Edith Stein:

judía, filósofa, carmelita, mártir

Emanuela Ghini o.c.d.
Artículo publicado en el Osservatore Romano el 13 de septiembre de 1998
Traducción de Eloy José Santos

Judía, filósofa, carmelita, mártir, Edith Stein (1891-1942), "que concentra en su intensa vida una síntesis dramática de nuestro siglo" (Juan Pablo II, 1 de mayo de 1985), y a quien la Iglesia incluye entre sus santos, inaugura vías de relación y de comunión entre ámbitos y niveles distintos, en puntos vitales de la experiencia humana, cristiana, eclesiástica, interreligiosa.

Edith Stein en 1913, a 22 años,
cuando era estudiante en Gotinga

Judía

Judía, nacida en Breslau (Wroclaw) el día del Kippur, destinada al encuentro con Cristo en el bautismo y en la Iglesia, pero no a olvidar la fe de sus padres y de Israel.

"En el origen de este pequeño pueblo... está la cuestión de la elección divina. Es un pueblo convocado y guiado por Yahvé, Creador del cielo y de la tierra. Su existencia no es un mero dato de la naturaleza ni de la cultura... es un hecho sobrenatural" (Juan Pablo II, 31 de octubre de 1997).

Edith Stein vive la fe en la alianza, y ve su culminación en una alianza nueva, reinterpreta desde esta perspectiva la historia de su pueblo, y comparte su destino, con una convicción lúcida y sin vacilación: "Bajo la cruz he intuido el destino del pueblo de Dios, que desde ese momento empieza a preanunciarse. Creo que quien comprende que todo esto es la cruz de Cristo, debería llevarla sobre sí en nombre de los demás" (escrito por Edith Stein el 9 de diciembre de 1938).

Edith asume la carga de la cruz del pueblo elegido, y comparte su suerte hasta el final. De este modo, invita a los cristianos a "comprender que un mundo sin Israel sería un mundo sin el Dios de Israel" (A. Heschel), que "mientras el judaísmo siga marginado en nuestra historia de salvación, estaremos a merced de impulsos antisemitas" (R. Etchegaray), y sobre todo que "la religión hebrea no es extrínseca sino, en cierto sentido, intrínseca a nuestra religión" (Juan Pablo II).

Edith Stein asume en su persona y deja como herencia a judíos y cristianos la reconciliación que la tragedia inhumana de la Shoah invoca de todos. Porque Auschwitz no sólo es un hecho histórico, sino también una cumbre extrema de la maldad humana, que exige de todos silencio y arrepentimiento.

Si "la Iglesia alienta a sus hijos e hijas a purificar sus corazones, por medio del arrepentimiento por los errores y las infidelidades del pasado" (E. Cassidy), Edith, muerta por su pueblo, "puede resplandecer como santa cristiana, portadora de su origen judío" (B. Di Porto, Il tempo e l’Idea, n. 9, mayo de 1997, p. 60), también para sus hermanos judíos.

Como reconoce uno de ellos: "Yo, como judío, creo firmemente en el valor de nuestra cohesión de pueblo, pero no la limito con vallas y alambradas. Admito, en la libre dinámica del espíritu, la posibilidad de los intercambios y los deslumbramientos... Respeto la canonización de Edith, mártir cristiana, nacida hermana mía judía, muerta en las cámaras de gas en Auschwitz por quien inscribía indeleblemente su fraternidad de carne y sangre conmigo" (B. Di Porto, op.cit.).

Edith Stein, en una foto de 1930

Filósofa

Filósofa, discípula y más tarde asistente de Husserl (1916-1922), condiscípula de los participantes en el círculo de Gotinga (Adolf Reinach, Hedwig Conrad-Martius, Roman Ingarden, Hans Lipps...), Edith Stein frecuenta también las clases de Max Scheler. Conocerá a Heidegger, sucesor de Husserl, y a Peter Wust, quien describirá su itinerario desde la filosofía al Carmelo, cuando Edith tome el hábito, el 15 de abril de 1934.

Escéptica ante el positivismo de la psicología experimental de Stern, Edith se siente atraída hacia la fenomenología por la concepción husserliana de la conciencia que emerge sobre el mundo y esparce sus significados, por la admiración de una realidad que suscita admiración, estimula el estudio, invita a "ir hacia las cosas" sin prejuicios, que "pone entre paréntesis" el ser, entendido en modo naturalista, y, por ende, toda forma de realismo que afirme la prioridad del ser sobre el pensamiento.

La fenomenología, que influenciará más tarde a buena parte del pensamiento moderno - de Scheler a Hartmann, de Sartre a Merleau-Ponty, Lévinas, Ricoeur... - fascina a Edith Stein, que ve en Husserl al "filósofo de nuestro tiempo", por la clarificación de la realidad que lleva a cabo, mediante un análisis de los procesos cognoscitivos en su apertura original, como reflexión sobre lo que aparece en el fluir de la conciencia, con la amplitud de un método de investigación no sólo gnoseológico y psicológico, sino también ético, que tiene aplicaciones incluso en la psiquiatría, especialmente en la logoterapia.

En 1917 la fe serena de la joven viuda de Adolf Reinach, caído durante la guerra, lleva a Edith "a su primer encuentro con la cruz... y [con] la luz de Cristo". En 1921, la lectura de la autobiografía de Teresa de Ávila la conduce de manera limpia y viva ante el Cristo-verdad.

Bautizada el 1 de enero de 1922, Edith, guiada por el Padre jesuita Erich Przywara, afronta el estudio de la philosophia perennis : primero Tomás de Aquino y después, en el Carmelo, Juan de la Cruz y Dionisio Areopagita.

Convertida al cristianismo al final de una búsqueda apasionada y ansiosa de la verdad, por voluntad de respuesta a las grandes preguntas sobre el hombre y su destino, que habían despertado en ella el deseo de no dejar inexplorado ningún problema existencial, atraída por el misterio de la persona y por la necesidad de un encuentro con la realidad que no esclavizase, sino que liberase al hombre, Edith Stein es la figura emblemática de

una búsqueda que, por amplitud de horizontes y rigor del método crítico, interesa a los creyentes como a los no creyentes, e invita a un compromiso firme, encarnado en la vida, con las grandes interrogaciones que se ciernen sobre ella.

Edith Stein en 1931,
dos años antes de entrar al
Carmelo de Colonia

Carmelita

Admitida en el Carmelo (14 de octubre de 1933), "alto monte al que hay que empezar a subir desde abajo" (27-08-1939), por su sed de participación en el misterio pascual, Edith asimila su condición de desierto, lo que hace del Carmelo lugar idóneo para entender la cultura nihilista de buena parte de nuestro siglo. Si toda la vida cristiana es un éxodo hacia la tierra prometida, el Carmelo vive la dimensión del éxodo con el radicalismo que Edith ha experimentado, de distintas maneras, durante toda la vida.

Su conversión, que no le impide seguirse sintiendo hija de Israel, enamorada de su santa progenie, la separa sin embargo de la familia y de la madre muy amada, quien posee "también una gran fe" (verano de 1933). "Mi madre se opone todavía con todas sus fuerzas a la decisión que voy a tomar. Es duro tener que asistir al dolor y al conflicto de conciencia de una madre, sin poderla ayudar con medios humanos" (26-01-1934).

La separación de la fe la madre, que seguirá "hasta el final", con admiración de Edith, "fiel a su fe" (04-10-1936), se superpone a sus sucesivos exilios: primero de la Universidad de Friburgo (1922), después del liceo de Spira (1931), de la Academia pedagógica de Münster (1933), y por último, del mismo Carmelo de Colonia (1938), hasta la separación suprema del Carmelo de Echt (2 de agosto de 1942) por el campo de Amersfoort, el lager de Wersterbork (3 de agosto de 1942) y el de Auschwitz-Birkenau (7 de agosto de 1942), donde Edith y su hermana Rosa resultarán inmediatamente seleccionadas para su eliminación (9 de agosto de 1942).

Edith confirma que "la historia de la salvación es la de un continuo caminar sobre las huellas del Señor... Un nuevo descubrimiento, una nueva experiencia de Dios en la historia, una nueva llamada suya pueden hacernos caminar en una dirección inesperada. Cuando Él apareciere, seremos semejantes a Él, porque le veremos como Él es (1 Jn 3,2)" (C. Maccise).

Condición de la disponibilidad al éxodo es el abandono a Dios. Edith, enamorada del Carmelo - "en la cima de mis pensamientos estaba sólo el monte Carmelo" (27-03-1934) -, inundada por el agradecimiento de ser carmelita - "no me queda sino dar gracias a Dios de continuo por la inmensa gracia, inmerecida, de la vocación" (11-02-1935) -, sigue abierta a la voluntad de Dios: "Soy consciente de que no tenemos una posición duradera aquí. No deseo más que se cumpla en mí y a través de mí la voluntad de Dios. Él sabe cuánto tiempo me dejará todavía aquí y lo que sucederá después. In manibus tuis sortes meae... No tengo por qué preocuparme" (16-10-1939).

Dios está en todas partes porque vive en el corazón humano, más espacioso que cualquier otro lugar, incluso sagrado: "Dios está con nosotros con toda la Trinidad. Si en el fondo del corazón construimos una celda bien protegida en la que retirarnos lo más a menudo posible, no nos faltará nada en cualquier situación nos encontremos" (22-10-1938).

Ni siquiera en un lager. En el de Westerbork, tres días antes de su muerte, Edith dirá: "Suceda lo que suceda, estoy preparada. Jesús está también aquí con nosotros" (06-08-1942).

Edith Stein en 1938, cinco años después de su entrada al
Carmelo de Colonia

Mártir

El mártir es el más pobre entre los pobres, y el más creíble de los evangelizadores. Edith Stein pasa de la "alegre pobreza" del Carmelo (26-01-1934) a la miseria amarga, anonadada, de las cámaras de gas. No por casualidad.

Desde el momento del bautismo se siente evangelizadora: "Sólo soy un instrumento del Señor. Si uno viene a mí, querría llevarlo a Él" (14-12-1930). "Dios no llama a nadie únicamente para sí mismo" (15-19-1938). "Todos los días esta paz me parece una gracia inmensa que no se nos da para nosotras solas" (02-01-1934).

Una auténtica evangelización no admite condicionamientos, es un testimonio fuerte y libre de la verdad: "Nuestro actuar entre los demás resultará eficaz y estará bendecido por Dios sólo si no cedemos ni siquiera un centímetro del terreno seguro de la fe, y seguimos nuestra conciencia sin dejarnos influenciar por el respeto humano" (20-03-1934)

Ninguna vacilación a la hora de dejar testimonio de la verdad, pero sí la convicción profunda de que Dios está en toda búsqueda sincera, más allá de la percepción de quien lo busca: "Nunca me ha gustado pensar que la misericordia de Dios se pueda detener en las fronteras de la Iglesia visible. Dios es la verdad. Quien busca la verdad busca a Dios, lo sepa o no" (23-03-1938).

El mártir evangeliza porque su sacrificio es un ofrecimiento a Dios por sus hermanos. Edith Stein, que comparte con sus hermanos judíos el trágico destino que arrastró a seis millones de ellos, que muere cristiana, pero como hija de su pueblo martirizado" (Juan Pablo II, 1 de mayo de 1987), y - con explícita y repetida admisión - "para" este pueblo, nos recuerda que, si después de Auschwitz la fe es todavía posible, es porque "Dios mismo estuvo en Auschwitz, sufriendo con los mártires y los asesinados" (G. Dossetti, citando a J. Moltmann).

Su sacrificio lleva a los cristianos a "renovar la conciencia de las raíces judías de la fe... y a recordar que Jesús era descendiente de David; que del pueblo judío nacieron la Virgen y los Apóstoles; que la Iglesia obtiene su sustento en las raíces de aquel buen olivo en el que se han injertado las ramas del olivastro de los gentiles (ver Rm 11,17-24); que los judíos son nuestros queridos y amados hermanos" (Nosotros recordamos: una reflexión sobre la Shoah, 16 de marzo de 1998).

Edith incita a judíos y cristianos a nutrirse en los manantiales de la "santa raíz", y a un "respeto recíproco, compartido, como conviene a los que adoran al único Creador y Señor, y veneran a un padre común de la fe, Abraham".