CAPÍTULO 4

La imaginación humana y la santísima Trinidad


19. Creer también con la fantasía

Nosotros no creemos solamente con el corazón, que ama, y la cabeza, que piensa. También creemos con nuestra fantasía. Sin la fantasía no somos casi nada. Es a partir de la fantasía como se fortifica nuestra esperanza y toma colorido toda la realidad. Sólo podemos captar lo que Dios nos prometió si usamos la fantasía, porque la mente humana sólo alcanza lo presente y piensa en Dios con conceptos sacados del mundo. El mismo Jesús, cuando nos describe el reino de Dios, utiliza imágenes y comparaciones sacadas de la fantasía: la imagen de la semilla, del tesoro escondido, del banquete, del amo que llega por sorpresa a su propiedad... Los pensadores cristianos utilizaron ya desde los primeros siglos las imágenes para poder comprender mejor y comunicar alguna idea del augusto misterio de la Trinidad. Así, por ejemplo, san Ignacio de Antioquía (muerto en el 104) escribió una carta a los efesios en que habla de esta forma de la santísima Trinidad: "Sois piedras del templo del Padre, preparadas para la construcción por Dios-Padre, levantadas a las alturas por la palanca de Jesucristo, palanca que es la cruz, sirviéndoos del Espíritu Santo como de una cuerda". Aquí aparecen las tres divinas personas actuando en la historia en función de la salvación del mundo.

También es muy conocido el icono del ruso Rublev (por el 1410). Presenta a las tres personas divinas bajo la forma de los tres ángeles que se aparecieron a Abrahán en Mambré (Gén 18,1-5) y que luego desparecieron, dejando la impresión clara de una visita del mismo Dios. Los tres están sentados alrededor de una mesa, sobre la cual está la eucaristía. Son todos ellos iguales y al mismo tiempo distintos. Se miran entre sí con respeto y en profunda comunión de amor. La eucaristía significa la presencia de Cristo y, junto a él, la del Espíritu, que fue enviado por el Padre; es decir, la presencia de toda la santísima Trinidad morando con nosotros en la tierra.

Hay también otra representación muy significativa que se encuentra en una pequeña iglesia de Baviera (Urschalling bei Prein). Allí aparece el Espíritu Santo en forma de mujer, teniendo a un lado al Padre y al otro al Hijo. Los dos ponen sus manos, respetuosamente, en el seno del Espíritu Santo. Y por debajo los tres terminan unidos, como si fuesen un solo cuerpo, cubierto con una larga túnica. De nuevo está aquí la diversidad (las tres personas), incluyendo a lo femenino en Dios y la unidad (la misma naturaleza de amor y comunión). En la iglesia de la Trinidad en Goiás también se representa a la santísima Trinidad coronando a Nuestra Señora, que está en el lugar de toda la creación. Con razón los cristianos de aquel lugar escribieron un gran letrero: "La santísima Trinidad es la mejor comunidad", como saludo a los cristianos de las comunidades eclesiales de base de todo el Brasil.

Somos templos de la santísima Trinidad. Ella está en todas y en cada una de nuestras dimensiones. Cada facultad de nuestro espíritu es digna de alabar y de reconocer a las divinas personas. Y la fantasía, ¿será entonces menos digna por soñar en vez de pensar, por tener representaciones en vez de tener ideas? También la fantasía, a su modo, bendice a la santa Trinidad


20. La persona humana como imagen de la Trinidad

En el Génesis se dice que el ser humano fue creado a imagen y semejanza de Dios (Gén 1,27). Para los cristianos esto significa que toda persona humana, hombre y mujer, revela algunos rasgos de la santísima Trinidad, que es el único Dios verdaderamente existente. ¿Cómo aparece en el ser humano la imagen del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo? San Agustín ha sido el teólogo que investigó más esta realidad. Sus elaboraciones siguen siendo hoy perfectamente válidas.

Cada persona humana, en primer lugar, aparece como un misterio para sí misma. Por mucho que nos conozcamos, que nos conozcan los otros y que las ciencias nos ofrezcan datos y más datos sobre la existencia humana, seguimos siendo un misterio profundo para nosotros mismos. Por esto no podemos juzgar a nadie y hemos de mantener una actitud de respeto y de atención profunda a toda persona humana, por más humilde que sea. Todos tienen algo que decir y que revelar, y con esas revelaciones podemos descubrir mejor el rostro del Dios-trino. La persona, como misterio abismal, representa al Padre, que como persona divina, principio sin principio, es el misterio primero y fundamental.

La persona como misterio tiene inteligencia y se comunica hacia fuera de sí misma. Se autoconoce y crea todo un mundo de representaciones y de ideas. Dice la verdad sobre sí misma. Esta verdad o palabra de sí misma representa al Hijo, que es la verdad y la palabra reveladora del Padre. Por eso siempre que pensamos correctamente, siempre que decimos la verdad sobre nosotros mismos y sobre las cosas del mundo, estamos sirviendo a la palabra divina, que se revela en nosotros. La persona no solamente se conoce. También ama. Quiere estar unida a las otras personas y a las cosas. El Espíritu Santo es el amor dentro de la santísima Trinidad. Une al Padre y al Hijo, haciendo que se supere la oposición Padre-Hijo. Por el Espíritu Santo se revela entre las tres personas una unión de comunión y de amor eternos que siempre las entrelaza. Cuando amamos y nos sentimos confraternizados con los demás, estamos revelando en la historia lo que significa el Espíritu Santo.

La persona como misterio, como inteligencia y como amor constituye una unidad dinámica y siempre abierta. No son tres cosas yuxtapuestas. La persona misma es la que es misterio, la que piensa y la que ama. Así, cada uno de nosotros, en su unidad y en su diversidad, muestra que realmente es imagen y semejanza de Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. ¡Con cuánto respeto hemos de tratar a cada persona, por ser templo de la santísima Trinidad!

Si violamos la naturaleza humana, si atropellamos los derechos de las personas, si vilipendiamos a los pobres, destruimos todos los caminos de acceso al Dios-vida-y-comunión. Porque la brújula de todos los caminos pasa por el respeto a la persona humana, imagen de la Trinidad. La falta de respeto destruye la aguja y desaparece entonces la brújula.


21. La familia humana, símbolo de la Trinidad

Cada persona humana lleva en todo su ser y en su obrar los rasgos de las tres personas divinas. Toda persona humana nace de una familia. Ya aquí aparecen signos de la presencia del Dios trino. Dios es comunión y comunidad de personas. Pues bien, la familia se construye sobre la comunión y sobre el amor. Ella es la primera expresión de la comunidad humana.

En toda familia completa y normal nos encontramos con tres elementos: el padre, la madre y el niño. Hay diversidad de personas. El padre, en nuestra cultura, es la expresión del amor objetivado en el trabajo, en la construcción del hogar y en la seguridad. La madre, en nuestra percepción, es el amor que engendra y protege la vida, la intimidad de la casa y el cariño. La madre y el padre se entrelazan en el amor, en el mutuo reconocimiento y admiración, en la misma tarea de llevar adelante la familia. Conviven bajo el mismo techo, comparten las mismas preocupaciones y comulgan de las mismas alegrías. La expresión de la comunión y del reconocimiento mutuo es el niño que nace. El niño une a los dos. Hace que el marido y la mujer se transformen en padre y madre. Los dos salen de sí y se concentran en una realidad más allá de nosotros y que es el fruto de su relación amorosa: el niño. En la familia tenemos una de las imágenes más ricas de la santísima Trinidad. En primer lugar existen los tres elementos: padre-madre-niño. Luego está la distinción de personas: la una no es la otra; cada una tiene su autonomía y su tarea propias; sin embargo están relacionados por lazos vitales y fuertes, como el amor. Hay una sola comunión de vida. Por eso, siendo tres, forman una sola familia. La unidad de la familia es semejante a la de la santísima Trinidad. La unidad es expresión del amor, de la salida de cada persona en dirección a la otra, de la comunión en la misma vida. Está el reconocimiento entre el padre y la madre, de forma semejante al que existe entre el Padre y el Hijo. El niño une al padre y a la madre. De forma análoga, el Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo, une al Padre y al Hijo. Por eso se dice que el Espíritu Santo es amor unitivo. El es la persona divina que une a las personas eternas y a las personas humanas.

Para que sea el sacramento de la Trinidad, la familia humana necesita buscar su perfección. Históricamente, la familia humana está marcada también por el pecado y por la desunión. Pero siempre que la familia intenta orientarse en busca de la integración y en la vivencia consecuente del amor, se convierte en una señal del Dios trino dentro de la historia.

En la familia bien constituida encontramos las principales dimensiones de la santísima Trinidad: la distinción (padre, madre e hijos) y la unión de una sola vida, de un solo amor y de una misma comunión, en el abrazo de los tres, que constituyen una sola familia. Nacemos en el seno de una familia y viviremos eternamente como hijos e hijas en la familia divina.


22. La sociedad como imagen de la Trinidad

La persona humana no vive solamente en sí misma, en la profundidad de su misterio individual. No nace solamente de una familia, como expresión de amor entre marido y mujer. Se inserta dentro de la sociedad humana, donde se encuentra la persona y la familia. La sociedad constituye, para los que la observan con atención, una poderosa señal de la santísima Trinidad en la historia.

La sociedad no es una realidad que nazca espontáneamente o que haya sido hecha directamente por Dios o por la naturaleza. La sociedad es el resultado de tres fuerzas que actúan siempre en conjunto y permanentemente. Y aquí es donde identificamos los rasgos de la Trinidad.

En primer lugar está la fuerza económica. Mediante ella organizamos la producción y la reproducción de la vida humana. Por la economía elaboramos los alimentos necesarios para el cuerpo. De forma socialmente organizada los producimos, los distribuimos y los consumimos. La fuerza económica nunca tiene que ver solamente con las realidades materiales que se llaman económicas. Nos las tenemos que ver con realidades humanas, porque el comer, el sustentar una vida, el garantizar el alimento para el que tiene hambre es una realidad profundamente humana y también espiritual. Esta fuerza subyace a todas las demás, porque sin ella no existe vida. Y sin la vida no hay sociedad, ni religión, ni adoración a Dios.

La segunda fuerza es la política. Por la política nos organizamos socialmente, distribuyendo el poder, las profesiones y las responsabilidades. Por la política creamos las relaciones humanas y proyectamos las instituciones necesarias para hacer funcionar la sociedad, para satisfacer las necesidades materiales, espirituales y culturales de las personas.

Finalmente, en tercer lugar está la fuerza cultural. Mediante ella creamos todos los valores y significaciones que hacen que nuestra vida y nuestra práctica sean válidas y expresivas. Así, por la fuerza cultural surgen los ritos de las religiones, las filosofías, las artes y todos los símbolos por los que expresamos nuestros pensamientos y valores. Nadie vive sin valorar las cosas que hace o que están a su alcance.

Toda sociedad humana se construye, se solidifica y se desarrolla por la coexistencia e interpenetración de estas tres fuerzas. Las tres obran siempre conjuntamente, de tal manera que en lo económico está lo político y lo cultural, y así sucesivamente.

Pues bien, eso precisamente decimos que es la santísima Trinidad: las tres personas son distintas, pero actúan siempre juntas. La interrelación entre los divinos tres hace que sean un solo Dios, reflejado en nuestra realidad social.

"La comunión que ha de construirse entre los hombres abraza el ser desde las raíces de su amor y ha de manifestarse en toda la vida, aun en su dimensión económica, social y política. Producida por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, es la comunicación de su propia comunión trinitaria" (Documento de Puebla, n. 215).


23. La Iglesia, gran símbolo de la Trinidad

Un gran teólogo del siglo III, Tertuliano, uno de los primeros en formular la doctrina sobre la Trinidad, escribió lo siguiente: "Donde está el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, allí se encuentra también la Iglesia, que es el cuerpo de los tres". En cada persona humana se refleja el misterio trinitario; se refleja también en la familia; muestra sus signos en la sociedad. Pero es en la Iglesia donde este augusto misterio de comunión y de vida encuentra su expresión histórica más visible.

La Iglesia, por definición, es la comunidad de fe, esperanza y amor que intenta vivir el ideal de unión propuesto por el mismo Jesucristo: "Que todos sean una sola cosa; como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean una sola cosa en nosotros" (Jn 17,21).

La unidad de los cristianos no reside en una uniformidad burocrática, sino en una interpenetración de los fieles entre sí y con sus pastores al servicio de los demás.

La Iglesia se construye sobre tres ejes fundamentales, y en eso es donde aparece más concretamente su semejanza con los divinos tres: sobre la fe, la celebración de la fe y la organización con vistas a la cohesión interna, a la caridad y a la misión en medio de los hombres. Estos tres momentos son concreción de la misma comunidad que se reúne para proclamar y ahondar en la fe, para celebrar la presencia de Cristo resucitado y de su Espíritu en la historia de los hombres, y particularmente en la propia comunidad cristiana, y para organizarse con vistas al servicio coherente a todas las personas, empezando por los pobres. La fe, la celebración y la organización no son realidades yuxtapuestas e independientes entre sí. Son la misma Iglesia en movimiento dinámico de vida y de servicio. La comunión en la Iglesia no se expresa solamente en el terreno religioso. Se realiza también en un proyecto social de comunión de bienes, de participación de vida y de creación de fraternidad, como se ve claramente en los Hechos de los Apóstoles, donde se narra la vida de la primitiva comunidad apostólica (cf He 2,44-45; 4,34-36).

Cuando Tertuliano dice que la Iglesia es el cuerpo de las tres personas divinas, quiere insinuar que a través de la vivencia de la fe, de la participación en el culto y de la organización sagrada se da a conocer algo del misterio del Padre, de la inteligencia del Hijo y del amor del Espíritu Santo. La Iglesia es todo esto, no simplemente por el hecho de ser Iglesia, sino por el hecho de vivir con coherencia el mensaje evangélico de ser en el mundo un espacio de fe ardiente, de esperanza invencible y de amor comprometido.

Cuanto más beba la Iglesia de su fuente eterna, que es la comunión trinitaria, por la que los tres Distintos se unifican y son un solo Dios, tanto más superará las divisiones internas, dejará de ser clerical y laical y se transformará en un espacio de relaciones igualitarias, en un pueblo de Dios, de verdaderos hermanos y hermanas al servicio del reino de la Trinidad.


24. El mundo, sacramento de la Trinidad

Toda la creación es obra de la santísima Trinidad. Cada persona actúa a partir de sus cualidades propias, de tal manera que por todas partes surgen las señales del Dios trino. Dios no puede jamás ser representado adecuadamente en su misterio.

Por eso, con razón enseñaba el concilio de Letrán (1215): la desemejanza entre el Creador y la criatura es mayor que la semejanza. Pero no por eso estamos privados de las huellas de lo divino impresas en toda la creación.

Algunos estudiosos, como el célebre psicólogo Carlos Gustavo Jung, han estudiado, por ejemplo, la simbología del número tres. Este número es un arquetipo (una matriz profunda del alma a partir de la cual captamos nuestras experiencias) que se encuentra en todas las culturas. Se manifiesta también en el inconsciente. Su significación antropológica es semejante a su significación bíblica: el ser humano está hecho a imagen y semejanza de Dios. El número tres simboliza la exigencia humana de integración, de asociación y de totalidad. A veces, junto a la Trinidad aparece un cuarto elemento, que muchas veces tiene una forma femenina, como María, la creación o la sabiduría. Este cuarto elemento quiere expresar la comunión de los tres divinos vueltos hacia fuera: se autocomunican e invitan a las personas y a la creación a la comunión de amor y de vida, propias de la vida trinitaria.

En la predicación se suelen utilizar analogías y figuras sacadas de la vida material para expresar la trinidad de personas y la unidad de comunión. Así se hace referencia al sol, el rayo y el calor. Otras veces se habla del fuego que irradia luz y produce calor. 0 se alude a las tres velas encendidas, que se unen en una sola llama. Muchos catequistas enseñan a los niños un trébol: una hoja con tres puntas distintas.

Otros apelan también a las tres energías fundamentales del universo: la gravitación, la electromagnética y la atómica. Las tres son expresión de la única energía universal. Cada vez hay más científicos que abandonan la visión clásica de las partículas elementales de la materia (protón, neutrón, hadrón) y postulan la interacción de todos los factores en una verdadera perijóresis cósmica; utilizan la palabra que usó siempre la teología: "interpenetración" de todo con todo (perijóresis). Son las relaciones trinitarias reflejadas en el cosmos. ¿Quién no ha pensado en el triángulo equilátero? Tiene tres lados iguales, constituyendo una sola superficie.

Evidentemente, estas imágenes son pálidas referencias muertas al misterio vivo del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, distintos como personas, pero eternamente unidos en el amor y la comunión. En una palabra, ninguna imagen, ningún concepto puede expresar la profundidad del amor trinitario. Sólo el corazón, que es mayor que nuestra inteligencia, puede vislumbrar la grandiosidad y el encanto de la vida divina, ya que por el corazón entramos en comunión con las divinas personas y participamos de su vida íntima.

La naturaleza no es muda; las piedras hablan, el mar se expresa y el firmamento canta la gloria de Dios. No hay nada meramente yuxtapuesto a lo demás y en manos del azar. Todo se relaciona y entra en comunión: el viento con la roca, la roca con la tierra, la tierra con el sol y el sol con el universo. Todo está perijorizado, impregnado de la comunión de la santísima Trinidad.