan dado). Por lo tanto, es necesario ejercer una continua vigilancia, una continua crítica y un continuo discernimiento, para mantener la finalidad positiva de dichas instituciones o, si es el caso, para cambiarlas.

En cuanto a la conducta cristiana exigida en tales situaciones, es obvio que se debe inspirar, tanto en la crítica bíblica en contra de ellas, como en los comportamientos positivos sugeridos o incluso descritos en la misma Biblia. Hemos tomado como base de inspiración el Antiguo Testamento, pero evidentemente que el Nuevo Testamento refuerza esta postura bíblica (cf. lo dicho más arriba sobre el no espiritualizar -en sentido negativo- el Nuevo Testamento).

Una conclusión respecto a los dirigentes del pueblo mexicano. Hay gobernantes que se compadecen de su pueblo, que no se hacen servir por él, que saben escuchar sus quejas y que toman medidas concretas para remediar la opresión. En el caso mexicano, el gobierno debería ser el primero en captar la opresión en que viven los trabajadores, en escuchar su clamor y en urgir el cumplimiento de la justicia. El gobierno debe superar la tentación de acallar el justo "clamor" de los obreros, la tentación de reprimir los movimientos destinados a exigir sus derechos y la tentación de intentar crear la imagen de un país en donde no hay "desórdenes sociales", solamente porque esa imagen es la que conviene al proyecto de modernización. Por supuesto que no se buscan por sí mismos lo desórdenes sociales, pero si no existen, eso debe ser porque hay justicia y fraternidad, no porque la represión los acalla o los discursos de quienes tienen el poder los disimulan.

Y, por otra parte, hay que resaltar en la narración de Nehemías el papel que se pide asuman los sacerdotes, como apoyadores de las medidas de justicia de Nehemías. El sacerdote debería ser siempre opositor de cualquier medida injusta y, como Nehemías, dar un testimonio de sensibilidad hacia la situacion del pueblo, de compasión y de apoyo a los derechos humanos; en el caso concreto, de los derechos de los trabajadores.



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1"Poverty in the Laws".

2"Reino de Dios y Economía", 118.

3Ib., 117.