EL LIBRO DE LA VIDA
"La
Vida de Santa Teresa escrita de su misma mano" es una autobiografía
introspectiva.
En la historia de la literatura religiosa tiene su mejor antecedente en las
Confesiones de San Agustín. Y un parecido coetáneo en la Autobiografía de San
Ignacio de Loyola. Si bien profundamente diversa de ambas.
La
necesidad de introspección y de contar por escrito la propia vida surgió en
Teresa sobre el rescoldo de su experiencia religiosa profunda como exigencia
inmediata de las gracias místicas que le inundan el alma por los años
1555-1560, cuando ella oscila entre los 40 y 45 de edad.
Lo
insólito de esas experiencias y la imparable crecida de las mismas puso a la
carmelita en la precisión de examinarlas para entenderlas y discernirlas. La
hizo recurrir a teólogos asesores que la ayudasen en la tarea discernidora. Y
de éstos recibió la orden de ponerlas por escrito para dictaminar sobre su
procedencia.
A
partir de ese momento, la mirada introspectiva y auto escrutadora acompañará a
Teresa hasta el fin de sus días.
Puesta
a escribir, hace un primer esfuerzo fallido: esas sus experiencias son
refractarias a la pluma, irreducibles a un pobre relato en vocablos profanos.
Teresa misma confesará más tarde la causa de esa impotencia: ella había
recibido la "merced" mística de la experiencia de Dios; pero aún no
se le había concedido la gracia de entenderla, y menos aún la de expresarla y
comunicarla.
Sólo
en un segundo momento pudo extender una breve "relación" de su drama
interior. A ese primer esbozo .hoy perdido. siguieron pronto otro y otro
(Relaciones 1ª y 2ª, escritas en 1560 y 1561). Con ellas, Teresa había
superado la barrera de lo inefable místico. Y en el reposo del palacio toledano
de Doña. Luisa de la Cerda, logra escribir por fin el libro. Lo termina en la
primavera de 1562.
Ese
mismo año estrena en Ávila el convento de San José, y en el remanso del nuevo
Carmelo redacta de nuevo el libro, con la intención expresa de enviarlo a San
Juan de Ávila. Termina la nueva redacción a finales de 1565, y tres años
después obtiene el visto bueno del santo, que le devuelve el manuscrito desde
Montilla. Será ésta la única redacción que llegue hasta nosotros.
El
contenido del libro: ¿relato o lección?
Ambas
cosas: relato y lección espiritual se van entrecruzando en el libro. Teresa
cuenta su vida, pero no se limita a desgranar episodios. La suya es una
narración con tesis. Es ésta la que da hondura y unidad a lo relatado. Su vida
tiene sentido porque Dios se hace presente en ella, hasta convertirse en el
verdadero protagonista de lo vivido y relatado.
La
narración autobiográfica se despliega en varios planos sobrepuestos. Comienza
con una serie de capítulos (del 1 al 9) que cuentan la lucha de Teresa por
abrirse paso en la vida. Desde el marco externo del hogar, hasta las crisis de
su vida interior y la lucha por superarlas.
A
partir del capítulo 10, interrumpe el relato para intercalar un tratadillo
doctrinal, no narrativo. Reanuda la exposición autobiográfica en el capítulo
23. Pero ahora la desplaza a un plano interior profundo: su vida mística,
tupida de insólitos sucesos: cc. 2331.
Sigue
un tercer plano, en que cuenta el desbordamiento de sus gracias místicas a
favor de una empresa inesperada: la fundación del Carmelo de San José: cc.
3236.
Y
por fin, última mirada al paisaje de sus gracias místicas, las recibidas en el
remanso del nuevo Carmelo: cc. 3740.
La
tesis de soporte fluye a lo largo de la narración, pero se condensa y
desarrolla en los capítulos intercalados antes del relato de sus gracias
místicas: cc. 1121. En ellos expone cuatro grados de oración, que marcan los
hitos y el sentido de su vida, y la progresiva irrupción de Dios en ella.
La
edición
En
vida de la Santa, el autógrafo de Vida fue secuestrado por la Inquisición
(1575), que lo retuvo hasta que, muerta la autora, se proyectó editarlo.
Recuperado
entonces el manuscrito original, de él se sirvió fray Luis de León para
publicar la obra en Salamanca: 1588.
En
la actualidad el autógrafo de Vida se custodia en la Biblioteca del Escorial,
con el título (no autógrafo): "La Vida de la Madre Teresa de Jesús
escrita de su misma mano, con una aprobación del P. Maestro fr. Domingo Báñez
su confesor y cathedrático de prima en Salamanca". De él nos hemos
servido para revisar el texto, que en nuestra edición queda adaptado a la
ortografía y fonética modernas.
1.
Quisiera yo que, como me han mandado (2) y dado larga licencia para que escriba
el modo de oración y las mercedes que el Señor me ha hecho, me la dieran para
que muy por menudo y con claridad dijera mis grandes pecados y ruin vida.
Diérame gran consuelo. Mas no han querido, antes atádome mucho en este caso. Y
por esto pido, por amor del Señor, tenga delante de los ojos quien este
discurso de mi vida leyere, que ha sido tan ruin que no he hallado santo de los
que se tornaron a Dios con quien me consolar (3). Porque considero que, después
que el Señor los llamaba, no le tornaban a ofender. Yo no sólo tornaba a ser
peor, sino que parece traía estudio (4) a resistir las mercedes que Su Majestad
me hacía, como quien se veía obligada a servir más y entendía de sí no
podía pagar lo menos de lo que debía.
2.
Sea bendito por siempre, que tanto me esperó, a quien con todo mi corazón
suplico me dé gracia para que con toda claridad y verdad yo haga esta relación
que mis confesores (5) me mandan (y aun el Señor sé yo lo quiere muchos días
ha, sino que yo no me he atrevido) (6) y que sea para gloria y alabanza suya y
para que de aquí adelante, conociéndome ellos mejor, ayuden a mi flaqueza para
que pueda servir algo de lo que debo al Señor, a quien siempre alaben todas las
cosas, amén.
NOTAS
PRÓLOGO
1
JHS: anagrama clásico ("Jesus Hominum Salvator"), que preside la
primera página de sus libros (así en el Camino, Moradas, Fundaciones, Modo de
visitar), y sus Cartas. - Repetirá el anagrama al comenzar el cap. 1º, y antes
del epílogo.
2
"Mandantes" y destinatarios del libro son sus "confesores" y
consejeros espirituales: Los más identificados son: Gaspar Daza (sacerdote
diocesano), Baltasar Alvarez (jesuita), Pedro Ibáñez (dominico) y Francisco de
Salcedo (caballero de Avila), para la primera redacción; y los dominicos
García de Toledo y Domingo Báñez, para la redacción segunda, texto actual
del libro.
3
De los que se tornaron a Dios: santos que fueron pecadores convertidos (S.
Pablo, la Magdalena, San Agustín...). Repetirá varias veces ese concepto: c.
9, 7; 19, 5.10; 18, 4...
4
Traía estudio: ponía empeño, cuidado especial.
5
Que mis confesores: repetido en el autógrafo, por lapsus involuntario.
6
Es decir, además del "mandato" de los confesores, el libro nace por
impulso interior místico.
7
Es patente la "intención" de la escritora: escribe su autobiografía
para hacerse conocer y ayudar. A lo largo del libro aparecerá un segundo
objetivo: adoctrinar a los destinatarios del escrito, "engolosinados"
(c. 18, 8) y ayudarlos en su camino espiritual.
En
que trata cómo comenzó el Señor a despertar esta alma en su niñez a cosas
virtuosas,
1.
El tener padres virtuosos y temerosos de Dios me bastara, si yo no fuera tan
ruin, con lo que el Señor me favorecía, para ser buena (1). Era mi padre
aficionado a leer buenos libros (2) y así los tenía de romance para que
leyesen sus hijos. Esto (3), con el cuidado que mi madre tenía de hacernos
rezar y ponernos en ser devotos de nuestra Señora y de algunos santos, comenzó
a despertarme de edad, a mi parecer, de seis o siete años. Ayudábame no ver en
mis padres favor sino para la virtud. Tenían muchas.
Era
mi padre hombre de mucha caridad con los pobres y piedad con los enfermos y aun
con los criados; tanta, que jamás se pudo acabar con él tuviese esclavos (4),
porque los había gran piedad, y estando una vez en casa una de un su hermano,
la regalaba como a sus hijos. Decía que, de que no era libre, no lo podía
sufrir de piedad. Era de gran verdad. Jamás nadie le vio jurar ni murmurar. Muy
honesto en gran manera.
2.
Mi madre también tenía muchas virtudes y pasó la vida con grandes
enfermedades (5). Grandísima honestidad. Con ser de harta hermosura, jamás se
entendió que diese ocasión a que ella hacía caso de ella, porque con morir de
treinta y tres años (6), ya su traje era como de persona de mucha edad. Muy
apacible y de harto entendimiento. Fueron grandes los trabajos que pasaron el
tiempo que vivió. Murió muy cristianamente.
3.
Eramos tres hermanas y nueve hermanos (7). Todos parecieron a sus padres, por la
bondad de Dios, en ser virtuosos, si no fui yo, aunque era la más querida de mi
padre. Y antes que comenzase a ofender a Dios, parece tenía alguna razón;
porque yo he lástima cuando me acuerdo las buenas inclinaciones que el Señor
me había dado y cuán mal me supe aprovechar de ellas.
4.
Pues mis hermanos ninguna cosa me desayudaban a servir a Dios. Tenía uno casi
de mi edad (8), juntábamonos entrambos a leer vidas de Santos, que era el que
yo más quería, aunque a todos tenía gran amor y ellos a mí. Como veía los
martirios que por Dios las santas pasaban, parecíame compraban muy barato el ir
a gozar de Dios y deseaba yo mucho morir así, no por amor que yo entendiese
tenerle, sino por gozar tan en breve de los grandes bienes que leía haber en el
cielo, y juntábame con este mi hermano a tratar qué medio habría para esto.
Concertábamos irnos a tierra de moros, pidiendo por amor de Dios, para que
allá nos descabezasen. Y paréceme que nos daba el Señor ánimo en tan tierna
edad, si viéramos algún medio, sino que el tener padres nos parecía el mayor
embarazo (9).
Espantábanos
mucho el decir que pena y gloria era para siempre, en lo que leíamos.
Acaecíanos estar muchos ratos tratando de esto y gustábamos de decir muchas
veces: ¡para siempre, siempre, siempre! En pronunciar esto mucho rato era el
Señor servido me quedase en esta niñez imprimido el camino de la verdad.
5.
De que vi que era imposible ir a donde me matasen por Dios, ordenábamos ser
ermitaños; y en una huerta que había en casa procurábamos, como podíamos,
hacer ermitas, poniendo unas pedrecillas que luego se nos caían, y así no
hallábamos remedio en nada para nuestro deseo; que ahora me pone devoción ver
cómo me daba Dios tan presto lo que yo perdí por mi culpa.
6.
Hacía limosna como podía, y podía poco. Procuraba soledad para rezar mis
devociones, que eran hartas, en especial el rosario, de que mi madre era muy
devota, y así nos hacía serlo. Gustaba mucho, cuando jugaba con otras niñas,
hacer monasterios, como que éramos monjas, y yo me parece deseaba serlo, aunque
no tanto como las cosas que he dicho.
7.
Acuérdome que cuando murió mi madre quedé yo de edad de doce años, poco
menos (10). Como yo comencé a entender lo que había perdido, afligida fuime a
una imagen de nuestra Señora y supliquéla fuese mi madre, con muchas lágrimas
(11). Paréceme que, aunque se hizo con simpleza, que me ha valido; porque
conocidamente he hallado a esta Virgen soberana en cuanto me he encomendado a
ella y, en fin, me ha tornado a sí (12).
Fatígame
ahora ver y pensar en qué estuvo el no haber yo estado entera en los buenos
deseos que comencé.
8.
¡Oh Señor mío!, pues parece tenéis determinado que me salve, plega a Vuestra
Majestad sea así; y de hacerme tantas mercedes como me habéis hecho, ¿no
tuvierais por bien no por mi ganancia, sino por vuestro acatamiento que no se
ensuciara tanto posada adonde tan continuo habíais de morar? Fatígame, Señor,
aun decir esto, porque sé que fue mía toda la culpa; porque no me parece os
quedó a Vos nada por hacer para que desde esta edad no fuera toda vuestra.
Cuando
voy a quejarme de mis padres, tampoco puedo, porque no veía en ellos sino todo
bien y cuidado de mi bien.
Pues
pasando de esta edad, que comencé a entender (13) las gracias de naturaleza que
el Señor me había dado, que según decían eran muchas, cuando por ellas le
había de dar gracias, de todas me comencé a ayudar para ofenderle, como ahora
diré.
NOTAS
CAPÍTULO 1
1
Fueron sus padres Don Alonso Sánchez de Cepeda (1480?-1543) y Doña Beatríz de
Ahumada (1495?-1529). Don Alonso había casado en primeras nupcias con Doña
Catalina del Peso y Henao. Muerta ésta en 1507, casó en segundas nupcias con
Doña Beatríz (1509). Tenían su residencia familiar en Avila.
2
Buenos libros: en el léxico teresiano equivale a "libros espirituales o de
devoción" (cf. c. 3, 4; 3, 7; 4, 7; 6, 4...).
3
Esto: en el autógrafo "estos". Lo consideramos lapsus de pluma por
contaminación de sibilantes. Fray Luis editó "estos" (p. 27); luego
en la fe de erratas enmandó "esto", y así lo publicó en su segunda
edición de 1589 (p. 27). Entre los "buenos libros" de la biblioteca
de Don Alonso por aquellos años había un "Retablo de la Vida de
Cristo", un Tulio "De officiis", un Boecio, un "Tratado de
la Misa", "Los siete pecados", "La conquista de
ultramar", "Proverbios" de Séneca, Virgilio, "las
Trescientas" y "La coronación" de Juan de Mena, y un
"Lunario". Son los títulos que aparecen en el "Inventario"
hecho por Don Alonso en 1507 a la muerte de su primera mujer.
4
Esclavos: probablemente moros o africanos en situación de libertad limitada.
5
Doña Beatríz había casado con Don Alonso a los 14 ó 15 años de edad. De él
tuvo nueve o quizás diez hijos. Más adelante aludirá la Santa a los
"grandes trabajos" de Doña Beatríz (c., 1).
6
Tendría probablemente 34 ó 35 años. Falleció a finales de diciembre de 1528
o principios del año siguiente.
7
Las hermanas fueron: María, Teresa y Juana. Los hermanos: Juan de Cepeda,
Hernando de Ahumada, Rodrigo de Cepeda, Juan de Ahumada, Lorenzo de Cepeda,
Antonio de Ahumada, Pedro, Jerónimo y Agustín de Ahumada.
8
Este hermano preferido era Rodrigo. Había nacido en 1513. Teresa nació el
28.3.1515. Nos ha llegado la nota escrita por Don Alonso: "En miércoles,
28 días del mes de marzo de mil y quinientos y quince años, nació Teresa, mi
hija, a las cinco horas de la mañana, media hora más o menos, que fue el dicho
miércoles casi amanecido" (BMC, t. 2, p. 91).
9
"Rodrigo de Ahumada", anota Gracián al margen de este pasaje en su
ejemplar de las obras de la Santa (Salamanca 1588). - No sólo
"concertaron" la fuga, sino que la emprendieron: "... tomando
alguna cosilla para comer, se salió con su hermano de casa de su padre,
determinados los dos a ir a tierra de moros, donde los cortasen las cabezas por
Jesucristo. Y saliendo por la puerta del Adaja... se fueron por la puente
adelante, hasta que un tío suyo los encontró y los volvió a casa... El niño
se excusaba con decir que su hermana le había hecho tomar aquel camino"
(FRANCISCO DE RIBERA, "Vida de la M. Teresa", I, 4).
10
En realidad, estaba para cumplir ya los 14, cuando murió su madre (finales de
1528 o principios de 1529).
11
Desde siempre se ha identificado esa imagen con la de "Nuestra Señora de
la Caridad", actualmente en la catedral de Avila.
12
Me ha tornado a sí: alusión a su vocación de carmelita o a su
"conversión". Este segundo sentido es el que reafirma en la Rel. 30,
2.
13
Ender. escribe la Santa por lapsus de pluma. - Gracias de naturaleza: alusión a
su belleza y simpatía, de las que es consciente.
Trata
cómo fue perdiendo estas virtudes y
1.
Paréceme que comenzó a hacerme mucho daño lo que ahora diré. Considero
algunas veces cuán mal lo hacen los padres que no procuran que vean sus hijos
siempre cosas de virtud de todas maneras; porque, con serlo tanto mi madre como
he dicho (1), de lo bueno no tomé tanto en llegando a uso de razón, ni casi
nada, y lo malo me dañó mucho. Era aficionada a libros de caballerías (2) y
no tan mal tomaba este pasatiempo como yo le tomé para mí, porque no perdía
su labor, sino desenvolvíamonos (3) para leer en ellos, y por ventura lo hacía
para no pensar en grandes trabajos que tenía, y ocupar sus hijos, que no
anduviesen en otras cosas perdidos. De esto le pesaba tanto a mi padre, que se
había de tener aviso a que no lo viese. Yo comencé a quedarme en costumbre de
leerlos; y aquella pequeña falta que en ella vi, me comenzó a enfriar los
deseos y comenzar a faltar en lo demás; y parecíame no era malo, con gastar
muchas horas del día y de la noche en tan vano ejercicio, aunque escondida de
mi padre. Era tan en extremo lo que en esto me embebía que, si no tenía libro
nuevo, no me parece tenía contento.
2.
Comencé a traer galas y a desear contentar en parecer bien, con mucho cuidado
de manos y cabello y olores y todas las vanidades que en esto podía tener, que
eran hartas, por ser muy curiosa (4). No tenía mala intención, porque no
quisiera yo que nadie ofendiera a Dios por mí. Duróme mucha curiosidad de
limpieza demasiada y cosas que me parecía a mí no eran ningún pecado, muchos
años. Ahora veo cuán malo debía ser.
Tenía
primos hermanos algunos (5), que en casa de mi padre no tenían otros cabida
para entrar, que era muy recatado, y pluguiera a Dios que lo fuera de éstos
también. Porque ahora veo el peligro que es tratar en la edad que se han de
comenzar a criar virtudes con personas que no conocen la vanidad del mundo, sino
que antes despiertan para meterse en él. Eran casi de mi edad, poco mayores que
yo. Andábamos siempre juntos. Teníanme gran amor, y en todas las cosas que les
daba contento los sustentaba plática y oía sucesos de sus aficiones y
niñerías nonada buenas; y lo que peor fue, mostrarse el alma a lo que fue
causa de todo su mal.
3.
Si yo hubiera de aconsejar, dijera a los padres que en esta edad tuviesen gran
cuenta con las personas que tratan sus hijos, porque aquí está mucho mal, que
se va nuestro natural antes a lo peor que a lo mejor.
Así
me acaeció a mí, que tenía una hermana de mucha más edad que yo (6), de cuya
honestidad y bondad que tenía mucha de ésta no tomaba nada, y tomé todo el
daño de una parienta que trataba mucho en casa. Era de tan livianos tratos, que
mi madre la había mucho procurado desviar que tratase en casa; parece adivinaba
el mal que por ella me había de venir, y era tanta la ocasión que había para
entrar, que no había podido (7). A ésta que digo, me aficioné a tratar. Con
ella era mi conversación y pláticas, porque me ayudaba a todas las cosas de
pasatiempos que yo quería, y aun me ponía en ellas y daba parte de sus
conversaciones y vanidades.
Hasta
que traté con ella, que fue de edad de catorce años (8), y creo que más (para
tener amistad conmigo digo y darme parte de sus cosas), no me parece había
dejado a Dios por culpa mortal ni perdido el temor de Dios, aunque le tenía
mayor de la honra (9). Este tuvo fuerza para no la perder del todo, ni me parece
por ninguna cosa del mundo en esto me podía mudar, ni había amor de persona de
él que a esto me hiciese rendir. ¡Así tuviera fortaleza en no ir contra la
honra de Dios, como me la daba mi natural para no perder en lo que me parecía a
mí está la honra del mundo! ¡Y no miraba que la perdía por otras muchas
vías!
4.
En querer ésta vanamente tenía extremo. Los medios que eran menester para
guardarla, no ponía ninguno. Sólo para no perderme del todo tenía gran
miramiento.
Mi
padre y hermana sentían mucho esta amistad. Reprendíanmela muchas veces. Como
no podían quitar la ocasión de entrar ella en casa, no les aprovechaban sus
diligencias, porque mi sagacidad para cualquier cosa mala era mucha. Espántame
algunas veces el daño que hace una mala compañía, y si no hubiera pasado por
ello, no lo pudiera creer. En especial en tiempo de mocedad debe ser mayor el
mal que hace. Querría escarmentasen en mí los padres para mirar mucho en esto.
Y es así que de tal manera me mudó esta conversación, que de natural y alma
virtuoso no me dejó casi ninguna (10), y me parece me imprimía sus condiciones
ella y otra que tenía la misma manera de pasatiempos.
5.
Por aquí entiendo el gran provecho que hace la buena compañía, y tengo por
cierto que, si tratara en aquella edad con personas virtuosas, que estuviera
entera en la virtud. Porque si en esta edad tuviera quien me enseñara a temer a
Dios, fuera tomando fuerzas el alma para no caer. Después, quitado este temor
del todo, quedóme sólo el de la honra, que en todo lo que hacía me traía
atormentada. Con pensar que no se había de saber, me atrevía a muchas cosas
bien contra ella y contra Dios.
6.
Al principio dañáronme las cosas dichas, a lo que me parece, y no debía ser
suya la culpa, sino mía. Porque después mi malicia para el mal bastaba, junto
con tener criadas, que para todo mal hallaba en ellas buen aparejo; que si
alguna fuera en aconsejarme bien, por ventura me aprovechara; mas el interés
las cegaba, como a mí la afición. Y pues nunca era inclinada a mucho mal
porque cosas deshonestas naturalmente las aborrecía, sino a pasatiempos de
buena conversación, mas puesta en la ocasión, estaba en la mano el peligro, y
ponía en él a mi padre y hermanos. De los cuales (11) me libró Dios de manera
que se parece bien procuraba contra mi voluntad que del todo no me perdiese,
aunque no pudo ser tan secreto que no hubiese harta quiebra de mi honra y
sospecha en mi padre.
Porque
no me parece había tres meses que andaba en estas vanidades, cuando me llevaron
a un monasterio que había en este lugar (12), adonde se criaban personas
semejantes, aunque no tan ruines en costumbres como yo; y esto con tan gran
disimulación, que sola yo y algún deudo lo supo; porque aguardaron a coyuntura
que no pareciese novedad: porque, haberse mi hermana casado y quedar sola sin
madre, no era bien (13).
7.
Era tan demasiado el amor que mi padre me tenía y la mucha disimulación mía,
que no había creer tanto mal de mí, y así no quedó en desgracia conmigo.
Como fue breve el tiempo, aunque se entendiese algo, no debía ser dicho con
certinidad (14). Porque como yo temía tanto la honra, todas mis diligencias
eran en que fuese secreto, y no miraba que no podía serlo a quien todo lo ve.
¡Oh
Dios mío! ¡Qué daño hace en el mundo tener esto en poco y pensar que ha de
haber cosa secreta que sea contra Vos! Tengo por cierto que se excusarían
grandes males si entendiésemos que no está el negocio en guardarnos de los
hombres, sino en no nos guardar de descontentaros a Vos.
8.
Los primeros ocho días sentí mucho, y más la sospecha que tuve se había
entendido la vanidad mía, que no de estar allí. Porque ya yo andaba cansada y
no dejaba de tener gran temor de Dios cuando le ofendía, y procuraba confesarme
con brevedad. Traía un desasosiego, que en ocho días y aun creo menos estaba
muy más contenta que en casa de mi padre. Todas lo estaban conmigo, porque en
esto me daba el Señor gracia, en dar contento adondequiera que estuviese, y
así era muy querida (15). Y puesto que yo estaba entonces ya enemiguísima de
ser monja, holgábame de ver tan buenas monjas, que lo eran mucho las de aquella
casa, y de gran honestidad y religión y recatamiento.
Aun
con todo esto no me dejaba el demonio de tentar, y buscar los de fuera cómo me
desasosegar con recaudos. Como no había lugar, presto se acabó, y comenzó mi
alma a tornarse a acostumbrar en el bien de mi primera edad y vi la gran merced
que hace Dios a quien pone en compañía de buenos.
Paréceme
andaba Su Majestad mirando y remirando por dónde me podía tornar a sí.
¡Bendito seáis Vos, Señor, que tanto me habéis sufrido! Amén.
9.
Una cosa tenía que parece me podía ser alguna disculpa, si no tuviera tantas
culpas; y es que era el trato con quien por vía de casamiento me parecía
podía acabar en bien; e informada de con quien me confesaba y de otras
personas, en muchas cosas me decían no iba contra Dios.
10.
Dormía una monja con las que estábamos seglares, que por medio suyo parece
quiso el Señor comenzar a darme luz, como ahora diré (16).
NOTAS
CAPÍTULO 2
1
Lo ha dicho en el c. 1, 2.
2
Libros de caballerías": son las novelas fantásticas de su tiempo, puestas
en ridículo por Cervantes en las primeras páginas del Quijote (I, c. 6). -
Teresa misma llegó a escribir un "libro de caballerías" (una de esas
novelas) en colaboración con su hermano Rodrigo: los atestiguan F. de Ribera
("Vida de la M. Teresa (, c. 5) y Gracián en nota a ese pasaje de Ribera:
"la misma (Teresa) lo contó a mí". - De este escrito de Teresa
joven, nada ha llegado hasta nosotros.
3
Desenvolviémonos, escribe ella. En el sentido de "desembarazarse de
ocupaciones": nos las arreglábamos para...
4
Curiosa: cuidadosa, arreglada. - En carta del 23.12.1561, ponderando la belleza
de una imagen de la Virgen, enviada desde Quito por su hermano Lorenzo, escribe:
"Si fuera el tiempo que yo traía oro, hubiera harta envidia de la
imagen".
5
Primos hermanos: Alude probablemente a los hijos de Doña Elvira de Cepeda,
viuda de D. Hernando Mejía: Vasco (nacido en 1507), Francisco (1508), y Diego
(1513).
6
Una hermana: "Llamábase Doña María de Cepeda", anota Gracián en su
ejemplar de "Vida". Era la primogénita de Don Alonso, en su primer
matrimonio. Unos nueve años mayor que Teresa.
7
No había podido evitarlo o desviar a la pariente. - Se trataba, probablemente,
de otra hija de Doña Elvira: Inés de Mejía.
8
De catorce años: Teresa se acerca a los 16 cuando su padre la lleva al
internado de Santa María de Gracia, para conjurar esa situación.
9
Temor de la honra: temor de perderla. En realidad, se trata del "culto de
la honra o pundonor", verdadero íncubo psicológico de su siglo. Teresa
"era tan honrosa", escribirá enseguida (c. 3, 7).
10
Casi ninguna virtud.
11
De los cuales peligros y ocasiones.
12
Este lugar es Avila, aludida en anonimato a lo largo de todo el libro. - El
monasterio es "Santa María de Gracia", de agustinas, que acogían y
educaban a las jóvenes "doncellas señoras de piso".
13
Mi hermana: era Doña María de Cepeda, casada en enero de 1531 con Don Martín
Guzmán y Barrientos. De ellos hablará en el c, 3, 3; y c. 4, 6.
14
Certinidad: certeza.
15
Muy querida: aspecto muy destacado entre sus recuerdos de infancia y
adolescencia: cf. c. 1, 3.4; 2, 2.7; 3, 3.4.
16
Una monja... como diré: lo dirá en el c. 3, 1. Era Doña María de Briceño,
de Avila, y de unos 33 años, agustina en Santa María de Gracia desde los 16.
Ejercerá influjo decisivo en Teresa.
En
que trata cómo fue parte la buena compañía para tornar a despertar sus
deseos, y por qué manera comenzó el Señor a darla alguna luz del engaño que
había traído.
1.
Pues comenzando a gustar de la buena y santa conversación de esta monja,
holgábame de oírla cuán bien hablaba de Dios, porque era muy discreta y
santa. Esto, a mi parecer, en ningún tiempo dejé de holgarme de oírlo.
Comenzóme a contar cómo ella había venido a ser monja por sólo leer lo que
dice el evangelio: Muchos son los llamados y pocos los escogidos (1). Decíame
el premio que daba el Señor a los que todo lo dejan por El.
Comenzó
esta buena compañía a desterrar las costumbres que había hecho la mala y a
tornar a poner en mi pensamiento deseos de las cosas eternas y a quitar algo la
gran enemistad que tenía con ser monja, que se me había puesto grandísima. Y
si veía alguna tener lágrimas cuando rezaba, u otras virtudes, habíala mucha
envidia; porque era tan recio mi corazón en este caso que, si leyera toda la
Pasión, no llorara una lágrima. Esto me causaba pena.
2.
Estuve año y medio en este monasterio harto mejorada. Comencé a rezar muchas
oraciones vocales y a procurar con todas me encomendasen a Dios, que me diese el
estado en que le había de servir. Mas todavía deseaba no fuese monja, que
éste no fuese Dios servido de dármele, aunque también temía el casarme.
A
cabo de este tiempo que estuve aquí, ya tenía más amistad de ser monja,
aunque no en aquella casa, por las cosas más virtuosas que después entendí
tenían, que me parecían extremos demasiados; y había algunas de las más
mozas que me ayudaban en esto, que si todas fueran de un parecer, mucho me
aprovechara. También tenía yo una grande amiga (2) en otro monasterio, y esto
me era parte para no ser monja, si lo hubiese de ser, sino adonde ella estaba.
Miraba más el gusto de mi sensualidad (3) y vanidad que lo bien que me estaba a
mi alma. Estos buenos pensamientos de ser monja me venían algunas veces y luego
se quitaban, y no podía persuadirme a serlo.
3.
En este tiempo, aunque yo no estaba descuidada de mi remedio, andaba más ganoso
el Señor de disponerme para el estado que me estaba mejor. Diome una gran
enfermedad, que hube de tornar en casa de mi padre. En estando buena,
lleváronme en casa de mi hermana que residía en una aldea (4) para verla, que
era extremo el amor que me tenía y, a su querer, no saliera yo de con ella; y
su marido también me amaba mucho, al menos mostrábame todo regalo, que aun
esto debo más al Señor, que en todas partes siempre le he tenido, y todo se lo
servía como la que soy.
4.
Estaba en el camino un hermano de mi padre, muy avisado y de grandes virtudes,
viudo, a quien también andaba el Señor disponiendo para sí, que en su mayor
edad dejó todo lo que tenía y fue fraile y acabó de suerte que creo goza de
Dios (5). Quiso que me estuviese con él unos días. Su ejercicio era buenos
libros de romance, y su hablar era lo más ordinario de Dios y de la vanidad del
mundo. Hacíame le leyese y, aunque no era amiga de ellos (6), mostraba que sí.
Porque en esto de dar contento a otros he tenido extremo, aunque a mí me
hiciese pesar; tanto, que en otras fuera virtud y en mí ha sido gran falta,
porque iba muchas veces muy sin discreción.
¡Oh,
válgame Dios, por qué términos me andaba Su Majestad disponiendo para el
estado en que se quiso servir de mí, que, sin quererlo yo, me forzó a que me
hiciese fuerza! Sea bendito por siempre, amén.
5.
Aunque fueron los días que estuve pocos, con la fuerza que hacían en mi
corazón las palabras de Dios, así leídas como oídas, y la buena compañía,
vine a ir entendiendo la verdad de cuando niña (7), de que no era todo nada, y
la vanidad del mundo, y cómo acababa en breve, y a temer, si me hubiera muerto,
cómo me iba al infierno. Y aunque no acababa mi voluntad de inclinarse a ser
monja, vi era el mejor y más seguro estado. Y así poco a poco me determiné a
forzarme para tomarle.
6.
En esta batalla estuve tres meses, forzándome a mí misma con esta razón: que
los trabajos y pena de ser monja no podía ser mayor que la del purgatorio, y
que yo había bien merecido el infierno; que no era mucho estar lo que viviese
como en purgatorio, y que después me iría derecha al cielo, que éste era mi
deseo.
Y
en este movimiento de tomar estado, más me parece me movía un temor servil que
amor. Poníame (8) el demonio que no podría sufrir los trabajos de la
religión, por ser tan regalada (9). A esto me defendía con los trabajos que
pasó Cristo, porque no era mucho yo pasase algunos por El; que El me ayudaría
a llevarlos debía pensar, que esto postrero no me acuerdo. Pasé hartas
tentaciones estos días.
7.
Habíanme dado, con unas calenturas, unos grandes desmayos, que siempre tenía
bien poca salud. Diome la vida haber quedado ya amiga de buenos libros. Leía en
las Epístolas de San Jerónimo (10), que me animaban de suerte que me
determiné a decirlo a mi padre, que casi era como a tomar el hábito, porque
era tan honrosa (11) que me parece no tornara atrás por ninguna manera,
habiéndolo dicho una vez. Era tanto lo que me quería, que en ninguna manera lo
pude acabar con él, ni bastaron ruegos de personas que procuré le hablasen. Lo
que más (12) se pudo acabar con él fue que después de sus días haría lo que
quisiese. Yo ya me temía a mí y a mi flaqueza no tornase atrás, y así no me
pareció me convenía esto, y procurélo por otra vía, como ahora diré.
NOTAS
CAPÍTULO 3
1
Mt 20, 16. sigue inmediatamente otra alusión al Evangelio: Mt 19, 28.
2
Al margen de su ejemplar anotó el P. Gracián: "Llamábase Juana
Juárez". - Era monja carmelita en la Encarnación de Avila; por este
tiempo solía visitarla la Santa. De estas visitas se acordaba muchos años más
tarde otra monja del monasterio: "Yo me acuerdo cuando la Santa Madre
venía seglar algunas veces a este convento, y doy por señas qe traía una saya
naranjada con unos ribetes de terciopelo negro" (Cfr. MBC, t. II, p. 113).
3
Sensualidad: en el léxico teresiano tiene acepción propia y algo varia, pero
siempre distinta de la moderna; equivale a "la parte sensitiva o sensible
del compuesto humano", a "sentidos y sensibilidad", e incluso a
"la carne en cuanto tercer enemigo del alma" (cf. en esta última
acepción: Vida 7, 38, 18; Fund. 5, 12. - La misma acepción tiene el adjetivo
sensual: cf. Vida 8,5; 10, 2; 12, 1; 29, 9...
4
Se refiere a su hermana mayor María de Cepeda, de quien hizo el elogio en el c,
2, n. 3, casada hacia enero de 1531, poco antes de entrar Teresa en Santa María
de Gracia; su cuñado era Don Martín de Guzmán y Barrientos; residían en
Castellanos de la Cañada, aldehuela avilesa de unos 10 vecinos.
5
Era éste tío de la Santa Pedro Sánchez de Cepeda (viudo de Doña Catalina del
Aguila), residente en la aldehuela de Hortigosa, a pocas leguas de Avila. Hombre
"espiritual", dado a la penitencia y lectura piadosa, vivía como un
fraile, y de hecho murió monje en el monasterio de jerónimos de Guisando.
6
Aún no era amiga de libros espirituales. Momentos de transición entre su
afición a las lecturas profanas (c. 2, 1) y su predilección por los buenos
libros de los que pronto será amiga (n. 7), y porsteriormente amiguísima (6,
4).
7
La verdad de cuando niña: alusión a sus meditaciones infantiles que refirió
en el c. 1, 4. - Que no era todo nada: doble negación, con fuerza afirmativa:
"que todo (lo creado) era nada (cf. 15, 11).
8
Poníame: en acepción de "sugerir": (poníame en pensamiento...),
acepción de "poner" (= oponer) frecuente en la Santa (cf. 11, 4; 12,
3; 13 tít.).
9
Tan regalada: amiga de comodidad y regalo (cf. 13, 7: "tan mirada y
regalada").
10
Muy probablemente las leyó en la versión del bachiller JUAN DE MOLINA:
"Las epístolas de San Jerónimo con una narración de la guerra de las
Germanias", dedicada a Doña María Enríquez de Borja, Duquesa de Gandía
y Abadesa del Monasterio de Santa Clara de la misma ciudad, en Valencia, por
Juan Jofre, 1520, o quizá en alguna de las sucesivas reediciones: Valencia 1522
y 1526, o Sevilla 1532.
11
Tan honrosa: tan pundonorosa ( o "tan esclava de la honra en mantener la
palabra dada). Cf. 31, 23, Acepción más amplia en Conc. 3, 7; C. 18, 5.
12
Lo que más: lo más que...
Dice
cómo la ayudó el Señor para forzarse a sí misma para tomar hábito,
1.
En estos días que andaba con estas determinaciones, había persuadido a un
hermano mío a que se metiese fraile (*,1) diciéndole la vanidad del mundo. Y
concertamos entrambos de irnos un día muy de mañana al monasterio adonde
estaba aquella mi amiga, que era al que yo tenía mucha afición (2), puesto que
ya en esta postrera determinación ya yo estaba de suerte, que a cualquiera que
pensara servir más a Dios o mi padre quisiera, fuera; que más miraba ya el
remedio de mi alma, que del descanso ningún caso hacía de él.
Acuérdaseme,
a todo mi parecer y con verdad, que cuando salí de casa de mi padre no creo
será más el sentimiento cuando me muera (3). Porque me parece cada hueso se me
apartaba por sí, que, como no había amor de Dios que quitase el amor del padre
y parientes, era todo haciéndome una fuerza tan grande que, si el Señor no me
ayudara, no bastaran mis consideraciones para ir adelante. Aquí me dio ánimo
contra mí, de manera que lo puse por obra.
2.
En tomando el hábito (4), luego me dio el Señor a entender cómo favorece a
los que se hacen fuerza para servirle, la cual nadie no entendía de mí (5),
sino grandísima voluntad. A la hora (6) me dio un tan gran contento de tener
aquel estado, que nunca jamás me faltó hasta hoy, y mudó Dios la sequedad que
tenía mi alma en grandísima ternura. Dábanme deleite todas las cosas de la
religión, y es verdad que andaba algunas veces barriendo en horas que yo solía
ocupar en mi regalo y gala, y acordándoseme que estaba libre de aquello, me
daba un nuevo gozo, que yo me espantaba y no podía entender por dónde venía.
Cuando
de esto me acuerdo, no hay cosa que delante se me pusiese, por grave que fuese,
que dudase de acometerla. Porque ya tengo experiencia en muchas que, si me ayudo
al principio a determinarme a hacerlo, que, siendo sólo por Dios, hasta
comenzarlo (7) quiere para que más merezcamos que el alma sienta aquel espanto,
y mientras mayor, si sale con ello, mayor premio y más sabroso se hace
después. Aun en esta vida lo paga Su Majestad por unas vías que sólo quien
goza de ello lo entiende. Esto tengo por experiencia, como he dicho (8), en
muchas cosas harto graves. Y así jamás aconsejaría si fuera persona que
hubiera de dar parecer que, cuando una buena inspiración acomete muchas veces,
se deje, por miedo, de poner por obra; que si va desnudamente por solo Dios, no
hay que temer sucederá mal, que poderoso es para todo. Sea bendito por siempre,
amén.
3.
Bastara, ¡oh sumo Bien y descanso mío!, las mercedes que me habíais hecho
hasta aquí, de traerme por tantos rodeos vuestra piedad y grandeza a estado tan
seguro y a casa adonde había muchas siervas de Dios, de quien yo pudiera tomar,
para ir creciendo en su servicio. No sé cómo he de pasar de aquí, cuando me
acuerdo la manera de mi profesión (9) y la gran determinación y contento con
que la hice y el desposorio que hice con Vos. Esto no lo puedo decir sin
lágrimas, y habían de ser de sangre y quebrárseme el corazón, y no era mucho
sentimiento para lo que después os ofendí.
Paréceme
ahora que tenía razón de no querer tan gran dignidad, pues tan mal había de
usar de ella. Mas Vos, Señor mío, quisisteis ser casi veinte años que usé
mal de esta merced ser el agraviado, porque yo fuese mejorada. No parece, Dios
mío, sino que prometí no guardar cosa de lo que os había prometido, aunque
entonces no era esa mi intención. Mas veo tales mis obras después, que no sé
qué intención tenía, para que más se vea quién Vos sois, Esposo mío, y
quién soy yo. Que es verdad, cierto, que muchas veces me templa el sentimiento
de mis grandes culpas el contento que me da que se entienda la muchedumbre de
vuestras misericordias (10).
4.
¿En quién, Señor, pueden así resplandecer como en mí, que tanto he
oscurecido con mis malas obras las grandes mercedes que me comenzasteis a hacer?
¡Ay de mí, Criador mío, que si quiero dar disculpa, ninguna tengo! Ni tiene
nadie la culpa sino yo. Porque si os pagara algo del amor que me comenzasteis a
mostrar, no le pudiera yo emplear en nadie sino en Vos, y con esto se remediaba
todo. Pues no lo merecí ni tuve tanta ventura, válgame ahora, Señor, vuestra
misericordia.
5.
La mudanza de la vida y de los manjares me hizo daño a la salud, que, aunque el
contento era mucho, no bastó. Comenzáronme a crecer los desmayos y diome un
mal de corazón tan grandísimo, que ponía espanto a quien le veía, y otros
muchos males juntos, y así pasé el primer año con harta mala salud, aunque no
me parece ofendí a Dios en él mucho. Y como era el mal tan grave que casi me
privaba el sentido siempre y algunas veces del todo quedaba sin él, era grande
la diligencia que traía mi padre para buscar remedio; y como no le dieron los
médicos de aquí, procuró llevarme a un lugar adonde había mucha fama de que
sanaban allí otras enfermedades, y así dijeron harían la mía (11). Fue
conmigo esta amiga que he dicho que tenía en casa, que era antigua (12). En la
casa que era monja no se prometía clausura (13).
6.
Estuve casi un año por allá, y los tres meses de él padeciendo tan
grandísimo tormento en las curas que me hicieron tan recias, que yo no sé
cómo las pude sufrir; y en fin, aunque las sufrí, no las pudo sufrir mi
sujeto, como diré (14).
Había
de comenzarse la cura en el principio del verano, y yo fui en el principio del
invierno. Todo este tiempo estuve en casa de la hermana que he dicho (15) que
estaba en la aldea, esperando el mes de abril, porque estaba cerca, y no andar
yendo y viniendo.
7.
Cuando iba, me dio aquel tío mío que tengo dicho que estaba en el camino, un
libro: llámase Tercer Abecedario (16), que trata de enseñar oración de
recogimiento; y puesto que este primer año había leído buenos libros (que no
quise más usar de otros, porque ya entendía el daño que me habían hecho)
(17), no sabía cómo proceder en oración ni cómo recogerme, y así holguéme
mucho con él y determinéme a seguir aquel camino con todas mis fuerzas (18). Y
como ya el Señor me había dado don de lágrimas y gustaba de leer, comencé a
tener ratos de soledad y a confesarme a menudo y comenzar aquel camino, teniendo
a aquel libro por maestro. Porque yo no hallé maestro, digo confesor, que me
entendiese, aunque le busqué, en veinte años después de esto que digo, que me
hizo harto daño para tornar muchas veces atrás y aun para del todo perderme;
porque todavía me ayudara a salir de las ocasiones que tuve para ofender a
Dios.
Comenzóme
Su Majestad a hacer tantas mercedes en los principios, que al fin de este tiempo
que estuve aquí (que era casi nueve meses en esta soledad, aunque no tan libre
de ofender a Dios como el libro me decía, mas por esto pasaba yo; parecíame
casi imposible tanta guarda; teníala de no hacer pecado mortal, y pluguiera a
Dios la tuviera siempre; de los veniales hacía poco caso, y esto fue lo que me
destruyó...) (19), comenzó el Señor a regalarme tanto por este camino, que me
hacía merced de darme oración de quietud, y alguna vez llegaba a unión,
aunque yo no entendía qué era lo uno ni lo otro y lo mucho que era de preciar,
que creo me fuera gran bien entenderlo. Verdad es que duraba tan poco esto de
unión, que no sé si era Avemaría; (20) mas quedaba con unos efectos tan
grandes que, con no haber en este tiempo veinte años (21), me parece traía el
mundo debajo de los pies, y así me acuerdo que había lástima a los que le
seguían, aunque fuese en cosas lícitas.
Procuraba
lo más que podía traer a Jesucristo, nuestro bien y Señor, dentro de mí
presente, y ésta era mi manera de oración. Si pensaba en algún paso (22), le
representaba en lo interior; aunque lo más gastaba en leer buenos libros, que
era toda mi recreación; porque no me dio Dios talento de discurrir con el
entendimiento ni de aprovecharme con la imaginación, que la tengo tan torpe,
que aun para pensar y representar en mí como lo procuraba traer la Humanidad
del Señor, nunca acababa. Y aunque por esta vía de no poder obrar con el
entendimiento llegan más presto a la contemplación si perseveran, es muy
trabajoso y penoso. Porque si falta la ocupación de la voluntad y el haber en
qué se ocupe en cosa presente el amor, queda el alma como sin arrimo ni
ejercicio, y da gran pena la soledad y sequedad, y grandísimo combate los
pensamientos.
8.
A personas que tienen esta disposición les conviene más pureza de conciencia
que a las que con el entendimiento pueden obrar. Porque quien va discurriendo
(23) en lo que es el mundo y en lo que debe a Dios y en lo mucho que sufrió y
lo poco que le sirve y lo que da a quien le ama, saca doctrina para defenderse
de los pensamientos y de las ocasiones y peligros. Pero quien no se puede
aprovechar de esto, tiénele mayor y conviénele ocuparse mucho en lección,
pues de su parte no puede sacar ninguna (24).
Es
tan penosísima esta manera de proceder, que si el maestro que enseña aprieta
en que sin lección (25), que ayuda mucho para recoger (a quien de esta manera
procede le es necesario, aunque sea poco lo que lea, sino en lugar de la
oración mental que no puede tener); digo que si sin esta ayuda le hacen estar
mucho rato en la oración, que será imposible durar mucho en ella y le hará
daño a la salud si porfía, porque es muy penosa cosa (26).
9.
Ahora me parece que proveyó el Señor que yo no hallase quien me enseñase,
porque fuera imposible, me parece, perseverar dieciocho años que pasé este
trabajo, y en éstos (27) grandes sequedades, por no poder, como digo,
discurrir. En todos éstos, si no era acabando de comulgar, jamás osaba
comenzar a tener oración sin un libro; que tanto temía mi alma estar sin él
en oración, como si con mucha gente fuera a pelear. Con este remedio, que era
como una compañía o escudo en que había de recibir los golpes de los muchos
pensamientos, andaba consolada. Porque la sequedad no era lo ordinario, mas era
siempre cuando me faltaba libro, que era luego desbaratada el alma, y los
pensamientos perdidos; con esto los comenzaba a recoger y como por halago
llevaba el alma. Y muchas veces, en abriendo el libro, no era menester más.
Otras leía poco, otras mucho, conforme a la merced que el Señor me hacía.
Parecíame
a mí, en este principio que digo, que teniendo yo libros y cómo tener soledad,
que no habría peligro que me sacase de tanto bien; y creo con el favor de Dios
fuera así, si tuviera maestro o persona que me avisara de huir las ocasiones en
los principios y me hiciera salir de ellas, si entrara, con brevedad. Y si el
demonio me acometiera entonces descubiertamente, parecíame en ninguna manera
tornara gravemente a pecar; mas fue tan sutil y yo tan ruin, que todas mis
determinaciones me aprovecharon poco, aunque muy mucho los días que serví a
Dios, para poder sufrir las terribles enfermedades que tuve, con tan gran
paciencia como Su Majestad me dio.
10.
Muchas veces he pensado espantada de la gran bondad de Dios, y regaládose mi
alma de ver su gran magnificencia y misericordia. Sea bendito por todo, que he
visto claro no dejar sin pagarme, aun en esta vida, ningún deseo bueno. Por
ruines e imperfectas que fuesen mis obras, este Señor mío las iba mejorando y
perfeccionando y dando valor, y los males y pecados luego los escondía. Aun en
los ojos de quien los ha visto, permite Su Majestad se cieguen y los quita de su
memoria. Dora las culpas. Hace que resplandezca una virtud que el mismo Señor
pone en mí casi haciéndome fuerza para que la tenga.
11.
Quiero tornar a lo que me han mandado (28). Digo que, si hubiera de decir por
menudo de la manera que el Señor se había conmigo en estos principios, que
fuera menester otro entendimiento que el mío para saber encarecer lo que en
este caso le debo y mi gran ingratitud y maldad, pues todo esto olvidé. Sea por
siempre bendito, que tanto me ha sufrido. Amén.
NOTAS
CAPÍTULO 4
1
Un hermano mío: probablemente Antonio de Ahumada. Así lo afirma F. de Ribera
en su Vida de la Madre Teresa (Salamanca 1590, p. 59), según el cual Antonio
pidió el hábito de dominico en el monasterio de Santo Tomás: "No le
recibieron allí entonces... Después entró en la orden del bienaventurado san
Jerónimo, y siendo novicio vino a enfermar de manera que no pudo
perseverar" (ib. p. 60). - Antonio pasó a América, donde murió el 20 de
enero de 1546, de las heridas recibidas en la batalla de Iñaquitos (Ecuador).
2
Monasterio de la Encarnación de Avila, donde era carmelita "aquella su
amiga" Juana Juárez: cf. c. 3, n. 2. - Sigue una frase algo oscura:
"ya yo estaba decidida de suerte, que a cualquier monasterio en que pensara
servir más a Dios...
3
Al margen de su ejemplar anotó Gracián: "Día de las ánimas". Era
el año de 1535, 2 de noviembre.
4
Tomó el hábito el 2 de noviembre de 1536, tras un año de postulantado, a los
21 de edad.
5
Nadie no entendía de mí: doble negación, que refuerza la negativa: nadie se
imaginaba que ella tuviese que hacerse fuerza para vivir de monja.
6
A la hora: inmediatamente, enseguida (cf. 30, 14; 36, 11)).
7
Hasta comenzarlo, escribe la Santa, como en algún otro pasaje (19, 2). Seguimos
la lectura hecha por fray Luis (p. 45), modernizando "comenzarlo".
8
Lo ha dicho en el n. precedente.
9
Mi profesión: fue el 3.11.1532, a sus 22 años.
10
Muchedumbre de v. misericordias: reminiscencia de los salmos (por ejemplo del
50, 2, según el texto de la Vulgata usado por la Santa: "según la
muchedumbre de tus misericordias, borra mi iniquidad").
11
Lleváronme a un lugar: Becedas, a unas 14 leguas de Avila, en la serranía de
Béjar. Allí residía la famosa curandera. La Santa permaneció en Becedas unos
tres meses.
12
La amiga que tenía en casa (en el convento), era Juana Juárez (cf. 3, 2 y 4,
1).
13
No se prometía clausura en la Encarnación. Lo repetirá más adelante (7, 3;
36, 8-9). El monasterio de la Encarnación había sido fundado como beaterio, y
las religiosas profesaban los tres votos, pero no la clausura.
14
Reanudará el relato en el c. 5, n. 7. - No las pudo sufrir mi sujeto: mi
naturaleza o mi cuerpo, por contraposición a "persona" (cf. 7, 17;
20, 12).
15
María de Cepeda: cf. 3, 3. En Castellanos de la Cañada.
16
Alude a su tío Pedro S. de Cepeda (cf. c. 3, n. 4). El libro que puso en sus
manos era la famosa obra del franciscano FRANCISCO DE OSUNA, titulada: Tercera
parte del libro llamado Abecedario espiritual. El ejemplar manejado por la Santa
se conserva en San José de Avila, según tradición constante del monasterio.
Es, sin duda, uno de los libros espirituales que más honda huella dejaron en
Santa Teresa.
17
Alude a las novelas de caballerías, recordadas en el c. 2.
18
Aquel camino: era el camino de la "oración de recogimiento" enseñado
por el libro de Osuna (cf. el principio de este n.). - Sigue: don de lágrimas:
Cf. c. 11, n. 9. - En este mismo número hablará de "oración de
quietud" y oración de "unión": son dos grados superiores de
oración, de que hablará en los cc. 14-15 y 18-22 respectivamente.
19
Este largo paréntesis incluye una de las típicas digresiones de la autora. La
frase queda incompleta. Tras los suspensivos, reanuda con las mismas palabras
que habían iniciado el párrafo. Eliminado el paréntesis, el período fluye
asÍ: comenzóme S.M. en estos principios... que al fin de este tiempo que
estuve aquí me hacía merced de darme oración de quietud (cf. fray Luis, p.
48).
20
Avemaría: el tiempo de un avemaría (breve tiempo: cf. 38, 1-10).
21
Contaba en torno a los 23 años de edad.
22
Algún paso de la Pasión del Señor.
23
La Santa escribió: discurriendo, dejando inconclusa la frase. Fray Luis
trascribió discurre (p. 51). Pero probablemente la Autora quiso decir
"va" discurriendo.
24
El sentido es: "quien no es capaz de hacer oración discursiva, tiene mayor
peligro (de distracciones); le conviene hacer oración leyendo, pues por sí
solo es incapaz de sacar doctrina".
25
Lección: quivale a "lectura", lo mismo que en la frase anterior.
26
Pasaje difícil, por el largo paréntesis y la acumulación de elipsis. Para
aclararlo, fray Luis añadió una "y": "ayuda mucho para recoger
a quien de esta manera procede, y le es necesario..." (p. 51). El sentido
es: "es tan penosa la oración de quien no puede discurrir, que si el
maestro espiritual propone que se haga sin lectura, será imposible durar mucho
en ella". A esa posible actitud del maestro espiritual, la Santa contrapone
su tesis sobre la conveniencia de la lectura: "que ayuda mucho a la
oración, y a quien no puede discurrir (o meditar), le es necesaria, aunque sea
poco lo que lea". - En este pasaje "oración mental" equivale a
meditación (cf. 15, 9).
27
Y en estos años.
28
Tornar a lo que me han mandado: al relato de su vida. Recuérdese el comienzo
del Prólogo, n. 1.
Prosigue
en las grandes enfermedades que tuvo y la paciencia que el Señor le dio en
ellas,
1.
Olvidé de decir cómo en el año del noviciado pasé grandes desasosiegos con
cosas que en sí tenían poco tomo; mas culpábanme sin tener culpa hartas
veces. Yo lo llevaba con harta pena e imperfección, aunque con el gran contento
que tenía de ser monja todo lo pasaba. Como me veían procurar soledad y me
veían llorar por mis pecados algunas veces, pensaban era descontento, y así lo
decían.
Era
aficionada a todas las cosas de religión, mas no a sufrir ninguna que pareciese
menosprecio. Holgábame de ser estimada. Era curiosa (1) en cuanto hacía. Todo
me parecía virtud, aunque esto no me será disculpa, porque para todo sabía lo
que era procurar mi contento, y así la ignorancia no quita la culpa. Alguna
tiene no estar fundado el monasterio en mucha perfección; yo, como ruin, íbame
a lo que veía falta y dejaba lo bueno.
2.
Estaba una monja entonces enferma de grandísima enfermedad y muy penosa, porque
eran unas bocas en el vientre, que se le habían hecho de opilaciones, por donde
echaba lo que comía. Murió presto de ello. Yo veía a todas temer aquel mal. A
mí hacíame gran envidia su paciencia. Pedía a Dios que, dándomela así a
mí, me diese las enfermedades que fuese servido. Ninguna me parece temía,
porque estaba tan puesta en ganar bienes eternos, que por cualquier medio me
determinaba a ganarlos. Y espántome, porque aún no tenía a mi parecer amor de
Dios, como después que comencé a tener oración me parecía a mí le he
tenido, sino una luz de parecerme todo de poca estima lo que se acaba y de mucho
precio los bienes que se pueden ganar con ello, pues son eternos.
Tan
bien me oyó en esto Su Majestad, que antes de dos años (2) estaba tal, que
aunque no el mal de aquella suerte, creo no fue menos penoso y trabajoso el que
tres años tuve, como ahora diré.
3.
Venido el tiempo que estaba aguardando en el lugar que digo que estaba con mi
hermana para curarme, lleváronme con harto cuidado de mi regalo mi padre y
hermana y aquella monja mi amiga que había salido conmigo, que era muy mucho lo
que me quería (3).
Aquí
comenzó el demonio a descomponer mi alma, aunque Dios sacó de ello harto bien.
Estaba una persona de la iglesia, que residía en aquel lugar adonde me fui a
curar (4), de harto buena calidad y entendimiento. Tenía letras, aunque no
muchas. Yo comencéme a confesar con él, que siempre fui amiga de letras (5),
aunque gran daño hicieron a mi alma confesores medio letrados, porque no los
tenía de tan buenas letras como quisiera.
He
visto por experiencia que es mejor, siendo virtuosos y de santas costumbres, no
tener ningunas; porque ni ellos se fían de sí sin preguntar a quien las tenga
buenas, ni yo me fiara. Y buen letrado nunca me engañó. Estotros tampoco me
debían de querer engañar, sino no sabían más. Yo pensaba que sí y que no
era obligada a más de creerlos, como era cosa ancha lo que me decían y de más
libertad; que si fuera apretada, yo soy tan ruin que buscara otros. Lo que era
pecado venial decíanme que no era ninguno; lo que era gravísimo mortal, que
era venial. Esto me hizo tanto daño que no es mucho lo diga aquí para aviso de
otras de tan gran mal; que para delante de Dios bien veo no me es disculpa, que
bastaban ser las cosas de su natural no buenas para que yo me guardara de ellas.
Creo permitió Dios, por mis pecados, ellos se engañasen y me engañasen a mí.
Yo engañé a otras hartas con decirles lo mismo que a mí me habían dicho.
Duré
en esta ceguedad creo más de diecisiete años, hasta que un Padre dominico (6),
gran letrado, me desengañó en cosas, y los de la Compañía de Jesús del todo
me hicieron tanto temer, agraviándome (7) tan malos principios, como después
diré.
4.
Pues comenzándome a confesar con este que digo (8), él se aficionó en extremo
a mí, porque entonces tenía poco que confesar para lo que después tuve, ni lo
había tenido después de monja. No fue la afición (9) de éste mala; mas de
demasiada afición venía a no ser buena. Tenía entendido de mí que no me
determinaría a hacer cosa contra Dios que fuese grave por ninguna cosa, y él
también me aseguraba lo mismo, y así era mucha la conversación. Mas mis
tratos entonces, con el embebecimiento de Dios que traía, lo que más gusto me
daba era tratar cosas de El; y como era tan niña, hacíale confusión ver esto,
y con la gran voluntad que me tenía, comenzó a declararme su perdición. Y no
era poca, porque había casi siete años que estaba en muy peligroso estado, con
afición y trato con una mujer del mismo lugar, y con esto decía misa. Era cosa
tan pública, que tenía perdida la honra y la fama, y nadie le osaba hablar
contra esto.
A
mí hízoseme gran lástima, porque le quería mucho; que esto tenía yo de gran
liviandad y ceguedad, que me parecía virtud ser agradecida y tener ley a quien
me quería. ¡Maldita sea tal ley, que se extiende hasta ser contra la de Dios!
Es un desatino que se usa en el mundo, que me desatina; que debemos todo el bien
que nos hacen a Dios, y tenemos por virtud, aunque sea ir contra El, no
quebrantar esta amistad. ¡Oh ceguedad del mundo! ¡Fuerais Vos servido, Señor,
que yo fuera ingratísima contra todo él, y contra Vos no lo fuera un punto!
Mas ha sido todo al revés, por mis pecados.
5.
Procuré saber e informarme más de personas de su casa. Supe más la
perdición, y vi que el pobre no tenía tanta culpa; porque la desventurada de
la mujer le tenía puestos hechizos en un idolillo de cobre que le había rogado
le trajese por amor de ella al cuello, y éste nadie había sido poderoso de
podérsele quitar.
Yo
no creo es verdad esto de hechizos determinadamente; mas diré esto que yo vi,
para aviso de que se guarden los hombres de mujeres que este trato quieren
tener, y crean que, pues pierden la vergüenza a Dios (que ellas más que los
hombres son obligadas a tener honestidad), que ninguna cosa de ellas pueden
confiar; que a trueco de llevar adelante su voluntad y aquella afición que el
demonio les pone, no miran nada. Aunque yo he sido tan ruin, en ninguna de esta
suerte yo no caí, ni jamás pretendí hacer mal ni, aunque pudiera, quisiera
forzar la voluntad para que me la tuvieran, porque me guardó el Señor de esto;
mas si me dejara, hiciera el mal que hacía en lo demás, que de mí ninguna
cosa hay que fiar.
6.
Pues como supe esto, comencé a mostrarle más amor. Mi intención buena era, la
obra mala, pues por hacer bien, por grande que sea, no había de hacer un
pequeño mal. Tratábale muy ordinario de Dios. Esto debía aprovecharle, aunque
más creo le hizo al caso el quererme mucho; porque, por hacerme placer, me vino
a dar el idolillo, el cual hice echar luego en un río. Quitado éste, comenzó
como quien despierta de un gran sueño a irse acordando de todo lo que había
hecho aquellos años; y espantándose de sí, doliéndose de su perdición, vino
a comenzar a aborrecerla. Nuestra Señora le debía ayudar mucho, que era muy
devoto de su Concepción, y en aquel día hacía gran fiesta. En fin, dejó del
todo de verla y no se hartaba de dar gracias a Dios por haberle dado luz.
A
cabo de un año en punto desde el primer día que yo le vi, murió. Y había
estado muy en servicio de Dios, porque aquella afición grande que me tenía
nunca entendí ser mala, aunque pudiera ser con más puridad; (10) mas también
hubo ocasiones para que, si no se tuviera muy delante a Dios, hubiera ofensas
suyas más graves. Como he dicho (11), cosa que yo entendiera era pecado mortal
no la hiciera entonces. Y paréceme que le ayudaba a tenerme amor ver esto en
mí; que creo todos los hombres deben ser más amigos de mujeres que ven
inclinadas a virtud; y aun para lo que acá pretenden deben de ganar con ellos
más por aquí, según después diré.
Tengo
por cierto está en carrera de salvación. Murió muy bien y muy quitado de
aquella ocasión. Parece quiso el Señor que por estos medios se salvase.
7.
Estuve en aquel lugar (12) tres meses con grandísimos trabajos, porque la cura
fue más recia que pedía mi complexión. A los dos meses, a poder de medicinas,
me tenía casi acabada la vida, y el rigor del mal de corazón de que me fui a
curar era mucho más recio, que algunas veces me parecía con dientes agudos me
asían de él, tanto que se temió era rabia. Con la falta grande de virtud (13)
(porque ninguna cosa podía comer, si no era bebida, de grande hastío)
calentura muy continua, y tan gastada, porque casi un mes me había dado una
purga cada día, estaba tan abrasada, que se me comenzaron a encoger los nervios
con dolores tan incomportables (14), que día ni noche ningún sosiego podía
tener. Una tristeza muy profunda.
8.
Con esta ganancia me tornó a traer mi padre adonde tornaron a verme médicos.
Todos me desahuciaron, que decían sobre todo este mal, decían estaba hética
(15). De esto se me daba a mí poco. Los dolores eran los que me fatigaban,
porque eran en un ser (16) desde los pies hasta la cabeza; porque de nervios son
intolerables, según decían los médicos, y como todos se encogían, cierto si
yo no lo hubiera por mi culpa perdido era recio tormento.
En
esta reciedumbre no estaría más de tres meses, que parecía imposible poderse
sufrir tantos males juntos. Ahora me espanto, y tengo por gran merced del Señor
la paciencia que Su Majestad me dio, que se veía claro venir de El. Mucho me
aprovechó para tenerla haber leído la historia de Job en los Morales de San
Gregorio (17), que parece previno el Señor con esto, y con haber comenzado a
tener oración, para que yo lo pudiese llevar con tanta conformidad. Todas mis
pláticas eran con El. Traía muy ordinario estas palabras de Job en el
pensamiento y decíalas: Pues recibimos los bienes de la mano del Señor, ¿por
qué no sufriremos los males? (18) Esto parece me ponía esfuerzo.
9.
Vino la fiesta de nuestra Señora de Agosto (19), que hasta entonces desde abril
había sido el tormento, aunque los tres postreros meses mayor. Di prisa a
confesarme, que siempre era muy amiga de confesarme a menudo. Pensaron que era
miedo de morirme y, por no me dar pena, mi padre no me dejó. ¡Oh amor de carne
demasiado, que aunque sea de tan católico padre y tan avisado que lo era harto,
que no fue ignorancia me pudiera hacer gran daño! Diome aquella noche un
paraxismo (20) que me duró estar sin ningún sentido cuatro días, poco menos.
En esto me dieron el Sacramento de la Unción y cada hora o momento (21)
pensaban expiraba y no hacían sino decirme el Credo, como si alguna cosa
entendiera. Teníanme a veces por tan muerta, que hasta la cera me hallé
después en los ojos (22).
10.
La pena de mi padre era grande de no me haber dejado confesar; clamores y
oraciones a Dios, muchas. Bendito sea El que quiso oírlas, que teniendo día y
medio abierta la sepultura en mi monasterio, esperando el cuerpo allá y hechas
las honras (23) en uno de nuestros frailes fuera de aquí, quiso el Señor
tornase en mí.
Luego
me quise confesar. Comulgué con hartas lágrimas; mas a mi parecer que no eran
con el sentimiento y pena de sólo haber ofendido a Dios, que bastara para
salvarme, si el engaño que traía de los que me habían dicho no eran algunas
cosas pecado mortal, que cierto he visto después lo eran, no me aprovechara.
Porque los dolores eran incomportables, con que quedé; el sentido poco, aunque
la confesión entera, a mi parecer, de todo lo que entendí había ofendido a
Dios; que esta merced me hizo Su Majestad, entre otras, que nunca, después que
comencé a comulgar, dejé cosa por confesar que yo pensase era pecado, aunque
fuese venial, que le dejase de confesar. Mas sin duda me parece que lo iba harto
mi salvación si entonces me muriera, por ser los confesores tan poco letrados
por una parte, y por otra ser yo ruin, y por muchas.
11.
Es verdad, cierto, que me parece estoy con tan gran espanto llegando aquí y
viendo cómo parece me resucitó el Señor, que estoy casi temblando entre mí.
Paréceme fuera bien, oh ánima mía, que miraras del peligro que el Señor te
había librado y, ya que por amor no le dejabas de ofender, lo dejaras por temor
que pudiera otras mil veces matarte en estado más peligroso. Creo no añado
muchas en decir otras mil, aunque me riña quien me mandó moderase el contar
mis pecados, y harto hermoseados van.
Por
amor de Dios le pido de mis culpas no quite nada, pues se ve más aquí la
magnificencia de Dios y lo que sufre (24) a un alma. Sea bendito para siempre.
Plega a Su Majestad que antes me consuma que le deje yo más de querer (25).
NOTAS
CAPÍTULO 5
1
Era curiosa: cuidadosa, atildada (como lo ha definido en 2, 2; cf.
"curiosamente": 6, 7).
2
Antes de dos años: probablemente, antes de dos años a partir de su profesión
religiosa (1538: a los 23 de edad).
3
El lugar que digo: Castellanos de la Cañada; con mi hermana: María de Cepeda;
mi amiga monja: Juana Juárez (4, 6; 3, 2; 4, 5).
4
Aquel lugar: Becedas, (4, 5).
5
Letras / letrado: estudios o ciencia / teólogo u hombre de saber. - Siempre fui
amiga de letras: amiga del saber, de la ciencia y de los libros: es una de sus
cualidades humanas. - A continuación: no tener ningunas letras... las tenga
buenas letras: tener o no tener buenos estudios.
6
Un padre dominico: Vicente Barrón, de quien hablará enseguida: 7, 16-17.
7
Agraviándome: agravar, encarecer la gravedad de... Cf. 8, 11. - Fray Luis
trascribe alternativamente "agraviándome" (p. 57), "agravavan"
(p. 103).
8
Para evitar que se malentendiese el texto, refiriéndolo al confesor dominico,
Báñez anotó al margen del autógrafo: "Este es el clérigo cura que
arriba en esta otra plana dixo".
9
La autora escribe indiferentemente afeción y afición, con idéntico sentido de
afecto, amor, afición. Trascribimos modernizando: afición, aficionar.
10
Con más puridad: más pureza y perfección en el afecto. Así en otros pasajes:
Vida, 39, 23; C 4, 12.
11
Como he dicho en el n. 4.
12
Aquel lugar: Becedas (manteniendo el anonimato).
13
Virtud: en la acepción de vigor, fuerza.
14
Incomportables: intolerables (cf. n. 8) o insoportables (cf. m. 10 y 6, 1).
15
Hética: tísica (cf. Fund. 22, 14: "hética y tísica hidrópica").
16
En un ser: expresión usada por la Santa en el doble sentido de
"continuamente" y "totalmente". En el presente caso: dolores
ininterrumpidos o bien en todo su cuerpo.
17
El famoso libro de San Gregorio fue usado por la Santa en su versión castellana
"Los morales de San Gregorio, Papa, Doctor de la Iglesia" obra del
licenciado ALONSO ALVAREZ DE TOLEDO, editada en Sevilla en 1514 y reeditados en
1527, 1534, 1549... - Las Carmelitas de San José de Avila conservan un ejemplar
de esta obra en dos tomos, el segundo de los cuales lleva esta nota preliminar:
"Estos Morales son los de nuestra Santa Madre, y en las horas de dormir
arrimaba a ellos su santa cabeza, y algunas señales que tienen hizo con sus
santas manos apuntando cosas que le hacían devoción".
18
Job 2, 10.
19
Era el 15 de agosto de 1539.
20
Parajismo, escribe siempre la Santa: Vida 6, 1; Moradas 6, 4, 3: colapso, estado
de coma ("desmayo o parajismo", escribe en M 6, 4, 3).
21
Escribe frecuentemente "memento" (14, 5; 18, 9; 24, 9).
22
"La sepultura estaba abierta en la Encarnación, y estaban esperando el
cuerpo para enterrarle, y monjas estaban allí [en casa de D. Alonso] de la
Encarnación que habían enviado para estar con el cuerpo, y hubiéranla
enterrado si su padre no lo estorbara muchas veces contra el parecer de todos,
porque conocía mucho el pulso y no podía persuadir que estuviese muerta; y
cuando le decían que se enterrase, decía: esta hija no es para enterrar".
- "Velándola una noche de estas Lorenzo de Cepeda, su hermano, se durmió,
y una vela que tenía sobre la cama se acabó, y se quemaban las almohadas y
mantas y colcha de la cama, y si él no despertara al humo, se pudiera quemar o
acabar de morir la enferma". RIBERA, Vida, I, 1.
23
Hechas las honras fúnebres: los funerales.
24
Lo que /El) sufre: soporta.
25 Repetirá esta fuerte invocación en el c. 19, 9.