CLAVES PARA INTERPRETAR LA SOCIEDAD DE
CONSUMO Y EL TIPO DE HOMBRE QUE
PRODUCE
JOSE Mª MARDONES
Instituto de Filosofía CSIC. Madrid
La fiebre de nuestro tiempo se llama "consumismo". Atraviesa la
lógica íntima de la producción, nos hace guiños desde la publicidad
que nos espía por doquier y acaba anidando como un culto de
salvación en el fondo del corazón.
El consumismo, que para algunos autores es el modo como el
sistema compra la lealtad de los ciudadanos y la pacificación del
mundo del trabajo (Haberrnas), termina siendo, en su versión
hedonista, la justificación del capitalismo (D. Bell).
Un fenómeno de este calibre no deja de incidir sobre los sentidos, la
mente y el corazón de los individuos. Tampoco deja indiferente a un
hecho tan pegado a la realidad humana, interna y externa, como es la
religión. Vamos a detenernos en sus orígenes dentro de la sociedad
occidental y en sus efectos o tipo de hombre que tiende a configurar,
siempre desde la preocupación de nuestra fe en el Dios de
Jesucristo.
I. EL CONSUMISMO, ENFERMEDAD DEL CAPITALISMO
CONSUMO/CAPITALISMO:
El consumismo es una enfermedad del sistema capitalista.
Le acompaña desde sus orígenes, porque desde muy pronto,
como ya vieron reformadores religiosos como Wesley, al acumulador
de capital le amenaza el hedonismo. No tiene nada de extraño que
hoy un analista social de los denominados neo-conservadores, como
D. Bell, diga que el propio capitalismo socavó los muros de contención
del hedonismo y el consumismo.
1. El hedonismo burgués,o la lógica del enfriamiento puritano
RIQUEZA/RELIGION: En la tesis clásica de Weber, el "espíritu del capitalismo" vive ligado a un sistema de valores de raíz
religiosa, donde la capacidad de empresa, el ahorro y la austeridad
de vida eran primordiales. Pero ¿qué pasa cuando sobreviene "la
acción secularizadora de la riqueza" (Weber)? En forma de apotegma,
la respuesta de J. Wesley suena así: "donde la riqueza aumenta, la
religión disminuye en medida idéntica". Es decir, al ascetismo
trabajador y austero que está en la base de la acumulación del capital
le espera, al doblar el cuerno de la abundancia, la tentación de la vida
confortable y la pendiente hedonista.
Después de haber triunfado este espíritu de empresa y producción,
de haber "creado fuerzas productivas más masivas que todas las
generaciones anteriores" (Marx), al capitalismo le amenaza su propia
lógica imparable: termina quedando vacío de espíritu y desbocado en
su afán de tener y consumir.
Weber veía una línea que conducía, con la racionalidad centrada
crecientemente en los medios, a un orden económico moderno cada
vez más mecanicista. Esta visión instrumental de la sociedad no tiene
sensibilidad para lo sagrado. El mundo queda despojado del misterio,
"desencantado". Pero el efecto sobre el sistema no se deja esperar:
queda sin raíces morales donde sustentar las restricciones que ponen
coto a la acumulación suntuaria. Sin ética puritana, el capitalismo gira
enloquecido en la producción y sólo puede ofrecer el consumo como
justificación. El placer como modo de vida es "la religión" secularizada
del crecimiento capitalista.
Este encuadre socio-cultural del fenómeno del consumismo se
podría completar con otra tendencia que recorre el ámbito cultural
moderno. El ideal de empresa y autonomía, que terminó generando
una gran movilidad económica, se corresponde en el mundo cultural
con un gran énfasis en el yo. Era el camino de la liberación de la
expresión del individuo. Baudelaire y Rimbaud son figuras e
impulsores de una estética autónoma. La experiencia es ahora el
valor supremo. No hay límites para la experimentación que busca la
autorrealización. Un viento de autenticidad arranca máscaras y
convenciones, pero también amenaza no conocer sus límites. Sobre
todo, puede degenerar en una exaltación narcisista que es fácilmente
manipulada desde las ofertas de gratificación inmediata.
Vemos que la lógica misma del desarrollo de la sociedad burguesa
capitalista empuja hacia el consumismo. Pero, llegados a la altura de
los años veinte de nuestro siglo, esta dinámica va a recibir una
aceleración sin precedentes.
2. El «nuevo capitalismo» y la revolución consumista
CONSUMISMO/HISTORIA: En la sociedad moderna occidental los
años veinte señalaron un cambio fundamental: se accede al
consumismo masivo. Lo que hasta ese momento quedaba reservado
como un lujo y, por consiguiente era accesible sólo a las clases altas,
se difunde masivamente. Con la entrada a raudales de objetos que se
hacen ordinarios y necesarios para todos, acontece un cambio social
Y cultural.
La causa hay que buscarla en las innovaciones tecnológicas, que
llevan la electricidad y los aparatos ligados a ella al hogar.
Frigoríficos, lavadoras, etc. se convierten en muebles del hogar. Pero
había algo más que tecnología y aplicación técnica.
La producción masiva de objetos exige líneas de montaje que
abaraten la producción en serie de automóviles o aspiradoras. Pero
requiere también desarrollar el apetito de sus compradores hasta
estabilizar grandes colectivos de clientes. Esta función la va a cumplir
la publicidad. La propaganda del consumo de objetos se desata en el
decenio de 1920.
Estimular los apetitos del consumidor supone introducir un giro en el
sistema de valores. Ahora se presentan el tener y el placer de
consumir como objetivos deseables de la vida. Una vida sin los
objetos que nos ofrece la publicidad es manca, chata y sin alicientes.
Y para que el engranaje economía/nueva cultura del consumo no
chirriara, se introduce una innovación económica: la venta a plazos. El
crédito generalizado para la compra supone la posibilidad real del
consumo masivo. Ya están dadas las condiciones para introducir "un
cambio histórico extraordinario en la sociedad humana" (D. Bell). Se
ha pasado, sencillamente, de una economía de subsistencia a una
economía del deseo. De la satisfacción de necesidades hemos
pasado a la insaciabilidad de las necesidades. Hemos entrado en la
era del estímulo interminable. Un nuevo sistema de valores, un nuevo
estilo de vida, penetra en la sociedad occidental: estamos en la era de
la abundancia y el consumo.
Pero esta revolución económica y cultural no se hizo sin costes. Hoy
los pensadores neo-conservadores denuncian la liquidación de la
ética del trabajo, el ahorro y la austeridad como un producto de la
revolución consumista. Y con ella cae el sistema moral de la
restricción y el autocontrol, para deslizarnos crecientemente hacia una
moral de la abundancia material que tiene como objetivo el hedonismo
materialista. Se secan no sólo las fuentes del temperamento puritano,
como vio M. Weber, sino que se inicia la sacralización de la religión
consumista del "nuevo capitalismo". Una especie de "cargo cult" del
Primer Mundo que bien podría llamarse "milenarismo consumista" (B.
Wilson). Los neo-conservadores lamentan hoy la pérdida de las
virtudes sin las que creen difícil mantener el sistema. Por eso
quisieran revitalizar la religión como modo de recuperar los valores
que necesita el funcionamiento del sistema. Una visión religioso-moral
al servicio del capitalismo. Pero el creyente interesado seriamente en
el Reino de Dios también tiene que considerar con preocupación esta
revolución consumista. No sólo las virtudes puritanas quedan mustias
en el exceso consumista, sino que la fe cristiana queda deformada y
la persona terriblemente mutilada por las patologías del tener.
II. LAS PATOLOGÍAS DE LA SOCIEDAD CONSUMISTA
CONSUMISMO/PATOLOGIAS: Ya hemos insinuado que el cambio
introducido por el consumo masivo no sólo incide sobre el mundo
económico, sino sobre el cultural y, por tanto, alcanza a la
configuración de un estilo de hombre, de vida y de relaciones
sociales.
La fe cristiana, en cuanto estilo de relacionarse con Dios y los
hombres, de ver la realidad y de posicionarse ante ella, queda
profundamente afectada por la revolución consumista.
1. El sistema de valores consumista
El consumo vive del estímulo a la posesión y al tener. Desata el afán
de rodearse de aquellos objetos que la publicidad presenta como la
realización de una vida humana plena. La propaganda nos ofrece la
posibilidad de ser como los arquetipos del hombre/mujer feliz de
nuestra sociedad. En general, personas famosas (aristócratas,
actrices, deportistas ... ) que poseen muchas cosas: chalets, coches
deportivos, vestidos, viajes, acompañantes... Detrás del estímulo al
consumo se juega un modelo de vida y de persona. La "vida buena"
(Aristóteles), digna de ser vivida, es la vida llena de cosas, hinchada
de objetos. En el límite, se nos ofrece un cielo de opulencia. Y la
realización humana caminará por la posición y la tenencia de tales
objetos. Sin posesión no hay persona, sería el slogan subyacente a
esta cultura del tener.
El consumo representa el éxito en la sociedad actual. Puede tener y
consumir el que se ha amparado al techo de esta sociedad. La
publicidad sabe de este vínculo estrecho entre tener y poseer y poder
tener éxito. Por esta razón, los modelos ofrecidos tras el señuelo de
los anuncios tienen éxito con tal perfume, tal desodorante o tal
limpiavajillas. También aquí se deslizan modos de entender la vida y la
realización humana. El consumo sirve al objetivo de la autoafirmación
individualista. Es un instrumento para demostrar el status social y,
más allá, para afirmar mi poder. Éxito y poder son los secretos
motores que estimulan el consumo. Como ya vio Veblen, el impulso a
trepar en la escala social es mucho más fuerte que los meros motivos
económicos. El consumo en nuestra sociedad está lleno de
referencias al status social. De ahí que esté plagado de competición
psicológica por el nivel de vida. Desde este punto de vista, la
sociedad del consumo "es la institucionalización de la envidia" (D.
Bell).
Coherente con la competición en pro de la elevación en la escala
social, el éxito y la mostración del privilegio poseído, está la apariencia
y el disimulo. La sociedad consumista propicia la cosmetería, real y
simbólica, del ocultamiento de las arrugas y la fealdad decretadas por
esta misma sociedad. Se alza así la apariencia por encima de la
realidad. Algunos postmodernos, como G. Vattimo, nos quieren hacer
creer que la publicidad de los "mass-media" modernos ha
generalizado un "buen ver" una estética de la vida que sería el
preámbulo a una nueva época postmoderna. Más bien, tiene razón
Baudrillard cuando ve detrás de la ingente manipulación de la era
electrónica la apoteosis del simulacro. La sociedad del consumo, del
incentivo publicitario a la posesión y a no ser menos que el otro, nos
introduce en la sociedad de la simulación. Una sociedad donde la
ostentación y la seducción son armas cruzadas continuamente en el
juego social de la astucia.
El consumismo promueve una forma hedonista de vida. Tener más
para disfrutar más; ganar más para poder más y poder gozar más. La
felicidad del consumo desemboca en un hedonismo materialista. Una
demanda de placer que no tiene término, porque nunca satisface lo
que promete. Juega con la estimulación del deseo y aboca a la sed
indefinida de más cosas y más goce. Tener, poseer, disfrutar, ganar,
alcanzar éxito, deslumbrar a los que me rodean, son los valores que
se enroscan en el eje axiológico de la sociedad consumista. Hay un
hombre y una realidad correspondientes a este sistema de valores.
Expresado en forma de slogan: es un "nacido para consumir" en el
"gran almacén" de la Sociedad Occidental.
2. La visión del mundo consumista
A una vida orientada a la posesión y al goce le es congruente un
determinado interés en el conocimiento (Habermas). El deseo de
tener genera una actitud cognoscitiva. La realidad es vista desde el
punto de vista del interés posesivo; de ahí que, fundamentalmente, se
vean "cosas", "objetos", para conseguir, manipular, usar, disfrutar. Es
una visión cosista y cosificadora de la realidad. Todo queda referido
al mundo de utilidades del sujeto. Este se constituye en el centro, a
cuyos intereses, deseos o caprichos se debe supeditar todo.
No tiene nada de extraño que el sujeto consumista sea un sujeto
explotador y expoliador de la naturaleza, de su ambiente social y de
aquellas naciones o colectivos que le proporcionan las materias
primas o la mano de obra barata. Desconoce el valor del otro en
cuanto tal. Sólo lo ve a través de la utilidad o satisfacción que le
puede reportar. Las otras personas son valiosas en cuanto
poseedoras de "cosas" (sexo, riquezas, belleza, influencia ... ) que le
pueden proporcionar un placer o un aumento de satisfacción.
Cuando estas actitudes están generalizadas en la sociedad, se
expanden las relaciones interesadas, estratégicas, orientadas a la
consecución de los intereses propios. Y, por supuesto, es compatible
con cierto refinamiento -de formas, de educación agradable, que a
menudo forma parte de la aproximación calculada al otro.
El mundo consumista es un mundo "positivo", donde cuenta "lo
contante y sonante", lo que puede ofrecer alguna utilidad o
satisfacción a la avidez poseedora y al deseo indefinido del goce
irrestricto. Un mundo donde se glorifica la opulencia y la restricción es
un mal. La tacañería de la naturaleza o la sobriedad social chocan
frontalmente con la prodigalidad material con la que sueña el hombre
consumista.
Esta visión cosista y posesiva del mundo queda inscrita en la lógica
interna del funcionamiento de la sociedad consumista. Tiene, por ello,
algo de neutro y necesario. Es el modo "natural" de ver y relacionarse
en esta sociedad. Se suele aplicar al conjunto de sujetos donde es
predominante. Se habla entonces del norte consumista y el sur
expoliado. Porque el anhelo de bienes para el uso inmediato de los
individuos del Norte supone la necesidad de obtenerlos, con la mejor
rentabilidad, de donde sea. Surge el mercado transnacional de
materias primas y de mano de obra. Nace así la moderna empresa
transnacional o multinacional, "un dispositivo casi ineludible" para la
necesidad mundial de bienes de consumo (J. K. Galbraith).
En suma, la visión cosista y posesiva del mundo consumista no sólo
funcionaliza su entorno social, sino que coloniza el mundo existente
según sus intereses. La cosificación cognoscitiva encuentra su
paralelismo en la colonización económico-política del mundo. A la
instrumentalización de las cosas y personas le corresponde la
supeditación del mundo subdesarrollado al desarrollado.
3. El hombre consumista: «consumo, luego existo»
CONSUMISTA/TIPO: El tipo de hombre o mujer consumista es una
persona que se mueve con comodidad en el ambiente que estamos
describiendo. Es un hijo de su sociedad. Desde este punto de vista,
todos los que vivimos en esta sociedad de consumo estamos tocados
por este "tipo de hombre consumista" 1. La persona consumista está
movida por un deseo ilimitado de posesión y disfrute. Un deseo que
recorre el abanico de la cantidad y la calidad; por eso es indefinido.
Quiere siempre algo más y más refinado.
El hombre/mujer consumista está centrado en sí. Su egocentrismo
construye un mundo referido a sus deseos. Por eso, esta persona
tiene una apertura calculada que termina construyendo un mundo
estrecho, con una comunicación estratégica. Las relaciones que se
generan desde este centro son limitadas, unidireccionales: buscan la
rentabilidad que les puede proporcionar, no el encuentro o la mutua
donación.
Solicitado por los valores dominantes, el hombre/mujer consumista
justifica su vida desde la consecución del mundo de cosas que, según
la publicidad y el estilo de vida, realizan a la persona y proporcionan
la felicidad. De ahí que valorará la abundancia material, el éxito social
y, por ello, la ostentación, la apariencia y la astucia disimuladora y
seductora que sirve para alcanzar tales objetivos.
4. Ceguera consumista e incompatibilidad cristiana
El entrelazado entre sociedad y hombre consumista, entre sistema y
actor social, configura, como hemos sugerido, un modo de ver la
realidad y a las personas y de situarse entre ellas.
A este modo predominante de ver le corresponden espacios
opacos. El hombre consumista es ciego e insensible para una gama
de realidades de nuestro mundo. Considerados desde el punto de
vista cristiano, tales puntos ciegos son verdaderas incompatibilidades
con la fe en el Señor Jesús.
Ceguera para la solidaridad
La sociedad consumista crea personas atrincheradas en su mundo
de deseos y necesidades. No levantan la vista más allá del círculo de
sus intereses. Y cuando caminan por la vida, sólo advierten las
personas y situaciones capaces de saciar su fiebre poseedora o de
ostentación. No perciben los rincones oscuros de la sociedad (B.
Brecht), allí donde no hay el brillo de la abundancia, ni las personas
pueden disimular la tacañería con que les ha tratado la vida. La
ceguera para las situaciones miserables se troca en ceguera para el
otro ser humano desvalido, oprimido, marginado, pobre.
Es la consecuencia de una vida vuelta hacia sí mismo. La ceguera
general para el otro hombre como tal, como ser valioso en sí, se
vuelve opacidad profunda cuando se desciende a la necesidad, la
carencia y la pobreza. El hombre consumista es un ser insolidario.
Hay un dinamismo en esta lógica insolidaria de la sociedad y
hombre consumista que se opone al cristianismo. Se sitúa en el polo
opuesto del reconocimiento del otro, de todo ser humano, como
hermano. No sintoniza en absoluto con la compasión de Jesús para
con el hombre y las masas pobres que le parecían "ovejas sin pastor"
(Mt 9,37). No descubre en los ojos de los demás, sobre todo de los
pobres, la solicitud de ayuda (Levinas), porque su mirada pasa
cosificando y atrapando posesivamente al prójimo. Al no saber de la
solidaridad ni de la compasión, carece de la capacidad para entender
la fraternidad cristiana y desconoce, por tanto, al Dios Padre que
tanto quiere a los hombres (Lc 2.14).
Ceguera para la gratuidad
La sociedad-de-consumo es una sociedad profundamente
mercantilista. Sabe que para obtener el goce que la publicidad
pregona hay que comprar y pagar. Tenemos introyectada la
compra-venta como la ley de la posesión y el consumo en esta
sociedad. No se da nada sin contrapartida. Incluso los regalos tienen
su finalidad interesada. Es un reconocimiento de otras
compensaciones dadas o que se esperan conseguir.
Esta atmósfera no es traslúcicla para la entrega o la donaci6n
personal. Es algo extraño, sin sentido, que acaso despierte la
sospecha de una estrategia dilatoria que persigue un interés oculto.
Tampoco en este ambiente se comprende lo que no proporcione
utilidad o rentabilidad ni sirva para obtener algo "positivo". De ahí que
dedicarse a tareas o personas sin posibilidad de ofertar
compensaciones produzca extrañeza.
Nos hallamos en las antípodas del Evangelio. Difícil y duro el
lenguaje que proclama que "hay más alegría en dar que en recibir";
mal negociante el Padre, que "hace salir el sol sobre justos y
pecadores"; e incomprensible la llamada de Jesús a los jóvenes y
adultos -de nuestro primer mundo rico y consumista: "Si quieres ser
un hombre logrado, vete a vender lo que tienes y dáselo a los pobres,
que Dios será tu riqueza; y anda, sígueme a mí" (Mt 19,21).
La sociedad y el hombre consumistas entenderían una relación
mercantilista de intercambio con Dios: doy para que me des. Doy
misas, oraciones, mortificaciones, para ganar, tener, poseer el cielo.
Pero, si se plantea una relación de filiación, de aceptación gratuita y
amorosa de Dios al hombre, ya no se comprende ni a este Dios ni
esta clase de fe.
FE/CONSUMISMO: La tremenda distorsión de la sociedad de
consumo sobre la fe cristiana es convertirla en un juego de relaciones
mercantilistas. Esta ceguera para la gratuidad tapona el puente de
acceso al Dios de Jesucristo. Se desconoce a este Dios del amor
gratuito.
Más lejano aparecerá todavía el Dios que "tanto amó al mundo que
le dio a su Hijo único" (Jn 3,16). El "Dios crucificado" por amor al
hombre es incognoscible para el hombre consumista, ciego a los
Cromatismos ultrafuertes de la entrega. La cruz es, más que
escándalo y necedad, una desviación ridícula en un mundo tolerante
con las rarezas.
Advertimos la profunda incompatibilidad que anida en la sociedad y
talante consumista frente a la fe cristiana. Es ciega para los dos
aspectos más centrales del cristianismo, por lo que distorsiona
radicalmente la comprensión de Dios y la relación con los otros
hombres. Bien podría hablarse de una estructura demoníaca, que
impide el conocimiento de Dios y del hombre en su autenticidad.
En el límite, el consumismo termina entronizándose como absoluto,
ya que es el deseo que se apodera de los corazones. Un ídolo
competidor del Dios verdadero. Moloch de las sociedades
noratlánticas, en cuyos altares se inmolan los sacrificios de
incontrolables víctimas humanas.
III. EL CONSUMISMO EN LA ÉPOCA DE CRISIS
Quizá cabría esperar que el consumismo y su ideología cesaran en
época de crisis. Cuando se advierten las grietas del sistema, se
podría imaginar un repliegue hacia la austeridad. Esto es lo que hoy
esperan los pensadores neo-conservadores. Al menos desearían
recuperar aquel temperamento puritano que, en nuestros días,
pondría límites a las desmesuradas expectativas sociales de los
ciudadanos (la versión pública del consumismo privado). Pero se
quiere curar el sistema sin extirpar su tumor maligno. Se pretende
recuperar un comportamiento ascético para ponerlo al servicio de la
productividad. Para ello se carga todo el énfasis en el cambio cultural.
Se postula una vuelta a la religión cristiana, a fin de poseer una
instancia transcendente que sirva como elemento de control al
hedonismo desatado por la incentivación consumista.
Más allá e independientemente de lo problemático de la propuesta
desde planteamientos puramente económico-políticos o culturales,
hay aquí una manipulación religiosa frente a la cual el creyente debe
manifestar su desacuerdo y repulsa.
1. El neo-ascetismo neo-conservador y la funcionalización de
la religión
No vale, por tanto, una simple llamada a la austeridad frente a la
sociedad consumista. Detrás de la recuperación de un cierto
ascetismo de vida, de vuelta a reivindicar la disciplina, el trabajo y la
negación del despilfarro, no se halla necesariamente la solidaridad. M.
Novak, uno de los ideólogos católicos del neo-conservadurismo
americano, insiste repetidamente en que, tras el ahorro y la inversión
a la búsqueda de rentabilidad, está inscrita, quiérase o no, una ética
de la solidaridad. La lógica del sistema conduce a la preocupación por
los otros. Es difícil creer que las relaciones de intercambio impulsadas
por el interés propio calculado produzcan una "solidaridad" que
exceda los intereses de grupo o clan. Más que ética de la solidaridad,
se produce una ética corporativista v gremial.
Tampoco la llamada neo-conservadora al ascetismo y la austeridad
de vida supone un cambio de orientación en la lógica de la
producción, la rentabilidad y las relaciones mercantiles. Y sin un giro
en la orientación del dinamismo productivo, podremos, todo lo más,
colaborar a la recuperación del sistema, pero no detener su marcha
hacia la explotación de los deseos humanos. La austeridad
neo-conservadora es una terapia coyuntural para el sistema, pero no
un remedio. Por esta razón, este ascetismo no se hace en nombre de
la solidaridad y la justicia, sino del mantenimiento del sistema. Y no
genera solidaridad, sino corporativismo.
Utilizar motivaciones religiosas para extender y legitimar esta
recuperación de la austeridad es funcionalizar la fe al servicio del
sistema.
2. El consumismo que no cesa
A juicio de destacados analistas sociales (Offe, O'Connor,
Habermas), no estamos ante propuestas que conduzcan a un estilo
de vida austero generalizado. Tales propuestas proceden de algunos
"nuevos movimientos sociales" que querrían que el aumento de
austeridacl en el Primer Mundo condujera a una mayor justicia y
solidaridad con los pobres de este Primer Mundo y los demás
mundos. Pero la perspectiva dominante es la búsqueda de un
crecimiento inmediato como modo, se dice, de paliar el desempleo y la
inflación.
Pero, detrás de la búsqueda de estos objetivos, se tiende al
crecimiento, a la producción y al consumo, porque éste es el modo de
aquietar a las masas. Es decir, se sigue comprando la lealtad de las
masas mediante aumentos en el consumo. Así se sigue legitimando el
sistema. Se nos tiene contentos si la capacidad de comprar, tener y
consumir más no cesa 2.
No estamos ante la detención del consumo. El sistema lleva en su
propia justificación el impulso al consumismo. Y con él, perduran los
efectos sobre el sistema de valores y las relaciones humanas. Incluso
cabe pensar que, en un momento de recesión económica, esta lógica
del consumo muestra mejor su rostro insolidario e injusto. Cuando los
muñones de la pobreza arrastran su miseria por las calles de nuestras
ciudades, el consumismo desaforado a que se nos invita desde
fiestas, rebajas, campañas publicitarias, grandes almacenes, etc.
adquiere caracteres de un contraste insultante.
Conclusión: austeridad por la justicia y la solidaridad
Desde una perspectiva cristiana y una ética solidaria no es
sostenible una sociedad y cultura consumistas. Hay que promover una
cultura de la austeridad. Pero no un ascetismo para garantizar la
salud del sistema, sino para que todos los hombres puedan vivir mejor
y toda persona pueda ser más humana.
La cultura de la moderación en el consumo tiene que estar al
servicio de una mayor humanización. Vamos viendo los frutos del
consumismo, el tipo de hombre y de sociedad que genera. No es
cristiano ni humano.
La solidaridad humana y cristiana nos debe empujar a una
resistencia declarada frente a las propuestas consumistas. Y nos
debe abrir los ojos frente a las añagazas del sistema. Junto a las
necesarias prácticas asistenciales que no admiten dilación, el
creyente debe sentirse llamado a colaborar con todos aquellos que
impulsan un cambio estructural que posibilite una sociedad más justa
y humana, es decir, menos consumista.
Mardones,
Jose-Ma.
SAL TERRAE 1988/04. Págs. 251-263
....................
1. Según el sociólogo de la Universidad de Maryland, J. Robinson, el "ir de
compras" ("shopping") es, junto con la TV, la mejor distracción de los
norteamericanos. Dedican a esta actividad un promedio de seis horas
semanale. Compárese con los diez minutos que emplean en jugar al golf o con
los cuarenta minutos que dedican a jugar con sus hijos. El "Shopping", dirá
Robinson, es una droga para los norteamericanos.
2. Detrás del consumo actual ve Linovetsky una tendencia a la
personalización. Me parece que tiene más razón A. Touraine cuando ve en ello un
cinismo que nos animaliza. Basta leer la propaganda comercial en los
autobuses de París, que hace "slogans" publicitarios hasta el desencanto actual:
"En un mundo totalmente cínico, una sola causa merece que usted se movilice
por ella: sus vacaciones". (Cf. A. TOURAINE, "La historia despreciada": El País
19-II-88). En España ofrecemos "credi-vuelos para ponerse al sol que más
calienta".